El resistible encanto del acosador ii
Humberto regresa tórrido, ausente, inmerso en su propia displicente realidad pero por un error administrativo su partida de nacimiento que lo acredita como porteño se ha perdido, decide entonces fornicar con la encargada del Registro que gracias a Zapatero aun no se jubila.
Humberto Wilcinson bajó a la calle aquel domingo por la mañana para extender la mano con aire desconfiado y blandir su paraguas multicolor publicidad de una óptica. Pensó que un domingo lluvioso podía ser tan feo como precioso resultaba soleado.
-Parafraseando a Unamuno, che.
Murmuró en voz alta sin reparar en que vestido con bata azul celeste y zapatillas para comprar el periódico resultaba el centro de todas las miradas aunque estuviera diluviando. Abría el periódico bajo el paraguas sin preocuparse en absoluto de las prisas y el atasco que le rodeaba, del ruido atronador, España era uno de los países con mayores índices de ruido, de lata de…..contaminación acústica.
-¡Gallego pelotudo!.
Respondió gritando a uno de tantos pitidos que bramaban desde aquella fila interminable de coches, como si estuvieran dirigidos contra él, mientras esforzado pasaba páginas y páginas de aquel diario como si le fuera la vida en ello, hasta que por fin quedó extasiado en una de aquellas páginas y sus ojos se iluminaron, una lágrima furtiva y cristalina, aislada en su brillo especial de las gotas de lluvia asomó a sus ojos y los peatones que cruzaban en ese momento a su lado pudieron oírle murmurar:
-Dios mío que belleza, que rotunda y tremenda belleza.
Humberto miraba absolutamente emocionado su último trabajo, era uno de los modelos más afamados de la agencia “Viuda de Ruy Blas e hijos, SL” también conocida como “Mercadishing and Co, Imaging makers”. Un único pie, el pie de Humberto, posaba en la fina arena de la playa bajo el nombre de “Peusek, pies sanos”.
Subió a su apartamento saltando los escalones de tres en tres, regando de finas gotas de lluvia la escalera, como el rastro de un preso. Para después recortar la imagen y pegarla en la pared junto a otras, también de sus pies, de hecho toda la pared de su sala estaba llena de imágenes publicitarias de los pies de Humberto, especialmente el izquierdo. Fotografías de sus pies clasificadas según los fotógrafos, grandes maestros evidentemente. Respiró entonces satisfecho pero quedó triste pensando que aun David Hamilton no había retratado su pie. Toda su casa estaba llena de las fotos de sus pies y de la correspondencia de Aurora y diez mujeres más, cartas del banco, de familiares, amigos, impresos oficiales, solicitudes y todas abiertas que cerraría después para depositarla en sus buzones. Una casa limpia hasta la obsesión y meticulosa manía, aunque era cierto que veinte metros cuadrados no tenían mucho que limpiar.
Humberto era modelo publicitario, pero no un modelo normal y corriente o al menos tal como los entendemos, Humberto aportaba sus pies a la imagen donde aparecía otro modelo, de hecho era muy difícil para las agencias y sus anunciantes encontrar modelos completos que tuvieran manos o pies fotogénicos, y en estos días Humberto estaba más que feliz porque probablemente sus pies, especialmente el izquierdo, llegara al cine y aunque de un pie modelo no podía llevar el tipo de vida que el quisiera le permitía mantenerse dignamente, expandir y gozar sus actividades en el metro y soñar con metas más altas.
Su hermana le hacía la manicura, era atractiva de forma distinta a la peculiar y molesta belleza de Humberto, como si de un raro y espontáneo milagro genético se tratara. Esa misma tarde Humberto sostenía su pie izquierdo repleto de algodones entre los dedos en el local de su hermana “Graciela, pedicure de otro nivel, pies para que os quiero”. Humberto posaba feliz, satisfecho:
-¿Sabés?. Brad Pitt me ha ofrecido aportar esta maravilla de pie a su nueva producción pero me lo estoy pensando, le he dicho que primero tengo que leerme el guión y analizarlo.
-Pelotudo, un día te van a partir la cara. Josefita, mi amiga, dice que te vio en el metro, che.
Humberto tenía la rara, la fina habilidad de unos oídos selectivos capaces de volverse herméticos ante los sonidos más rayantes del universo, de modo y manera que seguía envuelto en su mundo como si nada que no tuviera que ver con sus anhelos inmediatos existiera y de la misma forma seguía hablando:
-La cultura, es lo único que me preocupa de Brad Pitt, que se esfuerce en llegar a un buen nivel cultural mediático y sociodependiente de la globalización cinematográfica, de otro modo no aportaré mi talento. Por cierto ¿vos crees que el método Stanislavska es idóneo para Hollywood o debería hacer una retro extro proyección impresionista?. Mirá que belleza de foto ¡y sin photoshop!...mirá che.
-¿Vos por qué no sos un pillo normal y corriente? ¡Productivo! Pro-duc-ti-vo. Si querés trabajar en el metro es perfecto pero pillate che una cartera, algún billete, plata, que aca los gallegos son muy tolerantes para todo eso. Desnudar minas en el metro me parece una ordinariez, al menos gratis ¿por qué no usás el piso como hace todo el mundo?. Vos no podés ser un fetichista de vuestros propios pies, entendé ché, no existe eso, no existen los onanistas de sus propios pies y no quiero que un hermano mío comience esa cochinada en el mundo.
-Tranquilízate che, tengo novia, casi novia. ¿Por qué sos tan vulgar y solo hablás siempre del vil metal?.
La hermana abrió los ojos escandalosamente.
-Jurame che, jurame por los postulados de la física cuántica. ¿Tiene plata?.
-Plata y platino, oro y diamantes, ella aun no lo sabe..pero lo es. Un concepto del amor limpio, puro, especial, de otro nivel intelectual como es el amor verdadero, como cantaba el maestro Neruda.
-Bah! Otra boludez insustancial que no llegara a otro sitio que no sea comisaría.
Algunos kilómetros más allá Aurora Lopez no terminaba por entender el mundo, la vida y sus conceptos pese a que hacía ya algunos años que se supone que había madurado, miraba absorta la televisión y no acertaba a comprender por qué razón la gente no era más directa, aunque quizás si lo pensaba bien si la moda de los usos directos e intenciones inmediatas se impusiera lejos de los enormes rodeos y los circunloquios repentinamente se terminarían todas las series de televisión. Los sucesos provocados por Humberto habían logrado captar su atención por completo, era una víctima de acoso que no era demasiado consciente de su naturaleza victimaria aunque había adoptado la seria precaución de no acudir al transporte público en falda de cuadros escoceses no todo parecía limitarse a eso. En el metro siempre se encontraba con Humberto empeñado en encaramarse a su joroba y charlar pegando las sílabas calientes a su oreja, en el autobús igualmente sin saber cómo ni por qué también aparecía Humberto y finalmente los pocos días que decidió tomar un taxi terminaba por aparecer Humberto en algún atasco y libre de sentido de la vergüenza o la mesura terminaba por convencer al taxista y colarse en el asiento trasero para decir y repetir siempre las mismas frases:
-Mina, che, vos sos la razón de mis días y el aire por el que suspiro cuando respiro y vos me cortás el aliento.
Hubo un tiempo en el que Aurora se sintió solidaria con él, especialmente cuando la llamaba por teléfono en las noches de otoño y le contaba como estuvo años siguiendo a una muchacha argentina en su país hasta que de tanto perseguirla un buen día se marchó en un camión de lechugas a la Patagonia y tuvo que volver la mitad del camino a pie, con sus bellos pies, con aquellos pies que eran su medio de vida y su sustento. Pero ya era parte del pasado, la única realidad es que Humberto había terminado por resultar absolutamente pesado, pelmazo, insoportable y obseso. Tampoco acertaba exactamente a entender que pretendía exactamente de ella, hacía más de ocho meses que no recibía una llamada suya, una sola conversación coherente que no trascurriera en el metro, algo que no fuera mentira y que fuera un mínimo átomo de verdad aunque si conociera a Humberto entendería lo ufano de su pretensión.
Había llegado incluso a aceptar la naturaleza compleja, retorcida y enferma de Humberto y ensayó una especie de discurso personal por si algún día ocurría el raro milagro de que pudieran hablar, en él ella le diría que si fueran pareja decoraría su casa solitaria como el metro, vestiría siempre ropas de lana y faldas escocesas y le permitiría encaramarse en su espalda todo lo que él quisiera, pero en casa, cómodamente, lejos de los murmullos y la gente porque había terminado por temer seriamente que un día algún viajero no entendido en la poesía de Neruda le propinara un puñetazo y ocurriera una tragedia. Aun no sabía Aurora exactamente por qué si por lástima o por un sentido extraño de culpa o de querer ser complaciente, de cuando en cuando le permitía a Humberto ciertas licencias, aunque ya quedaron atrás los días en que absolutamente despistada ni en cuenta caía que todo lo que deseaba Humberto de la vida era masturbarse en su trasero. Aunque nunca más volvió a usar falda y de camino evitó el penoso trabajo de depilarse, es cierto que una vez al mes se hacía la tonta, quizás la menos inteligente y le permitía rozarse como ella sabía que Humberto gozaba y que incluso se volvía creyente y recitaba y mencionaba a “Dios, dios, dios, dios”. Aun así dentro de su rareza y desviación Humberto era exquisitamente culto y podía librarla de las imágenes en su mente asociadas a pajas en los coches, en tristes apartamentos o habitaciones de hoteles con hombres que en lugar de mencionar a Dios sujetaban su polla babeante y asquerosa como los caracoles y gritaban “que gustoo joiaaa!, como me da de gustoooooooo, te la voy a meté toa”. Humberto al menos después siempre desaparecía en una estación de metro, envuelto en el misterio, sin saber donde iría o incluso donde vivía, los otros habían desaparecido de su vida con un triste “ya te llamo mañana, ya te llamo, adiós…ah y si te quea preñá no quiero sabe naaaaaa eeeee”.
Pero los días pasaban y casi ya había olvidado el discurso y su sentido, lo último que supo de él, de su boca pegada a la oreja en una estación de metro antes de llegar a Vallecas era que debía mantener su secreto:
-Soy actor mina, trabajo en la industria de la imagen, es mi oficio y aunque soy humilde no puedo permitirme tener una vida pública, me debo al anonimato y a mi trabajo.
Aurora llevaba ocho meses recibiendo folletos, los típicos folletos publicitarios, marcados con rotulador negro, rodeando letras, tratando de enviarle algún mensaje, pero toda la vida parecía limitarse a esa rara forma epistolar y a las apariciones fantasmales en el metro.
-Mañana quiero, mina, que vos se ponga falda, che, esa falda roja ligera que vos sabés. Vos debés captar la sutil sutileza del juego amoroso, el universo es pequeño para nosotros………pssss pero no te vuelvas…seguí…..
Y no le resultaba en absoluto agradable aquella serie de discursos sobre el amor escupidos en su oreja, finalmente Aurora había terminado por ignorar aquellas apariciones y sugerencias, hasta que un buen día el destino puso otro “sobón de metro” en su camino, más agradable, comprensivo, mucho más caballero y gentil que incluso le ofrecía su propio paquetito de kleenex para limpiarse la ropa, especialmente le impresionó que no hablaba o prometía nada y le permitía ver por las noches la televisión en paz sin tener que esforzarse en pensar, y que incluso olía a limpio.
Humberto lejano y ajeno a todo eso comenzaba sus primer gran trabajo en el cine, el primer paso hacia Hollywood, filmaba en Toledo su primer cortometraje “La huella del crimen” donde él, obviamente, era la huella. Meticuloso, analítico en su trabajo, concienzudo, había impreso en la arena toledana cien veces el pie sin quedar contento.
Mientras Aurora en el metro, en el trayecto de las estaciones entre Sol y Vallecas, se dejaba rozar, abrazar, amar y de alguna forma ser amada por un desconocido ya conocido de dos veces. Pensó en Humberto tras el brillo de las ventanas, mientras una polla dura como la madera intentaba taladrar su espalda, con el sonido de fondo de un peculiar hilo musical que resultaba la protesta de dos viejas y su privada charla:
-Esta muchacha, al principio era inocencia pero ahora creo que es una viciosa que le gusta y llama a los hombres.
Aurora sentía calor, no lo hacía tanto porque le excitara sino porque se sentía amada, deseada, y pensaba en Humberto que de alguna forma le enseñó el verdadero sentido del amor y en que apenas se enterara recibiría una nueva serie de folletos publicitarios en su casa “Publicidad de Muebles Talavera” donde marcada con rotulador grueso y negro estaría la “Pu” y la “Ta” y con suerte dejaría de oír a Neruda y los vos algún tiempo.