El regalo (Parte primera)

El regalo.

Mamá tiene una maleta cuya llave yo encontré a la tierna edad de catorce años. Su contenido me turbó, me hizo preguntarme sobre la oculta personalidad de mi madre, pero fuera de disgustarme, un nuevo imaginario irrumpió con fuerza en mis fantasías. ¿quién sería el portador de esos grilletes? ¿qué cuerpos habrían atado esas cuerdas? No me imaginaba a mi madre así, prisionera como la víctima de las películas a la que el héroe acudía al rescate. ¿para qué servirían esas otras cosas extrañas?

En sus largas ausencias debido al trabajo, entraba en su habitación, bajaba dificultosamente la maleta del fondo del armario, sacaba la llave de su escondite y repartía sus juguetes sobre la cama. Se había convertido en todo un ritual. Mi imaginación colocaba entre esas cuerdas a mi madre, a compañeros de clase, a mi misma. Me turbaba profundamente. Luego, ceremoniosamente dejaba todo en su sitio tal como lo había encontrado para que ella no supiera de mi descubrimiento. Siempre dudaba. En el fondo siempre supe que ella sabía que lo sabía, pero había un silencio cómplice entre las dos.

No conocí a mi padre. A los dos años se fué. Mamá tiró adelante sola no sin muchísimos esfuerzos. Si mi padre volviera no lo querría. Yo no tengo padre.

Pero mamá no está sola. Ha tenido muchos novios. Algunos le han durado más de un año. Recuerdo a uno, Héctor se llamaba. Era muy cariñoso conmigo, le quería. Dejo de venir y no sé porqué. Me apenó mucho. A casa vienen hombres, me los presenta como amigos, pero yo se que son algo más que eso. Cuando la veo con un hombre nuevo me pregunto: ¿Quién usará las cuerdas?

Tengo dieciséis años, mamá me tuvo joven, con dieciocho. Es muy hermosa, de mayor querría ser como ella, aunque ella me dice que me parezco a mi padre. Tiene un nuevo novio cuya edad está entre ella y yo. Me gusta, pero claro, no puedo demostrarlo. Es un poco bajito, de piel muy morena, deportista, un buen futbolista del equipo del pueblo. Es muy moderno, tatuado, piercings en la ceja, las orejas y en el labio, con perilla recortada y largas patillas. Parece una estrella de rock y me tiene encantadita; tendría un póster de él en mi cuarto.

Un día llegué demasiado pronto a casa. No fuí a las últimas clases y pensaba que ella estaría trabajando. Nada más entrar escuché los gemidos. No sabía qué hacer. Debería haber salido y volver a cerrar la puerta, pero no, avancé sigiliosamente hasta el cuarto de mamá. La puerta estaba entreabierta y había un gran espejo en el armario empotrado. Gracias a él vi a mamá, ataviada con una hermosa combinación, con las piernas cubiertas con oscuras medias sujetas con ligueros, con guantes hasta los hombros, con el pelo recogido sobre su cabeza, cabalgaba a su nuevo novio a horcajadas, meciendo su trasero, ese trasero generoso que yo quiero tener, agitando circularmente la crin de su cabello. No veía su rostro, pues estaba de espaldas a mi visión, pero disfrutaba -lo sabía por sus gemidos,- empalada en el sexo de su amante. Y su amante, desnudo, estaba atado en cruz cara para arriba sobre la cama, incómodamente tenso y mi madre le abofeteaba, pellizcaba con sus largas uñas sus fornidos pechos. Pude ver su rostro cuando lo alzó con una mueca de dolor, estaba amordazado. Nuestros ojos se cruzaron en el espejo y salí de casa corriendo y al cerrar la puerta escuché los gritos de sus orgasmos.

Mamá lo sabe, debe saberlo como sabe lo de la maleta desde hace tanto tiempo. He sido descubierta, no le puedo ocultar nada. También debe saber que cuando me encierro en mi cuarto por las noches no puedo hacer otra cosa que pensar en la escena que he visto, quiero ser como ella, quiero a su hombre, lo deseo y se me nota. Por eso, ya no intento disimularlo, y eso, en lugar de en enfadarla, parece hacerle gracia.

Continuará...

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