El Regreso del Renegado. Prólogo.

Un mundo de fantasía medieval, cuyos habitantes sueñan con las maravillas mágicas del mundo antiguo, ahora pérdidas. Un grupo de aventureros comienza una fatídica expedición... (Una prueba, intentando animarme a volver a escribir. Si hay próximo, ahondaremos más en el +18...)

Las profundas sombras de la cripta no eran un gran problema para Triska, encantada de explorar en solitario los peligros de aquel maldito castillo. El candor de una antorcha sencilla era su única fuente de luz, y las llamas teñían de tonos anaranjados dándole un falso aspecto de calidez a las viejas y desgastadas baldosas de piedra y los muros desprovistos su antigua belleza, ahora apenas mostrando los restos podridos de mobiliario echado a perder tras décadas de abandono y meros jirones irreconocibles que tuvieron que ser elegantes tapices.

La pequeña y menuda Triska, aventurera de nacimiento, tan valiente como incauta, tenía asignada la tarea de verificar que las trampas repartidas en los corredores y puertas de las catacumbas estaban tan pérdidas como el resto de mecanismos que habían encontrado en las plantas superiores, ella misma bromeaba con que su corta estatura la hacía única para detectar a tiempo cualquier trampa en el suelo ¡No había nadie más cerca de él que ella! Una virtud de su raza.

El buen humor de la mediana, tan natural en ella como respirar, no podía turbiarse por nimiedades tales como no haber encontrado nada durante las últimas dos horas. Sólo más pasadizos, criptas cubiertas de huesos resecos y tumbas sobrias, sin tesoros ni pistas de ellos, siquiera inscripciones que descifrar y traducir para ayudar en la búsqueda.

Faltaba poco para que Triska fuera darse por vencida y regresar con el resto con la esperanza de que hubieran tenido mejor suerte que ella. Se había adelantado, aburrida, mientras el resto alternaba una jornada de descanso conjunto al interminable estudio de los artefactos, fragmentos de texto y otras reliquias menores que ya habían recuperado. No eran un grupo grande, pero sí lo era su empresa y se acercaba el primer mes. Todo un mes rodeada de polvo, oscuridad, cadáveres momificados y muy pocas riquezas para su gusto. Un mes y apenas sabían que aquellas extensas ruinas perdidas a los ojos de los Dioses pertenecían al Rey Renegado, un muy antiguo señor feudal cuyos extensos conocimientos arcanos le habían granjeado el dominio de aquellas remotas tierras y la enorme fortaleza.

Magia. La magia ya no prosperaba ni era tan habitual en el mundo como en los tiempos antiguos, los Dioses habían tenido a bien limitar esa clase de poderes. Los hechiceros eran escasos en aquellos tiempos, y los resquicios de épocas más rebosantes de magia en forma de artefactos, aún con poder, tratados, pergaminos y libros con conocimientos ya perdidos tenían un valor incalculable, y la simple sospecha de recuperar uno de estos restos motivaba centenares de expediciones como la de Triska.

Creían que habían encontrado El Dorado de la magia, y un mes más tarde apenas habían recopilado un diminuto arcón y pérdido el tiempo con media docena de pistas que habían conducido a callejones sin salida, metafóricos y literales.

  • ¡Ey, te pillé! - Exclamó Triska con jubilo al advertir un diminuto desnivel entre el baldosado y se inclinó sobre él con entusiasmo, hasta olfateando, perfilando con su aguda vista el perímetro de la potencial trampa. Lentamente su atención reparó en la pared a su diestra, la supuesta trampa parecía perderse tras un nicho donde... lo que tuvo que ser una armadura decorativa descansaba, ahora hecha un ovillo de óxido y piezas desencajadas. - ¡Premio! - Añadió para si misma con un aplauso breve al descubrir gracias a la luz de la antorcha un reflejo metálico oculto entre las rocas de la pared. La armadura debía mantener escondida esa placa, pero ahora permitió a Triska coger la altura suficiente para tantearla con los dedos y pulsarla.

Inesperadamente, la pared se deslizo ofreciendo un pasaje oculto. Era el primer mecanismo con auténtico funcionamiento que había encontrado la mediana, y le sorprendió tanto que dio un respingo y resbaló en su precario equilibrio sobre los restos de la armadura. - ¡Aaaay! - Triska balanceó los brazos intentando evitar la caída con tanta energía que sólo consiguió perder la antorcha e irse con más fuerza hacía delante, y cayó de bruces por el nuevo pasadizo dejando atrás su única luz.

Dio dolorasmente contra la oscuridad y un suelo frío y púlido, en pendiente, llevándola a rodar y deslizarse entre gritos de pánico hasta chocar contra una superficie quebradiza. Triska se estrelló en la más absoluta oscuridad contra los restos de algún mueble y se quedó allí, sin resuello, dolorida y magullada. Tardó más de lo que admitiría en tomar consciencia de qué había pasado, dónde podía estar y cuánto tenía roto. Se levantó a trompicones, frotándose el brazo izquierdo amagando un sollozo. - ¿Luz? - Se preguntó Triska, hablando sola, al distinguir un tenue brillo, un tono azulado que debía proceder de un acceso o puerta al otro lado de la sala que no podía ver. Sin más referencia que esa luz, y llevada por su temeraria curiosidad, tomó la decisión de seguir avanzando y atravesó la sala entre tropiezos y traspiés hasta ir desvelando el origen de ese nuevo punto de luz.

Descubrió una segunda sala apenas iluminada por algún tipo de energía mágica que no podía ni se preocupaba en reconocer, no distinguía un origen claro. No había una lámpara, ni un orbe flotando, ni nada más que sencillamente un halo de luz azul, difuminado y suave, recayendo directamente sobre un trono. Un trono vetusto, enorme, sólido y de piedra desnuda.

Un trono ocupado. Empequeñecido por la magnitud del asiento, una figura permanecía inmóvil en él con las manos unidas frente a una cabeza caída, como dormida. Triska se acercó y ahogo un gritito con sus propias manos al descubrir que el hombre que tenía ante si estaba muerto, totalmente muerto. No sabía de qué se sorprendía ¿Acaso habían hallado algo vivo antes allí? Siquiera ratas. Pero lo que tenía delante era un hombre vestido con una túnica desprovista de color y forma, hecha jirones gris de suciedad y polvo, a duras penas suficiente para acoger la demacrada momia, con la piel demacrada y oscura pegada a los huesos haciéndolo confundir con un esqueleto real, conservando suficiente pelo de lo que fue una larguísima cabellera cayendo sobre su rostro por centurias, ocultándolo.

Triska se sosprendió a si misma fascinada por descubrir lo que quedaba de esa cara antigua ¿Quién sería? ¿Era el mago? Vestía como uno. Pronto una idea animó su temperamento, y se lanzó hacia delante a descubrir el misterio ¡Si era el mago, seguro que allí encontraría alguno de esos dichosos artefactos! Y si era el Rey Renegado vestiría joyas, o tras el trono habría un gran tesoro para acompañarlo en la muerte, o tal...

La mediana se detuvo en seco, cara a cara con la momia, alertada con un intenso escalofrío. De pronto sintió peligro, y la embargó un profundo y malsano terror creciente desde lo más hondo de su ser. Su instinto la había alertado antes de que ella misma pudiera asumir qué estaba pasando, pero ya era demasiado tarde para ella.

Triska entendió demasiado tarde que al acercarse y reclinarse para mirar el rostro de la momia, el ojo izquierdo del muerto estaba abierto. Y la seguía con la mirada.

  • ¡...! - La voz de la mediana no surgió de su mandíbula abierta, su grito de alarma y miedo nunca llegó a abandonar su garganta. Confundida y aterrada retrocedió un paso, pero no fue capaz de dar el segundo. La luz azul se intensifico y recayó sobre ella, y Triska juraría que había descubierto un intenso brillo en el ojo del muerto durante apenas un parpadeo, la única señal de que una poderosa energía la había alcanzado. Algo que apenas podía comprender, un hechizo. No podía moverse, y lo intentó con todas sus fuerzas. Tampoco podía gritar.

Impotente, presa de una trampa que no podía comprender, sólo pudó contemplar como la momia comenzaba a cobrar vida, alcanzo despacio la cabeza, moviendo la caída y desencajada mandíbula hasta exalar polvo al recitar las primeras palabras que pronunciaba en un milenio.

  • ...Viva... - Dijo la momía. - La intrusa... vive...

De pronto, Triska se liberó y tropezó hacía atrás, cayendo brusca. Y tal cual como cayó, se levantó como un resorte desenfundando su fiel daga dispuesta a enfrentarse a ese monstruo. No tenía otro nombre: Monstruo. El cadáver estaba tratando de moverse, ponerse en pie, pero no parecía tener fuerza suficiente en sus quebrados y podridos huesos. Era terrorífico, pero lo que disuadió a Triska de luchar fue contemplar aquel rostro cadavérico, de piel cuarteada, gris, desprovista de vida, con una dentadura desfigurada y caída uue evidenciaba la ausencia de lengua. Los ojos de Triska coincidieron con el único ojo funcional del ser, y lo encontró... Completo. El ojo tenía vida, un aspecto incluso jovial, con un iris negro rodeado de un blanco cuasi perfecto, húmedo y que le encogía el corazón infundiéndola de terror. Triska no se preguntó, ni quiso entender, sólo tenía que salir de allí. Echó a correr dispuesta a abandonar la sala y trepar por la rampa, esperando que la luz de la antorcha aún pudiera guiarla a la salida.

Las primeras palabras mágicas que escuchó en su vida, fueron su perdición. La trémula voz de la momia le llegó con antinatural claridad, con una fuerza abrumadora trazando un cántico breve y melódico que concluyó con algún tipo de palabra de poder que volvió a detenerla.

Pero en esta ocasión no dejó de correr y se quedó inmóvil por la imposibilidad de otra presa mágica. En esta ocasión, Triska no quería correr. La ingenia y desentrenada mente de la mediana no podía asumir que estaba perdiendo el control de si misma.

  • Vuelve, pequeña. - Dijo una voz que no reconoció inmediatamente. Triska la atribuyó al mago muerto, confundida, pues las dos simples palabras le habían llegado en un tono hermoso, casi cantarín, vital y con un deje de travesura que no tenía nada que ver con el monstruo que dejaba atrás. Triska se dio la vuelta y camino tranquila de regreso, deteniéndose de nuevo delante del trono.

El ser seguía sentado, reclinado hacia ella. Pero... ¿Quién era? La mente de Triska intentó procesar la imagen que tenía ante sí: Sentado en el trono no había una momia ni un monstruo, sino un humano joven, de cabellos negros y pálida piel, con las facciones más hermosas que había contemplado nunca. Triska no lo entendía, de hecho no sabía describir cómo era esa cara; En su mente se cruzaban sinónimos sin más: Adorable, bella, esbelta. Pero no podía precisar en rasgos concretos. Los dos ojos negros que la observaban con amabilidad y paciencia coincidían con la perfecta sonrisa cargada de amor que la invitaba a la calma.

Dio dos pasos más, inconsciente, hacía él al ver como la diestra del mago la invitaba a aproximarse. Un paso más, y estaría a su alcance. El miedo volvió, el instinto y el miedo la golpearon repentinamente como una losa ¡No tenía que acercarse, estaba en peligro!

  • ¡Para! ¡Qué me estás haciendo! - Bramó la mediana. Temblaba entera, sollozando por la frustración, impotencia y miedo, pugnando contra si misma. No sabía por qué, pero quería acercarse a aquel angélico ser, pero aunque no lo entendía también sabía que no debía hacerlo.

  • ¿Haciendo, querida? Sólo te estoy invitando. - Respondió él. - Tranquila, pequeña. Acércate, déjame verte bien.

  • ¡...No, no, no! ¡No está bien! - Triska perdió. Todo su ser y toda su voluntad se oponía a dar el paso, pero una voluntad mucho más disciplinada y poderosa tiró de la mediana y la hizo cumplir. Se apromixó y la cálida palma del hechicero tocó su mejilla. Y la mente de Triska se apagó.

Y tal como se había desvanecido, volvió. Triska abrió los ojos y se descubrió tendida entre cojines, mullidos, bañada en una luz matinal que la colmaba de calma. Respiro hondo y sonrió con felicidad, se desperezó y restregándose los ojos se incorporó. Cuando advirtió que estaba vestida con la elegante armadura de cuero, con sus pertrechos de exploración completos, recordó la cripta y frunció el ceño al forzar el recuerdo de qué había pasado. Una voz cariñosa le llamó la atención y le desvío, de forma literal, los pensamientos hacía él.

Un hombre elegante, alto y hermoso, vistiendo un batín negro con un sin fin de diminuta runas doradas trazando complejos entramados por toda la tela de forma decorativa había dicho su nombre.

Triska lo contempló y las palabras atropellaron su mente luchando por que las pronunciara, confundiéndola el hecho de que no las quisiera pronunciar. A su mente acudía "Señor", "Amo", "Cariño", "Amor", "Maestro" . Pero aún le quedaba voluntad para resistirse a lo que fuera que estaba ocurriendo.

Sonrío risueña mirándole, pero no dijo nada.

  • Qué rebelde. - Espetó él, con un tono burlón que a ella la alcanzó con el tono de un piropo pícaro que, de nuevo, la confundía. Triska se esforzó en detectar qué estaba yendo mal, y por unos instantes entendió que el monstruo del trono estaba manipulando su ¿Percepción? ¿Sus... sueños? ¿Su mente? ¿Eso era posible? Tal como vino la revelación, se fue. La voluntad del mago aplastó la diminuta mente de la mediana.

  • Quítate el fajín. Sal de los cojines. - No había autoridad en el tono del hombre, al menos no para Triska. Obedeció con jovialidad, y su cinturón cayó con la mayor parte de su equipo y armas mientras salía a saltitos del nido de cojines. Se plantó ante él, uniendo las manos tras la espalda, irguiéndose en toda su corta estatura manteniendo la natural sonrisa, expectante como una niña que va a recibir un regalo de navidad.

  • Bien, querida ¿Cuál es tu nombre? - Las manos del hechicero se acercaron a su rostro, acariciándole las mejillas y los pómulos. Le limpiaron húmedad de las mejillas ¿Por qué las tenía mojadas? Triska no estaba llorando, estaba contenta.

  • Soy Triska, amo. - Dijo inmediatamente ella, sin ápice de duda, sin siquiera percebir su derrota.

Unos hábiles dedos le comenzaron a desatar la armadura de cuero sin decir nada, a Triska no le importó, embelesada con el angelical rostro concentrado del hombre, hipnotizada por sus apetecibles labios en movimiento.

  • Pelo castaño, nariz chata, ojos verdes, piel morena... - Fue describiendo él. - Eres muy hermosa Triska ¿Mediana?

  • ¡Síii! - Triska se animó a ayudarle a quitarle la armadura, retirándose el chaleco protector descubriendo el sencillo jubón, sucio de sudor y uso, que lucía debajo princpalmente para evitar rozaduras. - ¡Mediana de Huecoalto! - Añadió hinchando el pecho con orgullo. Las manos de él ahora recorrían su cuello, cintura y vientre, con pericia y cariño. - Me estás tocando mucho, amo... - Añadió frunciendo el ceño Triska. Otra vez esa estúpida sensación de que algo iba mal. Sintió un escalofrío y de nuevo no fue capaz de advertir cómo otra mente influía en la suya. Su sospecha cambió, florenciendo de pronto un rubor que no se había dando cuenta que sentía.

¡Su amo la estaba tocando, qué vergüenza! Estaba tan sucia y tan poco arreglada... Triska se mordió el labio coqueta, contorneándose entre sus manos.

  • Estás delgada, ejercitada. - Describió él, monótomo, pensando y valorando en voz alta sobre la pobre intrusa que había caído bajo su dominio. Ella, en cambio, suspiró de placer ante los roces, restregando los muslos muerta de vergüenza al darse cuenta de que comenzaba a humedecerse fantaseando con esas manos. No la defraudaron, agarrando el poco femenino jubón tirando de él sin espera hasta que Triska alzó los brazos para poder retirárselo, descubriendo su torso.

  • ¡Que bruto! - Objetó ella cubriéndose los pechos descubiertos con ambas manos. Él dejó caer la prenda de ropa y sujetó las manos de Triska con suavidad, retirándolas sin fuerza, sin recibir resistencia. Triska suspiró y se expusó con una mezcla de orgullo y miedo, vulnerable ¿Y si no le gustaba?

Él le amasó los pechos ignorando las dudas de la pequeña mujer, apretándolas y sopesándolas. - Pequeñas. Firmes. Eres joven, sensible; El pezón ya está duro. - Él pellizcó uno, arrancándole un quejido. Triska se retiró y volvió a cubrirse, mirándola contrariada por el daño. A pesar de ello, estaba empapada y su mirada enfadada estaba turbada por el deseo de que repitiera el manoseo.

  • ¡Malo! - Musitó ella, aniñada.

  • Te disgusta el dolor. - Entendió él, sin pasión. Extrañamente bajo, sin el brillo sensual y arrebatador que tenían sus palabras hasta aquel momento. El dolor había abierto una puerta en la pequeña mente de Triska, o tal vez una ventana, o sólo se había desplazado una cortina... Pero suficiente para ver la realidad.

Triska se vió semidesnuda ante una momia que la había estado manoseando, atrapada en su trono por sus atrofiados miembros, cuyo único y antinatural ojo la observaba con ávidez. Con hambre, con deseo, con desesperación.

Gritó, ahora sí, gritó de verdad, con todas sus fuerzas, dejando salir todo el insano miedo recorriéndola de pronto, sacudiendo su cuerpo y alma de cabeza a los pies ¡Tan impotente, tan... sorprendida, confusa! La mediana no desaprovechó su breve momento de lucidez. Sus piernas obedecieron por fin su instinto, hasta la última fibra de su ser le instaba a alejarse todo lo posible de aquel monstruo.

Triska echó a correr con brio, veloz, perdiéndose en la oscuridad perseguida meramente por la quejumbrosa voz del mago muerto.

  • Volverás... - Ordenó él, débilmente, rozando su mente sutilmente incapaz de volver a retenerla. Triska consiguió escapar, pero lo que había despertado en las profundidades del castillo no permanecería atrapado en su trono mucho más tiempo...