El Regreso de Soraya
Soraya siguió con su vida como si no hubiese pasado nada,hasta que un día...
Pasaron seis meses desde que Soraya conoció a Nuria y Lidia.
Su vida volvió a ser por momentos como antes de conocerlas, su pasión por los estudios volvió e intentó olvidar el pasado. Decidió alquilar ella sola un piso por el centro de la ciudad, muy cerca de la universidad, que podía pagar con lo que ganaba trabajando el fin de semana en un supermercado. Después de lo ocurrido con su padre, no quería saber nada de él.
Pasó un poco de la gente, así que volvió a quedarse sin amigos. Lidia iba cada día a la misma clase con ella, pero tuvo que cambiar de asiento, ya que Soraya no quería saber nada de ella.
Durante el último mes tenía que estudiar mucho, ya que se acercaban las pruebas de evaluación. Por ese motivo, cada día iba a la biblioteca municipal, y a pesar de que era un gran sacrificio estar todo el día fuera de casa, su empeño en aprobar todas las asignaturas era mayor, y al vivir tan cerca de la universidad y de la biblioteca, le permitían ir cada día un rato a casa.
Aunque intentara olvidar todo lo ocurrido con Max, y con sus amigas, por la noche tenía sueños eróticos cada vez más a menudo. Se imaginaba a ella misma con esclavos y esclavas, que hacían lo que ella quería. Hombres y mujeres, chicos y chicas, sometidos a su voluntad y haciendo lo que ella les mandaba, fuera lo que fuera. Por ese motivo, se levantaba cada día con el coño húmedo y tenía que masturbarse cada mañana en la ducha antes de ir a clase.
Aun teniendo esos sueños, ella quería olvidar lo pasado y pasar un poco del sexo. Los chicos se le acercaban bastante para intentar hablar con ella, pero todos recibían negativas por su parte.
Hasta que conoció a Mario.
Mario era un chico muy tímido que iba cada día a la biblioteca. A pesar de tener doce años más que ella (treinta años), a su edad parecía un chico muy poco espabilado, y en la universidad corría el rumor de que era virgen y que seguramente le gustaban los hombres. Soraya lo conoció casi de casualidad.
Un día Soraya salió muy tarde de casa y llegó más tarde de lo habitual a la biblioteca. Normalmente utilizaba mesas individuales, ya que no quería compartir mesa con nadie, pero ese día solamente quedaba una libre y era compartida. Vió que una de las sillas estaba ocupada por Mario. No le quedó otro remedio que utilizar el asiento libre.
- ¿Perdona, este asiento está libre?
- Esto… - Mario se quedó pensativo, bastante cortado por su presencia – sí, claro….siéntate si quieres.
- Gracias.
Soraya se sentó en el asiento, sacó sus apuntes y los auriculares para que nadie la molestara y empezó a estudiar. Al cabo de un rato, notó que Mario no paraba de mirarla. Al principio le pareció bastante normal, pero por momentos Soraya empezó a ponerse nerviosa.
- ¿Tengo monos en la cara? – le dijo.
- …perdona…no quería molestarte…
- Entonces deja de mirarme de esa manera, me estás poniendo nerviosa.
Mario volvió su cabeza hacia la mesa, avergonzado, y dejó de mirarla. La actitud de Soraya hizo que éste se pusiera nervioso, y para no sentirse tan incómodo se levantó, cogió sus apuntes y se dispuso a irse de la biblioteca. Con un movimiento muy torpe, golpeó sin querer la espalda de Soraya con su carpeta de apuntes, y éstos se esparcieron por el suelo. Soraya se agachó para ayudarle a recogerlos y se sorprendió al ver el contenido de los apuntes. Éstos trataban de las diferentes parafilias a las que Soraya se había visto implicada en el pasado: zoofilia, sadomasoquismo, etc.
Mario, avergonzado, no supo que decir. Recogió los apuntes y salió corriendo de la biblioteca.
Soraya se quedó muy intrigada. ¿Por qué Mario tenía notas en sus apuntes sobre estos temas? ¿Acaso su pasado la perseguía?
Recogió sus cosas y salió de la biblioteca. Encontró a Mario en la parada del autobús, y por suerte pudo alcanzarlo. Se situó detrás de él y sin decirle nada esperó a que llegara el autobús. Cuando llegó el autobús, Mario se subió en él, marcó su billete y se fue hacia la parte trasera, en los asientos donde normalmente nadie te molesta. Soraya subió tras él. Cuando Mario la vio ya era demasiado tarde, y ella se había sentado a su lado.
- ¿Por qué has salido corriendo? - preguntó.
- No sé, me he puesto nervioso....no quería causarte más molestias - contestó él.
- Debo pedirte disculpas, creo que no me he portado bien contigo. Simplemente me he sentido observada, y estaba un poco incómoda.
- No pasa nada, acepto tus disculpas.
- Ya sé que no es asunto mío, pero he visto unas notas en tus apuntes....y me han parecido un poco...como te diría...
- ¿Un poco pervertidos, no crees?
- Bueno, un poco sí. ¿A qué te dedicas, si no es indiscreción?
- Pues...estudio psicología. Ahora mismo estoy realizando mi proyecto de fin de carrera. Me quiero especializar en terapia sexual, y he recopilado información sobre las diferentes parafilias sexuales menos comunes. Quisiera saber por qué alguien es capaz, por ejemplo, de tener sexo con un animal, o por qué hay personas que sienten placer al ser dominados. Pero para ello necesitaría poder hablar con alguien que haya tenido este tipo de experiencias, y como comprenderás no es fácil encontrar a alguien que te hable de este tema.
- ¿Y tienes consultorio propio?
- La verdad es que sí, mis padres me han ayudado mucho y he conseguido montar una consulta propia en mi barrio, aunque de momento no he tenido apenas clientes, solamente los típicos vecinos y amigos, aunque sé que solamente lo hacen por ayudar.
Soraya pensó que ésta sería una buena ocasión para contarle a alguien todo lo que le había pasado. Al haber un contrato de confidencialidad médico-paciente, él no podría contárselo a nadie.
- ¿Y normalmente cuándo abres la consulta?
- Pues ahora mismo me dirijo hacia allí, suelo trabajar dos días a la semana. Aunque hoy no tengo ningún paciente y aprovecharé para estudiar un poco.
- Si te digo que quizá tengas algún paciente, ¿qué dirías?
- ¿Un paciente? ¿Quién?
- Pues por ejemplo...yo.
- ¿Tú? ¿Acaso tienes algún problema de tipo....ya sabes, alguna parafilia de las que yo estudio?
- Sí. Varias de ellas...bueno, al menos las he probado.
- ¿Y cuáles de ellas has probado?
- Creo que no es el lugar adecuado para contarte estas cosas. ¿Qué te parece si vamos a tu consulta y te lo cuento todo?. Aunque primero tengo que saber cuánto me vas a cobrar por las consultas.
- Mira, vamos a hacer una cosa...si lo que me cuentas me ayuda a acabar mi tesis, no te cobraré nada por las consultas. ¿Qué te parece?
- Je, je. Pues que me van a salir gratis las clases, porque creo que con lo que te voy a contar tendrás información de sobras.
- No te preocupes, no creo que me impresiones tan fácilmente, he buscado bastante información sobre estos temas y estoy bastante familiarizado.
- Eso ya lo veremos.
Bajaron del autobús y se dirigieron al centro de la ciudad. Allí, en el barrio dónde vivía Mario, tenía su consultorio.
- Podríamos parar a comer algo si te apetece - dijo Soraya.
- No te preocupes, comeremos en mi casa.
- ¿En tu casa? ¿Acaso no íbamos a tu consulta?
- Exacto, allí vamos....casualmente mi consulta está dentro de casa.
- Ah, vale, qué buena idea. Así te ahorras el alquiler de un local.
- Sí. La verdad, es que no está el negocio como para tener más gastos.
Llegaron al rellano del piso y llamaron al ascensor. La consulta estaba en un ático, y el ascensor tardaba en bajar. Soraya miraba la arquitectura del edificio, y le pareció que era bastante antiguo. Notó que Mario le miraba el escote. Después de la carrera que hizo para poder alcanzar a Mario se sentía muy acalorada, y tuvo que quitarse la chaqueta. Al notar la corriente que bajaba por el hueco del ascensor sus pezones se habían puesto de punta y esto no pasó desapercibido para Mario, que la observaba con poco disimulo.
- Parece que tarda un poco en bajar....y aquí empieza a hacer un poco de frío. Será mejor que me tape.
Mario se quedó sorprendido por esta manera de proceder de Soraya. ¿Se habría dado cuenta ella de que se la estaba comiendo con la mirada? Él esperaba que no, no quería perder una clienta tan especial.
El ascensor llegó, por fin, y subieron hasta el piso de Mario.
- Adelante - dijo Mario -. Como si estuvieras en tu casa.
- Es bastante acogedor. ¿Vives sólo?
- Sí. Hace tiempo que vivía con una chica, pero lo dejamos..., digamos que éramos incompatibles en algunos sentidos. Pero no hablemos de mí, creo que el motivo de que estés aquí es hablar de ti. Vamos a mi consulta.
Entraron en una sala bastante pequeña. En el centro había una especie de diván, el típico que usan los psicólogos en sus consultas. También había un sofá normal y corriente, y una mesa de escritorio.
Mario hizo sentarse a Soraya en el diván.
- Ahora me siento como en las películas de psicólogos. Supongo que me pondré de espaldas a ti, y te iré explicando mi vida - dijo Soraya.
- No tiene por qué ser así, si quieres nos podemos sentar en el sillón y me explicas lo que quieras.
- Vale.
- Se sentaron en el sofá de la consulta, uno frente al otro. Por momentos se hizo el silencio, pero Mario finalmente rompió el hielo.
- A ver, qué es eso que me querías contar. Dijiste que me serías de utilidad para realizar mi trabajo de fin de carrera, y no veo cómo puedes ayudarme, a no ser que hayas tenido alguna experiencia con algunas de las parafilias que estoy estudiando.
- La verdad es que sí puedo ser de gran ayuda. He tenido varias experiencias de ese tipo, aunque hace tiempo que no he vuelto a probarlas. Ahora solamente están en mis fantasías, y lo peor de todo es que me levanto cada día muy mojada, a causa de tener sueños eróticos sobre estas fantasías.
- ¿Qué tipo de cosas has probado?
- Pues.... - Soraya notó cierta vergüenza sobre lo que le iba a contar a Mario. Aparte de Nuria, Lidia y su padre nadie más sabía las cosas que había hecho.
- No tengas vergüenza, yo no te voy a juzgar por lo que hayas podido hacer. A ver, de las parafilias que has visto en mis apuntes, cuál es la que más te gusta y más has probado.
- Pues me encanta la zoofilia.
Mario se quedó sorprendido. Una de las parafilias en las que más estaba interesado era la zoofilia, pero hasta ahora no había encontrado a nadie que la hubiese practicado o simplemente que admitiera que le gustaba. En su interior pensó que era una gran oportunidad para obtener información para su trabajo.
- Y dime, solamente te gusta o también has practicado.
- Pues las dos cosas.
- Y cuéntame, ¿cómo empezó todo?
- Bueno, es una larga historia que no merece la pena escuchar, pero sin quererlo ni beberlo me vi mamándosela a un perro.
Mario seguía atentamente las palabras de Soraya.
- ¿Te gustó?
- Sí, mucho. En principio yo no tenía que haber hecho nada de lo que hice, todo era cosa de una amiga. Pero me picaron un poco y al final caí.
- ¿Entonces te arrepientes de lo que hiciste?
- No, para nada, al contrario. Supongo que es por eso que aún tengo sueños eróticos por la noche.
- Y dime, qué es lo que más te ha gustado.
- Pues mamársela a un perro.
- ¿Qué se siente?
- Uff, es algo genial. Sobre todo por el tamaño de su polla.
- Cuéntame cómo lo haces.
- Pues lo primero es intentar masturbar al perro. Tienes que controlar los movimientos, y hacer que la piel que recubre su polla baje y ésta quede al descubierto. Una vez notas la polla que está bien dura y has conseguido sacarla de la piel, entonces puedes mamarla. Hay que ir con mucho cuidado, ya que es una zona muy sensible para ellos, y al tener la piel bajada les puedes hacer daño. Cuando la mamas es excitante sentir cómo se va poniendo cada vez más dura, y cuando empieza a correrse o sacar líquido seminal notas como tiembla.
- ¿En serio se puede llegar a correr un perro haciéndole esas cosas?
- Sí, claro. Normalmente, en el momento que le bajas la piel, empieza a soltar líquido pre-seminal. Luego, continuamente va soltado semen. Es increíble la cantidad de leche que pueden llegar a soltar.
- Y ¿se corre en tu boca?
- Si me apetece sí.
- ¿Qué haces luego con su leche?
- Pues depende, a veces la dejo caer por mi cara, y otras me la trago.
Mario empezó a sentir mucho morbo por Soraya. Hacía mucho tiempo que buscaba una chica como ella, para poder saber qué sentía una persona que practicaba la zoofilia, y por fin la había encontrado.
- Eres consciente de que si esto se lo explicaras a cualquier otra persona pondría cara de asco.
- Lo sé, pero hace tiempo que dejó de importarme lo que piensa la gente. Es algo con lo que yo me lo paso bien, y no hago daño a nadie.
- No te estoy juzgando, bien que lo sabes, solo quería saber si estás preparada para el rechazo de la gente.
- Nunca me lo he planteado. También es cierto que no es algo imprescindible para mí, esto de montármelo con perros. Si en algún momento tengo que dejar de hacerlo, no tendré ningún problema. O al menos eso espero.
- ¿Aparte de sexo oral, has probado algo más?
- Sí, también me han follado. Sobre todo por el culo.
- ¿Y también te gusta, o solamente lo hiciste para probar?
- Me gusta, aunque al principio ya te digo que no tenía intención de hacer nada de eso, pero me picaron un poco, y caí.
- ¿Y por qué no lo has probado otra vez, si tantas ganas tienes?
- No sé, tengo miedo de engancharme, supongo. O de encontrar a alguien que no acepte que eso me gusta y no poder hacerlo más. ¿Tú qué opinas, debería volver a probar?
- Yo, como psicólogo debería decirte que no lo volvieras a hacer, pero como hombre debo decirte que adelante, que hagas aquello que más te gusta sin pensar en los demás. En este caso, como psicólogo me interesa resolver dudas que tengo sobre tu comportamiento.
- ¿Qué tipo de dudas?
- Pues que quiero saber realmente lo que se siente...cuando alguien hace estas cosas. Quisiera que me lo explicaras.
- ¿Has visto alguna vez fotos, vídeos de chicas con animales?
- No.
- Internet está lleno de estos vídeos, me parece raro que no hayas visto nada.
- Bueno, fotos sí.
- ¿Y qué sensación te produce ver estas fotos?
- Pues....
En ese momento Mario empezó a sonrojarse. Nunca había tenido una conversación de este tipo con nadie y se sentía incómodo. Además, se supone que quién debería interrogar era él a ella, y parecía que se habían cambiado las tornas.
- Contesta sin miedo, Mario, no pasa nada - insistió Soraya.
- La verdad, me da morbo ver este tipo de fotos.
- Y seguro que te daría más morbo ver algún vídeo. ¿Cómo te lo imaginas?
- Me lo imagino con mucho morbo. Es algo tan diferente, tan fuera de lo normal...Supongo que ver un vídeo aún sería más morboso.
- ¿Y verlo en directo?
- Eso sería demasiado, pero también complicado.
- ¿Y si yo te dijera que no es tan difícil? ¿Que quizá puedas verlo en directo?
- ¿En serio? Pues no se me ocurre cómo, a no ser que encuentre alguna prostituta dispuesta a hacerlo por dinero.
- No hará falta que pagues a nadie, yo podría hacerlo gratis para ti.
- ¿Lo dices en serio?
- Sí claro, yo siempre hablo en serio.
- ¿Y cuándo podrías hacerlo?
- Cuando quieras.
Mario no podía creer lo que le estaba pasando. Tenía la solución a su trabajo. Cada vez sentía más excitación por la situación, y Soraya se dio cuenta.
- Ahora, si quieres – dijo Soraya.
- ¿Ahora? – contestó Mario.
- Sí claro, solamente nos falta un perro. Aunque si no te atreves....no pasa nada.
- Sí que me atrevo. Es más, puedo conseguir el perro, si quieres. Un amigo mío tiene una tienda de animales, y le puedo pedir prestado uno. ¿Cómo tiene que ser, de alguna raza en concreto?
- Pues, si puedo escoger me gustaría que fuera lo más grande posible, por ejemplo un “golden” o un “labrador”. Por lo poco que sé, cuánto más grande es el perro más grande es su polla....y si puedo escoger, prefiero que tenga una buena polla. Aunque creo que también hay algunas excepciones, algunos perros que no son tan grandes y que también la tienen grande.
- ¿No te da respeto hacerlo con un perro grande?
- Sí, claro, pero también me da más morbo.
- Vamos entonces a casa de mi amigo. Déjame que lo llame primero.
Mario se puso de pie y se fue a la mesa de la consulta, para llamar a su amigo. Soraya pudo notar que estaba un poco excitado, ya que se le notaba un poco el paquete. “Creo que lo he puesto cachondo…esto va a ser divertido”- pensó.
Al rato Mario volvió.
- Mi amigo me ha dado permiso para que vayamos a coger uno de los perros de su tienda. La verdad es que me ha machacado a preguntas, me ha preguntado que para qué lo quería.
- ¿Y tú que le has dicho?
- Le he tenido que decir que una amiga mía le gustaría tener un perro, y que nos lo prestara para ver si se decide a comprarlo.
- Es una buena excusa.
- Creo que la tienda no tardará mucho en cerrar, hoy tiene clases con los perros. También se dedica a amaestrarlos.
Salieron de la consulta de Mario y se dirigieron a la tienda de animales.
- ¿Está muy lejos? - preguntó Soraya.
- No, para nada, está a diez minutos de aquí. Podemos ir andando. ¿Estás nerviosa?
- A decir verdad un poco, no pensé que volvería a hacer algo así otra vez. Pero también estoy contenta, si finalmente lo hacemos.
- Solo lo haremos si tú quieres.
Tardaron quince minutos en llegar a la tienda del amigo de Mario. Su amigo los estaba esperando, y tenía preparado un par de perros. Soraya cuando los vio le dijo algo al oído a Mario:
- Pregúntale si nos podemos llevar los dos.
- ¿Los dos? ¿Estás segura de lo que dices?
- Claro, ya sabes lo que dicen, que dos siempre es mejor que una.
- Vale, vale, como quieras.
Mario habló con su amigo y pudo convencerlo para llevarse los dos perros. Uno de ellos era un “Golden” y el otro un “labrador”, tal y como había pedido Soraya.
Soraya empezó a ponerse realmente muy cachonda, y el amigo de Mario tuvo que notarlo por cómo la miraba. Posiblemente se imaginó para qué querían realmente los perros, y no pareció sorprenderle mucho. Quizá no era la primera vez que alguien le pedía algún perro para ese motivo, o quizá conocía gente que practicara como ella.
Mario se despidió de su amigo, no sin antes agradecerle el préstamo de los perros, y prometió ser cuidadoso con ellos. Soraya parecía tener prisa por volver al piso de Mario y volver a sentir lo que sintió la primera vez con Max seis meses atrás.
Al cabo de diez minutos llegaron a casa de Mario. Mario empezó a ponerse nervioso, debido a aquello que estaba a punto de pasar.
- ¿Estás nervioso? - preguntó Soraya.
- Un poco, aunque creo que tú deberías estar más nerviosa que yo.
- No creas, yo no estoy nerviosa, más bien ansiosa y deseosa. Creo que llegó el momento de empezar.
- ¿Y cómo lo vamos a hacer? Es decir ¿yo tengo que hacer algo?
- Sería interesante que me ayudaras en todo lo que puedas, si no tienes ningún tapujo.
- Te ayudaré en todo lo que me pidas.
- Ten en cuenta que te voy a pedir cosas muy sucias, y que quizá tu moral no las acepte.
- No te preocupes, la moral se puede dejar de lado cuando hay un interés en hacer algo. Y con este tema estoy muy interesado. Dime, por dónde empezamos.
- ¿Tu amigo habrá lavado a los perros?
- Sí, claro, es muy cuidadoso en ese aspecto.
- Entonces solamente deberemos lavar sus pollas. ¿Tienes un cubo o algo para llenarlo con agua y jabón? Tiene que ser jabón neutro, para que no les afecte a su polla.
- Sí, claro, ahora lo traigo.
Mario volvió de la cocina con un recipiente lleno de agua, un jabón neutro y una toalla.
- Ahora, tienes que ayudarme, lo que vamos a hacer ahora es lo que más me cuesta siempre. Tenemos que bajar la piel que recubre sus pollas, y lavarlas con cuidado, ya que tienen una piel muy sensible. Esta parte cuesta un poco, pero seguro que a ti no te cuesta tanto.
Mario dudó por momentos si debía hacer lo que ella le pedía. Al principio pensó que él no tendría que hacerle nada al perro, pero por lo visto estaba equivocado. “Si digo que no perderé la oportunidad y seguramente Soraya no confiará en mí” - pensó Mario. “Tengo que hacerlo”.
- Veo que dudas un poco, Supongo que te da asco tocársela a un perro.
- No, que va, no te preocupes. Ahora mismo lo hago.
Mario se acercó a uno de los perros, el “golden”. A pesar de no ser el más grande de los dos, era bastante grande. Soraya le indicó lo que debía hacer. Le acercó la mano a la polla del perro, y éste la agarró.
Al principio solamente notó como un hueso pequeño por debajo de la piel, ya que el perro aún no estaba excitado.
- Ahora debes hacer como si lo masturbaras. Imagina que estás haciéndote una paja, pero con su polla. Supongo que habrás notado como un hueso alargado debajo de la piel. Eso realmente es su polla, pero no verás cómo es realmente hasta que no bajes toda la piel.
Mario empezó a mover su mano hacia delante y atrás, y pudo comprobar como lo que decía Soraya era verdad. Bajo la piel, aquello que minutos antes era alargado y duro, ahora estaba duro también, pero a la vez mucho más grande y gorda.
“¿Todo esto se va a meter?” - pensó.
Finalmente, la polla quedó completamente al descubierto, mostrándose con un color rosado.
- Creo que es mi turno....¿me la prestas? – preguntó Soraya.
- Sí, claro, toda tuya.
- Siéntate y disfruta del espectáculo....espero que te guste.
Mario soltó la polla y Soraya la cogió suavemente. Miró a Mario, y dijo:
- Espero que te guste.
Acto seguido metió la polla en su boca. Soraya sintió que esta vez sería diferente a las otras veces, cuándo había mamado la polla de Max, ya que esta vez ella podía hacer lo que quisiera, sin que nadie le mandara. Además, podía tomarse más tiempo. Sus labios poco a poco rodearon la punta de la polla, y ésta cada vez se iba poniendo más dura. Mientras mamaba no paraba de mirar a Mario. Éste estaba bastante excitado, y Soraya lo sabía.
Paró de mamar y dijo:
- Ahora bájate los pantalones.
- ¿…Bajarme los pantalones?... ¿Por qué?
- Ya te he dicho que a mí me gustan de dos en dos. La del otro perro me la reservo para luego. Además, no querrás estar solo mirando todo el rato. Anda, no seas vergonzoso.
Mario empezó a bajarse el pantalón. Soraya pudo ver entonces que él estaba muy excitado, ya que su paquete se marcaba mucho bajo su ropa interior. Empezó a tocárselo con la otra mano, sin soltar la polla del perro. Poco a poco la polla de Mario fue creciendo. Cuándo estaba completamente dura Soraya bajó el calzoncillo, y tras sacarse la polla del perro de la boca, empezó a chupar la de Mario. La polla estaba muy mojada, y Soraya notó la calidez del líquido que iba soltando por la punta.
Soraya fue chupando las dos pollas de manera intermitente, y a veces probó a meterse las dos pollas a la vez. Aunque Soraya nunca lo habría imaginado, Mario estaba bien dotado, unos 17 centímetros, y era un poco gorda. No parecía estar acostumbrado a estas cosas, por lo que al poco tiempo empezó a correrse. Soraya no tuvo tiempo de reaccionar, y los labios y su cara empezaron a llenarse de semen. Ella no estaba dispuesta a desperdiciarlo todo, así que recogió con sus dedos lo que iba cayendo por su cara y se lo metió en la boca. Cuando él acabó de correrse, Soraya pudo dedicarse a la polla del perro. Sin apenas tiempo de tragar el semen o de escupirlo, volvió a mamar la polla del perro, esta vez con mucha más intensidad. De repente paró de mamar. Se dirigió a Mario, y le dijo:
- Me has dicho que quieres saber lo que se siente cuando se la mamo a un perro… ¿Cierto?
- Sí, claro, me interesa mucho saberlo.
- Toma, entonces.
Soltó la polla del perro, y se la cedió a Mario.
La primera reacción de Mario fue echarse hacia atrás y rechazarla.
- ¿Qué haces, como quieres que haga eso? A mí esto no me atrae.
- Si quieres saber lo que se siente, vas a tener que hacer lo mismo que yo, no hay otra manera de saberlo. Yo te podría explicar lo que siento más o menos, pero para saberlo exactamente tienes que probarlo.
- A mí no me atraen las pollas.
- Ni a mí tampoco me atraían las mujeres, y he probado con ellas. Esto no tiene nada que ver con que te guste o no, si no lo pruebas no lo sabrás. Además, simplemente es sexo, no es nada malo. Yo opinaba lo mismo que tú, y de ese modo nunca pruebas nada de nada, así que tú decides. Si quieres acabar tu trabajo, ya sabes lo que tienes que hacer.
Mario la miró, pensativo. “Quizá tenga razón” – pensó. “No creo que sea nada malo, y además, nadie se va a enterar”.
Apartó la mano de Soraya, cogió la polla y empezó a chuparla.