El repartidor del supermercado se folló a mi madre
En este relato cuento cómo el repartidor del supermercado disfrutó del cuerpo de mi madre.
Aquella mañana de primavera pensaba acercarme por la biblioteca para estudiar.
Mi padre hacía horas que se había marchado a trabajar y mi madre, después de arreglar la casa, se había metido al cuarto de baño a ducharse.
Ya estaba a punto de irme cuando llamaron a la puerta y escuché en ese momento a mi madre decirme desde el baño:
- Si es el del supermercado que pase la compra a la cocina.
- Voy, mamá, pero voy a salir ya.
- Pásale a la cocina y vete que yo ahora salgo.
Abrí la puerta de la entrada y allí estaba Dioni, uno de los trabajadores del supermercado, con la compra solicitada.
Me quedé sorprendido que fuera él el que la trajera, aunque era lógico ya que era un trabajador más, aunque que yo supiera nunca se encargaba de las entregas.
- Hola, chaval. Vengo con el pedido que nos ha hecho tu madre.
- Entra, por favor, y déjalo en la cocina. Es la primera puerta a derecha.
Le dije cohibido y le señalé con el brazo extendido cuál era la puerta y eso hizo el hombre entrar con el carrito de dos ruedas donde llevaba varias cajas con el pedido, acercándose a la cocina.
Siempre que iba con mi madre al supermercado nos encontrábamos con este hombre que tendría unos cuarenta y tantos años, corpulento y bastante bruto, que se la comía con los ojos y se atrevía a decirla unas auténticas barbaridades que mi madre no tomaba a mal, sino que normalmente le sonreía y no decía nada, aunque a veces le seguía un poco el juego suavizando sus palabras.
Estaba empezando a descargar las cajas cuando apareció mi madre en la puerta de la cocina, cubierta solamente con una toalla de baño que la cubría desde poco más arriba de los pezones hasta un poco más abajo de su entrepierna. Además llevaba otra toalla enrollada al cabello para secarlo y unas finas zapatillas de paño sin talón.
Acababa de salir de la ducha y se presentaba así, medio desnuda, ya que yo la había dicho que me marchaba ya.
Al ver al Dioni se quedó inmóvil y cortada, pero no se atrevió a retroceder cuando el hombre, al verla, sonrío lascivamente y la dijo exultante:
- ¡Doña Rosa! ¡Cuántas ganas tenía yo de verla así! Cuanta menos ropa lleve más buena está. Pero no se corte y quítese esa toalla que estará mucho más cómoda.
- Estoy bien así, muchas gracias.
- Si quiere se la quitó yo para que no se canse.
- No hace falta. Estoy muy descansada y he dormido bien por la noche.
- Conmigo sí que no iba a descansar en la cama. Iba a cabalgar toda la noche. ¡A cabalgar y a ser cabalgada!
- No quiero ser maleducada pero prefiero que dejé el pedido y se marche.
- Eso lo dice porque está su hijo aquí. Si no estuviera iba a ver lo que es bueno.
Mientras escuchaba pasmado la última frase, me acordé que iba a ir a la biblioteca, así que, le dije a mi madre al tiempo que me daba la vuelta y me encaminaba rápido hacia la puerta de salida:
- Te dejo, mamá, que me voy a la biblioteca.
Vi como el asombro en el rostro de ella, mudando en un momento al miedo. No quería que me marchara en ese momento, pero, solo la escuché decir un “¡No!” cuando estaba cerrando la puerta a mis espaldas.
No había bajado ni un par de escalones cuando escuché un chillido, el de mi madre, y me detuve pensando qué hacer.
Dudé si entrar para intervenir por si ella necesitaba mi ayuda, pero tenía miedo al Dioni. Pensaba que era muy fuerte y violento. No tendría ningún problema en darme una paliza. Además, al ver así a mi madre, medio desnuda, enseñando sus torneados muslos desnudos y el nacimiento de sus enormes y erguidos senos, me excitó sexualmente.
Volviendo sobre mis pasos, pegué mi oído a la puerta de mi casa, escuchando. Escuché pasos apresurados, voces, una de ellas histérica de mi madre, y un chillidos.
Cuando no escuché nada más, abrí despacio y sin hacer ruido con mi llave la puerta. No había nadie en el pasillo, solo una toalla, la de mi madre, tirada en el suelo, frente a la puerta de la cocina, y otra a un metro de distancia.
Dentro de la vivienda sí escuché ruidos, voces y gimoteos en una de las habitaciones del fondo. Cerré la puerta con cuidado para no hacer ruido y, con mis zapatos en la mano, caminé despacio por el pasillo camino del origen de los ruidos.
Conforme me acercaba escuchaba cada vez más nítidamente gemidos y chillidos de mi madre, ruido como de aplausos y uno que en ese momento no identificaba, era como de tam-tam-tam. Procedían del dormitorio de mis padres y, al llegar a la puerta, miré con cuidado y observé dos cuerpos, ¡desnudos!, que estaban de espaldas a mí.
Mi madre estaba a cuatro patas sobre la cama y el hombre, muy pegado a ella por detrás, la sujetaba por las caderas, y, con una rodilla sobre la cama, se impulsaba adelante y atrás, una y otra vez, follándosela, y de vez en cuando la daba sonoros y fuertes azotes en sus coloradas nalgas.
¡Se estaba follando a mi madre, a mi propia madre y yo no me atrevía a hacer nada por impedirlo! Pero … ¿realmente quería impedirlo? ¿No era menos cierto que prefería observar el cuerpo desnudo de mi madre mientras un tipo se la follaba?
Para evitar que el hombre me pillara observándole, me alejé sin hacer ruido y, entrando en la terraza, me dispuse a ver el espectáculo desde un lugar al menos más seguro, así que, acercándome a la ventana del dormitorio de mis padres, observé desde una perspectiva distinta cómo el tipo se follaba a mi madre. Ella ahora no estaba a cuatro patas sobre la cama, sino que estaba tumbada bocarriba sobre ella, con las piernas estiradas apoyadas sobre el pecho del hombre, que, sujetándola por las nalgas, la embestía una y otra vez, mientras contemplaba lascivo cómo las tetas de mi madre se balanceaban desordenadas en cada embestida.
Estaba ahora ella entregada, gimiendo, suspirando y chillando de placer. Sus brazos estirados a lo largo de su cuerpo apuntaban hacia la cabecera de la cama, proporcionando una mejor panorámica de sus erguidas y enormes tetas. Su rostro estaba arrebatado de placer, con los ojos cerrados y la lengua sonrosada jugueteando sobre sus húmedos y voluptuosos labios.
No tardó mucho el hombre en eyacular, permaneciendo después casi un minuto con su verga dentro, disfrutando del polvo que acababa de echar.
Cuando la desmontó, inclinándose hacia delante, la dio un buen sobe a las tetas, una mano en cada teta, y, vistiéndose, dejó a mi madre inmóvil bocarriba sobre la cama. Solamente la profunda respiración de mi madre que hacía que sus pechos subieran y bajaran delataba que no estaba muerta.
- Espero que el servicio haya sido de su agrado. ¡La próxima vez será mucho mejor … doña Rosa!
Exclamó antes de marcharse y, cogiendo su carrito, se marchó por la puerta, silbando complacido.
Todavía tardó unos minutos mi madre en levantarse y, cuando lo hizo, se fue al baño, cerrando la puerta tras ella, lo que aproveché yo para marcharme de la casa sin que nadie se diera cuenta de mi presencia.