El renacimiento de Julia. Capítulo 14.

Una noche de despedida. Se produce una tórrida noche de despedida pues el príncipe Talal debe volver temporalmente a su país. Contiene dominación.

Una noche de despedida

Cuando llegamos a la casa el sol ya estaba muy bajo y nos dimos prisa. Subimos corriendo a nuestra habitación y nos encontramos una nota de Waleed.

«Bajad al anochecer. Cómo ayer, abaya y niqab pero sin ropa interior. He dejado una báscula en el cuarto de baño»

Nos desnudamos a toda prisa y nos duchamos rápido. Después nos lavamos las perforaciones y nos aplicamos la pomada en el tatuaje. Nos peinamos y nos maquillamos intentando parecernos al máximo, siguiendo las instrucciones de la esteticien. Antes de vestirnos nos pesamos y yo pesaba cinco kilos más que Claudia.

Vestirnos fue muy rápido y bajamos al salón justo cuando llegaban Waleed y mi Amo. Había una sola mesa y solo cuatro sillas. Íbamos a cenar solos. Nos sentamos a la mesa y enseguida nos sirvieron la cena.

— ¿Cómo se te ha dado el día? — le preguntó el príncipe a Claudia.

— Creo que muy bien, mi Amo.

— Me alegro, luego lo comprobaremos — dijo sonriendo.

Seguimos charlando durante la cena y cuando acabó nos sentamos en los sofás y continuamos con la conversación.

— Tengo que daros una noticia — dijo el príncipe —. Mañana tengo que volver a mi país. Ya se que dije que me quedaría toda la semana pero ha ocurrido algo en mi país y tengo que volver con urgencia. Tendré que permanecer allí durante un mes o más, pero cuando solucione mis asuntos allí os aseguro que vendré a visitaros.

— ¿No podemos ir con vos? — pregunté.

— Es una idea tentadora, pero esta vez mejor no.

— Como deseéis.

— Está noche nos despediremos.

Estuvimos mucho rato charlando y tomando un té. Pero a eso de las 11 el príncipe decidió que quería retirarse ya.

— Desnudaos — nos dijo.

Nosotras nos apresuramos a obedecer y en un momento estábamos completamente desnudas ante él.

— Si, estáis realmente parecidas. Con el peinado igual y el mismo maquillaje sois prácticamente idénticas. Claudia está un poco más delgada, así que debéis igualaros.

— Si Amo, lo haremos — contesté.

— Está noche la pasaréis en mi dormitorio. Seguidme. Buenas noches Waleed.

— Seguro que lo son, mi príncipe.

Subimos al dormitorio andando detrás del príncipe y cuando entramos nos ordenó que lo desnudaramos. Hasta ahora no lo había pensado, pero mi Claudia tenía unos cuarenta años menos que el Amo. El cuerpo del príncipe ya no era el de un hombre joven. Aún era fuerte y sano, pero ya no tenía la lozanía de un joven como David o la virilidad de Samuel. ¿Qué pensaría Claudia al respecto?

Cuando lo desnudamos se tumbó de lado en la cama y apoyó su cabeza en la mano derecha.

— Claudia, quiero ver si tu madre está realmente entregada a ti. Ponla a prueba. También quiero ver si tu estas preparada para dominarla, así que esmérate.

— Si mi Amo.

Me tomó de la mano y me hizo acercar hasta la cama. Las dos estábamos de pie junto a la cama, muy cerca de la cabeza del príncipe. Claudia levantó su pie izquierdo y lo apoyó en la cama y apoyando su mano derecha en mi hombro presiono hacia abajo y me hizo arrodillar. Yo, sin que tuviera que decírmelo, incline mi cabeza y lamí su precioso pie.

Recorría con mi lengua el camino desde la punta de cada dedo hasta el tobillo a través del empeine. Estuve lamiendo sumisamente todo el tiempo que ella quiso hasta que tomándome por la nuca me hizo poner la cara ante su coño.

— Abre bien la boca y saca la lengua, bien recta. Levanta un poco la cabeza. Así.

Yo tenía la boca completamente abierta y la lengua totalmente proyectada hacia adelante, de forma que la punta se endurecía. Claudia adelantó su coño hasta que la punta de mi lengua se introdujo un poco en su vagina.

— Ahora quieta.

Claudia dejó fluir su orina muy  lentamente, casi gota a gota, de forma que caía sobre mi lengua y fluía por ella hasta mi boca abierta. Notaba a lo largo de mi lengua el sabor acre y salado de su orina.

— No te la tragues — me ordenó.

Yo dejé que se acumulara en mi boca y vi que mi Amo me miraba con cara de complacencia. Mis pezones se endurecieron y mi clítoris empezó a palpitar por el placer que me daba el humillarme así por mi Amo. La orina estaba empezando a acumularse y pensé que se iba a desbordar de mi boca, pero entonces Claudia cortó el flujo.

— Trágala — dijo.

Yo la dejé bajar por mi garganta y cuando vio que la había tragado toda dejó fluir otra vez su orina lentamente hasta que poco a poco llenó mi boca y me obligó a tragar de nuevo. Todo el proceso se repitió cinco veces hasta que vacío completamente su vejiga. Cuando terminó me hizo lamer las últimas gotas que habían quedado en su vulva.

— En los cajones de la cómoda hay cosas que a lo mejor te inspiran — sugirió el príncipe.

Claudia me dejó arrodillada y se fue hasta la cómoda y abrió los cajones y curioseo su contenido. Tras abrirlos todos volvió con unas pinzas para pezones unidas por una cadena y una fusta. Se puso frente a mí y con su mano izquierda acarició y tironeo de mi pezón derecho hasta que consideró que estaba lo suficientemente erecto. Entonces con su mano derecha cerró la pinza sobre el pezón.

— ¡Hummmmmm ! — gemí.

No tenían punto de comparación con el mordisco de los cocodrilos pero así y todo apretaban bastante y sabía que poco a poco se pondría peor. Repitió la operación con el pezón izquierdo.

— ¡Hummmmmm !

— Junta los brazos en la espalda. Sujetate los codos con las manos.

Obedecí y note que en esa postura mis pechos se proyectaban hacia adelante. Usando la fusta tiro de la cadena que unía mis pezones obligándome a erguirme todo lo que podía sobre mis rodillas. En esa forzada postura mi espalda se arqueaba y mi trasero sobresalía respingón.

Sujeto la cadena con su mano izquierda y tiró un poco más de ella estirando de mis pezones y haciéndome sacar aún más el trasero. En ese momento descargó un terrible fustazo en mi nalga derecha.

— Aaaaaaaahhhhhhhhhhhh!

Me produjo un terrible ardor y supe que me iba a quedar una buena marca y además el involuntario movimiento había hecho que la cadena que Claudia sujetaba con su mano izquierda tirara bruscamente de mis pezones.

— Quieta zorra — me ordenó.

— Sí señorita.

Lanzó otro fustazo que quemó incluso más que el primero.

— Aaaaaaaahhhhhhhhhhhh!

Otra vez no había podido impedir el movimiento involuntario y me había llevado otro tirón en los pezones. Claudia llevó la aleta de cuero de la punta de la fusta a mi boca y me hizo chuparla y lamerla.

— Te gusta, ¿verdad?

— Sí señorita.

Alzó otra vez la fusta y me lanzó un terrible golpe que me alcanzó en los pechos.

— Aaaaaaaahhhhhhhhhhhh!

Vi aparecer una línea roja que cruzaba mis pechos. El tirón de mis pezones esta vez había sido aún mayor.

— ¿ Quieres otro?

— Sí señorita.

— Pídelo.

— Deme otro fustazo señorita.

— Pídelo mejor.

— Por favor señorita azote los pechos de esta zorra con su fusta.

— Así me gusta.

Me lanzó un golpe que ardió como el fuego.

— Aaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhh !

Apareció una raya aún más roja, paralela a la anterior, pero más cercana a mis pezones. Note cómo a pesar del dolor mi coño se lubricaba y mi clítoris palpitaba.

— Por favor señorita vuelva a azotar los pechos de esta zorra con su fusta.

— Como desees.

Otro fustazo cruzó mis pechos entre los dos anteriores, marcando una tercera línea paralela en ellos.

— Aaaaaaaahhhhhhhhhhhh !

— Quieres más?

— Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! Aaaaaaaahhhhhhhhhhhh!

— ¿Otro?

— Siiiiii! Aaaaaaaahhhhhhhhhhhh!

— ¿Otro?

— Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! Aarrrrrrrrggggggggggg!

Siguió así hasta que perdí la cuenta de los golpes que había recibido..

— ¡Alto! — ordenó el príncipe —. Ya tiene suficiente.

Los pechos me ardían pero mi coño y mi clítoris eran los que estaban realmente al rojo vivo. Claudia se inclinó hacia mí y sujetando las pinzas con sus dedos las abrió produciéndome un dolor muy agudo en los pezones al volver a circular la sangre por ellos.

Me admiraba la crueldad con la que me trataba mi propia hija. Se había ensañado con mis pechos cuando apenas 24 horas antes había deseado alimentarse de ellos. Y aún me admiraba más como me había entregado yo a su abuso y cómo la había deseado mientras lo llevaba a cabo.

Incluso ahora, al ver como jadeaba y como las aletas de su nariz se ensanchaban buscando aire deseé suplicar que siguiera azotandome. Claudia me cogió de la nuca y me llevó hasta el pene del príncipe.

— Chupa zorra — me ordenó.

Yo seguía sujetándome los codos por detrás de la espalda y en esa postura tuve que tumbarme de lado, apoyándome sobre mi maltratado pecho izquierdo para poder encarar el miembro de mi Amo. Lo tomé en mi boca con fruición y lo engullí hasta la mitad. Use las técnicas que me había enseñado Samuel y en unos pocos momentos la había introducido completamente en mi boca.

— Acércate Claudia — ordenó el príncipe.

Claudia se arrodilló en el suelo, junto a la cabeza del príncipe y pude oír como él la besaba. Los celos me volvieron loca pues a mí nunca me había besado. El único beso que yo había recibido de él había sido el de los cocodrilos, el de la correa y el de la fusta. Pero claro, ¿quién va a besar a una mujer que se comporta como yo?. A las mujeres como yo no es necesario besarlas, solo se les exige que se entreguen por completo y ellas aún piden más.

— Lo has hecho muy bien pequeña. Tus madre se entrega a ti como una verdadera perra. Estoy muy satisfecho — dijo el príncipe —. Ahora demuéstrame cómo has mejorado tus habilidades orales.

Mi Amo me apartó con su mano y se sentó frente a Claudia. Ella se introdujo su miembro en la boca y al poco rato lo había introducido completamente en su boca.

— Julia, siéntate a mi lado — me llamó mi Amo.

Yo me senté junto a él y me examinó las marcas que había dejado la fusta en mis pechos mientras Claudia se dedicaba a lamer sus testículos con la polla profundamente encajada en su garganta.

— Te ha azotado muy fuerte. Es una chica cruel, sobre todo teniendo en cuenta que eres su madre.

— Si, es muy dura conmigo.

— ¿Y te gusta?

— Sí Amo, sí que me gusta.

— ¿Estaréis bien las dos solas?

— Si, seguro. Nos gusta estar juntas.

— Me alegro de que sea así.

Claudia seguía a lo suyo lamiendo y chupando y lo hacía muy bien.

— Si que has mejorado pequeña. Para y monta encima.

Se tumbó de espaldas en la cama y Claudia se subió encima de él y se metió su polla en la vagina.

— Estás muy abierta para ser tan joven — dijo el príncipe.

— Lo siento mi Amo.

— No pasa nada. En realidad a mí edad hasta se agradece.

Claudia cabalgó durante un buen rato hasta que su excitación fue subiendo de nivel y por su respiración y sus gemidos se intuía que se acercaba al orgasmo.

— Hummmm! Mi Amo, ¿puedo correrme para vos?

— Ya que vais a estar mucho tiempo sin mi quizás debería considerarlo. Ya sabéis que durante este tiempo no podréis correros. Solo podéis correros cuando yo os penetre y os autorice, ya sabéis.

— Si Amo, no nos correremos. Pero ahora me estás penetrando Amo, ¿puedo?

— ¿Tanto lo deseas?

— Si Amo, mucho.

— Haremos una cosa. Tu madre luce unas bellas marcas en sus pechos y yo deseo que seáis lo más iguales posibles. Si le pides a tu madre que te azote los pechos te autorizare a correrte.

— Si Amo, gracias. Julia azótame los pechos.

Yo me quedé helada. No podía hacer eso, no podía azotar los pechos de mi propia hija. No me sentía capaz de dañar a mi Claudia.

— No, no puedo.

— ¡Te he dicho que me azotes!

— Hija…

— Tengo que correrme. Lo necesito. Azótame. Hazlo.

Yo tomé la fusta y dudando aún me puse en posición.

— Si,si. ¡Hazlo! — Pedía Claudia cada vez más descontrolada.

— No te correrás hasta que tus pechos estén como los de tu madre — dijo el príncipe.

— Si,si Amo. Azótame mamá, azótame.

Descargue un golpe pero con muchas dudas y resultó muy flojo.

— Más fuerte mamá, tienes que marcarme o no podré correrme.

Lancé un golpe más fuerte.

— ¡Aaaaaaaahhhhhhhhhhhh!

Una línea roja apareció en los pechos de Claudia y me estremecí.

— Si,si, sigue!

Lancé otro.

— ¡Aaaaaaaahhhhhhhhhhhh!

Otra línea apareció junto a la anterior. Veía como Claudia se descontrolaba por momentos y temí que se corriera antes de tiempo. Lancé otro fustazo.

— ¡¡¡Aaaaaaaahhhhhhhhhhhh!!!

Me dominó la ansiedad y lancé un golpe detrás de otro. Claudia aullaba de dolor pero cabalgaba enloquecida la polla del Amo.

— ¡¡¡ Aaaaarrrrrrggggghhhhhhhhhhhh!!! ¡Siiiiii! ¡¡¡Aaaaaaaahhhhhhhhhhhh!!!

Yo lancé un golpe que acertó en ambos pezones y Claudia perdió el poco control que le quedaba y se corrió como una bestia, como un animal herido. Se corrió con si fuera lo último que iba a hacer en la vida. Gritó su placer a los cuatro vientos y al final cayó hacia adelante, sobre el pecho del príncipe, totalmente derrotada.

El príncipe acarició su cabeza y le dio tiempo para reponerse. Cuando ella pareció reaccionar y comenzó a moverse otra vez sobre el pene del Amo, este la detuvo.

— Ahora le toca a tu madre.

Ella se sacó el miembro de la vagina con cara satisfecha,aunque también con pequeñas muestras de dolor y me cedió el puesto. Se tumbó de costado junto al príncipe y me miró.

Yo me afané a clavarme sobre el miembro del Amo, pues mi coño ardía de deseo de albergarlo. Me apoyé sobre mis piernas y mis rodillas y subí y bajé sobre su miembro, masajeandolo con deseo.

— Tu coño está más apretado que el de tu hija.

— Si Amo, una chiflada lesbiana la sometió a unas inserciones que por lo visto debían de ser brutales y se lo ha dejado muy abierto.

— Bueno, eso no es necesariamente malo. Pero ya sabes que me gusta que seáis iguales en todo. Tendré que pensar en ello. ¿Desde cuándo no te has corrido?

— Desde que me corrí cuando me azotaban el clítoris. Hace tres semanas.

— ¿Tienes ganas?

— Si Amo, ya hace algún tiempo que tengo ganas. He hecho el amor con Claudia y he gozado mucho pero no me he permitido correrme. Mis orgasmos solo son para vos.

— Has hablado bien. Eres una buena esclava y te mereces un premio. Esta noche eres libre para correrte cuando y como desees.

— Gracias mi Amo.

Solo con oír las palabras del príncipe había notado como en mis entrañas se iniciaba un incendio que crecía por momentos y estaba a punto de arrasar mi cuerpo y reducirlo a cenizas. Tomé una extraña consciencia de todo lo que sucedía a mi alrededor. Mi cuerpo se había liberado de las barreras que yo le había impuesto y se desbordaba. Mis sentidos se habían aguzado y podía captar el olor almizclado del sexo de mi hija, podía sentir el latido del corazón de mi Amo, podía oír cada pequeño roce de las sábanas.

— Siiiiiiiiiiiiiiiiiii!! Me corro mi Amo, me corro para vos! Siiiiiiiiiiiiiiiii!!

La liberación de toda la energía sexual que llevaba acumulada en mi interior fue una catarsis que me dejó en un estado de gran relajación. Pero seguí moviéndome sobre su pene y seguí procurado darle todo el placer que podía.

De repente el Amo me hizo parar y me indicó que me extrajera su miembro de mi interior.

— Ahora es mi turno. Me gusta la idea de que una madre y una hija compitan por mi simiente. Usad vuestras bocas para extraerla — dijo abriendo las piernas..

Las dos nos lanzamos a devorarle. Nos situamos entre sus piernas y lamimos como gatitas sus testículos. Yo engullí en mi boca uno de ellos y Claudia el otro. Las dos chupamos sus testículos con suavidad y después nos los sacamos de la boca y subimos por el pene hasta llegar al glande que chupamos cada una desde un lado.

— Mmmmmm! Que bien. Esperad un poco.

Nos apartamos y se dio la vuelta quedando a cuatro patas. Claudia, más ágil que yo, se escurrió entre sus piernas y se apoderó de su pene. Yo me dediqué a sus testículos, lamiéndolos, embadurnándolos bien con mi saliva y acariciándolos con suavidad con mis uñas. Busqué su ano con mi lengua y lo acaricié con la punta. Poco a poco fui abriéndome paso hasta que la introduje todo lo que pude en su recto. La moví espasmódicamente procurando estimularle todo lo posible.

Claudia había engullido su miembro y lo chupaba como una aspiradora.

— Mmmmmm!! Si, tómalo Claudia, compártelo con mamá — ordenó el príncipe.

Se corrió en la boca de Claudia y ella, obediente, lo compartió conmigo en un tórrido beso. El semen paso de una boca a la otra muchas veces hasta que se fue deslizando poco a poco por nuestras gargantas.

— Venid aquí mis palomas — dijo el Amo.

Nos tumbamos junto a él, una a cada lado y besamos sus brazos y sus costados. Él nos acariciaba el pelo y nos susurraba.

— Buenas chicas, buenas chicas. No me he equivocado con vosotras.

Al poco rato los tres nos abrazamos y nos quedamos dormidos.