El repartidor de pizza 4.0 El asalto

Desenlace: Mauricio se enfrenta nuevamente a la banda de machos y termina en una orgía que lo hace decidir entre liberarse de sus dueños o convertirse en su fiel puto.

El asalto

Ya caía la tarde y los clientes iban escaseando. Había sido un buen día de venta. Mauricio, desde detrás del mostrador, atendía la caja mientras su amigo Rodolfo se encargada del horno. Esa semana a Mauricio no le había tocado repartir sino estar en tienda. Era más pesado pero pagaban más.

En los días previos, Mauricio había procurado seguir a Álex pero no había juntado el valor para enfrentarlo. Todavía estaban muy fresca en su mente las sensaciones que había experimentado en el cuarto de casilleros. Sólo tenía que cerrar los ojos para volver a sentir la estrechez anal de Álex aprisionando su falo y estremecerse de placer nuevamente. Desafortunadamente, ahora que Álex ya sabía que lo espiaba, se había cuidado mucho de no verse con Fabio ni de demostrar ninguna conducta sexual indebida que pudiera servirle a Mauricio para chantajearlo, como había intentado en aquella ocasión. De forma que Mauricio no tenía idea de cómo vengarse de Álex… Ni tampoco sabía ya si quería hacerlo.

El último cliente ya se había marchado. Álex cerró la puerta de frente y procedió a hacer el corte de caja mientras Rodolfo apagaba el horno. Entretanto, conversaban de esto y aquello. Esa misma noche irían a una fiesta y Rodolfo tenía planeado ligar con Susana, una de las muchachas más voluptuosas de su escuela. A Mauricio le parecía sexy pero no le gustaba que tuviera los senos tan grandes. “Deben ser operados” insistía.

Al final, Rodolfo partió antes y dejó a Álex para que terminara de cerrar. Este siguió acomodando las sillas y las mesas cuando la puerta se abrió (no le había echado el cerrojo).Entró un tipo alto y de apariencia extranjera. Blanco y pelirrojo, muy fornido, bastante grande.

“Disculpe, ya cerramos” le dijo Mauricio.

“Ey? Ya cerraron? Tan temprano? Vaya, que mala suerte la mía. Yo que tenía tantas ganas de comer algo de pizza” replicó el otro. “Oye ¿y no te sobrará algo?”

“Pues sí, pero sólo son algunas rebanadas que quedaron” dijo Mauricio

“¿Te parece si me sirves un par? No importa el sabor. Yo me las como aquí mientras tu limpias, te aseguro que acabo rápido y me voy” propuso el cliente. Mauricio se lo pensó un momento pero la franca sonrisa del otro le hizo aceptar. Le sirvió un par de rebanadas de pizza hawaiana y empezó a limpiar mientras el otro comía.

Al poco rato, el cliente empezó a hacer plática y Mauricio le siguió. Le dijo que era enfermero en un hospital cercano y ese día había tenido mucho trabajo, por lo que se quedó sin tiempo de almuerzo. Por eso tenía tanta hambre. Así siguieron hablando un rato más. Mauricio terminó de limpiar e incluso ya había cerrado la puerta de local, de forma que estaban en privado.

“¿Los enfermeros también comen pizza? Yo creí que serían como los doctores, que cuidan su salud y no comen chatarra”

“Jaja, ni siquiera los doctores son tan saludables. A mi me encanta comer. En los últimos días tenía antojo de pizza, así que no tengo ninguna obligación de contenerme, ¿no? Además, las pizzas de ahora son cada vez más interesantes”

“¿Cómo que interesantes?” preguntó Mauricio.

“Si, hoy tienen muchos ingredientes y combinaciones. Con rellenos, con salsas. A veces ya no sabes qué estas comiendo. El otro día, un par de amigos vieron a alguien comiendo una pizza con una salsa rarísima. Parece ser que estaba deliciosa pero no era ninguna salsa común y corriente.”

“¿Qué clase de salsa era esa?”

“No sé, pero ellos le tomaron una foto al tipo. A juzgar por su expresión, le estaba gustando bastante. Espera, creo que la tengo por aquí. Te enseño”

Mauricio se acercó, picado por la curiosidad.

El pelirrojo le mostró su iphone. Y entonces, lo vio: En la pantalla, la imagen de él mismo, Mauricio, con el rostro somnoliento a causa de las drogas, comiendo con una expresión de aparente deleite la pizza cubierta del semen de Raúl, Takeo y Fabio.

“¿Acaso no parece que lo está disfrutando?” dijo el pelirrojo con un tono malicioso. Mauricio lo miró a los ojos con expresión de sorpresa

“Quien demonios…” empezó a decir pero inmediatamente se puso de pie, intuyendo el peligro.

El pelirrojo no se quedó atrás. Se incorporó y se lanzó sobre Mauricio. Ambos se sujetaban los brazos, resistiendo la embestida del otro. Sin embargo, el pelirrojo era más fuerte y en un instante había conseguido llevar a Mauricio contra la pared. Mauricio siguió oponiéndose tanto como podía, azuzado por la desesperación. No le cabía duda que de ser derrotado, le esperaría otra experiencia sexual que definitivamente no quería.

El forcejeo entre ambos hombres siguió por varios minutos, hasta que finalmente Mauricio empujó hacia su derecha, tratando de zafarse del fuerte agarre. Con ello, sin embargo, perdió sólo consiguió perder el equilibrio. Ambos cayeron pero el rubio cayó sobre él. Sentía su pecho oprimido por el gran cuerpo de su oponente. Trató de quitárselo pero estaba en desventaja. En un error de cálculo, dejo libre la muñeca del otro, con la intención de empujarlo en el pecho y quitárselo de encima, pero con ello, el otro aprovechó para apoyar su mano en el hombro de Mauricio, presionando con toda su fuerza sus músculos y nervios. Mauricio gritó y haciendo uso de todas sus fuerzas, giró. Al principio creyó haberlo logrado, pudo dar una media vuelta, quedando boca abajo. Su intención era rodar más, para separarse de su oponente y levantarse. Sin embargo, su contrincante también aprovechó eso, tomando su brazo y torciéndolo, provocándole más dolor en el área recién vulnerada. Mauricio volvió a gritar, mientras su brazo era retorcido contra su espalda. El hombre se montó sobre él y, sujetándolo con una mano, ocupó la otra para sacar algo. Mauricio sintió el pinchazo en el hombro. El dolor fue convirtiéndose en un adormecimiento que rápidamente se extendió por el resto de su cuerpo…

Al despertar, Mauricio se sentía desubicado. Estaba tumbado. Veía las luces del techo de la pizzería. Le deslumbraban un poco, de forma que trató de cubrirse los ojos pero no pudo hacerlo: Sus manos estaban inmóviles. De hecho, su cuerpo se sentía extrañamente inmovilizado en una extraña posición. Alzó el cuello y pudo ver de qué se trataba. Estaba en cueros sobre la gran mesa en la que preparaban las pizzas. Sus brazos estaban inmovilizados con cuerdas a la mesa y sus tobillos estaban atados al techo, de forma que sus piernas casi colgaban del mismo. Intentó gritar pero estaba amordazado. En ese momento, frente a él aparecieron 4 hombres, todos desnudos. Él ya conocía a tres de ellos: Takeo, el japonés, Raúl, el velludo y también el rubio con el que había forcejeado. El cuarto era un hombre de unos treinta y tantos años, moreno y de grandes hombros de levantador de pesas. Los cuatro lo ven con una sonrisa en el rostro, como lobos contemplando a una oveja indefensa, dispuestos a devorarlo. Mauricio contempló con ojos desorbitados a cada uno de ellos, fijando la mirada especialmente en esas 4 vergas bien erguidas que parecían apuntar a su culo desnudo.

“¿Nos extrañaste, muchacho?” dijo Raúl “Nos enteramos de que has estado molestando a uno de nuestras chicos. Es una pena, porque ahora tendremos que darte un tratamiento especial, ¿no es así, Víctor?” dijo, refiriéndose al latino moreno.

“Así es. Te tenemos preparada una noche que jamás olvidarás. ¿Ves esto?” dijo, mostrándole un objeto entre los dedos. Era una especie de esfera ovalada y semitransparente. Tardó en darse cuenta que se trataba de un supositorio. “Esta es una píldora especial para ti. Tiene una sustancia sensibilizadora. Una vez que te lo pongamos, tu culito se volverá muy muy sensible, y sobre todo, muy deseoso de vergas”

Víctor se acercó a Mauricio y, con lentitud deliberada, introdujo el supositorio en su ano. Mauricio sintió la esfera penetrar en su interior, disolviéndose y calentándolo, como un preludio a la excitación que le habían advertido. Mientras esperaban a que hiciera efecto, los cuatro hombres se masturbaban lentamente, para mantener sus vergas bien duras. El rubio que lo había atrapado, que por cierto se llamaba Sergei, estaba a su lado y acariciaba muy suavemente uno de sus pezones. Mauricio sintió un cosquilleo que, lejos de disminuir, fue extendiéndose por su pecho y convirtiéndose en un cierto placer. Sergei fue bajando la mano, pasando por los firmes abdominales y bajando por el vientre. Su suave mano empezaba a crear estragos en las sensaciones de Mauricio, que ya sentía escalofríos por todo el cuerpo. Sergei llegó hasta la entrepierna del chico, y usó dos dedos para bordear su verga, acariciando la sensible área entre los testículos y los muslos. Fue entonces cuando Mauricio se dio cuenta con horror que lo habían depilado nuevamente y, peor aún, que su verga estaba tremendamente dura. Jadeante, podía ver y sentir la mano de Sergei recorrer su falo cuan largo era, deteniéndose tortuosamente en la cabeza, frotándola y presionando su base, como exprimiendo su abundante jugo preseminal y arrancando murmullos de placer al amordazado Mauricio, quien se debatía en medio de esa tortura sexual, sabiendo, sin embargo, que esa excitación era forzada, que lo habían obligado a sentir esa lujuria, ese fuego a base de estimulación química. Por eso mismo, no se sentía tan culpable como en ocasiones anteriores, donde era su propio cuerpo quien lo traicionaba. Y por eso mismo, es que una parte de su consciencia se permitía gozar sin preocuparse, asumiendo que lo obligaban. Si, lo obligaban a disfrutar de la excelente paja que el rubio le estaba haciendo. Y por ello, gemía de éxtasis, aún amordazado.

Mientras Sergei lo masturbaba, los otros seguían jalándose a sí mismos, pero pronto Raúl tomó la iniciativa. Se acercó y siguió trabajando los pezones de Mauricio, que ya estaban duros como rocas. Acercó el rostro y empezó a pasar la lengua por encima del botón derecho, estimulando más al chico.

“Miren, parece que le gusta, muchachos. Está bien lubricado” dijo Sergei, mostrando su mano, completamente mojada.

“No lo desperdicies, si es lubricante, ponlo donde haya que lubricar” dijo Víctor sonriendo. Sergei también rió y empezó a untar el precum de Mauricio a la entrada de su propio culo.

“No creo que eso sea suficiente, hay que lubricar más, dijo Takeo y acto seguido se arrodilló frente al expuesto trasero de Mauricio y empezó a lamerlo con gula. “Umm, este chico tiene un culo delicioso”

“Si, y además aderezado con su propio precum” comentó Víctor.

Mauricio ya estaba demasiado abrumado por las sensaciones de placer, mientras su culo, su verga y sus pezones eran atacados sin piedad, estimulados al límite. Sintió un cosquilleo interno, preludio a la eyaculación. Un par de pequeñas contracciones en su pelvis lo confirmaron. Sin embargo, Sergei debió sentirlas, ya que dijo

“Vaya, el cachorro ya quiere correrse. Lo siento chico, pero no serás tú quien decida eso” dijo, dejando de frotar.

“Ponle esto para que no nos salga con sorpresas” dijo Víctor, mostrando un par de pinzas muy pequeñas con un diseño muy peculiar.

Sergei las tomó y con dos dedos empezó a palpar el escroto de Mauricio. Finalmente, encontró lo que buscaba. Mauricio podía sentirlo también, el delgado tubo que unía uno de sus testículos con el pene. Sergei colocó la pinza hábilmente, cerrándolo. Mauricio sintió un dolor en el sitio, seguido de una sensación de adormecimiento. Tras acabar con uno, Sergei busco el otro conducto y lo selló de forma similar.

“Ya está, con esto, no saldrá nada de semen hasta que queramos” dijo Sergei satisfecho.

“Este hoyo está listo” anunció Takeo. “¿Quién quiere ser el primero?”

“Yo creo que debe ser Sergei. Él fue quien se tomó el trabajo de preparar al chico hoy.”

“Gracias, pero no creo que sea buena idea. Este chico todavía está muy nuevo y si empiezo yo, quizá lo dilate demasiado para ustedes” dijo Sergei, haciendo alusión a su grueso falo.

“En ese caso empezaré yo” dijo Víctor “Yo todavía no lo he probado”

Takeo dejo de lamer el orificio de Mauricio y Víctor tomó su lugar.

“Nadie me lo ha chupado aún. ¿Estás seguro que está bien lubricado, Takeo?”

“Está excelente. Mira, está tan caliente que solito se relaja” dijo, tocando con un dedo el borde del ano de Mauricio, quien al instante gimió. El esfínter se contrajo, invitando a ser penetrado.

“Este chico está que arde, se nota que se muere de verga” dijo Víctor. Se colocó en posición y sin más preámbulos empezó a insertar su largo y venoso falo en el suave y caliente culito del chico, quien lo recibió con ansia, tragándoselo entero. “Wow, definitivamente tiene hambre. Se lo comió de un bocado”

Mauricio pudo sentir el duro intruso en su interior, frotando y abriendo sus calientes entrañas. Recordó los extraños sueños que había tenido y llegó a la conclusión de que la realidad era mucho más dura y… placentera. Cerró los ojos y se entregó a disfrutar de ser cogido como nunca antes pensó que nadie lo haría.

La noche pasó y Mauricio vivió en carne propia ser el objeto sexual de los 4 machos. Apenas y distinguía entre la larga verga de Takeo, el grueso fierro de Sergei, el vigoroso falo de Raúl y el hábil pene de Víctor. Él los recibía a todos con voracidad, ansioso de tenerlos dentro, llenando su culo con verga. Entretanto, la suya también estaba bien erguida, derramando abundante precum y brillando a la luz de las lámparas.

Ya era entrada la noche cuando los hombres decidieron tomar un descanso. Aunque no sería largo. Ninguno de ellos se había venido aún, pues todavía tenían sorpresas para Mauricio. Este por su parte, estaba tan excitado y además adormilado, ya que era bastante tarde y estaba cansado, que lo tenían bastante dócil.

“Tengo hambre. Comamos una de estas pizzas, va?” propuso Raúl.

“¿Pero qué hacemos con el muchacho?

“Que también descanse un poco, todavía le va a tocar más” dijo Víctor “Pero para que no deje de disfrutar, que tal esto” dijo, tomando un objeto. Todos lo vieron divertidos.

Era un gran trozo de salchicha, del que se usaba para las pizzas. Mediría lo menos unos 3 centímetro de diámetro y era largo y aceitoso. Le colocaron la salchicha en el culo, bien profundo para que no se saliera. Al presionar, exprimieron un poco más su trabajada próstata, provocando la salida de un chorro de precum que voló hasta su abdomen.

Mientras los 4 terminaban su pizza, Mauricio entró en una especie de letargo, debido al cansancio. La salchicha en su culo se movía ligeramente cuando él la presionaba, generando placenteras sensaciones en su interior. En sus sueños, se veía penetrado por una gran verga que le vaciaba semen en cada embestida, tan rápido que pronto su interior estaba lleno de leche y le empezaba a salir por la garganta. Él se desesperaba porque no podía respirar pero al mismo tiempo quería seguir disfrutando de esa colosal verga en su culo.

Un ruido le hizo volver en sí. Los 4 hombres ya habían terminado su cena y lo estaban desatando. Se habían convencido de que ya no pelearía o trataría de escapar y así era. En cuestión de horas, Mauricio había sido domesticado y transformado en un receptáculo devorador de vergas. Lo hicieron arrodillarse en una de las sillas del restaurante, recargado en el respaldo. Esta vez, mientras uno lo penetraba, otra jugosa verga ocuparía su boca. Como en su sueño, muy pronto tanto su culo como su boca estuvieron llenos de semen. Primero fueron Takeo y Sergei, luego Raúl y Víctor, quienes depositaron su simiente en los hambrientos orificios de Mauricio. Luego, cambiaron turnos y siguieron penetrándolo por el culo o por la boca a placer. Mauricio se sentía explotar de placer. Incluso sus huevos parecían hinchados, impedidos de liberar su carga. En cambio, su verga seguía sacando precum abundantemente, generando un pequeño charco en el piso. ¿Cuántas veces lo cogieron? Perdió la cuenta. Sólo tenía cabeza para sentir cada falo perforando su boca y su trasero. Así siguió hasta que el cansancio le hizo volver a dormirse.

Cuando despertó, estaba tendido, todavía desnudo, en el piso de la pizzería. Se incorporó algo entumido. Miró a su alrededor. Las sillas estaban puestas sobre las mesas. Caminó hacia la zona detrás del mostrador. Todavía estaba confuso. Le dolían las piernas y la cadera. Notó algo que escurría de su trasero y en la boca sentía un sabor salado y acre. Entonces vio que había algo en la mesa, la misma donde lo habían sodomizado. Era una cámara de video, la misma que él había usado para filmar a Álex y Fabio y que Álex le había robado en los vestidores. La levantó y miró el video que estaba grabado. Naturalmente, era la grabación de la noche anterior, donde se veía con todo detalle lo que había pasado. Con ello pudo recordar los sucesos de la noche: El rubio, la pelea, los hombres que lo ataban, las vergas, la salchicha en su culo… Junto a la cámara había una nota y algo más. La nota decía:

“Te dejamos esto de regalo. Nos has dado una excelente noche y tú también has disfrutado. No lo podrás negar. A partir de ahora, quedamos a mano nosotros y tú. No nos busques más ni intentes crearnos problemas o te volveremos a dar una lección.

P.D. Si en verdad quieres gozar, todavía tienes los efectos de la pastilla que te dimos. Prueba la salchicha en tu culo y verás que no te arrepientes.”

Mauricio terminó de leer y vio lo que quedaba en la mesa: Era la misma salchicha que habían usado en su culo. Por su mente pasaban mil ideas y sentimientos. Se sentía humillado, se decía, abusado nuevamente. Pero también se sentía ansioso. A diferencia de otras veces, no se sentía culpable. De cierta manera, se decía, el placer que había sentido no era culpa suya, sino del afrodisiaco que le habían dado. Y si… si lo había disfrutado, reconocía una parte de él. La misma parte que ahora tomaba la salchicha. La miró. Era grande y lustrosa. Todavía podía sentirla en su culo, frotando y presionando. Se dio cuenta de que su verga estaba dura. Su cuerpo se movía casi por voluntad propia, ajeno a los gritos de la parte de su consciencia que le advertían detenerse. La mano dirigió la salchicha a su culo, todavía lubricado con el semen de 4 machos. Con decisión, la introdujo lentamente en su orificio, sintiendo un escalofrío placentero, conteniendo la respiración. Una vez la tuvo dentro, lanzó un gemido de alivio. Empezó a mover el objeto, reviviendo las mismas oleadas de placer en su interior. Su respiración y el ritmo aumentaron. Empezó a dar voces, moviendo la salchicha cada vez más rápido. De pronto, sin previo aviso, una avalancha de semen salió de su verga. Sus huevos se contraían agresivamente, descargando su contenido, una leche blanca y muy muy espesa pero abundante, que se derramaba sin pausa desde su verga enrojecida. Mauricio gemía de placer y hasta de dolor, debido a la fuerza de orgasmo. Pasó casi 40 segundos eyaculando sin pausa, pero necesitó casi 5 para poder recuperarse. Se retiró la salchicha del culo. Estaba llena de fluidos, blancos y con un olor a macho. Todavía agitado, Mauricio miró la salchicha y, sin contemplaciones, se la metió a la boca y se la comió a mordidas. Una vez acabó, se sentó en la mesa, algo confundido. Como si hubiera tenido un ataque de locura, ahora parecía que volvía a la realidad. ¿Qué debía hacer ahora? No lo sabía. Luego de un rato, se puso de pie. Lo primero era ordenar el lugar. Ya eran las 8 de la mañana. La pizzería habría a las 10. Los otros empleados llegarían en menos de una hora. Obviamente nadie debía saber lo que había pasado ahí. Se puso de pie y buscó su ropa. Luego empezó a limpiar…

Durante los días siguientes, Mauricio no pudo conciliar el sueño. Cada noche, la escena en la pizzería volvía a su mente y no le quedaba más remedio que revisar la grabación y masturbarse mientras veía como los 4 hombres lo penetraban de culo y boca. Como ocurriera con la primera grabación, mientras más la veía, menos resentimiento y furia sentía. Ahora lo veía como una necesidad, recordar su abuso. Finalmente, tuvo que aceptar que si le gustaba lo que veía y lo que sentía. ¿Pero qué podía hacer?

Tres semanas después, alguien llamó al restaurante, solicitando una pizza. Mauricio recibió la orden. Al verla, su corazón dio un brinco. Era la misma dirección donde hace varios meses había entregado una pizza por error. Al llegar al edificio, tocó el timbre. Un muchacho moreno y delgado abrió la puerta. Lo miró amistosamente. Le pagó.

“Gracias, ya puedes irte”

“este…”

“¿Qué pasa? ¿Quieres propina?” dijo, dándole un billete doblado

“No es eso… hay algo más” dijo Mauricio, tomando el billete

“¿Qué quieres?” dijo el moreno, fingiendo no entender

“No… olvídalo. Disculpa”

Mauricio se dio la vuelta y se fue. Al llegar a la motocicleta, desenrolló el billete y vio que dentro había otra nota. La leyó, y el color se le fue de la cara.

“Hola, chico. Gracias por la pizza, seguro estará deliciosa. Tenemos algo que confesarte. La píldora que te dimos la última vez no es un afrodisiaco. No tiene ningún efecto. Lo que sentiste fue totalmente tu propias sensaciones. Ya no podrás negar que te gusta lo que te hicimos y nosotros también lo hemos pensado. Si quieres venir a compartir una rebanada de pizza, ahora es el momento”

Mauricio meditó las palabras y su significado. ¿Era entonces que él había disfrutado todo por su cuenta? ¿Las cogidas, las vergas en su culo, los orgasmos? ¿Todo era real? No podía creerlo. Se sintió engañado y asustado. Asustado porque se daba cuenta que sería imposible ignorar lo sucedido. Lo habían convertido en un puto. En un maricón que pedía verga en el culo y que chupaba falos, que comía el semen de sus dueños. Volteó a ver la puerta de la casa. Estaba cerrada pero sabía que si llamaba, sería bienvenido. Como decía la nota, ese era el momento. Si subía en su moto, se iría y nunca más volvería. Si no…

Pasó un minuto. Mauricio se había montado en la moto pero no había arrancado. Respiraba con rapidez, la cabeza le daba vueltas. Finalmente, exclamó:

“Maldita sea” agitando la cabeza con enojo.

Y sin prisas, bajó de la moto, caminó hacia la casa y tocó el timbre nuevamente. Le abrieron

“Creo que… creo que me gustaría algo de pizza” dijo, lamiéndose los labios…

Así acaba esta serie. Espero que les haya gustado Críticas y comentarios, a rauttha@hotmail.com . Por favor, escriban que vienen de todorelatos.com en el asunto. Por favor, lean este y mis otros relatos y ojalá les gusten también.