El regalo inesperado

Nadie puede imaginarse lo que un regalo puede provocar, incluso, puede ser la llave que abra las piernas de una hermosa y caliente mujer, o tal vez ella sólo esperaba un pretexto para hacerlo, lo cierto es que...

En una ocasión, tuve la fortuna de encontrarme con una hermosa y ardiente mujer que cautivaba con su sola presencia, su cuerpo era todo un poema a la pasión, nos conocíamos desde hacía algunos años y ella siempre me había gustado mucho.

Esa tarde en que me fue a buscar, iba con ganas de coger y coger, sin importarle otra cosa que darle rienda suelta a su lujuria, ¿y quién soy yo para negarme a complacerla?

Después de una larga sesión ardiente de sexo, recostados en la cama, abrazados como viejos amantes, mientras bebíamos una copa, ella comenzó a platicarme algunas cosas, entre ellas que yo era tu tercer amante y… bueno, no nos adelantemos leamos lo que ella me contó lo sucedido y yo lo comparto con ustedes, espero que les guste:

Había sido una velada magnífica y Susana estiró los brazos y piernas fuera de la estrujada sábana. Un fino rocío de sudor le cubría la tersa piel y prácticamente estaba ronroneando como una gatita contenta y satisfecha.

Gabriel dejó caer el brazo por encima del cuerpo de su mujer, acariciándole los costados, relajándose luego de la ardiente cogida con la que habían celebrado el éxito de la fiesta.  Sopesó con la mano el suave bulto velludo de la panocha y la besó en la mejilla.

—¿Verdad que fue una reunión maravillosa? musito ella.

—Hmmmm... si —le respondió Gabriel, cansado y somnoliento. Tenía el temor de que ella quisiera extender la conversación y obligarlo a coger de nuevo.

Susana, se dio cuenta e incorporándose, estiró un brazo para tomar de entre los regalos que yacían en el piso el negligé que le habían obsequiado Fernando y Ernestina.

Era un camisón corto de finísima seda negra que contrastaba con su piel blanca y sus cabellos castaños. De pie se lo puso y modeló para Gabriel. Los magníficos y erectos pechos estiraban la tela marcando las protuberancias de los pezones.

La prenda era lo suficientemente corta para dejar al descubierto el nacimiento de su triángulo peludo y parte de las erguidas y redondas nalgas.

Gabriel, abatido por la fatiga, había cerrado los ojos y entregado al sueño. Frustrada, pensó en la cara que Fernando, pondría si la viera con la reveladora prenda. ¡Derretiría su fría mirada! se preguntó, dirigiéndose al baño y sintiendo lástima por Gabriel, vencido por una dura jornada de trabajo e interminables vasos de ron que consumió con los otros hombres, mientras las mujeres bebían primero champaña y luego cerveza y vino blanco.

Admiro las líneas adorables y juveniles de su propio cuerpo en el enorme espejo. El reflejo mostraba una hembra madura, con anchas caderas, tetas altas y firmes y unas nalgas redondas y tentadoras. Sin embargo, hizo un mohín de disgusto al contemplar su rostro.

En efecto, las facciones eran las de una chiquilla en total contraste con la exuberancia de las curvas. Se dijo que más parecía una escolar que una joven señora casada con un hombre que incluso lucía más infantil que ella.

Apoyando las manos en las poderosas caderas, sacudió su deliciosa grupa tratando de convencerse de que era realmente una hembra completa y no la muchachita que reflejaba el espejo.

Luego de examinar sus piernas y muslos sólidos y torneados, apago la luz y saliendo del baño se acostó al lado de su marido, evitando tocarlo y acomodándose boca arriba y mirando al techo, rememoró la fiesta.

Recordó complacida como, Fernando, la había mirado mientras abría el regalo que él y su esposa le habían llevado. Al reconocer que se trataba de un fino y provocativo negligé, impulsivamente lo alzó ajustó a su palpitante pecho, mientras su rostro se ruborizaba, producto de la champaña y su natural timidez.

—Muchas gracias, Ernestina —le dijo, abrazándola y evitando nombrarlo a él, para no sentirse más embarazada.

—Fue Fernando quien lo escogió —respondió Ernestina, quien añadió en tono burlón: Yo pensaba comprarte unos crayones y unos libros para colorear.

—Siempre te burlas de lo infantil que luzco se defendió Susana. Pregúntale mañana a Gabriel si parezco o no una verdadera hembra con este negligé.

Todos rieron a coro y Fernando, añadió con una sonrisa extraña, dada su habitual seriedad:

—Preferiría verte sin el negligé puesto.

Se acomodaron y siguieron charlando de asuntos sin trascendencia, hasta pasada la media noche en que, con pesar, los matrimonios se despidieron para marcharse.

Su marido le obsequio un par de ajustados jeans de color negro y Martin y Giovana, la sorprendieron con un suéter de lentejuela por el que ella había suspirado en más de una ocasión. Sin embargo, el regalo que la había enloquecido, era el negligé negro.

Susana, aún estaba pensando en esa conversación cuando cerró los ojos y se durmió. Ahora que nadie la observaba ruborizarse, pensó en la gran cantidad de vergas dispuestas a clavarse en sus entrañas y la boca se le hizo agua.

Cuando Gabriel, se fue al trabajo a las siete de la mañana, se metió de nuevo a la cama. Una suave brisa sacudía las cortinas de la ventana y se quitó de encima la sábana que cubría su cuerpo tibio y vibrante. Ese movimiento levanto el negligé por encima de sus nalgas y voluptuosamente se dejó acariciar por el viento que atravesaba la fina tela de la prenda.

Los rizados vellos de su triángulo púbico cubrían su estrecho y juvenil bollo, rodeando de sombra el apretado y sonrosado ojo del culo.

Separó los sólidos muslos para recibir con más facilidad la caricia del aire matinal y refrescante. Se volvió a dormir.

Abrió sobresaltada los ojos cuando unos golpes secos en la puerta la sacaron de un sueño en el que un grupo de hombres se turnaban cogiéndosela en todas las formas imaginables.

Desperezándose, se puso de pie y jaló hacia abajo el negligé para que le cubriera las caderas.

Aún estaba medio dormida cuando abrió la puerta, extrañada de que Gabriel, hubiera regresado a la casa a esa hora.

—¡Fernando! —exclamo, dando unos pasos hacia atrás.

Él entro rápidamente, cerrando la puerta y pasándole el cerrojo. Pudo ver en ella la expresión de confusión, mientras permanecía de pie, casi desnuda y solo cubierta por el negligé que él le había regalado. Devoro con sus ojos los pechos firmes y agitados, los protuberantes pezones, la pelusa obscura entre sus muslos.

—¿Que haces aquí? —finalmente pudo preguntar ella.

—Quise pasar para saber si te había gustado mi regalo.

Al acercarse a ella, le paso el dorso de la mano por el juvenil rostro. Sus cuerpos estaban separados por escasos centímetros y los alientos de ambos se mezclaban.

Ella le miro directamente a los ojos fríos y cruelmente distantes, cuando él le dijo:

—Se que algo te ocurre, Susana, ¿Acaso no tienes suficiente sexo con el pobre de Gabriel?

Su cuerpo tembló y detesto que él disfrutara viéndola enrojecer de vergüenza. En tono poco convincente y patéticamente infantil le pidió que se marchara de la casa.

Las manos de Fernando se posaron en la redondez de su deliciosa grupa y enterrándole las uñas en las nalgas, la atrajo hacia él. Sintió como contra su Monte de Venus se aplastaba y restregaba un voluminoso y protuberante bulto.

Su cuerpo se movía en un cadencioso vaivén de adelante hacia atrás, frotándose contra el de ella. Susana sintió que se le erizaban los pelos de la nuca.

—Por favor, Fernando, vete... no...

Él le dio la espalda y se dirigió al dormitorio y Susana, hechizada como una niñita obediente, le siguió los pasos, sintiendo como todo el interior de su cuerpo despertaba latiendo y calentándose.

Fernando, no perdió tiempo en preámbulos y se dispuso a poseerla inmediatamente, clavándosela rudamente, sin molestarse en quitarle el negligé o al menos alzarlo para dejar al descubierto sus hermosas tetas. Ni se las beso, ni se las acaricio como acostumbraba Gabriel para calentarla y humedecerle el bollito antes de metérsela.

Todo lo que hizo fue tocar los bordes de la tierna panocha y separar los pliegues antes de sumergirle su monstruosa y rígida verga.

Los ojos de Susana se abrieron como platos cuando la reata de Fernando, se hundía profundamente y su vagina se estiró, resistiendo el sorprendente grosor y largo.

Arqueó la espalda y abrió aún más los muslos temiendo que su bizcocho no pudiera tragarse aquel enorme ariete. Pero Fernando, se la ensartaba cada vez más hondo y Susana, mordiéndose los labios, tragó en seco al sentir el dulce dolor que le provocaba la base de la moronga frotándose contra su palpitante pubis.

La tenía clavada como una mariposa por un alfiler. El hombre hizo una pausa para ajustar su descomunal mandarría y sus glaciales ojos se fijaron en los asombrados y castaños de ella.

Rozo la piel juvenil del rostro, sin la menor sombra de maquillaje. Descendió las rudas manos hasta los bordes del negligé y lo levanto descubriéndolos pechos plenos y agitados.

La joven se retorcía y revolcaba debajo de él cuando tomo los inflamados y sensibles pezones y los pellizcó y torció brutalmente. Ella reaccionó apretando las paredes de la vagina en torno al rígido invasor, Fernando, dejó caer su pecho sobre los dos turgentes montículos y chupándole el cuello, exclamó:

—¡Ahora ordéñamela, perra caliente! —mientras su caña se enterraba, hurgando en los rincones más profundos de la vagina.

Susana, puso en movimiento sus músculos vaginales, contrayéndolos, dilatándolos, ondulándolos y haciéndolos vibrar alrededor del cilindro de carne, sin que ninguno de ellos moviera las caderas.

Había temido que la estrechez de su bizcocho lo molestara, pero, por el contrario, a pesar de su brutalidad, él gozaba intensamente. Su papaya, como si fuera un ser independiente, masajeó, frotó y exprimió la enorme verga, mientras ella permanecía inmóvil.

Según sus jugos femeninos brotaron con mayor abundancia, se puso a menearla cintura, primero lentamente, luego girando en amplios círculos, mientras él la arremetía una y otra vez.

Las embestidas se hicieron frenéticas y la cama se estremecía por el impacto de los dos cuerpos saltando encima del colchón.

Susana, sintió que una ola palpitante de calor le ascendía por el vientre; se hallaba totalmente abierta, rendida, entregada a él, cuando Fernando estiro las manos y tomándole las piernas, las levantó hasta que los tobillos estuvieron a la altura de su rostro.

Doblada sobre sí misma, Susana agarro con sus propias manos sus tobillos, para facilitar la invasión que estaba ocurriendo en su entrepierna.

El le cubrió la boca con su mano antes de que ella se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo. Rápidamente, Fernando saco su empapada espada del bollo y sin aviso apretó la enrojecida y gruesa cabeza contra el desprevenido y virginal ojo del culo.

Sin prepararla ni pedir permiso, el basto se abrió paso a través del rosado ano y obligo al esfínter a dilatarse y ceder hasta que la monumental verga se había enterrado hasta los testículos.

A pesar de la pesada mano que le cubría la boca, Susana grito, invadida por el dolor y el miedo; sorprendida por la sensación quemante que se apoderaba de sus entrañas.

La estrechez de su vagina no era nada, comparada con la de su trasero y cuando él, evitando que ella le mordiera la mano, la alejo de su boca, se puso a sacarle y meterle el falo del hasta entonces intacto canal trasero.

Susana, había estado tan próxima a venirse, que su cuerpo era sacudido por las emociones de esta nueva experiencia sexual. A pesar de los sollozos y de las ardientes lágrimas que corrían por sus mejillas,

Susana, se ajustó al ritmo de su conquistador y se puso a menearse al compás de cada embestida contra su recto. Continuó lloriqueando y gimiendo mientras sus jugos inundaban la vacía papaya. Fernando siguió ensartándosela, cada vez con mayor bestialidad y rapidez y la joven le enterró las uñas en la espalda al hombre que la estaba maltratando, con la violencia que anhelaba en sus mas secretas fantasías.

Él no se venía y la chica temía que aquel demonio no tuviera orgasmos y la fuera a estar ensartando y bombeando durante horas, hasta despedazarla.

Sin embargo, unos minutos más tarde, la agarro firmemente por los hombros y arqueando su poderosa espalda, se la sumió tan profundo que Susana, sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral.

Entonces se quedo quieto y chorros de caliente leche brotaron de su instrumento y le inundaron las entrañas a Susana, desencadenando en ella un salvaje, violento y delicioso orgasmo.

Los ojos de Fernando estaban en blanco y una especie de rugido escapaba de su pecho según era agitado por la furia de aquella inacabable eyaculación.

Pareció que habían pasado horas cuando finalmente los testículos quedaron vacíos y él se dejó caer sobre un costado, lejos de ella y completamente exhausto.

Susana, fatigada y sin resuello, estaba completamente asombrada de la ferocidad del orgasmo de ambos. Aún con el castigado culo ardiendo con la hirviente humedad de su leche, se levantó de la cama y dirigiéndose al baño, se sentó en el inodoro para descargar el semen con que Fernando la había inundado y que ahora desbordaba su culo.

A continuación, se lavó concienzudamente la entrepierna, se echó talco y tomando un bote de vaselina, se untó abundantemente en torno a su vagina y culo.

Regresó a la cama llevando en las manos el frasco de lubricante, una vasija de agua tibia, un paño húmedo y una toalla. Fernando, la esperaba sonriente, comiéndose con los ojos la frescura y juventud de su cuerpo voluptuoso y provocativo.

La muchacha se sentó en el borde del lecho y con delicadeza tomo con su mano la enrojecida verga y luego de lavarla con el paño, la seco con la toalla.

Este manoseo provoco que se presentara una nueva erección y se puso a besarla, sin metérsela en la boca. Fernando la observaba besarle una y otra vez el creciente miembro.

—Eso es lo que siempre has querido, puta de mierda. Una verga bien grande y gruesa, no la de Gabriel... ni la mía, sino la de cualquier hombre que te la clave en el bizcocho para rajártelo.

Ella extrajo con sus dedos vaselina y la unto a lo largo de la reata, restregando con un suave bombeo. Entonces, empujándose a un lado, se coloco en el centro de la cama, apoyada en sus rodillas y brazos, con la cabeza descansando en una almohada y el culo parado y listo para ser sodomizado.

Él sonrío con sarcasmo al incorporarse y ponerse de rodillas entre los muslos separados de ella.

Le abrió las suculentas nalgas y la punta de su pene hizo contacto con el palpitante botón.

Esta vez el esfínter se abrió fácil y ella no grito al ser penetrada, sino que meneo su juvenil trasero; al sentirse invadida, empujó hacia atrás para que él la poseyera lo mas completo posible. Fernando, se la clavó hasta el fondo y Susana disfruto cada centímetro de carne.

Durante un par de días, ella estuvo analizando y pensando todo lo sucedido, así que al tercer día, después de darse una ducha y vestirse con los ajustados jeans negros y el precioso suéter que marcaba sus erguidos pechos sin brasier, Susana se cepillo el cabello ante el espejo.

Se pinto los labios de rosa claro y decidió pintarse las uñas del mismo color. Miro su rostro lozano en el espejo y observo el efecto de su nueva ropa. Su cuerpo de hembra bien hecha era devastador en su perfección.

Ahora si parecía una mujer de verdad y no la chiquilla de aspecto adolescente de la que todos se burlaban. Se paso la lengua por los recién pintados labios y complacida reconocía la magia errática que aquel gesto le devolvía en el espejo.

—"Eso es lo que siempre has querido, puta de mierda". —Fernando se lo había dicho y ella no había respondido una palabra.

Ya Susana había empezado a olvidarse de Fernando, desde al día siguiente, que el salvaje que prácticamente la había violado, pero la había hecho gozar como nadie.

Sabía que no abandonaría a Gabriel que había sido su primer hombre, de la misma forma que jamás aceptaría acostarse de nuevo con Fernando.

Por eso fue que a los dos días de haber sido infiel por primera vez, había tomado una decisión.

—"¡Pobre Gabriel!" —se dijo, alejándose del espejo en dirección al tocador, donde había dejado su bolso. Montada en su auto se marcho lejos de su casa.

Estaba dispuesta a disfrutar la tarde al máximo, convencida de que cada minuto se convertiría en una orgía de leche y palos, con cuanto hombre le gustara, sabiendo que seria fácil, mucho mas fácil que lo que le había ocurrido dos días antes con Fernando.

Y su siguiente víctima, tuve la buena fortuna de ser yo, por eso llegó a buscarme a mi casa y la verdad es que… ¡me encantó!