El relato de Joana (2)

Donde prosigue la historia de aquella noche que tanto cambió el destino de Joana.

EL ENCUENTRO

Álvaro se apartó del telefonillo con una mueca de disgusto: ¡aún no la había visto y ya se le hacía insoportable con tanta tontería de machismos! No pudo pensar mucho más, porque Joana ya salía por el portal. Ciertamente, no desmerecía como mujer…, algo regordeta, eso sí…, pero ¡Dios!, ¡vaya trasero!, y una buena delantera

  • ¡Hola, Álvaro! – saludó una sonriente Joana.

Se besaron en las mejillas; Joana casi se delata, adelantándose demasiado, como buscando su boca: «La verdad es que está muy bueno, este tío.», se decía, sintiendo hormigueos en el estómago y en los bajos.

  • ¿Vamos al coche? – preguntó Álvaro, dirigiéndole una mirada que a ella le pareció insinuante, pero que en realidad no pasaba de ser meramente observadora. «Uufff, Joana… Toma de nuevo la batuta.», se dijo para añadir:

  • Vamos, pero… ¿no pretenderás llevarlo tú, verdad?

  • Coño, Joana…, claro que no – respondió él, sorprendido.

  • Ah, pensaba – siguió Joana -, porque los hombres enseguida os ponéis muy gallitos y ya queréis darnos lecciones de cómo funciona todo… Pues que sepas que leí un artículo en Cosmopolitan en el que se decía que las mujeres conducimos mucho mejor que vosotros, porque

La cara de Álvaro era todo un poema; desconectó automáticamente de aquella interminable cháchara; si bien la aparición de Joana le había causado una sensación agradable, ahora le parecía fastidiosa: una pesada a la que había que aguantar a toda costa… ¡Hostias, el dinero!

  • Oye, Joana…, perdona que te interrumpa – sonrisa forzada que esta vez sí intentaba ser atractiva -. ¿Llevas mucha pasta?

Lo brusco de la pregunta la desconcertó:

  • ¿Dinero?, pues claro que llevo, y más que tú, seguro – añadió, molesta porque le había cortado su inteligente discurso -. ¿A qué viene eso ahora?

  • No…, bueno…, luego te lo explico. ¿Por qué no sigues con eso tan interesante que me estabas explicando?

Ensimismada como una cretina, la chica continuó con una perorata que, a todas luces, dejaba totalmente indiferente a su acompañante, el cual dio un respingo cuando ella le preguntó:

  • ¿Qué opinas tú?

  • Que…, que tienes razón – al observar el ademán de satisfacción en el rostro de Joana, se apresuró a añadir -. Oye, ¿está muy lejos aún el coche?

Ella se detuvo y lo miró de arriba abajo:

  • Qué impacientes que sois los hombres – sonrisa forzada de Álvaro; se le notaba el cuerpo fibroso y musculado bajo una camiseta azul y unos bombachos más oscuros… Joana no pudo más que admirarse y sentir cierto deseo íntimo… «Contrólate, contrólate. ¿Domina la situación!»

  • Por aquí, ya estamos cerca. Por cierto, ¿te he comentado que según un estudio reciente ocho de cada diez mujeres muestran un perfil directivo mucho mejor que la mayoría de los hombres y

De nuevo desconectado, para pasar entre los coches Álvaro se puso detrás de la chica y no pudo dejar de observar el bamboleo de sus caderas y de su respingón trasero que hacía bailar de modo muy insinuante el final del vestidito

EL PUB DE ENRIQUE

El interminable e insulso parloteo de Joana finalizó a medida que los demás, Iván, Sonia y Vania (mueca de disgusto de la conductora) se añadieron al grupo; pronto, Vania tomó las riendas y la conversación se amenizó, provocando risas y algarabía en las que Joana, sin entender muchas veces los temas tratados, no participó. Era impresionante el contraste, notó Álvaro, entre aquella chica parlanchina y pesada con esta otra, aburrida hasta la muerte.

  • ¡Ey! – gritó una divertida Vania, que dejaba a la vista unas hermosas piernas, perfectas, a cuyo final se adivinaba un pequeñísimo short blanco; el top azul marino era escandalosamente escotado - ¡Tenemos que girar por aquí!

  • ¡Será porque tú lo digas! – saltó Joana, rabiosa ante el desparpajo, la alegría y la belleza de su compañera – Creo que hay otro camino

«Ya estamos», pensó la pequeñita Sonia, ataviada con un vestido corto, estampado y anudado en la nuca.

  • ¡Coño! ¡Que Vania tiene razón! – insistió Álvaro.

  • Que no – morros de una envidiosa Joana -. Hay un camino mejor un poco más allá… Además, la conductora soy yo… - miró sonriendo a su acompañante -. Y recuerda lo que te dije de las mujeres directivas

Nadie preguntó nada; nadie se interesó… ¿para qué?

  • A ver ese nuevo camino… - el hilillo de voz procedía de Iván.

El nuevo camino costó una serie de rayujos al novísimo Ford Ka de Joana, amén de finalizar bruscamente y llevar al máximo el sufrimiento del motor para poder dar la vuelta. Sofocada, roja cual tomate, Joana notaba que los demás hablaban de temas intrascendentes para no echarle en cara su estupidez.

Una vez aparcado el automóvil, se dirigieron hacia el pub de Enrique; era éste algo más semejante a un chiringuito playero, y de él llegaban voces, música, sonido de risas… Álvaro esperó a que Joana cerrara el coche y se puso a su lado:

  • Oye, Joana… He de decirte algo.

Ella se le encaró:

  • Había un camino, ¿vale?

  • Que no va por ahí…, tranquila. Mira, habíamos comentado antes de quedar que cada uno pagaría unas rondas…, más o menos tres… cada uno…, y me preguntaba si querrías ser la primera en hacerlo.

  • ¿Yo? ¿Y por qué he de serlo yo? – se detuvo – A vosotros vuestros papás os lo pagan todo, ¿no? – dolida por el fracaso anterior, Joana perdía los estribos, como siempre; ahora mismo, golpeteaba con el índice de su mano izquierda el fuerte pecho de Álvaro – y, claro, yo… la única que soy independiente, que gana dinero, ha de pagar la primera

  • Vale, cálmate, Joana, cálmate – intentó cogerla de los brazos.

  • ¡No me toques! – chilló, rabiosa consigo misma: ¡Dios, cómo le gustaría revolcarse con Álvaro!

  • Vale… Mira, yo había pensado que una mujer independiente y lista como tú nos daría una lección, sobre todo invitándonos a nosotros, los hombres – el gesto crispado de Joana se calmó de golpe…, ¡qué fácil y previsible era! -. Pero veo que me he equivocado.

Hizo ademán de seguir, con dignidad…; ahora fue ella la que lo asió por el musculoso brazo… ¡uuufff, qué calor!

  • ¡Espera, espera! Tienes razón, me has convencido – hermosas perlas surgen de unos labios turgentes y acompañan a unas verdes pupilas que se disculpan -. ¡Vamos!

Entraron en el pub, lleno a rebosar; los otros tres, por suerte, se habían hecho con un sofá desde donde les hicieron señas. Se sentaron, Álvaro a su lado, cosa que alegró muchísimo a Joana; así, iba lanzando miraditas a Vania para hacerle notar que el guapo chico había preferido estar junto a ella. De todos modos, fue su compañera (como siempre) la que llevó el peso de la conversación, de las risas. Joana se sentía desplazada, como un cero a la izquierda, incapaz, en su ensimismamiento, de participar en los asuntos de los que hablaban… ¡Cómo se aburría!

Llegó por fin (dos horas interminables) la cuenta: doce cubatas, a siete euros cada uno, y tres aguas (Joana, consciente de ser la conductora), a tres euros…, total, ochenta y siete euros… A pesar de sus mejillas sonrosadas, se le notaba a Joana cierta palidez… Cien euros llevaba en metálico en el monedero…, ahora eran 16. Medio mareada, autómata casi, siguió a los demás a la salida.

LA PROPOSICIÓN

De camino hacia el automóvil, Álvaro se separó del grupo y se acercó a una rezagada Joana.

  • ¿Estás bien? – le preguntó.

  • Sí – musitó; aún le dolían los euros gastados.

El chico la cogió de la mano y la obligó a detenerse y a mirarle.

  • Joana, preciosa… He de confesarte algo

¡Dios mío, qué ojos azules! ¡Qué mentón! Un sofoco invadió las mejillas arreboladas de la joven, que sólo supo hacer un gesto de asentimiento con su cabeza.

  • La verdad es que me cuesta decírtelo - ¡y no sabía cómo! -, pero desde que nos conocimos, siempre he admirado tu modo de ser, tus ideas, tu valentía

Llamar humedad a aquello que empapó su braguita sería, quizás, quedarse corto. Joana sintió que todo su cuerpo temblaba…, no sabía qué hacer ni qué decir, sino mover estúpidamente su cabeza y sonreír

  • Además – la cogió por la cintura y luego por la nuca – estás muy buena – y la atrajo hacia sí, para estamparle un beso de lengua impresionante, de aquellos que eliminan cualquier atisbo de respiración.

Joana no era Joana: era un amasijo de sentimientos encontrados, un batallar entre el de una falsa dignidad ofendida (la de la mujer independiente) y el de un verdadero deseo de hombre (de miembro masculino); dejó su lengua quieta, y sus brazos colgaban inertes sin abrazar a Álvaro, pero no porque se mantuviera expectante, sino porque no sabía qué hacer, cómo reaccionar…, estaba fuera de juego.

  • Joana, Joana – le susurró al oído -. ¿Te gustaría salir conmigo? ¿Ser novios?

« ¡Novios! » La palabra recorrió todo su tembloroso cuerpo, hasta detenerse en su sexo, totalmente mojado… ¡novia de Álvaro!; su mente egoísta y soberbia brilló ante la idea; ella, por su modo de ser, por su cuerpo… arrebatando al chico más hermoso de la población a Vania… ¡dos veces ya se había corrido de placer!

  • ¡Tienen que saber! – casi chillo, exultante - ¡Tienen que saberlo ellos, que somos novios!

Álvaro intentó besarla de nuevo, pero ella le dio un picotazo y se volvió, cogiéndole de la mano:

  • ¡Vamos!

Se acercaron al coche, donde los demás estaban esperando; Joana se dio la vuelta hacia Álvaro, le obligó a poner la mano en una de sus potentes nalgas y chilló:

  • ¡Somos novios!

Para darle un beso que casi lo deja sin resuello. Luego, de nuevo de la mano, casi le obligó a seguirla hasta situarse a la altura de Vania:

  • ¡Álvaro y yo somos novios! – y se giró hacia él, besándolo con fruición, apasionadamente, sin darse cuenta de que, por encima de su melena azabache, el chico guiñaba un ojo a Vania, mientras con una mano dejaba a la vista de todos una de las nalgas de Joana

CAMINO A TIFFANY’S

Si algo puede semejarse a una tortura, eso fue el camino a Tiffany’s; Joana, exultante y crecida, parloteaba sin cesar mientras, de vez en cuando, acariciaba el muslo de Álvaro y lo miraba no con ojos cariñosos, sino con ojos posesivos, como calibrando qué le iba a permitir hacer ahora que le pertenecía, ahora que ella le había permitido acercarse a su maravilloso mundo.

Álvaro, a su vez, se sentía por momentos más fastidiado, y el rencor hacia una persona tan estúpida y engreída iba acumulándose en su interior… Vivir con esa mujer, aunque sólo fuera un día, había de ser algo inimaginable, horrible. Por lo demás, solo el silencio o algún monosílabo lanzado a tientas por Iván rompían la cháchara incesante y sosa de la conductora: Joana confundía en su cretinez el silencio de la indiferencia con el silencio del interés.

Casi llegaban ya a la discoteca, situada un par de poblaciones más allá, cuando Álvaro pudo meter baza:

  • ¡Ah! ¡Vania! Te toca pagar, chica.

  • Muy bien – la voz de fastidio de la rubia implicó la rápida respuesta del chico:

  • Gracias, guapa. No me fallas nunca.

  • ¡Ah, no! – saltó Joana -. Pago yo.

  • Pero si me toca a mí

  • ¡Tú te callas! – cuánta rabia podía llegar a acumularse en aquel cuerpecillo – Vamos a celebrar que Álvaro y yo somos novios, ¿te enteras? – notas de triunfo se destilaban en su medio graznido -, así que yo lo pago todo.

Esa sensación de victoria de Joana se hubiese aguado si, más perspicaz, hubiese siquiera adivinado la fina sonrisa de desdén que se insinuó en el rostro de Vania.

  • Cariño – así, a marcar territorio como una tigresa; que se enteraran - ¿no sabrás si por aquí cerca hay un cajero?

  • Pues mira, ahora que lo dices – disimulando su rabia, Álvaro la miraba sonriente – a unos metros de la disco creo que hay uno.

Tomaron el desvío que conducía a Tiffany’s; a pesar de la hora, numerosos automóviles circulaban por aquella carretera secundaria que, serpenteando, descendía hacia un luminoso complejo turístico, rayano en el mar y envuelto de bosque mediterráneo.

Ya entre bloques de hormigón, que respiraban fiesta por los cuatro costados, exclamó Álvaro:

  • ¡Míralo, ahí está!

Frenazo brusco; cláxones, gritos. Joana puso los intermitentes de emergencia a la vez que a su lado volvían a circular los coches desde los que recibió todo tipo de improperios: ¡idiota!, ¡gilipollas!, ¡tía burra!, ¡mal follada!

  • ¿Me acompañas, no? – no era una petición, era una orden. Mientras Joana y Álvaro abandonaban el turismo, los tres que ocupaban el asiento trasero se removieron incómodos. Una vez en el cajero e introducida la tarjeta, Joana tecleó el número secreto:

  • Mira, cariño… 630 euros… ¿qué hago?

  • Deja treinta.

  • ¿Qué deje treinta? ¡Si estamos sólo a once! – se quejó la chica.

  • Joana, Joana – las manos que notó en la cintura y el beso que sintió en la nuca casi provocaron que se deshiciera en agua -. Somos una pareja, ¿no? – uuufff, esos susurros en la oreja – Tú no te preocupes, que yo siempre te ayudaré.

Sacados los 600 euros, al poco el coche estaba aparcado frente a la discoteca y, pagadas las entradas de los dos chicos, se hundieron en un mundo de música, luces y colores desconocido para Joana

TIFFANY’S Y EL PLAN B

El gentío y el ruido eran inmensos; al cabo de un rato, tras algún que otro toqueteo en las nalgas de las chicas (incidente que obligó a Álvaro a arrastrar a una Joana fuera de sí, que gritaba algo del machismo por suerte diluido por la música), llegaron a un rincón con sofá y mesillas, que eligieron como centro de operaciones. Curiosamente, lo que a ellos les había costado un mundo, al camarero le costó medio segundo. Era la mesa 12 y Joana López (ahí fue su DNI) se encargó de la cuenta.

  • ¡Vamos a bailar! – exclamó un excitado Iván.

  • ¡Vamos! – dijeron alegres Sonia y Vania; esta última estaba en su salsa.

  • ¡Cariño! – su voz era desagradablemente chillona en medio del ruido y del barullo - ¡Yo me quedo! ¡Estoy harta de que me metan mano!

Álvaro se limitó a asentir, mientras guiñaba un ojo a los demás, que desaparecieron. Joana se le acercó, cruzó sus piernas (poderosos muslos a la vista) y se recostó en su hombro…, era un acercamiento de posesión, no de amor.

  • ¡Qué ambientazo, ¿no?! – por Dios, qué horribles graznidos.

Como con contestara, Joana acercó los labios a su oreja, hundiéndole unas tetas muy endurecidas:

  • ¿Sabes qué leí en Psychologies? – su desagradable tono producía descargas eléctricas en el pobre Álvaro – Que el aumento de los decibelios provoca, en las mujeres, un interés súbito por las relaciones de todo tipo, incluso si

Álvaro se echó hacia atrás y la miró:

  • Joana – elevó la voz, poderosa -. Voy a buscar algo de beber.

  • ¿Me vas a dejar sola? – morritos.

  • Me temo que sí; ahora vengo.

Joana se enfurruñó, pero el chico no tardó dos segundos en desaparecer camino de la barra; a codazos intentaba llegar cuando alguien lo cogió del brazo: era la maravillosa Vania, rodeada de cinco o seis jóvenes que bailaban:

  • ¡Hola, guapo! ¿Adónde vas?

  • ¡Iba a la barra! – sonrió él.

  • ¡Déjalo y ven conmigo! ¡Tenemos que hablar!

Ambos se acercaron a un lugar más reservado y menos ruidoso; era impresionante la admiración que despertaba la rubia a su paso. Se sentaron y Vania empezó:

  • Mi amor…, lo siento; es peor que insoportable, es odiosa – sonrisa de simpatía.

  • Ya, pero…, bueno; qué le vamos a hacer… Cuando se acaben los 600 euros, a tomar por el culo – imitó con su mano la expresión.

Vania se rio.

  • Ven aquí, Álvaro – le besó con pasión y pasó una de sus manos por la entrepierna del joven, provocándole una poderosa erección.

  • ¡Hostias, Vania! Me estás poniendo a cien

  • Y tú a mí, guapetón – dos toqueteos al pene, roca ya -. Pero, antes, vamos a dar una buena lección a esa estúpida.

  • Me parece bien; es una persona horrible

  • No es una persona, es un bicho asqueroso… Pero, bueno…, mi idea sería dejarla en bragas, sin nada… - sonrisa cínica -, ese puto ego por los suelos

  • Coño, ya…, pero, ¿cómo? – se interesó Álvaro.

  • Tú eres el hombre – más caricias al miembro erecto, que arrancaron un breve jadeo del muchacho -. Eso está más que claro – picarona -; ven, vamos al baño y, mientras follamos, te lo piensas