El renacer de los deluyrei (04)

Antes de rescatar a las hermanas de Ciríe, tanto ésta como Óscar deciden pasar un buen rato con un par de camareras...

Para la completa comprensión de la presente entrega, es imprescindible leer las anteriores

Eran las once y media, momento en el que la alarma del reloj de pulsera de Óscar les despertó a ambos.

  • He estado soñando buena parte de la noche contigo - le dijo Ciríe, mimosa, cuando ambos se desperezaron.

  • Yo también. Nos hacíamos el amor en una piscina llena de chocolate, y al poco se nos unían tres de tus hermanas, recién renacidas de mí, así como tres jóvenes deluyrei que no eras capaz de identificar, también resucitadas a través de mí ( por algún motivo, no soy capaz de recordar la resucitación en sí ).

  • ¡ Yo he soñado exactamente lo mismo ! - le dijo ella, alborozada - Las tres desconocidas aún no eran adultas, creo que les eché unos cuarenta años, pero estaban de muy buen ver ( siendo deluyrei, no es de extrañar ). Después de una maravillosa sesión de sexo nos salimos de la piscina, y entonces tú nos orinaste a todas encima.

  • Sí, pero de mi rabo salía miel, en vez de pis, y en cantidades descomunales.

  • Entonces, por algún misterioso motivo, nos dio por limpiarnos con la lengua...

  • Eso es justo lo que recuerdo yo. ¿ No te parece un poco extraño ?

  • En absoluto. Los deluyrei a menudo compartimos nuestros sueños con quienes amamos, sobre todo de dormir junto a ellos. Más aún: en tales circunstancias, a veces son premonitorios ( el de esta noche lo era, de eso estoy segura ).

  • Fue divertido. Después de apurar la miel, corriéndonos ni se sabe de veces, nos pusimos a bailar en torno a un tótem metálico con forma de falo que había por allí ( creo que era de bronce ).

  • Sí, lo era, y en él estaban encadenados Inmaculada y Bernardo: recuerdo que nos los presentaste no bien los viste.

  • Me pregunto por qué Bernardo se nos apareció en el sueño como una mujer, y más una tan maciza. En cuanto a la otra tipa que había encadenada...

  • ¿ Qué otra ? - se extrañó Ciríe - Pero, si no había nadie más...

  • No digas tonterías, recuerdo perfectamente que había otra mujer ( estaba todavía más buena que Inmaculada y que la versión femenina de Bernardo ).

  • Ahora que lo dices, el tótem tenía un juego de grilletes vacíos, y me dio la sensación de que deberían estar ocupados por alguien. Qué curiosa discordancia, me pregunto a qué se deberá. ¿ Qué me puedes decir de la mujer que yo no vi ?

  • Intuí que no era de este mundo: desde luego humana no era, aunque a simple vista lo pareciera - rememoró él, pensativo - No sé, creo que era una especie de personificación del Mal ( eso explicaría lo mucho que nos odiaba, sentimiento que naturalmente era mutuo ). Cuando el gigantesco falo empezó a echar aquel remedo de líquido preseminal sobre ellas, corroyéndoles como si se tratara de algún tipo ácido, me vi profundamente realizado. Sus gritos de dolor me parecieron música, sobre todo los de ella.

  • Ignoro qué significará, y me desconcierta un poco el que yo no soñase con ella. Por cierto, el líquido aquel era como dorado, ¿ verdad ?

  • Eso es, y además refulgía. Oh, y me dio la sensación de que procedía de mí, pese a estar saliendo del tótem.

  • Ese fue también mi parecer. ¿ Soñaste tú también con lo de los pájaros ?

  • ¿ Esos que se me hicieron sus cosas encima ?

  • Esos mismos. Eran cuervos, ¿ no ?

  • Diría que sí.

  • Una vez fuiste vilmente bombardeado con sus heces, aparecieron de pronto dos humanas realmente guapas - continuó Ciríe - No me las presentaste, pero en el acto supe que eran tu mujer y tu hija.

  • Querrás decir la suya - le corrigió él.

  • La tuya - insistió ella - En el sueño, al menos, lo era.

  • Bien pensado, creo que yo también le veía como mía.

  • Me chocó bastante que fueran equipadas para limpiarte la mierda ( recuerdo que llevaban un balde de agua caliente, esponja, jabón y toalla ).

  • A mí también. De hecho, soy incapaz de imaginándomeles haciendo algo así por mí: a fin de cuentas, lo único que han hecho hasta ahora ha sido cubrirme de mierda, que no limpiarme de ella.

  • No me has dicho que ya has soñado con ellas desde que te transformaste en deluyrei - le reprendió ella, al captar aquel hecho de su mente.

  • No lo creí relevante. Está claro que sigo echando de menos lo que siempre creí tener... o sea, su amor. Si el sueño realmente es premonitorio, cosa que dudo, tiene cuánto menos un fallo, y garrafal.

  • Pero, ayer, cuando Alicia te llamó por teléfono...

  • Olvídate de eso. Estoy convencido de que tu percepción exhibicionista no es capaz de operar correctamente a través de teléfonos móviles ( debe de tener muy poca, mm... cobertura ).

  • ¿ Conocías también al travestí pechugón que salió como si tal cosa del suelo, uniéndose a ellas ? - se interesó Ciríe no bien le rió la gracia, prefiriendo no insistir por el momento: pronto podrían comprobar si ella estaba o no en lo cierto.

  • Para nada. Por cierto, ¿ es mi imaginación, o estaba castrado ?

  • Creo que sí, pues los testículos no se le veían por ningún lado, aunque quizá los tuviera tan subdesarrollados como el pito.

  • La verdad es que daba pena, no debía medirle ni cinco centímetros. Eso sí, por lo demás estaba estupendo, parecía una tía de verdad.

  • ¿ Qué me dices de la mujer que llevaba cogida de la mano ?

  • ¿ La del rostro desfigurado ? Tampoco le conozco de nada. Por cierto, tendría la cara hecha un asco, pero menudo cuerpazo tenía: estaba casi tan maciza como Alicia.

  • Les siguieron doce tipos, siete hombres y cinco mujeres.

  • Sí. Estaban vestidos de cuero, y salieron por el mismo agujero. Tampoco les reconocí, aunque difícilmente podría haberlo hecho, pues no había forma de verles la cara con aquella especie de pasamontañas que llevaban.

  • ¿ Y el joven ?

  • Supongo que te refieres al muchacho de la edad de Laura que, pese a vestir de forma tan estrambótica como los otros, al menos llevaba la cara al descubierto. Me dio la sensación de conocerle de algo, pero no logré recordar de qué. Además, me pregunto por qué todos me besaron tan efusivamente en los pies ( que yo les tendí ), cuando les puse, a cada uno, uno de los muchos collares de cuero, estilo perro, que me dio Alicia ( para entonces, creo, ya habían acabado de limpiarme ).

  • Ni idea, y también desconozco el motivo por el que el muchacho se tumbó boca arriba a una orden de tu hija, que empezó a acariciarle todo el cuerpo con los lindos zapatos de afilado tacón que llevaba ( unos negros y con los dedos al aire, creo recordar ), poniendo especial empeño en su cara y su sexo, donde él los recibía visiblemente gustoso.

  • Sí, llevaba una especie de pantalón corto, y le bajó la cremallera con el tacón de un zapato, extrayendo su miembro también por medio del mismo ( me sorprendió mucho su habilidad ). Luego, se descalzó y siguió con el juego, hasta que finalmente se subió la falda que llevaba, momento en el que descubrimos que no llevaba bragas, y se sentó en su cara, pellizcándole alternativamente los pezones.

  • Y entonces, se sacó de uno de los bolsillos de la blusa aquel chisme, apretándolo ocasionalmente: ¿ qué se supone que era ?

  • Creo que se trataba de una especie de mando a distancia, pero que me zurzan si sé qué activaba. Lo que sí sé es que la escena me puso muy cachondo, y cuando evacuó aquel tremendo pastel en la boca del joven, mientras se masturbaba, fue la monda.

  • La verdad es que fue muy sensual, no me extraña que le aplaudiésemos tan animados cuando el muchacho empezó a eyacular como un toro, sin dejar por ello de comer, en apariencia gozoso, la inacabable deposición de Laura. Mucho le tuvo que gustar hacerlo para correrse de aquella forma, sin que ella le tocase en absoluto el miembro.

  • Hablando de comer, ¿ quieres amamantarte, nena ? - le dijo Óscar, haciéndose crecer los pechos.

  • Claro que sí. ¿ Queda mucho para que nos echen del cuarto ?

  • Algo más de veinte minutos.

  • No es gran cosa. Te propongo lo siguiente: mientras me amamanto, deja que me clave tu tranca en el culo, para disfrutar ambos de algo de sexo matutino, aunque sea rápido.

  • Si te pones una tranca, te la menearé - se ofreció él.

  • De eso nada. Me niego a gozar por dos sitios mientras tú sólo gozas por uno. Creo que ya hemos hablado de esto antes...

  • Por las tetas también disfrutaré, preciosa.

  • Aún así, prefiero reservarla para más tarde. Oh, y recuerda que el desayuno es la comida más importante del día, al menos según vosotros ( lo oí ayer en la tele ).

  • Tranquila, puedes mamar hasta que te hartes.

  • Lo sé, no es eso lo que me preocupa.

  • Entonces, ¿ cuál es el problema ?

  • Mi culito cenó ayer muy poca cosa, de modo que el muy glotón está realmente hambriento - le dijo mimosa ella, incapaz de contener ya la risa.

  • Que yo recuerde, lo de miniaturizarme el rabo fue idea tuya.

  • Lo sé, y fue muy divertido, pero resulta que ahora me apetece algo realmente contundente ahí atrás.

  • Oído cocina, cochina - bromeó Óscar, expandiendo su falo - Marchando un rabo tamaño familiar para la nena. Que no se diga que le hago pasar hambre a mi amada hija.

  • Que sea con un buen par de huevos, papá - le rogó ella, mientras se clavaba el pene de Óscar en el trasero ( a poco estuvo de hacerse algo de daño, de lo grande que se lo había puesto ) - Quiero sentir cómo tu esperma me inunda.

  • Vale, marchando también un par de huevos de avestruz.

  • ¡ Bruto, eso no son huevos de avestruz, son huevos de dragón ! - rió ella.

  • Mejor, más nutritivos.

  • Mm, menudo enema de jugo de macho que me vas a meter - dijo Ciríe, tras recrearse durante unos instantes en la contemplación de aquellas fabulosas y viriles moles, relamiéndose de anticipado placer - Voy a mantenerlo en mis tripas durante horas, cariño, pues antes de compartirlo contigo quiero que coja sabor a mí. Por cierto, ¿ quieres que me mueva yo, o prefieres hacerlo tú ?

  • Sírvete tú misma - le dijo él, poniéndose los brazos bajo la cabeza.

  • Mira que eres vago, papá - le regañó cariñosamente ella, inclinándose sobre sus pechos, con cuya leche no tardó en deleitarse.

  • Coño, no te hagas de rogar y menea el culo de una puta vez

  • se molestó al poco Óscar, pues Ciríe por el momento tan sólo se limitaba a amamantarse.

  • Uy, se me había olvidado... - bromeó ella, empezando a mover sensualmente las caderas, para placer de ambos.

No les llevó ni diez minutos correrse, y eso que se lo tomaron con calma ( aquel, decidieron, sería su último polvo antes de abandonar el hotel ). Se dieron una ducha, y ambos se vistieron, recogiendo las cosas. A Ciríe ya no le valía la ropa de ayer, de modo que se puso el siguiente conjunto de prendas, asegurándose de hacer de ello todo un espectáculo erótico para Óscar, que, cuando finalmente se alisó la falda, le agarró de las nalgas y le alzó en vilo a fin de besarle, tras lo que le susurró, con aduladora grosería:

  • ¡ Estás realmente maciza, puta ! Como me sigas calentando así, puerca, un día de estos te voy a comer cruda.

  • Tú sí que estás bueno, cacho cabrón - le dijo ella, radiante, rodeándole la cintura con las piernas y el cuello con los brazos, a fin de apretarse todavía más a él mientras le devolvía el ardiente ósculo.

En esta ocasión decidieron desayunar, tras reunirse en el coche ( Ciríe se teletransportó invisible a él, con buena parte del equipaje a cuestas, haciéndose visible cuando sintió que nadie miraba en aquella dirección, y Óscar bajó al poco, con el resto de las cosas ).

Se encontraban en un bar, tomándose un buen desayuno ( Ciríe estuvo la mayor parte del tiempo haciendo disimulados gestos obscenos a un sexagenario que había en la mesa más cercana, acompañado de una mujer que bien podría ser su nieta ), cuando Óscar empezó a darse cuenta de que algo extraño estaba pasando: la gente le miraba demasiado, especialmente las mujeres, y detectó en ellos una creciente excitación ( su telepatía cada vez era más precisa, permitiéndole captar ya algunos pensamientos, pero sobre todo emociones, en humanos ).

  • Oye, nena, ¿ qué está pasando ? La gente me mira de una forma muy rara. Parece como si quisieran echárseme encima, sobre todo las mujeres. Qué demonios, si hasta hay tíos que me están guiñando los ojos y lanzándome besos.

  • Dicho así, casi parece que... - comenzó ella, en un tono jocoso y olvidando por el momento al viejo, pero entonces se puso repentinamente seria y, tras olfatear discretamente, exclamó - ¡ Mierda, estamos en un buen lío !

  • ¿ Y eso ?

  • Tus glándulas afrodisiacas se ha puesto en marcha, y menudo momento para hacerlo, pues este local está lleno de gente, y tus efluvios están empezando a saturarlo. Ve al servicio, que yo haré lo mismo. Una vez dentro, me teletransportaré al de caballeros, a fin de reunirme contigo. De prisa, antes de que se desencadene una orgía, contigo como el centro de atención.

  • ¿ Qué tendría de malo eso ? - le dijo vibratoriamente él, directamente a los oídos, mientras se ponía en pie ( de momento aún no se había planteado usar su telepatía para intercambiar pensamientos con Ciríe, pues no se veía con la suficiente soltura como para mantener una conversación ) - Me siento capaz de satisfacer a todas.

  • No lo dudo, pero, ¿ y a ellos ?

  • Por el momento no me apetece tener relaciones con otros hombres, o no con tantos a la vez - reconoció él, cerrando la puerta del reservado, en el que ya había entrado, y apartándose contra la pared a fin de dejar sitio a Ciríe, que de inmediato apareció ante él.

  • En realidad no tendrías por qué hacerlo, pues pronto todo el mundo estaría tan cachondo que se conformaría con cualquier otro, u otra, a falta de ti. Lo más probable es que yo pasara a convertirme en el blanco secundario de todos los que tú fueras rechazando. Venga, bájate los pantalones y procura pensar en cosas que te bajen la moral, que al final vamos a liarla. Hasta los ratones saldrán del suelo dispuestos a unirse a la fiesta, precedidos por las cucarachas.

  • Pensaré en lo que me tenía deparado mi suegra, pues no se me ocurre nada menos erógeno, aunque sigo sin comprender qué hay de malo en que toda esa gente se divierta... fauna del subsuelo incluida - le dijo él, haciendo lo que Ciríe le pedía.

  • En una sociedad sana, nada - le dijo ella, hurgándole en el ombligo - En la tuya, que considera el sexo como una especie de pecado, cuando en realidad es una de las cosas más maravillosas que existen ( si no la que más ), sí. Ten en cuenta que toda esa gente no podría pensar en otra cosa que no fuera joder como posesos hasta pasadas muchas horas, a falta de ti no importa con quién... y eso, a partir del momento en el que les dejaras. Los demás les considerarían unos enfermos, en vez de tenerles por lo que realmente serían ( esto es, gente sana y por fin liberada, si bien tan sólo temporalmente, de los absurdos y antinaturales prejuicios humanos ).

  • Empiezo a hacerme una idea. Además, algunos de ellos son trabajadores de una construcción cercana, y les he oído comentar que su patrón había amenazado con despedirles si volvían a prolongar más de la cuenta la pausa del desayuno.

  • Pues ten por seguro que, una vez estuvieran lo suficientemente excitados, les importaría un comino quedarse, aun a riesgo de perder su trabajo ( cosa de la que luego, supongo, se arrepentirían ). Y no olvides que en este local no deja de entrar gente... que se iría sumando a la orgía.

  • Oye, ¿ a qué viene eso de tocarme el ombligo ?

  • Mira, he aquí tu fluido afrodisiaco - le repuso ella, sacando el dedo meñique y mostrándole una pequeña gota de un líquido virtualmente trasparente que tenía un leve tono azulado - Demos gracias que aún está muy diluido, pues de lo contrario, y siendo presumiblemente tan poderoso como el de una matriarca, a estas alturas estarían intentando echar la puerta del servicio abajo, desesperados por joder contigo, aunque muchos se correrían con sólo tocarte... o lamerte.

  • Qué barbaridad. ¿ Lo secretamos únicamente por el ombligo ?

  • Nuestra glándula principal se encuentra en nuestro coxis, y de ella parten varios conductos, dos de los cuales desembocan en el ombligo. Otros dos van a dar al recto, y otros dos a los labios internos de la vagina ( ya te los enseñaré, aunque te adelanto que son diminutos ). Cuando nos hacemos crecer un falo, se nos forman otros dos, que desembocan a ambos lados del frenillo. Por si fuera poco, el fluido también desemboca en la sangre, que lo hace llegar a las glándulas sudoríparas, de donde sale junto al sudor. Las restantes glándulas, dos de las cuales se encuentran bajo nuestras axilas, tienen conductos de descarga directa también, pero por lo que veo aún no se te han puesto en marcha, y es un alivio.

  • No me digas que vamos todo el día soltando esa cosa - le dijo él, lamiéndole intrigado el dedo mientras ella exploraba con la otra mano su recto. Era dulce y a la vez ácido, picando un poco, y olía como a almizcle. A él le parecía muy fuerte, pero estaba convencido de que un humano apenas lograría captar su olor, menos aun su sabor.

  • Podemos controlar su secreción a voluntad, pero para ello es precisa cierta práctica. Por el momento, y a fin de parar esta inoportuna descarga de afrodisiaco, te sugiero que me dejes actuar sobre ella con mi poder de control de fluidos.

  • Desde luego.

Un minuto después, ante ambos levitaba una gota del tamaño de un garbanzo grande.

  • ¿ Eso es todo ?

  • Sí. Tardarás un buen rato en volver a secretar de nuevo, quizá mañana a estas horas, y para entonces confío en haberte enseñado a regular su flujo.

  • ¿ Salió por mis poros ?

  • No, tu glándula principal no descargó afrodisiaco en tu sangre ( cosa que, en cualquier caso, no acostumbra a hacer las primeras veces ).

  • ¿ Qué coño quieres que hagamos con eso ? - le preguntó Óscar mientras se vestía, señalando la enorme gota de afrodisiaco.

  • Podríamos verterlo en el inodoro, pero cualquiera que se sentase en él podría ponerse muy nervioso , de alcanzarle sus efluvios. A falta de otra cosa, quizá terminara tirándose a la máquina de secar las manos ( eso, o al recipiente del jabón, de forma y colorido también muy sugerentes, aunque la taza del inodoro, que a la postre es de donde provendría el olor, también sería una opción a tener muy en cuenta ).

  • No si lo empujases bien dentro - dijo él, tras reírle brevemente la supuesta gracia ( momento en el que para su asombro descubrió, por medio de su telepatía, que Ciríe no estaba precisamente de guasa ).

  • No, pero a saber por dónde pasa la cloaca. Además, no queremos aumentar drásticamente la población de roedores de esta ciudad, ¿ verdad ? Lo mejor será guardarlo en un recipiente, y además así quizá podamos usarlo más tarde.

  • No sé dónde podríamos usarlo...

  • Ni yo, pero quizá surja algo. Ya se vería. Y, ahora, ¿ qué te parece si nos fabricamos nuestro propio recipiente para aislar tu secreción afrodisiaca ?

  • Será lo mejor - le dijo Óscar, sacándose del monedero un par de monedas de cinco céntimos y poniéndolas en el suelo, de ajados pero robustos azulejos.

Pronto se fundían bajo la radiación láser que a tal fin generó, uniéndose en una sola masa merced a sus poderes de control de fluidos, que aplastó homogéneamente contra el liso suelo dando lugar a una fina lámina metálica cuya forma, rectangular, estableció mientras el metal aún estaba en estado líquido. No bien se enfrió, hizo con ella un canutillo, uniendo con otro haz luminoso sus bordes, y aplastó con los dedos uno de los lados, sellándolo también, tras lo que lo puso bajo la gota.

  • Y luego, supongo, sellarías el otro extremo, para precintarlo - le dijo Ciríe, sin meter de momento la gota dentro.

  • Eso es.

  • Mira que te complicas la vida.

  • ¿ Cómo lo habrías hecho tú ?

  • Mantén tu elixir donde está ahora, y observa - le dijo ella, señalando al estrecho y alto ventanuco que tenía el reservado, o más concretamente a su cristal, que por cierto estaba roto.

De la zona fracturada, sin duda fruto de una pedrada, salió levitando un fragmento que se alisó por el camino, dando lugar a una fina oblea. Ésta se hundió por el centro, formando de inmediato un tubo en el que Óscar introdujo la gota de afrodisiaco, tras lo que Ciríe lo selló. El potente elixir había sido encerrado en una ampolla de cristal.

  • No me has dicho que podamos manipular el cristal.

  • Podemos manipular todo tipo de fluidos en estado líquido, y el cristal, por si no lo sabías...

  • Lo sé, es un líquido, pero su viscosidad es tan increíblemente elevada que parece sólido - le cortó él, cogiendo la ampolla del aire y guardándosela en el monedero - No había caído en ello.

  • Antes los humanos ignoraban eso, y eran muy pocos los que lo aceptaban cuando se lo decíamos - se sorprendió Ciríe.

  • Hace once siglos, o mucho me equivoco, o en este cochino mundo no sabíamos una mierda de nada: ni de química, ni de física, ni de biología... y eso, por poner tan sólo algunos ejemplos. Religión y superstición, eso era lo que primaba, siendo avasallado todo aquel que se atrevía a usar la mollera para algo productivo.

  • Pareces haberme leído el pensamiento. De todos modos, las cosas no han mejorado tanto como debieran: prueba de ello es que se siguen adorando a falsas deidades.

No mucho después, ambos salían del aseo, pudiendo constatar que el ambiente se había enfriado un poco ( en su ausencia, todas aquellas miradas cargadas de lujuria se habían centrado en otros blancos, aunque enseguida volvieron a confluir sobre Óscar ). Terminaron de desayunar y salieron, ignorando como buenamente pudieron los descarados roces que la camarera que les cobró le prodigó a Óscar ( la pobre se estaría preguntando cómo era posible que el líquido del vaso que le había derramado en la entrepierna, a fin de poder limpiársela - y de paso meterle mano -, hubiese resbalado de su pantalón como si éste fuera por completo impermeable ).

  • Me da algo de pena haberle dejado con las ganas - comentó Óscar, mientras arrancaba el coche... procurando darse prisa, pues la camarera, que había salido del bar, corría hacia ellos.

  • Señor, espere, se le ha caído esto - le dijo ella, sofocada, a través de la ventanilla ( el coche se había demorado excesivamente en arrancar, tal y como hiciera cuando se alejaron del hotel, quizá debido al fresco que sin duda había hecho por la noche ). Le mostraba un billete de veinte euros, y miraba hacia atrás con evidente nerviosismo.

  • Se lo agradezco mucho, pero eso no es mío - le dijo amablemente Óscar, tras bajar la ventanilla.

  • Por lo que más quieras, hazme el amor - le suplicó ella, haciendo ademán de meterse dentro del coche.

  • Discúlpeme, pero no me tengo por un hombre fácil, y en cualquier caso tenemos algo de prisa - aquella excusa de pronto se le antojó tan ridícula que tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no troncharse de risa.

  • Haré lo que me pidas, pero dame un buen revolcón - gimoteó ella, sacando temblorosa un cuchillo de su uniforme y dirigiéndoselo a la muñeca

  • Si no te puedo tener, te juro que me abro las venas aquí mismo.

  • ¿ Cuándo acaba tu turno ? - le preguntó Óscar, alarmado, tras intercambiar una mirada cargada de preocupación con Ciríe.

  • En quince minutos - repuso ella.

  • Deja de dar el espectáculo y vuelve a tu puesto - le ordenó él, tras captar que le estaba diciendo la verdad - Te estaré esperando aquí. Si para entonces ya no te apetece hacerlo conmigo, me haces un breve gesto de despedida desde la otra acera, y aquí no ha pasado nada.

  • No esperarás... - gimió ella, apoyando el filo del cuchillo en su muñeca, temblorosa. De no haber estado tan poco afilado, sin duda se habría cortado.

  • Aquí tienes las llaves de mi coche - le dijo él, resignado, tendiéndoselas - Confío en que me las devuelvas, quieras o no joder conmigo.

  • ¡ Gracias ! - le dijo ella, guardándose las llaves ( y el cuchillo ), y corriendo hacia el local, desde donde algunas de las clientas le miraban con nada fingida envidia. Iba tan atolondrada que casi le atropelló un coche.

  • ¿ Por qué no has hecho algo para quitarle de la cabeza el tener sexo conmigo ? - le regañó Óscar a Ciríe no bien la dependienta les dejó.

  • Porque me apetece liarme con ella. Nos le repasaremos entre los dos, ¿ de acuerdo ?

  • Tenemos que rescatar a tus hermanas.

  • Hay tiempo para eso, y recuerda que llevan más de mil cien años esperando. Tres o cuatro horas más no les harán ningún mal. Además, llegaremos a donde están enseguida, pues teletransportaremos el coche hacia allá ( bueno, mejor dicho lo harás tú, que por el momento mi poder no da para tanto ). Oh, y mucho no te tiene que disgustar la idea de tirártela, pues de lo contrario le habrías espantado por medio de tu telepatía.

  • Estaba demasiado nervioso: lo intenté, pero no conseguí nada.

  • Ya, ya... - rió ella, pero, al ver la expresión de Óscar se apresuró a decirle - Joder, no te pongas así, sólo bromeaba. Percibí claramente cómo intentabas quitártele de encima.

Veinte minutos escasos después, la dependienta se acercaba al coche, ya con ropa de calle... y acompañada por una de sus compañeras. Debían rondar los dieciocho, calculó Óscar. Cuando llegaron a la altura del coche, Óscar les abrió la ventanilla, y le preguntó:

  • ¿ Qué significa esto ? ¿ Por qué te traes a una de tus compañeras ?

  • Vive conmigo, en el mismo piso que entre ambas tenemos alquilado, y nuestros turnos coinciden. Me pregunté si no podrías llevarnos a casa para... bueno, ya sabes para qué.

  • ¿ Ella también quiere unirse a la fiesta ? - le preguntó inocentemente Ciríe.

  • No sé de qué me hablas, jovencita - le dijo la compañera, enrojeciendo.

  • Lo que mi hija quiere saber es si tú también quieres joder conmigo - le aclaró Óscar, abriendo la puerta que daba a la acera, por la que se apresuraron a entrar ambas.

  • Sí - musitó ella, una vez se acomodaron.

  • Magnífico - dijo Ciríe, mientras Óscar arrancaba, y esta vez a la primera, el coche - A mi papá le hace mucha ilusión darse un buen revolcón con varias nenas a la vez. Ya veréis, os a dejar como nuevas, pues el cabrón folla como un dios, eso os lo puedo garantizar. ¿ Cómo os llamáis, preciosas ?

  • Yo me llamo Elena, y ella es Felisa - se presentó la primera voluntaria, tan anonadada por el descaro de Ciríe como la que se había sumado a la juerga ( por eso, y por la incestuosa relación que sutilmente había insinuado con sus comentarios ).

  • Pues yo me llamo Ciríe, y el macizo de mi padre se llama Óscar.

  • ¿ Por dónde se va a vuestro piso, nenas ? - les preguntó él, pues estaban a punto de abandonar la calle donde estaba aparcado el coche, que era de sentido único.

Ellas le guiaron, y pronto estaban los cuatro en el apartamento.

  • ¿ Qué pasa con tu hija ? - le preguntó Elena a Óscar, tras cerrar la puerta.

  • Yo también participaré, naturalmente - les dijo ella, comenzando a desnudarse.

  • ¡ Eres sólo una cría, y además él es tu padre ! - se escandalizó Felisa.

  • El placer, querida, no entiende de edades, ni tampoco de parentescos - le dijo Ciríe, ya desnuda ( a falta de los calcetines, que prefirió quitarse más tarde, cuando estuvieran en plena faena ).

  • No somos bolleras - le aseguró Elena, y no mentía, pese a lo cual se descubrió, por primera vez en su vida, observando con un interés que iba más allá de la simple curiosidad el cuerpo de una mujer ( o, para ser más exactos, el de una preciosa niña al borde de la adolescencia ).

  • Eso lo solucionaremos enseguida - les prometió Óscar, desnudándose y exhibiendo su rotundo y palpitante miembro ante ellas ( se decantó por algo imponente, al menos en términos humanos, dotando a su tranca de algo más de veintitrés centímetros de longitud por unos seis de diámetro, y con los testículos a juego ).

  • ¡ Hala, qué pedazo de trabuco ! - exclamó Felisa, abriendo mucho los ojos cuando Ciríe, mirándoles con lascivia, y sin privarse de frotarse contra las piernas de Óscar, empezó a lamérselo.

  • Mientras os desnudáis, Ciríe me va a hacer una mamada, pues parece que os necesitáis animar un poco. Tranquilas, que para vosotras también habrá. No saldremos de esta casa hasta dejaros completamente satisfechas... y exhaustas.

  • No puedo creer que nos esté pasando algo así - murmuró Elena, entre confusa y excitada.

  • Os he dicho que os desnudéis, nenas, o de lo contrario llegaré a pensar que en realidad no queréis joder conmigo, caso en el que nos marcharíamos inmediatamente de aquí, y muy ofendidos.

  • Espera al menos a que pongamos la calefacción, pues hace algo de frío - le pidió Felisa, perdiéndose en la cocina, donde encendió un calentador. No obstante, y dado que los radiadores tardarían un poco en caldear el ambiente, enchufó una estufa eléctrica, de esas que tienen un ventilador a fin de distribuir más eficazmente el aire caliente.

Una vez se encargó de aquellos detalles, se desnudó y se acomodó en uno de los sofás del salón, cosa que ya había hecho Elena. Ambas se comían a Óscar con la mirada ( y a Ciríe también, por mucho que de momento les costase reconocerlo ). No mucho después, Óscar se corría en la boca y la cara de Ciríe, haciéndolo de modo que ninguna de sus cada vez más cachondas anfitrionas se perdiesen detalle, y entonces les dijo:

  • En pie, nenas, dejadnos ver vuestras apetitosas curvas. Quiero que os contoneéis sensualmente para nosotros.

Ellas se levantaron, turbadas, y empezaron a contonearse, no sin cierta torpeza.

  • Un buen par de piezas, ¿ no crees, mi amor ? - le dijo Ciríe a Óscar, mirándoles con cara de vicio.

Elena rondaría el metro setenta y cinco, y Felisa era levemente más alta, estando sus pechos más desarrollados. En compensación, Elena tenía unas nalgas más apetitosas. Ambas eran de pelo castaño, y, a grandes rasgos, agraciadas. Elena tenía los ojos negros, mientras que Felisa los tenía marrones. Olían a sudor, sin duda a causa del ajetreo del bar, pero era evidente, para sus sensibles olfatos, que se habían duchado antes de comenzar la jornada. A Óscar le gustó más Elena, que por cierto tenía su pubis más cuidado que el de su compañera. Estaba claro que ocasionalmente se lo afeitaba: sus muslos estaban perfectamente depilados, a diferencia de los de Felisa, que en cualquier caso tampoco eran excesivamente velludos. No llevaban el pelo demasiado largo. En conjunto, a Óscar le parecieron bastante satisfactorias.

  • Disfrutaremos haciéndoles enloquecer de placer, mi salida, viciosa, y querida hija - sentenció finalmente él.

  • ¿ A cuál te pides primero ?

  • Empezaré con Elena, pues para algo fue ella quien se me ofreció en primer lugar. Tú, mientras, diviértete con Felisa.

  • ¡ No quiero ! - se quejó la aludida, retrocediendo asustada.

  • Observa cómo me lo hago con tu amiga - le sugirió Óscar, acercándose a Elena y besándole con pasión, mientras restregaba su entrepierna contra la de ella.

Segundos después, ella le correspondía, ansiosa, e importándole un pimiento que tanto Felisa como Ciríe les estuvieran mirando. Óscar le manipuló como si se tratase de una muñeca, haciendo de ella lo que se le antojaba. Lamiéndole, besándole, mordisqueándole, manoseándole, y, a no mucho tardar, penetrándole ( vía vaginal, que para el análisis ya habría tiempo ). Felisa se empezó a acariciar, sin apartar la mirada de la tórrida escena, pero Óscar le dijo:

  • Como te toques, ya puedes irte olvidando de fornicar conmigo.

  • ¡ Pero es que estoy muy cachonda !

  • Mi hija te entretendrá mientras yo me encargo de Elena. Separa tus piernas, y deja que te coma el coño.

  • Me niego.

  • Lo harás, o te quedarás con las ganas.

  • Eres un maldito chantajista - le dijo ella, separando recelosa las piernas a fin de dar cabida a la cara de Cirie entre ellas ( de momento, tanto Óscar como Ciríe estaban influyendo telepáticamente sobre Felisa, a fin de desinhibirle ).

  • Dentro de un rato me lo agradecerás. No tienes ni idea de lo bien que se le da a Ciríe comer chichis.

Apenas diez minutos después, Elena se corría ( Óscar había decidido hacerle sufrir un poco, lo cual no quitaba que él no se lo hubiese pasado bien, pues de hecho había tenido dos orgasmos ). Entretanto, Felisa estaba totalmente entregada a Ciríe, habiéndose corrido ya una vez, yendo camino de la segunda. Tras acomodar momentáneamente a Elena en uno de los sofás, Óscar se acercó a Felisa, y le dijo:

  • ¿ Cómo va eso ?

  • ¡ La puta de tu hija me está matando de gusto ! - logró gemir ella.

  • En ese caso, agradécele sus atenciones besándole en la boca

  • le dijo Óscar, y Ciríe se subió sobre ella, diciéndole:

  • Tu coño destila unos jugos realmente apetitosos, nena. Vamos, pruébalos de mi boca.

A Felisa, previa estimulación telepática ( ni mucho menos tan intensa como al principio ), le fue imposible desobedecer a Ciríe, besándole con crecientes ganas.

  • Aparta, Ciríe, que ahora me toca a mí jugar con ella. Luego le dejaremos que te coma el coño, ¿ de acuerdo ?

  • No pienso... - comenzó azorada Felisa, pero le fue imposible terminar la frase, pues Ciríe se bajó de ella, siendo sustituido por Óscar, cuya boca se pegó contra la suya.

Unos minutos después, Felisa se corría escandalosamente, momento en el que Elena se empezó a masturbar.

  • Las manos quietas - le ordenó Ciríe, acercándose entre contoneos a ella - Separa las piernas, y dame tu coño: quiero saborear tus jugos, aderezados con los de mi papá.

  • Será mejor que le hagas caso, o no volverás a catar esto de aquí - le dijo Óscar, acariciándose el miembro... que volvió a clavar en el sexo de Felisa.

  • De acuerdo, pero espera un poco, que aún no me he recuperado del todo... - le dijo ella.

  • Las jóvenes de hoy en día no aguantáis nada - le regañó Óscar - Déjate de pamplinas, y goza.

Las dos mujeres se corrieron virtualmente a la vez, una de ellas gracias a las arremetidas de Óscar y la otra gracias a la hábil estimulación bucal de Ciríe. Sus inhibiciones estaban cediendo paulatinamente, para satisfacción de todos. Cuando Óscar se acercó a Elena, ésta le dijo, mirando pasmada a su miembro:

  • ¿ Otra vez ? ¿ Es que nunca se te baja eso de ahí ?

  • Mi papá puede joder docenas de veces seguidas. Ayer mismo, sin ir más lejos, se corrió treinta veces en una sola sesión... y no fue la única del día, os lo aseguro.

  • ¡ Imposible ! - dijo ella.

  • Contémoslas - le sugirió Óscar, encaramándose en el sillón y acercando el miembro a su cara - Ya llevo cinco desde que entré en vuestro apartamento ( la primera, en la boca de mi hija, otras dos en tu coño, y otras dos en el de Felisa ). Cómemela, y sumemos una sexta.

  • Espera, deja que le ayude - se ofreció Ciríe.

Entre ambas le comieron el rabo a Óscar, y pronto Felisa estaba más o menos restablecida del último orgasmo, acercándose a ellos para ver el espectáculo. Elena hizo un amago de llevarse la mano al sexo, pero Óscar le dijo:

  • Ni se te ocurra. Tu coño es nuestro, al igual que el de Felisa. Sólo nosotros podemos decidir cómo y cuándo habéis de gozar. Sigue comiéndome el rabo, y tú, Felisa, ayúdale. Quiero que os volváis a poner a tono las dos, y nada mejor para ello que saborear una tranca, pongamos por ejemplo la mía.

Las dos se sentaron en el sofá, con Ciríe sobre ellas, y le comieron el miembro a Óscar, sin olvidarse de los testículos, acto que orquestó Ciríe. Cuando eyaculó, cosa que hizo sobre las caras de las tres, aunque asegurándose por medio de su poder de control de fluidos de no darles en los ojos, les ordenó que se limpiasen ( naturalmente, a lametones, deglutiéndolo todo ). No tardaban en comerse la boca entre las tres, momento en el que Óscar se agachó y se unió a ellas, tanteando sus entrepiernas.

  • ¿ Qué tal tienen la rajita ? - se interesó Ciríe.

  • Pidiendo otra vez guerra - rió Óscar, llevándose los dedos con los que había explorado el sexo de las dos mujeres a la boca y catándolos con expresión satisfecha, tras lo que se los dio a probar a Ciríe, que evidentemente no les hizo el menor asco - Ha sido todo un acierto aceptar la oferta de Elena.

  • Antes de seguir, ¿ os importa que echemos un pis ? - les preguntó Felisa - Llevamos sin orinar desde que salimos de casa, pues en el bar no hemos parado, y vamos a reventar.

  • Claro, nenas, pero con una condición - les dijo Ciríe.

  • ¿ Cuál ?

  • Que lo hagáis delante de nosotros. Queremos ver cómo sale de vuestra rajita el pipí.

  • Nos da corte - se quejó Elena.

  • No seas tonta, nena, y enséñanos cómo orinas - le dijo Óscar, cogiéndole de una mano y levantándole del sofá, cosa que también hizo con Felisa.

La primera en orinar fue Elena, ante las miradas de los tres, y, cuando se iba a limpiar, con un trozo de papel higiénico, Ciríe le dijo:

  • No te hemos dado permiso para tocarte el coño.

  • No puedo dejármelo todo mojado - se quejó ella.

  • Yo te lo limpiaré - se ofreció Ciríe, estampando su cara contra la entrepierna de Elena, antes de que ésta pudiese reaccionar, y lamiéndole las diminutas pero apetitosas gotas que adornaban su vulva.

  • No entiendo cómo puedes ser tan guarra - le dijo Elena, azorada pero todavía más excitada si cabe que antes.

  • Levántate, que ahora quiero ser yo quien limpie la rajita de Felisa - le ordenó Óscar, acercando a la aludida a la taza, que se sentó en ella no bien Elena la dejó libre, incrédula.

  • Yo también quiero - se apresuró a decir Ciríe, y entre ambos le limpiaron la entrepierna una vez terminó de orinar.

  • Mm, no está mal, aunque el tuyo está mucho más rico - le dijo Óscar a Ciríe, relamiéndose.

  • Toma, y el tuyo.

  • ¿ Hacéis esto a menudo ? - se asombró Felisa.

  • Naturalmente - repuso Ciríe - Venga, levántate, y acomodémonos de una vez en alguna cama.

  • Es que... - comenzó ella, incapaz de seguir.

  • ¿ Cuál es el problema ? - se interesó Óscar, demoliendo sin más la inhibición que acababa de detectar en la mente de Felisa.

  • Me estoy haciendo del vientre.

  • Excelente - dijo Ciríe - Así podremos ver cómo lo haces también.

  • ¡ Me da vergüenza !

  • Tranquila, no te lo limpiaremos con la lengua, pero sí con los dedos - le dijo Óscar, cogiéndole de la cintura y alzándole, tras lo que le giró, sentándole ( si es que a eso se le podía llamar así ), al revés.

  • Aprieta, nena - le dijo Ciríe, separándole las nalgas.

  • Ánimo, cielo - le dijo Óscar, obligando a Elena a agacharse junto a él - Estamos mirándote todos. Y date prisa, que queremos seguir fornicando.

Una nueva estimulación telepática, unida a las ganas que tenía de seguir con la orgía, y al hecho de que no era estreñida, le permitió evacuar en apenas un minuto.

  • Menudo bollo que has echado, nena - rió Ciríe, dándole un par de besos en las nalgas, muy cerca de la zona crítica aunque sin llegar a mancharse.

  • Me ha gustado mucho ver cómo tu abundante y cremosa caca se abría paso - le dijo acarameladamente Óscar, clavándole un dedo en el pringoso ano y preguntándole - ¿ Te la han metido antes por el culo ?

  • Sí, mi último novio, con el que corté hace casi cuatro meses, pero sólo una vez, y me dolió mucho. Además, la tenía mucho más corta que la tuya, y desde luego también más fina.

  • Tranquila, tendré cuidado - le dijo él, añadiendo un segundo dedo.

  • No me toques, deja que me limpie antes... - le rogó ella.

  • No te vas a limpiar, te limpiaremos nosotros - le aseguró Óscar, levantándole de la cintura y acomodándole sobre el bidé, también de espaldas, cuyo grifo abrió ( no sin antes poner el tapón ).

Entre los dos le fueron limpiando, primero por fuera y luego, metiéndole algún que otro dedo, por dentro. Aquella maniobra, que Elena seguía con suma atención, empezó a gustarle de verdad, pero estaba claro que aquel ano no sería capaz de alojar el miembro de Óscar sin dolor, aunque fuera tan sólo un poco ( no era recomendable encogerlo, difícilmente se les pasaría por alto el detalle ). Entonces, Ciríe se volvió a Elena y le dijo:

  • Ahora te toca a ti. Métele un dedo.

  • ¡ No ! - exclamaron ambas a la vez.

  • ¡ Sí ! - se burlaron Óscar y Ciríe, siendo esta última quien le agarró una mano a Elena y le obligó a extender un dedo, lamiéndoselo y dirigiéndoselo al trasero de Felisa, que hizo un fallido ademán de levantarse, cosa que Óscar le impidió hacer, sujetándole de las caderas una vez más. Ambas podrían haberse resistido con mucha más decisión, pero era evidente que aquella expectativa en el fondo no les desagradaba del todo, y en cualquier caso no les habría servido de nada, considerando la superior fuerza de los deluyrei.

  • ¿ Veis como no era tan malo ? - les dijo Óscar, una vez Felisa había encajado en su ano ( en el que, en algún momento de la limpieza, habían vertido unas gotas de gel de ducha que, además facilitar la tarea, hicieron de lubricante ), el dedo índice de Elena.

  • No seáis crías, y dejad de simular que os molesta, pues sé de buena tinta que os gusta - les amonestó dulcemente Ciríe, llevando sus manos a los sexos de ambas, cuyos erectos clítoris hablaron en su lugar.

  • Le estás metiendo un dedo en el culo a tu amiga, Elena - le dijo a ésta Óscar - Sé buena, y di que te excita hacerlo.

  • Me excita, Óscar - logró decir ella.

  • Y tú, Felisa, ¿ no tienes algo que decirnos ? - le pregunto a ésta Óscar.

  • Me gusta que me meta el dedo - musitó ella.

  • Y seguirá haciéndolo durante un ratito, mientras papá me come el coño, que lo tengo muy descuidado. No se os ocurra parar hasta que os lo digamos.

Óscar se sentó en una banqueta que allí había de modo que las dos mujeres le viesen, y Ciríe se subió sobre sus muslos, poniendo el sexo contra su boca, que él empezó a degustar. Jamás imaginaron que aquello fuera puro teatro, aunque el que Ciríe estuviera de espaldas a ellas, bloqueando con su cintura la mayor parte de la cabeza de Óscar, ayudó bastante.

  • No me lo hagas de verdad, ya habrá tiempo para ello - le dijo vibratoriamente Ciríe al poco, de modo que ninguna de las mujeres le oyesen, y sin dejar de acariciar su cuero cabelludo.

  • ¿ Y eso ? - se extrañó él, comunicándose del mismo modo.

  • ¿ Te acuerdas de lo que te expliqué acerca de nuestras frutas ?

  • Imposible olvidar algo tan curioso.

  • Bien. Voy a intentar controlar tu capacidad germinadora, haciendo que de una de tus yemas brote una rama, de la cual a su vez intentaré hacer brotar algunas florecillas: ¿ adivinas cuáles ?

  • Ni idea.

  • Unas que, al madurar, cosa que en tu caso no nos llevará ni dos minutos, darán lugar a cierto fruto con forma de pera. El culo de esa guarra está pidiendo a gritos ser penetrado, y así será. Venga, relájate ( eso sí, no vayas a aflojar la tranca, o pensarán que no te gusta comerme el coño ), y deja que mi voluntad se apodere de una de tus yemas.

Segundos después, Óscar experimento una desconcertante sensación en el cuero cabelludo, y la primera yema que le descubrió Ciríe se abrió, saliendo de ella una tímida rama repleta de diminutas hojas ( si la vio fue gracias a que hizo un breve desdoblamiento astral ). Parecía una enredadera. De ella salieron seis flores, con numerosos y alargados pétalos de un color blanco y de bordes rosáceos, que enseguida dieron lugar a los frutos en cuestión. Eran exactamente como ella se los había descrito. Una vez maduraron, Ciríe se los arrancó, cosa que no le dolió en absoluto, haciendo lo propio con la rama ( eso sí que le dolió, pero no mucho, y enseguida se le pasó ). Fingió el orgasmo, y, volviendo invisible tanto los frutos como la rama, se volvió a las dos mujeres, diciéndoles:

  • Como veo que habéis seguido trabajando ese culito, acatando nuestras instrucciones, os vamos a hacer un regalo muy especial.

  • ¿ De qué se trata ?

  • Ahora mismo vuelvo - les dijo ella, saliendo del cuarto de baño. Óscar pudo ver cómo metía la rama, así como cuatro de los seis frutos, en uno de los bolsillos de su pantalón. Retornó con los otros dos en mano, por supuesto ya visibles.

  • Aquí tenéis - les dijo ella, mostrándoles los dos diminutos frutos.

  • ¿ Peras de san Juan ? - se extrañó Elena.

  • No, demasiado pequeñas - dijo Felisa - Además, tienen un color muy extraño.

  • Estáis ante un buen par de piezas de uno de los frutos más exóticos que existen - les anunció Ciríe, con solemnidad.

  • ¿ Se pueden comer ? - les preguntó ella.

  • Sí, y están bastante ricos, pero sería un desperdicio hacerlo. Ahora, nena, mi papá y yo te vamos a dar unos lametones en el ojete, ensalivándotelo bien, y te meteremos una de estas preciosidades.

  • ¿ Para qué ? - se alarmó ella, gimiendo cuando Óscar le dio el primer lametón ( el ano aún estaba levemente sucio, posiblemente a causa del íntimo masaje que Elena le había estado haciendo, pero aquello no le molestó en absoluto ).

  • Es una sorpresa, querida - le dijo Ciríe, uniéndose a Óscar. Una vez se lo dejaron razonablemente impregnado de saliva, Óscar le dijo:

  • Prepárate, nena, que ahí va.

  • Te va a picar un poco al principio, pero enseguida se te pasará - le advirtió Ciríe, metiéndoselo de golpe ( el otro lo había dejado sobre la repisa del lavabo ).

  • ¡ Ay, pica mucho ! - se quejó Felisa, apretando para expulsarlo, pero le fue imposible, pues Óscar le taponó momentáneamente el ano con un dedo, asegurándose de que la fruta hacía su trabajo, disolviéndose.

  • No seas exagerada - le regañó Ciríe - Además, seguro que ya se te está empezando a ir el picor.

  • Vaya, pues sí - reconoció segundos después ella - Lo que siento ahora es una especie de cosquilleo. ¿ Qué coño me habéis hecho ?

  • Dices bien, nena, pues tu ojete en breve será un coño - bromeó Ciríe.

  • No me vengas con guasas - se molestó ella, haciendo ademán de levantarse, cosa que Óscar le impidió una vez más hacer.

  • Mi amada y deliciosamente lasciva hija estaba hablando metafóricamente, cielo - le explicó él - No es que se te vaya a transformar en un coño, pero enseguida sentirás tanto placer como por él, de hecho más. Se te dilatará mucho, siendo capaz de encajar sin problemas mi tranca, y el coito anal no te producirá lesión alguna, pues se te lubricará.

  • Eso es imposible - le dijo ella, pero Ciríe le hundió sin previo aviso cuatro dedos ( Óscar ya había retirado el suyo ), que ella encajó con facilidad, dando un brinco... y no precisamente de dolor. Con la voz temblorosa, dijo - ¿ Qué ha sido eso ?

  • Te he metido cuatro dedos a la vez. Te ha gustado, ¿ a qué sí ?

  • Sí... - musitó ella, confusa.

  • Húrgatelo tú misma - le sugirió Óscar, cogiéndole de las manos y acercándoselas al trasero.

  • Bueno, pero sólo un poco - dijo ella, metiéndose un dedo, intrigada.

Como era de esperar, pronto se estaba taladrando el recto con cinco y hasta seis dedos a la vez, gimiendo de gusto.

  • Pero, ¿ de verdad te gusta ? - le preguntó Elena, anonadada.

  • ¡ Me vuelve loca ! - gimió ella, sin dejar de explorarse el recto - ¿ de dónde habéis sacado esa cosa ?

  • Es un secreto, nena - le dijo Óscar, agarrándole de las manos y apartándoselas del trasero.

  • ¡ No, suéltame, déjame seguir ! - lloriqueó ella.

  • Tranquila, pronto tendrás algo realmente contundente ahí atrás - le dijo Óscar, llevándole las manos a su tranca.

  • ¡ Oh, sí, clávamela por detrás !

  • Desde luego que lo haré, pero antes vayamos a un sitio más cómodo.

Enseguida estaban los cuatro en la habitación de Felisa, y ésta se puso de rodillas sobre su cama, separándose ansiosa las nalgas. Óscar, sin mediar palabra, se la clavó, empezando a bombear.

  • ¡ Oh, cabrón, qué gusto ! - le dijo ella, llevándose una de las manos al sexo, pero Ciríe le dio un manotazo a fin de que la apartase, diciéndole:

  • No necesitas tocarte ahí abajo para gozar.

  • Uf, qué bueno... - gimió ella, separando obediente la mano y moviendo las caderas, a fin de ayudar a Óscar.

  • Cómeme el coño - le dijo inesperadamente Ciríe, subiéndose a la cama y poniéndose de rodillas ante ella.

  • No quiero - se quejó ella.

  • Te gustará - le dijo Óscar, deteniéndose.

  • ¡ No pares ! - gimió Felisa, intentando moverse, pero le fue imposible, pues Óscar le había cogido con fuerza de las caderas, manteniéndole quieta.

  • Cómeselo, y continuaré.

  • ¡ Sois unos bastardos !

  • Te gustará tanto, que dentro de un rato lo harás por tu propio motivo - le aseguró Ciríe, acercando su cara al sexo, que Felisa finalmente comenzó a lamer.

  • Buena chica - le dijo Óscar, empezando a moverse de nuevo.

Minutos después, e inmediatamente después de que Ciríe se corriera, Felisa tuvo el orgasmo más intenso de su vida... completamente rectal ( Óscar, naturalmente, también se corrió ).

  • Oh, dios - gimió ella, derrumbándose sobre el abdomen de Ciríe, que acariciaba sus cabellos con ternura, diciéndole al poco:

  • Ahora seré yo quien encaje la tranca de Óscar en mi culo, mientras te como el coño.

  • Espera, deja que descanse un poco - le suplicó ella.

  • Hazlo en esa silla de ahí - le dijo Óscar, levantándole en vilo y acomodándole en una de las dos sillas que había en el cuarto ( en la otra, evidentemente, se encontraba sentada Elena ). Ciríe se tumbó boca arriba en la cama, alzando las caderas, y Óscar, de rodillas, se la clavó.

  • ¿ Tu también usas peras de esas ? - se interesó Felisa, al comprobar que la penetración era anal.

  • Lo dejo a tu imaginación - le dijo Ciríe, añadiendo - No bien te apetezca, te sientas en mi cara y te como el coño... o el culo, tú decides.

  • ¿ Me chuparías el ano ?

  • Naturalmente. Además, tiene que estar muy rico ( sobre todo ahora, recién sazonado con el semen de mi papá ).

  • Pues ahora mismo te lo pongo en la boca, nena - le dijo Felisa, incorporándose y dirigiéndose a la cama ( bien poco había durado su descanso ).

  • Os dijimos que no os tocaseis - le regañó Óscar a Elena, segundos después ( para entonces, Felisa ya estaba disfrutando de una fenomenal comida de culo ).

  • Lo sé, pero es que estoy muy cachonda - se disculpó ella, apartando las manos de su sexo como buenamente pudo.

  • Pues únete a nosotros, tonta - le sugirió él.

  • No veo cómo.

  • Súbete a la cama, en pie, y ofréceme tu chocho. Te lo comeré con mucho gusto. Vamos, no pierdas más tiempo.

Apenas cinco minutos después, todos se derrumbaban en un confuso montón, si bien los deluyrei se recuperaron de inmediato.

  • ¿ Cuánto dura el efecto ? - les preguntó Felisa, refiriéndose evidentemente a la mágica pera.

  • El fruto que te hemos dado pertenece a una cosecha muy especial, de modo tu culito estará ansioso de rabo por espacio de treinta días, retornando tras ello a la normalidad, si bien siempre queda un leve efecto residual - le dijo Ciríe.

  • ¿ Como cuánto de leve ?

  • Tu recto y ano retendrán de por vida una quinta parte de su sensibilidad actual, así como de su lubricación y de su capacidad de dilatación, efecto que es acumulable: cinco peras, consumidas de una en una, y no precisarías jamás de ninguna otra.

  • Tenéis que decirme dónde los conseguís - les suplicó ella.

  • Eso no puede ser, nena - le dijo Óscar, hundiendo un par de dedos en el culo de Felisa, que se dejó hacer gustosa. Entonces, volviéndose hacia Elena, le preguntó - ¿ Te gustaría probarlo ?

  • ¿ Seguro que no tiene ninguna contraindicación ?

  • La verdad es que tiene una, y muy seria - le previno Ciríe, para alarma de Felisa - Te da tanto gusto, que a veces se te olvida que por delante también puedes tener orgasmos.

  • ¡ Vaya susto me has dado ! - se quejó Felisa, dándole un cariñoso manotazo en un muslo, a modo de reproche.

  • Enséñanos tu culo, nena, y ábrete bien las nalgas - le ordenó Óscar a Elena - Hazlo antes de que nos arrepintamos de gastar en ti una de nuestras peras.

  • No sé si me conviene hacerlo - dijo ella, sonrojándose.

  • ¿ Y eso ? - se interesó Ciríe, ayudándole telepáticamente a explicarse.

  • Tengo almorranas.

  • Menudo problema. Para tu información, la pera las cura en el acto.

  • Te estás quedando conmigo, supongo.

  • Claro que no. Piénsalo: ¿ de qué serviría tener el ojete tan sensible, perfectamente adaptado al sexo anal, si te va a doler ser penetrada por él, a causa de los hemorroides ?

  • Anda, ponte en posición, que vamos a proceder - le dijo Óscar, ayudándole a girarse, mientras Ciríe partía a por la fruta, aún en el cuarto de baño.

Se lo lamieron entre ambos, incluyendo el par de bultos que le sobresalían, y pronto lograron meterle un dedo, tras lo que Ciríe le clavó la fruta. Ante la atónita mirada de Felisa, los dos hemorroides se encogieron, desvaneciéndose en segundos.

  • ¡ Se te han ido ! - exclamó.

  • ¿ El qué ? - se extrañó Elena, a la que la pera aún le escocía levemente.

  • ¡ Las almorranas ! ¡ Han desaparecido !

  • ¿ Tan rápido ? - se extrañó Elena, palpándose el ano, intrigada, tras lo que añadió, muy impresionada - ¡ Pues es verdad ! ¡ Y ya no me pica para nada !

  • ¿ Qué tal si te lo tocas un poco, nena ? - le sugirió Óscar

  • Vas a ver lo que es bueno...

  • ¡ Hostias, qué rico ! - exclamó ella, anonadada, no mucho después.

  • Sácate los dedos, golosa, que tengo algo para ti - le dijo Óscar, poniéndose detrás de ella.

  • ¡ Oh, sí, clávamela hasta el fondo ! - exclamó ella, cuando notó la tranca de Óscar contra su ano.

  • Como desees, nena - le dijo él, dando un potente empujón que a ella le arrancó un gruñido de placer. Tras unos cuantos achuchones, añadió

  • No obstante, tú tendrás que hacer algo por mí.

  • Lo que sea - gimió ella.

  • Lame la deliciosa entrepierna de mi hija.

  • De acuerdo - cedió espontáneamente ella - Trae acá ese coño, nena, que te lo voy a comer.

  • Todo tuyo - le dijo Ciríe, tras acomodarse frente a ella.

  • Espero que te guste, es la primera vez que lo hago - le susurró Elena, ahora un poco avergonzada.

  • Lo harás muy bien, ya verás - le dijo Ciríe, acariciándole de los pelos mientras Elena empezaba a lamerle el sexo, y no sólo a fin de que Óscar no se detuviese, si no por que estaba empezando a rendirse ante los encantos de la deluyrei, al igual que Felisa, que por cierto se acercó a Ciríe y le dijo:

  • ¿ Me comes otra vez el culo ?

  • Naturalmente, nena, pero después tú me lo tendrás que comer a mí - le dijo ella, reclinándose.

  • ¿ No te valdría con que te comiera el coño ?

  • Por el momento sí, aunque lo otro también te gustará mucho.

  • ¿ En qué te basas para afirmar que me gustó chuparte la rajita ? - se hizo la ofendida ella, principalmente para guardar las apariencias, pues finalmente, tal y como vaticinara Ciríe, disfrutó haciéndolo.

  • Serías la primera persona a la que no le gustase a rabiar una vez catada, cielo, ya sea hombre o mujer, y te advierto que son muchos los que se han postrado sumisos a mis pies para ganarse el privilegio de poder adorar con su boca mi sexo... o cualquier otra parte de mi cuerpo. Por si te sirve de algo saberlo, Elena también le está empezando a coger el gusto, pues cada vez me lo come mejor: como ves, no hay de qué avergonzarse.

  • Vamos, Elena, no te calles como una puta, y dinos a todos bien claro lo mucho que te gusta lamer el virginal coño de mi hija - le animó a ésta Óscar.

  • Me encanta su rajita, está exquisita - reconoció ella - Pero tu tranca aún me gusta más.

  • Buena chica - le dijo Óscar, aumentando el ritmo - Cuando haga que te corras, vas a creer estar en el paraíso.

  • Oh, joder, qué bien - gimió ella, lamiendo como buenamente podía el sexo de Ciríe, que a su vez degustaba el ano de Felisa, sentada ya sobre su cara ( se sentía un poco confusa, pues se había imaginado a sí misma arrodillándose ante Ciríe y declarándose su esclava, y la idea, naturalmente implantada por la deluyrei, le había producido un intenso escalofrío de excitación ).

Una vez todos se corrieron, lo cual no les llevó mucho, Ciríe se puso de nuevo a cuatro patas, y les dijo a sus anfitrionas:

  • Mientras os recuperáis, Óscar me va a taladrar de nuevo el trasero. Observad con atención cómo lo encajo.

  • Es increíble cómo entra - dijo Elena - Parece cosa de magia.

  • Y es que es cosa de magia - les aseguró Ciríe.

  • Anda ya - le regañó Felisa.

  • Quién sabe, quizá hasta os hagamos una pequeña demostración de nuestros poderes sexuales - les dejó caer Óscar.

  • ¿ Qué tipo de demostración ? - se interesó Elena, con expresión risueña.

  • Ya hablaremos de todo eso más tarde, si es que estáis preparadas - les aseguró Ciríe, y algo en su tono les intrigó mucho a las dos, llegándose a plantear, por un fugaz instante, si no estarían hablando en serio... idea que ambas rechazaron de inmediato, tras cruzar sus miradas - Pero, ahora, centrémonos en esto.

Ninguna de las dos se perdió detalle, y, cuando Óscar extrajo el miembro, ambas se quedaron mirando, fascinadas, el hermoso ojete de Ciríe... que les empezó a guiñar con él.

  • ¿ Cómo haces eso ? - le preguntó Felisa.

  • Vosotras también podríais hacerlo, de practicar un poco. Ahora, quiero que os pongáis las dos con la cara pegada a mi trasero, y me hagáis algunas cosillas entre ambas con los dedos: mientras, Óscar os irá perforando alternativamente el culo.

  • ¿ Te vale así ? - se interesó Elena, trabajando el trasero de Ciríe con el dedo índice.

  • No está mal para empezar, pero necesito como mínimo cuatro dedos dentro, preferiblemente seis, así que ya estáis tardando en clavármelos.

  • Como desees - le dijo Felisa, añadiendo tres dedos de golpe, todos ellos de su mano derecha, mientras Óscar, que de momento estaba bombeando dentro del recto de Elena, hacía lo propio con ella.

Las dos mujeres cada vez estaban disfrutando más con aquello, independientemente del placer que Óscar les estaba procurando por detrás, y prolongaron tan entretenida actividad hasta que los cuatro obtuvieron dos orgasmos cada uno ( lo cual sólo les supuso algo más de diez minutos ).

  • Espero que les hayas llenado el trasero a ambas - le dijo Ciríe a Óscar.

  • Por supuesto, no quiero discriminar. Y, ahora, mientras descansan otro poco, volveré a correrme en el tuyo.

  • ¿ Nos podemos tocar el culo mientras ? - le preguntó Felisa.

  • No, pues quiero que mi leche repose dentro un rato, pero en su lugar os autorizo a jugar con vuestra rajita. La estáis empezando a descuidar un poco, y eso no está nada bien, preciosas.

  • ¿ Por qué no me dejas moverme a mí, tesoro ? - le dijo Ciríe, mimosa - De ese modo, tu culo y tus huevos estarán al alcance de las dos, pudiendo jugar con ellos a discreción.

  • ¿ Tú también usas frutas de esas, Óscar ? - le preguntó Elena.

  • A mí no me hace falta, nena - rió él - Podéis hacerme ahí atrás lo que se os antoje...

Óscar se puso a cuatro patas, y Ciríe se alzó un poco, clavándose en el trasero su miembro, y empezando a moverse. Las dos amigas no podían dejar de mirar el perfecto culo de Óscar, ni tampoco sus voluminosos testículos, y pronto Elena se atrevió a acariciarle las nalgas.

  • Pensé que os daba asco, nenas - les reprochó él.

  • ¿ De verdad que no te importa que te lo toquemos ? - le preguntó Felisa, posando su mano libre en la otra nalga ( la restante mano, por orden de Óscar, la tenía muy ocupada con su húmedo sexo ).

  • Claro que no. Vamos, no seáis tímidas, y hacedme un dedo, o incluso un puño. En cuanto a mis testículos, ¿ que os parece si me los acariciáis ocasionalmente, o incluso si me los coméis ?

  • Está bien, allá voy - se animó Elena, metiéndole dos dedos en el culo y declarando, gratamente sorprendida - ¡ Qué bien te entran, pese a lo cerrado que pareces tenerlo ! Por cierto, lo del puño era broma, ¿ verdad ?

  • Claro que no.

  • Te podríamos desgarrar... - se preocupó Felisa, pese a lo cual estuvo muy tentada de intentarlo.

  • No digas tonterías, y únete a Elena. Tened en cuenta que mi culo, de entre todos los aquí presentes, es el más descuidado: ¿ seríais tan crueles como para no hacerme disfrutar, aunque sólo sea un poco, por él ?

  • Tú lo has querido - le dijo Felisa, metiéndole tres dedos, junto a los de Elena.

  • Eso va estando mejor - les dijo Óscar.

No tardaron en animarse, y dos minutos después Elena le metía un puño entero a Óscar.

  • ¡ No me lo creo ! - gimió Felisa, excitada - ¿ De verdad no te duele ?

  • Claro que no - repuso Ciríe por Óscar - ¿ Por qué no enlazáis dos manos y se las claváis a la vez?

  • ¡ Bestia ! - le regañó Elena.

  • Hacedlo - les dijo Óscar, fiándose del criterio de Ciríe - Es una orden.

  • Luego no te quejes - le advirtió Felisa, entrelazando su mano izquierda con la mano derecha de Elena, que a tal fin sacó, y clavándolas con cuidado. Óscar lo encajó sin apenas molestias.

  • Mm, qué lleno me siento - gimió satisfecho, para sorpresa de ambas - Moved ese magnífico ariete que entre las dos habéis erigido, pero al principio con gentileza. Dadme placer, nenas, imaginad que es una tranca. Es vuestro deber, después de lo mucho que yo he hecho por vosotras.

  • A mí me da algo - musitó Felisa, empezando a mover la mano, mientras que con la otra se acariciaba con cada vez más ansia el sexo, al igual que Elena.

  • Creo que todos estamos a punto de corrernos de nuevo - observó Ciríe - ¿ Qué tal te lo están haciendo nuestras dos complacientes camareras, mi amor ?

  • Bastante bien, tesoro. Voy a inundarte de leche.

  • Ya sabes que mi culo está siempre dispuesto a recibir una buena corrida, y más si proviene de ti, papá.

  • Vamos, nenas, a correrse todo el mundo - ordenó Óscar, meneando las caderas, y bastó aquel gesto para que las tres, y por supuesto él, alcanzasen el orgasmo. Ni que decir tiene, Ciríe se separó de él, a fin de que pudiese terminar con sus manos, todo ello para que las asombradas anfitrionas viesen cómo aquellos interminables chorros de esperma salían disparados hacia su abierto ojete, que ella acariciaba con un único dedo.

  • ¡ Qué manera de correrse ! - dijo Elena, tras restablecerse de su propio orgasmo.

  • Parece que no vaya a acabar nunca, y ya debe haberse corrido más de diez veces desde que empezamos - coincidió Felisa, asombrada... y de nuevo a punto.

  • ¿ No sabes el número exacto ? - fingió molestarse Óscar ( a él de momento no le resultaba complicado llevar la cuenta, pues apenas habían empezado ).

  • No, pero espera, déjame pensar...

  • ¡ Me siento muy dolido ! - se quejó teatralmente él - Son trece veces las que me he corrido desde que entré en vuestra casa, y ni os habéis molestado en contarlas, pese a lo que hablamos al principio. ¡ Es una vergüenza !

  • No te pongas así, hombre - le rogó Elena - Si lo que quieres es que alabemos tu virilidad, lo haremos, pues te lo tienes bien merecido: estás hecho un toro.

  • Pues a este toro le apetece que le coman el culo. Ciríe, ¿ haces los honores ?

  • Desde luego, papá - le dijo ella, cerrando su esfínter para que no se saliera el abundante semen de Óscar ( según sus cálculos, ya debía tener en sus intestinos cerca de medio litro, si bien la mayor parte de ello provenía de la monumental corrida con la que éste le deleitó rato atrás en el hotel ), y escabulléndose por entre sus piernas, de modo que acabó entre las dos mujeres, que observaron la escena con interés.

Ciríe le empezó a lamer la raja a la que daban lugar sus nalgas, y pronto se centró en el ano, que Óscar abría con cada vez más gracia. Acariciaba con dulzura los testículos, e incluso le daba ocasionalmente algún meneo a su incansable falo. Óscar enseguida detectó que las humanas estaban deseando imitar a Ciríe, si bien aún no hallaban el valor para hacerlo, y les dijo:

  • ¿ Queréis probar vosotras ?

  • Bueno - aceptó Elena, adelantándose por muy poco a Felisa.

  • Posa tus manos en mis glúteos, Elena, y sepáralos.

  • ¿ Y ahora ? - le preguntó nerviosa ella, una vez siguió sus instrucciones.

  • Ahora, me vas a comer el culo con toda tu dedicación. Primero me lo besarás, pero poco a poco irás aventurando la lengua en él. Eso sí, antes de nada has de suplicarme que te deje comérmelo.

  • Me da mucho corte - reconoció ella.

  • Hazlo, nena, o no volverás a gozar de mi rabo.

  • Por favor, Óscar, déjame comerte el culo - se apresuró a pedirle ella.

  • Ya que tanto lo deseas, adelante - le dijo guasón él, y ella acercó sus labios, nerviosa, al ojete de Óscar.

Los primeros lametones fueron más bien tímidos, pero apenas un minuto después Elena devoraba el culo de Óscar con ansia, metiéndole la lengua tanto como le era posible y agarrando, avariciosa, sus testículos.

  • No seas egoísta, nena, que Felisa también quiere - le dijo Ciríe, y Elena le dejó paso. Ella le rogó a Óscar que le dejase hacerlo antes de que él se lo sugiriese.

Cinco minutos y pico después, las tres lamían el trasero de Óscar, genitales incluidos, con sumo placer. Cuando Óscar se corrió ( tanto rectal como fálicamente, gracias a las disimuladas ráfagas vibratorias que Ciríe le dispensó en el miembro ), se dio la vuelta y les besó a las tres, diciéndoles:

  • Ahora es el turno de mi hija. Os va a encantar su culo, y más teniendo en cuenta que está lleno a rebosar de mis jugos.

Lo compartieron gustosos entre los tres, aunque de momento Ciríe no dejó manar por su ano más que una ínfima parte del esperma que atesoraba en sus intestinos ( ya se darían el gran atracón con él cuando las humanas estuviesen listas para hacer algo así ). Pronto llegó el momento de dar el siguiente paso, cosa que hizo Ciríe, diciendo:

  • El siguiente culo a comer es el de Felisa. Ponte en posición, nena, que te lo vamos a comer entre todos, Elena incluida.

  • ¡ Eso no ! - se quejaron ambas.

  • Ya habéis visto lo maravilloso que es - les dijo Óscar - ¿ Cuál es el problema ?

  • ¡ Que no nos gustan las mujeres ! - se molestó Elena ( no mucho, a decir verdad ).

  • A nosotros nos vais a engañar - les amonestó Ciríe - Ambas me habéis comido tanto el coño como el culo bien a fondo, habiéndolo disfrutado... y yo, hasta donde sé, soy una mujer.

  • Pero es que nosotras somos amigas desde hace muchos años...

  • argumentó Felisa.

  • Motivo más que suficiente para profundizar un poco más en vuestra relación, ¿ no creéis, nenas ? Venga, Elena, si le comes el culo a Felisa, Óscar te volverá a penetrar por detrás, mientras yo te como el coño: te aseguro que no querrás perdértelo por nada del mundo.

  • ¿ Y yo ? - se molestó Felisa.

  • Tú, cariño, tendrás suficiente con lo que Elena te va a hacer en el ojete. Descuida, que luego intercambiaréis papeles.

  • Qué coño, hagámoslo - dijo Elena, azuzada mentalmente por los dos deluyrei ( no en exceso, todo hay que decirlo ).

  • ¿ Seguro que no te importa ? - le preguntó Felisa, relativamente dispuesta también.

  • Si no me gusta, con no repetirlo asunto resulto.

  • Sabias palabras - le dijo Óscar, insertando su glande ( por el momento no más ), en el recto de Elena - Vamos, Felisa, dale tu culo a Elena, que te lo va a comer.

Elena se hizo un poco de rogar, pero finalmente empezó a lamer el trasero de su amiga.

  • Está un poco sucio - comentó al poco, indecisa.

  • Tanto mejor - le dijo Ciríe, sin dejar de trabajarle el sexo - Así podrás demostrarle tu amor... y tu deseo. Además, no olvides que está aderezado con el esperma de Óscar: negarte a degustarlo sería ofender a mi padre.

  • Sigue, nena, dale placer a tu amiga, o se acabó lo que se daba - le amenazó Óscar, suspendiendo momentáneamente la sodomía, si bien Ciríe siguió estimulándole por delante: ni que decir tiene, Elena se apresuró a seguir, aunque, pasados un par de minutos, no habría precisado de ninguno de aquellos incentivos para continuar, cosa que hizo, y gustosa, hasta que Felisa obtuvo un orgasmo. A ambas les había gustado, de eso no cabía la menor duda.

Repitieron la misma operación con Felisa, con idénticos resultados, y entonces Ciríe les preguntó:

  • ¿ Os lo habéis pasado bien ?

  • Sí - dijo Elena.

  • Lo repetiréis a menudo, espero.

  • Sí... - musitó Felisa.

  • Magnífico - dijo Ciríe, cogiéndoles de un hombro, aunque sin hacerles daño, y aproximando las caras de ambas.

  • ¿ Qué haces ? - se extrañó Felisa.

  • Silencio - le amonestó Ciríe - Quiero que os miréis a los ojos, y os digáis que os deseáis.

  • Te deseo - murmuraron a la vez las dos, enrojeciendo visiblemente.

  • Muy bien. Ahora, para deleite de todos los presentes, vosotras mismas incluidas, os besaréis fogosamente. Quiero que os fundáis en un ardiente abrazo, y os metáis mano como si fueseis de toda la vida lesbianas.

  • Hacedlo - les ordenó Óscar, estimulándoles mentalmente, aunque con suavidad.

Enseguida se estaban revolcando, dándose el lote como si en efecto fueran de siempre amantes.

  • Qué lindo espectáculo, ¿ no crees, mi amor ? - le dijo Ciríe a Óscar, melosa.

  • Precioso. Sin embargo, aún podría mejorarse.

  • ¿ Qué nos sugieres, Óscar ? - se interesó Elena, que no por estarse entregando completamente a Felisa dejaba de interesarse por todo lo que los deluyrei decían.

  • Quiero que os hagáis un sesenta y nueve.

  • Vale, pero sólo si os masturbáis mirándonos - accedió Felisa.

  • Trato hecho, nena - le dijo Ciríe, empezando a hurgarse la entrepierna.

  • Me correré encima de las dos, puercas - les prometió Óscar, empezando a menearse el pene.

Saberse objeto del deseo de sus dos espectadores incrementó aún más su excitación, y se devoraron mutuamente el sexo, en esta ocasión por su propio motivo. Cuando ambas alcanzaron el orgasmo Óscar cumplió su promesa, regándoles con su esperma, que ellas se apresuraron a limpiarse con la lengua. Enseguida estaban de nuevo en plena faena, y Ciríe les tuvo que llamar al orden, diciéndoles:

  • Basta, nenas. Ya habrá tiempo para que os hagáis el amor. Ahora, decidnos: ¿ vais a hacer todo lo que os digamos, hasta que nos vayamos ?

  • ¡ Sí ! - le contestaron ellas, entusiasmadas.

  • Muy bien - les dijo ella, extendiendo sus pies ante ellas y añadiendo - quitadme los calcetines, y besadme los pies en señal de sumisión. Con este gesto, Óscar y yo asumiremos que os queréis convertir en nuestras siervas sexuales durante unas cuantas horas. Será muy divertido, ya veréis.

Ellas le quitaron los calcetines y le dieron un tímido beso, Elena en el pie izquierdo y Felisa en el derecho.

  • Y, ahora, se los adoraréis - les ordenó Óscar.

  • No entendemos... - se quejó Elena.

  • Mirad cómo lo hago yo - les dijo él, quitándoles de las manos los pies de Ciríe y llevándoselos a la cara.

Óscar se los besuqueó con ganas, lamiéndoselos, mordisqueándoselos, y restregándoselos por el rostro y el cuello. Cuando se los volvió a tender a las humanas, Ciríe les dijo, moviendo los dedos juguetona:

  • ¿ A qué esperáis ? Adorádmelos, nenas.

Durante unos tres minutos, ambas se esmeraron en complacer a la deluyrei, descubriendo que aquello les gustaba muchísimo. Cada vez que ella les sugería algo, las dos lo hacían sin reparos. Estaban succionando su respectivo dedo gordo, como si de una linda pero pequeña polla se tratase ( palabras textuales de Óscar ), cuando Ciríe les dijo, regalándoles con una sonrisa deslumbrante:

  • Ya es suficiente, nenas: creo que por fin vamos entendiéndonos. ¿ Tenéis hambre ?

  • La verdad es que sí, pues hace mucho desde que desayunamos

  • reconoció Elena.

  • Preparad la comida, naturalmente desnudas - les ordenó Ciríe - Que no se diga que trato mal a mis esclavas.

  • ¿ Vosotros también comeréis, amos ? - les preguntó Felisa, metida ya en su papel ( aquel juego, además de excitarle, le parecía de lo más divertido ).

  • Quizá piquemos algo, pero no hace falta que preparéis específicamente nada para nosotros - les dijo Óscar - Guiadnos hasta la cocina, esclavas.

Enseguida habían empezado a prepararse la comida ( tenían caldo del día anterior, con el que se harían una sopa de arroz, y relleno de empanadillas, con el que prepararían unas cuantas: aparte de eso, se iban a freír unos pimientos, así como unos huevos ). Se estuvieron haciendo mimos durante todo el proceso, por orden de los deluyrei, a los que por supuesto también hacían algunas carantoñas. Felisa se disponía a poner la mesa, pero Ciríe le dijo:

  • ¿ Qué vas a hacer ?

  • Poner la mesa.

  • Yo seré vuestra mesa. Comeréis en mí, por mí, y de mí. Haré de plato, de vaso, de mantel, y de cubiertos.

  • ¡ Qué fuerte ! - exclamó Felisa.

  • ¿ Alguna queja, esclava ? - se molestó Ciríe.

  • ¡ No, ama ! Sólo me sorprendía, y gratamente.

  • Oh, bueno.

  • Debe ser digno de grabarse - comentó Óscar.

  • Muy buena idea. Bajaré al coche, a por la cámara de vídeo... entre otras cosas.

  • ¿ Qué tipo de cosas ? - se interesó Elena, a la que la idea de ser grabada le daba algo de miedo ( quién sabe lo que harían luego con la cinta, a fin de cuentas eran unos desconocidos ), pero a la vez le excitaba mucho.

  • Una cuerda, con la que os ataremos un ratito, y unos lindos regalos para vosotras, esclavas, que sin duda me agradeceréis mucho. No tardaré demasiado: mientras, que alguna de vosotras se atraviese con la tranca de mi papá, que el muy bribón vuelve a necesitarlo...

  • ¿ Por dónde quieres que nos la metamos ? - le preguntó Elena, dispuesta.

  • Por el culo, pues en la última ronda la recibisteis por la rajita - le dijo ella.

  • ¡ Yo primero ! - se ofreció Felisa, aunque sabía que Óscar escogería a Elena, pues de momento estaba siendo equitativo con ellas, y la última en disfrutar de aquel privilegio fue ella.

  • No seas egoísta, Felisa, que ahora le toca a Elena: tú, mientras, termina de freír todo eso de una vez - le regañó Óscar.

No mucho después, la comida estaba lista: como si aquello hubiese sido una especie de señal, alguien llamó al timbre.

  • Están llamando - observó innecesariamente Elena, a poco de correrse.

  • Vayamos todos a abrir, probablemente sea Ciríe - le dijo Óscar, levantándose con ella aún ensartada ( de hecho, ni siquiera dejó de moverse, aunque lo hizo con más lentitud ), y acercándose a la puerta. Felisa les siguió.

  • Abre, nena - le dijo a ésta cuando estuvieron los tres ante la puerta.

  • Por favor, amo, pregunta antes quién es - gimió Elena, cada vez más próxima al orgasmo.

  • Está bien, hazlo tú misma.

  • ¿ Quién es ? - logró decir ella.

  • Soy de la parroquia - dijo una voz masculina.

  • Y nosotros, del censo - dijo una señorita.

  • Y yo soy de una nueva operadora telefónica con servicios de internet - dijo otra persona, añadiendo, más bajo pero perfectamente audible - es increíble la de gente que nos hemos ido a reunir en la misma puerta. Ya que estamos todos aquí, ¿ le interesa a alguno... ?

  • Esperen un momento, enseguida abrimos - les dijo Óscar, cortando al comercial. Entonces, volviéndose a las incrédulas mujeres, les susurró - Abrid, ya veréis qué juerga.

  • ¡ No puedes hacernos abrir en estas condiciones ! - se quejó Felisa.

Óscar alzó a Elena y le hizo dar media vuelta, de modo que las caras de ambos quedaron enfrentadas, todo ello sin salirse más que por un instante de su trasero... ni dejarle en el suelo. Tras esto, y continuando con la penetración, le dijo a Felisa:

  • Ponte de rodillas, de espaldas a la puerta, y ábrete el culo con las manos, exhibiendo tu entrepierna en todo su esplendor. De ese modo, nadie tendrá que veros la cara a ninguna de las dos. Yo me haré cargo de esos pesados: vosotras, sencillamente callad, como si no estuvierais presentes.

  • ¡ Por favor, no lo hagas !

  • Asumo toda la responsabilidad de lo que pueda ocurrir - les aseguró él, alargando la mano hacia el pestillo y presionando un poco más sobre sus mentes. Ellas se encogieron, aprensivas, y, cuando la puerta se abrió del todo, Óscar les dijo a los visitantes - ¿ Qué quieren ? ¿ No ven que estoy ocupado con mis esclavas ? ¡ La gente no hace más que joder a los demás, pero en el mal sentido de la palabra ! ¡ Aprendan de mí !

  • ¡ Pecadores ! - gritó el de la parroquia.

  • ¡ La virgen santísima, qué zorras ! - exclamó alguien más.

  • Ya que están en bolas, ¿ podrían prestarme una cabeza de ajos ? - dijo una mujer, con suma naturalidad.

  • ¿ Es aquí donde han hecho el pedido al supermercado ? - dijo alguien más, susurrando anhelante - qué envidia, yo quiero un par de esas para mí...

  • ¡ Qué de gente ! ¿ Reparten algo ? Aparten, yo también quiero ver de qué se trata...¡ hostias, menudo sumidero tiene esa guarra ! ¡ Se le ve el esófago ! ¡ Y mira la tranca que le están metiendo a la otra !

  • ¡ Sin empujar, que yo estaba antes ! ¡ Y cuidado con dónde apuntan al cascársela, que llevo puesto un traje realmente caro ! ¿ De veras que nadie quiere cambiar de operadora telefónica ?

  • ¿ Dónde se pide la vez ? ¿ Es por número ? ¿ Hacen algún servicio especial, o sólo se puede mirar ?

  • Niño, toma diez euros y compra una llave hexagonal de tres pulgadas. Esos agujeros hay que cerrarlos como sea. Trae también algo de gasóleo, pues quizá sea necesario cambiarles el aceite al cerebelo, y medio kilo de cacahuetes, que cuando estoy tratando una urgencia me entra hambre. Ah, y no olvides la taladradora, el sacacorchos y el abrelatas.

  • ¿ Siguen quedando plazas para el vuelo a Saturno ?

  • ¡ Oiga, que ahora es mi turno !

  • El forro de la alpargata, te huele muy mal, cuando llueve se moja, como los demás...

Tras escuchar esta última incoherencia, cantada alegremente por docenas de críos, ambas se giraron, y en el umbral de la puerta estaba únicamente Ciríe, en apariencia vestida, y mondándose de risa... al igual que Óscar, que le dejó entrar, cerrando tras ella. Llevaba una bolsa de plástico y la cámara de vídeo.

  • ¿ Cómo lo habéis hecho ? - les preguntó Elena, incapaz de contener la risa pese al reciente orgasmo ( la cual, combinada con el intenso placer que había experimentado, le había hecho derramar algunas gotas de orina ).

  • Hacer, ¿ el qué ? - les preguntó inocentemente Ciríe... con la voz de Óscar.

  • ¡ Eso !

  • Más magia, nenas - les dijo Óscar, asumiendo momentáneamente la voz de un famoso cantante y dejando a Elena en el suelo, de pie ( apenas podía sostenerse ).

  • Y aún hay más - les dijo Ciríe - Cerrad los ojos.

  • Ya podéis abrirlos - les dijo Óscar, apenas un segundo después de que ellas los cerraran, tiempo más que de sobra para que Ciríe desvaneciese la ilusión de la ropa sobre sí, replegando las alas lumínicas ( no se había vestido para salir a la calle, pues lo había hecho invisible... y por medio de la teletrasportación ).

  • ¿ Cómo te has desnudado en tan poco tiempo ? - se extrañó Elena, buscando en vano la ropa a su alrededor.

  • Más magia, cariño - le dijo Cirie, ya camino de la cocina.

  • No entiendo cómo hacéis esas cosas - se quejó Felisa mientras Ciríe se sentaba en la mesa, sobre la que también dejó la cámara y la bolsa.

  • Antes de nada, poneos esto en el ojal - les dijo ella, mostrándoles un par de contundentes dilatadores anales de cristal que sacó de la bolsa, confeccionados durante su breve estancia en la calle a partir de unos vidrios que recicló de un contenedor.

  • ¡ Qué monada ! - dijo Felisa, cogiendo el suyo - ¿ Son para nosotras ?

  • Por supuesto, nenas: ya os dije que os regalaría unas cosas muy lindas.

  • Mm, qué gordos son - dijo Elena, mientras se lo hincaba - Parecen pollas.

  • Pues esa es una de las parejas más pequeñas - les advirtió Ciríe, hurgando nuevamente en la bolsa ( que cogió de entre el equipaje de Óscar, tras teletransportarse al coche para hacerse con la cámara ), y sacando una contundente jeringa de cristal, de capacidad sin duda algo superior al litro, perfecta para hacer enemas. La boca parecía un estilizado glande.

  • ¿ Es eso para lo que creo que es ? - le preguntó Felisa.

  • Diría que sí - rió Ciríe - No obstante, antes de meterme la sopa dentro...

  • ¿ Qué has dicho que vas a hacer ? - le cortó Elena, con los ojos como platos.

  • Lo que has oído: vais a tomar la sopa directamente de mi culito. ¿ Alguna pega, esclavas ?

  • No, ama - musitaron ambas, incrédulas.

  • Excelente. Como iba diciendo, antes de meterme la sopa deberé vaciarme, pues tengo la tripita llena de esperma.

  • Échalo aquí, cariño - le dijo Óscar, tendiéndole una fuente que cogió de una de las estanterías.

Ciríe se puso en cuclillas, sobre la mesa, y evacuó con deliberada lentitud la enorme carga de Óscar.

  • ¿ Es todo suyo ? - se asombró Felisa

  • Sí, nena. Esta mañana se esmeró conmigo.

  • Es una bestialidad. No entiendo cómo no se te ha salido.

  • No se me ha salido porque no he querido.

  • Sale completamente limpio - observó Elena.

  • Normal, mi hija es muy aseada - intervino Óscar ( a fin de que no quedase el menor vestigio de semen en las entrañas de Ciríe, le había autorizado a evacuarlo por medio de su poder de control de fluidos ).

  • Bien, esto ya está - dijo entonces Ciríe - Esclavas, dadme un besito en el trasero, a fin de limpiármelo.

Ellas así lo hicieron, y entonces Ciríe cogió la fuente y se dio un buen trago, ante la atónita mirada de las dos humanas.

  • ¿ Qué tal está ? - le preguntó Óscar.

  • Delicioso, nene - le aseguró ella, tendiéndole la fuente.

Óscar bebió de ella, relamiéndose satisfecho. Entonces, tras sostener por unos instantes la mirada de Elena, se la tendió. Ella la cogió sin titubeos, tomando un poco ( bueno, o no tan poco ), todo ello sin quitarle los ojos de encima a Óscar, cuyo esperma le volvía loca desde hacía ya un buen rato. Lo deglutió con lascivia, sonriendo mientras decía:

  • Gracias, amos. Está estupendo.

  • Lo sabemos. No seas egoísta, que Felisa también quiere...

Elena le pasó la fuente a su compañera de piso, que repitió la operación. Una vez dieron cuenta de tan insólito aperitivo ( para lo cual fue preciso hacer varias rondas ), Ciríe le pasó la jeringa a Óscar, poniéndose a cuatro patas y hurgándose lánguidamente el ojete. Óscar introdujo la jeringa en el cazo de la sopa y la llenó hasta la mitad, sirviendo el primer plato en las acogedoras entrañas de Ciríe.

  • La comida está servida, esclavas - les dijo ella, moviendo sensualmente las caderas, mientras se metía un dedo en el ano a fin de probar la sopa - Mm, está en su punto. Que os aproveche. Compartidlo como las amantes que sois.

La consumición del primer plato le acarreó a Ciríe tres orgasmos, a ellas dos ( el dilatador anal, mientras ellas se restregaban contra las sillas a fin de beber del culo de la deluyrei, fue el encargado de proporcionárselos ), y a Óscar, que por cierto había empezado a filmarlo todo, uno ( Ciríe le hizo una mamada ).

  • Ahora, el segundo plato - dijo Óscar, y Ciríe se dio la vuelta, quedando boca arriba. Cerró los muslos, poniendo los brazos contra los costados, a fin de hacer de mantel ( o de plato, según se mire ), con más eficiencia.

No mucho después, las dos humanas comían de Ciríe, sin valerse, por orden de sus amos, de las manos. Cuando querían algo de pan se lo daba alguno de ellos, y también les ayudaron a mojarlo en los huevos ( los fritos, que no los de Óscar ). El agua se la daba Ciríe, llenándose la boca y pasándosela a ellas uniendo los labios. Hubo nuevos orgasmos para todos ( Óscar eyaculó sobre la comida, y por ende sobre Ciríe, cosa que a ellas no sólo no les importó, si no que resultó ser muy de su agrado ), y entonces él les preguntó, mientras bajaba galantemente a Ciríe de la mesa:

  • ¿ Qué teníais pensado tomar de postre ?

  • Algo de fruta, puede que una naranja - repuso Elena por ambas.

  • Ya veo. ¿ No os gustaría probar algo mucho más rico ?

  • ¿ De qué se trata ? - quiso saber Elena, mirándole a la minga y añadiendo, lasciva - ¿ Algo de leche, quizás ?

  • Sí, pero no de polla, si no de teta - le explicó él.

  • No entendemos a qué te refieres - se quejó Felisa.

  • Seguidme a la cama - les ordenó Óscar.

  • ¿ Y bien ? - le preguntó Elena, de rodillas en la cama y acurrucada en el costado izquierdo de Óscar, que se había tumbado boca arriba ( Felisa se había arrodillado en su costado derecho ).

  • Antes os hablamos de magia, y seguís sin creernos - les dijo dulcemente Óscar - Os voy a dar una prueba de lo más contundente, y nutritiva, de ella.

  • ¿ Qué vas a hacer ?

  • Se va a hacer crecer pechos ( unos preciosos, aparte de enormes ), de los que os habréis de amamantar - intervino Ciríe - En eso consistirá vuestro postre.

  • No os asustéis, nenas - les dijo Óscar antes de que ellas pudiesen hacer ningún comentario, tras lo que se dotó de unos monumentales pechos ( no tan grandes como acostumbraba, pues eran algo más pequeños que su cabeza ).

  • Dios mío - musitó Elena.

  • No me lo creo, estoy soñando - dijo Felisa - A menos que... nos habéis drogado, ¿ verdad ?

  • Podéis pensar lo que queráis, pero os sugiero que catéis su néctar - les dijo Ciríe, y ahora era ella quien sostenía la cámara.

  • Bebed, esclavas - les ordenó Óscar, cogiéndoles del cuello y obligándoles a posar sus labios en sus pechos, cuyos pezones ellas lamieron, mostrando un interés creciente.

  • ¡ Qué rica está ! - dijo Elena.

  • ¡ Es lo más delicioso que jamás he probado ! - exclamó Felisa, amamantándose con ansia, para lo cual se tumbó contra el costado de Óscar, siendo prontamente imitada por Elena.

  • Ya está bien, nenas - les dijo él, al cabo de cinco minutos, desvaneciendo sus senos. Ellas se le quedaron mirando, embobadas, y le besaron en la boca simultáneamente.

  • ¿ Qué deseas que hagamos ahora ? - le preguntó Elena.

  • Sea lo que sea, lo haremos - añadió Felisa.

  • Ciríe se va a hacer crecer una tranca. Comédsela.

  • ¿ Cómo puede ser ? - se sorprendió ésta última, al ver a Ciríe mudar de sexo... otorgándose una tranca quizá algo mayor que la de Óscar.

  • ¿ Qué coño importa ? - dijo Elena, arrodillándose ante Ciríe y haciéndose con el fabuloso y palpitante mástil - Quizá sea magia, no lo sé, pero no voy a hacerle ascos a esta preciosidad...

  • Que tú serás la primera en recibir en el culo, como recompensa por haberte adelantado a Felisa - sentenció Óscar.

Una vez ambas se trabajaron la tranca de Ciríe, haciendo brotar sus jugosos flujos, que apuraron con deleite, ella les dijo:

  • ¿ Os gustaría que Óscar se la pusiera más grande que yo ?

  • ¿ Puede hacérsela crecer ? - se sorprendieron ambas, clavando la mirada en la entrepierna de Óscar.

  • Sí, y mucho más que ella - les aseguró él, dotándose de un miembro de más de un metro de longitud, veinte centímetros de diámetro, y los testículos como balones de playa.

  • ¡ Qué... rabo... más brutal ! - gimió Elena, tartamudeando de pura excitación.

  • ¿ Lo queréis recibir así, o casi mejor me lo reduzco algo ?

  • ¡ Redúcelo, redúcelo ! - exclamaron al punto ambas, horrorizadas.

  • Lo pondré sólo un poco más grande que el de mi querida hija, para que no se os olvide quien es el auténtico macho aquí - les dijo él, y fue dicho y hecho.

  • Y ahora, Elena, te haremos disfrutar de una doble penetración - le dijo Ciríe, manoseándose con cara de viciosa el miembro - Lo deseas, ¿ verdad ?

  • ¡ Oh, sí ! Muchas veces he fantaseado con ello, pese a la aprensión que me daba el sexo anal por culpa de las hemorroides, pero jamás lo he disfrutado.

  • Felisa, haz un rato tú de cámara - le dijo a ésta Óscar, pasándole la máquina ( que hasta el momento sólo habían manejado, alternándose cuando era menester, entre él y Ciríe ).

Óscar se decantó inicialmente por el coño de Elena, clavándole Ciríe su tranca en el culo ( no sin antes quitarle el dilatador anal ). Después cambiaron, tras lo que Óscar le preguntó:

  • ¿ Te apetece algo más fuerte, cariño ?

  • Lo que queráis. Tan sólo hacedlo.

  • Buena esclava - le dijo Ciríe, alojando su miembro junto al de Óscar en el recto de Elena.

  • ¡ Uf, me vais a reventar ! - gimió ella.

  • ¿ Te duele, cariño ? - se interesó Óscar, aunque ya sabía la respuesta.

  • ¡ Sí, pero no mucho, y de todos modos no lo cambiaría por nada del mundo ! - repuso ella.

  • Espero que estés tomando buena nota, porque la siguiente eres tú - le dijo Ciríe a Felisa - Y procura que no se pierda detalle.

  • Como ordenéis, amos... - les dijo ella, llevándose una de las manos a la entrepierna.

  • ¡ Te tengo dicho que no te toques ! - le regañó Óscar.

  • Es que estoy a mil...

  • Te aguantas.

Elena gritaba tanto, y no precisamente de dolor, que Óscar disminuyó la potencia de su voz por medio de sus poderes vibratorios. Cuando ya no podía más, o no por detrás, tuvo que encajar los dos rabos en el coño ( le dolió, sí, pero no tanto como habría sido de esperar, y se negó a parar por algo tan nimio ), tras lo cual le llegó el turno a Felisa, con la que repitieron paso a paso la operación, disfrutándolo tanto como su predecesora. Tras esto, Ciríe les dijo:

  • ¿ Otro polvo ?

  • Por favor, dejadnos descansar un poco - les suplicó Felisa

  • No podemos con nuestras almas.

  • Pero aún así seguís cachondas - observó ella, llevando los pies a sus sexos y acariciándoles el erecto clítoris.

  • Imposible serenarse con tan maravillosos amantes como vosotros en plena faena, pero si no hacemos una pausa nos va a dar algo - les dijo Elena.

  • No podemos permitir eso, así que os dejaremos descansar... hasta cierto punto, pues nosotros seguimos necesitando sexo.

  • ¿ Qué hemos de hacer ?

Ciríe se puso de rodillas, y se alargó un poco el miembro, retorciéndoselo a fin de clavárselo en su propio trasero. Entonces, Óscar se le puso detrás, también de rodillas, y encajó su falo junto al de Ciríe, ante las sorprendidas miradas de su anfitrionas, a las que dijo:

  • Comedme el trasero de una en una, mientras que la otra graba la linda escena, procurando no perderse detalle. Así dejaremos descansar vuestros orificios un rato, disfrutando entretanto de los nuestros.

  • ¡ Yo primero ! - se ofreció Elena, adelantándose a Felisa, que se tuvo que conformar de momento con grabarles a los tres.

Óscar no se movió, a fin de facilitar la tarea a las dos mujeres, siendo Ciríe quien se trabajó su propio trasero, con la ayuda tanto de su pene como del de Óscar. Llevaban cuatro orgasmos, lo que les supuso algo más de veinte minutos, cuando Elena les dijo:

  • Ya estamos de nuevo a punto, amos.

  • Pues trae la cámara, y comedle un poco el culo y la tranca a Ciríe - les dijo Óscar, saliéndose del trasero de Ciríe, con lo que la minga de ésta también se le salió, quedando disponible.

  • Como desees, amo Óscar - le dijeron ambas, lanzándose a por la deluyrei, que se dejó gustosa hacer.

Una vez le obsequiaron con un orgasmo doble, ella les dijo:

  • Os estáis portando muy bien, nenas. ¿ Queréis jugar a otra cosa muy divertida ?

  • ¡ Sí ! - le dijeron ellas, entusiasmadas.

  • ¿ Estáis seguras, mis sumisas siervas ? - les dijo ella, acariciándoles las mejillas ( en aquel momento, las tres estaban de rodillas ).

  • Sí, ama.

  • Tengo ganas de hacer pipí, y es mi deseo que me sirváis de orinal - les dijo Ciríe, poniéndose en pie y empezando a restregar su miembro por las caras de ambas, sujetándoles del pelo aunque sin hacerles daño.

  • Vale, pero intenta no darnos en los ojos - concedió Elena, sin necesidad de que ninguno de los dos le ayudase telepáticamente, y abriendo complaciente la boca.

Felisa también la abrió, pero fue Elena la que recibió el chorro en primer lugar, como recompensa por haberse ofrecido a hacer de letrina antes. Ciríe se aseguró de prolongar la micción más de tres minutos, gracias a su poder de control de fluidos, y las dos mujeres se restregaban cada vez más ansiosas contra las piernas de la deluyrei, recibiendo su orina con creciente deleite. Ni que decir tiene, en sus ojos no entró ni una gota.

A continuación, cada una de ellas recibió una tranca por el culo, mientras se hacían un sesenta y nueve, y no pusieron ninguna objeción a orinarse mútuamente en sus caras, bebiendo parte de ello...

Habían pasado casi cuatro horas y media desde que entraron en el piso, y sus anfitrionas estaban realmente agotadas, por lo que decidieron dejarlo ( la cuerda sólo la usaron una vez, atándoles a ambas frente a frente mientras ellos se iban turnando para penetrar a una y a otra, tras lo cual dejaron de jugar a someterles, devolviéndoles la libertad y tratándoles a partir de entonces como a sus iguales, por cierto con bastante ternura. Aquel cambio no les disgustó en absoluto, si bien era evidente que tampoco les habría importado seguir jugando a lo mismo ).

Les llevaron al baño y les dieron una ducha, agilizando el proceso por medio de sus poderes de control de fluidos, aprovechando para asearse ellos también ( los restos de aceite de la comida, inicialmente sólo en el cuerpo de Ciríe, pero al rato pringando el de todos, estaban empezando a resultar molestos: ya no hubo más sexo, pues ambas estaban para el arrastre ). Les secaron, haciendo que el agua de su piel chorrease hacia el desagüe, y les pusieron un camisón para dormir. Las pobres apenas se podían mover, aunque al menos no tendrían agujetas, pues Óscar les dio otro poco de su leche ( a fin de curar las íntimas erosiones producto de tan prolongada sesión de sexo, les administraron en la vulva y el culo unas cuantas gotas de orina ).

Ciríe les dejó un buen surtido de consoladores de cristal, así como los dilatadores y la enorme jeringa, regalos que ellas le agradecieron mucho, y también les dejó las cuatro restantes peras, recomendándoles que las guardasen en lugar a ser posible no muy húmedo, y por supuesto libre de saliva. Entonces, les acostaron a ambas en la cama de Elena ( la de Felisa estaba deshecha con tanto ajetreo ), y desconectaron la estufa eléctrica, aireando un poco la casa, lo justo para que no tuvieran frío.

Cuando fueron a despedirse de ellas, ya vestidos los dos, Felisa ya se había dormido. Se despidieron de Elena, dando un beso también a Felisa, al que ésta reaccionó con un feliz y satisfecho gruñido. Decidieron cerrarles por dentro con llave, enganchando de paso la cadena, y teletransportándose al portal haciendo como que salían del ascensor, cámara y cuerda en mano. Fueron andando hasta el coche, estacionado bastante cerca.

  • Menuda sesión - dijo Óscar, satisfecho, mientras arrancaba el coche - Y ahora, a rescatar a tus hermanas.

  • La verdad es que se nos ha hecho bastante tarde. Quizá debiéramos habernos extendido algo menos con esas dos nenas, pues vamos a tirarnos hasta las tantas.

  • No veo por qué. Tan sólo tenemos que sacarles del monolito: ya resucitarán en nosotros está noche, una vez nos hayamos acomodado en la habitación de un hotel ( esta vez doble, o no cabremos ). ¿ En qué dirección voy ?

  • Es por ahí, pero da igual, pues una vez apartemos el coche de miradas indiscretas lo haremos invisible, viajando a partir de ese instante a golpe de teletransportación - le dijo ella, señalando al este.

Poco después de salir del pueblo, cosa que hicieron en dirección sur, llegaron a una carretera muy poco concurrida, esperándose tras un par de curvas muy cerradas a que no pasara nadie para hacer invisible el coche. Ciríe le fue guiando, encargándose Óscar de la teletransportación, y ocho saltos después dejaron el coche estacionado provisionalmente en medio de una vereda, tras lo que ella le guió astralmente hacia unos montes cercanos, hundiéndose en el suelo. A no poca profundidad había una extensa excavación llena de escombros que en su momento, supo Óscar, hizo de hogar.

  • Sí, este era el hogar de dos de mis hermanas, aunque oí por ahí que otra de ellas, la sacerdotisa, se había mudado recientemente aquí, calculo que unos cuarenta y pico años antes de que nos asesinasen en masa - le confirmó ella.

  • Cuarenta años, y dices recientemente - se sorprendió Óscar.

  • Para un inmortal, lo es - le dijo ella, deteniéndose a fin de encararse a él.

  • No lo había considerado desde ese punto de vista - le dijo él, que también se detuvo - Oye, acabo de caer en la cuenta de que aún no me has dicho cómo sabes que por aquí hay uno de esos monolitos.

  • Veamos, ¿ cómo empezar ? - se dijo ella, pensativa, volviendo a posar enseguida su mirada en la forma astral de Óscar - Antes de nada, has de saber que Afrodita no tuvo más remedio que imbuirnos algunas debilidades, pues de lo contrario algunos de sus colegas habrían encontrado intolerable la existencia de una especie tan poderosa como la nuestra.

  • Mira que son quisquillosos.

  • No lo sabes tú bien, sobre todo los de baja monta ( los realmente importantes son mucho más transigentes ). En fin, me pregunto si por fin habéis redescubierto que la órbita de los planetas en torno a su sol no es del todo circular, si no elíptica.

  • Eso se supone que lo sabe hasta un niño, demos gracias a un tal Keppler ( ahora mismo no recuerdo el nombre, aunque la verdad es que la gente le conoce básicamente por su apellido ), un famoso astrónomo de hace unos siglos - le dijo él, preguntándose a qué venía aquello. Entonces, al caer en la cuenta de que ella había hablado de redescubrir, que no de descubrir, exclamó - ¡ Entonces, es cierto que ya se sabía antes !

  • Naturalmente que se sabía. Los humanos de vez en cuando se atocinan, relegando al olvido conocimientos de los que más les valdría no prescindir.

  • Entonces, supongo que también se sabría que la Tierra es redonda...

  • Por supuesto, y que gira en torno al sol. Lamentablemente, a alguno de los cabecillas de una de esas repelentes sectas monoteístas vuestras se le ocurrió la feliz idea de poner en su libro más sagrado justo lo contrario, y a partir de ese momento todo el mundo tuvo que aceptarlo como un hecho.

  • Y tanto, de hecho muchos de los que se atrevían a contradecirles fueron quemados en hogueras.

  • Qué barbarie. En fin, volvamos a lo de antes. Dado que la órbita planetaria no es circular, si no elíptica, los planetas no siempre están a la misma distancia del sol en torno al que giran, encontrándose especialmente alejados del mismo una vez al año...

  • Concretamente en su afelio, mientras que el punto de máxima proximidad se llama perihelio - le dijo él, algo molesto de que le tomase por un inculto, siendo por ello que añadió - Y la diferencia de distancia no suele ser gran cosa, pues la excentricidad de la órbita por lo común es escasa ( en la Tierra, al menos, lo es ).

  • Vaya, pero si en esta ocasión hasta lo habéis puesto nombre

  • dijo ella, quizá un poco socarrona.

  • Déjate de guasas, y ve al grano - le reprendió Óscar.

  • Está bien, disculpa. Verás, durante algunas horas al año, teniendo éstas como instante central el afelio del planeta en el que nos encontremos, nuestros poderes se amortiguan bastante. Adivina cuándo nos atacaron precisamente todos esos fanáticos, provistos de numerosos artefactos mágicos suministrados por Khali a fin de asegurarse la victoria...

  • Qué cobardes, aprovecharse de esa debilidad. Por cierto, ¿ qué más debilidades tenemos ?

  • Por fortuna no muchas, pero ya hablaremos en otra ocasión de ellas. Ahora, atiende: Afrodita nos había prohibido influir significativamente sobre la historia de este mundo desde que emigramos a él, no pudiendo siquiera tener hijos.

  • ¿ Procedéis de otro mundo ? - se sorprendió Óscar.

  • Naturalmente, aunque hemos pasado la mayor parte de nuestras vidas aquí, considerándonos ya terrestres.

  • ¿ Para qué vinisteis aquí ? Para colonizar desde luego que no, o Afrodita no os habría prohibido tener descendencia.

  • Vinimos para observar la evolución de la raza humana, haciendo de cronistas para nuestra amada señora, que siempre tuvo un gran interés por este mundo. Según ella, el destino del universo entero ha dependido ya en una ocasión de él, llegando a temblar los mismísimos cimientos de la realidad, y en el futuro es probable que vuelva a hacerlo. De los incontables orbes que existen en el cosmos, aquel en el que se originó la especie humana se encuentra sin duda entre los diez más importantes.

  • Vaya, y yo que siempre pensé que la Tierra era un planeta del montón - dijo él, medio en broma medio en serio.

  • Pues ya te puedes ir quitando esa herética idea de la cabeza - le regañó ella - En fin, como te iba diciendo, Afrodita no nos dejaba tener hijos, ni tampoco influir en vuestra historia... hasta cierto día en el que se nos apareció a todas, retirando inesperadamente aquellas prohibiciones: también nos dijo que iba a enviar en breve a una poderosa hechicera que nos traería un artefacto mágico de incalculable valor.

  • ¿ Qué clase de artefacto ?

  • Ni idea. Cuando llegó la enviada, que por cierto no era deluyrei, si no una ángel ( lamenté no haber podido darle la bienvenida como es debido, pues hacía mucho que no me revolcaba con una, y por lo común son casi tan lindas, a su modo, como cualquiera de nosotras ), se reunió con carácter de urgencia con una de mis hermanas, la hechicera, y no tuvieron ocasión de contarnos lo que se traían entre manos... principalmente, porque apenas una hora después comenzó todo. No participaron en la batalla principal, pero sentí que lucharon contra otra maga, sin duda enviada por Khali a la Tierra desde alguno de los mundos de la magia ( no creo que proviniera de los reinos superiores ).

  • ¿ Cuándo os dio nuestra diosa el aviso aquel ?

  • Algo menos de dos meses antes de aquella hecatombe. Khali se debió enterar, y puso a los malditos católicos en nuestra contra, asegurándose de que nos llegaran rumores de nuestro inminente exterminio escasos días antes de que éste fuera llevado a cabo.

  • ¿ Cómo es que no les atacasteis primero ?

  • No estábamos preparadas. Quedaba muy poco para el afelio, así que nos reunimos todas en uno de nuestros dos baluartes terrestres, un templo oculto consagrado a nuestra señora: no podíamos iniciar una guerra sabiendo que a poco de empezar estaríamos, aunque fuera por unas horas, indefensas ( ni tampoco sin tener bien claro quién era el enemigo, y aquel no era el caso ).

  • Y fue allí mismo donde os pillaron - comprendió de pronto él.

  • Exacto. El lugar era seguro, y al estar santificado nos permitía retener buena parte de nuestros dones en tan crítico momento, pero Khali les entregó a sus vasallos un artefacto sobrenatural impregnado con su impía y negra sangre que bloqueó, por espacio de unas cuantas horas, los beneficiosos efluvios místicos de Afrodita... más que suficiente para masacrarnos. Mas no todas morimos, pues el ataque se prolongó bastante más de lo que esos desgraciados habían previsto ( incluso tan débiles como estábamos les resultamos realmente duras de pelar ), y el periodo de amortiguación de nuestros poderes expiró, pudiendo huir algunas de las supervivientes, si bien seriamente heridas. Ya habíamos sido testigos de cómo el monolito que llevaron con ellos ( lo hicieron levitar por medio de un artefacto mágico, pues esas moles no son precisamente manejables, y menos para los humanos ), atrapaba el alma de nuestras difuntas, así que, no bien adquirimos de nuevo capacidad para teletransportarnos, quedamos en huir a distintos lugares, dispersándonos hasta que nos hubiésemos recuperado.

  • ¿ Por qué separarse ?

  • A fin de dificultar nuestra captura, por supuesto ( por lo que les oímos decir a esos fanáticos, tenían planeado perseguirnos, pues Khali les había dotado de artefactos tanto rastreadores como teletransportadores, y vaya si lo hicieron ).

  • ¿ Cómo de severas eran las heridas ?

  • Terribles, en muchos casos lo suficientemente graves como para precisar de veinte días para nuestro total restablecimiento ( no olvides que nos agredieron con armas mágicas, específicamente diseñadas para ser utilizadas contra nosotras, y las lesiones que nos producían eran muy difíciles de sanar, por mucha orina que nos vertiésemos en ellas ). Pero a lo que vamos: poco antes de huir, mis hermanas me dijeron telepáticamente que iban hacia su hogar. Estuve tentada de seguirles, pero preferí seguir mi propio consejo de dispersarnos.

  • ¿ Cómo sabes que llegaron ?

  • Me lo comunicó Hedelia minutos después, a fin de tranquilizarme ( tanta teletransportación seguida, estando tan malheridas, debió dejarles hechas cisco a las pobres ). Iba a decirme algo más, pero entonces gritó aterrada en mi mente y supe que, de algún modo, les habían seguido.

  • ¿ Sentiste cómo les... ? - le preguntó Óscar, incapaz de seguir.

  • Sí, sentí su muerte, y también la desagradable sensación de brusca pérdida a la que ya me había acostumbrado a lo largo de la incursión en el templo: sus almas, como las de tantas otras, habían sido absorbidas por una de aquellas inmundas piedras, en vez de permanecer libres y a la espera de dar con alguien a partir del cual poder renacer.

  • Tuvo que ser terrible sentir cómo sus almas quedaban fuera de tu alcance - se compadeció Óscar.

  • Lo fue.

  • De todos modos, el que notases que sus almas quedaban presas no significa que el monolito en el que fueron encerradas esté aún aquí.

  • Y, sin embargo, aquí tiene que estar.

  • ¿ Cómo puedes estar tan segura ?

  • Hepente, que es la hechicera, logró hacerme llegar un intrigante pensamiento justo antes de morir. Por lo visto, se había asegurado de que la piedra jamás saliese de aquí, a fin de que no pudiese ser usada contra otras deluyrei.

  • ¿ Cómo lo haría ?

  • No lo sé, pero intuyo que no tardaremos en averiguarlo.

  • ¿ Ciríe ? - les sobresaltó a ambos un tenue pensamiento de mujer.

  • ¡ Hedelia ! - exclamó alegremente ésta.

  • ¡ Estás viva, hermana ! - pensó otra mujer, alborozada, en un idioma que Óscar desconocía, pero que entendió a la perfección.

  • ¿ Tú también aquí, Sarigza ? - se sorprendió Ciríe, en el mismo idioma - ¡ Te di por muerta antes de abandonar el templo ! Es más, te suponía atrapada en el monolito que arrojaron al mar...

  • Logró sobrevivir por gracia de nuestra señora, que se vio incapaz de desatender los ruegos de una de sus sacerdotisas, de modo que le rescatamos del templo, trayéndole con nosotras - manifestó una tercera entidad.

  • ¡ Hola, Hepente ! - le saludó Ciríe, feliz.

  • ¿ Quién te acompaña ? - se interesó Hedelia - La esencia de esa deluyrei no me es familiar.

  • Me llamo Óscar, y os ruego disculpéis si no me comunico con vosotras en vuestro idioma natal, pero es que lo desconozco - les anunció él, sin darse cuenta de que le habían tomado por una hembra.

  • Luego os lo contaremos todo, queridas y añoradas hermanas, ahora será mejor que nos conduzcáis a donde quiera que os encontréis presas, a fin de poder liberaros.

  • No tiene pérdida, estamos en la sala principal - le expuso Hepente, y Ciríe salió disparada en cierta dirección, seguida dificultosamente por Óscar ( en varias ocasiones creyó perderle, tan rápido se trasladó su forma astral ).

De inmediato estaban en una sala circular de más de cincuenta metros de diámetro, y de la que partían numerosos túneles. Era abovedada, y tendría unos doce metros de altura, estando atravesada por una imponente columna historiada, de tres metros de diámetro. Sobre ella estaba apoyada, de cualquier forma, la maldita piedra. Había algunos esqueletos alrededor, concretamente seis... y todos eran de deluyrei, supo de algún modo Óscar.

  • ¿ Qué significa esto ? - se extrañó Ciríe, señalando recelosa a tres de los esqueletos, que por cierto eran algo más pequeños.

  • Nuestra señora nos dio permiso para tener una hija a cada una de nosotras tres, cosa que hizo como cuarenta años antes de extender ese honor a todas las demás - le explicó Sarigza - Fue por ello que me mudé aquí.

  • ¿ Por qué no me lo dijisteis ? - se molestó Ciríe.

  • Queríamos darte una sorpresa - se disculpó Hedelia.

  • Ahora entiendo por qué todas regresasteis aquí: para defender a vuestras hijas. Lo que no me explico es cómo las dejasteis solas, a sabiendas del peligro que corrían.

  • No sabíamos nada de lo del ataque, pensamos que tu convocatoria era tan sólo a fin de discutir cómo actuaríamos ahora que nuestra diosa por fin nos había dado permiso para desempeñar un papel activo en este mundo - se justificó Sarigza - O eso, o para presentarnos a su emisaria.

  • Voy a traer el coche aquí dentro - anunció Óscar, y de inmediato tanto él como Ciríe estuvieron físicamente allí, saliendo del mismo. Descubrieron que sus ojos carnales no eran capaces de ver en aquella absoluta oscuridad, a diferencia de los astrales, así que los dos extrajeron las alas lumínicas, iluminando la estancia.

  • ¿ Por qué ha asumido tu amiga aspecto masculino ? - se extrañó Hepente.

  • No ha necesitado hacerlo, pues es un hombre.

  • ¡ No existen deluyrei macho ! - exclamaron las tres a la vez... acompañadas, aunque con menos decisión, por otras tres voces ( sin duda, las sobrinas de Ciríe ).

  • Desde ahora sí - les dijo Óscar, aproximándose intrigado al monolito.

  • ¡ No lo toques ! - le advirtieron todas, pero él ya había puesto la mano encima.

  • ¿ Qué pasa ? - se extrañó él.

  • ¡ No te has hecho daño ! - se sorprendió Sarigza.

  • ¿ Debería habérmelo hecho ?

  • Sí, pues estos artefactos se oponen a la naturaleza deluyrei, provocando dolorosas quemaduras a quien lo toca - le explicó Hepente.

  • Lo noto frío al tacto, y tocarlo me es desagradable, pero eso es todo. Si lo toqué fue precisamente para comprobar si se sentía lo mismo que con el otro, y así ha sido.

  • Quizá su magia se haya amortiguado con el tiempo - dijo Ciríe, rozándolo suspicaz con un dedo... y apartándolo apresurada, haciendo una mueca de dolor.

  • ¿ Estás bien ? - se alarmó Óscar, mirando preocupado su dedo, en carne viva ( incluso la mano le humeaba ).

  • Sí, pero me duele un montón.

  • Trae que te eche un pis.

  • Qué extraño - observó Hepente cuando Ciríe estuvo repuesta, apenas unos segundos después - A él también debería haberle hecho daño.

  • Quizá no me lo haya hecho debido a que soy un patriarca.

  • ¿ Cómo dices ? - se extrañó Sarigza, en un tono entre incrédulo y divertido.

  • Cuando Óscar se transformó en deluyrei no se anduvo con chiquitas, decidiendo hacerlo a lo grande - les explicó Ciríe.

  • ¿ Se transformó, has dicho ? - les preguntó Hedelia, tan anonadada como las demás.

  • Yo antes era humano, pero me crucé con el monolito en donde estaba encerrada el alma de Ciríe, y decidí dejarle que se resucitara en mí. Sin embargo, algo no fue como era de esperar, y me vi resucitado como un deluyrei - entonces, se desnudó de cintura para arriba, sacando sus seis pares de alas y añadiendo - aunque uno con algunas alas de más, claro.

  • Esto es... es... ¡ increíble ! - gimió Sarigza, tartamudeando mentalmente, tal era su asombro - ¡ Qué milagro más maravilloso !

  • Sí, eso mismo le pareció a Ciríe - les dijo Óscar, volviendo a tocar la negra piedra, esta vez con ambas manos - Pero venga, agarraos todas a mí, y salid de una vez de ahí. Ya habrá tiempo para hablar una vez estéis cómodamente resucitadas.

  • Me temo que eso no es recomendable - le dijo alicaída Hepente - No bien lo hagamos, la piedra se destruirá, y todo esto se vendrá abajo.

  • ¿ Cómo es eso ? - quiso saber Ciríe.

  • Enlacé la magia de la piedra con la del pilar central por medio de un hechizo: ese fue el sistema con el que me aseguré de que no la sacasen jamás de aquí - les explicó Hepente - Si uno de ellos es destruido, el otro también lo será, cosa que también ocurriría de separarlos más de cincuenta nervaduras.

  • Mierda, y yo que me había hecho a la idea de rehabilitar este lugar - se quejó Ciríe.

  • ¿ Tan importante es el pilar ? - les preguntó Óscar, que ya había comprendido el motivo por el que allí el monolito no se había escondido en un espacio paralelo: eso le habría obligado a esconder también al pilar, al estar sus magias entrelazadas, y su poder probablemente no diese para tanto.

  • Y tanto: lo sostiene todo - le dijo Hepente.

  • Esta sala quizá, pero no veo cómo puede sostener los túneles que de ella parten.

  • Todo el complejo está mágicamente vinculado a este pilar - le explicó Hedelia - De ese modo, si en alguna ocasión alguien quería invadir nuestro hogar, podríamos sepultarle dentro. Es más, si nos sorprendieron a todas en esta sala es precisamente porque nos disponíamos a destruir el pilar maestro.

  • ¿ No se pueden separar sus magias de nuevo ? - se interesó Ciríe.

  • Me llevaría horas, y para ello antes tendría que haber resucitado, escapando de la piedra... lo cual, evidentemente, la rompería - le dijo Hepente.

  • En ese caso, y a menos que queráis permanecer por siempre en ella, me temo que habrá que prescindir de vuestra morada - les dijo Ciríe.

  • Qué remedio - suspiró Hepente - Es una lástima echarlo todo abajo, con la de buenos momentos que hemos pasado aquí...

  • A fin de cuentas, aquí fue donde fuimos por vez primera madres - añadió con cierta añoranza Hedelia.

  • Nosotras apenas conocemos otro lugar - dijo una de las tímidas voces de antes.

  • ¿ Quien eres tú, nena ? - le preguntó Ciríe.

  • Es mi hija vaginal... e hija fálica de Hedelia y de Hepente

  • le dijo Sarigza.

  • ¿ Tiene dos madres fálicas ? - se sorprendió Ciríe.

  • Todas ellas las tienen - le explicó Hepente - De ese modo, todas son hijas de todas. Lo hicimos por medio de la magia, claro: ya os explicaremos cómo.

  • Espero que les compartáis conmigo - les dijo Ciríe - Siempre me hizo mucha ilusión criar a una deluyrei, o al menos educarle, pero hasta el momento me ha sido imposible.

  • Claro que sí: ya veras, entre las siete nos montaremos unas orgías fabulosas, y pronto comprobarás por ti misma lo mucho que nos hemos esforzado en educarles como es debido, enseñándoles que con los mayores hay que ser especialmente complacientes - le prometió Hedelia, apresurándose a añadir - Y Óscar, naturalmente, también participará en ellas.

  • Se me ha ocurrido una idea - les anunció entonces él, quizá algo turbado ( no mucho, claro ) - Ya que vais a echar de menos todo esto, quizá debiera filmarlo, para que podáis recordarlo cuando ya no exista.

  • Oh, eso no será necesario - rió Ciríe - Hedelia tenía algunos chismes similares a tu cámara, sólo que mucho más eficaces, y entre ella y Hepente deben haber grabado cientos de veces esto. Otra cosa, claro, es que aún funcionen.

  • Lo más probable es que sí, aunque no me extrañaría que necesitase días para ponerlos de nuevo en funcionamiento, pues llevan demasiado tiempo sin recibir el menor mantenimiento - dijo Hedelia - Por cierto, antes de que nos saquéis de aquí quizá fuese preferible ponerlos a salvo, pues cuando todo se derrumbe quedarán sepultados, siendo muy difícil recuperarlos a esta profundidad. Es más, hasta podrían romperse.

  • En mi laboratorio hay artefactos y reactivos muy valiosos, y me gustaría que también los pusieseis a salvo - añadió Hepente.

  • Yo también tengo algunas cosas de gran valor en mis aposentos, entre ellas algunas reliquias sagradas - dijo Sarigza.

  • Tranquilas, rescataremos todos vuestros efectos personales, trasladándolos aquí mismo provisionalmente - les prometió Óscar - vosotras tan sólo decidnos dónde están...

Ya eran las ocho y cuarto para cuando entre ambos habían amontonado cerca de tres toneladas de trastos, de muy diversa índole, al lado del coche. Las más valiosas pertenencias de todas ellas estaban intactas, pues la maga las había protegido siglos antes del ataque por medio de hechizos, habiendo reforzado aquella protección la clérigo por medio de unas cuantas oraciones.

En alguna ocasión se tropezaron con el esqueleto de uno de los asesinos ( o sus dispersos y roídos huesos ), todos ellos muertos de hambre o asesinados, pues las dos únicas galerías que conectaban el complejo con el exterior se habían derrumbado, habiendo quedado encerrados en él y viéndose abandonados a su suerte por los pocos que lograron huir. No les quedó más remedio que recurrir al canibalismo ( agua no les faltó, pues el complejo contaba con algún que otro pozo, pero las despensas de las deluyrei, en las que había suficientes provisiones para resistir durante más de un año - tiempo suficiente para abrir un túnel hasta la lejana superficie, de trabajar duro -, quedaron fuera de su alcance, al derrumbarse la galería que llevaba a ellas ). Ni que decir tiene, les quitaron las armas mágicas con las que atacaron a las deluyrei, pues quizá alguna de ellas le resultase de utilidad a la hechicera.

Óscar se extrañó de que ninguno de ellos se hubiese atrevido a dar cuenta de los cadáveres de sus víctimas, ya que en ellos no había indicios de rapiña, pero aquello tenía una explicación bien sencilla: cuanto más cerca estaban de la piedra, más fácil les resultaba a ellas hacerles llegar sus pensamientos, y sus espectrales voces les daban tanto temor que ninguno se atrevió a penetrar en la cámara principal a fin de hacerse con los cuerpos ( además, alguno sostenía que comer de ellas les permitiría regenerarse dentro de sus organismos, escapando sus almas, a tal fin, del monolito ). De hecho, hasta cierto punto se vengaron de ellos, pues en todo momento estuvieron martirizándoles con sus emanaciones espirituales, llenando sus inquietos sueños de bien merecidas pesadillas.

  • ¿ Seguro que ya está todo ? - les preguntó Ciríe.

  • Todo lo que realmente importa, sí - le aseguró Hedelia.

  • ¿ Qué fue de vuestro tesoro ?

  • Lo que tenéis ante vosotros es nuestro auténtico tesoro: si te refieres al vil metal y a las joyas, los que lograron escapar se lo llevaron

  • le dijo Sarigza.

  • ¡ Imposible ! - exclamó Ciríe - Aquí no hay forma de meter caballos, mucho menos carruajes: teniendo en cuenta lo endebles que son los humanos, para cargar con todo aquello habrían tenido que hacer decenas de viajes, o más bien cientos.

  • Lo hicieron levitar, utilizando uno de los chismes con los que trasladaban los monolitos - le explicó Hepente.

  • Oh, entiendo...

  • ¿ No podrían haberse valido de alguno de los cachivaches mágicos de Hepente para salir de aquí ? - les preguntó Óscar.

  • Sin duda, pero no iba a ser yo quien les explicase cómo hacerlo, después de lo que habían hecho ( además, me habría llevado días, y nadie me aseguraba que al salir, si es que lo lograban, no volviesen a las andadas: no les vi nada arrepentidos de los numerosos y atroces crímenes que habían cometido, tanto contra nosotras como contra otros humanos ).

  • Más de una vez les ofrecimos la posibilidad de redimir su crimen entregándonos sus cuerpos para resucitarnos, pero ellos siempre se negaron - añadió Hedelia.

  • ¿ Cómo lo vais a hacer ? - se interesó Sarigza - Me refiero a lo de liberarnos. Antes tendríais que sacar todo eso de ahí, lo cual también va por el trasto dentro del que vinisteis.

  • Por esta zona hay muchas cuevas - dijo Ciríe - Lo trasladaremos a una de ellas, una bien resguardada, y ya veremos qué hacemos con ello cuando resucitéis.

  • ¿ Menstrúas ya ? - se interesó de improviso Hepente.

  • No, aún no, aunque poco me debe quedar.

  • Entonces, una de dos: o nos quedamos directamente en Óscar, o nos transferimos de su cuerpo al tuyo, quedando enquistadas en él hasta que estés preparada para engendrar - dijo ella, con aire pensativo.

  • Yo no tengo el menor inconveniente en que lo hagáis en mí, aunque espero que no me duela demasiado.

  • No temas: nuestra amada diosa dispuso que el parto en nosotras, ya sea el normal o el resultado de un renacer, fuera por completo indoloro: si te dolió la primera vez sin duda se debió a que aún no eras del todo uno de los nuestros - le dijo Sarigza - a eso, y a que aún no tenías rajita.

  • Como si la tuviese ahora...

  • ¿ Aún no sabes manifestarla ? - se extrañó Hedelia.

  • Todavía no hace tres días desde que se transformó en deluyrei - le defendió Ciríe.

  • Vaya, pues se le nota bastante espabilado - apreció Sarigza

  • En cuanto a lo de dotarse de un coño, tarde o temprano deberá poder hacerlo, y bien podría ocurrir que nuestra resucitación le muestre la forma de hacerlo, acelerando un poco su aprendizaje... y de una forma, si se me permite decirlo, relativamente amena.

  • ¿ Y si no aprendo a hacerlo, después de todo ?

  • Incluso aunque no lo lograses, careciendo para la ocasión de útero, imagino que nuestra magia se encargaría de todo. Ten fe, nuestra amada diosa sabía muy bien lo que se hacía al crearnos. Además, acabo de caer en la cuenta de que nos sería muy sencillo enseñarte a usar tus poderes, al estar dentro de ti: bastaría por manejarlos en tu lugar un rato, para que sientas cómo se hace.

  • ¿ Llevaría mucho tiempo ? - les preguntó Óscar, algo más tranquilo - Me refiero al parto.

  • Supongo que lo mismo que te llevó parir a Ciríe, o quizá algo menos, pues no olvidemos que no eres un deluyrei común y corriente - repuso ella.

  • Muy bien, entonces os resucitaréis todas en mí, como de todas formas tenía previsto hacer. A fin de cuentas, ¿ no os debería eso permitir nacer más desarrolladas ?

  • Sin duda. De nacer de Ciríe, estando por el momento tan escuchimizada, aparentaríamos de tres a cinco años: si lo hacemos de ti, no me extrañaría que aparentásemos doce, posiblemente trece.

  • Mejor, así estaréis todas a juego - bromeó él, dirigiéndose a Ciríe y diciéndole - Oye, acabo de darme cuenta de una cosa: ¿ cómo habrías sacado a tus hermanas de ahí, de no estar yo ? Tocando el monolito a fin de que se enganchasen sus almas en ti no, pues te habrías achicharrado.

  • Claro que no: lo habría roto.

  • ¿ No se habrían visto arrastradas las almas de tus hermanas al más próximo ?

  • No creo que su poder pudiese haber prevalecido sobre el mío, estando yo muchísimo más cerca. Habrían acabado las seis dentro de mí, de eso estoy segura.

  • Entiendo. Un buen latigazo vibratorio, y listo...

  • ¡ Qué va ! - le dijo Hepente - Eso no habría servido de nada, pues estos chismes repelen nuestra magia, como ya pudimos comprobar en el templo con el que más tarde, o al menos eso creemos, arrojaron al mar. Peor aún, podría haberse herido a sí misma.

  • ¿ El láser tampoco habría valido ?

  • Si te refieres a la luz monocromática concentrada, no - le dijo Hedelia.

  • ¿ Entonces, ¿ cómo lo habría partido ? ¿ Llevándose un pedazo a otro lugar, mientras se teletransportaba ?

  • La piedra no le habría dejado - le dijo ella.

  • En ese caso, tendría que haberlo machacado a porrazo limpio

  • Eso me temo, pero no olvides que somos muchos más fuertes que un humano: incluso estando tan canija, Ciríe lo haría destruido en pocas horas.

  • Vaya, pues me alegro de haberle ahorrado ese palizón.

  • Basta de cháchara y vayamos a buscar una cueva - terció Ciríe, proyectando su cuerpo astral.

Diez minutos después, habían trasladado todo a una cueva cercana ( aunque no lo suficiente como para que el derrumbamiento, que prometía ser espectacular, la afectase ), y Óscar puso sus manos en el monolito, sintiendo el cálido roce espiritual de las seis deluyrei. Ciríe, a su lado, contemplaba la escena, visiblemente emocionada. Una vez se acoplaron a él, Óscar se separó, y sus almas se introdujeron paulatinamente en su cuerpo: sólo entonces se dio cuenta de que no habían hecho nada por los esqueletos de ellas.

  • Antes de salir todos zumbando de aquí, ¿ queréis que Ciríe se lleve a la cueva lo que queda de vosotras ?

  • Como ya os hemos dicho, aquí es donde pasamos algunos de los mejores momentos de nuestras vidas ( sobre todo las crías ), y aquí es también donde morimos - le dijo con cierta nostalgia Sarigza - No, Óscar, déjalos aquí mismo, que esta sea su tumba: nuestras almas pronto habitarán en otros cuerpos, gracias a ti.

  • ¿ Estáis ya todas dentro de mí ? - les preguntó él poco después, observando, preocupado, cómo el monolito empezaba a agrietarse... reacción que de inmediato acusó el pilar central, agrietándose también.

  • ¡ Sí ! - exclamaron las seis desde su interior.

  • ¡ Pues vámonos ! - dijo él, cogiendo de la mano a Ciríe y teletransportándose a la cueva apenas un segundo antes de que el techo de la bóveda se desplomase... y, con él, el resto del subterráneo.

  • Anda, ahora que lo pienso, nuestro sueño al final sí que fue premonitorio - le dijo Óscar a Ciríe, ambos ya frente al coche - Hemos rescatado a tres de tus hermanas, que no dos, y también han hecho acto de aparición tres jóvenes deluyrei, sus hijas.

  • Ya me había dado cuenta. Me pregunto qué significará lo del travestí saliendo del suelo y lo demás, pues no me cabe duda de que se cumplirá, ya sea literal o alegóricamente.

  • ¿ A qué os referís ? - se interesó Hepente, cuyos pensamientos Ciríe podría captar aun estando dentro de Óscar.

Ellos les contaron el sueño. El que Óscar viera a una mujer que Ciríe no logró ver, pero cuya presencia de algún modo intuyó ( a cuento de qué, si no, vio aquellos grilletes vacíos ), les inquietó a todas un poco ( principalmente a Hepente ). La sucinta descripción que les dio de ella tampoco les gustó demasiado ( en realidad Óscar no se acordaba demasiado bien de su aspecto, pero sí de cómo se sintió en su presencia: teniendo en cuenta lo acertado que hasta el momento había sido el sueño, a ninguna le cupo la menor duda de que aquella hermosa pero maligna hembra, de raza indefinida pero a todas luces no humana, era una especie de personificación del Mal ).

Tras ello, decidieron explorar la zona en busca de un hotel en donde pasar la noche... renacimientos incluidos. Pero entonces Óscar se hurgó en un bolsillo, de donde se sacó un pequeño falo de bronce, diciendo:

  • Se me olvidaba, encontré esto en la marchita y momificada mano de uno de los esqueletos.

  • ¡ Mi dispositivo de almacenaje ! - exclamó alegremente Hepente - Pensé que se lo habían llevado.

  • Tu, ¿ qué ?

  • Es un artefacto mágico que sirve para enviar cosas a un espacio extradimensional - le explicó ella - Para que te hagas una idea, sirve de almacén, teniendo una capacidad nada despreciable, pese a lo cual es perfectamente portátil.

  • Pues menuda forma tiene.

  • Oh, es que también hace de consolador. Qué mejor forma de tener siempre tus cosas a mano que guardarlas en el espacio de almacenaje que genera una magnífica y complaciente tranca artificial... la cual puedes llevar cómoda y placenteramente clavada en prácticamente todo momento.

  • ¿ En la nariz, quizá ? - aventuró Óscar, sopesando escéptico aquel falo de dos centímetros escasos de diámetro por algo menos de ocho de longitud.

  • Si lo dices por su tamaño actual, has de saber que pude expandirse, y no poco - le dijo Hepente, divertida - Créeme, es más que apto para satisfacer al más goloso de los coños ... o de los ojetes.

  • ¿ Cómo funciona ? Me refiero a lo de meter dentro cosas, que no a lo de meterlo dentro de cosas .

  • Si me dejas manejar tu cuerpo, te lo mostraré.

  • Está bien, hazlo.

Óscar dejó que Hepente tomase momentáneamente el control de su cuerpo ( le habría sido imposible de no contar con su permiso ), y dirigió el metálico falo ( el cual, por cierto, se mantenía por sí sólo a una temperatura significativamente superior a la ambiente ), al enorme montón de cosas... las cuales fueron desapareciendo.

  • ¡ El coche no ! - se quejó él, al desvanecerse éste.

  • Tranquilo, está a buen recaudo - le dijo Hepente, extrayéndolo del espacio de almacenaje para que él pudiera comprobarlo.

  • Espera que me coja el teléfono móvil, y lo vuelves a meter dentro ( dondequiera que sea eso ).

  • Hablando de meter, ¿ te gustaría probarlo como consolador ?

  • le dijo Sarigza, en un tono incitante.

  • No creo que esté demasiado limpio: no olvidéis que lo encontré en la mano de una momia.

  • Al menos no estaba en su culo - bromeó Hedelia.

  • Y menos aun en su nariz - se le unió Hepente.

  • Muy graciosas - les regañó él, habiendo cogido ya el móvil, tras lo que intentó repetir lo que había hecho Hepente: el coche desapareció del espacio normal, siendo trasladado sin novedad al espacio de almacenaje, momento en el que dijo, muy impresionado - Yo quiero uno de estos para mí ( y, a ser posible, que también sirva de consolador ).

  • Hacer magia en este mundo no es nada sencillo, y más si es de ese nivel, pero podría intentarlo - le dijo Hepente - En cuando a lo sucio que pueda estar, debes saber que el artefacto en cuestión está dotado de un hechizo de higiene perpetua, con lo que no debe de haber cogido ni polvo.

  • Venga, no seas tonto, métetelo por el culo - le animó Hedelia - Hace mucho que no disfrutamos de un orgasmo, y apenas nos podemos esperar a renacer para gozar.

  • ¿ Es automático, por así decirlo ?

  • En cierta forma, aunque también atiende a órdenes... que nosotras mismas le daremos por ti. Tú tan sólo disfrútalo.

  • Hala, ya está clavado en mi culo - les dijo él, no mucho después, subiéndose los pantalones ( había decidido dejárselo dentro durante un rato, cual insólito y juguetón supositorio ).

  • Te vas a enterar, guapo - le amenazó cariñosamente Hepente, activando el artefacto, que se infló , comenzando a vibrar con eficacia.

  • ¡ Uf, que bueno ! - gimió Óscar, dejándose caer de rodillas.

  • Te lo estás pasando bien, ¿ eh, pillín ? - le dijo Ciríe, acercándose entre contoneos a él.

  • Es delicioso. ¿ Lo has probado ?

  • Claro que sí - le aseguró ella, alzándose la falda y poniendo su entrepierna contra la cara de Óscar.

  • ¡ Chúpale la rajita, chúpasela ! - le suplicaron las seis deluyrei a la vez.

  • Más tarde - les prometió Óscar, tras darle un beso en el sexo a Ciríe a través de las bragas, bajándole con cariño la falda.

  • ¡ Aguafiestas ! - se quejaron todas, ella incluida.

  • Por favor, comprendedlo: no lo hago por fastidiar, bien sabéis que me revolcaría con Ciríe durante horas ( no quiero perder tan grata y sana costumbre ), pero hay ciertos asuntos personales que exigen mi atención, de modo que deberé iniciar la resucitación cuanto antes, para lo cual en primer lugar deberíamos buscar un lugar cómodo. Mi familia y amigos ( bueno, aunque ellos ya no se consideran tal cosa ), están en grave peligro.

  • No se hable más - le dijo Sarigza, al captar algunos detalles de su mente - la familia es sagrada, aunque recuerda que nosotras también seremos familia tuya desde el momento en el que hayamos resucitado de ti, al igual que ya lo es Ciríe.

  • Sí, así lo siento yo también. Por cierto, ¿ cómo es que no os percatasteis de que alguien se había quedado con el artefacto, o al menos de que yo lo había cogido ?

  • Cuenta con un hechizo que evita que pueda leerse la mente de aquel que lo porta - le explicó Hepente.

  • ¿ Acaso no lo estáis haciendo todas vosotras en este preciso instante ?

  • Sí, pero con tu consentimiento, y en cualquier caso eso ahora da igual, pues estamos dentro de ti. ¿ Podrías explicarnos cómo diste con él ? De no haberlo encontrado, ahora estaría perdido para siempre.

  • Cada vez que pasaba por una de las galerías tenía la sensación de que se me estaba olvidando algo, y al final, no sé por qué, decidí echar un vistazo astral, siendo entonces cuando lo localicé ( brillaba como un faro, casi parecía estar llamándome ). De eso, al menos, sí que os deberíais haber dado cuenta...

  • Mientras recogíamos sus cosas les hice un resumen de nuestras aventuras, de modo que estaban un tanto distraídas - le confesó Ciríe, apresurándose a añadir - Espero que no te importe, mi amor...

  • Claro que no, nena - le aseguró él.

Estaban en las afueras de un pueblo, sopesando si sacar o no el coche del espacio de almacenaje, a fin de acercarse montados en él ( en tal caso, antes tendrían que sacar el consolador del trasero de Óscar... el cual, por cierto, ya le había otorgado algún que otro orgasmo, que naturalmente no sólo el gozó ), cuando el móvil de Óscar comenzó a sonar. Eran las nueve menos diez.

  • ¿ Otra vez tú, Alicia ? - se molestó Óscar, con su antigua voz ( supo que era ella antes siquiera de que hablase, le bastó con oír su respiración ).

  • ¿ Dónde andas ? - le preguntó ella, nerviosa.

  • No creo que eso te importe - repuso con sequedad él. La verdad es que no sabía a ciencia cierta dónde estaba, aunque se suponía en algún lugar de la provincia de Burgos.

  • ¡ No puedes seguir jugando al gato y al ratón ! - se quejó Alicia, y a Óscar le pareció al borde del llanto, cosa que le extrañó bastante.

  • ¿ Acaso me habéis dejado otra opción ? - se quejó él, sacándose precipitadamente el miembro a fin de que Ciríe, que de inmediato comprendió sus intenciones, jugase con él: de ese modo, la percepción exhibicionista de ambos se agudizaría, pudiendo sondear con más eficacia a Alicia ( y también a quienquiera que hubiese con ella ).

  • ¡ Todo esto fue idea de mi madre, no mía ! - le dijo ella, entre sollozos, y tanto Ciríe como Óscar supieron que decía la verdad, como también la dijo cuando añadió - ¡ Nunca pensé que fueran a matar a papá, y desde luego tampoco pensé que te fueran a hacer lo que te están haciendo !

  • ¿ Y la llamada de ayer ?

  • ¡ Esa mala puta me ordenó que te llamase para mortificarte a base de bien ! ¡ No me quedó más remedio que hacerlo, me exigió que grabase la conversación digitalmente y se la mandase por correo electrónico no bien colgase ! - entonces añadió, llorosa - Yo jamás haría daño a los que amas...

  • Ya, por eso me amenazaste con matarles, o te aseguraste de ponerles a todos en mi contra - le dijo él. Alicia seguía sin mentirle, o eso le pareció, y... sí, estaba muy, muy preocupada por él.

  • ¡ No tuve elección ! Joder, me estoy jugando la vida por ti, nos la estamos jugando las dos.

  • ¿ Quiere eso decir que Laura ya no quiere un perrito para su cumpleaños ? - le dijo él, ocultando como pudo su sorpresa, pues sintió que de nuevo le decía la verdad.

  • ¡ Ella nunca quiso esclavizarte, no a ti ! Laura te quiere mucho...

  • ¿ Has olvidado que posó conmigo en pelotas a fin de hacer aquel sucio montaje con el que me hicisteis quedar como un pederasta sádico ? ¡ No sé qué coño me disteis para que hiciera todas aquellas barbaridades con ella y las gemelas, pero seguro que se trataba de algo bien fuerte !

  • ¿ Eso es lo que te ha contado la asquerosa de mi madre ? - se sorprendió ella - ¡ Pues, para que te enteres, no le pusiste la mano encima, ni a ella ni a ese par de puercas malcriadas ! ¡ Lo hicieron todo por ordenador !

  • ¿ Por ordenador ?

  • Mi madre controla a uno de los directivos de una importante empresa que se dedica a la animación digital...

  • ¿ Qué me dices del travestí ? - le interrumpió Óscar, intentando rehacerse de aquella impactante sorpresa.

  • ¿ De qué me estás hablando ? - le preguntó ella, asustada.

  • Hagamos un poco como de psicoanalista, ¿ de acuerdo ? Verás, esta noche soñé que del suelo salía un travestí, bien relleno de silicona, pero con la pitusa diminuta, que llevaba cogida de la mano a una mujer desfigurada. ¿ Significa eso algo para ti ?

  • ¡ Dios mío, lo sabes ! ¡ Lo sabes todo !

  • Saber, ¿ el qué ? - se hizo el interesante él: estaba convencido de que había dado con algo realmente importante, principalmente por la reacción de ella, pero, como se veía incapaz de averiguar qué significaba aquella parte del sueño, no podía dar más pistas. Además, en esta ocasión su percepción exhibicionista no le fue de gran ayuda, pues, si bien captó que tanto el travestí como la mujer desfigurada no sólo eran reales, si no que estaban a la escucha, no logró averiguar quienes eran ( Laura, por cierto, también estaba presente ).

  • ¿ Cómo te has enterado ? ¡ Por lo que más quieras, dime que no se lo has dicho a esa maldita zorra !

  • Tu madre no sabe nada de ello, al menos no por mí.

  • Te lo ruego, ven cuánto antes al chalet, sin que nadie te vea, e intentaré protegerte, como he hecho todos estos años con ellas. Te lo juro por nuestra hija.

  • Vaya, así que ahora es nuestra...

  • ¡ Siempre lo fue ! Mi madre me prohibió tener hijos contigo, pues temió que eso me uniese más a ti, así que le dije que lo había tenido con otro. Incluso tuve que aportarle pruebas para que se creyeran su bastardía...

  • Ya, claro. Y ahora, supongo, me vendrás con que jamás me pusiste los cuernos, y que las grabaciones que me mostró tu madre también eran un logrado montaje.

  • ¡ Maldita sea, eso sí que lo he hecho, y miles de veces ! ¡ Me he revolcado hasta con ocho a la vez, y he disfrutado con ello como la peor de las golfas, pero tú eres el único al que jamás he amado ! ¡ Aquello sólo era sexo, no amor !

  • Ya veo: harta del rabicorto de tu marido, te buscaste a unos machos bien dotados que te dieran tu ración diaria de polla.

  • ¡ No es eso ! - se quejó ella, añadiendo, entre gimoteos - A poco que lo pienses, te darás cuenta que jamás me quejé de tu, tu...

  • Mi cosita, creo recordar que lo llamabas - le ayudó él, socarrón.

  • ¡ Te lo decía con cariño, no a modo de burla !

  • Eso no es lo que se deducía de algunas de las grabaciones que vi.

  • ¡ En muchas de ellas tan sólo interpretaba para la cerda de mi madre !

  • Y, ¿ qué me dices del regalo que supuestamente te he de llevar? - se interesó él.

  • Olvídate de eso, ya te he dicho que fingía - le dijo ella, con vehemencia - Ponerte a salvo será para mí el mejor regalo.

  • Ya veo. Por cierto, ¿ qué hay de lo de esos tipos que habrían venido a recogerme, esos que me habrían obligado a ser muy cariñoso con ellos ?

  • ¡ Habría ido yo en persona, no confío en nadie más ! ¡ Te he dicho que estaba fingiendo !

  • No sé, quizá tenga que hablar de todo esto con tu madre.

  • Si haces eso, todos estaremos condenados - dijo ella, entre sollozos - Nos desollaría vivos a los cinco. Te lo suplico, no lo hagas...

  • ¿ Estás ahora mismo en casa ? - le preguntó él, sin molestarse en enviar hacia allá su cuerpo astral, pues ignoraba si estaría dentro de su radio de acción.

  • Sí - le dijo ella, quizá algo más sosegada - Estamos las cuatro.

  • Perfecto. Saldremos para allá en un rato.

  • ¿ Acaso estás con alguien ? - se alarmó ella.

  • Sí, pero tranquila, que ella es de mi completa confianza. De hecho, en este momento es la única persona en la que confío plenamente. Ni que decir tiene, irá conmigo.

  • Está bien, como quieras - transigió Alicia - Ven cuanto antes, Óscar, pero hazme el favor de conducir con cuidado: no quiero que te mates por mi culpa.

  • Tiene gracia que digas eso, pues resulta que hace apenas tres días estuve a un tris de matarme al volante... y no precisamente sin querer.

  • ¿ Qué quieres decir ?

  • Luego te lo explico. Espéranos despierta.

  • Todas lo haremos...

Óscar colgó, desconectando el móvil para evitar más llamadas.

  • ¿ Qué opinas ? - le preguntó Ciríe, ayudándole a guardar de nuevo su falo ( fue ella quien le subió la cremallera del pantalón ).

  • No sé qué pensar. Mi percepción exhibicionista me asegura que ahora decía la verdad, pero aún no la tengo muy afinada, y en cualquier caso cuesta mucho fiarse después de tantas mentiras. En cuanto al timbre de su voz...

  • Estaba bajo una terrible tensión, pero no era el de alguien que está mintiendo.

  • Ese también fue mi parecer. Si al final resultará que vas a tener razón con respecto a Alicia...

  • La tenga o no ( y creo que la tengo ), enseguida llegaremos al fondo de todo esto. Por cierto, ¿ te vas a presentar ante ella con tu aspecto actual ?

  • Qué remedio me va a quedar. Les pondré el vídeo donde se ve cómo me transformé, y asunto resuelto.

  • Pensará que es otro montaje, cortesía de su querida mamá.

  • ¡ Oh, mierda, no había caído en ello !

  • Podríamos enseñarte a alterar tu aspecto - intervino Hepente - De ese modo, podrías asumir tu forma original, no recuperando tu aspecto actual hasta que lo considerases oportuno.

  • Magnífica idea. ¿ Llevará mucho ?

  • No lo creo.

  • Pues adelante, aunque antes de nada creo que me voy a sacar el artefacto del culo, pues no me parecería nada serio correrme mientras estamos explicándoles lo ocurrido: pensarían que nos estamos riendo de ellas.

  • Es una lástima, con el gustirrinín que te estaba dando - le dijo Sarigza, melosa.

  • Y a nosotras, ¿ no te fastidia ? - dijeron a la vez Hedelia y Hepente.

  • Lo siento, nenas, comprended que no puedo permitir que los deliciosos meneos del trasto ese me distraigan - se disculpó él, sacándose el vibrador, que se había puesto enorme ( casi como la tranca del caballo con el que había jugado el día anterior, y algo le decía que aquella no era ni de lejos su talla máxima ), retorciéndose aún en su mano: fue entonces cuando cayó en la cuenta de que el chisme en cuestión bien podría representar al tótem de bronce que vieron en el sueño ( cuando lo comentó, todas estuvieron de acuerdo en ello ).

  • ¿ Qué hago con él ?

  • Si quieres, yo lo guardaré - se ofreció desinteresadamente Ciríe, señalándose con fingida indiferencia al trasero.

  • Ay, nena, estoy demasiado nervioso como para pensar en esas cosas ahora. Anda, dime que lo entiendes...

  • Descuida, todas nos hacemos cargo - le aseguró Sarigza.

Óscar le tendió el artefacto a Ciríe, que lo redujo sin problemas, metiéndoselo en uno de los bolsillos de la falda. Pese a lo cerca que se encontraban del pueblo, no estaban por el momento a la vista, gracias en gran parte a una arboleda que tenían delante: sería precisamente en ella donde harían las prácticas de metamorfismo. Una vez dentro de la espesura, Óscar se desnudó, a falta de los zapatos ( no le sedujo la idea de andar descalzo sobre el humus ), y Ciríe metió la ropa en el espacio de almacenaje, de donde extrajo las prendas que Óscar llevaba cuando le conoció.

Según le explicó Hepente, cuando un deluyrei asume especialmente a menudo un aspecto, su cuerpo tiende a considerarlo como una especie de naturaleza secundaria, de modo que cada vez le cuesta menos realizar la transformación: por tanto, adquirir su antigua apariencia debería serle pan comido, no en vano había estado toda su vida bajo ella. Una vez encontraron en él aquel recuerdo, Óscar se transfiguró sin problemas.

  • ¡ Anda, qué sencillo es !

  • Intenta retornar a tu apariencia como deluyrei - le sugirió Hedelia, y Óscar así lo hizo, comprobando que también sabía transformarse en humano. El cambio apenas le suponía veinte segundos, y Hepente le aseguró que con el tiempo podría hacerlo en un instante.

  • Cuando aparento ser el Óscar de antes, me siento un poco raro - observó él - Diría que me resulta algo incómodo.

  • No te lo será cuando estés acostumbrado, salvo que lleves transformado muchas horas - le dijo Sarigza.

  • En su caso días, no olvides que sus poderes son mucho más intensos que los nuestros - puntualizó Hepente.

  • ¿ Cómo es de completa la transformación ? - se interesó él.

  • Sólo superficial: tus poderes siguen siendo los mismos, y tu estructura interna no se ha visto alterada significativamente.

  • Bien, creo que ya estoy listo - anunció él, vestido ya con su antigua ropa, y por supuesto transfigurado en el Óscar original - Muchas gracias, nenas.

  • A mandar, guapo - le dijo Sarigza.

  • Ciríe, mete los zapatos en el chisme ese, y saca la cinta donde se ve cómo me transformé.

  • No estoy segura de saber localizarla.

  • Pues saca todas, junto a la bolsa donde llevo la cámara.

  • Aquí tienes - le dijo ella, haciendo que todo ello retornase al espacio normal justo sobre sus manos, que él extendió a fin de recogerlo.

  • Perfecto - dijo Óscar, colgándose del hombro la pequeña bolsa de viaje donde llevaba tanto la cámara como las cintas. Una vez manifestó las alas teletransportadoras, enrollándolas provisionalmente en su tórax, envió su cuerpo astral hacia el sur, en busca del chalet que antaño considerara su hogar.

Continuará...

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