El repartidor de pizza 1.0 Dirección equivocada

Mauricio nunca sospechó que un error lo convertiría en presa de un grupo orgíastico de machos en celo, que abusarían de él y lo conducirían a un nuevo horizonte sexual.

Dirección equivocada

Mauricio aceleró apenas el semáforo cambió a verde. El motor de la motocicleta rugió mientras salía disparado a las calles, rodeado por luces de neón. Eran las 9 de una noche sofocante de verano pero la ciudad estaba tan despierta como siempre. Especialmente ese día. Muchos se dirigían a los bares y restaurantes para ver el partido de futbol de la selección nacional, que jugaría el campeonato en un país al otro lado del mundo. Mauricio no era particularmente asiduo al soccer, de forma que perderse el juego no era tanto fastidio para él como para sus compañeros de trabajo, repartidores de pizza como él.

Dadas las condiciones, no era raro que hubiera tantos pedidos. Aquellos que no iban a los restaurantes eran los que se reunían en sus casas, cerveza y botanas al hombro. Una pizza gigante con salami y salchicha era el plato ideal.

Mauricio se detuvo para revisar su mapa a la luz de las pantallas de televisión que se veían en el aparador de una tienda de electrónicos. Ya había entregado en 4 lugares diferentes y ahora sólo tenía un pedido más. Pero el barrio donde estaba era uno de esos vecindarios viejos con calles retorcidas y confusas, cuya numeración brincaba sin ton ni son. Luego de un momento de reflexión, decidió que la dirección era en esa calle privada donde los automóviles no tenían acceso. Tomando la pizza de la cajuela trasera, se dirigió al sitio. Los anuncios de neón, fueron disminuyendo conforme los comercios iban escaseando. La visibilidad disminuyó, limitada a las luminarias que colgaban de su poste cada cierto trecho. Tampoco había mucha gente. O nadie, por mejor decir. Buscó con la mirada el número 24. Luego de un rato encontró el 14, luego el 16 y después, para su desconcierto, el 31. Pero el siguiente número era el 20 y luego el 22, por lo que, razonó él, las probabilidades indicaban que la siguiente casa era el 24. Se paró frente a la puerta y llamó, sin reparar en la pequeña placa colocada en un oscuro rincón que decía 58.

Se oyeron algunos pasos y Mauricio pudo adivinar por el ruido que alguien se había parado tras la puerta y que quizá lo miraba a través de la mirilla. Escuchó un susurro, voces que sonaban sordas tras la puerta. Escuchó más pasos, que se detenían y se iban. Luego hubo silencio. Mauricio sabía que alguien seguía ahí, ya que adivinaba una sombra que se filtraba por el dintel. Como no hubiera respuesta, Mauricio volvió a llamar. Nuevamente silencio. Se disponía a intentar por tercera vez cuando la puerta se abrió.

Un muchacho de unos 20 o 21 años apareció. Su piel morena como la canela contrastaba bajo la pálida luz de las lámparas con la camiseta de tirantes blanca que llevaba, exhibiendo sus brazos afibrados y sus hombros cuadrados. También vestía unas bermudas flojas y sandalias.

“Entrega para el 24 de la calle 546. Una pizza gigante de salchicha con salami” dijo Mauricio, mecánicamente, junto con la cuenta.

“Si, aquí es” dijo el muchacho. “Pasa, iré por el dinero” continuó, dejando la puerta abierta y entrando. Mauricio lo siguió.

Dentro, no había luz en el vestíbulo pero con la poca iluminación que se colaba desde fuera, Mauricio pudo divisar una escalera que subía al segundo piso frente a él y a mano izquierda, un pasillo por donde el chico se había esfumado. Junto a la puerta había una mesa. Mauricio colocó la pizza ahí y esperó. La quietud de la noche hizo que Mauricio se sintiera un poco aprensivo. No tenía miedo ni creía en fantasmas ni esas cosas pero estar en silencio y en semioscuridad tampoco era precisamente placentero. Como pasaran un par de minutos y el muchacho no volviera, Mauricio lo llamó.

“Ey, ¿está todo bien?”

No obtuvo respuesta. Luego de un momento de duda, Mauricio se encaminó al pasillo oscuro, lentamente. Se asomó y vio una luz al fondo, que se reflejaba en la pared de la izquierda, denotando una puerta a la derecha. Se acercó, todavía tanteando, hasta llegar. Se asomó a la habitación, que estaba iluminada por una lámpara de pie pero con una intensidad bastante baja. En un rincón, el muchacho de piel canela parecía buscar algo en un cajón. Mauricio podía verlo de la cintura para arriba pero la parte inferior de su cuerpo quedaba oculta por el respaldo de un gran sofá que se interponía entre ambos.

“Ey, ¿está todo bien?” repitió Mauricio.

El muchacho volteó sin sorprenderse.

“Oh, sí, perdón por hacerte esperar, es que no sabía dónde estaba el dinero. Esta no es mi casa, ¿sabes? Es de mis amigos

“¿Y dónde están ellos?”preguntó Mauricio, con algo de suspicacia

“No tardan en regresar, fueron por algunas cosas a la tienda”

Mauricio no se lo creyó del todo, ya que anteriormente había escuchado voces. El muchacho moreno debía estar hablando con alguien más. En cualquier caso, ya se estaba haciendo tarde. Como ya era su último pedido, Mauricio podía irse a casa. Usualmente se quedaba con la moto y regresaba con ella al día siguiente a la pizzería. De forma que por ahora, ya quería irse, especialmente de ese lugar oscuro y sospechoso.

“OK, ¿lo encontraste?”

“Si, aquí está. Por cierto, ¿vas a ver el juego?”

“No, no me interesan esas cosas”

“Mira que a mí tampoco me gusta mucho, pero a uno de mis amigos le encanta el soccer y por eso nos reunimos hoy. Aunque a decir verdad, el partido es sólo un pretexto, ¿sabes? Vamos a hacer cosas más divertidas que ver un partido de soccer en la tele. Tú podrías participar. Seguro que te gusta” dijo el muchacho, sonriendo y extendiéndole unos billetes. “Quédate con el cambio”

Quizá fuera un efecto de la luz pero en ese momento a Mauricio le pareció que esa sonrisa tenía un algo malicioso que no le gustó.

“Gracias. Y lo siento, pero no puedo quedarme, tengo que irme” dijo, y se volteó dispuesto a salir, pero se topó con un cuerpo sólido y afelpado. Frente a él se hallaba un hombre alto, mucho más que él, que sólo medía 170 cm. Llevaba el torso desnudo y lo que Mauricio había sentido al chocar con él era el suave y abundante vello que cubría su bien formado pecho y abdomen, tal como empezaba a cubrir su rostro, formando una apuesta barba de tres días.

“¿Cómo? ¿te vas tan pronto?” dijo el velludo. ¿Acaso no lo invitaste a quedarse, Fabio?

Mauricio volteó de nuevo a ver al chico moreno, que dio la vuelta al sillón. Mauricio arqueó las cejas y casi exclama al ver que ese chico de piel canela al que habían llamado Fabio ya no traía puestas las bermudas, sino que iba en cueros, dejando al descubierto su moreno pene. La impresión era mayor por cuanto que aunque no estaba erecto, era bastante grande (aunque el tamaño también era una ilusión debida a que estaba depilado, pensó Mauricio en una parte remota de su mente). En todo caso, verlo así no era para quedarse tranquilo. Algo estaba pasando y lo mejor era salir de ahí cuanto antes, razonó. Pero ya era tarde.

“Pero que chingados…” atinó a decir casi al tiempo que un par de brazos velludos lo atenazaban por detrás. Sintió un objeto cilíndrico grande y duro rozando contra su espalda y no tuvo que voltear (ni podía hacerlo) para constatar que el hombre velludo estaba desnudo y erecto. Empezó a forcejear.

“Suéltame, cabrón… ¿qué te pasa, hijo de puta?...” decía. Aunque él no era ningún debilucho y de hecho tenía buenos músculos como resultado de la práctica constante de la natación, el sorpresivo ataque lo desconcertó. Una nueva voz le hizo ver que había alguien más.

“No te preocupes, chico, te va a gustar” decía.

Mauricio volteó para ver a un hombre de complexión fina pero musculosa con rasgos orientales. También iba semidesnudo, llevando puesto sólo un suspensorio blanco. Llevaba en una mano un trapo y en otra algo que en un instante reconoció como una jeringa. Antes de que pudiera gritar o zafarse del agarre del hombre velludo, el asiático ya estaba junto a él, presionando el trapo en su nariz y boca. Un olor dulzón penetró en su cabeza y en su mente, dándole vértigo y haciéndole perder fuerza. El agarre se hizo más sólido, lo suficiente para que el asiático pudiera agarrarle de la cintura, bajarle un poco el pantalón y clavarle la aguja en el glúteo. Mauricio sintió un líquido frío penetrar en su cuerpo. El asiático retiró el trapo pero antes de que Mauricio pudiera recuperarse con algo de aire fresco, un nuevo sopor pareció invadirle. Era diferente al anterior. Era como una sensación de calma, como un balde de agua fría que caía sobre las brasas ardientes de su furia y de su miedo, liberando humo que nublaba su consciencia, sin dejarlo caer en un desmayo total pero sin dejarle mucho espacio para un mínimo de razonamiento. En su cabeza flotaban las palabras pero no atinaba a decirlas más que como un balbuceo incoherente

“¿Qué me pasa? ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué me hacen?... No! Deténganse, no hagan eso!”, intentó decir, mientras le quitaban la camisa

A su alrededor, además del muchacho moreno, del hombre velludo y del oriental, ahora había otro muchacho, de tez blanca y cabello rubio. Él venía todo desnudo, mostrando su sexo bien depilado y erecto.

Los 4 hombres tomaron a Mauricio, que ya estaba desnudo de la cintura para arriba, por los brazos y piernas y lo llevaron al sofá. Le desataron los zapatos y en un instante lo dejaron en ropa interior. Pudieron habérsela quitado pero para darle más morbo al asunto, usaron unas tijeras para cortarla. Ahora estaba en cueros y a merced de sus captores. Mauricio trataba de defenderse pero su cuerpo no le respondía y sólo atinaba a moverse torpemente. Aún así, conservó suficiente consciencia para ver (y entender) que estaba a punto de ser sodomizado por ese grupo de pervertidos.

Mientras el hombre velludo, al que los otros llamaban Raúl, le sujetaba de las muñecas, manteniéndolas contra el respaldo del sofá, los dos chicos le agarraban una pierna cada uno, abriéndolas. El japonés se había arrodillado frente a Mauricio y le aplicaba abundante espuma en los genitales. Luego, con un rastrillo, lo fue rasurando hasta dejarle la verga y los huevos sin nada de pelo. Después de colocarle una loción hidratante, el oriental acercó su rostro y empezó a lamerle golosamente los recién depilados testículos. Pasó su lengua entre los pliegues del escroto, entre los huevos y los muslos y por encima de su verga. Mauricio sentía el cosquilleo que la lengua le provocaba, una sensación que le provocó un escalofrío que sólo podía ser placer, aunque en su mente se negó a reconocer que la lengua de un hombre le diera ningún tipo de satisfacción.

La cosa no paró ahí. Muy a su pesar, la diestra lengua del japonés había conseguido que su verga se pusiera dura, con lo cual empezó a chupárselo, casi besándolo, llenándolo de saliva y luego tragándosela completamente. Mauricio sintió más escalofríos de placer y no pudo evitar contraer el cuello hacia atrás, entrecerrando los ojos y emitiendo un leve gemido.

“Parece que le gusta lo que haces, Take” dijo Raúl.

El oriental tenía la boca demasiado ocupada para responder, de forma que sólo asintió con la cabeza.

La visión del japonés mamando a Mauricio era decididamente erótica para los dos muchachos que sujetaban sus piernas. Ya que los efectos de la droga, lejos de disminuir, habían aumentado, reduciendo las fuerzas de Mauricio a su mínimo, los chicos apenas lo sujetaban con una mano mientras que con la otra se frotaban sus respectivos miembros. Un poco después sin embargo, se dieron cuenta que Raúl también necesitaba algo de diversión por lo que el grupo cambió de posición: Voltearon a Mauricio, obligándolo a arrodillarse en el sofá, recargando el pecho en el respaldo. En esa postura, Raúl podía seguir agarrando sus muñecas pero ahora su verga quedaba lista para penetrar la boca del muchacho. Mauricio sintió el tacto de un glande esponjoso y húmedo debido al abundante precum que salía de su punta. Raúl presionó, obligando al chico a recibir el duro miembro en su cavidad bucal. Era la primera vez que su boca era invadida por un falo. Raúl empezó a mover la cadera para bombear al chico.

Por su parte, ya que ahora Takeo no podía chupar su falo, decidió comerle el culo. Uso ambas manos para separar los glúteos del muchacho, exponiendo su agujero secreto, rodeado por un anillo de vellos negros. Takeo hizo una mueca. No le gustaban los anos velludos. Tomó de nueva cuenta el bote de espuma, se hincó frente al culo de Mauricio y se dedicó a rasurarlo como antes había rasurado su verga y huevos. En esa posición a cuatro patas, Takeo exhibía su propio culo, enmarcado por el resorte del suspensorio, una invitación para ser degustado. Fabio y Alex, que así se llamaba el muchacho rubio, se miraron mutuamente, sabiendo que tenían la misma idea.

“¿Tú o yo?” preguntó Fabio.

“Déjame a Takeo y tú házmelo a mí” pidió Álex, Fabio aceptó.

Álex se arrodilló, casi como postrándose ante el ano del oriental, dispuesto a adorarlo con su lengua, mientras Fabio hacía lo mismo detrás de él. Takeo sintió la húmeda lengua de Álex rozar su culo y una sonrisa de placer se dibujó en su rostro. A su vez, el orificio de Álex era degustado por el voraz Fabio. Pronto le tocó el turno a Mauricio, cuando Takeo terminó de eliminar su vello, exponiendo un agujero rosado y fruncido, jamás hollado por lengua alguna hasta ese día. En su semiinconsciencia, Mauricio advirtió el tacto viscoso y húmedo de la lengua del japonés atacando su culo y de nuevo su orgullo heterosexual le hizo tratar de defenderse. Era inútil, ya que Raúl lo tenía firmemente sujeto. Tanto su culo como su boca estaban siendo ultrajados pero no podía hacer nada. Nada excepto sentir, sentir coraje y humillación, sentir impotencia, por supuesto. Pero también… ¿placer?... Al igual que con su verga, la lengua de Takeo hacía maravillas en su culo, despertando sensaciones que Mauricio jamás hubiera creído posibles. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué estaba disfrutando la lengua en su culo? No entendía lo que le pasaba pero se daba cuenta que, muy a su pesar, le estaba gustando.

La orgía prosiguió. Mauricio dio un respingo cuando Takeo dejó de usar la boca para empezar a usar ahora sus dedos. El oriental le introdujo el dedo índice de golpe y sin rodeos. Mauricio emitió un quejido de dolor sordo, apagado por la gran verga de Raúl en su boca. Takeo empezó a mover su dedo hábilmente, trazando círculos en el interior del recién penetrado culo de Mauricio. Pronto sustituyó el dedo índice por su largo dedo medio, con el cual empezó a rascar diestramente cierta zona secreta de la anatomía de Mauricio, quien respondió a la intromisión con un temblor de éxtasis por todo su cuerpo.

Como Raúl ya hubiera tenido suficiente diversión con la boca del repartidor de pizza, decidió aprovechar la lubricación de su saliva. Por si acaso, tomó un rollo de cinta adhesiva, con la cual ató las muñecas de Mauricio, no fuera a intentar algo, cosa bastante improbable en todo caso. Después de haberlo sometido de este modo, dejándolo con la boca libre para gemir con los dedos de Takeo trabajando su culo, Raúl se colocó al final la fila de hombres desnudos que lamían mutuamente sus anos, detrás de Fabio. Dedicó algunos minutos a lubricar el agujero moreno del chico pero pronto el grupo volvió a cambiar de actividad. Gracias a la lubricación, los orificios de los cuatro hombres, incluyendo Mauricio, estaban como bollos en su punto, listos para ser ensartados. Takeo se incorporó temporalmente para quitarse el suspensorio y luego, para facilitar la penetración, bajó a Mauricio del sofá, forzándolo a colocarse a cuatro en el suelo. Como tenía las manos atadas, al final no pudo conservar el equilibrio, causando que tuviera que bajar su torso y apoyar su rostro contra el suelo, lo cual tuvo como resultado (feliz o no, depende de quién no viera) de levantar su culo hacia Takeo. Este no se hizo esperar. Acercó su cadera al hasta entonces virgen trasero de Mauricio, quien todavía estaba drogado más allá de cualquier posible defensa. En su mente se daba cuenta de lo que pasaba pero a diferencia de antes, el prolongado trabajo de los dedos de Takeo en su interior le había disipado el enojo y la frustración, sustituyéndolo con cierta culpa por saber que estaba disfrutando. Sin embargo, ante la inminente penetración del japonés, Mauricio hizo acopio de sus últimas fuerzas para mantener su hombría, apretando tanto como pudo su esfínter. Trató de quejarse, mientras la larga verga oriental se abría paso pese a sus esfuerzos.

“No… no, por favor… ghhh…detente… no.. no me… penetres… ahh… no… no me cojaaaaas…ahhhh ahhh AAAAAH” dijo débilmente. No bien había acabado cuando Takeo, que ya había introducido su lubricado glande, procedió a empujar con mayor fuerza, dejando ir de golpe. Su dura verga ensartó el culo de Mauricio, golpeando certeramente el punto G del chico, como una flecha a su blanco. Todo el cuerpo de Mauricio se estremeció, mientras su verga, que había estado bien dura todo ese tiempo, dejó escapar un disparo potente de precum como resultado del intenso ataque a su próstata y a su cavidad anal. El precum no salió solo. Un fuerte gemido de animal en celo se le escapó de la boca. Takeo sonrió, satisfecho de comprobar que su trabajo previo había dado el resultado acostumbrado. Tomó a Mauricio por la cadera y empezó a bombearlo con rapidez.

Por su parte, Álex seguía en cuatro patas pero había dejado de lamer a Takeo, ya que la posición de este le impedía alcanzar su culo con la lengua. Sin embargo, Álex tenía su atención en otra cosa: La verga venosa y babeante de su amigo Fabio, que ya se internaba en su recto, inexorable y poderosa. Los gemidos de Álex se sumaron a los de Mauricio, conforme ambos eran penetrados. Un instante después, Fabio también se les unió, ya que Raúl, a diferencia de Álex, no desistió en introducir su duro y caliente fierro en el cálido culo del moreno, quien, aprisionado entre Raúl y Álex, gemía como demente, sin saber si disfrutaba más la estrechez de Álex en su verga o la de Fabio taladrándolo.

Ahora todos estaban gozando y quizá la fiesta pudo haber continuado y terminado así, pero la noche aún era joven y los 4 anfitriones aún parecían dispuestos a deleitar a su inesperado e involuntario huésped, cuyo ano, ya dilatado, seguía recibiendo lascivamente al diestro oriental. Mauricio se sentía sucio, ultrajado. Esto no debía haber pasado, se decía. Pero no podía engañarse, una parte de él, la que Takeo perforaba en su cuerpo y en su consciencia, estaba más que contenta de haberse equivocado de dirección…

Así inicia esta nueva serie, que continúa con algunos de los mismos personajes de la serie anterior, titulada “El hospital” y publicada en este mismo sitio. Para los que no la hayan leído, les recomiendo que lo hagan para que entiendan más sobre Álex y sus amigos. Comentarios y sugerencias son bienvenidos en la dirección rauttha@hotmail.com (pongan como asunto “Relatos” o algo más pero por favor, no lo dejen sin asunto o será eliminado automáticamente)