El rescate (1)

Alex va a entrar en la vida de Tony y Daniel.

El rescate – Parte 1

NOTA: (Sobre todo para mis lectores habituales) Este relato es más largo de lo normal y lo he dividido en dos partes por una razón muy sencilla. Esta Primera Parte tiene menos de erótica y más de intriga, pero es imprescindible para entender el resto. La Segunda Parte es más erótica, pero puede que no se entienda sin leer la primera. Esto pasa con lo que llamáis "La Saga de Tony y Daniel". Gracias a todos por todo.

1 – Los preparativos

Aquella noche no pude quedarme en la cama. Estuve casi todo el tiempo dando paseos del sofá al frigorífico y al sofá. Serían las cuatro de la madrugada cuando apareció silencioso Daniel y me miró asustado. Se había levantado muy despacio para no despertar a Fernando y se acercó a mí hablándome muy flojito.

¿Qué te pasa, cariño? – me dijo -. No me gusta verte preocupado. Yo sé que perder una semana de galas es un palo, pero yo tengo dinero en el banco; ya nos aviaremos como podamos. La culpa no es tuya.

No, Daniel, no – le respondí sin mirarle a los ojos -, no es eso lo que me preocupa. Le he dicho a Lino que tiene que pagarnos esas galas aunque no las hagamos y yo también tengo dinero de sobra en el banco.

¿Entonces? – dijo - ¿Cuál es el problema? ¿Fernando?

No, no tiene nada que ver con eso – le susurré besándolo y acariciándole la entrepierna -. Hay algo en mi cabeza que me dice que tenemos que volver al molino.

¡Venga, Tony! – me dijo - ¿De verdad crees que una tontería como esa puede quitarte el sueño? Lo más seguro es que estés nervioso por otra cosa.

Verás, amor mío – le expliqué -, puede que sea una gilipollez, una alucinación mía, pero si no tenemos otra cosa que hacer ¿qué vamos a perder por irnos de camping allí un par de días? Supongo que así se me quitaría este rollo de la cabeza.

Tienes razón – me dijo entonces -, me parece que nos vamos a ver obligados a estar encerrados en casa una semana. Eso del camping podría ser una distracción, pero ahora quiero que te acuestes y descanses. Pondré el despertador a las seis; es temprano. Mañana saldremos de viaje, tú estarás más tranquilo y Fernando pasará un día o dos con su nuevo amigo Alex.

¿Y Ramón? – le dije -. Tenemos que avisar a Ramón. Si lo dejamos aquí y se entera de que nos hemos ido no le va a gustar.

Eso es fácil – me dijo -, voy a por el móvil y le daré un toque. Cuando vea que la llamada perdida es mía, me llamará. Puede que al principio se asuste, pero luego se alegrará.

Avisamos a Ramón y le dijimos que preparase todo para irnos de camping al molino sobre las siete. Se puso muy contento y dijo que metería en su bolsa algunas cosas para Alex.

A las seis sonó el despertador. Yo no había dormido nada, pero me puse a preparar las cosas con Daniel mientras Fernando seguía durmiendo agotado del polvo de aquella noche. Luego, sonaron unos golpes a la puerta y fui a abrir. Era Ramón, que no quiso llamar al timbre tan temprano. Traía dos bolsas llenas de cosas: una para él y otra para Alex.

Cuando despertó Fernando y vio allí tantas cosas, llamó a Ramón sin levantarse de la cama y lo cogió por el cuello y lo besó: «¿A dónde vamos?».

2 – La trampa

Comenzamos el camino muy de mañana. Le pedí a Daniel que condujese él, que algo había descansado. Se sentó Ramón en la parte delantera y Fernando y yo fuimos abrazados y pajeándonos en la parte trasera.

¡Ehhhh!, Dany – le dije medio dormido -, que la palanca de cambios está más pegada a tu pierna.

Observé también cómo Ramón le bajaba la cremallera a Daniel y le sacaba la polla.

¡Cuidado - le dije –, que quiero llegar vivo!

Pero no me hizo caso y se puso a hacerle una mamada mientras conducía. Fernando y yo notamos algunos movimientos raros del coche: «Se está corriendo».

Bueno – dijo Daniel -, como el molino está un poco lejos, así se nos hará más corto.

Cuando ya nos acercábamos a la salida hacia la carretera comarcal, avisé a Daniel para que no se pasase y fuese más despacio.

¡A ver, chicos! – nos dijo -, se acabaron los arrechuchos y las pajas, que estamos llegando.

Pero cuando nos acercábamos a la entrada del camino vimos dos motos y una pareja de la guardia civil.

¡Sigue, sigue! – le grité a Daniel -, haremos como que vamos al pueblo.

¡Joder! – exclamó Daniel -, acabo de pensar que algo de razón tenías anoche cuando no te podías dormir ¿Qué pasará?

Al entrar en el pueblo, le indiqué dónde estaba aquél restaurante modesto y agradable y paró muy cerca para vigilar el coche. Entramos y el dueño me conoció.

¡Hola, señores! – exclamó - ¡Muy buenos días! ¿Otra vez por aquí, amigo?

Si señor – le dije -, me gustó este sitio cuando vine.

Pero aún no es hora de almuerzos – dijo - ¿Quieren algún aperitivo?

Nos sentaremos en esa mesa – le dije -. Pónganos algo fresco y algún pincho. Haremos tiempo.

Cuando se acercó a servirnos, volvió a hablar muchas cosas. Parecía estar feliz de que alguien hubiese vuelto a su bar llevando además algunos amigos.

Verá usted – le dije -, yo suelo venir a veces a la aldea que hay ahí cerca; la que está abandonada. Me encanta el molino, el río, el paisaje.

Me pareció que le cambió un poco la cara y comenzó a hablar.

No sé si hace mucho tiempo que viene usted por ahí, pero hoy mismo están demoliendo las casas. Mañana supongo que echarán abajo el molino. Ahí hay lugares muy peligrosos.

¿Demoliendo dice? – le pregunté - ¿Por eso hay policías a la entrada?

Sí, sí – continuó mientras los otros oían con atención - ¿Es que no le han dejado pasar?

No, no señor – le aclaré -. Pensábamos venir antes al pueblo a por algunas cosas de comer, pero no sabemos si nos dejarán entrar.

Mucho me temo que si hay máquinas y obras – dijo -, no les dejen pasar, pero si uno de los guardias es un tal Falero, pregunte por él y le dice que el «tronquito» quiere que le dejen pasar unas horas al molino.

Queremos hacer unas fotos antes de que lo echen abajo – le dije -; es un sitio precioso.

Volvimos a ver cómo le cambiaba la cara.

Es precioso sí – contestó con misterio -, pero es peligroso.

Eso ya lo sabemos – le contesté – no se preocupe. No nos acercamos al canal ni al precipicio.

No es eso, señor – insistió -. Yo no creo en pamplinas, pero dice la gente que hay un fantasma de un niño que se ve caer desde el tejado y estrellarse en el suelo. La otra noche, todos pudimos oír música desde allí; ¡y allí no hay nadie!

No – le dije -, no hay nadie. Ni nunca he visto niño muerto ni cosas de esas.

Pues dígale a Falero que me debe un favor. Si no os deja entrar, vuelva usted aquí.

Llegamos a la entrada del camino y uno de los guardias levantó el brazo y se acercó a mi ventanilla.

¿Me da la documentación?

Después de mirar los papeles, volvió a preguntar.

¿Puedo saber adónde van estos cuatro jóvenes?

Y sin pensarlo dos veces, le dije:

¿Es usted Falero? Nos ha dicho el «tronquito» que le debe usted un favor y nosotros no venimos nada más que a hacer unas fotos antes de que derriben el molino. No vamos a acercarnos a la aldea, o lo que quede de ella, sino que subiremos hasta el molino. Sólo hasta allí. Si no nos deja pasar, volveremos y le diremos al «tronquito» que se queda sin fotos.

¿Son para él? – preguntó extrañado - ¿Sabe él cómo salen las fotos del molino?

Supongo que si, señor – le dije indiferente -; él sólo nos ha pedido que preguntemos por usted y que le hagamos el favor.

Se retiró de nosotros unos metros, habló con su compañero un buen rato, llamaron por radio y quitaron las motos del centro del camino.

¡No entreteneos mucho! – nos dijo dándonos el saludo -, pero me temo que tienen que darme ustedes, al menos, dos documentos de identidad.

En menos de cinco segundos tenía en sus manos el de Daniel y el mío.

¡Pasen ustedes, señores!

3 – La búsqueda

Llegamos a la entrada de la aldea y vino hacia nosotros una nube de polvo. En el camino había máquinas demoliendo las casas y algunos otros obreros. Uno de ellos se acercó a nosotros extrañado y paré para hacerle algunos comentarios.

Señores – dijo -, por esta calle no se puede circular ¿Han hablado ustedes con la policía?

Sí, sí, señor – le dije -. Tomaremos esta cuesta de la derecha para subir al molino unas horas. Tenemos permiso.

Peligroso me parece – dijo alejándose -, pero si os han dejado pasar

Subimos despacio hasta el molino y dejé el coche donde solía dejarlo. Me pareció que la puerta del molino estaba cerrada y le dije a Daniel que me acompañase y que Fernando y Ramón se quedasen esperando en el coche ¡y sin hacer guarrerías!

Empujamos la puerta vieja de madera. Estaba atrancada. Enseguida pensé en que Alex había visto venir el peligro y se había encerrado allí: «¡Dios mío, van a demoler el molino mañana!». Miramos a nuestro alrededor y nos pareció que no había nadie, así que comenzamos a empujar la puerta. La madera estaba bastante podrida y uno de los tablones que la formaban se rompió. Metí la mano palpando el interior hasta encontrar la tranca y tiré de ella despacio hacia arriba hasta que calló al suelo. La puerta cedió. El interior no había cambiado.

¡Alex, Alex, cariño; somos Tony y Daniel! – grité - ¿Dónde estás?.

Subimos primero a la troje, pero estaba vacía como siempre y, empujando la puerta encalada, entramos en la parte dividida en celdas. Miramos una por una; hasta debajo de las camas.

¡No está, Daniel! – le dije casi desesperado -. Si se ha encerrado en el sótano y no podemos entrar, morirá mañana aplastado.

Nos abrazamos y Daniel me acarició la cabeza y me besó:

Cariño, no es este el sitio donde pueda haberse escondido. Tiene que estar en el sótano. No te preocupes, amor mío, le avisaremos como podamos o destrozaremos esa trampilla como sea.

Bajamos corriendo hasta el salón y entramos en el dormitorio. Bajo la cama encontramos la trampilla, pero por mucho que tirábamos de ella, no se abría. Me levanté alterado y tiré de la cama hacia un lado. La trampilla quedó al descubierto y a nuestra vista.

¿Qué hacemos? – dije - ¿Cómo vamos a abrir esto?

¡Alex, Alex, venimos a por ti, bonito! – gritó Daniel - ¡Estamos aquí arriba; abre, por favor!

Esperamos un minuto y no oímos nada.

¡Hijos de puta! – gritó Daniel desesperado - ¡Me cago en su puta madre! ¡Van a matar a un niño!

Y salió corriendo del dormitorio y vino con una de esas herramientas oxidadas que colgaban de la pared del salón.

¡Apártate, Tony! – me dijo - ¡Voy a darle golpes hasta que se destroce!

Sudaba a chorros y seguía golpeando, pero no había forma de destrozar aquella madera. Hizo palanca por el lado del asa y golpeó con fuerzas el hierro. La trampilla se movía, pero parecía estar bien cerrada.

Déjame, Dany, déjame un poco y descansa – le dije – y ve al coche a por agua fresca.

Volvió Daniel con Fernando y Ramón y los dos venían a punto de echarse a llorar.

¿Y Alex, y Alex? – preguntaba Fernando - ¿Dónde se ha metido?

Tranquilos – dijo Daniel exhausto -, haremos palanca y pondremos todos nuestro peso sobre el hierro. Cuando yo avise, saltaremos para hacer más fuerzas.

Puso Daniel el hierro bien encajado y nos advirtió de que estaba oxidado. Si nos heríamos, sería peligroso. Nos tomamos todos por los hombros haciendo un grupo y saltamos sobre la palanca. Se movió la trampilla, pero no cedió.

Sin prisas - dijo Daniel -, bebamos agua y tomemos fuerzas.

Descansamos un poco y nos preparamos otra vez: «¡Ahora!».

Saltamos sobre el hierro, se partió éste y se abrió la trampilla.

¡Bajemos! – les dije - ¡Nos hace falta la linterna!

Sin decir nada, corrió Fernando al coche a por ella y volvió en pocos segundos.

La agarré con fuerzas y comencé a bajar.

¡Alex, precioso, somos nosotros, tus amigos – grité casi sin voz – sal de tu escondite! Vas a morir si te quedas ahí.

No hubo respuesta.

¡Sal coño! – gritó Daniel - ¡Venimos a por ti; Tony viene a llevarte a casa!

Miramos en la sala; en un lado y otro, pero no estaba. Sus ropas de colores nuevas estaban muy bien dispuestas sobre su pequeña cama.

¡El pasadizo! – exclamé -¡Hay un pasadizo subterráneo que llega hasta la casa de doña Matilde!

Corrí hasta la puerta y, tirando del picaporte, se abrió con facilidad. Todos juntos entramos por un pasillo de un metro de ancho, paredes húmedas, olor a putrefacción… Comenzamos a andar hasta llegar a unos escalones que bajaban al menos dos metros. El pasillo seguía. Mi respiración se fue acelerando. Un bulto pequeño quedaba casi en medio del pasillo.

¡Alex, Alex, cariño – dije con voz suave -; soy yo, Tony! ¡Vengo a por ti!

El bulto se movió y el pequeño, con sus ropas antiguas, se levantó y vino corriendo hacia mí.

4 – Rompiendo el cerco

Me hacían daño las manos de Alex al abrazarme y lloraba como un niño pequeño: «¡Llévame contigo! ¡Sácame de aquí!».

Tenemos que salir – les dije -, volvamos por el pasadizo y que salga Daniel a hacer todas las fotos del molino que pueda. Voy a vestir a Alex, pero el problema estará al salir. La poli se dará cuenta.

¿Qué poli? – preguntó Alex asustado - ¿Vienen a por mí?

No, bonito – lo abracé y lo besé -; están a la entrada del camino para que nadie entre. Hemos encontrado la forma de que nos dejen pasar. Ahora tendremos que buscar la forma de sacarte de aquí sin que te vean.

Yo la sé, Tony – me dijo -, pero tienes que prometerme que me llevarás contigo.

No tengo que prometerte nada, mi pequeño – le acaricié sus cabellos -; he venido hasta aquí sólo para llevarte a casa.

El pequeño se echó a llorar y comenzó a acariciarme: «No vayáis al pueblo, no vayáis al pueblo».

No iremos, precioso – le dije -, buscaremos la forma de esconderte en el coche.

¡No! – dijo Fernando enfadado - ¿Qué quieres, que registren y lo encuentren?

Yo tengo una idea – dijo Alex más calmado -, no sé si podrá hacerse.

¡Cuéntame, pequeño! – le dije -, pocas ideas no pueden llevarse a cabo.

¡Mira, Tony! – me dijo acariciando mis mejillas -. Si salís con el coche hasta la autovía, donde no esté la poli, yo sé un atajo para llegar hasta allí. Tendréis que esperarme mucho tiempo… casi una hora.

Te esperaremos, te esperaremos – lo abracé -; lo que haga falta. Vas a venirte a casa conmigo ¿Quieres?

Llevo mucho tiempo esperando que me digas eso – me dijo -, por esperarme ahora vosotros un poco no pasará nada ¿verdad?

No voy a irme sin ti – lo besé en los labios -; he venido a por ti. Esperaré lo que haga falta.

Daniel hizo fotos del molino desde todos los ángulos; más de cerca, más lejos; de un lado y de otro. Vestí al pequeño y lo sacamos disimuladamente hasta la vereda que bajaba al río. Una vez allí, nos dijo que ya podíamos irnos, pero que fuésemos despacio para hacer tiempo.

Subimos al coche muy preocupados. No sabíamos qué iba a hacer nuestro pequeño amigo, pero todos estábamos dispuestos a esperar lo que hiciera falta. Bajamos el camino y le hicimos señas de despedida al obrero que nos vio llegar. Giré a la izquierda y recorrimos el camino lentamente. A la salida estaba la pareja de la guardia civil. Bajé el cristal de la ventanilla.

Gracias, Falero – le dije -, ya hemos hecho las fotos.

¿Ya? – pareció extrañado - ¿Vais a llevarlas ahora al «tronquito?».

Supongo que sí – le dije -, son digitales y no sabemos si las quiere en papel.

Me gustaría ver lo que sale – dijo extrañado -. Aquí tenéis vuestros documentos. Cuidado con la carretera.

Sí, claro – le dije -, no tenemos prisa.

Nos dio el saludo y seguimos por la comarcal muy despacio hasta llegar a la autovía, pero no entramos en ella porque allí no podíamos parar.

Sacamos unos bocadillos y unos refrescos fríos de la nevera y nos dispusimos a esperar casi una hora. Eran más de las dos de la tarde. Comimos tranquilos, pero mirábamos con disimulo a un lado y a otro. Alex no aparecía.

Si sale la guardia por aquí y nos ven parados – dijo Daniel – tendremos que darles una explicación.

Baja del coche, Dany – le dije –, vete por el lado de afuera y desinfla la rueda delantera. Si vienen, les diremos que hemos aprovechado un pinchazo para comer y seguir luego. Mientras cambiamos la rueda por la de repuesto, se irán.

Así se hizo, pero pasaba el tiempo y nuestro amigo no venía.

Me pareció ver a Ramón aguantar las ganas de llorar y le dije que la mejor manera de quedarse tranquilo era echar lágrimas; muchas lágrimas, pero que estuviese tranquilo. Algo me decía que ya no íbamos a esperar mucho.

Pásate atrás con Fernando – le dije a Ramón -; deja que Daniel se siente aquí conmigo.

Vale – me dijo -. Traigo toallitas para que se limpie ahora las manos.

Cuando menos lo esperábamos, se abrió la puerta derecha trasera y entró Alex.

Corre, corre, Tony – me dijo -, ¡que vienen los polis!

Arranqué de inmediato y salimos a la autovía hasta el próximo cambio de sentido. Por fin, íbamos para casa.

(continúa)