El relato de Joana

A lo largo de diversas entregas, se verá cómo Joana cae en una red de trata de blancas y de explotación sexual.

PRÓLOGO

Estas páginas son fruto de una terapia que me ha impuesto mi sicóloga; si bien es verdad que al principio empecé sin ganas, poco a poco me fui animando a escribir mi historia, y más si alguna vez llegaban a mis oídos relatos o noticias de explotación infantil.

Dudé en su momento en escribir en primera o tercera persona, y me decidí por esta última, a semejanza de aquel gran historiador que fue Julio César. No confundáis: ni por asomo pretendo semejarme a él ni este relato puede compararse con sus comentarios…, ya no soy tan engreída, pero llegué a la conclusión de que escribiendo en tercera persona podría, quizá, abarcarlo todo de un modo más objetivo.

Mi relato podría dividirse en dos partes: una, en la que explico mis vivencias, mis pensamientos y mis sentimientos (quién mejor que yo para exponerlos) y otra, en la que intento mostrar, a partir de lo que llegó a mis oídos, el modo de actuar de otros. No creáis que la primera de las partes es fácil: tuve que armarme de mucha autocrítica para llegar a comprender y a calibrar cómo era yo realmente: tonta, egoísta, soberbia… La segunda parte también tuvo su dificultad, a pesar de la ayuda que me prestaron las conclusiones policiales, pues no es tarea sencilla escarbar en el ánimo de otras personas, sobre todo cuando se trata de saber qué pueden o podrían pensar de ti.

Muchas fueron las desgracias que me acompañaron durante aquellos meses en que estuve secuestrada, pero el objetivo de esta terapia (si no entendí mal) no era hacer una relación exhaustiva de todas ellas, sino sacar de dentro todo lo que pudiera haberme marcado… La avenida me la recorrí muchos días y muchas noches; pisos y fiestas visité en número que ahora mismo no quisiera recordar. Lamentablemente, las huellas que dejó esta terrible vivencia me acompañarán toda la vida.

Sé que algunos pensaréis que me entretengo demasiado en la primera noche, en aquella noche que supuso el inicio de toda mi desgracia, pero os pido comprensión y que entendáis que precisamente es necesario entender todo lo que ocurrió durante esas horas para poder comprender todo lo que sucedió después.

No quiero acabar este prólogo sin agradecer a la policía (tanto local como nacional) su buen trabajo; soy consciente de que me salvaron la vida cuando irrumpieron en la fiesta de aquellos jóvenes mafiosos… Nunca estaré lo suficientemente agradecida.

LA QUEDADA

  • ¿Y si llamamos a Joana? – preguntó Vania, mientras se alisaba la rubia melena.

  • ¿A Joana? – terció Álvaro, con mohín de disgusto -. Pero si esa tía es gilipollas.

  • Ya, pero también es la única que tiene coche. – añadió sonriente Vania.

  • Y la única que tiene trabajo fijo. – dijo Iván, un chico bajito y moreno que estaba sentado a su lado.

  • ¿Cómo cojones se lo haría para aprobar las oposiciones? – siguió Álvaro, extrañado. Sus ojos azules, que remataban un hermoso rostro de poderoso mentón masculino, se dirigieron a Vania – Si es que…, si es que es imbécil.

  • Mira, pero aprobó. – le contestó la chica, tras dar un pequeño sorbo a una tónica – Coche y dinero – sonrió de nuevo, unos dientes semejantes a pequeñas perlas contrataron con el moreno de su rostro -, ¿qué más queremos?

Álvaro, bebiendo un poco de cerveza, la miró detenidamente; le gustaba aquella mujer: sus ojos, azules como el cielo, y de mirada entre sagaz y burlona; su cabello, rubio trigueño, que se extendía a media espalda enmarcado por unas gafas de sol; su cara, de nariz afilada, boca grande y labios sensuales, y un cuerpo… ¡Dios, qué cuerpo!, de medidas casi perfectas, buen culo, buenas tetas, cubierto, por así decirlo, por una cortísima túnica, entre la cual y esa piel que ahora mismo él acariciaría (leve erección), un diminuto biquini blanco.

  • Uummm…, quizá tengas razón – se volvió a su izquierda -. ¿Tú qué opinas, Sonia?

Cumplía ésta el cuarteto sentado a la mesa de la terraza de un bar marítimo; la brisa removía su breve melena castaña; también su piel estaba tostada. Sonia era una chica de aspecto vulgar, más bajita aún que Iván (no llegaría a 1,65), cuyos pechos, enormes, contrastaban con la pequeñez de su físico.

  • Creo que es una putada – sentenció -, pero podría ser también una lección, ¿no os parece?

  • Pues le hace falta, coño – intervino de nuevo Iván, que siguió, tras un largo trago de cerveza, -. Estoy hasta los huevos de sus discursos feministas, y de dárselas de tía guay

  • ¿Ves? En eso te doy la razón – dijo Álvaro, dejando ir una atractiva sonrisa y guiñándole el ojo a Vania -. Se cree la reina de los mares, como si fuera superior a los demás…, y encima ese pesado discursito feminista, que si las mujeres son superiores, que si no harían falta tíos, y todas esas gilipolleces

  • Ja, ja, ja – rio Vania -. Yo creo que en el fondo la pobrecilla necesita un buen polvo.

  • Claro que sí, ja, ja, ja – la acompañó Iván -. Si es una vacaburra.

  • Chicos, chicos – intentó terciar Sonia -. Tampoco está tan gorda, solo un poco rellenita

  • ¿Rellenita? – ironizó Álvaro – Pues tiene un culo que parece una plaza de toros.

  • ¡Hala! – exclamaron a la vez Sonia y Vania -. No te pases – añadió esta última.

  • ¡Qué cojones! – insistió Álvaro -, y no te digo que no sea guapa, pero de burra y gilipollas que es…, vamos, no le haría un favor ni borracho.

  • Venga, venga…, que nos estamos desviando del tema – intervino Iván, a la vez que se abrochaba la camisa -. Empieza a hacer fresquito

Poco a poco había ido pasando la tarde; el sol iba diluyéndose al fondo, como si se ahogara en el horizonte marino. Las gaviotas, cada vez más numerosas, intuyendo ya la salida vespertina de los pescadores, punteaban con sus graznidos el rumor que producían las olas.

  • Bien, acabemos ya – dijo la morena Sonia, tras acabar de un trago la cerveza que aún quedaba en su copa -. ¿Qué os parece que hagamos? ¿Vania? ¿Álvaro? – si algo era de agradecer en ella, era su clara percepción de la jerarquía.

Sonriente, Álvaro miró a Vania:

  • ¿Nos preparamos una noche divertida… y gratis?

La rubia miró el reloj y le contestó:

  • Son las ocho… Nos quedan dos horas para planearlo todo… A mí me parece fantástico. – sonrisa cínica, inteligencia en los ojos.

JOANA

El timbre del móvil la sobresaltó; miró su reloj de pulsera, rosa de Hello Kitty; las nueve menos cuarto… No estaba acostumbrada a que la llamasen, sobre todo a esas horas. «Será mamá», se dijo, mientras rebuscaba por el salón. « ¿Dónde coño habré puesto el móvil?», eso sí…, si hay que soltar tacos, tacos femeninos, nada de cojones o carajo

Hasta ese momento, había estado leyendo sentada en el sofá, en ropa interior; un ventilador giraba y giraba en vano intento de romper el bochorno reinante…, la tenue luz de una lamparita (las persianas vetaban el paso al sol) era más que suficiente para que las verdes pupilas de Joana devorasen el nuevo tomo dedicado a la liberación de la mujer que había adquirido. Así, fresquita (sujetador y braguita con puntillas de color negro) había pasado la tarde, picoteando algunos cacahuetes, fumando algún que otro cigarrillo y bebiendo sorbitos de agua con hielo.

Al fin, su búsqueda dio resultado, y la pantalla del móvil se iluminó ante su cara sonriente…: «Álvaro»… Rápidamente, se puso al aparato:

  • ¿Sí?

Su sonrisa se agrandó más.

  • Aquí, leyendo un poquito

Medio tanteando, encontró al sofá y se sentó en él, cruzando las piernas y mostrando a un fisgón imaginario unos poderosos muslos.

  • ¿Esta noche?..., no sé… Espera un momento.

Apartó el móvil, tapó el auricular y su breve melena negro azabache (a duras penas rozaba sus hombros) se agitó al exclamar en voz baja:

  • Síííí

Regresó el móvil a su oreja, e intentando simular una cara de circunstancias, dijo:

  • Creo que podré venir… ¿El coche?... Vale… ¿Quiénes seremos?... ¿Vania también? – mohín de disgusto – Ok… ¡Oye!, ¿cómo se ha de ir?... ¿Informal?... Ok… Sí, claro que nos veremos… Hasta luego, adiós, adiós

Nada más colgar el teléfono, una sonrisa de triunfo iluminó su rostro de mejillas sonrosadas, nariz respingona y labios carnosos y sensuales: ¡Álvaro! ¡El machito! ¡El tío buenorro! ¡Aquél por quien todas las tías andaban locas, la había llamado a ella!, y no sólo eso, sino que además la había invitado a pasar una noche divertida. Rabia, rabia, Vania de las narices… Uf, cómo detestaba a aquella niña mona…, ella, Joana, la defensora de los verdaderos derechos de la mujer… Aquella tía estúpida, que sólo pensaba en trapitos y en estar monísima… ¡Hala, a joderse!

De repente, sus pensamientos cambiaron de camino y sus verdes ojos reflejaron algo semejante a preocupación… ¿cómo sería ir informal? Se echó hacia atrás en el sofá, uniendo sus manos por delante de las rodillas, dejando lucir un par de muslos impresionantes, al final de los cuales, de forma testimonial, se adivinaba una braguita navegando entre sus carnosas y poderosas nalgas. Arrugó el entrecejo, devanándose los sesos: ¿cómo sería ir informal?

No podía quedar en ridículo, otra vez, delante de aquella payasa; tenía que demostrarle a Sonia que… ¡Sonia!... Sonrisa que mostró unos dientes perfectos y maravillosamente blancos…¡Sonia, claro! Volvió a cruzar las piernas y, sin perder un instante, la llamó

EL PLAN

  • ¡Chicos, chicos! ¡Me está llamando! – los preocupados ojos marrones de Sonia se dirigieron, interrogadores, al resto del grupo.

  • ¿Esa idiota? – medio se sonrió Iván.

  • Uf…, estoy segura de que querrá pasarte por la cara su triunfo, ja, ja, ja. – rio, divertida, Vania.

  • Venga, cógelo niña, ¿a qué esperas? – espetó Álvaro.

Sonia contestó al móvil:

  • ¿Sí? ¡Ah, hola, Joana! ¿Qué tal?... Bien, bien… Sí, ya lo sé… Sí, Álvaro – mirada divertida al resto -. No sé, chica, cualquier cosa… ¿Yo?... Uf, no lo he pensado… Sí, ya me lo has dicho, Álvaro – mirada de intenso aburrimiento -. Ya, ya… Mira, me pondré algo corto y fresquito… ¿La tonta de Vania? – burlona, dirige ahora sus ojos a su amiga, que la observa sonriente -. Desde luego, es una creída… Claro que sí, sólo piensa en agradarlos… Oye, Joana – cara de fastidio -, lo siento, monina, pero he de colgar… Ok… Sí, sí… Nos vemos… Un besito, chao

Tan solo colgar, Sonia empezó a reír como una loca:

  • Ja, ja, ja… ¡Qué tía más estúpida! Ja, ja, ja… ¿Queréis creer que me estaba vendiendo su discurso feminista y a la vez me preguntaba qué debía ponerse para esta noche? Ja, ja, ja…, pero qué imbécil es.

Los demás hicieron coro a sus risas.

  • Ya se metía conmigo, ¿no? – dijo de pronto Vania.

  • Pues sí…; yo creo que te odia.

  • ¡Qué va! ¡Envidia es lo que me tiene esa tonta!

  • Vale, vale – interrumpió Álvaro -. Todo muy divertido, pero a mí me ha tocado la parte más chunga. Espero que me invitéis a esta cerveza.

  • No te quejes, guapo – sonrió Vania -. Piensa que podrás disfrutar de sus encantos.

  • Además – añadió Sonia -, solo con que la cojas de la mano, ésa se corre, seguro, ja, ja

Otra cascada de risas alegres acompañó al grupo.

  • Bien – dijo Iván, mirando fijamente a Vania -. Repíteme el plan, que lo vea claro.

  • Es muy sencillo. Álvaro la recoge a las diez; te aseguras – ahora miraba a su guapo amigo – de que lleve dinero… Cogen el coche y nos vienen a buscar. Primera parada, el pub de Enrique, a beber cubatas y a charlar

  • Eso, cubatas – aplaudió Iván -, pero, ¿cómo nos lo haremos para que pague?

  • Eso es trabajo de Álvaro – lo volvió a mirar, con sonrisa picarona; el aludido hizo un gesto de desdén -; de ahí nos iremos a Tiffany’s…, y pagará la entrada de los chicos y todas las consumiciones

  • No puede ser tan tonta –dijo, incrédula, Sonia.

  • Lo es y lo será –insistió Vania -. Tenemos aquí al chico más guapo del pueblo, y perderá su coño por él, je, je, je

  • Vaya mierda – torció la boca Álvaro.

  • ¡No nos falles, tío! – le golpeó amistosamente la espalda Iván.

  • ¡Sí, claro! No nos falles… Seguro que todo eso tendrá un precio para mí… ¡Qué asco!

  • Bueno, Álvaro – Vania hundió sus ojos aguamarina en el joven -. ¿Lo vas a hacer o no?

Atractiva sonrisa masculina.

  • Eso tendrá un precio, también.

Vania rio.

  • ¡Qué bobo eres! Ya sabes que me pirro por tus huesitos… - y, para dejarlo claro, le besó con pasión – Venga, ¿preparados?

  • Preparados – respondieron los tres, al unísono.

  • Iván, pagas tú – espetó, sonriente, Álvaro.

  • Jolín…, ok… Por lo que vas a sufrir, cabrón.

INTIMIDADES

Tras haber hablado con Sonia, dejando el móvil en una mesilla, Joana se dirigió tarareando una alegre melodía a su habitación… Echó un vistazo al despertador digital que se encontraba al lado de su cama: 21:15. Había tiempo…, hasta las diez no pasaría Álvaro a buscarla. Lo primero que hizo fue abrir la puerta del enorme armario ropero que señoreaba en la habitación: de grandes lunas, le había costado un pastón, pero fue tal la alegría que había tenido al aprobar las oposiciones (hacía ya cosa de un año) que no dudó en embarcarse en un pequeño crédito con el fin de amueblar aquel pisito que había alquilado. Mientras rebuscaba entre vestidos, pantalones, camisetas y faldas, se sintió invadida de nuevo por aquella sensación de orgullo y soberbia que la embargaba cada vez que se veía independiente, sola, sin vivir con su madre…, y no como aquella estúpida de Vania.

Una sonrisa ocupó su rostro de coloreadas mejillas al sacar un minivestido de Lacoste, de rayas a tonos azulados y verdosos, con tirantes blancos; arrugó el entrecejo y se dirigió, rauda, a la mesilla de noche, de donde surgió un sujetador negro cuyas tiras desprendió… Evidentemente, no iba a ir enseñando los tirantes del sostén.

Se observó en la luna del espejo del armario con una mirada que intentaba ser crítica: se reflejaba en él una chica de veinte años recién cumplidos, cuya altura a duras penas sobrepasaba el 1,65; una pequeña melena ondulada, negra como el carbón, se recogía rozando sus estrechos hombros. Unos desvaídos ojos verdes se miraban con la soberbia de quien se cree superior a los demás; al cambiarse el sujetador, unos pechos de talla 95 bambolearon poderosos, con enormes y sonrosados pezones…; su cintura no era muy estilizada (¿78?, ¿80?), pero lo que realmente imponía en su físico eran unas anchas caderas y un enorme trasero de increíbles nalgas, carnosas pero prietas, en las que una braguita de color oscuro y de ribetes fantasiosos a duras penas podía intuirse

Joana se puso el vestido, cuyo final se acercaba mucho más al coño que a las rodillas, se ahuecó el pelo (no era necesario nada más) y, para completar su arreglo, se puso unos pendientes de aritos color turquesa y una pequeña gargantilla del mismo tono azulado, además de unas sandalias romanas, negras, que cubrieron sus piececitos de talla 38.

Dirigió de nuevo sus ojos al despertador: ¡Dios mío, ya marcaba las 21:50! Rápida, se encaminó al salón donde, tras coger un pequeño bolso, comprobó que todo lo necesario estuviera en su interior: un móvil (de impresionantes prestaciones), el monedero, el tarjetero (documentos y VISA) y las llaves del coche, amén de un sinfín de pinturillas, barra de labios, contorno de ojos, lápices y un pequeño frasco de 212 Sexy, con el que se roció un poco… Justo a tiempo: ¡el timbre!

  • ¿Sí? – el interfono trasladó la voz de la calle:

  • ¿Joana? Soy Álvaro.

-¿Quieres entrar, Álvaro?

  • Mejor baja ya, si te parece. Así llegaremos antes.

  • ¡Uy! – se medio sonrió Joana -. ¿Ya empezamos con órdenes machistas, Álvaro?

  • Venga, mujer… No seas así.

  • Ahora bajo, espera un poco.

«La primera en la frente. Que quede claro quién soy.», se decía Joana, orgullosa, mientras esperaba el ascensor.