El renacer de los deluyrei (01)

Huía de su maléfica suegra cuando finalmente comprendió que no le quedaban alternativas. Estaba dispuesto a acabar con su vida, pero entonces un ente ultraterreno se puso en contacto con él, pidiéndole ayuda...

Volvía a llover, y el repiqueteo del agua sobre el capó y el parabrisas le sacó de su ensimismamiento. Casi lo lamentó, pues iba conduciendo tan distraído que de no haber comenzado nuevamente a llover posiblemente no se hubiese dado cuenta del empinado terraplén que se adivinaba tras la siguiente curva importante, de momento aún a unos setecientos metros más allá de donde se encontraba ( para ser más precisos, se trataba de un pequeño precipicio ), atravesando el quitamiedos y cayendo por él. Cincuenta metros largos de caída, sobre todo si iba a la suficiente velocidad ( y así era, máxime teniendo en cuenta el pésimo estado de la calzada ), muy probablemente habrían bastado para acabar con sus problemas. A fin de cuentas, ese era el plan, ¿ no ? Suicidarse antes de que le atraparan, pues estaba convencido de que su malvada suegra cumpliría con su terrible promesa, transformándole, con la ayuda de su mujer ( y, posiblemente, también con la del resto de sus hijas, esas arpías letales pero pese a ello en verdad apetecibles ), en otro de sus esclavos.

No era una amenaza hueca ( como le habían demostrado, para su espanto, varias horas atrás ), y sabía que su voluntad ( ni más fuerte ni más débil, o eso suponía, que la que originariamente tuviera cualquiera de aquellos pobres diablos que desfilaron ante él mientras aceptaban, visiblemente gustosos, todo tipo de indignidades ), quedaría tan irremediablemente demolida como la de ellos tras sufrir, en sus carnes, unas cuantas de aquellas prolongadas sesiones de tortura ( se refirieron a ello como doma , mientras le mostraban, perversamente orgullosos, algunos de los pormenores ). No, nadie podía permanecer impasible por mucho tiempo frente a tales suplicios, viéndose supeditada su misma existencia, no digamos ya sus necesidades primarias, al capricho de quienes, jugando con tan abusiva ventaja, pretendían aniquilar su voluntad.

Su suegra, Inmaculada, le aseguró que hasta el momento nadie se les había resistido más de tres meses, pasando a ser, tras ello, una simple mascota sin discernimiento, un dócil esclavo sexual... los cuales, le dijeron, a veces vendían, resultando ser un negocio sumamente rentable ( ignoraba si era cierto, pues de aquello no había llegado a ser testigo, pero algo le hacía creer que sí ). Pero ahí no acababa todo, pues a él le reservaban un trato especial, asegurándose de prolongar al máximo sus padecimientos: para ello, nada mejor que tomárselo con mucha calma, dilatando el periodo de adiestramiento durante tantos años como les fuera posible: querían que fuera sintiendo como se iba transformando en un pelele, sin poder hacer nada por evitarlo. De no haber sido testigo de algunas de aquellas atrocidades, se habría negado a creer que pudiera haber personas tan envilecidas. Y todo lo que le esperaba, según su odiosa suegra, no era si no el justo castigo por haber cometido el terrible e imperdonablepecado de congeniar con Luis, su suegro ( el padre de su mujer, por cierto muy querido por él y recientemente fallecido - o más bien debería decir asesinado, aunque por desgracia carecía de pruebas, tanto para eso como para el resto -, que no su aborrecible padrastro... el cual, según le confesó rato atrás, también había tomado parte en la planificación del crimen ).

Era incapaz de imaginar qué motivos tendría la maldita zorra de Inmaculada para odiar tanto a su primer marido, aunque una persona tan demente ( para él, al menos, lo estaba ), probablemente no precisaba de ninguno. Dirigió el pie al acelerador, decidido. Sin embargo, su instinto de conservación se sobrepuso a su pretensión de abandonar la vida, y, en vez de apretar dicho pedal, pisó el freno ( debido al agua que había en la calzada, el coche derrapó peligrosamente, tanto que casi obtuvo, al intentar evitarlo, justo lo que se había propuesto segundos antes ).

Aquello no funcionaba, se dijo, con el coche ya detenido. Si no lograba matarse, y enseguida, los malditos matones de Inmaculada darían con él. Además, aunque ella fuese fiel a su palabra de no comenzar con la persecución hasta pasado un día, reteniendo hasta entonces a sus perros de presa ( así llamó a sus matones ), ¿ a dónde podría ir ? A donde quiera que fuese, la larga y adinerada mano de esa banda de degenerados le alcanzaría, envenenando la vida de todos aquellos que le rodeasen.

Meses atrás, cuando su reputación no había sido vilmente ensuciada, podría haber acudido a algunos de sus amigos ( pocos pero selectos ), a sus padres, a alguno de sus hermanos y primos, quizá incluso hasta a sus tíos ( no tenía demasiado trato con ellos, pero hasta la fecha siempre se habían portado correctamente con él ), y entre todos podrían haberle ayudado a desenmascarar a su mujer, precisamente la principal culpable de que se volviesen todos en su contra. No pudo evitar pensar de nuevo en la impía trampa que le tendieron, drogándole e induciéndole, por medio de elaboradas artimañas, a hacer el amor con su propia hija ( aunque acababa de enterarse, por su suegra, de que ni siquiera era suya, pues Alicia, su querida esposa, le había engañado tantas veces, y con tanta gente, que su cornamenta debía ser una de las más amplias jamás habidas ), así como a dos de sus sobrinas políticas, unas gemelas.

Las tres jóvenes, por cierto quinceañeras, eran casi tan malos bichos como sus respectivas madres ( o, ya puestos, como su abuela por parte materna ), por lo que colaboraron de muy buen grado. " Un magnífico soporte audiovisual de tu incesto, agravado por el hecho de ser todas ellas menores de edad ", creía recordar que llamó Bernardo, el afeminado marido de su suegra, a aquel montón de fotos y videos ( le confesaron que buena parte de ello había sido retocado, por lo que se le veía hacer no pocas barbaridades que ni siquiera drogado y manipulado consiguieron que hiciera ). Lo peor es que no se acordaba prácticamente de nada: cuando se despertó, ya lúcido, asumió que aquellos vagos recuerdos no podían si no ser parte de un sueño erótico, dejándolo pasar ( a saber qué le darían ). Aquello ocurrió no mucho después de la muerte de Luis: unos días después, Alicia le sugirió organizar una fiesta para animarse ambos, y él, pese a seguir hecho un trapo, accedió.

Dudaba mucho que alguien pudiera olvidar la velada, pues fue en su transcurso cuando se las arreglaron para exhibir todo aquello ante los invitados, entre los que se contaba buena parte de su familia ( tanto la biológica como la política ), así como sus amigos más íntimos. Se le cayó el mundo encima, no siendo de extrañar que fuese incapaz de reaccionar, recibiendo, confuso, el interminable chaparrón de insultos que se desencadenó sobre él ( insultos, y algún que otro golpe ).

Salió del coche, dejando que la lluvia ( mucho más tenue de lo que parecía a simple vista, pues la velocidad del coche había amplificado significativamente su ruido ), le empapase. Cuando le explicaron lo que le esperaba debieron intuir, quizá por su expresión cargada de odio, que estaba sopesando muy seriamente la posibilidad de cometer alguna locura, como en efecto ocurrió ( había pensado en hacerse con un arma y matar una por una a todas aquellas fulanas, empezando por su mujer, y también en secuestrar a su hija, amenazando con matarle si no le dejaban en paz, e incluso pidiendo un fuerte rescate con el que largarse a otro país ). Fue por ello que se aseguraron de dejarle bien claro que su única opción era huir: cualquier ataque por su parte, por mínimo que fuera, supondría la muerte de alguno de sus seres queridos. Inmaculada se lo juró por la vida de sus hijas, y él supo que no estaba bromeando ( además, ya había visto a lo que eran capaces de llegar ).

Estaban muy equivocadas si pensaban que se pasaría toda la vida huyendo, indefenso, escondiéndose como una rata maltrecha hasta que le atrapasen... momento en el que las cosas irían aún a peor. Estaba demasiado dolido, demasiado hundido, como para poder asumir aquella nueva carga. No: tal y como había decidido antes, en vez de seguirles el juego se suicidaría. Era mejor morir sentado que vivir de rodillas ( su coche no era descapotable, así que no tenía forma de conducirlo de pie, a fin de seguir la recomendación del refrán a rajatabla ).

Aquella bobada logró haberle sonreír, pero su tenue sonrisa enseguida se desvaneció. Sin duda, se dijo, sería la última de su vida. Repasó una vez más sus opciones, y nuevamente fue incapaz de encontrar una salida. Si no tuviera antecedentes, evidentemente falsificados ( esos bastardos tenían valiosos contactos, de modo que crear una falsa ficha de él, en la que figuraban lindezas tales como antecedentes por resistencia a la autoridad, posesión de drogas, vandalismo, e incluso denuncias, posteriormente retiradas, de violencia doméstica, pederastia y exhibicionismo - todo muy leve, por supuesto, pues de lo contrario nadie se lo tragaría, no sin haber ingresado jamás en prisión, pero lo suficiente como para dar qué pensar a cualquiera -, tuvo que resultarles pan comido ), quizá la policía le tomase en serio, pese a la intachable reputación de su familia política ( no se explicaba cómo podían haber mantenido en secreto, durante tantos años, las innumerables salvajadas que cometían, siendo tomados, para colmo, por honrados y respetables, pero ese era el caso ).

No podía creerse que Alicia hubiese estado tantos años fingiendo amarle con locura, pero así parecía haber sido. Realmente era una actriz extraordinaria, y su hija había salido a ella. Hasta que murió Luis, Óscar ( así se llama nuestro protagonista ), había disfrutado de un matrimonio sencillamente utópico. Se casaron a los diecinueve ( ambos eran casi de la misma edad, sacándole él tan sólo dos meses ), tras un breve pero intenso noviazgo. Año y pico después, nacería Laura. Óscar habría preferido seguir estudiando, pero ella le convenció para que lo dejase: a fin de cuentas, había encontrado trabajo en un supermercado, de administrador, y el dueño le había hecho fijo tras tenerle dos meses a prueba ( aquel puesto era una bicoca, uno de esos trabajos que todo el mundo quisiera para sí, pues le pagaban cerca del doble de lo que habría sido de esperar, y apenas le producía estrés... salvo el resultante del saberse en un puesto muy por debajo de su capacidad, cosa que, cuando se hizo socio del dueño, teniendo así asegurado su futuro, le terminó trayendo más o menos sin cuidado ).

A veces había lamentado un poco haber tomado aquella decisión ( entre las calificaciones escolares que tenía y la excelente nota que sacó en selectividad, podría haber elegido la carrera que se le antojase ), pero recordaba lo feliz que era con sus dos niñas ( así llamaba, cariñosamente, a su esposa y a su hija ), y enseguida lo dejaba pasar: ahora, sencillamente lo deploraba.

Nunca imagino que su mujer le engañase, y menos aún con tanta frecuencia y tantísima gente, practicando para colmo el mismo tipo de juegos sádicos de los que había sido testigo horas antes, en la mansión donde vivían Inmaculada y Bernardo ( Alicia grababa siempre que podía sus relaciones extramatrimoniales, a fin de que sus padres disfrutaran de ellas, y Óscar había sido testigo de algunas de aquellas grabaciones, llegando a llorar de rabia y frustración cuando vio cómo su mujer se trajinaba a siete tíos a la vez... por cierto en plan dominante, ya que estaban atados y encadenados, mostrando para colmo marcas de golpes ).

Para él, sin embargo, no había existido ninguna otra mujer tras su boda, pues Alicia, además de ser su único amor ( antes de ella tan sólo había salido con dos chicas - en realidad nada serio -, aparte de los consabidos, y en su caso no precisamente numerosos, ligues de una sola noche ), era una auténtica belleza, además de una fiera en el terreno sexual ( de hecho, a Óscar siempre se le antojó ninfómana, cosa de la que ahora no le cabía la menor duda, pero pese a ello siempre pareció conformarse con los numerosos revolcones que se daban, por cierto muy rara vez menos de tres a la semana, cosa bastante inusual si se tenía en cuenta la de tiempo que llevaban casados ). Por desgracia, parecía que él sólo le había servido, a lo sumo, de aperitivo... si es que llegaba siquiera a eso.

Luis murió hacía ya casi tres meses, y la petición de divorcio no se hizo de esperar ni siquiera uno ( Alicia se lo exigió cuando Raquel, su hermana mayor y madre de las gemelas, descubriócasualmente en aquella fiesta lo que había hecho con las tres indefensascrías , delante de los atónitos invitados ). Aún no habían firmado los papeles, pero lo harían la semana siguiente ( curiosamente, un día después de que esas hienas se reuniesen para repartirse la herencia de Luis, trámite que, por algún motivo legal del que no estaba demasiado al tanto, se había demorado bastante más de lo previsto ).

Al saber del auténtico motivo por el que Alicia se casó con él ( se lo habían dicho a lo largo de su reciente estancia en la casa de sus padres ), se le cayó el alma a los pies. Cuando Luis y Inmaculada se separaron, años antes de que conociese a Alicia, todas sus hijas se habían vuelto contra él, tratándole como a una mierda ( estaba seguro de que el infame manipulador de Bernardo había tenido mucho que ver con ello ). En cierta ocasión, ambos discutieron a causa del dinero ( antes de la separación, Luis tenía una importante fortuna, viéndose bastante mermada tras ésta, pero al hombre se le daban muy bien los negocios y enseguida se recuperó, llegando a ser, con el tiempo, uno de los tipos más ricos de toda Europa ). Inmaculada se burló de él, recordándole que aún no había terminado de sangrarle, pues, una vez muriera, sus hijas se quedarían con todo. Entonces, él le amenazó con vender todas sus empresas y propiedades a un precio muy inferior al real a amigos y conocidos, donando todas las ganancias a sociedades benéficas ( puesto que en España no se podía desheredar, o no del todo, aquella era la única manera que tenía de asegurarse de que su mujer no recibía ni un solo céntimo de sus vastas riquezas ). Inmaculada le juró que de algún modo se saldría con la suya, y desde entonces, que él supiera, no se habían vuelto a hablar.

Pues bien, el papel de Óscar no fue si no convencer a Luis de que al menos una de sus hijas se había terminado reformando, siendo la prueba más contundente de ello que se hubiese casado con alguien decente... o sea, él. La verdad es que ambos se cayeron fenomenalmente desde el primer día, haciéndose de inmediato grandes amigos pese a la enorme diferencia de edades ( él tenía setenta y nueve para cuando se conocieron ), cosa que de algún modo ellas debieron haber previsto, estudiando previamente la personalidad de ambos. De hecho, Óscar apreciaba tanto a Luis que le lloró como un niño en el entierro, cosa que no había hecho ni por su abuelo, fallecido cinco años atrás ( y eso que le quería mucho ), y habría matado a todas aquellas pécoras en el sepelio, aunque fuera armándose con una de las palas de los enterradores, si hubiese sabido lo que ahora sabía.

Era muy triste saber que todos sus males eran fruto tanto de un caprichoso juramento como de la testarudez de aquella perturbada a la que le había traído sin cuidado hacer de su vida una farsa, con la ayuda de su hija, tan sólo para salirse con la suya.

Irse sin más al otro barrio ( sólo era una forma de expresarse, claro, pues Óscar no creía en el más allá... lo cual, por otra parte, estaba a punto de cambiar ), le pareció algo soso, así que pensó qué ultima cosa, algo a ser posible grato, podría hacer. De tener a mano una botella de algo fuerte ( por ejemplo, aquel estupendo coñac que le regaló Luis unos meses antes de morir, abandonado, como tantas otras cosas, en el chalet donde había estado viviendo con su mujer e hija hasta la separación - también tenían una casa en el centro, que era a donde se había ido él hasta que tramitasen el divorcio - ), en aquel preciso instante se habría metido un buen lingotazo, pero aquel no resultó ser el caso ( por lo común bebía muy poco, y eso que muchos habrían caído en el vicio del alcohol de tener que vivir aunque fuera tan sólo una semana cualquiera, a elegir, de entre sus dos últimos dos meses, en especial del último ). Tampoco fumaba, de modo que tampoco podría despedirse del mundo con un cigarrillo, pero lo prefería así, pues aquella le parecía una forma muy poco elegante, y ya puestos contaminante, de dar el último adiós.

Un buen polvo no habría estado mal, pero por allí no había con quién echarlo, y no era cuestión de acercarse a un club de carretera: jamás había contratado los servicios de una prostituta, y no iba a hacerlo ahora ( en realidad, su suegro lo había hecho por ambos, y en más de una ocasión, declinando él en todos los casos su invitación - cosa de la que ahora se arrepentía -, y todo por respeto hacia su hija, un respeto que esa maldita degenerada jamás se ganó ). Eso le hizo recordar cómo murió Luis, y no pudo reprimir una mueca de disgusto.

A sus noventa y siete años, Luis no es que tuviera una salud de hierro: más bien la tenía de acero al cromo vanadio, o de titanio, por que lo suyo sencillamente no era normal. Fumaba sin cesar ( sólo puros, los cigarros le parecían una vulgaridad ), bebía a todas horas, comía como una bestia ( y no precisamente cosas sanas, pues se reía de las grasas y del colesterol, abusando de la sal y de las especias tanto que Óscar, cada vez que comía con él, terminaba con ardor de estómago ).

No contento con ello, se corría unas juergas de cuidado, y rara era la noche que dormía solo ( de hecho, en más de una ocasión se llevó más de una mujer a la cama, y no siempre eran prostitutas, pues tenía tal atractivo que incluso rozando el siglo de vida ligaba sin excesivos problemas ). Pues bien, Bernardo e Inmaculada, sabedores tanto de su glotonería como de su libido, contrataron en su nombre nada menos que diez fulanas, enviándoselas a su casa como si aquello se tratase de un detalle de algunos de sus más recientes socios. El pobre hombre no supo decir que no, ni a la deliciosa pero pesada cena que le hicieron dos de ellas ( aderezada con potentes estimulantes ), ni al postre tan especial que le ofrecieron todas ( sus propios cuerpos ), y murió cuando estaba a punto de terminar el octavo asalto ( las prostitutas huyeron, salvo aquella a la que se había quedado agarrado, e incluso aquello fue ocultado por la policía, gracias a la influencia de Bernardo ).

Intentó no pensar más en aquello, y de pronto se le ocurrió una forma excelente de despedirse. Desde que se casó muy rara vez se había masturbado, pues no tenía la menor necesidad ( ni en eso le era infiel a Alicia: las pocas veces que se la machacaba, por ejemplo cuando estaba de viaje, lo hacía pensando en ella ). Pues bien, lo haría ahora, como una especie de último acto rebelde que, de paso, le aliviaría la carga de los cojones ( llevaba dos meses sin vaciárselos, desde la maldita fiesta ). Buscó a alguien en quién inspirarse, pero una y otra vez le venía a la cabeza la imagen de su mujer: no, ella no, tenía que pensar en otra.

Tras concentrarse un poco, recordó a Yolanda, aquella compañera de clase tan maciza que tuvo, hace lo que ahora le parecía una eternidad. Le pareció una elección ideal, e intentó recordarle con más nitidez... pero la cara de Alicia parecía querer imponerse a la de ella, y así no había manera de engañarle . Además, ni siquiera pensando en ella se le levantaba ya, descubrió tras examinarse intrigado la entrepierna a través del pantalón. Desde que vio lo que le hacían a aquellos pobres desgraciados, su minga estaba más muerta que su suegro, aunque su suegra le aseguró que ya se alzaría... por supuesto para placer de ella, así como el de hijas y nietas, que no para el suyo propio.

Alisando distraídamente su abrigo, notó un bulto: tres semanas atrás, había quedado con uno de sus amigos en una parada de autobús ( de todos sus íntimos, el único que no había podido asistir a aquella malograda fiesta ). Se retrasaba mucho, cosa nada frecuente en él, pero al principio se negó a darle también por perdido, así que se compró, en una tienda cercana, unas cuantas chucherías con las que distraerse ( su amigo al final apareció, pero sólo para devolverle la videocámara que le había prestado para que pudiera grabar la recientemente celebrada comunión de su hijo: no quería nada más de él, le dijo, dándosela con desprecio y largándose sin mirar atrás ). Pues bien, si el tacto no le engañaba, aún le quedaba en el abrigo una galleta de esas que llevan chocolate por encima y rellenos varios por dentro ( algún tipo de cereal bañado en caramelo, creía recordar ).

Que aquella golosina hubiese permanecido tanto tiempo en uno de sus abrigos era una prueba más de lo desordenado que se había vuelto cuando su vida empezó a derrumbarse. La peló lentamente, y se la llevó a la boca, momento en el que se percató de que acababa de escampar. Estimó que pronto volvería a llover, pues el cielo estaba plagado de densos y oscuros nubarrones, pero de algún modo aquello le animó: quizá todos sus seres queridos se hubiesen vuelto en su contra ( los que lo eran, y también los que tan sólo simulaban serlo ), pero al menos la Madre Tierra no le desdeñaba, haciendo un último gesto amable hacia él. Bufó por lo bajo, pues aquel repentino e inesperado pensamiento le pareció una mamarrachada, pero entonces un fugaz rayo de sol logró atravesar las nubes ( no logró ver por dónde se filtró, cosa que le sorprendió un poco ), pasando por encima de él, y finalmente, en contra de sus previsiones, volvió a sonreír: evidentemente, aquello no era más que una simple casualidad, pero no dejaba de tener su gracia. Se dirigía hacia el vehículo, resuelto, cuando creyó oír una voz. Se lo habría imaginado, supuso, pues aquel bosque estaba a todas luces desierto.

Meneó la cabeza y se acabó la golosina, dispuesto a reanudar la marcha, pero volvió a ocurrir, y en esta ocasión no había duda. Una voz, de procedencia indeterminada, muy tenue y en apariencia de mujer, le dijo, en tono lastimoso:

  • Ayúdame.

  • ¿ Quién habla ? - se molestó él, tan seguro de haber oído a alguien como de que por allí no había nadie.

  • Necesito ayuda - repitió la voz, algo más fuerte.

  • ¿ Dónde te escondes ?

  • En el bosque - el volumen de la voz aumentó una vez más, y ahora a Óscar no le cupo duda: era de mujer, y por cierto bastante hermosa, y dulce: la típica voz de recepcionista, o quizá de locutora - Te lo ruego, ven a mí...

  • Mire: no estoy para bromas - dijo él, alzando la voz, aunque sin llegar a gritar - No sé cómo se las está arreglando para que le oiga sin poder discernir de dónde llega su voz, ni tampoco qué pretende con ello, pero debo exigirle que se muestre.

  • ¿ De qué tienes miedo ? - le increpó ella, aunque sin mostrar enojo u ánimo de ofensa - ¿ Acaso no te disponías a dar fin a tu vida ?

  • ¿ En qué se basa para afirmar tal cosa ? - le preguntó él, entre intrigado, molesto ( por la interrupción, más que otra cosa ), e incluso asustado.

  • Tu alma sangra, casi por completo destrozada por malignas fuerzas que tus propios semejantes desencadenaron sobre ti. Puedo verlo desde que entraste en mi modesta área de influencia. De hecho, yo fui quien te atrajo hasta aquí, haciendo que te desviases en los tres últimos cruces, aprovechando las bajas defensas de tu mente... cosa de la que he de disculparme.

  • ¡ Telepatía ! - exclamó Óscar, cuando se dio cuenta de que aquella voz sólo estaba en su imaginación - O eso, o...

  • No estás loco, aunque sé de muchos que lo estarían de sufrir todo lo que yo siento que sufres - le cortó ella - Yo también sufro, y desde hace lo que a ti se te antojaría una eternidad, aunque la mayor parte del tiempo mi espíritu permanece en una especie de letargo, a la espera de alguien cuyas emociones, de ser éstas lo suficientemente intensas, me saquen momentáneamente de él.

  • ¿ Qué eres ? - le preguntó él, aunque no oralmente: en vez de ello, recitó mentalmente la frase ( acababa de decidir dejar de tratarle de usted ).

  • Explicártelo me llevaría mucho tiempo. Estoy muy lejos de ti, y he gastado mucha energía para traerte hasta donde mis pensamientos pudieran penetrar en tu mente consciente.

  • Lo de la Madre Tierra...

  • Sí, no es propio de ti, por eso se te antojó tan extraño. Fue el primero de mis mensajes que logró irrumpir en tu proceso mental, aunque de forma fraccionada. Por favor, ven a mí, o no podré explicarte por qué te he traído hasta aquí, ni tampoco por qué te necesito tanto. Con cada frase que te hago llegar, mi poder merma más y más.

  • ¿ Tienes algo que ver con lo del rayo del sol ?

  • No fue exactamente un rayo de sol, pero sí, y hacerlo también me supuso un gran gasto de energía. Por piedad, no hagas más preguntas hasta que estés algo más cerca de mí. El esfuerzo que me supone comunicarme contigo es terrible. Tan duro me resulta, que mi mente arde de dolor.

  • Está bien, tan sólo dime por dónde he de ir - se compadeció él.

  • Sube por la ladera. El sendero, a unos cien pasos de ti, a la izquierda.

Óscar no tenía nada que perder, pues de todos modos seguía planeando suicidarse, aunque antes solucionaría aquel misterio. Recogió las llaves del coche, aparcado en el arcén ( no creía que el propósito de todo aquello fuera simplemente robárselo, pero más le valía prevenir: si se quedase sin vehículo, tendría que molestarse en discurrir otra forma de quitarse la vida, perspectiva nada grata ), y cruzó la carretera, subiendo enseguida por el sendero ( aquel calificativo era en extremo generoso, pues estaba casi tan cubierto de hierba como el resto de la ladera, pero le guió, más mal que bien, hacia un pequeño claro que había en su próxima cima ( a unos trescientos metros del coche ).

  • ¿ Qué hago ahora ? - preguntó él.

  • Baja por la otra ladera - le dijo ella, y sus emanaciones le llegaron con menos fuerza, lo cual le hizo preocuparse.

  • Te percibo con menos nitidez - observó él.

  • Por favor... - gimió ella en su mente.

Óscar bajó por la ladera, tras lo que la imaginaria voz le orientó, escuetamente, hacia la derecha. Parecía sonar menos fuerte, pero pese a ello, de algún modo, la sentía más cerca. Guiado por sus breves indicaciones, cada vez más telegráficas, atravesó un par de arboledas, subió leves colinas, bajo por otras ( de las cuatro que llegó a contar, sólo una era mayor que la que era circundada parcialmente por la carretera, y no en gran medida ). Tras aproximadamente media hora de fatigoso deambular, terminó internándose en un bosque, y poco después ella le dijo, en esta ocasión con suma nitidez:

  • Aquí es, Óscar.

  • ¿ Dónde estás ? - le dijo él, a partir de aquel momento oralmente ( si ella había subido el tono de su voz , ¿ por qué no hacer lo mismo ? ).

  • Estoy presa de una piedra encantada. Hace algo más de mil cien años me asesinaron, asegurándose, por medio de la magia, de que mi alma no pudiese transmigrar.

  • Para empezar, quizá debas saber que no creo en la magia, y, por supuesto, tampoco en la reencarnación.

  • Si no crees en ella, no creerás en mí, y en ese caso nunca podrás ayudarme - le dijo tristemente ella, y en esta ocasión Óscar dio un respingo, pues juraría que el pensamiento se había tornado voz.

  • ¿ He oído eso, o sólo lo he imaginado ?

  • Lo has oído. Mira a tu alrededor atentamente, Óscar.

Él así lo hizo, y las ramas de los arbustos se movieron, mecidas por un viento inexistente. Los troncos, al menos los pequeños, parecían retorcerse, casi como si quisieran saludarle, y algunas centellas de luz aparecieron súbitamente a su alrededor, flotando en el aire y adoptando extrañas y sugerentes disposiciones antes de desaparecer. Entonces, la capa de hojas que había en el suelo ( era otoño, de hecho bien entrado, y muchos de los árboles que había a su alrededor eran de hoja caduca ), se levantó hasta la altura de su cintura, manteniéndose allí por espacio de varios segundos para luego caer suavemente. El fenómeno se produjo en torno a él, abarcando una zona más o menos circular de quizá diez metros de radio.

  • ¿ Qué demonios ha sido todo eso ? - le preguntó Óscar.

  • No mientes al mal ( aunque, en honor a la verdad, debo decirte que no pocos de los seres que responden a ese nombre son en realidad benignos ). Y, en respuesta a tu pregunta, lo que has visto tan sólo es otra prueba más de que la magia existe, una que ni el más incrédulo debería rechazar.

  • Vale, supongamos que lo de la magia es cierto - concedió él

  • ¿ Qué eres ?

  • Mi especie sin duda es una a la que más mitologías dio lugar entre los humanos. Seguramente habrás oído hablar de hadas, de dríadas, de ninfas, de musas e incluso de ángeles. Pues bien, todos esos seres ( y muchos otros cuyos nombres nada te dirían, pues para empezar ni siquiera pueden ser traducidos a tu idioma ), no son más que el fruto de una percepción parcial, y a menudo muy distorsionada, tanto por el paso del tiempo como por la nociva acción de vuestras religiones ( en las que, por fortuna, tú no crees ), de mi raza... que actualmente está a efectos prácticos extinta, al menos en este mundo.

  • Y, ¿ en qué forma puedo ayudarte ? - le preguntó él.

  • Liberándome de mi eterna prisión, cosa que puedes hacer de dos formas.

  • Te escucho.

  • La primera de ellas es acabar con esta parodia de existencia que llevo. Para ello, deberás ser capaz de encontrar la maléfica piedra que apresa mi alma, cosa que no muchos tienen la paciencia de hacer, y destruirla... cosa que, evidentemente, nadie ha hecho aún.

  • ¿ Dónde está ?

  • La tienes casi enfrente de ti, un poco a la derecha.

  • Yo no veo nada - le dijo él, hurgando en el suelo con un pie, a fin de apartar las caídas hojas y el humus.

  • No la ves porque no está emplazada en el espacio normal, o no del todo. Sólo si te esfuerzas en percibirla se manifestará plenamente en él. Para ello deberás de imaginarla, con fuerza.

  • En ese caso, supongo que me ayudaría bastante saber cómo es

  • le dijo él, sin tenerlo aún nada claro.

  • Oh, por supuesto - se apresuró a decirle ella - Se trata de un monolito de sección octogonal, completamente simétrico, siendo cada una de sus aristas de, mm... ¿ podrías extender la palma de una mano ?

  • ¿ Así ? - le dijo él, alzando una mano y abriéndola de cualquier forma.

  • No, separa el pulgar tanto como puedas del índice.

  • ¿ Te refieres a esto ? - le preguntó él, tras hacer lo que se le decía.

  • Sí, puede ser una excelente referencia. Según mis cálculos, cada una de sus aristas vendrá a ser algo más de cinco veces la separación entre las yemas de ambos dedos.

  • Pues entonces se trata de toda una señora piedra.

  • Desde luego. En cuanto a su altura, es cerca de tres veces la tuya, aunque su vértice superior sólo te llega a las cejas, pues el resto está enterrado.

  • ¿ Está en posición vertical ?

  • Casi por completo.

  • ¿ Qué más ?

  • Sus dos extremos terminan en punta, tanto el de arriba como el que está bajo tierra. Los lados se truncan como a palmo y medio de éstas, siempre tomando como referencia la medida del tuyo.

  • Si es simétrico, como dijiste, sus vértices superior e inferior dan lugar al eje, ¿ no es eso ?

  • Exacto.

  • ¿ Alguna otra cosa digna de mención ?

  • Se trata de una piedra muy dura, y negra como la antracita. Su superficie es lisa y resbaladiza. Su tacto es frío, de hecho su temperatura siempre es algo inferior a la del ambiente ( debido a la aberrante magia que la impregna, o eso creo ).

  • ¿ Podrías guiarme hasta su posición exacta ?

Ella así lo hizo, y Óscar estuvo por espacio de casi un minuto tratando de imaginarse la piedra, haciendo como que la acariciaba. Estaba a punto de darse por vencido, cuando el aire pareció oscilar, y poco después el monolito aparecía ante él. Era tal y como ella le había indicado ( enseguida descubrió que no le gustaba: por algún motivo, su misma existencia le pareció una especie de sacrilegio ).

  • ¡ Muy bien, lo lograste ! - le felicitó ella - Y has tardado bastante poco, además. La mayor parte de los escasos humanos que lo consiguieron necesitaron mucho más tiempo que tú.

  • Parece muy dura - observó él, tras arañarla con la llave del coche ( o más bien intentarlo, pues permaneció indemne ).

  • Son muy pocos los minerales que la superan en dureza, y eso no es lo peor: su tenacidad es muy próxima a la del acero.

  • ¿ Cómo quieres que la rompa, en ese caso ? - se quejó él, desanimado.

  • Golpeándola con otras piedras, por ejemplo. No muy lejos de aquí hay algunos cantos que podrían servir. Una vez que su superficie esté suficientemente resquebrajada, habiendo alcanzado su deterioro un punto crítico, su dureza disminuirá súbitamente, siéndote mucho más fácil ( al menos, eso creo ). Si trabajas con ganas, en unos cuantos días lo habrás conseguido.

  • Uf, si me quedo aquí durante unos días, estoy listo - le dijo él, recordando la terrible amenaza de su suegra - Además, ¿ de qué comeré ?

  • Te proveería de caza: podría atraer fácilmente hacia ti animales, y tampoco me supondría un gran esfuerzo guiarte hacia plantas de cuyos frutos comer. Tampoco pasarías sed, pues a no mucha distancia hay un par de lugares de los que podría conseguir, por mediación de mi voluntad, que manara agua pura y cristalina de la que beber, y también con la que asearte. Oh, y podrías descansar en tu vehículo, tras acercarlo aquí: yo te indicaría por donde hacerlo.

  • Me pelaría de frío, y además no creo que se me diera bien cazar. Nunca he matado un animal ( ni falta que me ha hecho, soy de ciudad ), y para colmo debería desollarlos y descuartizarlos, cosa para la que carezco de herramientas.

  • Aquí hay abundante madera. Cierto que está mojada, pero podría secarla para ti. En cuanto a lo otro, ya se nos ocurriría algo.

  • Quizá debiera acercarme al pueblo más próximo a fin de hacerme con herramientas: un pico, supongo, me vendría bastante bien ( lo ideal sería conseguir algunos explosivos, pero eso no es algo que se pueda pedir en panaderías, farmacias o quioscos ), y también podría comprar algo de comida, así como una estufa y ropa de abrigo. El problema es que estoy huyendo de un grupo de facinerosos encabezados por mi suegra, y si me demoro demasiado por estos lares me arriesgo a que me atrapen.

  • Algo he captado de tu mente, aunque para mí todo eso es muy confuso. Tiene que ver con el hecho de que quisieras suicidarte, así como con tu pésimo estado de ánimo, ¿ no es así ?

  • Sí - musitó él.

  • En circunstancias normales, sería yo quién te ayudaría, pues en verdad me caes bien. Pero, fíjate, en vez de ello soy yo quien suplica tu ayuda, pese a que ni tú mismo te puedes ayudar. Todo esto me resulta muy incómodo, Óscar, y, si mi cautiverio no fuese un infierno del que necesito a toda costa escapar, no habría osado molestarte.

  • Antes, me hablaste de dos opciones. ¿ Qué hay de la otra ?

  • Aceptarme en ti. Dado el caso, me reconstruiría dentro de tu cuerpo.

  • Uf, eso me da algo de grima. Además, ¿ qué sería de mí ?

  • No es justo que te mienta, y no lo haré. Tu cuerpo intentaría rechazarme, lo cual provocaría tu muerte... que por cierto no sería precisamente indolora.

  • Menuda alternativa - se quejó él, pero se lo pensó mejor y le preguntó - ¿ Cómo cuánto dolería ?

  • Mucho, aunque no demasiado si se tiene en cuenta el terrible destrozo que experimentaría tu cuerpo, del que nacería yo: de hecho, vendrías a sentir aproximadamente el mismo dolor que una mujer experimenta a lo largo de un parto moderadamente difícil, aunque todo ello concentrado en poco tiempo.

  • ¿ En cuánto, exactamente ?

  • Eso que llamáis hora, ¿ sigue equivaliendo a la vigésimo cuarta parte de un día ?

  • Correcto.

  • En ese caso, el proceso al completo duraría de media hora a hora y cuarto.

  • ¿ Quedaría agonizando, una vez salieses de mí interior ? - se estremeció él.

  • No, morirías poco antes de que te abandonase, ya reconstruida.

  • Y, ¿ por dónde saldrías ?

  • Por tu abdomen, que me vería obligada a abrir con las manos.

  • Joder, casi igual que en la película. Ahora que lo pienso, nada tiene de raro, pues la piedra que te retiene es octogonal: ocho lados, ocho pasajeros.

  • No he entendido muy bien eso - se quejó ella.

  • Era una especie de chiste, aunque a decir verdad bastante malo - le explicó él.

  • Ya veo.

  • De acceder a hacerlo, ¿ cuáles serían los pasos a seguir ?

  • le pregunto él, tras pensárselo un poco.

  • Deberías ponerte en contacto con la piedra durante un rato y permitir que mi alma se filtrase levemente en ti. La fuerza de la carne es mayor que la fuerza del hechizo que me sojuzga, así que, una vez me hubiese enganchado en tu cuerpo, no tendrías más que apartarte del monolito, y me arrastrarías contigo.

  • Eso suena de lo más extraño.

  • Lo sé, pero no se me ocurre una forma más sencilla de explicártelo.

  • ¿ El proceso se desencadenaría de inmediato ? Me refiero a tu renacimiento.

  • No. Podría demorarlo, y sin excesivos problemas, durante todo un día. Evidentemente, preferiría esta última opción, pues añoro terriblemente vivir, pero, si optas por acabar conmigo de una vez por todas, lo aceptaré también, gustosa... y así, además, no tendré que lamentar tu muerte.

  • ¿ Te es muy duro estar así ?

  • Es horrible, Óscar. No se lo deseo a nadie, pues las únicas personas que se lo merecen, aquellos que me lo hicieron ( a mí, y a las otras ), hace mucho que murieron.

  • Mira, ya puestos a ayudar, y como yo de todos modos quiero suicidarme ( no me queda otra opción, a decir verdad ), creo que lo mejor es que me uses para, mm... incubarte en mí - le dijo Óscar, tras una pausa todavía mayor.

  • Ya te he dicho lo mucho que te va a doler - le recordó ella, y en su voz se insinuaba algo parecido a la admiración.

  • A la mierda con eso, ¿ qué es un rato de dolor, si con ello se salva una vida ? De algún modo, no me preguntes cómo, sé que no eres malvada, así que mi conciencia está tranquila: no temo estar devolviendo al mundo de los vivos a una criatura peligrosa y destructiva. Por otra parte, si realmente existe lo sobrenatural, y tú eres la prueba de ello, quizá algunas de las cosas que se dicen sean ciertas, y me suena haber leído por ahí que suicidarse es, por así decirlo, mm... bueno, digamos que altamente nocivo para el alma de uno, si es que también hay de eso.

  • El alma existe, te lo aseguro ( de hecho, eso es lo único que ahora queda de mí ). Y estás muy bien informado, el suicidio no es recomendable, al menos a nivel espiritual.

  • Pues bien: en vez de eso, te entregaré mi vida. De ese modo, los dos nos beneficiaremos.

  • Si llevo bien las cuentas, más de tres mil personas han acudido a mi llamada desde que estoy aquí, y sólo un puñado tomó en consideración demoler el maldito pilar, desistiendo a las pocas horas, no digamos ya resucitarme a través de su sacrificio.

  • Imagino que ninguna estaba en una situación tan chunga como la mía - le dijo él, quitándose importancia.

  • De uno de ellos, por cierto de los más recientes, podría decirse que sí.

  • ¿ Cuál era su problema ?

  • Su problema, Óscar, es que se moría, por culpa de una herida de bala ( para aquel entonces, ya hacía un siglo largo que yo sabía lo que es un arma de fuego, concepto que capté de las mentes de algunos de mis visitantes anteriores ). Ocurrió a lo largo de una guerra, hará como seis décadas. Tuvo la mala fortuna de ser herido justo cuando acababa de desertar, de modo que no le era posible obtener ayuda, pues su regimiento controlaba la zona.

  • La guerra civil, supongo.

  • Creo que sí, esa debió ser. Era invierno, y al tipo se le había gangrenado la pierna en la que recibió la herida, dolencia que se extendía más y más, lenta pero inexorablemente, así que le atraje hasta mí, pensando que quizá quisiera ayudarme, pues en verdad no tenía nada que perder ( de hecho, yo aceleraría su final, de modo que, hasta cierto punto, él también saldría ganando ).

  • Pero el tío se asustó, ¿ no es eso ?

  • Sí, como la inmensa mayoría de los que han establecido contacto conmigo. Lo que quedaba de su cuerpo fue localizado dos, o quizá tres décadas después, cuando construían la carretera por la que te acercaste. Para serte sincera, no estaba muy lejos de aquí, pese al miedo con el que huyó: me resultó muy duro sentir su muerte, que fue lenta y dolorosa ( no hacía tanto frío como para caer en el sueño sin despertar de los que se están congelando ).

  • Imagino que te refieres a la hipotermia - le apuntó él - Y, ¿ qué pasó con los demás ? Me extraña que no le fueran con el cuento a alguien.

  • Una vez tomaban la determinación de huir, usaba mis disminuidos dones para hacerles olvidar todo lo ocurrido, cosa que también habría hecho contigo.

  • Me parece absurdo. Habrían atraído hacia ti a más gente, y alguno de ellos bien podría haberte ayudado.

  • Existen formas de obligarme a servir a quien me libere, negándome el descanso final una vez el monolito hubiese sido demolido. Deben ser muy pocos los que sepan de ello, y más pasado tanto tiempo, pero no podía correr ese riesgo: habría deplorado convertirme en sierva de un humano ambicioso que me obligase a hacer el mal en su beneficio.

  • Oye, acabo de darme cuenta de que no se aprecian marcas en el pilar - le dijo él, tras dar un par de vueltas en torno a la piedra, observándola con aire concentrado - ¿ No se supone que te han intentado liberar ya varias veces ?

  • Cada vez que alguien se da por vencido el muy condenado se regenera, teniendo que empezar desde cero el siguiente que intente destruirlo. De lo contrario, estaría libre hace tiempo.

  • Hace falta mala leche - murmuró él.

  • Y que lo digas.

  • Me pregunto qué harías, de vivir de nuevo - indagó Óscar, al poco.

  • Quedan algunas como yo, o eso creo percibir, y además en la misma penosa situación, así que les resucitaré... cosa que no supondrá mi muerte, pues, cuando les ofrezca mi cuerpo para que en él se regeneren, no se producirá rechazo. Será como si me quedase en estado de ellas. Cuando estemos libres todas, sencillamente viviremos, sin molestar a nadie: ¿ es eso tanto pedir ?

  • ¿ Sólo quedáis hembras ? - se extrañó él.

  • No hay machos, en mi especie.

  • En ese caso, ¿ cómo os reproducís ?

  • Con la ayuda de machos pertenecientes a otras especies racionales, entre ellas los humanos, y desde luego también entre nosotras mismas ( de hecho, esto último es lo más frecuente ).

  • Qué curioso...

  • Es lamentable que alguien con un alma tan luminosa como la tuya se vea empujado a poner fin a su vida - dijo ella, después de una nueva pausa - Si lo he entendido todo bien, hay ciertas personas, si es que a esas alimañas se les puede llamar así, que se han empeñado en arruinar tu vida, ¿ no es eso ?

  • Sí.

  • Y, ¿ realmente te ves incapaz de plantarles cara, Óscar ?

  • Son demasiado poderosos.

  • Hace mucho que los humanos no tenéis acceso al verdadero y único poder, aquel del que emana la magia.

  • Aún así, nada puedo hacer contra ellos. Le he dado mil y una vueltas, y no hallo nada de lo que valerme, nada a lo que aferrarme. Ante gente así estoy desvalido, y más en las circunstancias actuales. Me la tienen jugada, y cuando me cojan desearé no haber nacido. Es completamente surrealista, lo sé, pero eso es lo que hay.

  • Oh, así que pretendían esclavizarte - se compadeció ella.

  • Yo no he dicho eso.

  • No, lo acabo de captar yo, de entre tus pensamientos. Es horrible, y más si se tiene en cuenta que no les has hecho ningún daño.

  • Ojalá pudiese.

  • Quizá pueda hacer algo para castigarles, una vez esté de nuevo viva.

  • ¡ Ni se te ocurra ! Son una gentuza realmente peligrosa.

  • Pierde cuidado: cuando me haya restablecido por completo, quienes tendrán que tener cuidado son ellos.

  • Y, ¿ cuánto te llevará eso ?

  • No mucho. A lo sumo treinta días, a partir del momento en el que renazca.

-¿ Qué harás, hasta entonces ?

  • Mi forma básica es muy similar a la humana, y por una humana me haré pasar ( una bastante joven, pues, cuando salga de ti, calculo que mi edad aparente oscilará entre siete y diez años, según la fuerza vital que de ti logre extraer ).

  • ¡ No podrás valerte por ti misma !

  • No te preocupes, pues, en poco más de una luna ( creo que últimamente por aquí lo llamáis mes ), habré recuperado mi forma adulta, aparentando tener cerca de veinte años ( al menos, según los cánones humanos ).

  • ¿ Siempre crecéis tan rápido ?

  • No, de hecho por lo común tardamos en alcanzar la madurez en torno a los cincuenta... permaneciendo en ella por siempre, y sin mostrar el menor síntoma de envejecimiento, pues somos teóricamente inmortales. Cuando renacemos, sin embargo, tendemos a desarrollarnos con gran rapidez, alcanzando enseguida el estado que tuviésemos al morir.

  • Lo dices casi como si resucitar fuera algo natural en vosotras.

  • Y es que lo es. Cuando morimos ( cosa que a mí sólo me ha pasado una vez ), ya sea asesinadas o por culpa de algún accidente especialmente severo, somos capaces de renacer en el cuerpo de cualquier otra de las nuestras, siempre que no estemos demasiado lejos de ella en el momento de nuestra muerte ( también podemos renacer en mortales, pero sólo con su consentimiento, y por desgracia costándoles la vida ). Si encerraron nuestras almas en estos malditos artefactos fue para evitar que fuésemos resucitando conforme nos asesinaban, reduciendo a cero su movilidad. Había gente dispuesta a todo para exterminarnos, y sólo valiéndose de tan impía artimaña lo lograron.

  • Qué suerte tenéis, me refiero a lo de la inmortalidad. Nosotros la palmamos enseguida.

  • Lo sé, he llegado a apreciar de verdad a muchos humanos, y me angustia mucho ver cómo se van marchitando con el paso de los años, no digamos ya morir.

  • Visto así, no parece tan buena cosa. Por cierto, ¿ qué harás, hasta que crezcas del todo ?

  • De entrada creo que me quedaré en el campo, aventurándome tan sólo esporádicamente en lugares habitados, preferiblemente de noche.

  • Con lo cerca que está el invierno...

  • Soporto muy bien las condiciones climáticas adversas, de modo que el frío y la humedad no son problema para mí. Para que te hagas una idea, puedo subsistir completamente desnuda en lugares donde humanos profusamente abrigados morirían irremisiblemente congelados.

  • De acuerdo, pero, ¿ cómo te ganarás la vida, cuando hayas crecido ?

  • Me las arreglaré: antaño, antes de la impía confabulación que me condenó a este triste estado, siempre lo hice. Quizá me prostituya ( aunque no está nada bien que yo lo diga, soy realmente hermosa, cosa bastante habitual entre mis congéneres ).

  • No me gusta la idea de que puedas verte obligada a pasar por eso. No sé, entre humanos no lo veo mal, o no del todo, pero me parece indigno de una criatura sobrenatural.

  • Somos seres con una sexualidad extremadamente desarrollada, Óscar. De hecho, no pocos aseguraban que éramos una manifestación del deseo carnal y de la lujuria, de ahí que todas, sin excepción, disfrutemos muchísimo haciendo el amor, ya sea con hombres o con mujeres. Además, estamos dotadas de extensos y numerosos poderes mágicos, gracias a los cuales podría ganarme la vida de otras muchas formas. Oh, y somos mucho más fuertes que cualquier humano. No temas, tengo recursos de sobra.

  • Hagámoslo, pues - le dijo Óscar, decidido - ¿ Cómo he de proceder, exactamente ?

  • Tan sólo pon tus manos en la piedra, y relájate. Engancharme en ti me llevará un ratito.

Como un par de minutos después, Óscar le preguntó, sin apartar ni un instante las palmas de las manos del monolito:

  • ¿ Te queda mucho ?

  • El doble de lo que ya llevo, calculo.

Pasados otros cinco minutos, ella le dijo:

  • Así mismo valdrá. ¿ Estás seguro de querer hacerlo ? Aún podemos dar marcha atrás.

  • Sí. Por cierto, acabo de caer en la cuenta de que aún no sé tu nombre.

  • Me llamo Ciríe, Óscar.

Incontables y diminutas centellas de luz empezaron a manar de la piedra ( se parecían vagamente a las que vio antes, aunque ahora estaban mucho más difuminadas, no dando además lugar a ningún efecto caleidoscópico ), formando una especie de vaporosa luminescencia que rodeó las manos de Óscar, y pronto todo su cuerpo. Tuvo que reconocer que aquello era muy agradable. Dejó que le inundase la esencia espiritual de Ciríe, lamentando que su vida no acabara en aquel preciso instante, tan bien se sentía. Intentaría acordarse de aquel maravilloso momento cuando el dolor comenzase a apoderarse de él. Poco después, la luz se fue extinguiendo, y, cuando la última partícula se introdujo en él, el monolito crujió, empezando a agrietarse con rapidez creciente.

  • Gracias a tu generoso sacrificio, el hechizo que me encerraba acaba de ser derrotado, y éste era lo único que lo mantenía intacto - le explicó ella, mentalmente, desde algún punto de su interior: sus emanaciones telepáticas jamás antes habían sido tan intensas... ni tan dulces - El deterioro que debería haber sufrido a lo largo de todo este tiempo hace por fin acto de aparición.

  • Un bloque de ese tamaño no debería haber sufrido tantos daños - dijo él, mientras observaba cómo la piedra se veía reducida gradualmente a polvo.

  • Han pasado más de mil cien años, y este lugar es muy húmedo. Además, no olvides los numerosos pero frustrados intentos de liberarme: acaban de materializarse todos juntos. ¿ Deseas que comience ahora mismo ?

  • No, antes quisiera solucionar algunas cosas - le dijo él, pensativo - Además, llevo sin comer muchas horas, y todo esto me ha dado bastante hambre. Si no te importa, me gustaría acercarme al pueblo más cercano a fin de darme un buen atracón. Puestos a morir, mejor hacerlo a gusto, y no con el estómago vacío.

  • Me parece muy razonable. Esperaré hasta que estés listo.

  • Confío en que comer no afecte negativamente a tu, mm... germinación .

  • No: de hecho, el que haya restos de comida en tu interior facilitará bastante las cosas.

Al poco Óscar, tras avanzar unas decenas de metros, le dijo, mirando confuso a su alrededor:

  • Vaya, creo que no estuve demasiado atento mientras venía hacia aquí.

  • Deja que te guíe. Este lugar, por desgracia, me lo conozco al dedillo.

Cuando subió la última cuesta, la que daba a la carretera, se encontró con una furgoneta de la guardia civil parada frente a su coche, y se apresuró a bajar.

  • ¿ Es usted el dueño de este vehículo ?

  • Sí.

  • ¿ Por qué lo ha abandonado ?

  • No me encontraba bien, así que decidí salir a dar un paseo

  • les dijo él, ya casi a su altura.

  • Pues se tuvo que ir bastante lejos, pues hemos estado gritando y nadie aparecía.

  • Yo no oí nada.

  • Documentación, por favor - le exigió el mayor de ambos ( andaría por los cuarenta ).

  • Aquí la tiene.

  • Le vamos a hacer la prueba de la alcoholemia - le anunció el más joven una vez se la devolvió su compañero.

  • Le aseguro que no estoy bebido, pero adelante.

Una vez pasó el test, evidentemente airoso, el más joven de los dos guardias le preguntó:

  • ¿ Se encuentra ya bien ?

  • Oh, sí, perfectamente. Por cierto, ¿ hay por aquí cerca alguna población razonablemente importante ? Me gustaría pasar la noche en una buena cama, ya que por hoy no viajaré más, y comer bien. También quisiera comprar algo de ropa, para la hija de una amiga mía.

  • El pueblo en donde está nuestro cuartel tiene un hotel bastante majo, y la ropa tampoco sería problema. Precisamente nos dirigíamos ahora a él.

  • ¿ Podría seguirles ?

  • Cómo no...

Sólo cuando se subió al coche fue consciente de que no sabía ni en que provincia estaba, tan atolondrada había sido su huida: se encontraba ya Orense, supo cuando pasaron al lado de una señalización. Un cuarto de hora después, estaban en el pueblo ( no circularon lo que se dice rápido, pero éste estaba cerca ), donde el mayor de los dos guardias le explicó cómo llegar al hotel ( en realidad había dos, pero el otro estaba de reformas ), así como a un restaurante bastante cercano. Lo primero que hizo fue acercarse a un cajero automático, a fin de comprobar cuánto dinero le quedaba en una tarjeta de crédito que su mujer ignoraba que tuviera ( Inmaculada le aseguró, entre carcajadas, que, para hacer el juego más divertido, le acababa de ordenar a Alicia que bloquease, por mediación de un sumiso que según ella tenía en el banco, todas sus cuentas: si quería aclarar el malentendido , no tendría más remedio que pasarse por su sucursal, exponiéndose a que le atrapasen ). El saldo de la cuenta asociada no era tan elevado como hubiese querido, pero calculó que bastaría para llevar a cabo sus planes.

Tras sacar dinero ( se alegró de haber aumentado, varios meses antes de que empezase aquella pesadilla, la cuantía diaria que podía extraerse de la cuenta por medio de un cajero ), se dispuso a comprar ropa para Ciríe, a fin de que tuviera algo para ponerse encima cuando naciera de él. Ella, cada vez más agradecida, le orientó en lo que respecta a la talla, pues ya se había hecho una idea de cuánto crecería, sugiriéndole que se la comprase algo más grande, para que le durase más. Óscar, no satisfecho con ello, y aprovechando que era día de mercadillo ( la ropa que había en aquellos puestos ambulantes no parecía de especial calidad - ni falta que hacía, teniendo en cuenta el breve uso que se le iba a dar -, pero a cambio estaba relativamente barata ), le compró cuatro juegos completos, cada uno de ellos separado algunas tallas del precedente ( al tendero del puesto donde finalmente adquirió todo, le dijo que tenía cuatro sobrinas distanciadas en torno a un año y medio entre ellas, y éste pareció creerle, o al menos simuló hacerlo ). De ese modo, Ciríe tendría ropa para algo más de dos semanas. También compró una amplia mochila, a fin de que ella pudiera llevar todo consigo.

De camino al restaurante, le preguntó si estar sedado menoscabaría de algún modo su resucitación. Ciríe le aseguró que no, así que se pasó por una farmacia que le venía de paso y se hizo con lo más fuerte que encontró. En el bloque de edificios precedente al restaurante, había un estanco, así que aprovechó para comprar papel, sobres, y unos cuantos sellos ( creía recordar que tenía un bolígrafo en el coche, pero prefirió no arriesgarse a que su tinta se hubiese secado, comprándose también uno ).

Comió bien, aunque sin llegar a empacharse, y se acercó al hotel, pidiendo una habitación individual para una noche. No tenían disponibles en aquel momento, así que se conformó con una doble. Nuevamente, pagó con tarjeta. Subió todo lo que había comprado, junto a su equipaje. Éste, previendo tener que hacer noche en un hotel, consistía en su neceser, una muda, toalla, pijama, zapatillas de andar por casa, y el cargador del móvil. A todo esto, había que sumar su videocámara, pues, cuando se la devolvió su amigo, mandándole de paso al cuerno, se quedó tan deprimido que decidió irse de copas, cogiendo para ello el coche: ni siquiera se molestó en subir a su casa para dejarla, echándola desganado en el maletero, y allí seguía ( aquella debió ser la única vez en su vida que estuvo realmente bebido, y encima condujo, pero no hubo nada que lamentar ). Sólo ahora se alegraba de no haberla subido aún a su apartamento, pues le sería de utilidad.

Acomodándose en una de las dos sillas, junto al pequeño escritorio, comenzó a redactar unas cuantas cartas, despidiéndose brevemente de algunos de sus seres más allegados. Prefirió no revelarles que se iba a suicidar . Ya comprenderían el por qué de su inesperada y críptica despedida cuando la policía les notificase su muerte.

No se molestó en intentar explicarles cómo había llegado a aquella situación: sería demasiado tedioso ( no solo tendría que explicarles lo que Inmaculada tenía previsto hacerle, adentrándose un poco en sus sucios tejemanejes: también tendría que relatarles su encuentro con Ciríe ), y, casi sin ningún género de duda, por completo estéril ( todos desconfiaban de él desde que Alicia le hizo aquella jugarreta, y lo que le estaba ocurriendo no era precisamente fácil de creer, pues incluso a él le costaba hacerlo ).

Salió a echar las cartas, aprovechando para dar un último paseo, y cuando regresó decidió darse un baño, afeitándose primero. Demasiado estropeado iban a encontrar su cadáver, se dijo, como para que encima le notaran sucio y desaseado mientras le estuvieran haciendo la autopsia.

  • Tienes unas ojeras tremendas - le dijo ella, en silencio desde hacía un buen rato ( era evidente que Ciríe, estando en su interior, podía ver a través de sus ojos ).

  • Han sido unas semanas infernales - repuso él, mentalmente.

  • Curioso artefacto, eso que tú llamas maquinilla. Simple, pero efectivo.

  • Sí, hace muy bien su trabajo - se limitó a decir él, mientras se aclaraba la cara, ya afeitado.

  • ¿ Podrías alejarte un poco del espejo ? Me gustaría ver a mi salvador.

El se apartó, mirándose a fin de que ella pudiera estudiarle. Tenía treinta y seis años, y rondaba el metro setenta y cinco. Su pelo era negro, algo rizado y más bien escaso ( tenía unas entradas que le traían por la calle de la amargura, aunque en las zonas donde de momento la alopecia no había hecho acto de aparición aún era abundante ). Cejas pobladas, ojos marrones, nariz escalonada ( nunca le gustó, pero las había visto peores ). Tenía los labios algo agrietados, y se los lamió, tentado de darse un poco de cacao, cosa que finalmente hizo ( llevaba una barra, casi sin usar, en el neceser ).

Aparte de las ojeras, tenía varias arrugas ( marcas de expresión, como las llamaban otros ). Las venas se le resaltaban con demasiada facilidad, otra de las cosas que no le gustaban demasiado de sí mismo, y bajo la axila derecha tenía una marca de nacimiento, casi circular, que últimamente estaba empezando a abultarse ( si no le hubiese ocurrido todo aquello habría ido al médico, pero cuando la vida de uno se derrumba suele costar un poco preocuparse de esos detalles ). Complexión normal, tirando más bien a delgado, aunque tenía una pizca de barriga. Peludo ( más de lo que quisiera, aunque sin excesos ), y...

  • A mí no me parece pequeño, aunque en su estado actual es más bien difícil determinarlo - se le adelantó ella.

  • En uno de los videos que me pusieron, Alicia se tiraba a tres tipos ( estaban domados ya, así que no precisaban de cadenas ), y los tres tenían un rabo descomunal. La muy zorra no paraba de decir que aquello sí que eran buenas pollas, y no la birria que tenía su marido, mirando a menudo a la cámara y dándole gracias a Inmaculada por haberle prestado a aquellos siervos tan dotados. Llegó incluso a decir que mi pito era diminuto y subdesarrollado, más digno de un bebé que de un hombre hecho y derecho, y el caso es que no me extraña que se lo parezca, pues encajaba aquellas monstruosidades con bastante soltura, tanto por delante como por detrás.

  • Álzalo, y deja que yo sea quien juzgue - le sugirió ella.

  • No estoy de humor para ese tipo de cosas, Ciríe.

  • No, imagino que no. De todos modos, me gustaría verlo: ¿ me dejas que te lo empine yo ?

  • ¿ Puedes hacer eso ? - se sorprendió él.

  • Ahora mismo lo comprobaremos - le dijo ella, y el miembro de Óscar se alzó como accionado por una bomba hidráulica, adquiriendo su plena erección en apenas cinco segundos. Pese a ello, no estaba excitado: aquello se parecía más bien a una erección mañanera ( eso sí, una realmente contundente ).

  • ¡ Joder, jamás se me había levantado tan rápido !

  • ¿ Y a esto le llamas pequeño ? - se extrañó ella.

  • Mi mujer acostumbraba a referirse a mi pene como mi cosita, y yo, tonto de mí, creía que me lo decía con cariño, y no a modo de sutil reproche, como comprendí cuando vi el vídeo.

  • ¿ Podrías tocártelo un poco ?

  • No querrás que me haga un pajote: pese a lo dura que la tengo, no me veo con ánimos de meneármela.

  • No, sólo quiero sentirlo a través de tus manos.

  • ¿ Es suficiente ? - le preguntó él, tras tocárselo por espacio de veinte segundos, sopesándoselo, y sin comprender a dónde quería llegar ella.

  • Lo es. Y, ahora, escucha atentamente, Óscar: tu pene es perfectamente normal.

  • ¿ Quince centímetros, normal ? Eso creía yo, pero Alicia dijo, a quienquiera que estuviese filmando aquello, que todo el que la tiene por debajo de veinte es un rabicorto indigno de adorarle.

  • Soy virtualmente inmortal, y ya tenía más de tres mil setecientos años para cuando me asesinaron: en ese tiempo, he tenido ocasión de hacer el amor con cientos de miles de hombres ( y de mujeres, pero eso no viene al caso ahora ), de modo que sé muy bien lo que me digo.

  • Qué cacho zorra - se quejó él, refiriéndose evidentemente a su ex esposa - ¡ Tenía que saber que algún día vería aquello, seguro que lo dijo para traumatizarme aún más !

  • Algo por lo que, en su debido momento, pagará - le prometió ella.

  • ¿ Ya me has visto lo suficiente ? Me refiero al cuerpo en general.

  • Creo que sí. En conjunto eres bastante normal, pero no por ello vulgar. Sin embargo, tu alma, que de no ser puro espíritu me habría sido imposible apreciar, es deslumbrante.

  • Vaya, gracias. Bien, será mejor que me dé esa ducha de una vez.

Una vez se hubo secado, se aseguró de que la persiana estaba por completo bajada, corriendo, para mayor seguridad, la tupida cortina. Nadie debía ver lo que allí iba a ocurrir, aunque, teniendo en cuenta que estaba en un segundo piso, dando la única ventana a un parque público, tal cosa era más bien improbable.

Entonces, comprobó una vez más si la puerta estaba cerrada, tras lo que decidió atrancarla con una pesada mesa que había en el cuarto, la misma en donde descansaba el televisor ( no quería arriesgarse a que nadie interrumpiese el proceso, poniendo en peligro la vida de Ciríe ). Tras desenchufar el aparato, lo dejó provisionalmente en el suelo, metiendo bajo la mesa una de las toallas del cuarto de baño ( primero levantó un lado, y después el otro ); de ese modo, la podría deslizar sin apenas esfuerzo ( la condenada debía pesar más de sesenta kilos, y no tenía de donde agarrarse con comodidad ). Le pareció recomendable aportar algo más de peso, así que volvió a dejar la televisión sobre la mesa, una vez ésta estuvo contra la puerta. Sólo entonces se dio cuenta de que, haciendo tal cosa, estaba encerrando con él a Ciríe, pero ella le aseguró que no le supondría ningún problema retirar todo aquello, recordándole su fuerza sobrehumana.

Colocó la cámara en el pequeño escritorio, ante el que se sentó, y la orientó de modo que enfocase a su cara, conectándola a la red y poniéndola a grabar ( había varias cintas vírgenes en la pequeña bolsa de viaje dentro de la que se la dejó a su amigo, de las cuales sólo faltaba una: sin duda, la que usó para filmar la comunión de su hijo ).

Se presentó y resumió muy brevemente su vida, centrándose enseguida en los tres últimos meses. Explicó todas las infamias que había sufrido a mano de esa banda de pécoras encabezada por su suegra y el segundo marido de ésta, Bernardo. Habló del asesinato de Luis, de la sucia jugarreta con la que su mujer le desacreditó ante sus seres más queridos, de la precipitada petición de divorcio a raíz de la misma, de su falso historial delictivo, del bloqueo de sus cuentas, y de la reciente visita a aquel antro de iniquidad - del que, para facilitar en la medida de lo posible la tarea a la policía, dio las señas - donde le mostraron por fin, a sabiendas de que nadie le creería, todas sus cartas. Tras explicar algunas de las atrocidades de las que fue testigo, hablo del juego que le había propuesto Inmaculada... un juego que, en algún momento de su huida, decidió no seguir.

Ni que decir tiene, también narró cómo Ciríe frustró su intento de suicidio, guiándole hasta donde su alma había sido atrapada, siglos atrás. Explicó a grandes rasgos el intercambio que tuvieron, asegurando que había decidido dejar que renaciera a partir de él estando en plena posesión de sus facultades y sin recibir, por su parte, ningún tipo de coacción. Si a alguien había que culpar de su muerte, aseguró, no era a Ciríe, si no a su mujer y compañía.

Tras aquellas palabras, dirigió la cámara hacia la cama en la que se tendería, sin apagarla. No era una toma muy buena, así que la subió sobre una estantería ubicada encima de donde antes estaba el televisor, comprobando que aquel emplazamiento era perfecto para sus propósitos. Se tomó los analgésicos, subiendo un poco la calefacción ( hacía algo de fresco, y, ya que iba a morir, qué menos que hacerlo con ciertas comodidades ), y se tumbó, desnudo, sobre la cama. Se anudó un pañuelo sobre la boca ( por si le daba por gritar, aunque con lo que se había tomado le parecía poco probable ), tras lo que le dijo a Ciríe, naturalmente sin palabras:

  • Antes de empezar, será mejor que te dé algunos consejos.

  • Dime, Óscar.

  • Ya has visto cómo sacaba dinero: ¿ serías capaz de repetirlo ?

  • Sí, de hecho se me antojó bastante fácil.

  • ¿ Memorizaste el número personal ?

  • No me molesté en hacerlo, pero lo recuerdo perfectamente, pues sólo eran cuatro números.

  • Estupendo. Procura no olvidarlo. El cajero tiene que tener el mismo logotipo que la tarjeta, o probablemente te cobren comisión, y eso, si es que funciona. Úsala con moderación, ya que el saldo que tiene no es precisamente como para lanzar cohetes, y menos después de comprarte la ropa. En la cartera también tengo dinero ( alrededor de doscientos euros, creo ). Por cierto, ¿ te has hecho una idea de las distintas monedas y billetes que hay ?

  • Gracias... y, sí, se ve muy sencillo.

  • No bien te veas capaz de moverte, huye de aquí. Todo el mundo pensará que he sido asesinado...

  • ¡ Y en gran medida tendrán razón !

  • Me la trae floja. No quiero que te pillen.

  • No lo harán.

  • Lleva siempre contigo la cinta que estoy grabando. Si pese a todo te atrapan, muéstrala. Debería servir para exculparte... y, con un poco de suerte, para cargar con el muerto ( un servidor ), a todas esas guarras.

  • Lo tendré en cuenta.

  • Ah, y, si insistes en vengarme, ten mucho cuidado.

  • Te lo prometo.

  • Pues creo que eso es todo. Os deseo lo mejor, a ti y a tus compañeras. Y, ahora, comienza.

  • Procuraré que te duela lo menos posible, Óscar. Gracias por todo.

  • Gracias a ti, Ciríe, por darme la oportunidad de hacer que mi muerte sirva para algo - logró pensar él, no sin cierto esfuerzo, pues lo que se había tomado empezaba a hacerle efecto ya.

Su abdomen empezó a hincharse, muy lentamente, sintiendo molestos pinchazos en él. Algo se movía dentro, de momento con suavidad, algo indiscutiblemente ajeno a él. Dolía, sí, pero ni mucho menos tanto como había previsto, lo cual fue un alivio. Quizá los analgésicos que se había tomado fueran mucho más potentes de lo que suponía, o a Ciríe no le estaba resultando demasiado problemático mitigar su dolor. Fuese como fuere, no se quejaba.

Aquello se hizo enorme. Tras lo que le pareció una eternidad, los movimientos se hicieron más violentos, y de pronto sintió una punzada especialmente intensa ( aquello sí que le dolió ), surgiendo una pequeña mano de una raja que acababa de formarse en su bajo vientre. A ésta, le acompañó la otra, ampliándose de inmediato la herida, ya que su inquilina las usó para tirar de sus bordes, por los que empezaron a derramarse sus entrañas ( distinguió sus intestinos, e incluso creyó reconocer el bazo ). Apenas estaba sangrando, y más si se tenía en cuenta las importantes lesiones que Ciríe le estaba haciendo, a fin de poder salir de él.

No mucho después ella, ya renacida, se bajó de él, con infinito cuidado. A Óscar se le había nublado la vista, por lo que no fue capaz de apreciar muchos detalles, pero parecía una niña de unos nueve años, quizá diez, por lo que sus estimaciones resultaron ser correctas. Aún respiraba ( cómo era posible aquello, teniendo el diafragma sin duda destrozado, y las costillas inferiores abiertas de par en par, era algo que Óscar no se explicaba ), y la joven, al darse cuenta de ello, dio un respingo.

  • ¡ Aún vives ! - susurró asombrada, mientras examinaba el arrasado cuerpo de Óscar. Su voz ya no era la de una mujer, si no la de una niña: pese a ello, seguía siendo preciosa.

  • No, no es posible, sería demasiado hermoso para ser verdad

  • gimoteó al poco, comenzando a colocar, con sus manos ensangrentadas, y trasluciendo una gran excitación, cada cosa en su sitio.

Él intentó quejarse de aquellas manipulaciones, bastante desagradables aunque no especialmente dolorosas, pero sólo consiguió proferir un débil gemido. Sus manos, que intentó llevarse a la cara a fin de quitarse el pañuelo y preguntarle a qué venía todo aquello, no le respondieron.

  • Óscar, o mucho me equivoco, o ha pasado algo... ¡ algo maravilloso ! - le dijo ella, mientras colocaba, en el lugar apropiado ( bueno, más o menos ), sus desparramados intestinos.

  • No vas a morir, de hecho te vas a reponer por completo - continuó al poco, manteniendo cerrada la enorme raja con sus manos - Al menos, eso es lo que a primera vista parece. Duerme, mi generoso benefactor, sabiendo que para ti, en contra de lo previsto, habrá un despertar. Es un milagro, Óscar, ya no me cabe duda, bendita sea mi diosa...

De inmediato se durmió, aunque de vez en cuando recuperaba parcialmente la consciencia, casi siempre mientras era rociado con cálidos chorros de una sustancia sin identificar, principalmente en pecho y abdomen. Su contacto le resultaba muy grato, pese al momentáneo y leve picor que le producía. En alguna ocasión, ella le dio a beber de lo que quiera que fuera aquello: sabía salado, y le producía un cosquilleo realmente placentero en su boca. Le recordaba vagamente al sudor, y se le antojó misteriosamente fragante. Creía recordar de algo aquel olor, pero en su adormilado estado no fue capaz de identificar el líquido del que habitualmente emanaba. En cualquier caso, cada vez que ella lo derramaba en su boca, él no dudaba en beberlo. De algún modo supo que aquello le estaba curando, y a una velocidad pasmosa, como también supo que su cuerpo se las bastaba para regenerarse por sí mismo, siendo aquel líquido tan sólo un medio de acelerar, si bien notablemente, el proceso.

Horas después, despertó del todo, descubriendo que su visión estaba por completo restablecida. Se encontraba relativamente débil, pese a lo cual se sentía estupendamente ( tanto física como mentalmente, pues ya no estaba deprimido, cosa que le sorprendió sobremanera: era como si todos sus problemas hubiesen dejado de afectarle, como si nada de lo ocurrido fuera con él. Ni que decir tiene, agradeció la sensación ). Acurrucada contra su costado izquierdo, se encontraba Ciríe, que dormía plácidamente. No pudo ver muy bien su cara, pues su pelo ( bastante largo, casi del todo liso, y de un tono castaño muy claro ), se la tapaba.

No sin cierto esfuerzo, se miró hacia el abdomen... en el que, como de algún modo ya sabía, no había el menor rastro de la enorme herida por la que salió Ciríe. Sin embargo, algo no le cuadraba del todo, llevándole unos segundos descubrir qué era. Por algún misterioso motivo, su musculatura se había desarrollado espectacularmente, pareciendo ahora la de un deportista, o incluso la de un culturista. No había ni rastro de pelo, como si se lo hubiesen depilado. Por el momento no se veía con fuerzas de alzar más la cabeza, pero en la posición en que estaba podía ver buena parte de sus piernas, cuyos músculos también se marcaban visiblemente. Tampoco tenía pelos en ellas. De pronto, se dio cuenta de que la luz estaba apagada: ¿ de dónde vendría, pues, aquella difusa claridad ?

Para su sorpresa, descubrió que de la ventana. La persiana cerraba bastante bien, pero la ínfima luz que se filtraba a través de sus rendijas bastaba para que viera todo el cuarto con gran detalle, aun siendo fuertemente amortiguada por la cortina. ¿ Qué le había pasado en los ojos ? ¡ Ni un búho vería mejor que él !

  • Oh, ya estás despierto - le dijo Ciríe, dándole un breve sobresalto - ¿ Cómo te encuentras ?

  • Magníficamente, aunque bastante débil - se oyó decir él, incapaz de reconocer su propia voz, mucho más varonil, pero a la vez más suave - ¿ Qué ha pasado ?

  • Un milagro, Óscar, eso es lo que ha pasado. No sólo tu cuerpo no me rechazó, si no que además has adquirido todos mis poderes. Eso significa que te has transformado el primer y único macho deluyrei.

  • ¿ Deluyrei ? - repitió él - ¿ Qué es eso ?

  • El nombre que reciben los integrantes de nuestra raza, por supuesto.

  • Oye, se supone que estamos casi completamente a oscuras, pero pese a ello veo perfectamente.

  • Disponemos de una excelente visión nocturna... o, ya puestos, también diurna. Es más, somos capaces de percibir el calor corporal.

  • ¿ Te refieres a los infrarrojos ?

  • Sí, creo que ese es el término, aunque me temo que tardarás unos cuantos días en poder hacerlo.

  • ¿ Y eso ?

  • Tu cerebro aún no es capaz de procesar la amplia información que tus mejorados sentidos le proporcionan.

  • Aparte de la vista, me noto muy cambiado.

  • Es que has cambiado, y a mejor. Ni tu madre te reconocería ahora.

  • ¿ Tan distinto estoy ? - se sorprendió él, logrando por fin girar la cabeza. Ciríe, cuya cara ya no estaba cubierta por su abundante cabellera, era realmente preciosa: frente a ella, la típica niña bonita de anuncio televisivo parecería un esperpento.

A Óscar le fue imposible determinar dónde residía exactamente aquel irresistible encanto, así que le miró con más atención. Sus pestañas eran largas, sus cejas delicadas, sus labios muy bien definidos ( parecía haberse maquillado sutilmente, pero era obvio que aquel no era el caso ), su frente amplia, sus ojos grandes ( sus iris eran de un llamativo color verde, aunque de ellos, en aquel momento, apenas se veía un fino anillo, pues la oscuridad había dilatado notablemente sus pupilas ).

Sus dientes estaban tan bien alineados, y mostraban un tono tan homogéneo, que su dentadura parecía el reclamo viviente de una clínica dental. Su piel era bastante clara, aunque sin llegar al albinismo, y perfectamente homogénea, carente de todo tipo de impureza o irregularidad. Incluso con su mejorada visión, Óscar fue incapaz de detectar en ella ni un solo poro obstruido, lunar o incluso peca. Su nariz parecía, vista de lado, un diminuto e idealizado seno ( sin pezón, claro ). Le quedaba perfecta, al igual que el resto. Jamás había visto una muchacha más linda, y su miembro pareció desperezarse levemente tan sólo de imaginársela con unos cuantos años más.

  • Luego lo juzgarás por ti mismo, pues de momento te noto muy débil como para acercarte al espejo - le dijo ella, sonriéndose ante el atento escrutinio al que estaba siendo sometida - De todos modos, y para que te hagas una idea, te puedo adelantar que no habrá ni una sola mujer que no te desee con locura.

  • Mira qué eres exagerada. Además, ¿ has pensado en las lesbianas, por poner un ejemplo ?

  • Ellas también se consumirán de deseo ante ti, como en su momento descubrirás, así como los hombres.

  • Hay que ver lo guasona que eres - le regañó él, incapaz de evitar esbozar una sonrisa ante aquella sandez ( a él, al menos, así se lo pareció ).

  • ¿ Crees que estoy bromeando ? - le preguntó ella, haciendo un precioso mohín de disgusto.

  • Naturalmente, Ciríe, y no me pongas esa cara.

  • Somos capaces de secretar un fluido afrodisiaco que afecta no sólo a los humanos, no importa su género u orientación sexual, si no también a los animales, y eso incluye todo tipo de mamíferos, aves, reptiles, no pocos peces e incluso bastantes insectos - le aseguró solemnemente Ciríe, y su expresión no denotaba la menor jocosidad.

  • ¡ No me lo creo ! - se sorprendió él.

  • ¿ Me supones capaz de bromear con algo tan serio ? - se ofendió ella - Pues sabe que nuestro afrodisiaco no sólo afecta a seres del reino animal: las plantas también se ven afectadas por él, e incluso los cadáveres recientes.

  • ¿ Cómo coño puede excitarse a una planta, mucho menos a un cadáver ?

  • El fluido dispone de una magia muy intensa. Bajo su influencia, las plantas polinizan, e incluso fructifican; en cuanto a los muertos, de darse las circunstancias apropiadas, vuelven a la vida ( en el resto de los casos, sus cuerpos muestran, si bien algo amortiguados, todos los síntomas de una fuerte excitación ).

  • No, me niego a creer algo así.

  • Está bien, seguiremos hablando de ello cuando tu mente esté un poco más abierta a lo sobrenatural: se ve que aún no has asimilado del todo el maravilloso milagro que en ti se ha obrado.

  • No te ofendas, Ciríe, pero así es. Tienes que comprender que todo esto me resulta muy extraño...

  • Tranquilo, Óscar, no me ofendo - le dijo ella, sonriéndole, e incluso acariciándole una de las mejillas - Si necesitas pruebas de lo que te he dicho, en su debido momento te las proporcionaré.

  • ¿ Por qué no ahora ?

  • Por el momento, ninguno de los dos disponemos del fluido afrodisiaco: nuestras glándulas tardarán en ponerse en funcionamiento algunos días, y quizá precisen de todo un mes para trabajar a pleno rendimiento.

  • Entiendo.

  • Creo que por fin vuelvo a tener ganas de orinar, pero, como ya no tienes heridas a la vista donde verterte mi pipí, lo mejor será que te lo bebas - le dijo ella, tras una breve pausa en la que ninguno de los dos supo que decir, sosteniendo mutuamente la mirada ( cosa que a ninguno se le hizo incómodo ).

  • ¿ Cómo dices ? - se sorprendió él.

  • ¡ Qué cara más graciosa has puesto ! - rió ella - ¿ No te acuerdas de nada ?

  • Eso con lo que me rociabas, ¿ era tu orina ? - le preguntó él, con los ojos muy abiertos.

  • Podemos conferir a nuestra orina potentes propiedades curativas ( cosa que hacemos durante la micción, por simple acción de nuestra voluntad ), de modo que usé la mía para acelerar tu restablecimiento - le dijo ella, acomodándose delicadamente sobre su pecho, con el sexo apuntando hacia su cara y sus esbeltas pantorrillas apoyadas en la cama, justo debajo de las axilas de Óscar.

  • Cuesta mucho de creer.

  • Toma, prueba un poco, a ver si se te despeja la memoria - le dijo ella, haciendo manar de sí una única gota que recogió con el dedo índice, posándolo con delicadeza en la hendidura que formaban los labios de Óscar.

  • Pues tienes razón, es tu orina lo que me diste, el sabor es inconfundible - reconoció tras relamerse él, cosa que hizo no sin cierta aprensión... sentimiento que enseguida cedió.

  • ¿ Quieres un poco más ?

  • Bueno...

  • Mira, así fue cómo te lo di antes - le dijo ella, alzando su cara con suavidad pero con decisión, y abriendo de paso su boca con cuatro de sus dedos, dos de cada mano. Él se dejó hacer ( aunque, en cualquier caso, no estaba en condiciones de resistirse ), y, cuando ella hizo manar un breve chorro de prueba ( no sin antes proyectar levemente el pubis hacia su cara ), que fue a parar directamente a su boca, lo tragó sin poner demasiados reparos.

  • Lo de sus virtudes curativas es cierto, pues no cabe duda de que estoy recuperando las fuerzas - observó él enseguida, completamente convencido de que no se trataba de algo de índole psicosomática.

  • ¿ Te doy el resto ? - le preguntó ella, retirando sus dedos de la boca de Óscar, aunque sin dejar de mantener alzada su cabeza.

  • Sí, Ciríe, dámelo todo - le dijo él, abriendo voluntariamente la boca. Le fue imposible evitar sonrojarse, y la visión de aquel bellísimo, virginal e infantil sexo, tan cerca de su cara, le turbaba tanto que se obligó a cerrar los ojos.

  • ¿ Por qué cierras los ojos ? - le preguntó ella, intrigada, sin reanudar aún el flujo.

  • Para que no me salpiques.

  • Puedo apuntar con gran precisión, pese a carecer de una cosa tan linda como la tuya con la que dirigir el chorro - le dijo ella, en un tono que a él se le antojó excesivamente lascivo para la edad que aparentaba, tras lo que añadió, mostrando cierta preocupación - ¿ Acaso te avergüenzas de lo que estamos haciendo ?

  • Me temo que sí - repuso él, abriéndolos de nuevo y mirándole a la cara.

  • Ahora entiendo por qué te has puesto tan colorado - le dijo ella, con dulzura, mientras paseaba sus pequeños dedos por la cara de Óscar... qué éste sentía arder.

  • Como espero que comprendas, Ciríe, no estoy lo que se dice demasiado acostumbrado a este tipo de cosas.

  • En ese caso, deja que sea yo quien tome la iniciativa - le sugirió ella, tras unos instantes de silencio en los que su mirada se perdió, pensativa, mientras jugueteaba con su largo cabello, que desenredó ( por cierto innecesariamente ), no sin cierta coquetería.

  • ¿ Qué vas a hacer ?

  • Voy a alzar tu cara, y la voy a estampar en mi húmedo sexo, Óscar - le anunció ella, con ternura - Abre una vez más tu boca, y abárcalo con ella, sin dejar de mirarme a los ojos. Confía en mí: no olvides que, en cierta forma, soy tu hija, pues de ti he nacido... pero a la vez tu madre, pues si te has transformado en lo que ahora eres ha sido por mi mediación.

Él siguió sus instrucciones ( las escasas fuerzas que aquel sorbo le habían otorgado quizá le hubieran permitido resistirse, aunque fuera un poco, pero optó por no hacerlo ), y entonces ella le dijo:

  • Como sin duda habrás notado, no sólo de pis está empapada mi rajita. Estoy cachonda, Óscar, y, a despecho de mi infantil apariencia ( que no mantendré por mucho tiempo ), soy toda una hembra. Quiero que me lo comas, creo que así lo decís entre vosotros, mientras me orino en tu boca, todo ello con suma lentitud. Te amo, como no podría ser de otra forma después de lo que has hecho por mí, y no puedo consentir que te quedes sin probar algo tan estupendo por culpa de tus absurdos prejuicios humanos. Disfrutarás, eso te lo garantizo, y además ten presente en todo momento que beber de mi dorado elixir te revitalizará.

Ella empezó a dejar manar su orina, muy lentamente, y Óscar empezó a lamerle, tragándoselo todo. Le costaba mucho sostener su mirada, pero lo consiguió, y no tardó en encontrarle el gusto al asunto. Por otra parte, cada vez se sentía más fuerte, y en algún momento descubrió que podía mover los brazos, aunque con cierta torpeza, posando las manos en la cintura de Ciríe, que le dedicó una deslumbrante sonrisa. No mucho después, ella agotó por el momento sus reservas de orina, pero él, que sin duda se dio cuenta, siguió lamiéndole, cada vez con más ganas, hasta que finalmente le provocó un orgasmo ( ni siquiera entonces dejó ella de mirarle, y la expresión que puso, en el momento crítico, se le antojó a Óscar digna de un ángel: ¡ cómo brillaban sus ojos, y con qué gracia los desenfocó, mientras entreabría su boca para dar salida a su prolongado, candoroso, y sentido gemido ! ).

  • Uf, qué bien me lo has hecho, querido, veo que has libado de muchos chichis ya - le dijo ella, tumbándose boca abajo sobre su pecho, de modo que sus caras quedaron enfrentadas.

  • En realidad sólo se lo he hecho a cinco mujeres en mi vida, contigo seis, lo que pasa es que a Alicia se lo como muy a menudo... bueno, o mejor dicho se lo comía, cosa de la que ahora me arrepiento, pese a lo mucho que me gustaba, pues a saber la de veces que lo tenía anegado con el esperma de otros, la muy puerca. Sólo de pensarlo, casi me dan arcadas.

  • ¿ Te ha gustado comerme la rajita a mí ? - se interesó ella, tras darle un fugaz beso en los labios.

  • Sí, y mucho - reconoció él, azorado.

  • Excelente, porque lo harás muy menudo - bromeó Ciríe, dándole otro beso, este en la boca, al que él pronto se entregó.

  • Uf, pocas veces me he puesto tan cachondo, ni siquiera con la maldita zorra de mi mujer - logró decirle él, cuando finalmente se separaron.

  • ¿ Te gusto más que ella ?

  • Bueno, Alicia está tan maciza que podría trabajar como modelo sin problemas ( o como actriz pornográfica ), y tiene unos pechos que te quitan el hipo ( para mí que sigue, o al menos siguió, algún tipo de tratamiento hormonal, cosa también aplicable a su hija ), pero tú eres muchísimo más guapa que ella, y mira que eso es difícil.

  • Si te gustan los pechos bien grandes, estás de suerte: nosotras los tenemos inmensos, no precisando de ningún artificio para potenciar su crecimiento. Dentro de seis días, si no me fallan los cálculos ( puede que antes ), empezarán a desarrollárseme, y a los doce ya estarán, a mi modesto entender, realmente apetecibles.

  • Me pregunto si no habrá algún sistema de acelerar tu maduración - bromeó él.

  • ¡ Ansioso ! - se hizo la molesta ella, incapaz de mantener el ceño fruncido durante más de dos segundos, tras lo que sonrió lascivamente, dándole un prolongado lametón en el cuello.

  • Creo que ya me veo con fuerzas de levantarte - observó Óscar, una vez ella apartó la cara de su cuello ( en realidad, hacía ya un rato que cierta parte de él ya estaba contundentemente levantada ).

  • No me extraña, pues te has tomado otra buena ración de mi rico pipí, y en cualquier caso ya estabas casi por completo restablecido - le dijo ella, en un tono de niña viciosa que a él le hizo estremecerse, antes de quitársele de encima.

  • De todos modos, creo que me vendría bien otro trago - le dijo él.

  • Mi pipí está a tu disposición, cariño, si así lo deseas te lo daré no bien se me vuelva a llenar la vejiga. Y tú también has de mear en mi boca.

Él se sentó en la cama, con los pies apoyados en el suelo, y sólo entonces pudo ver su miembro, como ya había notado completamente alborotado... y mucho mayor.

  • ¿ Qué me ha pasado en el pene ? - se sorprendió él.

  • No sé, yo diría que te ha crecido, pero sólo unpoco

  • bromeó ella.

  • ¡ Joder, es enorme ! - exclamó Óscar, atónito. Se veía incapaz, al menos por el momento, de estimar su talla.

  • Te ha quedado precioso, mi amor - le dijo Ciríe, acariciándoselo con una mano, mientras que con la otra sopesaba sus masivos testículos - disfrutaré mucho encajándolo en cada uno de mis hambrientos orificios.

  • Te tendrás que esperar unas semanas, pues dudo mucho que esta monstruosidad te quepa en ninguno, o no por ahora.

  • Con tan fabulosa herramienta, a una humana de mi talla actual sin duda le provocarías serias lesiones, pero recuerda que yo no soy humana, así que luego veremos qué se puede hacer, ¿ te parece ?

  • ¿ Bromeas ?

  • En absoluto, cariño - le aseguró ella, agachándose a fin de darle un beso en el glande. Entonces, alzando su mirada, le dijo - ¿ Hace una mamada ? Tu tranca se ve realmente apetitosa.

  • Antes debería ir al cuarto de baño - le dijo él, intentando incorporarse.

  • ¿ Y eso ?

  • Me estoy orinando. De hecho, también tengo ganas de hacer del vientre.

  • Magnífico, así podremos verificar qué tal se te da imbuir a tu orina sus propiedades curativas, y de paso podré comprobar si tus intestinos, recto y ano, han experimentado los cambios de rigor.

  • ¿ Qué cambios ? - se extrañó él.

  • Enseguida lo verás - le dijo ella, apoderándose nuevamente de su sexo y dándole unos cuantos lametones que le llegaron a arrancar algún que otro suspiro. Entonces se incorporó, relamiéndose, y le dijo, con una expresión de puta que no se tenía - Mm, tu cosita está deliciosa, no veo la hora de engullir su sabroso y abundante esperma.

  • Mira que eres zorra - atinó a decirle él.

  • Muchas gracias, papá Óscar - bromeó ella, precediéndole hasta el cuarto de baño. Anduvo de puntillas, entre graciosos contoneos, moviendo las caderas y las nalgas con gran sensualidad. Al notar que él no se movía, se giró, poniéndose las manos en la estrecha cintura y diciéndole, mientras le guiñaba un ojo - Qué, ¿ te gusta lo que ves ?

  • Puedes jurarlo - le dijo él, poniéndose finalmente en pie ( había intentado calzarse las zapatillas, pero ya no le cabían, así que metió en ellas tan sólo el empeine, considerándolo preferible a ir descalzo ) - Hay que ver cómo te mueves, preciosa.

  • Si tanto te gusta, luego bailaré un buen rato para ti, mientras tú te la cascas - le prometió ella, girándose y reanudando la marcha, moviéndose con más sensualidad si cabe... y avanzando con deliberada parsimonia, a fin de prolongar al máximo aquella breve excursión.

Óscar le siguió embobado, descubriendo, en algún punto del corto trayecto, que se la estaba pelando. No sin un gran esfuerzo, se quitó las manos de su falo ( para manipularlo como es debido le era casi imprescindible usar las dos, tal era su calibre ), momento en el que ella le dijo, sin volverse:

  • ¿ Por qué dejas de pajearte ? Me excita mucho sentir tu mirada mientras te la meneas.

  • ¿ Cómo sabes que me estaba tocando ?

  • He oído el leve pero inconfundible roce íntimo que tan maravillosa actividad produce - le dijo ella, posando las manos en la puerta del baño ( que estaba cerrada ), y empezando a mover el trasero, circularmente. Pronto combinó aquel movimiento con un rítmico sube y baja, flexionando las rodillas una y otra vez ( podría haberlo hecho con los pies, pero en ningún momento dejó de estar de puntillas ).

  • Si no fuera por que me estoy orinando, Ciríe, me la machacaba aquí mismo, echándotelo todo en el culo y la espalda.

  • Ya jugaremos a eso, mi amor, tantas veces como quieras, y desde luego mi goloso ojete también está a tu completa disposición, no quedándose el muy puerco tranquilo hasta que encaje, y entera, tu fenomenal verga - le aseguró ella, abriendo la puerta y entrando, tras lo que se hizo de inmediato a un lado para que él también entrase. Allí dentro, la ínfima luz que se colaba por la persiana les pareció a ambos escasa, así que él accionó el interruptor de la luz, justo antes de pasar por debajo del umbral. Ambos se deslumbraron momentáneamente, pero de inmediato se adaptaron a aquella claridad ( estaba convencido de que a cualquier ser de hábitos nocturnos le habría llevado muchísimo más tiempo, y no se equivocaba ).

Óscar se llevó un gran sobresalto, pues frente a él había un tipo desnudo, terriblemente apuesto, que tenía un miembro tan monstruoso como el suyo. Le llevó todo un segundo comprender que aquella era su propia imagen, reflejada en el espejo del aseo.

  • ¿ Ese soy yo ? - logró decir Óscar, anonadado, mientras se acercaba al espejo.

  • ¿ Sorprendido ? - le preguntó ella, observando, en apariencia muy divertida, su reacción.

  • ¡ Sí ! - exclamó, o más bien gimió él, sin dejar de mirarse.

Tal y como ya había podido apreciar, parecía un atleta, no teniendo ni un solo pelo en su cuerpo, al menos de cuello para abajo. Tampoco tenía el menor vestigio de barba, ni de bigote, aunque su alopecia había desaparecido: su pelo no sólo había reconquistado el arrasado páramo que a lo largo de los años su paulatina caída fue dejando, si no que además estaba bastante largo, quizá unos quince centímetros. Horas antes tenía alguna que otra cana, pero ahora no logró ver ni una. Sus cejas ya no estaban tan pobladas, y sus pestañas se habían agrandado. Sus ojos parecían más grandes, y sus iris, aún marrones, habían adquirido unas discretas, pero ciertamente vistosas, vetas verdes. El escalón que antaño hubiera en su nariz había desaparecido: ahora ésta era tan sólo levemente afilada, resultando más que aceptable. Por sus narinas no asomaba el menor vestigio de vello, cosa que también ocurría en sus orejas. Sus labios ya no estaban agrietados, y se habían matizado.

Al igual que pasaba con Ciríe, no había ninguna impureza en su piel, que se había aclarado un poco, aunque sin tornarse tan blanca como la de ella. Ni que decir tiene, sus arrugas habían desaparecido, y la ramificada vena que solía marcársele en plena frente también ( destino igualmente corrido por las dos, más pequeñas, que habitualmente había en sus sienes ). De las ojeras, no había ni rastro. En cuanto a su dentadura, una de las pocas partes de su cuerpo de la que estaba orgulloso ( originalmente la tenía bastante bien cuidada ), había experimentado una mejora tan notable que su estado anterior, comparado con el actual, no podía si no catalogarse de grotesco: los dientes ahora eran perfectamente simétricos, su tono por completo homogéneo, no había vestigios de sarro ( tampoco es que tuviera mucho antes, pues era bastante aseado, pero si uno se esforzaba lo suficiente siempre localizaba algún rastro, como ocurre con prácticamente todo el mundo, cosa que ahora le resultó de todo punto imposible ), y la alineación era perfecta. Es más, la muela del juicio inferior derecha, la única pieza que había tenido que quitarse ( y eso, sólo porque estaba tan torcida que no dejaba de morderse con ella la parta interna del carrillo, que no por que se le hubiese picado ), se había regenerado, en esta ocasión tan meticulosamente colocada como el resto. Abrió y cerró varias veces la boca, constatando, satisfecho, que no se mordía por dentro.

La mancha que le había salido bajo la axila ya no estaba, y la cicatriz de cuando tuvo apendicitis, cosa que le ocurrió como a los cinco años, tampoco ( estaba tan acostumbrado a ella que antes, cuando se miró en el espejo para que Ciríe pudiera ver cómo era, no reparó en su presencia ). La marca que la vacuna de la viruela le dejó en el brazo izquierdo ( por cierto bastante grande, ya que le hizo mucha reacción ), también había desaparecido, así como el par de puntos que tuvieron que darle en el muslo derecho, justo encima de la rodilla, cuando se cayó de aquel columpio.

Su cuerpo se había expandido, siendo visiblemente más grande y más alto que antes ( no en vano las zapatillas ya no le cabían ). La leve barriga que tenía también había desaparecido, siendo sustituida por unos vistosos abdominales que antaño sólo habría podido obtener machacándose a base de hacer flexiones un buen rato al día durante meses. Se dio la vuelta, a fin de examinarse la espalda, y cuando giró la cabeza se llevó un buen susto, pues retorció el cuello más ciento ochenta grados sin el menor esfuerzo.

  • ¿ Qué le ha pasado a mi cuello ? - le preguntó a Ciríe, que seguía observando con suma atención sus manejos, sentada en una banqueta ( de vez en cuando, balanceaba descuidadamente las piernas ).

  • Somos muchos más flexibles que los humanos - le explicó ella, girando la cabeza trescientos sesenta grados ( en realidad un poco menos, pues había torcido levemente el tronco ), para a continuación retornarla a su posición habitual.

  • ¡ Una persona normal se habría roto el cuello haciendo eso ! - exclamó él.

  • No soy una persona normal, y tú tampoco, ya no. Así que, ¿ por qué no lo intentas ?

Óscar así lo hizo, comprobando que le costaba tan poco esfuerzo como a ella. Tras aquel ejercicio, Ciríe le dijo:

  • Luego te mostraré lo que son capaces de hacer tus mejoradas articulaciones. Ahora, será mejor que orines.

  • No creo que me sea posible, no con esto así de tieso - le dijo él, agarrándose con una mano el miembro ( su erección, si bien había mermado un poco, aún era bastante importante ).

  • Siéntate en eso de ahí - le sugirió ella, señalando a la taza del water, que estaba a la izquierda del lavabo.

  • Se llama inodoro - le aclaró él, haciendo lo que se le decía, intrigado.

  • Ahora, mete tu pierna izquierda por detrás del lavabo, para quedar frente a él - le pidió ella.

A él no le costó demasiado meter su pierna por el escaso hueco, en gran parte gracias a su recién adquirida flexibilidad ( si el suelo y las paredes no pareciesen estar inmaculadamente limpios, Óscar se habría negado categóricamente a hacer aquello ), y una estuvo situado se le quedó mirando a Ciríe, sin ser capaz de averiguar aún sus intenciones.

  • Vas a recibir una nueva lección que sospecho te será muy instructiva, mi amor - le aseguró ella, doblando numerosas veces una de las toallas y poniéndola sobre el lavabo, pegada al borde más próximo al retrete. De ese modo, cuando se subió sobre ella ( lo hizo con tal agilidad que a Óscar le costó seguir su movimiento ), su sexo quedó a un palmo escaso por debajo de la cara de Óscar.

  • ¿ En qué consiste ? - se interesó él.

  • Como ya te dije, podemos reproducirnos entre nosotras. ¿ Adivinas cómo hacemos para fecundarnos ?

  • No tengo la menor idea.

  • Antes de nada, examina una vez más mi sexo - le sugirió ella, separándose los labios externos - Quiero que le eches un buen vistazo, aprovechando que ahora disponemos de una perfecta iluminación, a fin de constatar que es perfectamente normal.

  • Eso ya lo pude apreciar antes, cuando te lo comí. Aunque, bien pensado, poco tiene de normal, pues es precioso y está aún intacto. Me vuelve loco incluso teniendo en cuenta lo juvenil que se te ve por el momento: cuando alcances la madurez, posiblemente no querré catar otro. Ah, y también es, con gran diferencia, el más sabroso que jamás he degustado ( cosa que no cambiaría, sospecho, ni aunque hubiese tenido ocasión de probar varios miles de ellos, en vez de media docena ).

  • Muchas gracias - se halagó ella ante tanto cumplido, sonriéndole - En cuanto a su integridad, ésta pronto habrá de esfumarse, pues mi himen está pudiendo a gritos ser desgarrado con tu fabulosa tranca, pero no adelantemos acontecimientos, querido. Míramelo un poco más, y dime si notas algo anómalo. Quiero que también uses las manos, e incluso la lengua. Explóralo a fondo, no te cohibas.

  • Tu clítoris se ve bastante grande, salta a la vista que lo tienes completamente erecto - le dijo él, tras casi un minuto de atento escrutinio - Creo que lo tienes más grande que Alicia, que ya es decir. Por lo demás, no veo ( ni noto ), nada raro.

  • Bien, ahora observa con atención.

Para asombro de Óscar, el sexo de Ciríe se empezó a cerrar, llegando a quedar su entrepierna completamente lisa, momento en el que empezó a brotar, de ella, un miembro viril, testículos incluidos. La transformación completa le habría llevado unos quince segundos, quizá algo menos. Estaba tan sólo parcialmente erecto.

  • ¡ Increíble !

  • Eso es justo lo que suelen decir los humanos cuando nos ven mudar de sexo - rió ella - Quiero que constates que esto es un pene, al igual que has hecho antes con mi rajita.

  • Salta a la vista que lo es.

  • Tócamelo, Óscar - le rogó, o quizá más bien ordenó, aunque naturalmente con suma dulzura, ella - No ha de quedarte duda. Sopesa sus genitales, baja su prepucio, olfatéalo. Empápate de su palpitante presencia.

  • Es un pene, de eso no cabe duda - le dijo él al poco, tras seguir sus instrucciones, cada vez con menos recelo ( acababa de descubrir que tocárselo le gustaba, y no poco, llegando a preguntarse si en el fondo no sería bisexual: ver cómo terminaba de ponerse erecto, o más bien sentirlo, también resultó muy de su agrado ).

  • Desde luego que lo es. Y, ahora, mira lo que puedo hacer con él.

El miembro se empezó a agitar como si estuviese dotado de voluntad propia. Aparte de alzarse y bajar, todo ello sin necesidad de disminuir siquiera una pizca su ahora contundente erección, también podía torcerse hacia los lados, e incluso flexionarse en cualquier dirección por cuantos lugares fuera menester. Parecía tan maniobrable como la trompa de un elefante o el tentáculo de un pulpo. A Óscar se le antojó una especie de viril serpiente, cuya cabeza venía a ser el rojo, terso e inflamado glande. Una serpiente cuya misteriosa danza le estaba hipnotizando, y de cuya boca manaba ya parte de su lascivo veneno, pues por el frenillo colgaba una brillante gota de líquido preseminal. No pudo resistirse a la tentación de asirlo, sintiendo cómo se retorcía en su mano. Aquello le estaba excitando bastante, y al comprender que ella se estaba dando cuenta, enrojeció de nuevo.

  • Veo que te gusta - rió ella.

  • Sí, y maldita la gracia que me hace, pues me suponía heterosexual - se quejó el, incapaz de soltárselo.

  • Ser bisexual no es motivo de vergüenza, cariño, y menos entre nosotros: todos lo somos, y tú no ibas a ser la excepción. De hecho, para ser precisos no somos bisexuales, si no omnisexuales . Y, ahora, suéltamelo, que la función aún no ha acabado.

Por si moverlo no fuera suficiente, Ciríe también podía alterar a voluntad sus dimensiones. Su longitud y grosor podían modificarse por separado, al igual que el tamaño de los testículos. En su talla mínima, aquel versátil miembro llegó a aparentar el de un niño de tres años ( o eso creía Óscar, pues no se fijaba mucho en ese tipo de cosas ), mientras que expandido al máximo superaba, en no menos de cuatro centímetros, el que originalmente tuviera él. Fue precisamente así como se lo dejó.

  • Qué grande te lo has puesto - logró decir Óscar, mirándoselo fascinado.

  • Ahora, quiero que constates que está realmente duro - le pidió ella.

  • Lo está - le dijo él, tras palpárselo con meticulosidad.

  • Muy bien. Métete el glande en la boca, que con un poco de suerte ya habré fabricado una pizca más de pis.

  • Me da algo de grima - le dijo él - Además, ¿ qué pretendes con ello ?

  • Demostrarte que puedo mear con la tranca totalmente erecta sin el menor problema, y de paso hacerte ver lo maravilloso que es comer un buen rabo.

  • No soy de esos... - se quejó él.

  • En mi estado actual, me supone un gran esfuerzo manifestar un miembro masculino - le dijo ella, alzando su cara de la barbilla, con una de sus manos, y mirándole intensamente a los ojos - Tardaré muchas horas en poder volverlo a hacer, una vez se me desvanezca.

  • Razón de más para que te lo quites ya mismo.

  • Óscar, te amo. ¿ Crees que te induciría a hacer algo que no te fuese a gustar ? Métetelo en la boca, te lo ruego, recuerda que es parte de mí, y entre nosotros no puede haber ascos o recelos.

Él le obedeció, y de inmediato sintió un breve chorro de orina, que por supuesto tragó. Iba a sacárselo de la boca, pero ella le agarró de la cabeza, diciéndole:

  • Espera, chúpamelo un poco. Quiero que lo saborees. Mírame a los ojos, como hiciste antes.

Óscar empezó a degustarlo, sin dejar de mirar a Ciríe. Tenía que reconocer que aquello le estaba gustando, y mucho. Al poco, ella soltó su cabeza y se puso las manos sobre los muslos, dejándole elegir entre seguir y parar. Él siguió, amasando los testículos con cariño, mientras con la restante mano se acariciaba su propio miembro.

  • No te lo toques, amor mío, limítate a ponerlo a alcance de mis pies.

  • No llega - se quejó él.

  • Ahora ya sabes lo que puedes hacer con él - le recordó ella

  • agrándalo un poco más, y busca con su linda cabeza las plantas de mis pies.

Al principio él no supo cómo hacerlo, pero poco a poco fue averiguándolo sobre la marcha ( si no se lo hubiese visto hacer a ella, y desde tan cerca, no habría tenido la suficiente fe en sí mismo como para lograrlo ). Cuando logró establecer contacto, dijo, asombrado:

  • ¡ Menudo rabo se me ha puesto !

  • Déjalo ahí, tesoro, que te lo voy a repasar un poco con mis pies, ya verás qué rico. Mientras, sigue comiéndome el mío. Oh, y acaríciame el culito, con las manos. No te prives de aventurar algún dedo dentro de mi ojete, si ese es tu deseo.

Siguieron así unos tres minutos, y entonces ella le preguntó, sin dejar de recorrer con sus pies el ahora en verdad inhumano miembro de Óscar ( era como el de un caballo, o eso estimó él ).

  • ¿ Te lo estás pasando bien, querido ?

  • Sí, pero empiezo a necesitar algo más, y recuerda que además me estoy orinando. Bueno, y también haciéndome del vientre...

  • Muy bien, seguiremos jugando a este tipo de cositas más tarde - le dijo ella, hurgando casualmente en el neceser de Óscar ( éste lo había dejado en una estantería, de cristal, que había sobre el lavabo ), y sacando de él la maquinilla de afeitar. Era de las tradicionales, de esas que se puede cambiar la hoja, y ella la extrajo, haciéndose un profundo corte en la yema del dedo pulgar izquierdo antes de que él pudiera detenerle.

  • ¿ Qué crees que estás haciendo ? - le regañó Óscar.

  • Si hemos de comprobar el poder curativo de tu orina, cuánto menos necesitaremos una herida sobre la que poder verterlo, ¿ no crees ? - repuso ella, presionándose la herida de modo que no sangrase. En cuanto a la enrojecida cuchilla, la dejó cuidadosamente encima de la repisa.

  • Joder, avísame antes de hacer algo así - se molestó Óscar, levantándose de la taza ( casi se cae, pues en su precipitación se tropezó contra el lavabo ), y alzando las dos tapas, tras lo que dirigió su miembro hacia abajo, sin necesidad de tocárselo ( ya lo manejaba con bastante soltura ), y, disminuyéndolo un poco de tamaño ( cosa que también se le daba razonablemente bien ), empezó a orinar.

  • ¿ Ves qué fácil es ? - le dijo ella, sonriente, saltando al suelo con agilidad y tendiéndole el dedo, añadiendo, en un falso tono lastimoso

  • Ay, doctor, me hice pupa, a ver si puede ponerme un poco de su dorada y cálida medicina.

  • Trae eso para acá - le espetó él, cogiéndole de la mano y poniéndosela bajo el chorro ( el cual, por cierto, no estaba más que muy vagamente pigmentado, siendo virtualmente transparente y teniendo, por consiguiente, más bien poco de dorado ).

  • ¡ Muy bien, cariño, lo has conseguido a la primera ! - exclamó ella mientras su herida se cerraba, ante la sorprendida mirada de Óscar ( nunca imaginó que actuase tan rápido ).

  • No pensé que fuera tan eficaz. De hecho, aún tenía dudas sobre si la mía sería capaz de curar, pero me dio tanta grima verte esa raja que sólo pensé en cerrártela.

  • Perdóname por ponerte en una situación así, pero creí que era lo mejor para que te esforzases a fondo.

  • Casi te rajas hasta el hueso - le amonestó él.

  • Ya te he pedido perdón, papá, seré buena desde ahora - le dijo ella, mientras se lamía la escasa sangre que el chorro de orina no le había limpiado del dedo, deglutiendo aparatosamente mientras sostenía su mirada.

  • Vale, ya está bien de guasas. Aparta un poco, que voy a terminar de mear, y enseguida me pongo a lo otro.

  • Espera, quiero bebérmelo - le dijo Ciríe, agarrando su miembro y acercándoselo a la boca, mientras le miraba con lascivia.

  • ¿ Estás segura ?

  • Anda, pues claro.

  • En ese caso, apúntate con mi tranca, para servirte tú misma, y bebe el pipí de tu papá - bromeó él, dejando salir el chorro... que ella apuró en gran parte, aunque a veces se lo dirigía contra la cara, resbalando por su cuerpo. No dejó de mirarle, y su expresión parecía indicar que aquello le gustaba mucho.

  • Mm, qué bien sienta una buena ducha de pis, sobre todo si proviene de uno de tus semejantes - le dijo ella, una vez Óscar acabó.

Él se sentó en la taza, echando un poco de papel higiénico en el fondo del inodoro ( odiaba que las deposiciones le salpicasen al caer ), y apretó. Apenas se tuvo que esforzar. Cuando se limpió, reparó en algo muy curioso: el papel no se había manchado en absoluto.

  • ¿ Qué se supone que haces ? - rió ella, que en ningún momento le quitó la mirada de encima ( cosa que a él le llegó a molestar un poco ).

  • Asegurarme de que me he limpiado bien - se ofendió, o casi, él.

  • Nosotros no necesitamos de limpieza, no ahí. Mira dentro del inodoro, como tú lo llamas.

Sobre el papel, que comenzaba a hundirse, había varias esferas de unos cinco centímetros de diámetro. Se veían relativamente lisas, y brillaban. Su superficie mostraba discretas vetas de distintas tonalidades, siendo el color dominante un marrón más bien oscuro. Antes de que entrasen en contacto con el agua, Ciríe se agachó y cogió un par de ellas.

  • ¡ No hagas eso ! - le regañó él, asqueado.

  • ¿ Por qué no ? - rió ella, sin dejar de manosearlas.

  • Porque es una cochinada - repuso él, intentado cogerle de la mano para obligarle a tirarlas, pero ella se zafó de él, y algo en su expresión, de pronto seria, le hizo desistir.

  • Lo sería si no estuviésemos perfectamente adaptados a la sodomía, querido.

  • ¿ Cómo es eso ?

  • El tramo descendente de nuestro intestino grueso parte desde bastante más arriba que el de los humanos, estando perfectamente centrado, y dispone de glándulas que le dotan de una lubricación tan eficaz como la vaginal. Nuestras mucosas son también mucho más resistentes que las suyas, y desde luego también perceptiblemente más suaves, elásticas y sensibles ( ah, y gozamos de una excelente musculatura, mucho más desarrollada que la de los humanos, que para colmo podemos mover a voluntad ). Gracias a todo ello, el sexo anal nos proporciona orgasmos tan intensos como el vaginal. Además, para garantizar la higiene, nuestras heces son envueltas, antes de llegar al tramo crítico, en una fina pero resistente coraza de génesis mágica.

  • Parece cerámica - observó él, cogiendo con cierto asco una de las dos pelotas, que ella le tendió.

  • Quizá sea incluso más dura, y sin duda es mucho más tenaz: para romper una de ellas, deberías darle bien fuerte con un mazo, o algo de ese estilo. Eso sí, tras expulsarlas terminan revirtiendo a su estado original, deshaciéndose tarde o temprano la cápsula.

  • ¿ Cuánto tarda ? - se interesó él, de nuevo receloso y asiendo el excremento con dos dedos ( no quería mancharse con su propia mierda, cosa que podría ocurrir si la corteza se ablandada enseguida ).

  • Bastantes horas, aunque si nos separamos mucho de ellas se degradan antes.

  • ¿ Siempre son esféricas ? - le preguntó él, sujetándola con menos aprensión.

  • O eso, o con forma ovoide. En cuanto a su tamaño, muy rara vez son más grandes que las que has echado, guardando a menudo cierta relación con la talla de su dueño.

  • No me ha costado ningún esfuerzo expulsarlas.

  • Salvo infrecuentes y nada duraderas patologías, desconocemos lo que es el estreñimiento. Además, no olvides la abundante lubricación de la que disponemos: no sólo es buena para el coito anal, también favorece la evacuación.

  • ¿ Tendré yo también las glándulas que la producen ?

  • Sí, su aroma es inconfundible - le aseguró ella, olfateando el restante excremento, tras lo que le dio un lametón, añadiendo - y su sabor, también.

  • ¡ Qué asco !

  • ¿ Asco ? - se molestó levemente ella - ¿ Es que no me prestas atención ? ¡ Nuestra entrada posterior está tan limpia, así como lo que de ella sale, que bien podría servirse la comida dentro ! De hecho, Óscar, ese es uno de nuestros juegos eróticos preferidos...

  • ¿ Te cachondeas de mí ?

  • En absoluto, mi amor - le aseguró ella, dejando caer la deposición en la taza, siendo imitada por Óscar: una vez aclarado aquello, ya no les servían para nada ( ambas produjeron un agudo tono al chocar contra la superficie del sanitario, sonando como lo habrían hecho un par de voluminosas canicas ). Entonces le dijo, en un tono casual - Y, ahora, será mejor que te eche un vistazo, a fin de comprobar que todo es como se supone que debe ser.

  • ¿ Me estás pidiendo que te enseñe el culo ? - se azoró él.

  • Te has puesto rojo otra vez, mi amor - rió ella.

  • Es que me da mucho corte.

  • No seas tonto, te gustará - le aseguró ella, poniéndose a su espalda y agarrándole de las nalgas, que él se obstinó en mantener cerradas... al principio.

  • Algo me dice que no vas a parar hasta salirte con la tuya, y, ya puestos a hacerlo, ¿ qué te parece si nos acomodamos un poco ? - le dijo enseguida él, resignado a dejarse hacer una exploración rectal ( expectativa que, por algún motivo, estaba empezando a hacerle sentir un extraño y grato cosquilleo en el ano ).

  • ¿ Por ejemplo en la cama ? - le sugirió ella.

  • Sí, allí mismo me parece bien.

  • Pues vayamos allá, cariño - le dijo ella, volviendo a encabezar la marcha, contoneándose con tanta lascivia como antes.

Óscar le siguió, apagando la luz del baño y encendiendo la del cuarto, aprovechando que la tenía a mano ( no es que les fuera imprescindible para ver, pero de ese modo no se perdería detalle ). Lamentó que la cama no estuviera a varios kilómetros de distancia ( era delicioso ver cómo Ciríe se contoneaba sólo para él ), y anduvo sin dejar de mirarle las nalgas, que en algún momento se abrieron lo suficiente como para permitirle vislumbrar, por un instante, su sonrosado y a primera vista bonito ano.

  • Algo me dice que me estás comiendo el culo con la mirada - le dijo ella, sin volverse.

  • Sí, nena, eso es precisamente lo que estoy haciendo.

  • Luego me lo podrás comer con la boca, si te place, aunque antes te lo haré yo a ti - le prometió ella, girándose ( a todo esto, ambos ya habían llegado a la cama ).

  • ¿ Me lo vas a lamer ?

  • Por supuesto, amor mío: te va a encantar, ya verás. Ea, ponte cómodo, con tu magnífico trasero bien abierto, que tu querida hija te lo va a examinar a fondo... para placer de ambos.

Óscar se puso de rodillas sobre la cama, alzando las nalgas, y ella se sentó detrás de él, acariciándole un poco los testículos antes de comenzar con el examen rectal... del que su paciente fue testigo, pues giró la cabeza para verlo, siguiendo sus recomendaciones.

  • Mm, veo que lo tienes tan bien lubricado como cualquiera de nosotras - le dijo ella, sin dejar de meterle y sacarle varios dedos, actividad que él encontró sublime.

  • Me gusta mucho lo que me estás haciendo, Ciríe - suspiró él

  • Creía que estabas exagerando, pero la verdad es que resulta muy placentero.

  • Sí, también he notado que lo tienes tan sensible como era de esperar. No obstante, aún estás un poco tenso, y eso te impide disfrutarlo como es debido: relájate, y tu placer se incrementará de inmediato. Entrégate por completo a todo lo que decida hacerte, mi inexperto pero adorable amante. Venga, di ya las mágicas palabras que tanto estoy esperando...

  • ¿ Qué palabras ?

  • Mi culo es por completo tuyo, para nuestro mutuo placer. Vamos, dilo.

Él así lo hizo, y ella empezó a intercalar las caricias manuales con lametones ( Alicia le había hecho algún que otro beso negro, siendo la única persona con la que jugó a aquello, pero jamás lo había disfrutado tanto como ahora ). El ano de Óscar estaba cada vez más distendido, y al poco ella le encajó un puño, que entró sin problemas. En ningún momento sintió dolor, ni siquiera un poco, pero el placer que estaba recibiendo iba en aumento. De vez en cuando ella acariciaba sus testículos, o su miembro, provocándole involuntarios gemidos. Llevarían diez minutos cuando Ciríe se acarició su respectivo miembro, que aún no había desvanecido, y le dijo, alzándolo de modo que con el glande rozó sus glúteos:

  • Mira qué cosita tengo para ti. ¿ Quieres pasar a la siguiente fase ?

  • Sí - murmuró él, deseando realmente sentir aquel falo dentro, cosa de la que no podía evitar avergonzarse... si bien cada vez menos.

Óscar no pudo evitar volver a pensar en Alicia. Su mujer había comprado algunos consoladores, pues a veces organizaba espectáculos eróticos para él, clavándoselos sensualmente mientras le miraba, e incluso le había pedido que los utilizase con ella, a fin de rellenar cualquiera de los dos orificios que en ese momento tuviera libre ( le encantaba el sexo anal, cosa de la que él nunca se quejó ). Algunas veces, siempre a raíz de que recibiese uno de aquellos trastos por el culo, le había preguntado si quería probarlo, oferta que él siempre declinó, pues temió que aquello le hiciese menos hombre a sus ojos ( sin embargo, no le hacía ascos a que ella le metiese un dedo, aunque sólo cuando sabía que lo tenía razonablemente limpio, por ejemplo después de una ducha, pues en caso contrario le daba mucho corte ).

  • ¿ Te lo meto yo, o quieres hacerlo tú, guiándolo con la mano ? - le preguntó ella, tras restregárselo durante largos segundos por entre las nalgas, tiempo más que suficiente para que Óscar se volviese a centrar en el momento actual.

  • Prefiero que lo hagas tú.

Ciríe se lo metió, con lentitud, y él profirió un leve quejido, pero no de dolor, sensación que su tan fabulosamente optimizado trasero aún no había experimentado, si no de ansiedad: ¡ cómo deseaba que empezara a bombear en su interior ! Ella, sin duda al tanto de sus necesidades, empezó a moverse, para deleite de ambos.

  • Mm, qué culo más acogedor tienes, precioso. Y algo me dice que tú también lo estás disfrutando...

  • Esto es la leche, qué bien me atraviesas, sigue, dame tu tranca hasta los huevos - logró decir él, asombrándose al punto de sus palabras... que se correspondían con sus sentimientos.

  • ¿ Quieres sentir cómo me corro dentro ? - le preguntó ella, con la respiración algo entrecortada también.

  • Sí, lléname el culo con tu esperma, hija, dámelo todo - dijo él, mientras una misteriosa y fantástica sensación empezaba a apoderarse de su recto, alimentada con cada acometida de ella: ¡ estaba alcanzando su primer orgasmo rectal, y le estaba encantando ! Y poder ver en directo, gracias a la flexibilidad de su cuello, cómo Ciríe enterraba una y otra ver aquel mástil en sus entrañas, moviendo las caderas con gracilidad, pero a la vez con determinación, tampoco tuvo desperdicio ( la mayor parte del tiempo ella sostuvo su mirada, y su expresión rezumaba lujuria ).

  • Aquí lo tienes, papá, siente cómo derramo mi cálida leche en tus entrañas - gimió Ciríe, empezando a eyacular.

  • ¡ Te corres, noto cómo palpita tu tranca mientras me escupe dentro ! - exclamó él, incapaz de creerse que estuviera gozando tanto. El orgasmo que estaba sintiendo era, sin duda, el más intenso de su vida... pese a no verse involucrado, en él, su miembro ( eso no quería decir que no lo tuviese completamente alborotado, que lo tenía ).

Apenas un minuto después, ambos se habían repuesto, y Ciríe le preguntó:

  • ¿ Repetiremos esto, amor mío ?

  • Siempre que quieras - le aseguró él, meloso.

  • Estupendo. Y, ahora, ¿ qué te parece si jugamos a alguna otra cosa ?

  • ¿ Qué me sugieres ?

  • Mi falo no tardará mucho en desvanecerse: si quieres saborear tu propio culo a través de él, así como los restos de mi esperma, tendrá que ser ahora - le dijo ella, poniéndose con agilidad ante él. Su tranca estaba aún casi por completo erecta... y brillaba sugerente, o eso se le antojó a Óscar, gracias a los fluidos de ambos.

  • ¿ Se supone que me tiene que gustar ? - le preguntó él, sin poder apartar la mirada de la fabulosa herramienta que tanto placer le había procurado ( en una persona normal ya habría sido grande, pero en Ciríe, de momento aún tan sólo una niña, al menos en apariencia, se veía enorme ).

  • Mi vida, a todas nosotras nos gusta el sabor de nuestros propios fluidos íntimos, y por supuesto los de cualquier otro: en ese aspecto, tú no deberías ser distinto.

  • En fin, por el momento todo lo que hemos hecho me ha gustado, de modo que me seguiré fiando de tu criterio - le dijo él, empezando a darle breves, y por el momento más bien inquisitivos, lametones.

  • ¿ Te gusta ? - se interesó ella, aunque era obvio que así era, mientras le acariciaba la coronilla.

  • Mucho, Ciríe - le dijo él, comiéndole cada vez con más glotonería el mástil - No sé qué tiene, esta pringosidad que te lo cubre, que me encanta.

  • Cariño, me temo que hasta aquí hemos llegado - le anunció ella, algo después - Me es imposible seguir manifestando un miembro viril, y más de ese calibre, así que despídete de él.

  • Confío en que no te lleve mucho tiempo poder volver a hacerlo surgir.

  • No, y para entonces ya me durará significativamente más... pudiendo hacer que sea, además, algo más grande. Ni que decir tiene, la siguiente vez me correré en tu boca en al menos una ocasión ( beber mi rico esperma directamente de mi miembro, sintiendo cómo éste palpita feliz en tu boca mientras te la inunda con la rica y cálida carga de sus testículos, es algo que no te puedes perder ).

  • Esperaré con impaciencia ese momento - le aseguró él, besando la tranca de Ciríe mientras ésta se empezaba encoger, perdiendo también turgencia y dando paso, enseguida, a la linda rajita a partir de la cual brotó... que también empezó a besar: pese a lo mucho que le había gustado devorar trancas, o al menos la de ella, seguía gustándole más aquello otro, aunque tenía que reconocer que por no demasiado margen.

  • No es que no me guste, mi amor, pero será mejor que pares, pues es hora de darte otra interesante lección - le dijo ella, tras aceptar aquellas muestras de cariño durante todo un minuto.

  • Es que te tengo muchas ganas, preciosa - le dijo él, dándole un último lametón y dejándole que se pusiese frente a él, las caras de ambos a unos treinta centímetros - ¿ Qué me vas a enseñar ahora, mi querida maestra del sexo ?

  • Verás, cariño, así como nuestros culos están específicamente diseñados para el sexo, nuestras bocas también lo están.

  • ¿ En qué sentido ? - se interesó él.

  • En primer lugar, observa qué puedo hacer con los dientes, y, cuando te hagas una idea, intenta imitarme - le sugirió ella, apartando los labios con los dedos a fin de que pudiese vérselos mejor.

Sus perfectas y delicadas piezas se hundieron en las encías, no quedando de ellas ni rastro, pues éstas se cerraron tras ellas. Segundos después, se volvieron a abrir, sin llegar a derramar ni una gota de sangre, y la dentadura al completo emergió, quedando exactamente igual que antes.

  • A mí no me sale - se quejó él, intentando visualizar mentalmente sus dientes escondiéndose, sin éxito.

  • No te preocupes, nos suele costar bastante aprender a replegar la dentadura, de hecho casi nunca lo logramos sin ayuda. Por fortuna, hay un truco del que nuestras madres se valen para enseñarnos a hacerlo, cuando ven que tardamos más de la cuenta... que suele ser lo más habitual.

  • ¿ Cuál es ?

  • Se acerca un hierro al rojo a uno de los dientes ( por lo común, a uno de los incisivos superiores ), y éste, al empezar a calentarse peligrosamente, se esconde por sí sólo, para evitar daños: una vez sientes cómo se repliega, ya sabes cómo hacerlo, con él y con cualquier otro. Evidentemente, eso no te enseña más que a meterlos, que no a sacarlos, para lo cual existe otra artimaña.

  • ¿ En qué consiste ?

  • En comer algo muy duro y abrasivo, por ejemplo pan completamente reseco. Te haces mucho daño, pero al poco los dientes aparecen por sí solos, para evitar mayores destrozos en las encías. Un breve chorro de orina de tus mamás ( o de tu única mamá, si acaso ésta te engendró con la ayuda de un macho de otra especie ), y aquí no ha pasado nada.

  • ¿ Cuándo acostumbra a hacerse todo eso ?

  • En plena adolescencia, como a los treinta y tantos.

  • Debe de dar mucho corte enjuagarse la boca con el pis de tu propia madre.

  • No entiendo por qué. ¿ Acaso tu madre no te curaba cuando te hacías una herida ?

  • Visto así, parece incluso lógico - concedió él - Imagino que os lo servirán en un recipiente...

  • Eso sólo lo hacemos en muy rara ocasión, pues nadie en su sano juicio desperdiciaría la oportunidad de recibirlo directamente, ni tampoco la de escanciarlo. Es una sensación maravillosa ( como bien has podido comprobar ), y se considera de muy buena educación agradecer la cura limpiando con boca y lengua la rajita ( o el pene, si acaso en ese momento tienen erguido uno )... a ser posible, hasta provocar un orgasmo ( sobre todo, si la herida era algo más que un simple rasguño ).

  • ¿ Practicáis el sexo oral con vuestras propias madres ?

  • No fastidies, como que nos íbamos a conformar tan sólo con el oral. Hacemos de todo con ellas, pues de hecho son ellas las que nos inician en el maravilloso mundo del sexo, y bastante a menudo también las que nos desvirgan... cosa que hacen cuando alcanzamos los cincuenta, que es cuando se nos da ya por adultas, a lo largo de una estupenda orgía familiar en la que practicamos ciertos ritos que en otra ocasión te describiré.

  • Me dejas pasmado.

  • Si ahora estás pasmado, no quiero ni pensar qué pasará cuando entremos en detalles - rió ella.

  • Por ahora, será mejor que sigamos con lo de tu boca.

  • Estoy completamente de acuerdo, cielo. Mírame la lengua.

Ciríe abrió la boca y empezó a ondearla sensualmente. Hasta ahí, nada raro, pero entonces le empezó paulatinamente a aumentar de grosor y longitud, para asombro de Óscar. Sin dejar de ondularse y crecer, pronto alcanzó los labios de él... sin necesidad de mover, ninguno de los dos, la cara.

  • Venga, hazlo tú - le animó ella, sin verse alterada, o no significativamente, su voz.

  • ¿ Cómo puedes hablar, con todo eso saliéndote por la boca ?

  • se extrañó él.

  • Pese a tener también cuerdas vocales, al igual que los humanos, y mucho más versátiles, no nos son imprescindibles para hablar, pues por simple mediación de nuestra voluntad podemos hacer vibrar todo aquello que esté en nuestras inmediaciones ( en este caso, el aire ). Te recomiendo que no lo intentes hacer tú, pues se necesita cierta práctica, y el sonido que podemos generar es tan fuerte que despertarías a todo el hotel, qué digo, a todo el vecindario... rompiendo, de paso, algunas ventanas.

  • No paras de sorprenderme. ¿ Me enseñarás hacerlo ?

  • Por supuesto, y a la mayor brevedad posible, pero sólo cuando estemos en un lugar apartado, donde nadie pueda quedarse sordo... o sencillamente reventar.

  • ¡ Mira que eres bestia !

  • Te aseguro que no exagero. Se trata de un poder sumamente destructivo, de usarse sin el adecuado control. Si lo dirigimos sobre cuerpos sólidos, éstos pronto quedan triturados, e incluso explotan, o se derriten: los líquidos a menudo hierven. Hundir un edificio como este no nos llevaría más que unos instantes, de esforzarnos lo suficiente. Si me urge tanto enseñarte a usarlo es principalmente para que no hagas daño a nadie con él... cosa de la que, si te conozco bien ( y así debería ser, pues nuestras almas han estado en comunión ), te arrepentirías.

  • Y que lo digas. No pensaré siquiera en ello hasta que estés dispuesta a enseñarme cómo se hace.

  • Me alegra oír eso. Y, ahora, enreda tu lengua con la mía. Recuerda, cariño: no intentes hablar, aunque me veas hacerlo a mí, o ambos lo lamentaremos. Si quieres decir algo, repliega antes la lengua.

  • Creí haber dejado claro que no intentaría usar ese poder - se ofendió él.

  • Lo sé, no me refiero a eso. Si te empeñas en hablar, aun por el procedimiento normal, lo más probable es que muerdas a alguno de los dos, si no a ambos.

  • Comprendido. ¿ Cómo hago para alargarla ?

  • No bien desees de verdad hacerlo, sabrás cómo - le aseguró ella - Pasará exactamente igual que con tu pene.

  • ¿ No se te irrita, al secársete ?

  • No se me seca, somos capaces de mantenerla razonablemente húmeda aun teniéndola expuesta al medio ambiente durante horas.

  • ¿ Incluso en climas áridos ?

  • Sí, y aunque esté por completo expandida.

  • Pero, ¿ aún se puede extender más ?

  • Bastante más, mi amor.

  • ¿ Cómo cuánto ?

  • Te reto a que lo averigües por ti mismo - le dijo ella, haciéndose la interesante.

Él abrió la boca, y sacó la lengua, por el momento perfectamente normal. Tras serenarse, deseo proyectarla, aumentando su grosor ( salvo en su base, pues no quería ahogarse ), y su lengua le obedeció. ¡ Era más fácil de lo que había imaginado ! Jugó un poco con ella, principalmente a fin de conocer sus limitaciones: su longitud máxima vendría a ser en torno a seis palmos - tomando como referencia sus propias manos -, aunque algo le decía que con el tiempo podría expandirla aun más. Por tanto, y según sus cálculos, sería capaz de alcanzarse las rodillas con ella, aun estando en pie y absolutamente erguido... no digamos, pues, su propio miembro, expectativa que, si bien no muchas horas atrás le habría repugnado, ahora le sedujo notablemente. Finalmente la redujo de tamaño, dejándola tan grande como la de ella, y la enroscó sobre ésta, cosa que ella también hizo. Era increíblemente maniobrable, estimó que quizá algo más que su pene... y eso eran palabras mayores, pues éste parecía habérsele transformado en una especie de poderoso y sensual tentáculo con forma fálica.

Lo que se estaban dando sí que era un auténtico beso de tornillo, se dijo él. Sus lenguas como mínimo se dieron cinco vueltas completas, una en torno a la otra. Ya le había parecido notar, cuando lamía la entrepierna de Ciríe, y posteriormente su falo, que su lengua había desarrollado una gran sensibilidad: ahora, no le cupo duda. ¡ Qué bien se sentía la de ella, trabada con la suya ! Ciríe pareció leer sus pensamientos, pues le dijo:

  • Nuestra lengua, boca, faringe y esófago, son notablemente sensibles. Si son estimulados apropiadamente, podemos experimentar orgasmos con todo ello. No son tan intensos como los vaginales, fálicos o rectales, pero pese a ello no están nada mal. Además de poder proyectar la lengua, podemos encajar trancas enormes, sin sufrir ninguna arcada o molestia digna de mención, y disfrutándolo mucho. Evidentemente, para ello contamos con la apropiada lubricación, proporcionada por glándulas que tenemos a tal fin, siendo todas las mucosas implicadas mucho más suaves, pero a la vez más resistentes, que las de los humanos. Asimismo, contamos con músculos que ellos no tienen. ¿ Quieres que juguemos a algo muy divertido ?

Él cabeceó afirmativamente, y ella le dijo:

  • Afloja un poco la lengua, manteniéndola pese a ello aún enrollada a la mía, y ve acercándote a mí. Yo introduciré la punta de la mía en tu boca, explorándola, y tú harás lo mismo. Vamos a hacernos el amor, cielo, con la lengua y en la boca, como sólo nosotros, los deluyrei, podemos hacer.

Óscar siguió sus instrucciones, y pronto sus labios se unieron, restregando cada uno de ellos, con su lengua, las totalidad de la boca del otro. En verdad era placentero, aunque, como bien ella le había dicho, sensiblemente menos que la sodomía. Ciríe le hizo tumbarse boca arriba, con delicadeza, y se tumbó en su pecho, manteniendo los labios siempre en contacto con los suyos. Los movimientos de ambos cada vez eran más decididos, y en algún momento él sintió cómo la lengua de ella, hasta el momento hecha un ovillo en su boca, se le aventuraba por la faringe. Se dio un breve sobresalto, pero, como descubrió que podía seguir respirando, se dejó hacer ( de todos modos, incluso allí le era grata ).

  • Como sin duda te has dado cuenta, aún puedes seguir respirando: nuestra laringe, aunque también entra en intersección con la faringe, está conectada, por medio de dos conductos secundarios, a las fosas nasales - le dijo ella, y sentir su voz dentro de él ( desde que alargó la lengua la había estado propagando en torno a la superficie de la misma ), le produjo un escalofrío de placer: ¡ qué excitante era sentir aquella vibración en su interior ! - En cualquier caso, nuestra respiración cutánea es tan eficiente que ni siquiera nos es imprescindible respirar, salvo cuando hemos de hacer un esfuerzo físico importante. Pero eso no es todo: además de poder respirar en el aire, podemos respirar bajo el agua. Nuestros pulmones pueden hacer también de branquias, y encharcarlos, así como drenarlos, no nos supone la menor molestia.

  • ¡ Inaudito ! - o eso fue lo que intentó decir él... mordiéndose, tal y como ella le había advertido, la lengua.

  • ¡ Te dije que no hablaras ! - le regañó ella - Siento tu sangre en mí. ¿ Te has hecho daño ?

El meneó negativamente la cabeza ( había aprendido la lección ), y ella le dijo:

  • Tranquilo, se te curará enseguida, y además recuerda que te daré un trago de mi pipí no bien vuelva a tener ganas de orinar. Pero ahora, sigamos con esto: ya es hora de que explores mi faringe, así que proyecta tu lengua un poco más.

Él así lo hizo, no estando muy seguro de por dónde seguir cuando llegó a la bifurcación. Ella le miraba, atenta, y él eligió uno de los dos caminos al azar ( a poco que se lo hubiese pensado, se habría dado cuenta de que se acababa de equivocar, pero no quería parecer indeciso: en cuanto a los conductos auxiliares de los que Ciríe le había hablado, por el momento fue incapaz de hallarlos ).

  • Camino equivocado, mi intrépido excursionista, a menos que quieras saborear mi tráquea, cosa que no te recomiendo demasiado - le dijo ella, en un tono jocoso, y él retrocedió, buscando el otro conducto, con el que enseguida dio. Se internó en él, y fue descendiendo.

  • Acabas de sobrepasar el punto en donde nuestra sensibilidad empieza a decrecer, haciéndolo muy rápidamente - le anunció enseguida ella - Bajar más no tiene sentido, pues no gozamos apreciablemente con ello ( salvo en ciertas circunstancias, pero de eso ya te hablaré en su momento ), y además las paredes de nuestro estómago, en el que estás a un tris de internarte, posiblemente te irritasen un poco la lengua ( cosa que no ocurrirá cuando te hayas acostumbrado a hacerlo, salvo en medio de una digestión especialmente pesada ).

  • ¿ Mm ? - le logró decir él ( traducido, qué hacemos ahora ).

  • Ya hemos jugado bastante a esto. Intenta imitar lo que te voy a hacer: con un poco de suerte, y la suficiente dedicación por tu parte, ambos alcanzaremos el orgasmo faríngeo/bucal.

Ciríe empezó a lamerle, entrando y saliendo de su faringe ( esófago incluido ), sin olvidarse de su boca, y él hizo lo que pudo por imitar sus movimientos. Minutos después, ella le dijo, acariciándole la nuez:

  • Creo que lo vamos a conseguir, cariño, pues, a despecho de tu inexperiencia, te estás portando muy bien. Sigue así, cielo, corrámonos juntos. Yo casi estoy a punto, y noto que tú también...

Efectivamente, segundos después ambos empezaron a sufrir contracciones involuntarias en la laringe y el esófago, alcanzando casi a la vez el orgasmo, que a Óscar, si bien no tan grato como el rectal, se le antojó más placentero que el fálico... de cuando era humano, claro, pues por el momento aún no había tenido ninguno de ese tipo. Cuando se separaron, replegando sus lenguas, él le dijo:

  • Espero que esto también lo hagamos a menudo.

  • Claro, mi amor, y no sólo con la lengua: que te jodan la boca con un buen rabo es a su modo tan bueno ( de hecho más, pues sentir el esperma derramándose en tu laringe, o la orina, no tiene precio ).

  • ¿ Me harás también eso ?

  • ¡ Sin duda, y confío en que me devuelvas el favor ! De hecho, me gustaría recibirte en mi boca ahora mismo.

  • No hay problema, reduciré un poco el tamaño de mi miembro y nos pondremos a ello - le dijo él.

  • ¿ Me dejas elegir el tamaño a mí ?

  • ¡ Cómo no, Ciríe !

Ella, aún tumbada sobre él, se giró, de modo ahora el sexo de ambos apuntaba a sus respectivas bocas. Él comenzó a acortar el falo, y enseguida ella le dijo:

  • Espera, déjalo así. Es perfecto tal y como está ahora, aunque cuando crezca evidentemente lo querré mayor. Anda, echa un vistazo al fabuloso instrumento que me voy a comer.

  • ¡ Te voy a destrozar ! - exclamó él, tras observar, gracias a que ella se hizo momentáneamente a un lado, la imponente talla que se había dejado ( su tranca medía ahora del orden veinticinco centímetros, siendo su diámetro de algo más de seis: todo un monstruo para lo que a simple vista parecía una cría de diez años, aunque su pareja no era precisamente una cría... ni tampoco una humana ).

  • No temas, querido, así es ideal, ya verás qué bien nos lo vamos a pasar - le dijo Ciríe, retornando a su posición.

  • Si te hago daño, te ruego que me avises, para empequeñecerlo.

  • Te prometo que, de darse el caso, lo haré. Oh, y voy a introducir mi lengua en tu culo ( para encargarme de tu maravillosa verga no me es imprescindible, bastándome con los labios, los carrillos, y la musculatura de mi tráquea y de mi esófago ), no sin antes enrollarla en tus cojones: ¿ qué te parece el menú ?

  • Bastante exótico, a decir verdad. Espero que me guste.

  • Claro que sí. Tú tan sólo relájate, y disfruta. Vas a creer morirte de placer, ya verás.

Ciríe se aplastó contra su cuerpo, y encajó sin problemas el miembro en la boca. Según Óscar estimó, sólo los últimos cinco centímetros, quizá menos, quedaron fuera de su voraz, y acogedora, boca ( no había replegado los dientes, ni falta que le hacía, tal era su habilidad ). Volvió a alargar la lengua, a la que dejó salir por entre sus labios, con deliberada lentitud, enrollándola como una culebra en sus testículos... sobre los que ejerció una deliciosa presión. Le gustó mucho sentir cómo iba rozando ambos, mientras se dirigía a su culo. Hizo ademán de separar las piernas, pero ella le dijo.

  • No, cariño, déjalas cerradas. Quiero abrirme paso hacia tu tentador culo por mis propios medios. Y no se te ocurra alzar las caderas, me lo pondrías muy fácil.

  • Como quieras - le dijo él, uniendo los muslos, entre los cuales pronto se coló la lengua, pese a sus esfuerzos por impedirlo ( para ser sinceros, no le puso tantas trabas como habría podido ).

  • ¿ Me notas ya, cielo ? Estoy llamando a tu puerta de atrás.

  • Mm, sí, siento tu lengua en el ano, y en el rabo también me estás haciendo maravillas, con tu boca y garganta. Esto es la monda.

  • ¿ Qué me dices de tus huevos ? ¿ Te gusta cómo te los aprieto ?

  • Sí, es una sensación muy difícil de describir. Los siento arder, al contacto con tu lengua, que me constriñe con potencia pero a la vez con cariño.

  • ¿ Aprieto más ?

  • Casi mejor que no, o sospecho que me harás daño.

  • Como desees. Y, ahora, ¿ me dejas entrar ?

  • Sí, linda, entra en mí.

  • Empiezas a cogerle el gusto a esto, ¿ verdad ? - rió ella.

  • Uf, ni te lo imaginas.

  • Oh, nene, no seas bobo, claro que me lo imagino. Esto es algo de lo que he disfrutado bastantes veces, tanto con humanos como con alguna deluyrei.

  • No sé que me está gustando más, si lo que me estás haciendo en el pene o lo que me estás haciendo en el culo. Por cierto, ¿ no te da un no sé qué meter la lengua ahí, después de haberte corrido ?

  • Es delicioso, cariño: me encanta el sabor del semen, aunque sea el mío, y más si está mezclado con los jugos íntimos de alguien, en este caso los tuyos.

  • ¿ A qué nos sabe el culo, exactamente ? - se interesó él.

  • Recuerda que ya lo has catado, a través de mi falo.

  • Quizá, pero su sabor estaba mezclado con el de tu esperma, que jamás antes había probado, así que no he sido capaz de discernir dónde acababa uno y empezaba el otro.

  • Cierto, no había caído en ello. Veamos, su sabor se parece vagamente al de nuestro fluido vaginal, en gran parte gracias a su lubricación, que es bastante similar: pese a ello, también nos sabe a sumidero, muy sutilmente. Nuestros culos tienen un gusto consistente, intenso, pero a la vez delicado: son una delicia, Óscar, digna de los más exigentes paladares, estando a su modo tan ricos como nuestros coños o nuestras trancas. ¿ Quieres probar el mío, y así sales de dudas ?

  • No me siento preparado para hacer algo así - le dijo él, un tanto tenso.

La verdad es que ya había probado aquello antes, naturalmente sólo con Alicia, y en gran parte para devolverle el favor, pues no olvidemos que ella también se lo hacía ( por cierto no tan a menudo como él a ella, aunque aquello era sólo culpa suya, pues Alicia siempre parecía dispuesta a comérselo ). Ni que decir tiene, nunca se le pasó por la cabeza hacérselo a otra persona, sencillamente le parecía inconcebible, casi sacrílego, y además sólo se lo comía cuando ella estaba recién duchada... o acababa de darse un buen baño, ya fuera en la piscina, en un río o en el mar ( en cualquier caso, prefería degustar su coño, así que aquello sólo lo dejaban para ocasiones más o menos especiales ). Por otra parte, Alicia lo disfrutaba mucho más que él, alcanzando a veces el orgasmo, mientras que a él tan sólo le daba morbo... bueno, y quizá algo de gusto, sobre todo cuando ella le acariciaba los genitales, pero de ahí no pasaba.

  • Sin problemas. No bien hayas vencido tus reparos, házmelo saber. Te adelanto que, una vez lo cates, te resultará casi imposible hacer el amor conmigo sin dedicar al menos unos minutos a saborear mi trasero: incluso los humanos, siendo por lo común tan reprimidos, nos lo encuentran, sin excepción alguna, exquisito ( otra cosa es que lo reconozcan, que no siempre lo hacen ).

  • Aún así, creo que por el momento prescindiré de ello.

  • Como tú veas, cielo. Oh, y, ya que ha salido el tema, quizá te interese saber que encontramos sabroso incluso el trasero de los humanos, pese a lo sucio que a menudo lo tienen... y pese a lo vulgar que es su sabor, comparado con el del nuestro. Es más, cuando estamos lo suficientemente cachondas, no nos suele importar saborearlo aún repleto de mierda... que, en ciertas ocasiones, tragamos: ¡ es tan obsceno, tan maravillosamente sucio !

  • Es una imprudencia, eso es lo que es. Se pueden coger infecciones, e incluso enfermedades.

  • Imposible. No bien entran en contacto con nuestro cuerpo, o incluso con nuestros fluidos corporales ( siempre que éstos sean moderadamente recientes, habiendo sido expulsados hace no más de tres días ), todos los gérmenes ( creo que también los llamáis microorganismos patógenos ), mueren en el acto. Por ello, no sólo no podemos contraer ninguna enfermedad; tampoco podemos contagiarla, siendo el sexo con nosotros siempre seguro, no importa las cochinadas que hayamos hecho antes.

  • Vaya, eso no suena nada mal.

  • Pues ahí no acaba la cosa, ya que con los parásitos ocurre exactamente lo mismo. Por ponerte un ejemplo, si un mosquito se posa sobre nuestra piel, o incluso en nuestro cabello, cae fulminado, la mayoría de las veces antes siquiera de poder alzar de nuevo el vuelo.

  • Debe ser todo un alivio, sobre todo en verano.

  • Sí, y aún hay más - siguió ella - Somos por completo inmunes a la mayor parte de los venenos existentes, viéndonos afectados tan sólo un poco por los restantes.

  • Joder, cada vez me gusta más haberme convertido de un deluyrei. No parece haber más que ventajas.

  • Y lo que te queda por aprender - rió ella, retorciendo levemente las piernas y poniéndole los pies a ambos lados de la cabeza, empezando a acariciarle las orejas y las mejillas con sus plantas ( a un humano normal le habría costado bastante esfuerzo girar los pies en ese ángulo, de eso Óscar estaba seguro ). Aquello le cogió un poco por sorpresa, pero, como no le disgustó, no puso ninguna objeción, dejándose hacer.

  • Oye, acabo de caer en la cuenta de que no he sentido tu voz en mis entrañas - le dijo él, al poco - ¿ Por dónde estás hablando ahora ?

  • Estoy haciendo vibrar el aire ( llamémoslo hablar, si así lo deseas ), en torno a mi espalda: si hablase dentro de tus intestinos, en torno a mi lengua ( o a su través, según se vea ), no me entenderías.

  • ¿ A qué distancia podemos generar vibraciones ?

  • ¿ En qué unidad de medida las quieres ? Los humanos no hacen más que inventar sistemas de medida, a cual más impreciso y molesto de manejar.

  • En metros, claro está.

  • Lo siento, no la conozco.

  • Claro, por aquel entonces no se había establecido aún - cayó en la cuenta él - A fin de que te hagas una idea, compraré una cinta métrica.

  • ¿ Qué es eso ?

  • Una cinta, por lo común metálica, que se puede enrollar a fin de ocupar menos espacio. Acostumbran a estar graduadas en metros, así como en decímetros, centímetros y milímetros, que son medidas directamente relacionadas con él ( por si te interesa, son el resultado de dividir el propio metro por distintas potencias enteras de diez ).

  • Me alegra saber que por fin os habéis decidido a adoptar un sistema decimal. Cuando tengas el chisme ese, intentaré hacer la conversión entre ambas medidas. Y, volviendo a lo de antes, para hablar por ese procedimiento muy rara vez solemos generar el sonido a la distancia máxima ( la cual, por si te sirve como primera aproximación, suele rondar entre cinco y ocho veces la distancia que hay entre la puerta de esta habitación y su ventana ), prefiriendo hacerlo en torno a nuestra piel: nos parece más discreto, y desde luego también más íntimo.

  • De treinta a cincuenta metros, entonces - calculó distraídamente él, en un murmullo, alzando la voz a fin de preguntarle - ¿ Qué lugares soléis elegir para hacerlo ?

  • Eso depende de nuestras necesidades - le dijo ella, directamente en sus orejas... desde sus pies, aprovechando que estaban posados en ellas.

  • ¡ Me estás hablando por los pies !

  • Pues sí. Por cierto, ¿ te gusta que te acaricie con ellos la cabeza ?

  • Sí, es muy agradable.

  • En ese caso, no creo que te importe que te acaricie también la cara. ¿ Te parece bien ?

  • Sí, hazlo, pero no me vayas a dar con los dedos en los ojos.

  • Tranquilo, tendré cuidado.

Ella empezó a repasar con sus infantiles pies la cara de Óscar, que encontró aquel masaje de lo más estimulante: aquello, unido al cálido contacto de Ciríe sobre su abdomen, y ni que decir tiene a las maravillas que le estaba haciendo en los bajos, le llevó enseguida al borde del orgasmo ( tanto fálico como rectal ). Sin embargo, poco antes de que se corriese, ella disminuyó el ritmo, llegando incluso a parar.

  • ¿ Por qué te detienes ? - se quejó él.

  • ¿ Confías en mí, cielo ?

  • Claro, pero no sé a qué viene eso.

  • En este momento, mi principal objetivo es darte tanto placer como seas capaz de experimentar. A tal fin, me temo que deberé hacerme de rogar un poco, haciéndote de sufrir. Voy a parar muchas veces, cuando creas que no puedes más, a fin de demorar al máximo tan maravilloso instante... que prolongaré por todos los medios a mi alcance.

  • ¿ Merecerá la pena la espera ?

  • Sí, cielo, pero sólo tú puedes decidir si te prestas a ello.

  • Si noto que no me aguanto más, ¿ dejarás que me corra ?

  • Por supuesto, y bien que lo disfrutarás, pero, si quieres saber lo que es bueno, te pondrás por completo en mis manos.

  • Está bien, intentémoslo.

  • Te va a encantar, mi amor - le aseguró ella, empezando de nuevo a estimularle, tanto con la boca y la faringe, como con la lengua y los pies.

  • Mm, lo haces de miedo - le dijo él, al poco.

  • Mientras seguimos con este juego, ¿ te gustaría probar más cosas ?

  • ¿ Cómo qué ?

  • ¿ Te parecen bonitos, mis pies ?

  • Mucho, Ciríe, al igual que el resto de ti.

  • Tu cara arde bajo su contacto, cielo - rió ella, sin dejar de repasarle con ellos el rostro, sin olvidar el cuello y las orejas.

  • Sí, todo esto me turba mucho... pero no lo cambiaría por nada.

  • Oír eso me hace muy feliz. Y, ahora, ¿ qué tal si me los besas un poco ?

Él no dijo nada, simplemente se los quedó mirando... y al poco le dio un tímido beso al primero que se le puso a tiro, el derecho, en la planta ( muy cerca de sus diminutos dedos ). Aquello sólo se lo había hecho a Alicia, y en muy pocas ocasiones: además, al igual que tantas otras cosas, en su momento le era imposible concebir hacerlo con nadie más. No obstante, ahora todo había cambiado, de modo que el segundo beso fue más atrevido, y el siguiente, aún más. Pronto se los estaba lamiendo meticulosamente, alargando para ello un par de palmos la lengua. Le gustó tanto, que se propuso no dejar ni un milímetro cuadrado sin repasar. Ella no dejaba de trabajarle con boca y lengua, y finalmente él se los cogió de los tobillos, metiéndose todos los dedos en la boca.

  • Vaya, veo que realmente te ha gustado - le dijo ella, hablando aún a su través ( como ya sabemos, no era exactamente así, pero eso era justo lo que parecía ).

  • Mm, sí, y me pregunto si me cabrá uno en la boca.

  • Sin duda, pero será mejor que eso lo dejemos para otra ocasión.

  • ¿ Por algún motivo en especial ?

  • Antes de encajar un pie en la boca, lo mejor será que te entrenes con un puño. Ya jugaremos a eso, te lo prometo. No es tan bueno como una lengua, no digamos ya una tranca, pero tiene su encanto. Por cierto, hablando de encajar, ¿ qué tal si me agarras del cuello ?

  • ¿ Así ? - le dijo él, una vez rodeó el cuello de ella con ambas manos.

  • Sí, Óscar. ¿ Notas el bulto que tengo ?

  • Sí, es enorme.

  • No me extraña, cielo, es tu rabo. Apriétame como si pretendieses estrangularme: quiero que lo sientas en mi interior.

  • ¡ Noto la presión que ejerzo con las manos dentro de ti !

  • Interesante, ¿ no crees ?

  • Desde luego. No tendría más que agitarte del cuello, apretando un poco más, para hacerme un pajote.

  • Pues juguemos a eso un poco, no te quedes con las ganas.

  • Me da bastante apuro, ten en cuenta que podría hacerte daño.

  • Yo te diré cuánto puedes apretar, tesoro, y cuándo has de parar. Vamos, date unos buenos meneos, mientras me estrangulas amorosamente.

Él apretó un poco más, y empezó a mover las manos. Pese a que ella en ningún momento se quejó, no se atrevió a incrementar más la presión. Poco después, estaba de nuevo a punto de correrse, y ella le dijo:

  • Detente ya, o de lo contrario te correrás, y aún no es el momento apropiado. Yo misma seguiré un poco más, hasta hacerte casi rozar el punto de no retorno.

  • ¡ Ay, que me voy ! - gimió él, notando los primeros espasmos de placer, habiéndose sincronizado tanto los del falo como los del recto. Sin embargo, ella se las arregló para detener ambos orgasmos, diciéndole, no bien se calmó un poco:

  • ¿ Qué te está pareciendo mi terapia especial ?

  • No sé cómo coño te las has arreglado para evitar que me corra, Ciríe. Además, incluso deteniéndote me ha dado mucho gusto ( aunque nada que ver con un orgasmo completo, claro ). ¿ Se supone que va a ser siempre así ?

  • Sí, pues la primera vez no cuenta, ya que sólo era una prueba. ¿ Seguimos ?

  • Desde luego. Repítelo cuántas veces se te antoje.

  • Te advierto que podemos estar así durante muchas horas.

  • Oye, no te pases - se quejó él.

  • ¿ Te echas atrás ?

  • Qué remedio me queda: no podemos estar aquí todo el día. No sé ni siquiera qué hora es, y a las doce, como muy tarde, tendremos que salir... lo cual me recuerda que no tengo ropa con la que vestirme, y pasearme por ahí fuera en pelotas no es especialmente recomendable.

  • No hay problema. Disponemos del don del mimetismo, así como del de la invisibilidad.

  • ¡ No fastidies !

  • Observa, cielo - le dijo ella, y su piel se puso roja, luego verde, más tarde amarilla, cían, azul, violeta, y, por último, negra. Manteniéndose en esta última tonalidad, se formó en ella un delicado entramado blanco de forma aproximadamente hexagonal, más tarde uno romboidal, a continuación unas líneas en zigzag ( también eran blancas, de modo que, con ellas, Ciríe se parecía vagamente a una cebra ), y, finalmente, llamativos lunares multicolores. La demostración se prolongó durante aproximadamente un minuto, tras lo que toda ella retornó a su tono natural.

  • ¡ Si no lo veo, no lo creo !

  • Esto es lo que no va a ver - le dijo ella, burlona... desapareciendo súbitamente de su vista, pese a que el resto de sus sentidos le aseguraban a Óscar que aún estaba sobre él. De hecho, su tranca empezó a deformarse como si hubiese comenzado de nuevo a ser placenteramente devorada, aunque a un ritmo significativamente menor ( y eso era justo lo que ocurría ).

  • Mientras que el mimetismo sólo actúa sobre nuestro propio cuerpo ( cabello, ojos, uñas y dientes incluidos ), la invisibilidad podemos extenderla a lo que nos rodea - añadió al poco ella, y a Óscar pareció abrírsele un boquete en el pecho, creciendo hasta abarcar la mitad de su tronco. ¡ Podía ver su columna vertebral, e incluso adivinó la forma de sus transmutados intestinos !

  • ¿ Es muy difícil ?

  • Si te refieres a la invisibilidad, no especialmente, o al menos no cuando se dirige sobre uno mismo, pero aprender a afectar con ella lo que hay a tu alrededor lleva su tiempo - le dijo ella, haciéndose de nuevo visible, al igual que el tronco de él, y suspendiendo por el momento el masaje faríngeo/bucal - Yo no supe hacerlo del todo bien hasta que cumplí los treinta y tantos, si no me falla la memoria ( y no suele hacerlo ).

  • ¿ Y el mimetismo ?

  • Obtener tonos homogéneos en todo el cuerpo es relativamente sencillo, así que no creo que te lleve más de unas horas aprender a hacerlo, pero manifestar en tu piel dibujos, y más si son complejos, ya no es tan fácil ( paradójicamente, integrarte en el entorno es también bastante sencillo, pese a que por lo común supone exhibir dibujos realmente intrincados, pues lo hacemos de forma instintiva. Supongo que en unos cuantos días lo harás con soltura ).

  • ¿ Podrías hacerme invisible de cuerpo entero, y de paso a mi equipaje ?

  • Claro que sí, y más si es tan sólo durante un rato.

  • En ese caso, salir de aquí sería no sería demasiado complicado, pero, ¿ cómo podría conducir el coche ? Tanto si me dejase ver como si no lo hiciese, llamaría excesivamente la atención.

  • Si quieres, puedo salir a conseguirte algo de ropa, aprovechando que yo, gracias a ti, sí tengo con que vestirme.

  • No sé si conviene que te vean salir: nadie te vio entrar. Quizá debieras bajar siendo ya invisible.

  • Eso haría, tornándome nuevamente visible en la calle, por descontado procurando que nadie me viese hacerlo. Para volver, repetiría la secuencia, aunque a la inversa. Además, así te demostraría que puedo valerme por mí misma, cosa de la que aún no pareces estar demasiado convencido.

  • Me parece buena idea, pero antes deja que mire la hora - le dijo él, tanteando en la mesilla hasta dar con su reloj de pulsera ( se lo quitó al poco de volver de echar las cartas, en un acto casi reflejo, y desde entonces allí seguía ).

  • ¿ Por qué no has girado la cabeza para ver donde estaba ? - le preguntó ella, entre divertida y extrañada.

  • Pues tienes mucha razón: se me había olvidado que ahora puedo girar el cuello en ángulos casi imposibles. Creo que me llevará un poco acostumbrarme a los cambios que he experimentado - le dijo él, mirando la hora. Eran las ocho menos diez.

  • ¿ Cuánto queda ?

  • Poco más de cuatro horas.

  • No creo que necesite más de una para comprarte algo de ropa.

  • Hoy ya no habrá mercadillo: deberás entrar en una tienda, y no sabemos ni siquiera cuál es mi nueva talla.

  • Deja todos esos detalles en mi mano. No te defraudaré.

  • ¿ Sales ahora mismo ?

  • No pienso dejarte con las ganas: aún tenemos tres horas de margen, y las vamos a disfrutar al máximo.

  • Considera que deberás asearte y vestirte, y además una hora podría quedársete escasa.

  • Está bien, reservaré hora y media para ir de compras, incluyendo lo de asearme y vestirme - mientras decía aquello, Óscar empezó a manipular el reloj, poniéndose la alarma, por lo que Ciríe le preguntó - ¿ Qué estás haciendo ?

  • Estos aparatos pueden dar avisos sonoros a horas programadas. Me estoy asegurando de que no se nos haga tarde: empezará a pitar cinco minutos antes de que tengamos que dejarlo.

  • Un minuto es la sexagésima parte de una hora, ¿ no ese eso ?

  • Sí, eso es.

  • Entonces está bien, cariño. Venga, sigamos a lo nuestro - le dijo ella, empezando de nuevo a estimularle, de momento con calma.

  • ¿ Quieres que te vuelva a apretar del cuello ?

  • No, pasemos a otra cosa - repuso ella, llevándose las manos al trasero - Voy a separarme las nalgas, y quiero que me mires con mucha atención el ano.

  • No tengo ojos para otra cosa - le dijo él, no bien Ciríe lo dejó expuesto a su atento escrutinio.

  • ¿ Parece tierno y delicado, verdad ?

  • Sí, nena.

  • Lo es, pero pese a ello también es glotón, vicioso y lascivo. Pronto has de ver cómo tu tranca se pierde en su interior, hasta los testículos.

  • ¿ Tan grande como la tengo ahora mismo ?

  • Igual de larga, pero con un diámetro a ser posible algo mayor.

  • A simple vista, parece imposible que puedas encajar algo así de grande por ahí.

  • Juega con mi ojete, Óscar - le sugirió ella - Averigua por ti mismo qué puede y qué no puede encajar. Te avisaré si me haces daño, por eso no temas. Vamos, mi amor, necesito tus dedos dentro de él, no me dejes con las ganas.

Él le metió un dedo, el índice, que entró con suma facilidad. Tras retorcerlo un poco, añadió otro, y no mucho después otro. ¡ Qué suave estaba aquello, y qué prieto, pese a lo bien que encajaba lo que quiera que se le metiese ! Minutos después, tenía seis dedos dentro, tres de cada mano. Los elegidos fueron el índice, el anular y el corazón, mientras que con los pulgares le empezó a acariciar el sexo ( había puesto enfrentados los dorsos de sus manos ): los meñiques de momento estaban de más, rozando contra su rabadilla ( en un ángulo, repentinamente se percató, que bien podría habérselos roto de seguir siendo humano ).

  • ¿ No te duele aún ?

  • No, cariño. De hecho, me lo estoy empezando a pasar bastante bien: tus indecisos manejos, tan tiernos que pareces pensar que me voy a romper en cualquier momento, hacen que me estremezca de gusto.

  • Es una exageración, se te abre tanto que casi podría entrarte un puño.

  • Si eso crees, ¿ a qué esperas para comprobarlo ?

  • ¡ Me parece excesivo !

  • Antes yo te metí uno, ¿ o es que ya lo has olvidado ?

  • ¡ Yo soy mucho más grande que tú !

  • Ten fe en mí, y méteme un puño. Quiero sentirlo dentro.

Óscar así lo hizo, con cuidado, y poco después su puño derecho había sido engullido hasta la altura de la muñeca ( aquello sí que no lo había hecho nunca, y eso que Alicia se lo pidió en una ocasión que estaba especialmente salida ). Como ella no se quejó, empezó a hundirlo, lentamente. Se preguntó si a ella le gustaría que lo moviese, y empezó a agitarlo, cada vez con más determinación. Combinó el mete y saca con un lento avance, de modo que iba ganando terreno con cada arremetida, casi imperceptiblemente. Llevaba ya diez centímetros, en realidad algo más, de muñeca dentro ( para ser más precisos, aquello ya era su antebrazo ), cuando ella le dijo, con naturalidad:

  • Ese es el punto exacto en el que empieza a dolerme, si bien por el momento muy poco. Por cierto, me alegro que hayas decidido ponerte algo serio: estás empezando a coger algo de soltura, cielo, y eso me gusta. Y, ahora, ¿ deseas seguir profundizando un poco más en el, mm... asunto ? Has de saber que aún me sigue siendo bastante grato, pese a las leves molestias que comienzo a tener.

  • Preferiría no pasar de ahí, y gracias por el cumplido.

  • No hay de qué. ¿ Qué te ha parecido tu primera penetración con puño ?

  • Bueno, para ser precisos esta no es mi primera vez, pues ya se lo había metido a alguien antes, concretamente a mi esposa, aunque sólo por delante.

  • Mira que eres pillín - rió ella, en absoluto celosa - Y bien, ¿ te ha gustado cambiar de orificio ?

  • Sí. Tienes ahí abajo una gruta que haría las delicias de cualquier espeleólogo. He disfrutado mucho explorando tan acogedora, y cálida, caverna. De hecho, me he puesto más cachondo que cuando se lo hacía a ella por delante.

  • Oh, cariño, eres todo un encanto - se halagó Ciríe - Venga, saca el puño, que quiero que veas cómo se me ha quedado después de encajarlo.

El ano de la deluyrei permaneció por unos instantes terriblemente dilatado, y entonces se encogió de golpe, volviendo a su estado inicial. Nada parecía indicar el esfuerzo al que segundos antes se había visto sometido.

  • ¡ Nadie diría que acaban de meterte un puño, y bien clavado !

  • ¿ Y ahora ? - le dijo ella, jovial, mientras dilataba su esfínter hasta alcanzar el mismo diámetro que antes.

  • ¿ Cómo lo haces ?

  • Tenemos un perfecto control sobre toda nuestra musculatura... que, como ya te he dicho, es mucho más versátil que la de un humano. Observa cómo te guiño con mi ojete, cielo.

Ciríe volvió a cerrar el ano, abriéndolo de nuevo ( ya no tanto, quizá tansólo ocho centímetros ), comenzando a partir de entonces un incesante y rítmico palpitar: el ciclo completo de apertura y contracción le llevaba del orden de tres segundos. A Óscar le fue imposible encontrar la menor irregularidad: las escasas arrugas que se le formaban al cerrarse no sólo le quedaban preciosas, si no que se alisaban de inmediato, llegando casi a desaparecer. Su mejorada visión le permitió ver un hueco impresionante, brillante gracias a la lubricación, cuyos movimientos parecían estar perfectamente sincronizados con los del ano. Era una cavidad que de pronto se le antojó muy hermosa. Aquello no era un vulgar agujero de hacer caca ( así se refería al suyo propio Alicia cuando jugaba con él ): era un auténtico sexo alternativo, una vagina anal, una boca en el trasero... que parecía reclamar de él un beso ( aquel inesperado pensamiento le ruborizó, y ella sin duda se percató de ello, a través de las sensibles plantas de sus pies, en aquel momento posadas en mejillas y orejas, pero le dio igual )

  • Cielos, es precioso - murmuró él, mirándolo casi hipnotizado.

  • Cariño, tu cara arde bajo mis pies - le dijo ella, melosa ( no se le escapaba nada ) - Me pregunto qué te habrá provocado tan repentino rubor.

  • He pensado en ello como una boca - le confesó él.

  • Qué cosas tienes - rió ella, en el fondo sumamente satisfecha, pues aquello le pareció un claro indicio de que Óscar iba perdiendo sus inhibiciones - ¿ Quieres verlo desde más cerca ?

  • Sí.

  • Separa mis nalgas, y deja que sea yo quien te acerque la cabeza, guiándote con mis pies.

  • Como desees - le dijo él, dejándose hacer. Sus manos, cuando las posó en los glúteos de Ciríe, temblaban levemente.

Ella le fue acercando la cabeza, sin prisas, y treinta segundos después sentía su aliento a apenas diez centímetros de su trasero ( si fueran humanos, aquella posición les habría sido sumamente incómoda, cuando no imposible - sobre todo, a ella -, pero no era el caso, y ambos estaban muy bien así ).

  • Huélelo - le sugirió ella, sin dejar de estimularle ( Óscar ya casi estaba a punto, de modo que pronto tendría que parar de nuevo ).

  • ¿ Cuánto tiempo puedes estar así ? - le preguntó él, olfateándole intrigado - Llevas abriéndolo y cerrándolo varios minutos, sin disminuir el ritmo.

  • Tanto como sea necesario, mi amor. Una vez nos enchufamos ahí una tranca ( o dos, o tres, o cuatro ), no nos hace falta ni movernos para hacer que se corran: nuestra musculatura puede encargarse de todo ( naturalmente, eso es también aplicable a nuestra boca, faringe y esófago, así como a nuestra vagina ). Dime, ¿ te gusta cómo huele ?

  • Sí, mucho. Huele como... no sé, es difícil de describir. Me encanta. Por cierto, lo de las tres o cuatro vergas es un decir, ¿ verdad ? Lo digo por que se me antoja anatómicamente imposible.

  • Con humanos lo es, eso sin duda, pero no olvides la facilidad con la que los deluyrei podemos flexionar nuestros cuerpos, y desde luego también nuestras trancas... alterando, de paso, sus dimensiones. De todos modos, no creas que hacemos ese tipo de cosas a menudo: muy rara vez optamos por la cuádruple penetración, no digamos ya las de orden superior, y menos recibiendo por el mismo orificio.

  • No me extraña, os debe dejar destrozadas.

  • Qué va. El principal problema radica en lo complejo que resulta sincronizar el acto.

  • Creo que será mejor que dejemos de hablar, que me estoy desconcentrando - gimió él.

  • Deja de jadear, cariño, procura respirar por la nariz - le recomendó ella, dejando por fin quieto su ojete, que se quedó tan sólo levemente abierto - Oh, y te sugiero que la hinques parcialmente en mi ano, con las narinas a medio entrar, a fin de gozar al máximo de su aroma. Sin duda eso te centrará. Vamos, hazlo ya, ¿ o acaso me dijiste que te gustaba su olor tan sólo para quedar bien ?

  • Uf, ya me llega... - gimió él, tras seguir sus instrucciones.

  • Cómeme el coño, cariño, me apetece sentir tu lengua en mi rajita mientras te dejo una vez más con las ganas.

  • Lo que tú digas, nena... - le dijo él, empezando a lamer, ansioso, el sexo de Ciríe... mientras ella, en efecto, le privaba de un nuevo orgasmo.

  • Mm, juraría que cada vez me lo lames mejor, cielo, y eso que de entrada no se te daba nada mal. Creo que pronto haré de ti un auténtico experto.

  • El poder alargar la lengua ayuda mucho, y gracias a nuestro coito bucal he aprendido a usarla con más eficacia - le dijo él, encogiéndola previamente ( no la había alargado demasiado, apenas unos centímetros, pero era ya era suficiente como para correr el riesgo de morderse ).

  • Me alegra haberte sido de ayuda, mi aplicado alumno.

  • ¿ Qué hacemos ahora ? - le preguntó él ( ya se había recuperado, y de sobra, del fallido orgasmo ).

  • Sigue comiéndomelo, a ver si consigues que me corra antes de que yo aborte tu siguiente orgasmo ( u orgasmos, pues siempre son dobles ).

  • ¿ Dejo la nariz en tu culo ?

  • Si, cariño, pues me haces unas cosquillas deliciosas al respirar - le dijo ella, empezando de nuevo a estimularle.

Óscar logró que Ciríe se corriese poco antes de que ésta tuviese que dar marcha atrás, lo que le hizo acreedor de varios elogios. Tras la breve pausa de rigor, él le preguntó:

  • ¿ Probamos alguna otra cosa, o te lo vuelvo a comer ?

  • ¿ Alguna sugerencia ?

  • Si quieres, podría besarte el culo - le dijo él, con timidez.

  • ¿ Te refieres a las nalgas ?

  • Bueno, supongo que eso también, pero yo me refería al ano.

  • ¡ Ay, cariño, por fin te decides ! - exclamó ella, alborozada, y su cantarina voz pareció brotarle del orificio en cuestión, que se abrió presuroso como una flor, lujurioso y seductor - No sabes las ganas que tenía de que me comieses el culo. Por que no te quedarás en simples besos, ¿ verdad ?

  • Claro que no, la verdad es que tenía pensado lamértelo, y...

  • ¿ Sí, cielo ? - le ayudó ella, hablando nuevamente desde sus pies.

  • Bueno, también quisiera meterte la lengua dentro. Bien dentro.

  • Alargándola, claro.

  • Tanto como desees.

  • ¿ Hasta proporcionarme un orgasmo ?

  • A ser posible, sí.

  • Lo has hecho antes, ¿ no es eso ?

  • Únicamente con Alicia, y sólo cuando lo tenía bien limpio, aunque jamás le metía la lengua ( bueno, quizá la punta ).

  • No tienes por qué hacerlo si no quieres.

  • Sí que quiero, y no olvides que tú ya me lo hiciste antes: justo es que te devuelva el favor - le dijo él, omitiendo que aquello, además de apetecerle de verdad, también lo hacía para vengarse de su esposa: qué mejor forma de sentirse por fin libre de ella que hacer con otra mujer, y más si era Ciríe, lo que hasta la fecha sólo reservó a Alicia.

  • Muy bien. De todos modos, ni mi culo es como el de una humana, ni tu lengua es una lengua normal, así que las cosas cambian un poco. ¿ Quieres que te deje experimentar por tu cuenta, o prefieres que te indique lo que me apetece que hagas en cada momento ?

  • Me gustaría mucho conseguir que te corrieses, así que prefiero que me guíes.

  • En ese caso, deberás hacer exactamente lo que te diga, sin rechistar. Espero que realmente desees devorármelo, pues eso es lo que vas a hacer, y a fondo, aunque al principio quizás no te lo parezca.

  • Estoy dispuesto a seguir al pie de la letra tus instrucciones, cariño.

  • Excelente. Por cierto, ¿ te gustaría que me guardase para mí la opinión que me merezca cada uno de tus ejercicios , o casi mejor te la hago saber ?

  • Preferiría que me lo hicieses saber.

  • Perfecto, eso haré, aunque se me ocurren dos formas de mantenerte informado al respecto: con palabras, o con actos.

  • ¿ Qué tipo de actos ?

  • Te propongo una cosa. Yo te agarraré de los huevos, cada uno con una mano ( no tengo necesidad de desenroscar mi lengua de ellos, pues sólo los cubro parcialmente con ella ), y te los iré acariciando. Si acatas una orden con éxito, te lo haré con ternura: cada vez que metas la pata, te haré un poco de daño, y tendrás que repetir el ejercicio, tantas veces como sea necesario hasta que lo hagas bien.

  • ¿ Podré echarme atrás ?

  • No bien quieras suspender el juego, avísame dándome una palmada en cualquiera de los muslos. En cuanto la reciba, aflojaré mi presa. De todos modos, en ningún momento te haré daño de verdad, por muy torpe que estés resultando ser.

  • Está bien, acepto, cógeme de los genitales, pero no seas muy dura conmigo, Ciríe.

  • Eso jamás, cielo - le dijo ella, agarrando con ternura ( de momento ) sus testículos, y meneando brevemente las caderas - Vamos a ello. En primer lugar, cólmame de besos las nalgas. Quiero que sean fugaces, como los que a menudo se dan los adolescentes humanos ( hay que fastidiarse lo tímidos que son algunos ).

Él así lo hizo, y pareció responder a las expectativas de Ciríe, pues ésta en ningún momento dejo de acariciarle con ternura los genitales ( la lengua le rodeaba ahora como un lazo con el que se hubiera atado el escroto por debajo del pene... eso sí, con sutileza, sin cortarle la circulación ).

  • Ahora, dame breves lametones, de momento sin expandir aún la lengua. No llegues a rozarme el ano, aún no.

Aquella orden también fue acatada con éxito, y la siguiente no se hizo demasiado de rogar:

  • Lámeme a lo largo de la hendidura que forman mis nalgas. Empieza por la rabadilla y termina justo donde comienza mi rajita. Sube y baja, sin parar, y sin dedicarle a mi ojete más tiempo que al resto, por mucho que lo deseemos ambos.

De nuevo Óscar se portó, y ella continuó dándole órdenes, que él siempre acató satisfactoriamente. Tras lo que le pareció una eternidad ( en realidad menos de dos minutos ), pudo meterle la lengua por vez primera, y tres minutos después simulaba hacerle el amor con ella, alargándola cada vez más.

  • Hasta aquí llegan mis instrucciones - le dijo entonces Ciríe - Lo has hecho muy bien, no has cometido ninguna falta... cosa de la que sin duda te habrás percatado. No obstante, y como de todos modos sé que te habría gustado, voy a hacerte un poco de pupa en los cojones... pero no a modo de castigo, si no como premio. Para hacerte merecedor de él, devórame ya sin la menor traba. No temas, te gustará.

Ella empezó a presionar sus testículos, y él, tras dudar por unos instantes, continuó retorciendo su lengua dentro del recto de ella. Se dijo que si ella se equivocaba, no tenía más que darle una palmada en un muslo, así que continuó, pese a la desazón que empezó a sentir en los genitales. Pronto descubrió que ella tenía razón: aquel vago dolor en sus partes ( en todo momento perfectamente soportable ), combinado con todos los restantes estímulos que estaba recibiendo ( y no eran pocos ), se le antojó delicioso. Libre ya de hacer lo que se le antojase, comió aquel irresistible culo con ansia, gozando de su intenso sabor cada vez más. Como de costumbre, Ciríe tenía razón: estaba tan rico, y era tan excitante hacerlo, que a partir a ahora no haría el amor, al menos con ella, sin comérselo un poco ( y el coño, así como el falo, de hacérselo ella crecer, también, al igual que la boca ).

No tardó en notar cómo se ponía tensa, y saber que estaba a un tris de provocarle un orgasmo aceleró la venida de los suyos: para cuando ella se corría, él se quedó de nuevo a medias.

  • Lo has hecho francamente bien, mi amor - le aseguró ella - Y, ahora, dime: ¿ en qué quieres tener ocupada tu lengua cuando te deje correrte por fin ?

  • Me gustaría penetrarte con ella el coño - le dijo él, tras replegarla a fin de poder vocalizar.

  • Rompiendo para ello mi himen, claro.

  • Sí.

  • Como quieras, pero quizá debas saber que tengo una fantasía al respecto.

  • ¿ En qué consiste ?

  • Como ya te he dicho, casi siempre son nuestras madres quienes nos desvirgan, cosa que hacen a lo largo de la orgiástica ceremonia en la que se nos declara adultos. Pues bien, quizá te suene raro, pero... me gustaría repetir el sacramento, desvirgue incluido, asumiendo tú el papel de madre.

  • Si eso te hace ilusión, no se hable más. No perforaré tu rajita hasta llegado el momento. Eso sí, espero que a partir de entonces pueda hacer uso intensivo de ella.

  • ¡ Claro, tonto ! De hecho, si la quieres estrenar ahora mismo, tuya es, y con todo mi cariño: después de lo que has hecho por mí, no tengo derecho a exigirte nada. No por ello te amaré menos que ahora, y te juro por nuestra diosa que, de darse el caso, jamás te lo recriminaré.

  • Olvídalo, ya he tomado una decisión al respecto. Dije que esperaría, y esperaré. Eso sí, no te puedo prometer que vaya a participar en la ceremonia hasta que me expliques exactamente en qué consiste. Quizá haya algún aspecto de ella que no sea del todo de mi agrado.

  • Ya hablaremos de todo eso, aunque estoy casi segura de que optarás por participar. Pero ahora, dime: a falta de mi vagina, ¿ dónde pondrás la lengua, cuando te corras ?

  • ¿ Dónde te apetecería a ti ?

  • En mi culo, por supuesto, y hasta el fondo.

  • Pues ahí la tendrás.

  • Magnífico. Y, ¿ con qué la distraemos, hasta entonces ?

  • No sé, ¿ qué me propones ? A mí no me importaría seguir analizándote con la lengua hasta el final.

  • Ni a mí, pero creo que será mejor cambiar un poco: ¿ qué te parecería lamerme la espalda, por ejemplo ?

  • Muy bien, propuesta aceptada.

  • Pues volvamos a empezar...

Tras abortar su siguiente orgasmo doble, Ciríe se la pidió en su vientre y pecho, para lo cual tuvo que deslizarla entre ambos ( lo cual les resultó a los dos muy grato ). El siguiente lugar elegido por ella fueron sus muslos, en los que la enrolló parcialmente ( menos mal que era cierto lo de que se mantenía húmeda, o ya la tendría para el arrastre ), nuevamente sus pies, su sexo, y finalmente, pues ya era hora de correrse, su culo. No le quedaba mucho para ello cuando ella le dijo:

  • Has estado magnífico, poca gente habría consentido en esperar tanto, estando tan caliente como tú estás. Ahora, voy a disminuir un poco el ritmo, para prolongar tu placer... y el mío.

  • No me hagas más de sufrir... - le suplicó él, replegando por un instante la lengua a fin de poder hablar.

  • Sólo unos minutos más, cielo - le dijo ella, cariñosa pero inflexible, meneando la caderas y diciéndole, tras gesticular un poco con el ano

  • Vamos, sigue comiéndome el culo hasta el final, tal y como acordamos.

No mucho después, ella se corría, y Óscar le siguió de inmediato. Sus dos orgasmos, perfectamente sincronizados, fueron extraordinariamente intensos... y duraderos, pues se prolongaron por más de cincuenta segundos, en lugar de los diez, escasos, a los que estaba acostumbrado cuando era humano.

El placer que obtuvo vía rectal fue increíble, pero el que recibió a través de su falo fue, para su satisfacción, aún mayor ( una vez experimentó su primer orgasmo rectal supuso que nada podría superarlo, tan bueno fue, llevándose por tanto una grata sorpresa ). Era evidente que la sensibilidad de su miembro también había aumentado notablemente: en proporción, no tanto como la de su trasero ( a fin de cuentas, cuando Alicia le hacía cositas allí atrás se excitaba mucho, pero ahí se quedaba todo, no llegando a gozar realmente con ello ), pero sí lo suficiente como para seguir siendo mayor que la de éste. A partir de ahora, se dijo, tanto su tranca como su culo iban a hacer horas extra, y bien que lo iba a disfrutar ( su boca, por supuesto, también ).

  • ¿ Ha merecido la pena tu espera ? - le preguntó ella, mientras le sacaba la lengua del trasero, replegándola dentro de la boca ( cosa que él también hizo ).

  • Sí, Ciríe, he disfrutado como una bestia parda.

  • Pues esto es sólo un breve avance de lo que te espera: cuando crezca un poco más, te vas a enterar - le advirtió ella, extrayéndose de la boca su miembro ( cuya erección no había disminuido en exceso ), y girándose de modo que las caras de ambos quedaran enfrentadas.

  • ¿ Te puedes creer que aún tengo ganas de seguir fornicando, da igual cómo sea ? - le dijo él, sorprendido ( tras tan intenso placer, debería haber quedado para el arrastre, o eso pensó, pero seguía excitado, y no precisamente poco ).

  • Me lo creo, mi amor, a mí me pasa lo mismo - le aseguró ella, acercando lentamente su boca a la de él, por cierto completamente cerrada ( a saber por dónde le estaría hablando ahora ) - Eso es una prueba más de lo profunda que ha sido tu transformación: en circunstancias normales, un humano no habría podido formular ninguna frase coherente hasta pasados varios minutos, no después de disfrutar de una sesión como la que te he propiciado ( y, eso, de no haber caído inconsciente ).

  • ¿ Por qué no usas la boca para hablar ? - le preguntó él - Ahora no la tienes ocupada.

  • Sí que la tengo ocupada, cielo - le dijo ella, mirándole con lujuria, al par que posaba las manos en sus mejillas - Estoy guardando tu abundante corrida en ella, para compartirla contigo por medio de un prolongado beso, como los amantes que somos.

  • ¿ No te parece que te estás pasando un poco, en tu afán por inducirme a probar todo tipo de cosas ? - se quejó él, aunque sin hacer ningún esfuerzo, de momento, por apartarse.

  • Estoy tan convencida de que te va a gustar, que estoy dispuesta a apostarme lo que quieras a que así es.

  • ¿ Cómo qué cosa ?

  • Cualquier fantasía sexual que tengas, por alocada que te parezca... y por degradante que para mí resulte - le aseguró ella, añadiendo, antes de estamparle un beso - Decide cuál ha de ser más tarde, si ha lugar.

Óscar apartó la cara, pero ella fue más rápida, y además le agarró con bastante fuerza, forzando su boca con la lengua. Él al principio intentó evadirse ( es obvio que no puso el suficiente empeño, o lo habría conseguido, pues era bastante más fuerte que ella ), e incluso sufrió una breve arcada, pero el intenso sabor de su propio esperma pronto le sedujo... a lo que sin duda contribuyó el que le estuviese siendo servido en tan apetecible y bello recipiente. No tardó mucho en corresponder su apasionado beso, tragando sin reparos la corrida ( la cual, por cierto, era sorprendentemente abundante, de hecho sencillamente inhumana ). Cuando se separaron, ella le dijo, radiante ( hizo uso de la boca, pues ya la tenía libre ):

  • Esto no lo habías hecho jamás, ¿ verdad ?

  • Si me lo hubiese hecho Alicia, sospecho que no le habría dirigido la palabra en varios días del mosqueo que me habría pillado..

  • Pero te ha gustado, así que ya sabes otra cosa a la que jugar, mi querido deluyrei.

  • Has corrido un grave riesgo - le dijo él, en realidad apenas molesto por lo que le había hecho ( la única pega, tuvo que reconocer, fue que Ciríe le había privado de la oportunidad de tomar por sí mismo la peliaguda decisión de catar por vez primera su propio semen ) - Si no me hubiese gustado, me habría enfadado bastante.

  • En ese caso, te habría dejado descargar toda tu irritación en mí, castigándome como creyeses oportuno. Es más, te habría suplicado que lo hicieses, pues de lo contrario me habría sentido muy mal.

  • ¿ Realmente habrías aceptado lo que quiera que se me hubiese ocurrido hacerte ?

  • Por supuesto. De hecho, si no te hubieses visto capaz de idear algo, yo misma te habría sugerido posibles sanciones... aplicándome a mí misma, de así quererlo tú, la que eligieses.

  • No me digas que habrías estado dispuesta a flagelarte, o algo de ese estilo.

  • Si esa hubiese sido tu elección, ten por seguro que lo habría hecho. Pero dejemos de hablar de eso, pues el tiempo corre, y antes de tener que irme quisiera correrte unas cuantas veces más.

  • Quedan aún cincuenta minutos para que suene la alarma - le dijo él, sonriendo ante aquel juego de palabras, tras echar un vistazo al reloj

  • ¿ Qué quieres que hagamos ahora ?

  • Me apetece bailar para ti, y además te lo prometí antes, así que ponte cómodo, pues lo voy a hacer aquí mismo, sobre la cama.

Ciríe empezó a moverse, dando pequeños saltos y sin dejar de acariciarse con lascivia, ante la atenta mirada de Óscar, que pronto se llevó las manos al miembro, para satisfacción de ambos ( era evidente que a ella le gustaba mucho ver cómo se la machacaba en su honor ). No dejaba de hacer gestos hermosamente obscenos, y en más de una ocasión alargó la lengua y se lamió con ella su propia entrepierna ( cuando se la metió en el culo, Óscar se prometió que más tarde lo intentaría él, aunque la primera vez lo haría a solas, pues le daba algo de vergüenza que ella le viese hacer algo así ). También acariciaba con los pies a Óscar, al principio sólo ocasionalmente pero enseguida con bastante frecuencia: tanto, que finalmente se subió sobre su pecho.

  • ¡ Me vas a hacer daño ! - se alarmó él, al sentir todo su peso encima.

  • ¿ Acaso te molesta ? - rió ella.

  • No - reconoció él, sorprendido.

  • No sólo somos mucho más fuertes que los humanos, también somos bastante más resistentes, y en una proporción aún mayor. Venga, nene, agranda tus cojones, que también quiero pisotearlos. Ya verás qué sensación más rica.

  • Eso sí que me dolería - se alarmó él.

  • Si me subo sobre uno de ellos durante mucho rato, saltando a lo bestia sobre él, seguro que sí: si reparto mi peso sobre los dos ( y eso es lo que pretendo hacer ), lo dudo mucho, y menos considerando mi modesta talla actual.

  • Espero no lamentarlo - le dijo él, aumentando el tamaño de sus genitales hasta equipararlo al de un melón pequeño, y dejándolos sobre los muslos, que había cerrado.

  • No te los pongas ahí, o se te caerán hacia los lados - le dijo ella, y justo en ese instante sus testículos se desparramaron, quedando a ambos lados de sus piernas... postura que no le resultó nada cómoda.

  • Haberme avisado antes - se molestó él, llevándose las manos a los genitales para corregir la situación, pero ella se las apartó de una cariñosa patada, diciéndole:

  • Déjame que lo haga yo, mi amor. Separa un poco las piernas.

Él así lo hizo, y cuando entre ellas hubo el suficiente espacio para posar un testículo sin que se cayese, Ciríe metió el pie debajo del derecho, alzándolo y dejándolo allí. Repitió la operación con el izquierdo, aunque de momento sólo se limitó a alzarlo, no dejándolo caer hasta que hubo suficiente hueco. Una vez los dos estuvieron acomodados entre sus piernas, Ciríe empezó a acariciarlos con las plantas de los pies ( hasta el momento sólo los había tocado con el empeine ), así como con sus dedos, y finalmente le guiñó un ojo, tras lo que se subió sobre ellos, logrando de algún modo mantenerse en equilibrio y siguiendo como si tal cosa con el espectáculo. Al poco, le preguntó si le dolía.

  • Sí, pero mínimamente... y eso, sólo cuando das brincos estando sobre uno de ellos - reconoció él, sin dejar de meneársela - La mayor parte del tiempo no sólo no me molesta, si no que además me resulta muy estimulante. No lo entiendo: antes, cuando me los apretaste, lograste provocarme más molestias que ahora, aún cuando te posas sobre uno de ellos ( eso sí, cuando saltas la cosa cambia ). ¿ Cómo puedes ejercer más presión con una sola mano que con tu propio peso ?

  • Cualquiera de nosotros es treinta y dos veces más fuerte que humano que tenga exactamente la misma constitución, y no olvides que antes los tenías mucho más pequeños que ahora.

  • ¡ Qué barbaridad !

  • Pues ese valor puede multiplicarse hasta por ocho, en las apropiadas circunstancias, pero de eso ya hablaremos - le dijo ella, bajándose de sus testículos y caminando sobre sus piernas, dando breves e incitantes pasos, de puntillas una vez más. Tras permanecer en sus pies unos instantes, volvió a subir, haciendo una parada en los testículos ( más corta de lo que él hubiese querido ) y, subiendo por su abdomen, se detuvo en su pecho ( es un decir, pues no por no cambiar de sitio dejó de contonearse ), lugar en el que empezó a masturbarse de verdad, que no tan sólo simularlo. Su flujo vaginal era tan abundante que empezó a correrle por los muslos.

  • Me vas a inundar, preciosa - le dijo él.

  • Eso espero - rió ella - Lástima que no ya no pueda hacerme crecer un rabo, o me lo habría incrustado en el culo, para que vieras con qué gusto me hacía el amor a mí misma.

  • ¿ Podemos hacer eso ?

  • Anda, naturalmente, y te aseguro que es una de nuestras formas preferidas de masturbarnos, aunque comernos el coño o el culo también nos priva.

  • Si, ya he visto cómo lo hacías, y parecías disfrutarlo mucho.

  • ¿ Te refieres a esto ? - le dijo ella, con una pícara expresión, alargando una vez más la lengua y lamiéndose la entrepierna, tras lo que la aventuró en su culo una vez más ( cuando hacía aquel tipo de cosas, se colocaba de forma que Óscar no se perdiera detalle: en este caso, se puso de espaldas a su cara, separando las piernas y flexionando las rodillas, de modo que su trasero quedó a dos palmos escasos de ésta ).

  • ¿ Qué si no ?

  • Ay, cariño, eres deliciosamente ingenuo - rió Ciríe, replegando la lengua y poniéndose nuevamente erguida - Eso no es comerse, eso sólo es chuparse. No es que esté mal, pero sólo es un aperitivo: para comer, como todo el mundo sabe, hay que usar la boca.

  • Entonces, ¿ cómo... ? - comenzó él, pero calló cuando ella, aún de espaldas a él, hizo ágilmente el pino sobre su pecho, manteniéndose alzada con facilidad ( aprovechó la coyuntura para pellizcarle los pezones, atención que él encontró muy de su agrado ).

  • Sí que estás ágil, nena - se sorprendió Óscar.

  • Bah, esto no es nada - le quitó importancia ella, añadiendo, melosa - ¿ Qué te parece si antes de la demostración enroscamos un poco nuestras lenguas, aprovechando que ahora estamos cara a cara ?

Ambos proyectaron sus lenguas, enrollándolas durante unos instantes, tras lo que Óscar la volvió a encoger, cosa que a Ciríe no pareció gustarle.

  • ¿ Algún problema ? - se quejó ella.

  • Perdona, pero me da algo de grima verte boca abajo, de modo que preferiría no prolongarlo más de lo necesario.

  • Está bien, cariño, no tienes de qué disculparte, y además me halaga que te preocupes por mí - le tranquilizó ella, de nuevo sonriente, tras lo que agregó - De todos modos, podría tirarme horas boca abajo de ser necesario.

  • Lo que tú digas, pero cómetelo ya, que quiero ver cómo lo haces.

  • Allá voy, cariño - le dijo ella, flexionando el tronco de modo que su sexo quedó completamente pegado a su cara. Ni que decir tiene, empezó a lamérselo, arreglándoselas para no quitarle la vista de encima a Óscar, que seguía el ejercicio con una expresión entre fascinada, incrédula... y excitada.

  • ¡ Me dejas anonadado !

  • Pues no creas que sólo nos comemos el coño ( o el rabo, cuando nos hacemos crecer uno ): nuestro culo también está, gracias a nuestra excelente flexibilidad, al alcance de nuestros labios.

  • ¡ Eso quiero verlo !

  • Atento, pues - le dijo ella ( su voz no evidenciaba el menor esfuerzo, de modo que Óscar, de no haber visto cómo movía los labios, habría pensado que la estaba generando por medio de sus poderes vibratorios ).

La deluyrei se echó levemente para atrás, equilibrándose con sus piernas ( que hasta el momento había mantenido convenientemente plegadas, poniendo las pantorrillas contra los muslos ), y con sus propios pies se separó las nalgas ( otra de aquellas posturas inconcebibles para los humanos ). Entonces retorció un poco la cabeza, y empezó a comerse el culo. Su largo pelo caía sobre el pecho y la cara de Óscar, que le miraba absorto ( y no poco excitado ), haciéndole cosquillas. Ya había aprendido dos cosas más, que también se propuso experimentar por su cuenta ( eso sí, casi mejor pasaría de hacer el pino ), y por descontado tampoco se privaría de probar lo de metérsela a sí mismo por detrás.

Aquello sólo era una demostración, pero Ciríe estaba lo suficientemente excitada como para alcanzar de inmediato el orgasmo rectal, momento en el que paró, volviéndose a poner en pie ( al bajarse, quedó de espaldas a él, de modo que se giró, pues prefería mirarle a la cara sin necesidad de girar el cuello ciento ochenta grados ). Bajó hacia su cintura, dando breves saltos, y se puso otra vez sobre sus testículos. Entonces, tras bailar otro poco, le dijo:

  • ¿ Quieres que te pise la cara ?

  • ¿ Me dolerá ?

  • Para nada.

  • Entonces hazlo, cielo.

Ella subió por su tronco una vez más, sensualmente, plantándose enseguida sobre su cuello ( que no acusó el esfuerzo ), pasando de allí a su cara y a su frente, que también soportaron sin problemas su peso. Sus coquetos contoneos, y sus hábiles caricias ( por no hablar de lo que él mismo se estaba haciendo allá abajo ), no tardaron en llevarle a Óscar al borde del orgasmo, momento en el que ella le dijo:

  • Noto que estás a punto de correrte, tesoro. ¿ Me dejas que te lo haga yo ?

  • No veo por qué no - le dijo él, poniéndose las manos bajo la nuca - ¿ Con qué me lo harás ?

  • Con los pies, claro - repuso ella, bajándose a sus muslos mientras le miraba a la cara ( caminó hacia atrás ), y empezando a patearle los genitales, cosa que le arrancó algún que otro gemido ( aquello le asustaba bastante más de lo que le dolía, que no era gran cosa, pero, como pese a ello le gustaba, y mucho, decidió dejar que siguiese... al menos, un poco ) - Quiero que me los reboces con tu semen.

  • Como tú digas, nena, pero no me gusta el fútbol, así que ya está bien de tanta patada.

  • ¿ Qué es eso del fútbol ?

  • Un juego de pelotas. Probablemente es el más extendido que existe.

  • Son mis preferidos - le dijo ella, incitante.

  • No se usan ese tipo de pelotas. Se juega en un área rectangular, habiendo en cada uno de los extremos más alejados una especie de pórtico. Son dos equipos, de once jugadores, y cada uno de ellos debe hacer pasar un balón bajo el pórtico que defiende el contrario, cuántas más veces mejor.

  • ¿ Quien pierde debe someterse a los caprichos sexuales del vencedor ?

  • Pues no.

  • Al menos habrá algo de sexo a lo largo del juego...

  • En absoluto.

  • ¡ Pues vaya asco de entretenimiento ! - se quejó ella, sin dejar de arrearle cariñosas patadas en los inmensos testículos, llevándose las manos a la cintura y mirándole con fingida suficiencia mientras añadía - ¡ Ya te enseñaré yo juegos de equipo, cuando resucite a algunas de mis hermanas !

  • ¿ Ellas también querrán... divertirse conmigo ?

  • Sin duda. Siendo el único macho de nuestra especie, te compartiremos gustosas entre todas.

  • Y... ¿ están tan apetecibles como tú ?

  • Todas sin excepción son tan lindas como yo... y como tú, cielo. Ya verás, Óscar: entre todos vamos a organizar unas orgías que harán historia, y tú serás el rey absoluto de la fiesta. Lamentablemente, para eso aún quedan años, pues me temo que liberarles no será tarea nada sencilla.

  • ¿ Por qué lo dices ?

  • Porque el monolito en el que fueron apresadas las almas de más de ciento ochenta deluyrei, casi las tres cuartas partes de nuestra población total ( en este mundo, claro ), fue hundido en el fondo del mar.

  • Yo pensé que habría una piedra para cada una de vuestras almas.

  • Supongo que yo no fui la única que fui encerrada a solas, pero por lo común nos apresaron en grupos, cuanto más nutridos mejor.

  • Volviendo a lo de antes, ¿ no se supone que somos anfibios ? Podríamos bucear hasta donde quiera que esté.

  • Ay, nene, no a tanta profundidad. Pero no pensemos ahora en cosas tristes, y sigamos a lo nuestro: voy a manifestar mis alas, a fin de volar sobre ti, pudiendo así pajearte con más eficacia.

  • ¿ Las alas, dices ?

  • Sí, esas cosas que sirven para volar - se choteó ella, dejando de dar patadas a sus testículos y subiendo hacia su pecho, en donde se sentó, dándole la espalda y añadiendo - Mira, cariño, lo que hago.

En el punto donde se marcaba la parte inferior de sus omoplatos, surgieron dos aperturas, paralelas, de quizá seis centímetros de largo. Por ellas emergieron unas pequeñas alas que pronto crecieron hasta alcanzar, cada una, unos dos metros de longitud. Estaban orladas de bellos motivos multicolores, pareciéndose a las de una libélula, y, al igual que las de éstas, eran bastante translúcidas. Se veían frágiles, pero algo le dijo a Óscar que aquel no era el caso.

Enseguida descubrió que no eran tan sólo un par: había una pareja mucho más desarrollada que las demás, pero tras ella se veían dos parejas más ( una nacía algo por encima de la primaria, y la otra levemente por debajo, y parecían tener el suficiente juego como para poderse poner tanto por detrás como por delante de ésta, aunque esto último en aquel momento no pudo comprobarlo: entre las dos parejas secundarias apenas sumarían una quinta parte de la superficie que abarcaban las primarias, cuya achura máxima, calculó, sería de ochenta centímetros, siendo la media, a lo largo de toda su extensión, de cerca de cuarenta ).

Diminutos filamentos, a modo de nervios, las recorrían a todas ellas, y sus bordes estaban graciosamente curvados. Parecían presentar algunos lóbulos, pero en realidad eran lisas, siendo aquello tan sólo un efecto visual producido por sus irisados dibujos. Se le antojaron muy hermosas, y así se lo dijo.

  • Gracias por el cumplido, mi amor, aunque sin duda las tuyas también lo serán - le aseguró ella, elevándose en el aire... sin apenas moverlas.

  • ¡ Eh ! ¿ Cómo es que te elevas, sin batirlas ?

  • ¿ Impulsando al moverlas el aire hacia abajo, cómo hacen por ejemplo los pájaros ? - inquirió ella, visiblemente divertida.

  • Los pájaros, y cualquier ser vivo capaz de volar.

  • ¡ Qué burdo ! - exclamó Ciríe, aunque sin ofenderse, empezando acto seguido a revolotear grácilmente por toda la habitación, adoptando posturas que parecían burlar todas las leyes de la aerodinámica ( aunque su propio vuelo ya lo hacía ), y agregando tras la demostración - Nosotros somos capaces de ejercer, por medio de las alas, complejas fuerzas a distancia, repeliendo o atrayendo, a voluntad, lo que se nos antoje. Para elevarnos, por ejemplo, no tenemos más que repeler el suelo.

  • Parece bastante complicado.

  • Qué va, enseguida se le coge el tranquillo, aunque no esperes hacer auténticas acrobacias hasta dentro de algunas semanas. Cuando lleguemos a una zona razonablemente despoblada, te enseñaré los rudimentos de nuestro vuelo, así como los de nuestro poder vibratorio y nuestra invisibilidad. Oh, y, si quieres, te enseñaré a esconder los dientes...

  • Eso último será mejor dejarlo para otra ocasión.

  • Como desees, cariño - concedió ella, acercándose a él y sentándose en el aire ( o eso parecía ), a algo más de medio metro sobre sus muslos, y mirando hacia su cara. Tras patear de nuevo sus testículos, asió con ambos pies su miembro, empezando a acariciarlo ( para no ser menos, ella también se empezó a masturbar, esta vez el sexo, pues para su culo, de momento satisfecho gracias a la comida que ella misma se había hecho poco antes - cosa que no duraría mucho tiempo, pues notaba cómo el fuego del deseo empezaba de nuevo a despertar dentro de él -, tenía grandes planes ).

  • ¡ Eres una amante fantástica ! - gimió Óscar, extraordinariamente excitado gracias a las hábiles caricias que Ciríe, con sus lindos pies, le estaba propiciando ( una vez más, aquello ya lo había probado, pero muy pocas veces y sólo con Alicia... la cual, pese a lo fenomenalmente que se lo hacía, era una inútil comparada con Ciríe ) - ¡ Lo haces mil veces mejor, con los pies, que cualquiera de las mujeres con las que mantenido relaciones lo hacían con las manos !

  • ¿ Sólo mil veces ? - se hizo la ofendida ella, aunque era evidente que aquello le había halagado - ¡ En qué poca estima me tienes ! Me temo que no me va a quedar más remedio que castigarte...

  • ¿ Qué me vas a hacer ?

  • Te voy a meter el dedo gordo de uno de mis pies en el glande, a través del meato - le dijo ella, pateando una vez más sus testículos, casi con desgana, y mirándole con fingida severidad, como si en efecto se hubiese molestado - Será mejor que agrandes un poco más tu herramienta, o te dolerá más de la cuenta.

  • ¿ Esa es otra de las cosas que se supone que me tienen que gustar ?

  • Sí, cielo.

  • Pues adelante, nena - le animó él, expandiendo su falo hasta una inhumana talla de treinta y pocos de longitud por nueve de diámetro y preguntándole - ¿ Te vale así de grande ?

  • Sí, así mismo me vale, querido - le aseguró ella, empezando a presionar el pulgar del pie izquierdo contra su meato... dentro del cual se abrió súbitamente paso.

  • ¡ Ay, escuece ! - se quejó Óscar, al sufrir aquella intrusión.

  • ¿ Qué te habías creído ? - se extrañó ella, retorciendo el dedo con determinación, y agarrándole el miembro con el otro pie, a fin de que no se zafase de su caricia ( cosa que hizo por medio de un poderoso, si bien cuidadoso, pellizco en el frenillo ) - Cuando te acostumbras es delicioso, pero las primeras veces siempre duele un poco ( bueno, o no tan poco ). De todos modos, apuesto a que estás empezando a sentir un gustirrinín muy rico, ¿ verdad ?

  • Bueno, la verdad es que sí - reconoció él, sin estar muy seguro de si quería seguir o no, pues no por gustarle aquello dejaba de dolerle

  • pero pese a ello me resulta muy molesto.

  • No me extraña. Lo tienes muy estrecho, salta a la vista que no sabes dilatarlo, y así no habrá forma de meterte un rabo por ahí.

  • ¿ Os hacéis penetrar incluso por la punta de la tranca ? - se sorprendió Óscar, y la idea le pareció tan absurda que casi se le escapa una carcajada.

  • Por supuesto. Esa es tan sólo una de las muchas ventajas que conlleva el poder alterar a voluntad las dimensiones del miembro.

  • Debe ser una sensación realmente extraña... - comentó él, decidiendo finalmente dejarle continuar tanto como quisiera, pues el dolor estaba empezando a amortiguarse, dando paso a un cosquilleo muy placentero.

  • Me gustaría seguir un buen rato, pues conviene que te acostumbres a esto, pero quiero tu corrida ya mismo en mis pies - le dijo no mucho después ella, extrayendo el dedo ( sonó como si hubiese descorchado una botella ), y aumentando el ritmo de sus caricias.

Casi de inmediato Óscar se corrió, y su hábil masajista se las arregló para asegurarse de que su esperma no saliese disparado en todas las direcciones, recibiéndolo siempre en uno u otro pie, o contra su pecho ( e incluso en su cara ), todo ello sin dejar de estimularle con su acostumbrada habilidad. Estaba aún en pleno orgasmo cuando ella empezó a disfrutar del suyo... que no se molestó en disimular, precisamente.

El abdomen de Óscar estaba encharcado, así como sus muslos y sus genitales: los pies de Ciríe también, y no dejaban de gotear esperma, que ella tuvo a bien distribuir por el pecho y cara de Óscar, salpicándole traviesa con rápidos balanceos de sus piernas.

  • No puedo creerme que haya eyaculado tanto - le dijo al poco él, esquivando uno de aquellos grumos por muy poco margen ( casi le dio en un ojo, pero al moverse lo interceptó con la nariz, de donde se lo relamió antes siquiera de darse cuenta de que lo hacía ).

  • ¿ Qué esperabas, habiéndote puesto unos huevos casi del tamaño de mi cabeza ? - le reprendió ella, poniéndose en postura vertical y aterrizando suavemente sobre su pecho.

  • Joder, pero si hasta del pelo te chorrea - se percató él.

  • Has sido muy malo, papá, me has dejado hecha un asco - siguió haciéndose la ofendida ella, aunque era evidente que le gustó mucho recibir aquella cálida y pegajosa ducha.

  • Lo siento hija, perdóname.

  • ¡ Malo, malo ! - insistió ella, enfurruñada, empezando a abofetearle la cara con los pies ( si aquello eran auténticas bofetadas, que no patadas, era gracias al amplio juego de tobillo con el que contaba Ciríe ). Óscar estaba convencido de que, de haber seguido siendo humano, aquellos golpes le habrían provocado alguna lesión, aunque fuera leve ( alguno de los más fuertes sin duda le habría roto los labios ): sin embargo, todo lo que conseguía con ellos era excitarle de nuevo.

  • ¡ Para, nena, o me tendré que poner serio ! - le dijo él, entre risas, cogiéndole con fuerza de los pies... que se llevó a la boca, a fin de limpiarlos.

  • Veo que te ha gustado el sabor de tu jugo de macho - rió ella, dejando de lado aquella farsa, y acariciando con sus pequeños dedos los labios y lengua de él.

  • Lo que realmente me gusta eres tú, mi adorable y lasciva hija, aunque reconozco que mi leche está también muy rica.

  • Bebámosla, pues.

Ciríe se dejó caer de espaldas sobre él, escondiendo mientras lo hacía sus alas ( golpeó con su cabeza el miembro de Óscar, quién sabe si involuntariamente o a propósito, pero ni eso le dolió ), y, poniéndose presurosa boca abajo, empezó a recorrer su cuerpo con la boca, bebiendo parte del esperma y dándole el restante por medio de rápidos pero fogosos besos. Él hizo lo mismo. Poco después, estaban limpios ( o, al menos, todo lo limpios que por medio de aquel procedimiento podían estar ), y ella le dijo, mirando a su entrepierna:

  • Veo que tu troncha sigue con ganas de juerga.

  • ¿ Y tú ?

  • Mi culo quiere rabo, el muy cochino, de modo que ya sabemos qué hacer a continuación.

  • Será mejor que lo encoja.

  • Yo te diré cuánto, si no te importa.

Ella le dio el visto bueno cuando su talla fue de veinticinco y pico por casi ocho de diámetro.

  • Menudo trasto que te vas a calzar en el ojete, preciosa.

  • No me lo voy a meter yo, me lo vas a clavar tú - le dio ella, poniéndose de rodillas y separándose las nalgas, guiñándole incitante con el ojete y añadiendo, en un tono que a Óscar le hizo estremecerse ( arrastró las palabras como si estuviera ronroneando ) - Goza de mi culo, dame bien duro por él. Quiero que te me corras dentro una y otra vez, y que no pares hasta que suene el chisme ese. Vamos, cielo, ponme un enema de esperma tras otro, llénamelo hasta que rebose, y entonces sigue, y sigue...

  • Oye, nena, no me digas esas cosas, y menos en ese tono, que me estás poniendo cardiaco.

  • Eso es precisamente lo que pretendo, cariño. Demuéstrame lo mucho que me deseas tratándome con menos contemplaciones que a la más sucia y caliente de las zorras. Quiero saberme dominada por ti, sentirme un juguete en tus poderosas manos. Cómo lo has de hacer, es cosa tuya: sorpréndeme.

  • ¿ Realmente deseas llegar a esos extremos ?

  • Sí, mi amor. Ya sé que no queda mucho rato, pero las próximas veces que juguemos a esto, que espero no sean pocas, le dedicaremos bastante más tiempo.

  • Intentaré complacerte - le dijo él, enterrando en glande en el hambriento ojete, que opuso cierta resistencia a su avance, casi como desafiándole a perforarlo.

Decidió dejarse de rodeos, y se la clavó con rudeza hasta el escroto, y por su sentido gemido supo que le había gustado, así que empezó a bombear con violencia, clavándole los dedos en las caderas. Al poco, buscó sus pezones, y, sin dejar de penetrarle, se los pellizcó. Aprovechó para presionar su en apariencia delicado cuerpo contra el suyo, tras lo que, pasando un brazo por su pecho, empezó a acariciar su sexo. No tardó en encontrar el clítoris, extraordinariamente inflamado, y también se lo pellizcó. Ella dio un gritito, y él le cruzó la cara, por escandalosa, tras retorcerle el cuello ciento ochenta grados. Pudo apreciar una gran sorpresa en su rostro, cuajada de lasciva complacencia, así que le volvió a abofetear, tras lo que le giró y aplastó su cabeza contra la almohada, a fin de apaciguar sus insistentes gemidos. Enseguida tuvo su primer orgasmo, y ella, al sentir su esperma derramándose en sus intestinos, se fue casi de inmediato.

Apenas diez segundos después, y sin perder su miembro ni un ápice de turgencia, volvió a bombear, agarrándole del cuello y retorciéndole hasta que le hizo poner su cara contra su entrepierna. Cada vez que le embestía, sus testículos golpeaban en su frente. En esa postura tuvieron ambos el siguiente orgasmo ( el de ella fue doble, tanto rectal como vaginal, pues el roce de sus labios bucales contra sus labios vaginales fue bastante intenso ).

Diez segundos después, a lo sumo quince, Óscar se sintió con ganas de seguir, y, tras girarle pivotando sobre su falo, que en ningún momento sacó, le puso de frente, alzando sus piernas y cogiéndolas junto a las muñecas. Entonces, se puso de pie sobre la cama, momento en el que el principal punto de apoyo de Ciríe pasó a ser el miembro de él, balanceándose sin cesar por tobillos y muñecas, con lo que no hacía más que facilitarle la tarea a Óscar.

Tras el siguiente orgasmo, Óscar soltó sus brazos, cogiéndole por debajo de los muslos y alzándolos hasta que sus rodillas entraron en contacto con sus axilas. Ciríe estaba gozando mucho, aunque de vez en cuando se quejaba, pues su impetuoso amante le estaba haciendo algo de daño... que era justo lo que deseaba.

De nuevo ambos se corrieron, y Óscar le volvió a liberar, una vez más sin salirse de ella, para a continuación tumbarle boca abajo. Él, aprovechando la flexibilidad de su miembro, se sentó en su espalda, retorciéndolo y clavándoselo, tras lo que empezó a botar brutalmente sobre ella. Estaba pensando qué postura asumir a continuación, pues de nuevo se había corrido, cuando la alarma empezó a sonar, y ella le dijo:

  • Hay qué ver qué escándalo hace el aparato, para su tamaño. En fin, tenemos aún cinco minutos, suficiente para otro polvo, uno rápido. ¿ Me dejas elegir postura a mí ahora ?

  • Sí, pero démonos prisa - le dijo él.

  • Túmbate boca arriba, que quiero cabalgarte.

Ciríe se sentó, mirando hacia su cara, y puso sus manos en los muslos de Óscar, posando los pies en su pecho. Comenzó a moverse con violencia, mirándole a los ojos, y éste le preguntó:

  • ¿ Te lo hice bien ?

  • Ay, sí, cariño, estuviste divino. Eché en falta algunas cosas, pues me había dado la vena masoquista, pero eso tú no lo podías saber.

  • ¿ Qué cosas ?

  • Que me hubieses pegado, arañado, mordido e incluso escupido... así como insultado. Ya se me han ido las ganas, pero cuando me vuelva a sentir un poco masoquista te lo haré saber.

  • No sé si me gustará...

  • Claro que sí, cielo.

  • Mm, me queda muy poco... - gimió él, no mucho después.

  • Espérate, hagámoslo juntos - le rogó ella.

No habrían expirado los cinco minutos previstos para cuando empezaron a correrse. Cuando se calmaron, ella se levantó, suspirando, y dijo:

  • Malditas sean las ganas que tengo de irme, pero pienso cumplir con mi palabra.

  • Te chorrea esperma por el culo, cielo - le hizo notar él.

  • ¿ Quieres bebértelo, o mejor esperas a que vuelva ? - le dijo ella, poniéndose de espaldas y empezando a acercar, sensualmente, el anegado orificio a la cara de su amante.

  • Para entonces ya se te habrá salido, así que dámelo ahora - le dijo él, abriendo la boca sin pensárselo dos veces.

  • De mi culo no sale nada si yo no lo dejo - le aseguró ella, vehemente - Y tampoco habrá absorción intestinal, o no significativa, de modo que estará tan rico y jugoso como ahora. De hecho más, pues cogerá sabor a mí.

  • ¿ No te es molesto ?

  • En absoluto, y además estar llena de esperma me excita tanto que cualquier inconveniente se quedaría en nada. De todos modos, y a fin de no desperdiciar lo que ya se me ha escapado, cuando te saliste de mí, lámeme las nalgas.

  • Trae, nena, tu papá te va a limpiar todo eso - le dijo él, empezando a chuparle el pringoso trasero con sumo deleite. No bien hubo reunido todo lo que pudo, lo compartió con ella por medio de un beso: ¡ qué natural le parecía todo aquello ahora !

  • Ve subiendo la persiana y abriendo la ventana, que saldré volando por ella, por supuesto no sin antes tornarme invisible - le dijo ella, camino del cuarto de baño.

Óscar siguió sus instrucciones ( además, convenía ventilar el cuarto, pues olía a sexo que echaba para atrás... bueno, o eso pensaría quien entrase, pues a él aquel olor se le antojaba maravilloso ). Preparó la muda de Ciríe ( la más pequeña de las cuatro que le compró ), y llamó a recepción, interesándose por la dirección de la tienda de ropa más cercana. Le dieron las señas de tres, dos de ellas realmente próximas, estando la tercera ( que, según la señora que le atendió, era la mejor ), casi al otro lado del pueblo... lo cual, si se tiene en cuenta su modesto tamaño, tampoco era gran cosa. Lo anotó todo en uno de los folios que le habían sobrado ( esos que compró a fin de escribir aquellas cartas ), y entonces se metió en el baño. Para entonces, ella ya se estaba aclarando el pelo. Al verle, le dijo:

  • Será mejor que recojas todo como media hora antes de las doce, haya, o no, regresado ya. Oh, y te aconsejo que experimentes con el mimetismo. Puede ser una excelente manera de pasar el rato - en aquel momento, los pelos de ella se agitaron como movidos por un fuerte viento, y se peinaron por sí mismos, formando una raya justo en medio.

  • ¿ Y eso ?

  • Cierto, no te dije que podemos mover el pelo. Esa es otra cosa a la que podrías jugar.

  • ¿ Nunca acabarán las sorpresas ?

  • Muchos son nuestros dones, aunque de ellos ya sabes algunos de los más destacados - se excusó ella, vistiéndose con premura con la ropa, que a tal fin le tendió Óscar - Me llevará un tiempo enseñártelo todo acerca de nosotros.

  • Está bien, no nos pongamos ahora a hablar de ello. ¿ Te dejo la tarjeta ?

  • No, quédatela. Con lo que hay en tu monedero habrá suficiente, pues tampoco tengo previsto comprarte nada especialmente lujoso. Algo sobrio, pero no por ello ordinario, deberá ser suficiente.

  • No vayas a meterte en líos... - le advirtió Óscar mientras le entregaba el dinero, así como el folio con las señas.

  • Tranquilo, lo más que haré será pasarme por la entrepierna a todo con el que me cruce - le dijo ella, besándole una vez más ( en esta ocasión, con mucha más ternura que lascivia, pese al tono en el que se había despedido ), y desapareciendo de su vista.

  • Espero que sea una broma - se quejó él, sin saber a dónde mirar.

  • Ya veremos - rió traviesa ella, mientras corría las cortinas ( las dos hojas de la ventana ya estaban abiertas, de modo que aquel fue el último indicio de su presencia ).

Continuará...