El renacimiento de Julia. Capítulo 16.
La finca. Contiene dominación y ponyplay.
La finca
Cuando Juan nos recogió por la mañana estaba aún más serio que de costumbre, pero no le di importancia. El siempre era así, atento y servicial, pero excesivamente serio. Nos llevó a la casa de Waleed y nos dejó en la puerta trasera, como siempre.
Waleed estaba esperándonos y nos condujo hasta el príncipe.
— Hola, mis palomas. Estais bellisimas —nos saludó.
— Gracias Amo — contestamos las dos a la vez.
— Veo que todo ha ido a la perfección entre vosotras.
— Si Amo — volvimos a contestar las dos a la vez.
— Desnudaos, quiero veros mejor.
Las dos nos desnudamos al instante y quedamos frente a él, exhibiendo nuestra nuevas joyas. Nos miró de arriba a abajo y se acercó para inspeccionar más de cerca nuestras perforaciones.
— ¡Estais magnificas! Las joyas lucen a la perfección sobre vosotras y pareceis dos gotas de agua. Estoy muy satisfecho.
— Gracias Amo — contestamos.
— Dime Claudia, ¿tu madre se ha entregado por completo y sin límites?
— Si Amo, es la zorra más complaciente que se pueda una imaginar. Se entrega sin reparos e incluso coopera en su propia degradación.
— Magnifico, me agrada oír eso. Julia, ¿alguna de las dos os habeis corrido durante mi ausencia?
— No Amo — conteste.
— ¿Vuestra actividad sexual ha sido constante?
— Si Amo, excepto los días que siguieron a las perforaciones porque estábamos muy doloridas.
— Y a pesar de hacer el amor entre vosotras, ¿no habéis cedido a vuestros impulsos?
— No Amo, hemos obedecido vuestras órdenes.
— Excelente, debéis de estar muy calientes y muy receptivas.
— Si Amo, así es.
— Hoy os prometo que podréis correros tantas veces como queráis.
— Gracias Amo.
— Subid a cambiaros de ropa. Ya sabéis, sandalias, abaya y niqab, sin ropa interior. No tardeis.
Subimos a nuestro dormitorio y nos cambiamos rápidamente. En unos minutos estábamos nuevamente en el despacho de Waleed.
— ¿Ya estáis? Bien, pues vámonos — dijo el príncipe.
Juan nos recogió en la puerta delantera de la casa al príncipe, a Waleed y a nosotras dos. Viajamos por la A-5 en dirección a Extremadura durante mucho tiempo y al final llegamos a una finca en medio de las dehesas extremeñas.
Era un lugar muy hermoso, una extensión infinita de encinas y alcornoques en la que pastaban cerdos y reses bravas y en el cielo se podía ver planear a los buitres y a las águilas. El edificio principal era antiguo, de dos plantas y había también unas cuadras y un tentadero.
Juan paró ante el edificio principal y bajo a abrir las puertas. Salimos del coche y mientras un hombre recibía a Waleed y al príncipe, Juan se acercó a mí.
— Julia, no tendría que hacer esto, pero te he tomado aprecio. No es la primera vez que traigo a mujeres aquí y algunas veces no ha salido muy bien. Si me necesitas solo tienes que llamar a mi móvil y vendré a buscaros. Caiga quien caiga — me dijo en voz muy baja.
— Gracias Juan, se que lo dices de corazón, pero el príncipe es nuestro Amo y nos someteremos a lo que disponga.
— Como quieras, pero mi oferta sigue en pie.
— Gracias — contesté.
Juan subió al coche y se marchó. Waleed y el príncipe seguían hablando con el hombre que había salido a recibirnos, que debía ser una especie de administrador de la finca y nosotras permanecimos calladas detrás del príncipe.
— Todo está preparado según sus instrucciones — dijo el hombre.
— Muy bien Antonio, tan eficiente como siempre — contesto Waleed.
— ¿Quieren empezar ahora o después de comer? — preguntó Antonio.
— Ahora mejor — dijo el príncipe.
— Acompáñenme — dijo Antonio.
Caminó en dirección a las cuadras y todos le seguimos. Entramos y nos encontramos a cuatro mozos que estaban fumando un cigarrillo. Cuando nos vieron entrar rápidamente apagaron sus cigarrillos.
— Don Antonio, está todo preparado.
— Muy bien Paquito. Cuando quiera señor — dijo dirigiéndose al príncipe.
— Desnudaos — nos ordenó el príncipe.
Nosotras nos desnudamos de inmediato y quedamos allí expuestas a las miradas de todos aquellos hombres. Yo me sentí como una bella bestia admirada por todos y mis pezones se erizaron y pude sentir como mi sexo se humedecía y mi clítoris palpitaba. Llevaba mucho tiempo sin permitir a mi cuerpo liberarse de la tensión sexual que almacenaba y el respondía así a esa negación a la que lo sometía.
Pude ver que mi hija también estaba excitada y podía oler en el aire el aroma a hembra en celo que me venía persiguiendo desde hace muchos días. Los mozos se acercaron a nosotras y tomando unas extrañas correas se dirigieron dos de ellos a cada una de nosotras.
Nos unieron los brazos a la espalda usando las correas. Unían nuestros brazos en cuatro puntos diferentes. Conforme fueron tensando las correas, nuestros brazos se acercaban, nuestros hombros se echaban hacia atrás y nuestros omóplatos se acercaban. En esa posición los pechos se proyectaban hacia delante de una forma muy pronunciada.
Tomaron unas mordazas en forma de pene y nos las introdujeron en la boca. Llegaban bastante profundo, pero nada que a estas alturas no pudiéramos manejar. Las aseguraron con unas correas que pasaban por las mejillas y por la frente hasta unirse en la nuca. Con mucha habilidad nos hicieron una coleta que pasaba entre las correas.
Nos pusieron después un arnés formado por un ancho cinturón de cuero que ceñía nuestra cintura y unos correajes que enmarcaban por encima del cinturón nuestros pechos y por debajo nuestras vulvas. Todo quedaba muy ceñido y nos hacía lucir muy sexys.
Waleed se acercó a mí y empezó a quitarme las joyas que adornaban mi cuerpo mientras Antonio hacía lo mismo con Claudia. La manipulación que realizaba en las partes más sensibles de mi anatomía me estaba poniendo a mil y podía ver qué a Claudia le sucedía lo mismo.
Cuando hubieron retirado todas las joyas, los mozos de cuadra se acercaron y las sustituyeron por aros de acero quirúrgico del mismo grosor pero de mayor diámetro. Las joyas que habíamos llegado hasta ahora nos daban un aspecto chic pero con estos aros parecíamos más bien animales de granja.
De repente entendí que es lo que estaba pasando. Nos estaban enjaezando como si fuéramos yeguas. Nos estaban aparejando como chicas pony. Lo había visto en Internet pero nunca había sentido curiosidad por el tema. Creía que no era algo real sino fantasías y un producto de consumo para aficionados al tema. Pero por lo visto estaba equivocada.
Si no hubiera tenido un pene de goma metido hasta la garganta creo que hubiera protestado. Una cosa es que te azoten y te usen como quieran, pero que te conviertan en un animal es como la humillación definitiva. Es negar tu naturaleza de ser humano y por supuesto todos los derechos que esa naturaleza humana lleva implícitos.
Los mozos debían ser muy expertos porque leyeron en mis ojos lo que estaba pensando y uno de ellos me sujeto desde detrás por los brazos mientras el otro cogía una fusta.
— Vas a ser dócil como hasta ahora? — me preguntó mientras me mostraba la fusta.
Yo asentí con la cabeza y me mantuve completamente inmóvil para demostrar que me sometía. Los mozos se tranquilizaron al ver que no me resistía y dejaron la fusta para seguir enjaezandome.
Lo siguiente fueron unas botas altas con forma de casco de caballo. Cuando me las pusieron era como llevar una botas con plataforma y un tacón altísimo de forma que debía andar completamente de puntillas. Apenas podía mantener el equilibrio y no me podía imaginar cómo era posible correr con algo así en los pies.
Eso sí, ganaba como 20 centímetros de estatura y me hacían muy, muy esbelta. Lo sabía porque veía a Claudia y estaba realmente espectacular con estos falsos cascos. Parecía el mascarón de proa de un barco antiguo, con los senos exageradamente proyectados hacia adelante por la forzada postura de los brazos y el culo muy respingón debido a las botas altas que la mantenían de puntillas.
Los mozos se dedicaron entonces a colgar cascabeles de los aros que nos habían colocado antes y cada uno de nuestros movimiento se traducía en un alegre cascabeleo. Por último trajeron dos tapones anales de un tamaño bastante considerable que llevaban adosada la imitación de una cola de caballo. Los lubricaron a conciencia y haciéndonos inclinar hacia adelante nos los introdujeron en el ano con más facilidad de la que me hubiera gustado admitir.
Claudia estaba realmente imponente. Parecía una bestia salvaje con todas esas correas ciñendo estrechamente su cuerpo, con esa cola adornando su grupa y subida en los falsos cascos. Supongo que mi aspecto era muy similar.
— Son maravillosas, ¿verdad? — dijo el príncipe.
— Si que lo son — contestó Antonio —. Si se adaptan bien a tirar juntas va a tener usted el mejor tronco de yeguas de España. O del mundo. Además madre e hija, eso es muy poco frecuente.
— Va a comenzar ya con el entrenamiento? — preguntó el príncipe.
— Si, es lo mejor.
— Muy bien. ¿No habrá problema en usarlas esta noche?
— No, ningún problema. Es bueno llevarlas hasta la extenuación. Sobre todo al principio. Así asumen antes su nueva condición.
— Excelente. Las dejo en sus manos. Traigalas a la casa después de la cena.
— Como usted diga.
El Príncipe y Waleed se marcharon hacia la casa y nosotras nos quedamos con Antonio y los mozos de cuadras.
— Ponedles las cadenas cortas entre los tobillos — ordenó Antonio.
Los mozos nos pusieron en fila, a Claudia delante y a mí detrás y nos unieron los tobillos derechos con una cadenilla de aproximadamente 70 centímetros. Tras unir los tobillos derechos hicieron lo mismo con los izquierdos. Ahora la única manera en la que podíamos andar era manteniéndonos muy cerca y moviéndonos sincronizadamente.
Uno de los mozos, fusta en mano, nos arreó y empezamos a andar con muchas dudas. Con las botas apenas éramos capaces de mantener el equilibrio y andar sincronizadamente parecía casi imposible. Avanzábamos a tropezones y caímos al suelo varias veces pero poco a poco fuimos adaptándonos a las botas y cada vez nos manejábamos mejor. Pronto nos dimos cuenta de que la mejor manera de caminar era dar pasos cortos para no dar tirones de las cadenillas.
Cuando el mozo que nos dirigía vio que ya no tropezábamos y caminábamos al unísono nos aguijo con la fusta para que aumentáramos la velocidad. Nosotras obedecimos y aceleramos un poco el paso pero sin alargarlo. Los cascabeles sonaban alegres y el mozo sonreía complacido mientras nos hacía dar vueltas a su alrededor.
Estuvimos así mucho rato y me alegré de estar en buena forma gracias al mucho ejercicio que habíamos hecho durante los dos últimos meses. Pero andar a paso vivo con esas botas y con la boca tapada con la mordaza no era fácil y notaba que mis piernas se iban cargando y mi pecho se hinchaba y deshinchaba con fuerza al ritmo de mi respiración cada vez más agitada.
Nos hicieron dar vueltas durante horas. Los mozos se turnaban para supervisarnos y llegó un momento en que tenían que intervenir continuamente para arrearnos y corregirnos, pues el cansancio nos estaba dominando. Estábamos agotadas y el sudor cubría nuestros cuerpos y corría por nuestra piel. No habíamos comido ni bebido nada y yo notaba como me iba debilitando y comencé a pensar que acabaría desplomándome en el suelo.
Finalmente, el mozo que nos dirigía en ese momento, nos hizo aminorar el paso y nos dirigió hacia el interior de las cuadras. Nos condujo por el pasillo central que tenía establos a ambos lados y pude ver que estaban casi todos ocupadas por mujeres ataviadas de una guisa parecida a la nuestra. Habían al menos 15 mujeres en las cuadras, aparte de nosotras.
Nos introdujeron en dos establos, uno frente al otro y nos atendieron dos mozos a cada una. Uno de ellos, un joven muy fornido y muy varonil, empezó a quitarme la mordaza.
— Voy a quitarte la mordaza. No debes hablar, si lo haces serás severamente castigada. Si necesitas llamar la atención de alguien puedes resoplar o relinchar, pero jamás hablar a menos que te lo ordenen. Tampoco debes usar las manos jamás. Estás advertida. Las indicaciones de aquí en adelante las recibirás con voces, con las riendas o con la fusta y muy raramente de palabra. Si lo has entendido asiente con la cabeza.
Asentí en señal de haber entendido y el acabo de quitarme la mordaza. Era un placer tener de nuevo la boca libre y poder mover libremente la lengua y respirar. Estuve a punto de darle las gracias pero me mordí la lengua a tiempo.
Me retiraron los cascabeles y los correajes, tanto del torso como de los brazos y sentí un dolor bastante molesto cuando volví a llevarlos a su sitio. Me colocaron unos mitones con forma de casco en las manos. Salieron del establo y me dejaron desnuda salvo las botas, la cola y los aros.
Volvieron con un cubo de agua y empezaron a lavarme todo el cuerpo. El agua estaba tibia y era muy agradable sentirme limpia otra vez. Además me trataban con mucho mimo, pasando la toalla con suavidad por mi piel y palmeando con cariño mi culo, mis muslos y mis piernas.
Yo estaba muy excitada y procuraba rozar con mis labios sus brazos e incluso lamía sus torsos si quedaban a mi alcance. En ese momento hubiera dado cualquier cosa por qué me follaran.
— Es una yegua muy cariñosa — dijo uno de los mozos.
— Sí y además es una preciosidad. Las dos lo son.
— Pero la potranca no es tan dócil ni tan dulce como la yegua.
— Es verdad.
Su conversación me puso a mil e intenté husmear sus braguetas a ver si se animaban y me follaban.
— Tranquila, tranquila, ahora no hay tiempo — dijo uno de los mozos mientras me palmeaba el trasero —. Tenemos que daros la cena y llevaros a la casa.
Me secaron con esmero y se marcharon a por la comida. Volvieron con un cubo de agua y un recipiente lleno de una especie de bolitas. Dejaron el cubo y el recipiente en un pesebre que había al fondo de mi establo. Yo tenía mucha sed así que me acerqué al cubo y olisqueé el agua. No noté ningún olor en especial así que metí la boca y bebí.
No resultaba fácil pero el agua estaba fresca y deliciosa. Tardé mucho en saciar mi sed pero cuando lo conseguí me puse ante el recipiente de comida. No tenía muy buen aspecto, parecía una especie de pienso para perros. Acerqué la nariz y olfateé el pienso. No tenía mal olor así que decidí probarlo. Estaba un poco seco y el sabor era un poco extraño, pero tenía mucha hambre tras el ejercicio y me lo comí todo.
— ¡No!, ¡no voy a comer esa bazofia! — gritó Claudia.
Yo miré preocupada hacia el establo de enfrente y vi como los mozos la volvían a amordazar. Me asustaba pensar que no iba a comer nada y además la iban a castigar.
— Antes se me olvidó decirte una cosa. Cada vez que una de vosotras falle las dos seréis castigadas — dijo el mozo —. Sois un equipo.
Yo me sentí un poco aliviada al saber que iba a poder compartir el castigo de Claudia y por qué no admitirlo, sentía curiosidad por saber cómo se castiga a una chica pony. Mis pezones se pusieron erectos y mi clítoris se unió a la fiesta. Estaba mojándome ante la perspectiva de ser castigada junto a mi hija.
Los mozos me dejaron a solas y me acerqué al cubo a beber agua. Estuve a punto de usar las manos pero me contuve a tiempo y metí la boca en el cubo para beber. Cuando terminé de beber me acerqué a la puerta del establo. No veía a Claudia y no podía llamarla así que pateé el suelo con mis falsos cascos para llamar su atención.
Mis patadas no surtían efecto así que tenía que pensar algo. Me sentía muy ridícula pero tenía que intentarlo.
— ¡hiiii, hiiii, hiiii! — relinché.
Claudia se asomó al oír mi relincho y vi que estaba llorando. Mi pequeña se había venido abajo ante la perspectiva de ser tratada como un animal. Y yo no podía consolarla con mis palabras. Ansiaba poder acercarme a ella, abrazarla y acariciarla para que sintiera que yo compartía con ella todo lo que estaba sintiendo. Que las dos éramos una sola e íbamos a superar esto juntas.
Otras de las mujeres que estaban en los establos cercanos se asomaron también a las puertas para ver qué sucedía pero al ver que era tan solo una de las nuevas llorando pronto volvieron al interior de sus establos.
Claudia se fue serenando poco a poco y yo le sonreí para animarla. Vi que se iba recobrando y me tranquilicé. Su respiración se había ido normalizando y parecía que volvía a ser la chica segura de sí misma que siempre había sido.
Los dos mozos que atendían a Claudia volvieron a aparecer y uno de ellos le quitó la mordaza. Ella permaneció en silencio y el mozo la condujo al interior de su establo y pude oír como comía su pienso y bebía agua.
Me alegré mucho porque suponía que iba a necesitar todas sus energías dentro de un rato. Nuestro Amo nos había prometido que podríamos corrernos cuanto quisiéramos y los mozos nos iban a castigar, así que la noche se presentaba muy movida.
Cuando Claudia acabo de comer nos sacaron del establo y nos colocaron en fila conmigo delante, volvieron a colocarnos las cadenillas en los tobillos y nos arrearon. Nos pusimos en marcha y la verdad es que tras estar toda la tarde practicando iniciamos la marcha con mucha elegancia.
Me indicaban la dirección con toques de la fusta en mis pechos y yo me estaba excitando otra vez. A pesar de llevar los brazos libres yo proyectaba mis pechos hacia adelante como ofreciendolos a las caricias de la fusta. Debió de parecerles que mi paso era demasiado vivo y con sonidos tranquilizadores y toques de fusta me hicieron ralentizar el paso.
Nos estaban dirigiendo hacia la parte de atrás de la casa y supuse que habría una entrada trasera. Con toques de la fusta en la parte inferior de mis muslos me indicaron que levantará más las rodillas y yo obedecí lo mejor posible.
Nuestro paso se había vuelto muy lento y muy majestuoso y la verdad es que me hubiera gustado poder verlo desde una distancia para poder apreciarlo. También me habría gustado llevar todos los correajes para ofrecer un espectáculo aún mejor.
Efectivamente en la parte de atrás de la casa había una gran puerta a través de la cual se accedía a un patio interior cuadrangular alrededor del cual se articulaba la casa. Era como el claustro de un monasterio, con una galería con columnas rodeándolo. Cuando entramos al patio con nuestro majestuoso paso vi al Amo y a Waleed que cenaban tranquilamente en una mesa que les habían montado en la galería.
Por alguna razón me llenaba de orgullo el que nuestro Amo nos viera entrar de ese modo así que me erguí todo lo que pude, proyecte mis pechos hacia adelante y me esmere en caminar con la mayor elegancia posible. Los mozos nos hicieron dar una vuelta completa al patio guiándome con toques de fusta y solo de pensar en que mi Amo me estaba viéndo desfilar y podía ver lo dócil que yo era mi clítoris empezó a latir y mandar impulsos a través de todo mi cuerpo.
Vi que en el centro del patio habían plantado dos postes y los mozos tras acabar la vuelta nos dirigieron hacia ellos. Nos hicieron parar entre los postes y nos quitaron las cadenillas de los tobillos. Me hicieron dar la vuelta de modo que quede de cara a Claudia. Ella también estaba muy excitada, podía verlo solo con mirarla a los ojos.
Uno de los mozos me quitó los aros de los pezones y del clítoris y llegué a pensar que me iba a correr solo con esa manipulación de mis zonas más erógenas. A Claudia también le quitaron los aros correspondientes y la empujaron hasta que estuvo pegada a mi. Nuestros cuerpos estaban casi tocándose y podía notar su aliento y oler ese aroma a hembra en celo que ella desprendía. Sus ojos me decían que ella estaba sintiendo lo mismo que yo.
Nos colocaron unas tobilleras y unas muñequeras de cuero y pasaron unas cuerdas por las argollas que tenían y las llevaron hasta los postes, donde las pasaron a través de otras argollas que estos tenían instaladas. Comenzaron a tensar las cuerdas, obligándonos a abrir las piernas al máximo y a subir y abrir los brazos. Quedamos finalmente formando una equis, con las piernas exageradamente abiertas y con nuestros cuerpos pegados.
Tres de los mozos tomaron unos aros de muy poco diámetro y los tres a la vez procedieron a pasarlos por las perforaciones de ambas de modo que nuestros pezones y nuestros clítoris quedaban unidos por un mismo aro. Podía notar el clítoris erecto de Claudia rozando contra el mío y sus pezones compitiendo con los míos por el espacio disponible en el interior del aro.
Era terriblemente excitante el estar allí completamente expuestas, sin poder mover prácticamente ni un músculo y unidas por nuestras partes más sensibles. Yo podía notar como el flujo corría ya por mis piernas y empecé a temer que podía llegar a perder el control. El aliento de Claudia me embriagaba y deseaba besarla como nunca había deseado nada.
Yo había quedado de cara a la mesa y podía ver cómo nuestro Amo y Waleed acababan de cenar y charlaban tranquilamente mientras admiraban el espectáculo que ofrecíamos. La postura que teníamos era muy forzada, sobre todo la de las piernas y nos estaba pasando factura poco a poco en forma de dolor en las extremidades pero la excitación era más fuerte y yo solo deseaba que mi Amo acabara de cenar y se decidiera a follarme.
Yo no podía contener mis gemidos y Claudia tampoco, así que parecíamos dos gatas en celo llamando al macho que debía satisfacerlas. Las sensaciones que enviaba mi clítoris me estaban enloqueciendo y temía que al final, tras dos meses conteniéndome y manteniendo a raya a mi cuerpo, me iba a correr sin remedio justo delante de las narices de mi Amo.
Era desesperante y es que hasta el leve movimiento de la respiración de Claudia era suficiente para estimular mi clítoris. Supongo que ella estaba sintiendo lo mismo que yo y la desesperación que veía en sus ojos me lo confirmaba.
Finalmente, nuestro Amo y Waleed se levantaron de la mesa y se desnudaron. Se acercaron a nosotras y Waleed se situó detrás de Claudia y el Amo detrás de mí. El Amo dirigió su pene hacia la entrada de mi vagina, a la que podía acceder fácilmente por la brutal apertura de mis piernas.
— Podéis besaros y desde el momento en que os penetremos sois libres para correros tantas veces como deseéis — dijo el príncipe.
— Gracias Amo — contestamos las dos a la vez con lágrimas en los ojos.
Nos lanzamos a devorar nuestras bocas y nuestras lenguas mientras que el Amo y Waleed apoyaban sus glandes en nuestras aberturas vaginales y nos penetraban sin encontrar ninguna resistencia.
Tan pronto como sentí el miembro de mi Amo en mi coño, estallé en un orgasmo brutal que asoló mi cuerpo como una explosion nuclear. La energía sexual que había acumulado durante los dos últimos meses se liberó como el agua de una presa que se derrumba. Mis entrañas se licuaban y mi cuerpo vibraba como la cuerda de una guitarra. Notaba unos terribles tirones en mi clítoris y en mis pezones y tardé unos segundos en comprender que éramos Claudia y yo las que tirabamos la una de la otra en el paroxismo de nuestros orgasmos.
Encadenaba los orgasmos uno detrás de otro y era como si mi cuerpo estuviera conectado a la corriente eléctrica. Sentía mucho dolor en mis brazos y piernas pues luchaba contra mis ataduras y yo misma me dañaba. También sentía dolor en el clítoris y en los pezones, pero todo ese dolor lejos de detener mi excitación la aumentaba más aún, hasta que pensé que iba a perder la razón si mi Amo no dejaba de follarme.
De repente mi Amo extrajo su pene de mi interior y yo quede desmadejada y hubiera caído al suelo de no ser por mis ataduras. Mire la cara de mi Claudia y vi que estaba en la misma situación que yo. Tenía una expresión de satisfacción mezclada con un agotamiento supremo. La sucesión de orgasmos nos había dejado destrozadas y respirábamos como si hubiéramos corrido un maratón.
Comprendí la razón por las que nos habían atado tan tensas. Si hubiéramos tenido un poco más de libertad de movimiento nos habríamos desgarrado nosotras mismas el clítoris y los pezones en el frenesí de nuestros orgasmos. Ahora podía sentir como el clítoris de Claudia rozaba con el mio y como sus erectos pezones presionaban los míos y me producían un placer que estaba volviendo a ponerme en marcha. Era muy sensual estar unida a mi hija por nuestras zonas más sensibles, de manera que cada pequeño movimiento de ella se transmitía a mi cuerpo a través de estas uniones.
Waleed y el príncipe intercambiaron sus puestos y note como el glande del descomunal pene de Waleed se apoyaba en mi abertura vaginal y se abría paso sin apenas presionar. En unos segundos el gran miembro de Waleed estaba golpeando mi útero como un martillo golpea un yunque y yo volví a caer en un orgasmo feroz que me envolvió en un delirio de lujuria y entrega.
Deseaba que ese pene que me martilleaba el útero, me desgarrara y me arrancara la vida. No podía resistir más y tiraba de mis perforaciones a propósito para producirme dolor e intentar cortar la sucesión de orgasmos que me devastaba. Pero era inutil, el martillo pilón que me taladraba me tenía completamente subyugada y me llevaba de orgasmo en orgasmo sin solución de continuidad entre ellos.
Al fin, noté como su polla estallaba y me lanzaba ríos de esperma en el interior de mi coño que me hicieron estallar en un orgasmo aún más monumental que casi me hizo perder el sentido. Quedé completamente destruida y mi único pensamiento fue que jamás había gozado tanto. Era completamente adicta a los placeres que me proporcionaba mi Amo y jamas renunciaria a él, aunque tuviera que entregarle mi vida.
Cuando se salieron de nosotras quedamos completamente inmóviles una contra otra. Yo busqué los labios de mi hija y la besé con ternura. Ella me respondió y nuestras lenguas se enredaron en una apasionada danza. Me sentía muy satisfecha y muy feliz en ese momento aunque estaba realmente agotada tras un día de mucho ejercicio y una serie de orgasmos espectaculares que me habían destrozado. Sabía que ahora había llegado el turno del castigo y me preguntaba cómo sería y cómo íbamos a poder afrontarlo juntas. La idea de ser castigadas juntas me excitaba mucho.
Los mozos se acercaron y nos rodearon las cinturas con una correa bien apretada. Hicieron lo mismo con nuestros muslos y nuestros brazos. Ahora nos quedaba muy poca movilidad e intuí que lo habían hecho porque esperaban que el castigo nos iba a hacer reaccionar bruscamente y no querían que nos desgarraramos una a la otra.
Dos de los mozos empuñaron unos látigos de los que sabía que se utilizaban en la doma de caballos. Estaban formadas por una vara fina de un metro y medio aproximadamente de cuya punta salía una tralla de cuero, muy fina, de unos dos metros. No parecía un látigo muy amenazador, tenía un aspecto más bien liviano.
Se colocarán uno a cada lado, en nuestras respectivas espaldas e hicieron restallar sus látigos en el aire. El sonido que producían era estremecedor y pensé que me había equivocado al juzgarlos como poco amenazadores.
De repente, lanzaron un golpe contra nuestras espaldas y fue como si nos hubiera picado una avispa. La punta de la tralla alcanzaba una velocidad asombrosa y cuando tocaba la piel la marcaba. El golpe nos había hecho estremecer y me alegré de estar tan bien amarrada a Claudia pues en otro caso una de las dos, o ambas, hubiéramos sufrido algún desgarro.
Los golpes empezaron a sucederse uno tras otro y nos alcanzaban en la espalda, en las nalgas, en los muslos o en los brazos. Los primeros azotes los recibimos con gemidos lastimeros pero enseguida empezamos a gritar de dolor. Cada golpe nos arrancaba un alarido de dolor y tras un buen rato empezamos a quedarnos afónicas.
No sé cuánto tiempo nos azotaron ni cuantos azotes recibimos pero cuando acabó el castigo había aprendido a temer ese látigo y a los hombres que lo manejaban y haría cualquier cosa para evitar volver a ser castigada. Nuestros cuerpos estaban terriblemente marcados, al menos las partes que podía ver y las lágrimas habían corrido por nuestras mejillas hasta que nos quedamos sin lágrimas.
Los mozos nos retiraron los aros que nos mantenían unidas y dos de ellos soltaron después nuestras ligaduras mientras los otros dos nos sostenían. Casi no podíamos tenernos en pie, en parte por el dolor, en parte por el cansancio y en parte por el entumecimiento.
Ahora que podía ver a Claudia por la espalda me di cuenta del mal aspecto que teníamos. Estaba completamente marcada con líneas rojas de forma curva que señalaban donde había impactado el extremo de la tralla. Sus nalgas presentaban un aspecto especialmente lamentable pues estaban literalmente cubiertas de esas líneas rojas.
— Espero que este castigo no haya sido en balde y aprendáis a respetar y a obedecer a Antonio y a los mozos de cuadra que os atienden y adiestran — nos dijo nuestro Amo —. A partir de este momento, ya que sois yeguas, no tendréis limitación en cuanto a contener vuestros deseos sexuales, podréis correros siempre que lo deseéis sin solicitar permiso a nadie. Como yeguas que sois estaréis completamente a disposición de don Antonio y de los mozos, que tendrán plena autoridad sobre vosotras. Si habéis entendido asentid con la cabeza.
Las dos asentimos y el príncipe ordenó que nos llevaran a nuestros establos y nos atendieran. Los mozos nos ayudaron a volver a las cuadras y nos introdujeron en nuestros establos. Nos quitaron las colas y los cascos y nos lavaron cuidadosamente.Nos aplicaron una pomada por todas las zonas azotadas y nos trajeron un cubo con agua fresca.
Después extendieron una sábana limpia por encima de la paja para que pasaramos la noche más cómodas y nos dejaron solas, cada una en su establo. Yo me tumbé en la sabana y a pesar del escozor que sentía en mi espalda y mis nalgas me quedé dormida prácticamente de inmediato.