El renacimiento de Julia. Capítulo 12.
El adorno del cuerpo. Julia y Claudia van descubriendo lo que el príncipe espera de ellas. Contiene dominación, piercing, filial, lésbico, oral, anal.
El adorno del cuerpo
Waleed volvió de nuevo con nosotras y nos contó en que iban a consistir los próximos días. El príncipe se quedaría una semana en Madrid y nosotras debíamos permanecer a su disposición. Viviríamos en su casa, como el príncipe y así no habría que desplazarse inútilmente de un domicilio a otro. Me sugirió que saliera a despedir a Juan y así lo hice.
Salí a buscarlo a la zona de aparcamiento y lo encontré fumando un cigarrillo junto al coche.
— Juan, nos vamos a quedar toda la semana. Puedes marcharte.
— Gracias por avisar. ¿Estás segura de que queréis quedaros? Vi lo que pasó a través de los ventanales.
— Eres un encanto. Si, estoy segura.
— Sabes una cosa, en este trabajo he conocido a muchas mujeres pero ninguna era como tú. Cuidate por favor. Hasta pronto.
— Hasta pronto Juan.
Y nos despedimos con un beso en la mejilla. Me había conmovido el sincero interés de Juan por mi. Saltaba a la vista que era un tipo duro, de esos que han estado en el ejército y se han metido en mil fregados, pero en su interior tenía un corazón amable y generoso.
Volví al interior de la casa y Waleed nos explicó en que iba a consistir el anillado. Nos serían impuestos aros en los pezones y en el tabique nasal y dos barras verticales, una en el ombligo y otra en el clítoris. Waleed tenía bastante claro que mi clítoris era lo suficientemente grande pero no estaba seguro respecto al de Claudia. Lo consultaría con el tatuador. De todos modos, hoy solo nos impondrían el del clítoris y los demás nos los irían poniendo más adelante.
Cuando terminara con eso, nos tatuaria en el pubis una frase en árabe. Según nos dijo esa frase nos identificaba como mujeres completamente entregadas a un hombre, en este caso al príncipe Talal. En su país era como un contrato de por vida y le daba al hombre todos los derechos sobre esa mujer, incluidos los de vida y muerte.
Cuando llegó el tatuador, resultó ser un árabe ya prácticamente anciano. Traía mucho material, incluida una camilla y un joven le ayudaba a transportarlo. Nos pidió que nos desnudaramos y así lo hicimos. Era sorprendente lo rápido que yo había perdido el pudor pues siempre había sido vergonzosa, pero claro, después de mis últimas experiencias de que me podía avergonzar ya. Claudia tampoco parecía tener ningún problema en desnudarse delante de desconocidos. Nos inspeccionó cuidadosamente y de manera muy profesional a la una después de la otra. Waleed habló con él en árabe y después nos comunicó la decisión que habían tomado. No había ningún problema con mi clítoris, el anciano creía que había espacio de sobra incluso para dos perforaciones. Respecto al de Claudia, aunque era más pequeño, también se podía perforar sin problema. Al parecer el anciano estaba muy contento pues no era muy habitual encontrar clítoris suficientemente desarrollados para admitir ser atravesados por una barra y así podía practicar ese arte.
Se decidió a empezar conmigo y me hizo tender en la camilla. Le colocó a los lados unas barras y la convirtió en un potro de ginecología. Me aseguró las piernas a las barras y con una correa me sujetó por la cintura a la camilla. Se puso unos guantes y desinfecto la zona con un antiséptico. Al verlo trabajar tuve la seguridad de que ese hombre había sido médico pues la precisión y pulcritud con la que trabajaba no se adquieren en un estudio de tatuajes.
De su maletín extrajo un Satisfyer y tras desinfectarlo cuidadosamente me lo aplicó en el clítoris. Yo nunca había probado uno y me sorprendió el efecto tan potente y tan eficaz que tenía. En unos pocos segundos mi clítoris se puso erecto como un pequeño pene y latía como un pequeño corazón.
Tomó entonces unas pinzas Foerster y sujetó firmemente mi clítoris con ellas. Los aros de los extremos de las pinzas dejaban un blanco fácil para la aguja que empuñaba en su otra mano y que tenía un grosor que me asustó un poco. El anciano dijo algo en árabe y Waleed tradujo.
— Dice que esto te va a doler un poco.
Aún no había acabado de decirlo cuando el anciano me atravesó el clítoris con la gigantesca aguja. Me dolió horrores pero al lado del dolor que había sufrido en esa habitación hacía solo tres semanas me pareció muy llevadero y lo único que lamenté es que mi hija también tuviera que sufrirlo.
Con mucha habilidad el anciano sustituyó la aguja con una barra ligeramente curvada, que remató con dos tuercas en las que iban engarzadas unos brillantes.
— La barra es de oro blanco y es la más gruesa que fabrican, si se quiere otra más gruesa la tienen que fabricar por encargo. Las piedras son diamantes y son muy valiosos. Lo que llevas ahora en el clítoris vale más que tu casa.
La idea de lucir algo tan valioso me resultó muy excitante y cuando me soltaron y me levanté, me miré y me vi muy sexy. Se veían los dos diamantes, uno encima y otro debajo de mi clítoris, que asomaba entre ellos.
Le tocaba el turno a Claudia y fue inmovilizada igual que lo había sido yo. Yo le sujeté la mano y hubiera deseado poder evitarle ese dolor. Me di cuenta de repente que está terrible sensación que tenía se iba a repetir mucho en el futuro. Mi Amo iba a usar y abusar del cuerpo de mi hija y yo iba a tener que soportarlo en silencio y quizás incluso ayudarle a hacerlo. Entendí en ese momento el interés de mi Amo en tener como esclavas a una madre y una hija. ¿Qué podía ser peor para una madre que ver sufrir a su hija?. Volví a sentir ese ridículo orgullo por tener un Amo tan hábil en torturar a las mujeres.
Entre tanto el anciano había sujetado ya el clítoris de Claudia con las pinzas Foerster y se disponía a atravesarlo. Yo sujeté su mano con más fuerza y con un hábil movimiento el anciano atravesó su clítoris.
— Aaaaaaaahhhhhhhhhhhh! — grito Claudia.
El anciano habló en árabe y Waleed tradujo.
— Dice que habitualmente usa un spray anestésico pero que el príncipe insistió en que debíais sentir el dolor para poder recordarlo.
Le puso con pericia una barra y unos brillantes idénticos a los míos y cuando la soltaron y se levantó, se puso a mi lado y se observó.
— Ha dolido pero ha valido la pena — dijo —. Nos sientan bien y vamos a juego. Me gusta.
El anciano volvió a hablar en árabe y Waleed tradujo.
— Dice que no debéis tocarlos con las manos sucias, debéis lavarlos dos veces al día con un jabón antibacterial y podéis tener relaciones sexuales pero debéis evitar que entren en contacto con el semen o la saliva por lo menos durante un mes, mejor dos.
Después de esto llegó el turno del tatuaje. Empezó de nuevo por mí y tumbandome en la camilla me tatuó en el pubis unas letras árabes. Las letras eran pequeñas, de color negro y tenían una caligrafía muy elegante. Había sido rápido y poco doloroso.
Le realizó el mismo trabajo a Claudia y cuando acabó nos pusimos una al lado de la otra y le preguntamos a Waleed que le parecía.
— Parecéis gemelas. No me había dado cuenta de lo que os parecéis. Idéntica estatura, idéntico color de pelo,rasgos casi idénticos, la forma de los pechos, las piernas, el trasero, todo es prácticamente idéntico. Las únicas diferencias entre vosotras se deben a la edad y a la maternidad. Julia tiene las caderas un poco más anchas y unas formas un poco más redondeadas pero por lo demás sois dos gotas de agua. El príncipe tiene buen ojo.
El anciano nos dio unos consejos para el cuidado del tatuaje que Waleed nos tradujo y nos dejó una pomada para que nos la aplicáramos sobre el tatuaje. Tras esto se marchó despidiéndose con mucha cordialidad y respeto, tal y como se había comportado todo el tiempo.
A todo esto se había hecho tardísimo y no habíamos comido nada desde el desayuno. De repente recordé haber escuchado en la radio que el Ramadan había empezado hacía como una semana más o menos. Pues vaya, otra vez a pasar hambre, pensé, a este paso voy a quedarme en los huesos.
— Supongo que sabéis que estamos en el Ramadán y durante este mes los musulmanes no podemos comer, beber, fumar ni mantener relaciones sexuales durante el día — nos explicó Waleed — . Aunque vosotras no seáis musulmanas, os habéis entregado a Talal que es un líder religioso en su país, así que vosotras tampoco podéis hacer ninguna de esas cosas.
— La verdad es que acababa de recordarlo pero no sabía que también nos afectaba a nosotras.
— Como os he dicho, vosotras debéis cumplir los preceptos como si fuerais verdaderas creyentes. Os acompañaré a la habitación que tenéis asignada y podéis instalaros en ella. Toda la casa está abierta y a vuestra disposición excepto las zonas marcadas como privadas.
— Gracias mi señor — contesté.
Nos acompañó hasta el que iba a ser nuestro dormitorio y nos dejó a solas. Era muy amplio, con una gran cama de matrimonio y amplios armarios empotrados. Tenía un cuarto de baño en suite y un gran ventanal desde el que se accedía a una terraza. Era como una buena habitación de un hotel de lujo.
En uno de los armarios habían varias abayas y algunos niqab, todo de color negro. Habían también algunas sandalias. En los otros armarios habían cosas más interesantes, desde vestidos de firmas internacionales hasta zapatos de los mejores diseñadores, pasando por ropa interior muy sexy y de la mejor calidad.
Nos volvimos locas y empezamos a probarnos todo lo que veíamos. Todo era de nuestra talla y todo era precioso. Nos probamos casi todo, incluso las abayas y los niqab. La verdad es que disfrutamos como niñas y la tarde se pasó volando. No me acordé ni del hambre que tenía.
Cuando el sol empezó a ponerse apareció Waleed en nuestro dormitorio y nos comunicó que en cuanto anocheciera se podría romper el ayuno, así que debíamos bajar. Nos dijo que nos pusiéramos las abayas, los niqab y unas sandalias pero sin ropa interior debajo.
Nos vestimos como nos había indicado y bajamos al salón. Habían preparado dos mesas, una era para nosotras y otra para el príncipe, Waleed y otros tres hombres que por lo visto estaban invitados.
Ya era de noche y se sirvió la cena, empezando con los dátiles, que son lo primero que se consume tras el ayuno. Fue una cena abundante y los hombres charlaban animadamente y parece que se lo pasaban muy bien. Se alargó mucho, pero cuando terminó, los criados retiraron las mesas y Waleed nos hizo acercar.
— Amigos, estas son las mujeres de las que os he hablado. Sus nombres son Julia y Claudia y como os he dicho son madre e hija — nos presentó mi Amo —. Estos amigos son unos socios españoles de los negocios de mi familia. Sus nombres son Alberto, Carlos y Jorge.
Nosotras no sabíamos muy bien cómo actuar ni qué decir. Íbamos vestidas a la usanza del Golfo, no teníamos instrucciones y estábamos desorientadas.
— Como ya os he dicho, estas mujeres están muy perdidas. Han caído en los pecados más vergonzosos en los que puede caer una mujer, el lesbianismo y el incesto. Pero yo las he tomado a mi cargo y voy a intentar salvarlas de sí mismas.
Yo empecé a ver por dónde iban los tiros y me di cuenta de que íbamos a tener que empezar a demostrar a mi Amo que estábamos dispuestas a todo.
— Mujeres, mostrad que os habéis entregado a mí — ordenó mi Amo.
Las dos nos despojamos del niqab y de la abaya y quedamos desnudas frente a esos desconocidos.
— Poned las manos en la nuca y abrid las piernas.
Obedecimos sin vacilar y nos ofrecimos a las miradas de todos, sacando pecho y adelantando el pubis. Los españoles nos miraban con mucha curiosidad, sobre todo les llamaban la atención los tatuajes, que la verdad es que quedaban muy vistosos y elegantes.
— El tatuaje que lucen en su pubis significa que se han entregado por completo a mi. En mi país es algo muy serio, pues significa que al contrario de otras muchas mujeres que han caído en la esclavitud a la fuerza, ellas lo han hecho voluntariamente. Eso sí, ahora han perdido toda capacidad de rectificar, la entrega es permanente, ya sabéis, hasta que la muerte nos separe. Claro que eso solo es válido en mi país.
— Los piercing los llevan a través del mismo clítoris, ¿verdad? — preguntó Alberto.
— Así es —contestó mi Amo —. Estas desvergonzadas los tienen muy desarrollados y permiten esa perforación. El hombre que las ha perforado me ha asegurado que esto hará que se desarrollen incluso un poco más y que aumente mucho su sensibilidad. Por desgracia han sido perforados hace tan solo unas horas y no se pueden tocar aún, pero más adelante, cuando estén curadas, os invitaré de nuevo.
A nosotras no nos ha dado ese detalle, pensé yo.
— Se que os cuesta creer lo que os he contado, así que voy a ordenar a estas pervertidas que os hagan una demostración. Mujeres, demostrad a estos hombres que tipo de actos vergonzosos soléis llevar a cabo.
Yo me volví hacia Claudia y casi temblando la abracé con dulzura. Lo que íbamos a hacer era un acto tabú en cualquier cultura. Una madre que mantiene relaciones sexuales con sus hijos es considerada como un monstruo en cualquier lugar del mundo. Yo me disponía a hacer precisamente eso delante de cinco hombres, tres de ellos totalmente desconocidos.
La boca de mi hija buscó la mía y nos besamos con dulzura. Nuestras lenguas se enzarzaron entre ellas con pasión a la vez que nuestros cuerpos se unían estrechamente. Chupe la lengua de mi hija y bebí su saliva con fruición mientras sentía sus pechos contra los míos y su muslo entre los míos.
Claudia se desenlazó de mi abrazo y apartó su boca de la mía dejándome jadeante y acalorada. Apoyó sus manos en mis hombros y presionó hacia abajo. Sumisamente me arrodille ante ella y cómo siguió presionando me postré a sus pies y los bese.
— Lamelos, guarra — me ordenó mi hija.
Me sentí muy perra tratada así en público por mi propia hija y note como mi coño se lubricaba y lo peor es que empecé a sentir como mi clítoris, que llevaba como entumecido desde la perforación y que sólo me había producido desde entonces un dolor un tanto molesto, empezó a despertar y noté que la barra que lo atravesaba producía un efecto amplificador de las sensaciones.
Lamí los pies de Claudia y empecé a sentir ese familiar calor que me producía el someterme a mi Amo y ahora también a mi hija. Empecé a sentir la necesidad de satisfacer los caprichos de mi hija y estaba empezando a desear que me exigiera más.
— Lame entre los dedos, zorra.
Yo metí mi lengua entre sus dedos y lamí con ganas sintiéndome cada vez más perra. De repente, Claudia me apartó de sus pies y dándose la vuelta se apoyó con las manos en un sofá y abrió las piernas.
— Comeme el culo, perra.
Sin dudarlo, gateé hasta ella y me lancé a lamer su ano. Cuando lo lubriqué, puse la lengua dura y apreté hasta introducirla lo más profundamente que pude en su recto. La moví como una pequeña polla, follandola con mi lengua.
— ¿Veis lo que os dije? Son unas auténticas degeneradas, sobre todo la madre — dijo mi Amo.
La lujuria que sentí al ser tratada así por mi Amo y por mi hija me estremeció y continúe mi labor con más ardor si cabe. Cuando se cansó de que le comiera el culo, se incorporó y dándose la vuelta se sentó en el sofá.
— Ofreceme los pechos que me amamantaron — me ordenó.
Yo, arrodillada como estaba me incline levemente hacia adelante y poniendo mis manos bajo mis pechos se los ofrecí a mi hija. Ella se humedeció los pulgares con su saliva y apoyándolos en mis pezones empezó a masajearlos con movimientos circulares mientras ejercía una presión ligera pero constante sobre ellos.
Desde que sufrí la ordalía de los cocodrilos mis pezones estaban ultrasensibles y muy pronto mi hija me tuvo suspirando y gimiendo de placer.
— Hummmmmm ! Ahhhhhhhhhhh !
— Te gusta,¿verdad?
— Sí señorita.
— ¿Te gustaría amamantarme como cuando era un bebé?
A mi mente vinieron los recuerdos de las largas horas que pase amamantando a Claudia cuando nació y recordé el secreto placer que me produjo entonces y que acallé porque me hacía sentir sucia.
— Si señorita, me gustaría muchísimo.
— Levanta y siéntate en el sofá.
Yo me levanté y me senté en el sofá y ella se recostó sobre mí de forma que su cabeza se apoyó en mi brazo derecho y su boca quedó muy cerca de mi pezón. Me miró a los ojos y yo con mi mano izquierda conduje mi pecho hasta que el pezón entró en su boca y pudo empezar a succionar.
Claudia y yo nos mirabamos a los ojos mientras ella succionaba el pezón como cuando era mi bebe. Yo sentía un gran placer y podía sentir que ella también lo disfrutaba.
— Ojalá tuvieras leche — me susurró.
Yo me sentí muy unida a ella en ese momento y también desee tener leche con la que alimentarla.
— Como podéis ver su desvergüenza no conoce límites — dijo mi Amo —. Pero nuestro deber es tratar de corregirlas. Venid aquí, degeneradas.
A regañadientes, Claudia soltó mi pezón y se incorporó. Yo me levanté también y nos dirigimos hacia los socios de mi Amo. Ellos se habían bajado los pantalones, habían sacado sus penes y los sujetaban en su mano como ofreciéndoles.
Nos arrodillamos ante ellos y nos pusimos «manos a la obra». Yo me encargue de Alberto y de Carlos y Claudia se ocupó de Jorge. Tome los dos penes con mis manos y las hice resbalar arriba y abajo. Pude sentir como se endurecian y entonces engullí hasta el fondo la de Alberto y la mantuve dentro mientras seguía acariciando la de Carlos. El masaje que recibía Alberto de mi garganta era muy intenso así que me saque su pene por completo y engullí el de Carlos, repitiendo el proceso una y otra vez.
Vi que Claudia se esforzaba con el pene de Jorge pero me di cuenta de que no tenía tanta práctica con las pollas como con los coños.
— Están empezando a ver la luz pero es necesario que sean penetradas para poder sofocar sus malos impulsos. Cómo sus perforaciones están tan recientes será mejor que las penetreis por la «puerta trasera» — sugirió mi Amo
— Folladlas vosotros — dijo Jorge —, yo quiero que me la chupen entre las dos. La mamá parece que sabe cómo hacerlo.
Carlos y Alberto se levantaron y se quitaron del todo los pantalones. Yo me uní a Claudia y las dos a la vez empezamos a lamer la verga de Jorge como si fuera un delicioso helado. Alberto se situó detrás de mí y apuntó su glande en mi ano mientras Carlos hacía lo mismo con Claudia. Nos penetraron los dos a la vez haciéndonos gemir y empezaron a follarnos con fuerza. Yo engullí la polla de Jorge hasta el fondo y Claudia se dedicó a lamer y chupar sus testículos. De mi garganta surgía un río de saliva que corría hacia los testículos de Jorge y Claudia la bebía a la vez que los lamía.
Carlos se corrió en el recto de Claudia con grandes gemidos y Alberto hizo lo propio en el mío. Jorge estalló y me llenó la boca con su semen. Yo no lo tragué y sacándome su polla de la boca, besé a Claudia y compartimos el semen hasta que desapareció por completo camino de nuestros estómagos.