El renacimiento de Julia. Capítulo 20.

Más allá del límite. Contiene sexo en grupo, dolor y humillación.

Más allá del límite

La espera fue muy larga. Nos mecimos durante lo que me parecieron horas. Mi cuerpo estaba cubierto de sudor frío y la sed me atormentaba desde hacía mucho rato. Mis brazos y mis piernas, así como mi espalda, estaban muy doloridos debido al mantenimiento de la misma postura durante tanto tiempo y al esfuerzo de mantenerse en movimiento, meciéndose sin cesar.

Pero eso no era nada en comparación con el infierno que se había desatado en nuestras partes más sensibles. En realidad, estaban muy entumecidas y por lo tanto menos sensibles pero los continuos tirones debidos a nuestro incesante balanceo los torturaba de una manera tan cruel que nos ardían.

Lo más desesperante era que éramos nosotras mismas quienes nos torturábamos con nuestro incesante balanceo. Me preguntaba si esto lo había inventado nuestro Amo y ese pensamiento me humedecía la vagina. ¿Qué clase de persona era yo? ¿A qué clase de persona le excita la habilidad de su torturador?

Y aún peor, ¿cómo podía ser que mi principal preocupación fuera no poder mantener el ritmo de mi hija y desfallecer antes que ella?. La eterna competición entre mujeres, suponía yo, pero creo que eso no hablaba muy bien de mi.

El Príncipe había estado todo el tiempo sentado en su butaca y lo único que había hecho era observarnos y fumar varios cigarrillos. Me preguntaba que pasaría por su cabeza en esos momentos, mientras observaba a dos mujeres, madre e hija además, martirizándose a sí mismas tan solo porque él se lo había ordenado. Yo, íntimamente, deseaba que sintiera orgullo.

Mientras seguía concentrada en seguir el ritmo de Claudia, sonaron unos golpes en la puerta.

— Adelante — dijo el Príncipe.

Entró Waleed seguido de los socios españoles del Amo. Estos se quedaron petrificados con el espectáculo que ofrecíamos. Y más sorprendidos se quedaron cuando vieron que las pesas que oscilaban debajo de nosotros estaban firmemente sujetas por unas pinzas en forma de cabeza de cocodrilo rematadas por cuatro colmillos que atravesaban nuestra carne.

— Recordáis que os dije que estás mujeres eran unas degeneradas y que su lujuria no tenía límite. Pues finalmente he conseguido disciplinarlas por completo. Ahora son hembras realmente entregadas al hombre, entregadas a la satisfacción del hombre y no a la suya propia. Os he pedido que vengáis para que me ayudéis a ponerlas a prueba.

— Pero, Talal, ¿Que les has hecho? ¿Ellas han consentido esto? — dijo Jorge con un poco de temor en la voz.

Era lógico, en el país del Príncipe todo esto sería legal, pues por lo visto no había otra ley que la de los que mandaban, pero en este país, lo que había hecho era claramente un delito si no era libremente consentido por nosotras. Intuí que debía ser abogado y quería asegurarse de que no se iba a comprometer.

— Desde luego, como te he dicho, están completamente entregadas al hombre y consienten y de hecho, como ves, cooperan. Les podemos preguntar pero no pueden hablar.

Se pusieron frente a nosotras y el Príncipe nos preguntó.

— Mis palomas, ¿ Habéis consentido libremente todo lo que ha pasado aquí hoy?

No podíamos hablar pero las dos asentimos con la mirada mientras seguíamos balanceándonos sin cesar.

— Creo que lo mejor será que las bajemos abajo y la uséis en el salón. Además de que hay más espacio tiene el añadido de que las puede ver el servicio y a través de los ventanales los jardineros y su propio chófer. Será más humillante para ellas que su entrega sea tan pública.

— ¿Llevan mucho rato balanceándose así? — preguntó Jorge.

—Pues llevan casi tres horas. Habéis tardado mucho — contestó el Príncipe.

Casi tres horas, con razón me sentía tan machacada.

— Palomas, dejad de meceos.

Con un alivio infinito dejamos de impulsarnos y poco a poco fuimos parando, aunque las pesas seguían balanceándose. Parecía que aquello nunca iba a terminar. El Amo se acercó a mí y me retiró las pesas. El alivio que note fue infinito. Los cocodrilos seguían mordiendo pero verme libre del tirón de las pesas se me antojaba como estar en el cielo. Después se las retiró a Claudia que suspiró con alivio.

Waleed me liberó de las restricciones, soltó de alguna manera el travesaño superior para pasar las cadenillas y me ayudó a levantarme, pues las piernas no me sostenían. Las tenía completamente entumecidas pero poco a poco me fui recuperando y pude sostenerme en pie yo sola. Waleed entonces liberó a Claudia y la ayudó a incorporarse. Como yo, en pocos momentos fue capaz de sostenerse en pie.

Nuestros pezones y nuestras lenguas tenían un aspecto atroz, muy inflamadas y con pequeños rastros de sangre y el clítoris estaba igual o peor. Pero había algo muy erótico en Claudia, a pesar de estar maltrecha, desprendía una especie de aura sexual,un atractivo animal.

Waleed nos ofreció agua y bebimos largamente aunque era muy incómodo hacerlo con nuestras doloridas lenguas que colgaban fuera de nuestras bocas de una manera un tanto grotesca.

— Bajad todos al salón y esperadnos allí — ordenó el Príncipe.

Una vez a solas se dirigió a nosotras.

— Estoy muy orgulloso de vosotras. Habéis colmado mis expectativas. Os queda un último esfuerzo y no quiero engañaros, os vamos a llevar al límite, quizá un poco más allá. Estoy seguro de que sabréis comportaros. Ahora bajaremos juntos. Vosotras iréis una a cada lado, en la misma posición en la que los habéis balanceado, Claudia a mi izquierda y Julia a mi derecha. Bajareis a cuatro patas y os contonearéis como las zorras que sois.

Yo ya sabía el protocolo, pues era mi segunda vez, así que me arrodillé a la derecha del Amo y me puse a cuatro patas, con las cadenillas colgando por debajo de mi cuerpo. Claudia me imitó situándose a la derecha del Príncipe. Éste inició la marcha y nosotras le secundamos contoneándonos como dos auténticas furcias. La verdad es que sabía que íbamos al martirio pero aquello me excitaba y mucho.

Hicimos una entrada triunfal en el salón y me di cuenta de que los socios del Amo estaban muy excitados.

— Son vuestras, espero que las llevéis al límite y que las sometáis al máximo. Quiero poner a prueba su sumisión al hombre.

El Príncipe se sentó a observar y nosotras seguimos avanzando a gatas hacia los socios. Cuando llegamos a ellos empezamos a quitarles los zapatos, los pantalones y los calzoncillos mientras ellos se quitaban chaquetas y camisas. Sus miembros ya estaban erectos y a pesar del dolor de nuestras lenguas nos introdujimos los penes de Carlos y Alberto en la boca mientras yo pajeaba a Jorge con mi mano derecha. Con nuestras lenguas colgando casi un palmo fuera de la boca nos introdujimos sus pollas hasta el fondo y las mantuvimos ahí. Yo mientras masturbaba a Jorge con lentos movimientos de mi mano.

Pero a ellos lo que le apetecía era ver qué nos habían hecho los cocodrilos, así que rápidamente nos hicieron levantar y nosotras obedecimos sumisas. Se pusieron a tironear y agitar los cocodrilos, especialmente los de nuestros clítoris, haciéndonos gemir de dolor. Nosotras procurábamos facilitarles la labor ofreciéndonos a sus manipulaciones. De repente, Jorge tomó el cocodrilo de mi lengua y bruscamente lo abrió.

— ¡Aaaaaaaaargghhh!

El dolor que producía el retorno de la sangre a los tejidos que antes había tenido casi vedados era exquisito. Era como si te clavaran mil agujas al rojo. El dolor llegaba en oleadas siguiendo el ritmo de los latidos del corazón y no cedía fácilmente. Además, mi lengua, entumecida, inflamada y dolorida era incapaz de volver al interior de la boca y permanecía colgando de mi mandíbula inferior.

Carlos decidió hacer lo mismo con Claudia así que tomando el cocodrilo en su mano lo abrió y liberó la torturada lengua de mi hija.

— Mmmmmmm! Ziiiii!

La muy zorra gemía de placer y se contoneaba ofreciendo sus pechos. Apenas podía hablar pero aun así lo intentaba aunque ceceaba de una manera un tanto infantil. Pensé que el Amo había creado un monstruo y ahora se estaba desatando. Carlos tomó los cocodrilos de sus pezones y los abrió los dos a la vez. Claudia se retorcia como una anguila de una manera tan sensual y perturbadora que todos los presentes, incluida yo, no podíamos sacar nuestra mirada de ella. Su dolor debía ser terrible.

— Mmmmmm! Zi, azi,ziiii!

Yo no tenía claro si era una actuación para agradar a los socios y al Amo o si sus reacciones eran completamente genuinas. Y si no lo sabía yo, que era su madre, ¿cómo lo iban a saber los socios?

Las cadenillas habían quedado colgando del cocodrilo de su clitoris y se balanceaban parcialmente pues la cadenilla que había estado conectada al cocodrilo de su lengua tocaba el suelo. Ella hacía oscilar sus caderas de manera insinuante y las cadenillas se balanceaban de manera hipnótica.

Carlos llevó su mano al cocodrilo restante pero en lugar de abrirlo se limitó a desengancharlo de las cadenillas. Claudia siguió con su sensual baile pero Carlos la cogió del brazo y la llevó hasta el sofá. Hizo que se arrodillara en el borde del asiento apoyando los codos sobre el respaldo y la penetró por la vagina.

El cocodrilo oscilaba con las penetraciones de Carlos, pero Claudia no parecía incómoda. Tampoco me extrañó, había estado casi tres horas soportando eso pero con un peso de al menos un kilo tirando del cocodrilo. Esto le debía parecer un juego de niños.

— ¡Hummmm!! ¡Oooohhh! — gemía mientras Carlos la follaba.

Todos estábamos como hipnotizados observando a Claudia pero Alberto y Jorge decidieron pasar a la acción. Tomaron los cinturones de sus pantalones y se situaron a ambos lados de Claudia. Tomándola de los brazos la hicieron incorporarse más. Ella apoyó la puntas de los pies en el suelo para equilibrarse y sin que le indicarán nada más tomó sus pechos por debajo y los ofreció.

Los dos hombres visiblemente complacidos levantaron sus brazos y descargaron sendos correazos sobre los pechos de Claudia.

— ¡Aaaaaaaahhh! Grazziaz Amoz.

La muy zorra aún les agradecía los correazos. Miré hacia el Príncipe y vi en su rostro una sonrisa satisfecha. Una punzada de celos me atravesó el corazón y me determine a demostrarle a mi Amo que yo podría ser tan complaciente como mi hija o más.

Carlos la follaba con grandes golpes de cadera y el cocodrilo saltaba como loco por el impulso de las penetraciones Pero Claudia mantenía impertérrita su posición esperando y ofreciendo sus pechos. Alberto y Jorge volvieron a lanzarle sus azotes.

— ¡Aaaaaaaahhh! Grazzias Amoz — repitió Claudia.

Observé que de las heridas de los colmillos en sus pezones habían empezado  a manar unos hilillos de sangre que al recibir los azotes habían salpicado en el sofá. Si seguían azotándola las heridas se abrirían más y la cosa se pondría espectacular, lo sabía por experiencia. No eran heridas grandes pero estaban en zonas que sangraban.

Me di cuenta, por experiencia, que Claudia se había situado en un nivel fijo de excitación, lo suficiente para aceptar todo aquello e incluso disfrutarlo, pero no tanto como para perder el control de su cuerpo.

Las correas seguían besando los pechos de Claudia con una periodicidad casi perfecta, pero solo llegaban a la parte superior de sus pechos. Jorge le indicó a Alberto que lanzarán sus golpes horizontalmente en lugar de en vertical. La siguiente andanada alcanzó de pleno los maltrechos pezones.

— ¡Aaaaaaaaargghhh! Uffff! Grazziaz Amoz.

Ahora sí que la habían hecho aullar de dolor, pero no había descompuesto su posición y había seguido agradeciendo el castigo. Siguieron lanzando sus golpes sobre sus pezones y yo veía cómo iban minando su entereza. El dolor debía ser enorme y nadie puede resistir para siempre.

— ¡Aaaaaaaaargghhh! ¡Ooooohhhh! Grazziaz Amoz.

Claudia no cedía en su empeño de entregarse por completo. Pero en ese momento, Carlos tomó el cocodrilo y lo abrió. El dolor que sintió Claudia en su clítoris coincidió con el azote en sus pezones.

— ¡Aaaaaaaaargghhh! ¡Aaaaaaaaargghhh!

Las contracciones de la vagina de Claudia desencadenaron el orgasmo de Carlos y Claudia perdió el sentido y se desmoronó sobre el sofá.

Me acerqué a Claudia y vi que respiraba con normalidad, solo se había desmayado por el dolor y el cansancio acumulado. Jorge le tomó el pulso.

— Está bien, solo es un desvanecimiento. Tu la sustituirás — dijo dirigiéndose a mí.

Me hizo arrodillar y limpiar la polla de Carlos. Mi lengua estaba un poco mejor y ya podía meterla en la boca pero tener que chupar una polla no era lo más indicado en ese momento. Pero no me resistí y sumisamente engullí su miembro y lo dejé perfectamente limpio.

Cuando la saqué de mi boca, Carlos tomó los cocodrilos de mis pezones y los abrió de repente. El dolor pulsante que llegó hasta mis pechos fue terrible pero lo controlé.

— ¡Mmmmmmm! Gracias Amo.

Yo sola me puse en la misma posición en la que había estado Claudia y sujeté mis doloridos pechos ofreciéndolos a su crueldad.

— Alberto, follala tu y que Carlos coja la correa — dijo Jorge.

Alberto se situó detrás de mí y me penetró.

— Zorra, muévete y follate tu misma — me ordenó Alberto.

— Sí Amo.

Yo empecé a moverme metiendo y sacando su miembro de mi vagina mientras mantenía mis pechos ofrecidos. El primer azote llegó hasta mis pezones.

— ¡Mmmmmmm! Gracias Amos.

El dolor era indescriptible. Tras tantas horas con los cocodrilos puestos la sangre que circulaba por ellos era de por sí muy dolorosa, pero el azote directo sobre los pezones era terrible. No sabía cómo Claudia había aguantado tanto y no sabía cuánto iba a poder resistir yo.

Además, no podía dejar de moverme sobre el pene de Alberto para servirlo adecuadamente. Mi sumisión me estaba dejando ebria de pura lujuria. Y me sorprendí deseando el próximo azote.

— ¡Mmmmmmm! Gracias Amos.

El dolor era realmente exquisito y las heridas de mis pezones se habían abierto y sangraban. La sangre había salpicado el sofá uniéndose a la que había salpicado antes de los pechos de Claudia y estaba tomando un aspecto dramático.

— ¡Mmmmmmm! Gracias Amos.

Estaba en ese punto en el que observaba con distancia lo que le hacían a mi cuerpo y me maravillaba que mi cuerpo no se rebelara contra el trato tan brutal que estaba recibiendo.

— ¡Mmmmmmm! Gracias Amos.

— Muévete más rápido — me ordenó Alberto.

— Sí Amo.

Yo aceleré mis movimientos y en el momento en que el siguiente azote cayó sobre mis pezones, Alberto me quitó el cocodrilo del clítoris. El dolor fue enorme y veía luces blancas alrededor de mi cabeza pero de algún modo, cuando note el semen de Alberto inundando mi vagina, me despeje y conseguí mantener mis sentidos.

— ¡Mmmmmmm! Gracias Amos.

Mis pezones ardían y mi clítoris pulsaba dolorosamente pero había aguantado sin desvanecerme y estaba determinada a seguir sirviendo a esos hombres hasta caer muerta.

— ¡Mmmmmmm! Gracias Amos.

Alberto me saco el pene y se apartó pero Carlos y Jorge seguían azotándome.

— ¡Mmmmmmm! Gracias Amos.

Los golpes seguían cayendo y yo obstinadamente seguía agradeciéndolos.

— Está zorra es muy dura de pelar — dijo Jorge —. Vamos a descansar un poco.

Jorge cansado de ese juego decidió que el también me iba a follar. Pero por la boca. Me hizo ponerme de rodillas pero con las piernas muy abiertas y me penetró por la boca. Yo la engullí por completo y él empezó a follarme la garganta.

— Cómo note tus dientes vas a desear no haber nacido — me amenazó —. Prepárate.

Tras decir esto me lanzó un correazo entre mis nalgas. La punta de la correa impacto en mi herido clítoris, que me envió una puñalada de dolor que subió por mi espina dorsal hasta mi cerebro. Se que no es normal, se que soy una degenerada, pero si no hubiera estado controlandome cuidadosamente me hubiera corrido.

La sensación de esperar el dolor preocupándome únicamente de no rozar con mis dientes el pene de mi verdugo y de no defraudar a mi Amo me resultaba embriagadora. Me transportaba a un universo interior, un lugar muy íntimo en el que cualquier sensación acababa convertida en placer. Me sentí invencible.

Jorge siguió follandose mi garganta y lanzándole correazos a mi vulva y mi clítoris, pero yo había tenido el enorme miembro de Vengador en mi boca y me sobraba sitio para el de Jorge. Mi dientes no iban a rozar su pene ni en sueños.

Tras unas pocas embestidas más, se vació en mi garganta. Yo ni siquiera tuve que hacer ningún esfuerzo, me tragué su esperma y permanecí inmóvil, con su pene alojado en mi garganta, hasta que él se retiró.

— Gracias Amo — le agradecí cuando salió de mi boca.

Los tres se habían corrido y se acercaron al Príncipe y a Waleed. Pidieron bebida a un criado y se sentaron a descansar y conversar. Yo me acerqué a Claudia, que ya se había recuperado de su desvanecimiento y había estado observando la última escena desde al lado de uno de los ventanales.

— ¿Estás mejor? — le pregunté.

— Si, no ha sido nada. Creo que me ha bajado la tensión.

— Hay que beber, si no se deshidrata una y se desmaya. Lo digo por experiencia.

— Lo sé, lo sé.

Me acerqué a una mesa auxiliar en la que habían unas botellas de agua en un gran bol con hielo y cogí dos. Claudia y yo las bebimos y cuando se acabaron las volví a dejar en la mesa.

— Sabes que nos van a meter mucha caña, ¿Verdad? — le pregunté a Claudia.

— Claro que lo sé. No te preocupes por mí, te juro que no le voy a fallar al Príncipe.

— Gracias hija.

— No lo hago por ti, lo hago por mi. Ahora te entiendo.

— Gracias de todos modos.

Estuvimos un buen rato esperando junto al ventanal. Era agradable porque el sol de la tarde entraba y nos calentaba pero sin hacerse molesto en ningún momento. Waleed salió del salón y volvió al poco rato con una caja. Se acercaron todos a nosotras y nos hicieron arrodillar. De la caja sacaron una especie de bridas metálicas. Eran anchas, como de dos dedos de anchura y se podían ajustar mediante un tornillo.

Jorge se acercó a mí con una de ellas y me la colocó en la base de mi pecho izquierdo. Hizo girar el tornillo con los dedos hasta que se ajustó a mi pecho y cuando no pudo seguir apretando con los dedos, tomó un destornillador que le tendió Carlos y siguió apretando hasta que mi pecho se convirtió en un globo hinchado y tenso. Mi pezón salía proyectado y las pequeñas heridas de los cocodrilos volvían a sangrar levemente.

Repitió la operación con mi otro pecho y cuando acabó, tomó las partes de la brida que habían quedado sobresaliendo de tornillo hacia arriba y las unió con un tornillo pasante a una pieza metálica terminada en una resistente argolla.

Alberto le había practicado la misma operación a Claudia y sus pechos estaban, al igual que los míos, muy hinchados, como a punto de reventar. Estaban tomando un color rojo oscuro que yo sabía que pronto viraría a morado. Al menos, las heridas habían dejado de sangrar, básicamente porque les llegaba poca sangre. pero eso si, el dolor pulsante en mis pezones no cesaba.

Nos ayudaron a levantarnos y nos hicieron salir al porche de la parte trasera. Los jardineros aún estaban trabajando y Juan estaba junto al coche fumando un pitillo. Todos se quedaron mirándonos y yo me enderecé intentando ofrecer un buen espectáculo. Quería que Juan me viera bella y orgullosa, no asustada ni vencida.

Nos pusieron a cada una en un extremo del porche y yo quedé mirando hacia el coche y hacia Juan. Busqué sus ojos con los míos y a pesar de la distancia lei en ellos una sensación de tristeza y creo que de temor. Me di cuenta de que sufría por mí e intenté mostrarle que estaba serena y que no sentía temor alguno.

Jorge tomó una cuerda y me ató los brazos por detrás, con las muñecas y los codos juntos. En esa posición mis pechos quedaban brutalmente proyectados hacia adelante. Miré hacia Claudia que había recibido el mismo tratamiento y la vi espectacular.

Jorge pasó entonces una cuerda por la argolla que unía las bridas y la amarró sólidamente. Pasó entonces la cuerda por encima de una de las vigas y la tensó.

— Ponte de puntillas — me ordenó.

— Si Amo — Obedecí.

Entonces tensó la cuerda todo lo que pudo, de manera que yo apenas apoyaba los dedos gordos de mis pies y mis pechos soportaban gran parte de mi peso.

— ¡Mmmmmmm! — gemi.

Aseguró bien la cuerda y entonces, con la ayuda de Carlos, me tomaron de los tobillos y me abrieron las piernas hasta el máximo que pudieron. Ahora todo el peso de mi cuerpo pendía de mis torturados pechos y el dolor era exquisito.

— ¡Aaaaaaaaa! — volví a gemir.

Ataron mis pies a ambos lados del porche y quede así colgada totalmente de mis pechos y con las piernas brutalmente abiertas, formando una Y invertida. Mis pies estaban a muy poca distancia del suelo pero no podía apoyarlos. Claudia estaba en la misma posición que yo y sentí un gran orgullo al verla. Estaba bellísima allí colgada y no demostraba dolor ni temor, a pesar de que yo sabía que si que sentía mucho dolor.

Busqué a Juan con la mirada y seguía junto al coche, con aquella tristeza en la mirada y me di cuenta de que su mirada me dolía más que mi torturado cuerpo. Hubiera preferido ver en su mirada lujuria, deseo e incluso crueldad. Juan sufría por mi y eso me hacía sufrir a mi. Me determine a qué iba a soportar lo que me hicieran sin un solo gemido, sin una muestra de debilidad, porque no quería que Juan me viera sufrir.

— Gracias Amo — le dije a Jorge con voz serena.

— Os recuerdo que podéis detener esto en el momento que deseéis. Solo tenéis que pedirlo y os bajaremos — nos dijo Jorge a ambas.

— Gracias Amo — conteste yo— pero solo deseamos complacer a nuestros Amos.

— Guarda tus fuerzas, que las vas a necesitar.

Jorge entró al salón y volvió con unas agujas. Eran tan largas y tan gruesas como las que se usan para hacer punto pero estaban muy afiladas. Comprendí inmediatamente lo que iba a hacer y un escalofrío me recorrió el cuerpo.

— Observa bien lo que voy a hacerle a tu madre porque tú vas a ser la siguiente y recuerda, solo tienes que pedirlo y te librarás.

Se acercó a mí y le pasó las agujas a Carlos, quedándose una. Se puso frente a mí y apoyó la punta en la parte externa de la base de mi pecho izquierdo, junto a la brida metálica.

— Última oportunidad — me dijo Jorge.

— Mi cuerpo está a vuestra disposición.

— Como quieras.

Y tras decir esto, apretó la punta de la aguja y sentí como un cosquilleo cuando atravesó la piel tensa de mi pecho. Sentí a continuación la punta abriéndose paso dolorosamente, centímetro a centímetro, a través de mi carne, hasta que vi como se abultaba la piel en la parte superior de mi pecho y como aparecía la punta de la aguja de forma grotesca. Siguió empujando hasta que la punta asomó unos tres o cuatro centímetros.

El dolor había sido mucho, pues mis pechos estaban muy sensibles, pero sabía que esto solo era al principio y me esforcé en ignorarlo y serenarme.

— Gracias Amo

Jorge tomó otra aguja y la apoyó en la parte interna de la base del pecho y con mano firme lo atravesó hasta que salió por la parte superior externa. Esta aguja me dolió más, no sé si porque sabía lo que me esperaba o porque mi pecho ya estaba dolorido de la anterior.

Ahora tenía dos agujas atravesando mi pecho izquierdo en forma de X y sabía que iban a estar allí bastante tiempo y que el dolor solo iba a ir de mal en peor.

— Gracias Amo.

Me esforzaba por no mostrar mi dolor pero la verdad es que no sabía cuánto tiempo iba a ser capaz. Y aún faltaba el otro pecho.

Jorge repitió toda la operación con el otro pecho y yo se lo volví a agradecer. Mis pechos estaban completamente amoratados y lucían las agujas cruzadas de un modo obsceno. La combinación de la presión de soportar todo mi peso, más el efecto de las agujas tenían mis pechos en llamas, pero yo seguía impertérrita, con la mirada serena y clara.

Vi que los jardineros miraban con la boca abierta, sin recordar que estaban allí para cuidar del jardín y  que Juan seguía plantado junto al coche sin apartar la vista de mi. De repente, me di cuenta de que estaba completamente tensa, con todos mis músculos contraídos a causa del dolor y de inmediato me esforcé en relajar los músculos y dejar que mi cuerpo colgara mansamente de mis pechos. La verdad es que noté un pequeño alivio e incluso sonreí levemente a Juan, que continuó mirándome sin cambiar la expresión de tristeza de sus ojos.

Claudia me miraba con preocupación pero yo le dirigí una leve sonrisa para tranquilizarla y reconfortarla. Yo sabía que mi Claudia iba a tener que pasar por el mismo trance y eso me angustiaba un poco. Me hubiera gustado hablarle pero pensé que no debía hacerlo sin permiso.

Jorge se acercó a Claudia y le mostró una aguja.

— ¿Tienes algo que decir? — preguntó Jorge.

— Sí Amo.

— Ya sabía yo que al ver lo que le hacía a tu madre recapacitarías. Habla.

— Si al Amo le parece bien yo quisiera recibirlas en horizontal, de modo que cada aguja atravesára los dos pechos.

— Tú misma — respondió Jorge contrariado.

Me estremecí con las palabras de Claudia. Esto iba a duplicar su castigo y la iba a llevar al límite.

Jorge apoyó la aguja en el costado inferior de su pecho izquierdo, cerca de la brida metálica y la clavó, atravesó la carne de su pecho y la aguja asomó por el otro lado. Siguió avanzando hasta que tocó el otro pecho y entonces , con un fuerte apretón la hincó en la carne y avanzó lentamente. Me di cuenta de que cuanto más tramo de la aguja estaba en el interior de la carne de Claudia, mayor era la fuerza de rozamiento y más fuerza tenía que hacer Jorge.

Los últimos centímetros los tuvo que hacer a impulsos y yo podía ver en los ojos de Claudia que cada movimiento de avance de la punta en sus delicados pechos le producía una intensa agonía. Finalmente la piel se abultó y la punta asomó.

— ¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! Gracias Amo.

Había sido escalofriante y yo estaba ahora atemorizada. ¿Qué había hecho mí pequeña?

Jorge tomó la siguiente aguja y situándola un poco más arriba del punto de inserción de la anterior, la hincó con fuerza, atravesó con bastante rapidez el pecho izquierdo y nuevamente, cuando llegó al derecho, tuvo que apretar con fuerza para abrirse paso a través de este.

A base de impulsos lo hizo avanzar a través de la torturada carne de Claudia que jadeaba de dolor mientras tensaba todos sus músculos. Finalmente, la punta atravesó la piel.

— ¡Aaaaaaaahhh! Gracias Amo.

Jorge tomó la siguiente aguja y la situó en el centro del pecho y repitió el proceso de inserción. Cuando la aguja llegó al pecho derecho y empezó a atravesarlo, Claudia se orinó y su cara era un verdadero poema, un poema de dolor y sufrimiento. Pero a pesar de todo Claudia siguió agradeciendo el castigo.

— ¡Ooooohhhh! ¡Ooooohhhh! Gracias Amo.

La última aguja la apoyó delante de la tercera, cerca de la aureola. Presionó y atravesó rápidamente el pecho izquierdo y como tenía menos carne que atravesar, también atravesó con cierta facilidad el derecho.

— ¡Uuuuuuuhhh! Gracias Amo.

En la cara de Claudia se leía el tormento que acababa de sufrir, pero también la satisfacción de haber superado sin quebrarse una prueba impensable.

— Vamos a tomar algo y cuando caiga el sol volvemos a ver como andan — dijo Jorge.

Entraron al salón y se sentaron a beber y fumar. Yo podía verlos a través del ventanal y ellos podían vernos a nosotras. El dolor en mis pechos era increíble y suponía que Claudia estaría incluso peor.

— Claudia, cariño, ¿cómo estás? — pregunté.

— Bien mamá, estoy bien.

Me maravilló que Claudia me dijera que estaba bien considerando que tenía cuatro agujas enormes atravesando sus pechos y que estaba colgada de ellos.

— ¿Por qué has pedido que te haga eso?

— Perdona mamá, supongo que quería superarte. Quería impresionar al Príncipe. Perdoname.

— Cuando he visto como te atravesaba los pechos a empujones se me han puesto los pelos de punta.

— Si, dolía como el infierno. La punta de la aguja se movía adelante y atrás, buscando su camino a través de mis pechos y el dolor era enorme. Pero, la verdad es que si hubiera tenido permiso, me habría corrido.

Supongo que una afirmación como esa hubiera sido increíble para cualquiera pero la verdad es que yo la entendía. Yo me había corrido en otras ocasiones cuando me entregaba voluntariamente al tormento.

— El sol aún está bastante alto, debe faltar más de una hora para que oscurezca — comenté como si estuviéramos tomando café en una terraza.

— Si, vamos a tener que esperar un buen rato.

La conversación se había vuelto completamente absurda. Ahí estábamos charlando despreocupadamente mientras colgábamos de nuestros pechos amoratados y taladrados. Las dos guardamos silencio, concentrada cada una en su propio martirio mientras el sol seguía su camino.

Los jardineros recogieron sus herramientas y se marcharon. Supongo que habrían terminado ya su jornada. Cuando desaparecieron, Juan se acercó a mí  y me observó de cerca.

— ¿Por qué te sometes a esto? — me pregunto.

— Lo siento, Juan, pero he nacido para esto. Para someterme a mi Amo.

— Una cosa es someterse, pero esto,esto es… una salvajada.

— Lo sé Juan, se que me aprecias y no te gusta verme así.

— No te aprecio, me he enamorado de tí.

— Gracias Juan, pero por favor vete, vete de aquí. No vuelvas hasta que tengas que recogernos. No quiero verte sufrir.

Juan se dio la vuelta, ando hasta el coche, subió, arrancó y se marchó de la casa. De repente, me sentí muy sola y muy desamparada. La presencia de Juan me daba mucha seguridad y mucha tranquilidad. Pero era mejor así. Juan estaba acumulando ira en su interior y eso podía acabar mal.

Dejé caer mi cabeza hacia atrás y me dispuse a esperar la caída del sol. El dolor no se si iba en aumento pero a mí me lo parecía. Quizás era la acumulación y el cansancio. Al final caí en una especie de sueño delirante durante el que tuve fantasías sexuales en las que aparecían mi Amo, sus socios, Vengador, Susana, David, Samuel y Juan. Si, en mi fantasía  hacia el amor con Juan en la ducha mientras el agua nos caía por encima.

La presencia de los hombres me sacó de mis delirios. Ya estaba oscuro y me quedé expectante. Jorge se acercó a mí y me tocó la vagina.

— Julia se ha orinado también, pero no es de eso de lo que tiene húmedo el coño — dijo.

Vaya, durante mi delirio me había orinado. Eso a mí ya no me avergonzaba en absoluto.

— Está también está caliente como una perra — dijo Alberto mientras palpaba los bajos de Claudia.

— Yo renuncio, son demasiado duras. No se las puede quebrar. Vamos a bajarlas.

De repente apareció mi antiguo conocido, el doctor que me atendió después de la larga sesión de azotes. Me inyectó algo en el brazo y perdí el conocimiento.