El renacimiento de Julia. Capítulo 15.

Un largo paréntesis. Pasamos dos meses solas y mi hija se adueña por completo de mi cuerpo. Contiene dominación, piercing y bondage

Un largo paréntesis

Cuando desperté mi Amo ya no estaba. El cuerpo que tenía abrazado no era el suyo sino el de Claudia. Ella dormía tan tranquila y tan profundamente como cuando era una niña. Sus pechos, marcados por la fusta que yo había usado contra ella, se movían acompasadamente arriba y abajo siguiendo el ritmo de su respiración de una forma que me resultaba hipnótica.

Susana, nada más conocerme, pensó que yo era bisexual y no la creí, pero quizá tenía razón porque mientras contemplaba el cuerpo desnudo de mi hija sentía como el deseo crecía dentro de mi. Bese sus labios y ella poco a poco empezó a responder a mi beso.

— Buenos días mamá.

— Buenos días — contesté.

— ¿Y el príncipe?

— Supongo que se ha ido mientras aún dormíamos.

Nos levantamos, nos dimos una ducha y cuidamos de nuestras perforaciones y nuestros tatuajes. Nos vestimos y llamamos a Juan para que viniera a buscarnos pero resultó que ya estaba esperándonos.

Nos llevó a desayunar y después a casa. Era muy agradable tener siempre a Juan pendiente de nosotras, tan eficiente, tan silencioso y tan seguro. Una vez en casa me di cuenta de que hacía días que no sabía nada de Miguel. Eran las 11 de la mañana, así que serían las 5 de la mañana en la costa este de Estados Unidos. Demasiado pronto para llamar, pero me anoté mentalmente el llamar unas horas más tarde.

No había nada de comida en casa así que cogí el coche y fuimos al «súper». La gente nos miraba extrañada y es que supongo que no es normal que una madre y una hija vistan, se peinen y se maquillen igual. Nosotras ignoramos las miradas y nos comportamos como niñas traviesas. Llenamos el carrito de caprichos y golosinas. ¿Por qué no?, ahora ya no era la responsable de mi hija y ya no tenía que educarla. En realidad, ahora era ella la que estaba a cargo de mi y de mi «educación».

Cuando llegamos a casa preparé una comida ligera y la tomamos en la cocina, viendo las noticias en la televisión. Llevaba un montón de tiempo sin enterarme de lo que pasaba en el mundo pero descubrí que en realidad todo seguía igual que la última vez que vi las noticias.

Cuando acabamos de comer, tomamos un café en el salón viendo una estúpida serie que trataba sobre las vicisitudes laborales y sentimentales de una joven de una pequeña ciudad de la costa este de Estados Unidos. Eso me recordó que quería llamar a Miguel así que cogí mi móvil y llamé. Sonó muchas veces pero al final lo cogió. Su voz sonaba un poco agitada, como si hubiera corrido para cogerlo. Hable un poco con él y me contó que estaba muy ocupado, viajando sin parar. Me pregunto si estaba Claudia conmigo y cuando le dije que sí me pidió que se la pasara y hablaron un rato. Cuando colgaron me acordé de un detalle, no me había dicho que me quería ni que me echaba de menos.

— ¿No lo has notado un poco raro? — pregunté.

— No, yo no he notado nada.

— Creo que estaba con una mujer. Se cuándo intenta disimular y lo estaba haciendo.

— Vaya, el príncipe trabaja rápido.

Me tumbe en el sofá y apoyé mi cabeza en sus rodillas, mirándola a los ojos.

— ¿Estás celosa? — me preguntó.

— No, celosa no, pero he vivido 20 años con él y te tuvimos a ti. Me resulta un poco difícil el cambio.

— Yo haré que te sea más fácil.

Me acarició el pelo con su mano izquierda mientras con la derecha me desabrochaba los botones de la blusa. Me sentí estúpida, porque estaba temblando como una colegiala mientras mi hija me desnudaba. Me abrió la blusa por completo y apartó hacia abajo mi sujetador haciéndome un poco de daño en los pechos, que aún tenía muy doloridos.

Acarició con las yemas de sus dedos las señales que había dejado su fusta y vi en sus ojos el mismo brillo que había visto por la noche. Mis pezones se pusieron erectos y mi clítoris empezó a latir al compás de mi corazón que se desbocaba.

Se llevó el pulgar a la boca y lo lubricó con su saliva, lo apoyó sobre mi pezón derecho y lo masajeó con movimientos circulares mientras presionaba con suavidad. Llevó su pulgar izquierdo a mi boca para que lo chupara y lo lubricara y después lo llevó hasta mi pezón izquierdo donde aplicó el mismo tratamiento que estaba dando al derecho.

Yo estaba muy excitada y mi clítoris palpitaba fuera de control, espoleado por esa barra que lo atravesaba y que convertía cualquier pequeño estímulo en una marea imparable. Me venían a la cabeza las imágenes de todas las cosas que le habían hecho a mi cuerpo en este último mes. Eran muy perturbadoras pero aún lo era más el reconocer que yo las había aceptado sumisamente y lo que es peor, que había gozado con todas ellas.

¡Dios! Estaba al borde del orgasmo y solo me había tocado los pezones. Tenía que controlarme, no podía abandonarme a las fantasías o perdería el control de mi cuerpo. Mire a mi hija a los ojos y vi que ella se había dado cuenta de lo cerca que había estado de llegar al orgasmo.

— Estas muy caliente — me dijo —. Mejor dicho, eres una perra muy caliente.

— Sí ... .señorita.

Siguió acariciando mis pezones un buen rato pero yo había conseguido situar mi cuerpo en un escalón inferior de excitación que me permitía aguantar de un modo seguramente indefinido.

Cuando se cansó de acariciarme los pezones me hizo desnudar y se desnudó ella misma. Me hizo colocarme tumbada pero de través con las piernas por encima del respaldo del sofá y la cabeza casi colgando. Ella se situó de pie tras el respaldo, entre mis piernas, de forma que tenía un acceso directo a mi sexo.

Me introdujo dos dedos en la vagina y la verdad es que se deslizaron con facilidad porque yo estaba muy lubricada. Me estuvo follando con ellos, hasta que introdujo un tercer dedo y enseguida un cuarto. No puedo decir que le resultara difícil, yo estaba muy receptiva y muy lubricada y se deslizaron con cierta facilidad.

Ella empezó a follarme con fuerza y pronto empezó a deslizar no solo los dedos sino la palma de su mano y ahí empezaron las dificultades. Mi vagina tenía que estirarse mucho en vertical para admitir su palma y cada vez que apretaba me producía un pinchazo de dolor.

— Aaaahhhhh!

— ¿Ya duele? — preguntó.

— Aaaahhhhh! Sí señorita.

— Espera, no te muevas.

Corrió escaleras arriba y volvió con un tarro de lubricante. Yo seguía sin comprender donde tenía guardados todos sus artilugios sexuales. Tenía que preguntárselo pero no ahora. Vi como se lubricaba la mano y el brazo y después lubricó el interior de mi vagina y mi vulva. Después juntó sus dedos, formando su mano una especie de cono y empezó a penetrarme.

Los dedos se deslizaban bien pero cuando la penetración se acercaba a los nudillos empezaba a resultar verdaderamente incómoda. Ella hizo girar su muñeca y yo sentía como  mi vagina se dilataba y cedía a la insistente presión de su mano hasta que al fin los nudillos entraron en mi vagina con un pinchazo de dolor seguido de una sensación de alivio.

— Aaaaaaaahhhhhhhhhhhh!

—¿Ha dolido?

— Un poco, pero ya ha pasado.

— Seguro que te ha dolido menos que cuando saque la cabeza por ahí mismo.

— Sí señorita, mucho menos.

Movió su mano en mi interior y note como maniobraba para cerrar su puño. Cuando lo cerró empezó a follarme con él, primero lentamente y con suavidad pero poco a poco fue aumentando la velocidad y la presión a la que me penetraba. Su brazo entraba hasta la mitad en mi abierto coño y su puño golpeaba mi útero haciéndome gritar de dolor.

— Aaaaaaaahhhhhhhhhhhh!

La sensación de entrega que sentía al permitir que su puño me bombeara de esa manera es indescriptible. Me sentía completamente dominada por ese puño que me torturaba golpeando el lugar del que había salido. Ese lugar que era el «sancta sanctorum» de mi femineidad y que era golpeado sin compasión por su único fruto.

— Aaaaaaaahhhhhhhhhhhh!

Claudia se detuvo y dedicó unos segundos a respirar hondo y a serenarse. Note que ella había perdido un poco el control y que necesitaba centrarse. Con suavidad deshizo su puño  y lo extrajo de mi interior.

— Ven. Vamos a tu dormitorio — me ordenó.

— Sí señorita.

Subimos al dormitorio y me obligó a servirla de todas las maneras que se le ocurrieron. Ni un centímetro de su piel quedó sin lamer, le di masajes, le entregué todos mis orificios para que los penetrara con sus dildos y con sus manos, tuve que beber su orina y darle placer con mi lengua en su coño y su ano hasta que desfalleci de cansancio.

Cuando se dio cuenta de que ya no podía más, me ató las manos a la espalda usando una cuerda que supongo que sacó de su alijo secreto y tirando fuertemente de esta, la ató también a mis tobillos, dejándome en una postura muy forzada. Salió de la habitación y la oí trastear en la cocina.

Me sentía completamente subyugada por mi hija. El placer que había sentido siendo dominada por ella no se podía comparar con ninguna otra experiencia de las que había tenido. La sensación de intimidad y de compenetración que había habido entre nosotras había sido abrumadora. Si hubiera tenido permiso para correrme hubiera sido la mejor sesión de sexo de mi vida.

El tiempo fue transcurriendo de esta manera. Largas sesiones de sexo, unas dulces y otras duras, pero sin poder nunca satisfacernos por completo. Salidas para ir de compras, para comer o cenar, para ir a bailar o de copas.

Waleed nos llamó y quedamos con él para visitar al anciano que nos había perforado para completar nuestros adornos corporales. Nos revisó los tatuajes y las perforaciones y nos dijo a través de Waleed que habían curado muy bien. El tatuaje ya no necesitaba cuidados y el clítoris estaba casi bien, pero había que seguir con los cuidados y mantener las precauciones.

Tras esto decidió hacernos todas las perforaciones que faltaban, es decir pezones, ombligo y septum. Con su habitual destreza me perforó el ombligo, al que le puso una barra curvada idéntica al del clítoris. Esto me dolió muy poco. Después me perforó los pezones y eso sí que dolió. Los perforó con una aguja muy gruesa y los anillo con unos aros de oro blanco de un grosor muy grande, aunque afortunadamente de poco diámetro. La verdad es que se notaba el peso. A través de Waleed nos explicó que de esos aros y gracias a como los había insertado se podría colgar mucho peso.

Por último me perforó el septum, que me dolió más de lo que esperaba. También insertó un aro de buen grosor pero de muy poco diámetro. Yo creía que con un aro en la nariz iba a parecer una búfala, pero la verdad es que como no asomaba apenas quedaba incluso «chic».

Adorno a Claudia de igual manera y tras explicarnos, siempre a través de Waleed, los cuidados que debíamos tener nos despidió con grandes muestras de aprecio. Volvimos a casa y la verdad es que estábamos bastante doloridas con tantas perforaciones. Tomamos un analgésico y los siguientes días no tuvimos ni siquiera sexo entre nosotras.

Dedicábamos los días al cuidado de las perforaciones, a hacer ejercicio y a cuidar mi peso que ya se estaba acercando al de Claudia. Era curioso cómo te hacía consciente de tu cuerpo el llevarlo perforado. No se le ocurría a una quitarse las bragas o el sujetador con brusquedad, no. Después del primer enganchón tenías buen cuidado de no volverte a enganchar.

Con el transcurrir de los días el dolor de las perforaciones desapareció y volvimos a tener sexo aunque no podíamos hacer gran cosa con las precauciones que aún debíamos mantener. Pero nos las ingeniábamos para darnos placer, sobre todo yo.

Al cabo de un mes volvimos a visitar al anciano y nos dijo que todo había ido muy bien y que podíamos hacer vida normal. A partir de ese momento nuestra vida sexual se descontroló pues el poder manipular las joyas que nos adornaban nos producía una extrema excitación. Sobre todo la barra del clítoris era un arma sexual de destrucción masiva.

Quizás fuera aprensión mía pero estaba convencida de que la casa entera olía a hembra en celo y quizá tuviera razón, porque noté que los repartidores de Amazon eran particularmente diligentes para entregarnos los pedidos.

Podíamos pasar horas tirando,  girando y deslizando las joyas por las perforaciones mientras nos retorcíamos de placer. Yo podía dar golpecitos con mi uña en la barra de su clítoris durante horas mientras veía como goteaba su flujo por los labios de su vagina.

Claudia había desarrollado un gran apetito por el bondage y yo solía pasar largas horas inmovilizada por completo. Debo reconocer que yo también había aprendido a apreciar la sensación de las cuerdas apretando mi piel y empaquetando mi cuerpo. Me daba una sensación de protección, como si estuviera en el útero de nuevo.

Ella disfrutaba especialmente amarrando estrechamente mis pechos de forma que salían proyectados hacia adelante y los pezones sobresalían junto con los aros que los adornaban. Al poco rato los pechos enrojecían y después se amorataban por la falta de riego sanguíneo.

A estas alturas yo era tan sumisa con mi hija que se podría decir que era como su mascota y deseaba continuamente que me sometiera a todos sus caprichos y sevicias. De hecho, su último capricho era suspenderme de mis pechos pero no tenía muy claro cómo hacerlo.

Fui yo la que sugerí hacerlo aprovechando el hueco de la escalera. Fui yo la que sugerí que me subiera en un taburete del que yo misma me dejaría resbalar y fui yo la que sugerí que me atara las manos a la espalda para que no pudiera usarlas para aliviar mi situación.

Cuando me deje resbalar del taburete y quedé colgada de mis pechos sentí un gran dolor pero también una gran satisfacción. La satisfacción de ver la cara de placer de mi hija al ver a su madre sufrir colgada de los mismos pechos que la habían alimentado. Estaba en ese estado de éxtasis en el que me hacía caer mi propia sumisión, ese estado en el que me disociaba y observaba las cosas que le hacían a mi cuerpo como si fuera otra persona aunque sentía perfectamente el dolor.

Mis pechos estaban sometidos a una gran presión y terriblemente amoratados. Los pezones parecía que iban a estallar  y me ardían como si estuvieran en llamas. Sentía la tentación de patalear pero quería sufrir con dignidad y me contuve.

De repente sonó el teléfono y Claudia lo cogió. Solo escucho y al cabo de un minuto dijo que había entendido y colgó.

— Nuestro Amo llega mañana — me dijo —. Voy a bajarte.