El renacimiento de Julia. Capítulo 11.
Una vida nueva. Julia asume su nueva vida sin reservas. Contiene filial y dominación.
Una vida nueva
— Voy a aceptar. Creo que tenemos mucho de lo que hablar. Será mejor que nos vayamos a casa — dije.
— Si, será lo mejor. Nos conviene estar a solas y hablar de todo.
Nos vestimos y salimos al salón. Samuel y David estaban tomando un café y se levantaron cuando nos vieron.
— Quiero deciros que he decidido aceptar. Podéis comunicar a mi Amo que haré su voluntad, sea cual sea.
— Es magnífico. Me alegro mucho. Yo creo que no te vas a arrepentir — dijo Samuel.
— En realidad la decisión estaba tomada. Ya hace semanas que me entregué al príncipe y ahora solo puedo aceptar sus deseos que voy a hacer míos.
— Voy a llamar inmediatamente.
Samuel fue a buscar su móvil y a llamar al príncipe. Volvió casi enseguida y nos dijo que el príncipe estaría en Madrid mañana a primera hora. Nosotras debíamos presentarnos en casa de Waleed a las 12 en punto.
— Juan pasará por vuestra casa, os recogerá y os llevará a casa de Waleed — ofreció Samuel.
— Gracias Samuel, le estaremos esperando. Ahora nos vamos a ir, tenemos mucho de qué hablar.
— Claro, lo entiendo perfectamente.
Nos despedimos y bajamos al parking a recoger mi coche. Tome el camino a casa, pero decidí que era mejor buscar un restaurante y así no tendríamos que cocinar. Elegimos uno con terraza al aire libre y nos sentamos en la mesa más apartada.
— Todo esto es muy perturbador — dije —, pero quiero que sepas que tienes razón, qué voy a hacer todo lo que desee mi Amo y que si eso incluye entregarme a ti, lo haré en cuerpo y alma.
— Gracias por decirlo, mamá, pero lo supe cuando te vi allí colgada. Jamás pensé que fueras capaz de hacer algo así.
— Yo tampoco lo hubiera creído hace un mes pero ahora me parece lo más lógico del mundo. ¿Qué otra cosa puedo hacer sino agradar a mi Amo?
Nos sirvieron la comida y estuvimos charlando como amigas de todo lo que había sucedido. Yo sentía especial curiosidad acerca de las circunstancias por las que había llegado a ser testigo de mi terrible castigo.
— Cuando el príncipe se dio cuenta de que no ibas a ceder, hizo llamar a Samuel para que me llevara a presenciarlo. Le pareció que sería muy pedagógico para mí presenciar tu completa entrega a sus caprichos.
— ¿Y aprendiste algo?
— Aprendí que tu sumisión no conoce límites.
— Es cierto. Yo no recuerdo lo que pasó las últimas horas, ¿podrías contármelo?
— Yo estuve allí las últimas ocho horas. Tu estabas colgada y tenías un aspecto espantoso, estabas cubierta de rastros de sangre y sudor. Creo que te habías orinado y la orina había corrido por tu vientre, tu cara y tus pechos. Cuando te vi así me eché a llorar y supliqué que te soltaran. El príncipe se acercó a ti y te pregunto si estabas dispuesta a renunciar pero tú negaste con la cabeza y suplicaste que siguieran azotandote. Yo estaba desesperada, estaba segura de que te iban a matar, pero según el príncipe tan solo tú podías detener el castigo.
— Debió ser horrible para ti. Siento que tuvieras que presenciarlo.
— Lo fue, fue horrible. Al menos el príncipe ordenó que te lavaran y Susana lo hizo con mucha delicadeza. Le preguntó al príncipe si te podía dar agua pero este le dijo que no, que las condiciones del castigo eran que lo debías soportar sin agua ni alimentos, pero que podía ofrecerte su orina. Ella puso su vulva en tu boca y dejo que bebieras de ella. Cuando acabó empezaron a azotarte de nuevo. Todo esto se repitió dos veces más. Las dos veces suplicaste que te siguieran azotando.
— Tengo vagos recuerdos pero estaba ausente, como en otro mundo. No recuerdo nada con claridad.
— Al final, se cumplió el plazo y el príncipe ordenó bajarte. Salman te subió al dormitorio en brazos y llegó el médico. Yo ya no pude ver más, Samuel nos llevó a Susana y a mi a casa, aunque no queríamos irnos.
— Lo siento de verdad, no tenías que haber visto algo así.
— No fue culpa tuya.
— Bueno, creo que tenemos que hablar de otra cosa, aunque me resulte difícil, ¿desde cuándo me deseas?
— No lo se, supongo que desde que empecé a tener deseos sexuales. He tenido fantasías contigo desde hace muchos años.
— ¿Por eso te volviste huraña conmigo?
— Supongo que sí, que era por eso.
— Tiene sentido. Verás, cuando acabemos la comida iremos a tomar unas copas por ahí y yo seré tu novia,¿te parece bien?
— Si mamá, me parece bien.
— Pues desde ahora llámame Julia. Esta noche, cuando volvamos a casa haremos el amor y cumpliré con todas tus fantasías.
— Gracias… Julia.
La comida se alargó mientras conversábamos de muchas cosas. Tomamos café y después nos fuimos a un local de moda, a tomar una copa y escuchar música. De ahí fuimos a otro y después a otro. Después fuimos a picar algo que nos sirvió de cena y más tarde aún a bailar a un disco-pub.
Mientras bailábamos unos chicos jóvenes nos miraban como pensando en acercarse a nosotras. Yo se lo dije a Claudia y ella sin pensarlo dos veces me besó. Fue un beso cálido y suave, muy parecido a los besos de Susana. Yo abrí mi boca y dejé que la lengua de mi hija recorriera mi boca y froté mi propia lengua con la suya, mientras notaba como mi entrepierna se humedecía. Me sentía muy extraña, pero no me sentía culpable ni avergonzada. Deseaba a mi propia hija y no me parecía que fuera nada monstruoso.
Cuando nos dejamos de besar los muchachos se habían dado la vuelta y habían pasado de nosotras. No estábamos a su alcance así que se fueron a buscar otros pastos más verdes.
— ¿Nos vamos a casa? — le dije.
— Si, vamos.
Salimos del local y fuimos a buscar el coche. Yo estaba muy caliente y quería que todo el mundo se enterara. La besé en cada esquina y en cada paso de peatones. La besé en el coche cada vez que paramos en un semáforo. Y la besé en el garaje, la besé por la escalera mientras nos arrancábamos la ropa y la besé en el dormitorio mientras retozábamos en mi cama, en la cama donde tantas veces había dormido con mi marido.
La tumbe de espaldas y me puse sobre ella, lamí sus pezones y los mordisqueé mientras ella gemía de placer. Baje por su vientre y pase por su ombligo hasta llegar a su pubis. Ella abrió sus muslos y yo lamí su clítoris que estaba abultado y sobresalía de entre sus labios menores.
Ella me cogió de las caderas y me situó sobre su cara para devolverme el favor y su lengua empezó a explorar mi vulva y mi clítoris. Me estremecí de placer al pensar que esa lengua que me producía esas sensaciones era la de mi hija, la que yo había parido y amamantado y que ahora era una ardiente y atractiva hembra capaz de volver loco a cualquier hombre o a cualquier mujer.
Me maravilló la habilidad de su lengua y pensé en las largas sesiones de sexo que debió tener con su amante para adquirirla. No dejaba de pensar en ello y de repente me dijo:
— Julia, ponte tú boca arriba.
La obedecí y me puse boca arriba. Se puso sobre mi cara y comencé a lamer su clítoris mientras ella hacía rodar mis pezones entre sus dedos. Yo los tenía muy erectos y muy sensibles y mi excitación subió mucho. Mi lengua se había desbocado y penetraba en su vagina y acariciaba y frotaba las paredes sin descanso.
— Comeme el culo — me ordenó.
El pensamiento de que mi propia hija me ordenara que le comiera el culo me resultó tan perturbador que note como mi coño se lubricaba y mi clítoris empezaba a latir. Le lamí el ojete y poniendo dura la lengua penetré su esfínter mientras mis labios se acoplaban a su ano. Ella gemía de placer y yo me esforzaba en proyectar mi lengua todo lo posible en su interior mientras intentaba hacer succión con mis labios en su ano.
Al cabo de un rato empecé a notar que se corría. Sus gemidos habían aumentado mucho de volumen y sus dedos pellizcaban mis pezones con mucha fuerza.
— ¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! ¡Que gustooooo! — grito.
Me frotaba su entrepierna por la cara y cuando se tranquilizo un poco me dijo:
— Abre bien la boca.
Se situó encima de mi boca y dejó fluir su orina. Lo hizo de forma controlada para que pudiera beberla toda. Yo me afanaba en tragar y aquella fuente no se secaba nunca. Habíamos bebido mucho y lo que entra tiene que salir.
— Estaba deseando hacer esto desde que vi como te bebías a Susana — me dijo mientras seguía vaciando su vejiga en mi boca.
Cuando por fin su orina dejó de manar, lami su vulva para dejarla bien limpia.
— ¿Te ha gustado, zorra? — pregunto.
— Si, me ha gustado mucho señorita.
— Asi me gusta, que vayas asumiendo tu posición.
— Gracias señorita.
El tratar de “señorita” a mi propia hija me ponía como una moto y hace un mes me hubiera corrido por mucho menos. Estuvimos mucho rato haciendo el amor y ella se corrió muchas veces pero yo mantuve el control. Mañana íbamos a ver a mi Amo y quería poder decir que no me había corrido si me lo preguntaba.
Yo hice todo lo que me pidió y me sometí a ella como me hubiera sometido a mi Amo. No dejaba de sorprenderme lo pervertida que era mi hija a pesar de su juventud. Una de las cosas que me sorprendió mucho fue cuando se acercó a su cuarto y volvió con un enorme consolador doble para que nos follaramos la una a la otra. Yo no podía dejar de pensar en dónde lo tendría escondido ya que yo entraba muchos días a limpiar su cuarto y a guardar su ropa limpia y no lo había visto nunca.
Al final, cuando ya estábamos agotadas, bajo al garaje y volvió con el collar de Puffy, una perrita que tuvimos cuando ella era pequeña. Me lo puso y dándome un beso en la mejilla me dijo:
— Buenas noches Puffy.
Se tumbó y se quedó dormida casi de inmediato, como cuando era una niña pequeña. Yo me tumbé a su lado y pensé acerca de lo que habíamos hecho y decidí que no había ningún mal en ello. Mi hija era ya adulta y podía follar con quien ella quisiera, incluso conmigo. Con estos pensamientos yo también me quedé dormida.
A la mañana siguiente me levanté pronto y preparé el desayuno para las dos. Lo lleve a mi dormitorio y desayunamos en la cama. Cuando acabamos nos aplicamos mutuamente un enema y nos duchamos. Nos pusimos guapas y nos vestimos. Yo decidí ponerme un minivestido negro y unos zapatos de plataforma con tacones de 12 centímetros. Debajo llevaba un conjunto de sujetador y tanga negro y unas medias con liguero.
Claudia se puso una minifalda y una camiseta ajustada con unos tacones de 10 centímetros. Su ropa interior era un conjunto de sujetador y tanga en blanco. Estábamos muy guapas las dos. Yo me acordé del collar de Puffy y decidí buscar también la correa. iba a ir como una perrita de verdad, Claudia me llevaría de la correa.
Estuvimos tomando un café mientras esperábamos a que Juan viniera a recogernos. Llegó puntual y aparcó en la puerta. Salimos a su encuentro, Claudia delante llevando la correa y yo siguiéndola detrás. Juan nos abrió la puerta y me dijo:
— Buenos días Julia, me alegro mucho de verte tan bien.
— Buenos días Juan. La verdad es que me encuentro muy bien. Gracias por llevarnos.
— Es un placer.
Subimos al coche y Juan nos llevó con rapidez y comodidad hasta la casa de Waleed. Aparco y nos abrió la puerta.
— Esperaré aquí — nos dijo.
Eran las doce en punto y estábamos en la puerta de Waleed. Nos abrió un criado y nos llevó ante Waleed y el príncipe Talal. Yo entré caminando muy erguida detrás de Claudia que me llevaba sujeta por la correa.
Waleed se levantó para recibirnos y me abrazó y me beso en la mejilla.
— Tienes talento para hacer entradas dramáticas — me dijo —. Me alegro de verte tan bien.
— Gracias mi señor.
Nos llevó ante mi Amo que le pidió que le dejara a solas con nosotras.
— Me alegro mucho de veros. Entiendo que aceptáis mi oferta.
— Si Amo, recibí 8000 azotes para no perderos, ¿cómo voy a rechazar vuestra oferta? — contesté.
— Y tú Claudia, ¿ Qué dices tú?
— Yo no quiero perder a mi madre, así que también me conviene su oferta, mi señor.
— Magnífico. Desde ahora me llamarás Amo.
— Si Amo — contestó Claudia.
— Os voy a explicar lo que espero de vosotras. Quiero que seáis mis esclavas y os entreguéis a mi sin reservas. Además espero que tú, Julia, te entregues a tu hija como si fuera yo. La obedecerás en todo como si fuera yo mismo, ¿ lo has entendido?
— Si Amo, lo he asumido ya como puedes ver y me hace muy feliz complacerte.
— Ya lo he visto y me alegro.
— Gracias Amo.
— Yo paso la mitad de mi tiempo en Europa y América y es ahí donde quiero que me sirvais. En mi país tengo muchas mujeres y vosotras allí no estaríais en vuestro ambiente. Así pues, cuando yo esté en mi país vosotras seguiréis colaborando con Samuel pero cuando yo viaje a Europa o América dejaréis cualquier otra ocupación y acudireis a poneros a mi disposición.
— Si Amo — contestamos casi al unísono.
— En cuanto a vuestro comportamiento deseo que sea evidente que sois madre e hija, así que no lo disimulareis en ningún caso. Además, espero que también sea evidente para todos el hecho de que mantenéis una relación incestuosa. ¿Está claro?
— Si Amo — volvimos a contestar al unísono.
— El recato es algo que debéis olvidar o al menos dejar en el pasado. Espero que os comporteis como auténticas putas. Sin reparos y sin vergüenzas. Si yo os digo que os folleis a un vagabundo os lo follais y si os digo que se la chupeis al perro del vagabundo se la chupais.
— Si Amo — otra vez al unísono.
— Bien, veo que nos entendemos. Hay un tema del que debemos hablar. ¿Qué queréis hacer con vuestro marido y padre?
— Mi Amo, yo quiero a mi marido, pero si continuo con él no podré serviros como deseo, así que creo que lo mejor es que lo deje, pero no quisiera hacerle daño.
— No te preocupes, he pensado en ello y tengo la solución. Tu marido va a conocer a una mujer y seguramente dentro de poco será él mismo el que te pida el divorcio. Además su empresa está a punto de destinarlo en Estados Unidos definitivamente.
— Gracias mi Amo — contesté.
— Una cosa más que debe quedar clara. Sois de mi propiedad y vais a ser anilladas y marcadas como tales.
— Si Amo — volvimos a contestar a la vez.
— Perfecto. Solo queda el tema del contrato y el dinero. Firmaremos un contrato de alta dirección y no contaréis con sueldo fijo. Cobrareis según vuestro desempeño pero no creo que eso deba preocuparos, el dinero no va a ser problema. ¿ Tenéis alguna duda?
— No Amo — contestamos.
— Perfecto pues. Waleed lo ha preparado todo y el tatuador está a punto de llegar. Yo tengo que trabajar así que os dejo con Waleed. Hasta luego.
— Hasta luego Amo — contestamos.