El renacimiento de Julia. Capítulo 17.
El entrenamiento en la finca. Contiene gangbang, dominación y ponyplay
El entrenamiento en la finca
Las primeras luces del día me despertaron. Abrí los ojos somnolienta y me sorprendí un poco al encontrarme en el establo. La verdad es que a pesar de la poca comodidad de la que disfrutaba había dormido como si estuviera en la mejor suite de un lujoso hotel. El cansancio que había acumulado y la relajación que me había producido la liberación de toda la tensión sexual acumulada durante estos últimos dos meses me habían hecho dormir como un bebé. O más bien como una potrilla.
Ahora se me presentaba un pequeño problema, mi vejiga estaba protestando y allí no había un inodoro disponible.
— Bueno, soy una yegua — pensé para mis adentros —, no necesito un inodoro.
Me fui a un rincón y me puse en cuclillas. Hacía mucho tiempo que no había orinado en esa posición pero me sentí cómoda conmigo misma, incluso cuando nada más liberar el flujo de la orina entró uno de los mozos y se quedó mirándome. Yo le miré también mientras con mucho placer dejaba fluir una larga y copiosa meada. Cuando acabé me puse en pie, noté como las últimas gotas se habían quedado impregnadas en mi vulva y habían salpicado un poco mi entrepierna. No hice ningún intento de limpiarme y rompiendo el contacto visual me fui parsimoniosa hacia el cubo y bebí largamente.
Pero el mozo aún me quería más limpia. Me hizo inclinar apoyándome con las manos en el pesebre y me aplicó un enema. Me hizo retenerlo largo rato y cuando le pareció me llevó al rincón y me hizo agacharme y dejar salir todo el contenido de mis tripas. Yo estaba acostumbrada a aplicarme un enema diario y no me supuso ningún inconveniente, ni siquiera el tener que hacerlo delante del mozo.
El mozo parecía satisfecho y salió del establo. Volvió al poco con mi pienso y me lo puso en el pesebre. Yo lo comí con ansia pues estaba hambrienta y me lo acabé en un plis plas. Volví a beber del cubo y cuando acabé me quedé mirando al mozo. Me acerqué a él y froté mi cabeza contra su pecho. Era un hombre fuerte y olía muy bien, un aroma varonil, mezcla de loción para el afeitado y alguna colonia amaderada.
Me cogí las manos a la espalda para demostrarle mi docilidad y seguí frotándome contra él y olisqueandolo. Mis pezones se habían puesto erectos y procuré frotarlos contra su cuerpo.
— ¡Jonathan! — llamó —, la yegua ya ha comido. Vamos a prepararla.
— Si Paquito, aquí lo traigo todo — dijo Jonathan entrando con una caja de madera y un cubo de agua.
Lo primero que hicieron fue lavarme cuidadosamente con agua tibia y jabonosa. Después me aclararon bien y examinaron las marcas de mi cuerpo. La verdad es que habían mejorado mucho y tan solo algunas me escocían un poco, principalmente en mis nalgas y en la espalda. Volvieron a aplicarme la pomada que calmó el escozor de manera casi inmediata.
Yo no perdía oportunidad de rozarme con ellos y de frotar mis nalgas, mis pechos o mi cabeza contra ellos.
— Es una yegua muy cariñosa — dijo Jonathan —. Quiere que la follemos.
— Si, es muy cariñosa y muy dócil — contestó Paquito —. Así da gusto trabajar.
Trajeron los anillos del clítoris y los pezones que me habían quitado anoche y me los volvieron a colocar. La verdad es que los había echado de menos. Es como cuando te quitas un anillo que llevabas puesto mucho tiempo y te encuentras buscandolo constantemente. Sentirlos de nuevo en su sitio, estimulando mis zonas más sensibles, me resultó muy reconfortante. Eran como un recuerdo de la entrega a mi amo y de la devoción que le debía.
Me pusieron entonces los correajes que me sujetaban los brazos juntos por detrás y trajeron una cabezada con un penacho y un bocado. Me introdujeron el bocado y lo sujeté con mis dientes. El bocado era de plástico y tenía una curvatura hacia arriba en el centro que dejaba espacio para mi lengua y presionaba ligeramente el paladar. A los extremos del bocado había unas cortas barras metalicas quepodian pivotar respecto al bocado.
Me pusieron el arnes para el cuerpo, el tapón anal con la cola y las botas con cascos. Por último colgaron los cascabeles de todos mis aros y como toque final unieron con una cadenilla los aros de mis pezones y estos a su vez con con los anillos que había al extremo de las barras del bocado. A las anillas del bocado engancharon unas riendas de fino cuero.
Así, para evitar que el bocado presionara mi paladar yo tenía que sujetarlo fuerte con los dientes y cuando tiraban de las riendas las barras al extremo del bocado pivotan y transmitían el movimiento a mis pezones, indicandome la dirección a seguir o más bien obligándome a seguirla.
Paquito tomó las riendas y me guió para salir del establo. Fuera me encontré con Claudia y vi que estaba espléndida. Caminaba erguida y orgullosa y las marcas que se podían ver en su cuerpo le daban un aire de animal salvaje que ha de ser domado con el látigo.
Nos llevaron al exterior y nos pusieron una junto a la otra, con Claudia a mi izquierda. Uno de los mozos que atendía siempre a Claudia vino arrastrando un curioso carrito de dos ruedas. Parecía muy ligero y el pequeño asiento que tenía era de una sola plaza. De la parte delantera salía una sola lanza que después se dividía en dos. En la parte superior de esas dos barras había adosados sendos penes de látex de un tamaño más que mediano.
Nos pusieron las barras entre las piernas y lubricaron cuidadosamente los penes y subiendo las barras nos los introdujeron en la vagina. Entonces conectaron con una correa la anilla que había un palmo más adelante del falo de goma a una anilla de la parte delantera del cinturón de nuestros arneses e hicieron lo mismo con unas anillas que había en la parte de atrás. Note que la parte de la barra que quedaba en contacto con mi entrepierna era suave y estaba muy bien acolchada.
Sujetaron también los correajes de mis brazos a la barra y pasaron una correa desde la parte superior de mi cabezada hasta conectar con esa misma correa. Esto último me obligaba a mantener la cabeza alta y así no podía aliviar la tensión de las riendas bajando la cabeza. Comprendí que podíamos tirar del carrito usando la correa que unía el cinturón a la barra por detrás, con la correa que unía los brazos a la barra y claro, con el falo de goma que llevábamos clavado en la vagina. También podíamos hacerlo retroceder utilizando la correa delantera y nuevamente, también usando la vagina.
Doblemente penetrada por el ano y la vagina me sentía muy llena y no sabía si iba a poder andar. Me di cuenta de que a causa de los nervios estaba pateando el suelo con mis cascos, tal y como hubiera hecho una auténtica yegua.
Paquito subió al carrito y cuando se apoyó en el respaldo pude notar como el falo de goma se incrustaba más en mi vagina. Llevaba en la mano una versión más pequeña del látigo que habían usado en el castigo y comencé a pensar que no iba a ser una mañana fácil. De repente agitó las riendas dándonos una sacudida en los pezones.
— ¡Arre! — nos gritó.
Iniciamos torpemente la marcha debido a que no nos resultaba fácil caminar con nuestra vagina clavada a una barra. Cuando conseguimos mantener un paso más o menos regular de repente tiró de las riendas con lo cual tiró hacia atrás de los dos pezones.
— ¡Soooo!
Nos detuvimos también torpemente porque el falo nos empujaba hacia adelante y nuestras vaginas no podían contener su empuje. Una vez nos detuvimos volvió a arrearnos y el proceso volvió a empezar.
Tomamos un camino y avanzamos por él, arrancando y parando cada pocos pasos. Fuimos comprendiendo la técnica de arrancar y parar poco a poco y cada vez lo hacíamos con más facilidad y más armonía. Había que colocar el cuerpo para que las correas hicieran el trabajo y nuestras vaginas no tuvieran que sufrir ninguna presión o al menos muy poca. Ese era el secreto y comprendí que esa era la utilidad real de los falos, el obligarnos a adoptar las posiciones correctas.
Cuando Paquito estuvo satisfecho con nuestra forma de arrancar y parar nos dejó caminar y yo me sentí muy alegre de ver que habíamos superado esa fase con relativa rapidez. Era una mañana muy agradable de verano y el paisaje era muy bello, la temperatura era ideal y yo me sentía feliz y despreocupada.
Al rato, Paquito hizo restallar el látigo por encima de nuestras cabezas y nos arreó. Nosotras aceleramos el paso iniciando un trote corto. Nuestros cascabeles sonaban alegres y mi corazón bombeaba también al mismo ritmo. Mire a mi hija que trotaba junto a mi al mismo paso y admire su cuerpo inclinado hacia adelante, con los pechos proyectados al máximo.
El dildo que me penetraba estaba haciendo su trabajo y me encontraba muy excitada. Notaba como mis flujos chorreaban por la barra y por el interior de mis muslos y comprendí que si aceleraba un poco más el paso me correría.
Seguimos un buen rato a ese ritmo y el sudor ya nos corría por el cuerpo. Miraba a Claudia de reojo y la veía preciosa, con el cuerpo brillante de sudor y los músculos tensos, con todo su cuerpo empeñado en el esfuerzo de tirar del carro y mantener la velocidad.
Yo también estaba sintiendo el esfuerzo y mi pecho se hinchaba en busca de aire para mantener mi cuerpo en movimiento. Pero lo que en realidad me estaba produciendo problemas era el vaivén del falo en mi vagina que me tenía al borde del orgasmo.
Paquito nos azuzó haciendo restallar el látigo y gritando para enardecernos. Nosotras aumentamos el ritmo y eso fue demasiado para mi. El incremento del ritmo desató mi orgasmo y me hizo estremecer, tenía que liberar esa tensión de alguna manera.
— ¡hiiii, hiiii, hiiii! — relinché
Y esta vez ni siquiera sentí vergüenza al hacerlo. Miré a Claudia y nuestras miradas se cruzaron. Vi en sus ojos que sabía lo que me estaba pasando y que ella estaba en la misma situación.
— ¡hiiii, hiiii, hiiii! — relincho ella.
Allí estábamos corriendo como poseídas y relinchando nuestro placer como yeguas en celo. Paquito sabía perfectamente lo que nos sucedía y nos azuzó aún más. Nosotras nos lanzamos a una loca carrera mientras encadenabamos los orgasmos uno tras otro. Íbamos a toda velocidad y comencé a temer que en cualquier momento iba a perder la coordinación e íbamos a rodar por los suelos carro, caballos y caballero, con el consiguiente estropicio. Mi pecho ya no daba abasto y mis piernas ardían por el esfuerzo pero mi vagina y mi clítoris seguían mandando descargas de placer por todo mi cuerpo.
— ¡Sooooo! Sooooo!
Paquito tiró con suavidad de las riendas y nos hizo bajar la marcha hasta que llegamos a ir al paso. Las dos jadeabamos como bestias y Paquito nos dedicaba comentarios cariñosos.
— Bien, bien. Buenas yeguas. Habéis corrido como el viento.
Cuando nuestro corazón y nuestra respiración se normalizaron, Paquito tiró hacia la derecha de las riendas y yo pensé que quería parar a un lado del camino pero cuando ya estábamos casi fuera del mismo, tiro hacia la izquierda y me di cuenta de que quería dar la vuelta. Las dos seguimos dócilmente las indicaciones que recibíamos en nuestros pezones y giramos enfilando el camino de vuelta.
Yo estaba muy alegre, supongo que porque las endorfinas corrían por mi cuerpo. Me di cuenta de que me resultaba muy satisfactorio ser una yegua. No tenía ninguna preocupación. Era alimentada, lavada y cuidada como si fuera un bebé. Los orgasmos no me faltaban, más bien eran demasiado abundantes. No tenía que pensar ni tomar decisiones. Lo único que debía hacer yo a cambio era permanecer atenta a las instrucciones de mis cuidadores. Y seguirlas a rajatabla, claro.
El sol había subido bastante y empezaba a hacer mucho calor. A pesar de que íbamos al paso estábamos sudando y yo tenía bastante sed. El cansancio comenzaba a hacer mella en mí y suponía que Claudia estaría pasando por la misma situación. Paquito nos hizo tomar bifurcaciones del camino guiándonos con las riendas y nosotras respondíamos con docilidad y rapidez al tirón en nuestros pezones.
Paquito nunca era brusco, nos guiaba con mano firme pero sensible y en ningún momento nos golpeó con el látigo. Tan solo lo había usado para hacerlo restallar sobre nuestras cabezas cuando nos exigió la máxima velocidad posible. Note que toda mi atención estaba centrada en mis sensibilizados pezones y que esperaba cualquier leve tensión de las riendas para seguirla como un cachorrito sigue a su madre.
Me producía una sorprendente satisfacción el obedecer sumisamente las indicaciones de Paquito y dejarme guiar a través del laberinto de caminos que surcaban la finca. Supongo que la constante excitación de mis genitales tendría algo que ver con mi extrema docilidad y que en realidad deseaba seducir con ella a Paquito. Los aspectos psicológicos de todo aquello eran realmente perturbadores y comprendí porque había tantas mujeres en las cuadras. Tenía mucho morbo ser tratada como un animal y además era liberador, podías hacer lo que quisieras, eras completamente irresponsable, como cualquier animal, solo tenías que estar dispuesta a asumir tu castigo. No podría explicarlo de otra manera.
Vi a lo lejos los edificios de la finca y me alegré al pensar que cuando llegáramos podríamos beber agua y quizás descansar y comer algo. Estaba realmente sedienta debido al calor y al polvo de los caminos y a que había transpirado mucho. Avanzábamos al paso y nos acercábamos lentamente a la casa principal, pero a pesar de la distancia vi que había un grupo de hombres ante la puerta principal.
Conforme nos acercamos pude empezar a distinguir al príncipe y a Waleed pero aún no reconocía a ninguno de los otros. Cuando llegamos frente a la casa, Paquito tiró de las riendas y nosotras paramos con mucha elegancia. Ahora ya veía quiénes eran los otros hombres. Eran los socios españoles de mi Amo, Alberto, Carlos y Jorge. Recordé que el príncipe les había prometido invitarles cuando se hubieran curado nuestras perforaciones.
Todos se acercaron a vernos y yo sentí una gran emoción al ver la cara de admiración de todos. Sabía que les excitaba vernos enjaezadas como yeguas y que seguramente esa noche deberíamos servirles a todos. Mi clítoris latía desbocado y mi vagina, tremendamente trabajada por el falo de goma, se derretía de anticipado placer. Temí que me iba a correr allí mismo y pateé el suelo con mis cascos, intentando tranquilizarme.
— Son una maravilla — dijo Alberto —. Nunca había visto nada igual.
— Si, son un regalo para la vista — coincidió Jorge.
— Como ya os dije, queridos amigos, estas hembras no conocen límites a su depravación y estamos intentando disciplinarlas. Pero como podréis comprobar esta noche, su concupiscencia no tiene enmienda — dijo el príncipe.
Todos rieron a carcajadas y el príncipe se acercó a palpar nuestros muslos y nuestras nalgas. También acarició nuestra cabeza y nuestros pechos y me sentí feliz de merecer su atención. Mi clítoris estaba fuera de control y me corrí como si no lo hubiera hecho en un mes.
— ¡Hiiiiiiiii! ¡Hiiiiiiiii! — relinché de placer.
El Amo sonrió al verme tan descontrolada.
— Desengánchalas y ponlas a la sombra. Dales de beber y de comer, que parece que se lo han ganado — le ordenó el príncipe a Paquito.
— Sí señor. Han trabajado duro. Son un tronco excepcional, corren como el viento y obedecen a las riendas con precisión.
Paquito nos arreó y partimos en dirección a las cuadras. En lugar de entrar por la puerta delantera nos llevó a la parte de atrás, donde había un corral con una parte techada. Nos hizo entrar al corral y nos guío hasta la zona techada.
Acudieron los demás mozos y nos desengancharon del carro. Cuando sacaron el pene de goma de mi vagina después de varias horas de llevarlo incrustado y de haber tirado de él y de haberlo empujado de un lado para otro me sentí muy dilatada y muy vacía. Mejor dicho, nunca me había sentido tan dilatada.
Nos quitaron el bocado y nos trajeron agua y pienso. Cuando lo consumimos nos dejaron solas en el corral. Hacía ya mucho que no estaba a solas con Claudia y aproveché para acercarme a ella y apretar mi cuerpo contra el suyo. No podíamos abrazarnos con los brazos inmovilizados a la espalda pero nos apretamos la una contra la otra y nos besamos con pasión.
Al cabo de un rato se abrió la puerta que unía el corral con las cuadras y salieron una tras otra las demás yeguas. Todas iban ataviadas de una manera parecida a la nuestra pero observé algunas diferencias. Algunas eran altas y robustas y llevaban unos cascos más anchos y más pesados y deduje que eran entrenadas como animales de tiro. Habia dos que resaltaban entre todas las demas pues lucian un atuendo de latex negro, que era como una segunda piel.
Algunas se acercaron a curiosear e incluso nos olisquearon y se frotaron contra nosotras a modo de saludo. A mi me imponían bastante, sobre todo las yeguas de tiro y me mostraba reservada.
Así fue pasando la tarde hasta que los mozos volvieron y nos condujeron a todas a los establos. Yo aproveche para orinar pues me había dado un poco de miedo agacharme junto a todas esas desconocidas. Los mozos me volvieron a dar de comer y de beber y después me quitaron los correajes y la cola. Se dedicaron a lavarme bien e incluso me cepillaron el cabello. Cuando acabaron me aplicaron un enema y cuando lo evacué volvieron a lavarme.
Me volvieron a poner los correajes y la cola, así como el bocado y las bridas. Me pusieron las riendas y me condujeron fuera, donde ya estaba Claudia. Nos pusieron juntas, con Claudia a mi izquierda, como cuando nos engancharon al carro y nos arrearon.
Nos hicieron marchar al paso y uno de los mozos nos corregía con toques de fusta y voces de mando, regulando la velocidad de la marcha, la altura a la que levantábamos las rodillas, la postura del cuerpo y la cabeza y la perfecta sincronía de nuestros movimientos.
Estuvimos mucho rato practicando, hasta que empezó a anochecer. Yo estaba extenuada pero orgullosa de nuestro buen desempeño que deducía de los comentarios y expresiones de los mozos.
Nos condujeron a la parte trasera de la casa principal y nos hicieron entrar al patio. Allí estaba nuestro Amo acompañado de Waleed y de sus socios españoles. Nosotras caminamos hacia ellos, marcando el paso tal y como habíamos estado practicando hasta que un ligero tirón en nuestros pezones nos hizo detener la marcha.
Los mozos nos quitaron las riendas, las bridas y el bocado y se apartaron de nosotras. El Amo se acercó y nos acarició la cabeza y la grupa.
— Bien, bien — nos dijo —. Sois magníficas.
Los demás se acercaron también a nosotras mientras hacían comentarios elogiosos al príncipe. Yo estaba muy excitada porque sabía que el Amo nos iba a entregar a esos hombres y deseaba que estuviera orgulloso de nosotras. Podía oler el aroma almizclado que desprendía mi hija y sabía que ella sentía lo mismo que yo.
— Son vuestras — les dijo el Amo a sus socios —. Si alguna no os satisface plenamente las castigaré a las dos.
Los socios nos rodearon y empezaron a acariciarnos. Sobre todo se interesaban en nuestras perforaciones y en nuestras colas. Hacían correr los aros por las perforaciones de los pezones y del clítoris y me hacían enloquecer.
Los tres empezaron a despojarse de los pantalones y los calzoncillos y Alberto se sentó en una silla. Atrajo a Claudia y la hizo sentarse de cara a él sobre su miembro y clavárselo ella misma. Jorge se puso detrás de Claudia y tanteó su cola, tirando suavemente de ella. Aplicó un poco más de fuerza y el tapón salió del recto de Claudia dejando su ano obscenamente abierto. Después de tantas horas dilatado por el tapón no se cerraba rápidamente y dejaba ver el sonrosado tejido del recto.
Jorge apoyó su glande y penetró en el recto de Claudia con tanta facilidad como lo había hecho el pene de Alberto en su vagina. Los dos empezaron a follarla y la hicieron gemir de placer.
Carlos me hizo arrodillar ante él y me introdujo el pene en la boca hasta que mi nariz tropezó con su pubis. Con su miembro profundamente incrustado en mi garganta me tomó la cabeza con sus manos e inició una frenética follada de mi boca que yo recibí sin resistencia alguna por mi parte. Con los brazos firmemente unidos entre sí a mis espaldas no hubiera podido resistirme en ningún caso pero es que tampoco quería hacerlo. De hecho, si hubiera tenido las manos libres seguramente me hubiera sujetado a sus nalgas para animarle a follarme con más energía.
Carlos sacó su miembro de mi boca y se acercó a Jorge. Este salió del recto de Claudia que estaba aún más abierto que antes y le cedió el puesto. Jorge se acercó a mí mientras Carlos penetraba analmente a Claudia y ocupó su puesto en mi garganta. En lugar de follarme la boca como Carlos el se limitó a introducirla hasta el fondo y después tomando sus testículos con la mano me los ofreció para que yo pudiera introducirlos también en mi boca.
Yo los tomé en mi boca y succioné su pene y sus testículos, mientras jugaba con ellos con mi lengua frotandolos desde abajo. Jorge gemía de placer al ritmo de mi mamada y Alberto y Carlos seguían follando a Claudia lentamente pero sin pausa. Noté que Claudia estaba encadenando orgasmos uno tras otro y pensé que a ese ritmo iba a desfallecer, pero no podía hacer nada, ni siquiera advertirla, con los genitales de Jorge abarrotando mi boca.
Jorge tomó entre sus dedos los anillos de mis pezones y comenzó a tirar de ellos y a retorcer los produciéndome un gran dolor pero también mucha excitación. Podía sentir como sus testículos se hinchaban y enseguida note como su verga se ponía rígida y como el semen subía por su uretra hasta inundar mi garganta. En ese momento tiró tan fuerte de los aros que pensé que los iba a arrancar. El dolor fue terrible pero pronto cedió pues tras su orgasmo se relajó y dejó de estirar, limitándose a juguetear con ellos entre sus dedos.
Carlos se separó de Claudia y tomándola de los hombros la hizo levantar. Con un gesto me indico que me acercara y me puso de espaldas a Alberto. Sujetándome por los hombros me hizo sentar sobre el miembro de Alberto, que lo guió hasta mi ano de forma que al sentarme yo misma me empalé lentamente. En ese momento, Carlos apoyó su glande en la entrada de mi vagina y me penetró hasta el fondo, empezando un rítmico movimiento de vaivén que me llevó rápidamente al cielo.
Yo estaba recostada sobre Alberto, de modo que este no tenía ninguna movilidad, pero su pene recibía estimulación a través de la fina pared que separaba mi recto de mi vagina y de las contracciones de mi recto en respuesta a la follada que me propinaba Carlos.
Jorge hizo que Claudia se pusiera de rodillas entre las piernas de Carlos y la guiaba para que lamiera las partes que quedaban a su alcance, los testículos de Alberto, los de Carlos y el ano de este.
Me di cuenta de que Jorge no recibía ninguna atención y me preocupó que pudiera quejarse a mi señor o, peor aún,que este se diera cuenta por sí solo y decidiera castigarnos a las dos. Así pues, intente atraer la atención de Jorge con gemidos y relinchos y contoneandome exageradamente mientras me pasaba la lengua por los labios. No tardó en darse cuenta de que me ofrecía descaradamente a hacerle una felación, y sonriendo, dejó a Claudia que siguiera sola con lo suyo.
Se acercó a uno de los mozos que observaban y le pidió la fusta que portaba. Se acercó a mi izquierda y me ofreció su pene que tomé en mi boca y lo introduje tanto como la posición en la estabamos me permitía. Lo acariciaba con mi lengua y lo succionaba como una aspiradora. El comenzó a acariciar mi pezón derecho con la fusta y yo note como se ponía duro como una piedra.
— Nunca he azotado a una mujer, tampoco a una yegua — me dijo mientras me miraba a los ojos —. Voy a azotarte los pechos y espero que no notare en ningún momento tus dientes, eso me dejaría muy insatisfecho.
Yo asentí con la mirada y me dispuse a recibir sus azotes. En la postura en la que estábamos solo podía aplicarlos en mi pecho derecho así que todos los golpes iban a caer en él. Lanzó el primero y apenas me hizo daño. Era su primera vez y además en la postura en la estabamos no tenía recorrido para lanzar un golpe fuerte. Me azotó varias veces más y yo pude seguir con la felación sin ningún problema. El verdadero problema era que el morbo de la situación y la excitación estaban haciendo que perdiera mi autocontrol y sentía como un orgasmo se estaba formando en mis entrañas y supe que iba a sucumbir a él.
Jorge estaba empezando a tomarle el gusto a la fusta y de repente se retiró de mi boca. Comprendí que lo que pretendía era situarse en una posición que pusiera todo mi torso a su alcance y que le permitiera aplicarme los azotes con fuerza y con precisión. Con mis brazos firmemente sujetos detrás de mí cuerpo, mis pechos quedaban muy ofrecidos pero yo arqueé el cuerpo hacia arriba todo lo que pude para ofrecerlos aún más y mostrarle mi total entrega a su voluntad.
El fustazo alcanzó mis dos pechos por su parte inferior, una zona especialmente sensible y me arrancó un hondo gemido. Notaba un fuerte ardor en la zona donde la fusta había impactado e imaginé que me habría dejado una buena marca pero recupere la posición que había perdido por el impacto y me dispuse a seguir recibiendo las caricias de Jorge.
Vi como levantaba el brazo y lanzaba un nuevo golpe que me alcanzó está vez en la parte superior de mis pechos. Está vez dolió de verdad y lance un pequeño grito de dolor pero recordé que a mí Amo le gustaba que tomara los castigos con dignidad y me determine a resistir sin gritar. Una costura de color rojo había aparecido a lo largo de la parte superior de mis pechos y ardía como si fuera una quemadura.
Volví a arquear el cuerpo hacia arriba invitándole a seguir mientras le miraba con concupiscencia. El vaivén de Carlos en mi vagina estaba empezando a llevarme al clímax y mi recto sufría contracciones que hacían gemir a Alberto. Jorge volvió a armar el brazo y lanzó un potente azote que alcanzó de pleno mis pezones. Sentí como si mis pechos explotarán como dos globos de feria y el dolor me produjo una contracción tal que desencadenó mi orgasmo. Me corrí como una bestia y mis contracciones y mis convulsiones hicieron que Carlos y Alberto se vaciaran en mis entrañas entre gemidos de placer.
Pero Jorge lejos de detenerse siguió lanzando su fusta sobre mis pechos y cada vez que alcanzaba mis pezones me producía otro orgasmo, que hacía que ordeñara los miembros de Carlos y de Alberto, que se retorcían de placer. Yo bramaba de dolor y de placer y sentía que iba a perder la razón pero seguía arqueando mi cuerpo ofreciéndolo a los besos de la fusta que llegaban sin cesar y que amenazaban con dañar mis pezones permanentemente.
Waleed apareció de repente junto a Jorge y sujetó su brazo con calma pero con firmeza, deteniendo así la orgía de placer y dolor que me enajenaba. Jorge jadeaba debido al esfuerzo y a la excitación y mirando a Waleed asintió con la cabeza mientras bajaba el brazo.
Carlos se había derrumbado sobre mí y yo no conseguía llevar suficiente aire a mis pulmones. Mis pezones ardían como brasas y sentía como si mis entrañas se hubieran licuado. Waleed se acercó a Carlos y lo hizo incorporarse de modo que se salió de mi interior. Me ayudó a incorporarme a mi vez y me puse en pie apoyándome en él pues mis piernas apenas me sostenían.
Waleed le indico con un gesto a Claudia que se levantara y nos condujo ante el Amo. Yo procure erguirme y mostrar con orgullo a mi Amo las marcas que lucía en mi pecho. La verdad es que tenían un aspecto temible y no solo el aspecto era malo. Me dolían de un modo atroz.
— Estoy muy orgulloso de ti Julia. Nunca me fallas. Les había prometido a mis socios un espectáculo final, pero si no te sientes capaz de participar en él, les diré que se cancela. Puedes hablar libremente pero antes de que contestes te advierto de que no es algo fácil.
— No debéis cancelar nada, mi señor. Mientras viva cumpliré todos vuestros deseos del mejor modo posible.
— Como desees — contestó mi Amo y dirigiéndose a los mozos dijo —. Preparadlas.