El regalo de mi cínica mujer

Era una pasada. Me estaba follando a mi mujer, con una erección que hacía tiempo no sentía, mientras ella comía el coño a una alumna mía que estaba de infarto y todo ello en un restaurante. La situación me estaba excitando tanto que empecé a sentir algo parecido al vértigo...

...El desarrollo que propuso convertía a Marga, la nueva alumna, en la que manejaba todo, incluso la fantasía de su marido. Había logrado introducirse en esa dimensión y, por supuesto, me pareció genial. De esta forma, al desenvolverse las escenas ajenas más fuertes al margen de mi amigo todo sería mucho más excitante, novedoso y tendría el morbo de haber sido creado por su mujer, con mi modesta ayuda. Quedamos en mentirle si nos preguntaba por el relato. En decirle que estaba parado donde él lo dejó, camino del restaurante. Como veréis, a partir de aquí el relato toma otro ritmo, la mano de su mujer lo inunda todo y os lanza, lectores, algunos guiños que espero vayáis descubriendo.

– “Vaya, vaya, cómo te ha puesto tu alumnita preferida” me dijo Marga al oído al salir del coche mientras le sujetaba la puerta delantera.

Premeditadamente, me rozó con sus tetas mientras saludaba, con su mano, mi enhiesta polla sin que Claudia pudiera ver la jugada. En ese momento dudé sobre quién estaba llevando las riendas del mencionado asunto. Dejé que ambas se adelantasen unos pasos hacia la entrada para recrearme en sus culos cumpliendo con unos de los rituales que hacen la mayoría de los caballeros antes las mujeres, sobre todo con dos preciosidades como aquellas que se iban a sentar a mi lado a disfrutar de las recomendaciones de Casa Ignacio. – “De momento voy al lavabo, ¿vienes Claudia? Y tú mientras podías pedir un vinito blanco, muy, muy fresquito, ya sabes”.

Sí, ya sabía que el vino blanco era su debilidad y que cuando lo tomaba generosamente siempre acabábamos haciendo alguna rica locura. ¿Cuál sería la de esta vez? Esperaba que fuese la que fuese, la recordase durante mucho tiempo y no cabe duda que así hubiera de ser. Me acerqué a Ignacio interesándome por el reservado. Ya lo tenía todo preparado. Me indicó con la mano que le siguiese. Atravesamos una puerta que estaba casi velada y nos internamos en un pasillo que tan sólo tenía dos accesos. Una a cada lado. Abrió el de la izquierda y me invitó a entrar. Me quedé impresionado. Ante mí se extendía lo que podía ser el salón de una casa, no muy grande pero distribuido con funcionalidad exquisita. Una mesa cuadrada, sólida, tenía preparado los tres cubiertos completos. Una amplia estantería se situaba enfrente con libros y adornos de muy buen gusto. En una parte de ella se encontraba un equipo de música muy aprovechable y una especie de botellero cubría lo que podría ser la televisión. Al fondo se apreciaba una ventana por la que entraba la claridad de ese día de septiembre y en el rincón cercano una especie de tresillo con chaise-longe para relajarse tras la comida coronado por un espejo de pared. Hubiese podido pasar por un chillout pero su decorado y mobiliario era más caro que actual.

Exhibiendo una gran sonrisa, Ignacio me indicó hacia la mesa para que le diese mi aprobación… –“¡¡Vaya, que recepción!! ¿Aquí ve la tele antes de irse a acostar? Discreto es una barbaridad pero, no sé, ¿se van a acordar que estamos aquí?, dije para que no las tuviese todas consigo”.

– “No se preocupe, estaremos pendientes de todas sus necesidades, ¿algún problema más? Bueno, vaya a sentarse que ahora me acerco a tomarles nota, cuando suban sus acompañantes. ¿Van a tomar vino?” Elegí uno de los mejores blancos de la casa y le dije que trajese una heladera con mucho hielo, cubitos que empezaron a juguetear en mi mente.

– “¿Cómo te parece que nos sentemos aquí en tu saloncito? Ya que nos invitas a esta comida te vamos a dar ese gusto” dijo mi mujer al entrar poniendo en su mirada toda la intención posible.

– “Vaya sitio más raro. Me recuerda a algo pero no termino de…,” titubeó Claudia. – “Por cierto, Marga, ¿quién te ha recomendado este lugar tan insólito?, aunque tengo el presentimiento que vas a tener que felicitar a tu informante”. Pensé que era justo lo que estaba buscando.

– “Me quedo donde estoy, en el medio, para teneros vigiladas a la vez” y me levanté para indicarles sus asientos, como mandan las normas frente a las señoras.

Enseguida estuvo el vino en la mesa, quiero decir dentro de la heladera y me apresuré a rellenar las copas de las chicas. Claudia frenó mi mano para evitar que le echase … – “No creas que me gusta mucho el vino, no estoy acostumbrada. Además, hay que conducir, ¿no? ¿O nos vamos a quedar aquí todo el día?”

– “Vamos, te veo un poquito tensa. Por el coche no te preocupes, lo llevaré de vuelta sin problemas y creo que deberías probar este Rueda sin pensarlo dos veces. Te va a sentar de maravilla” le intentaba convencer mientras rozaba descaradamente su brazo con el dorso de mi mano derecha dada la proximidad que nos facilitaba la mesa.

– “Si me lo pides así, media copa”.

– “Es un vino exquisito. Échame un poquito que yo no me voy a hacer de rogar como Claudia”, y acercó el vidrio mientras su pie derecho comenzaba a acariciarme mi pantorrilla más próxima y con ella daba el pistoletazo de salida a la comida más intensa, morbosa y explosiva que había tenido hasta entonces.

Los tres sabíamos que nos íbamos a calentar mientras comíamos . Ellas eran cada vez más atrevidas y el morbo de la situación no consistía en que uno de los tres no estuviese al tanto de los manejos subterráneos sino en ver quién era el más osado en ese lugar, que no dejaba de ser público aunque fuese como estar en la propia casa con servicio de cocina incluido. Aquí no se iba a disimular para que la otra parte no se enterase, como me había sucedido en alguna otra ocasión en la que alguna señora, con ganas de emociones, maniobraba sus pies y manos, mientras su marido, en la misma mesa, nos contaba lo bien que lo habían pasado en un safari, fotográfico, en el Sherenghetti. Aquí la carrera era por ver quién llegaba antes a los pantanos, a las zonas húmedas. Quien acaparaba los momentos más potentes. Lo que se iniciaba como un desafío tenía que acabar siendo un desahogo .– “Chin, chin. Por nosotros tres” pronunciaron ambas a la vez y se mojaron las frentes con el vino. Acto seguido, llevaron los dedos a sus respectivas bocas para posarlos en mi frente. Que sincronía, pensé en ese momento.

Mi mujer que estaba desatada y no quería quedarse rezagada hizo desaparecer su mano bajo la mesa y por el movimiento que hizo con su culito hacia atrás supuse que estaba haciéndole sitio para meterla entre sus piernas, pero por dentro del pantalón. A continuación, sin ningún reparo, llevó los dos dedos que habían buscado su intimidad a mi boca anunciándome que ese era el aperitivo del vino. Me quedé impresionado de su osadía pero acepté el manjar sin protestar, saboreando ese producto de la tierra que tan bien conocía aunque ese día tenía un regusto especial. Su escenita me puso a mil porque ella sabe que probarla es una de mis mayores debilidades. Claudia ni parpadeaba y por sus gestos me pareció que no quería quedarse atrás en la carrera por el premio de ser la más putilla de las dos, en un sitio público. Me di cuenta perfectamente que levantó un poco sus nalgas de la silla, llevó su mano derecha hacia su coñito, libre de toda opresión y tiró de la anilla guía de sus bolitas chinas que llevaba desde el principio. Ella añadió… – “Esto ya ha hecho su papel y ahora creo que es un estorbo, ¿no profe?”

Y guardó el instrumento en su bolso sin ninguna discreción. Sólo pensar que por culpa de las bolas ahora su coñito estaba húmedo y dilatado me estaba forzando una erección explosiva. Uff, que comida más rica me iban a dar mis dos alumnas. Claudia aprovechó para deslizar su mano hacia sus labios, humedeció generosamente el dedo corazón y después lo escondió bajo el mantel. No teníamos que preguntar dónde había ido a parar porque sus ojos entrecerrados y su respiración ligeramente agitada nos dieron una buena pista. Rápidamente hizo emerger su extremidad y, como había hecho mi mujer, me acercó su dedo primero a mi nariz y después, al ver que yo no rechazaba este segundo aperitivo, me lo metió en la boca lentamente, jugueteando con mi lengua que aceptaba ese reto.

– “Bueno, bueno, ustedes disculpen pero tengo que tomar nota para que la cocinera vaya preparando los segundos, porque de primero me he permitido decidir ¿Qué les parece una buena ensalada, espárragos trigueros a la plancha, gambas al ajillo, tortitas de camarones y un poquito de jamón ibérico que me lo traen directamente de Montánchez?” Que le iba a decir, una maravilla aunque me estaban gustando mucho más los aperitivos sensoriales de las damas que las aceitunas de Camporeal que de manera abundante traía en un platito.

– “¿Y qué nos ofrece su casa de segundo?” Dije mientras noté como por mi derecha, el lado de mi mujer, una mano buscaba afanosamente bajarme la cremallera del pantalón con claras intenciones de ponerme nervioso mientras hablaba con el dueño.

– “Los segundos son nuestro fuerte, ¿Vamos por carne o pescado?”

Preguntó dándose cuenta que a una de las chicas se le había perdido algo bajo la mesa. Intenté alejar la mano pero ya tenía parte del trabajo hecho y mientras seguía bajando mi cremallera agarraba con intensidad mi polla a través del pantalón, en esto tenía experiencia. Este amarre hizo que mi voz no saliese todo lo firme que yo quería… – “vamos a continuar con pescado, por aquello del vino blanco, ¿os parece bien un pescadito al horno?” Dije como pude porque mi verga estaba fuera del pantalón. Que habilidad. Ahora, como el dueño se pusiese a recitar todos los pescados que tenía iba a pasar un mal momento, por eso dije con decisión… – “Si tiene besugo al horno, nos pone uno para tres y listos, creo que con eso vamos bien servidos, gracias”.

– “Gracias a usted y que siga bien porque veo que esta comida ha empezado de miedo” se alejó diciendo nuestro mesonero.

Otra mano aterrizó en mi bragueta y al unísono, como si se tratase de una única persona sentí como ambas me aferraban la polla, que volvía a estar pletórica, distribuyéndose el trabajo equitativamente. Mientras la primera estaba asida por la base y acariciaba ligeramente mis huevos, la más reciente envolvía mi glande con su palma y describía unos suaves giros sobre él. Humm, si existe, que tengo mis dudas, el cielo debería ser así, y este sería el restaurante del cielo… – “Chicas, vais en serio, ¿eh? Creo que os estáis aprovechando de mí, a dúo. Uhmm, pero lo que hacéis está de maravilla, ahh, me estáis poniendo nervioso y cachondo del todo”.

Suspiraba notoriamente cuando llegó hasta nosotros la mujer del dueño y clavó su mirada en mí al haberse dado cuenta que algo estaba pasando debajo de la mesa. Se quedó plantada con los manjares en la bandeja e intentó adivinar cuál era la situación real. Sin perder de vista los brazos de mis acompañantes fue dejando uno a uno los platos que habíamos encargado. Manteniendo los espárragos en su mano giró alrededor de la mesa hasta llegar a mi espalda para depositar el plato a mi lado y desearnos buen provecho.

“Los trigueros especiales para usted, seguro que le van a encantar” y noté como su mirada voló desde mis ojos hacia el hueco desde el que se podía ver, claramente, como las dos manos de las chicas estaban dándome un buen repaso a mi falo. – “Por lo que veo, usted en un experto en espárragos y sabrá apreciarlos,” y abandonó la habitación sin dejar de sonreírme.

Tenía una sonrisa muy atractiva aunque mi opinión estaba muy condicionada por las maniobras de mis chicas, a las que no les importaba, ni entretenían las visitas. – “¿Cómo podéis tener tanto morro?, ambos ya se han percatado de nuestras aventuras. Espero que no sean mojigatos y acepten un poquito de alegría en su casa. A ver si nos van a echar por escándalo. Y, ahora que lo pienso, ¿sois las únicas que podéis meter mano porque en varias ocasiones me habéis retirado las mías?”.

– “De momento, sí. No olvides que somos las alumnas y estamos de prácticas” dijo mi mujer con desparpajo, lo que Claudia suscribió con un movimiento de cabeza, una pícara sonrisa y un buen apretón a la cabeza de mi rabo que me hizo lanzar un agradable quejido.

La escena siguió así. Acordamos, para estar en igualdad de condiciones que cada uno de nosotros sólo podía tener una mano abajo y otra arriba, aunque podía cambiarlas y con la mano libre seguir comiendo lo que en la mesa esperaba. Empezó a ser una fiesta de los sentidos. Mientras con mi mano derecha intentaba perforar el pantalón de mi mujer por el lugar donde habían empezado a humedecerse la tela, con la izquierda elevaba un espárrago sobre mi boca. Claudia iba más allá, era la reina de los malabarismos. Con la mano derecha estaba haciéndome la mejor paja que me han hecho nunca en un restaurante y no era la primera… la otra mano ensartaba una gamba de proporciones suficientes como para llevársela a la boca y que la mitad me fuese ofrecida a cambio de un morreo juguetón. Ah, y su pie no paraba, por debajo del pantalón, de masajear hábilmente uno de mis gemelos y me gustaba, me gustaba mucho. Para finalizar la escena que más de un restaurante era del circo del sexo, mi mujer estaba intentando llevar uno de sus dedos hacia mi culo sin dejar de masajearme las bolas de mis huevos con intensidad. Esa mezcla entre fino dolor y tórrido placer me estaba transportando. Al abrir mis ojos vi que estaba mordiendo los camarones con la boca abierta, enseñando los dientes y me pareció más putón que nunca, con la cara de portada de peli porno en la que a la actriz principal el más macho le tira del pelo hacia atrás mientras se la folla sin piedad. Hubo un momento que aquello se iba de las manos, tenía toda la pinta de una orgía pero pública. Me di cuenta que Claudia, en cierto momento había llevado sus dos manos a la cara para limpiarse con la servilleta y ahí salté.

– “Eh, atención, sanción. Habíamos quedado en que sólo una mano, ¿no? Pues te he visto y ahora te toca pagar. Veamos, ¿Marga, qué le podemos imponer de pena?”

–“Déjame pensar. ¿Algo bueno para los dos o sólo para ti?” Preguntó con morbo.

– “Ya, ya lo tengo”, dije para evitar algo que no me gustase. Nuestra amiga Claudia se va a poner de pie, aquí, a mi izquierda y como recuerdo que no lleva bragas me va a dejar,...”

– “Eh, eh, un momento, ¿sólo tú?, se supone que tenía que ser para los dos” demandó mi esposa premura mientras apuraba su vaso de blanco.

– “Calma, es fácil resolver este punto. Claudia, te vas a poner entre los dos así disfrutaremos y nos disfrutarás a dúo” y le di una palmadita en su culo notando su firmeza a través de la fina tela. Mi alumna no lo pensó dos veces y sumisa cumplió con el castigo. Se colocó entre ambos, de pie, como una niña mala, y fue abriendo paulatinamente las piernas a medida que mis dos manos iban ascendiendo por la fina piel de sus muslos. Esa sensación es divina, creo que todos los hombres heterosexuales del mundo tendrían que probarla. Ascender con los dedos, muy despacio, entre las piernas de una mujer bonita sabiendo que no lleva nada debajo de su vestido…, calculando, milímetro a milímetro, la distancia que nos separa del final del camino, llevando la mano abierta para remontar ambos muslos y notar cómo se van juntando los dedos a medida que nos acercamos a su cálido coñito. Para terminar en los labios húmedos de su dueña deseosos de ser penetrados por esos intrusos que, como ladrones, revuelvan los cajones y armarios una vez dentro. Es casi indescriptible.

Y así fue como me encontré con la mano de Marga al llegar a sus labios vaginales, ella ya estaba allí dentro de su coño, girando dos dedos en su gruta que empezaba a fluir de manera sorprendente…, le metía la mano por el culo hasta llegar a la bocana del coñito de Claudia. Con dos dedos unidos estaba barrenando a Claudia en la que notaba un incipiente temblor en sus muslos, aguantando el castigo de muy buena gana. Me hice un pequeño sitio en su interior, introduje mi pulgar empujando a mi mujer que me miró como si le hubiese quitado el aparcamiento. Saqué la mano con urgencia y me llevé el dedo invasor a la boca para saborear los generosos jugos de Claudia y sin perder tiempo volvía a la escena, introduje el índice en su chorreante coño y desde aquí, bien lubricado con sus jugos, le perforé su culito mientras dejaba el dedo gordo en su fuente. Ella dio un respingo y levantó las nalgas pero tiré hacia abajo desde mi amarre notando que una fina piel separaba ambas yemas. Los dedos de mi mujer habían abandonado su cueva y ahora se dedicaban con interés a masajear su abultado clítoris, lo que unido a mi trabajo estaba consiguiendo que Claudia fuese acercándose al precipicio.

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¿Se iba a correr allí mismo? Tuvo que reclinar su cuerpo para apoyarse en la mesa lo que agradecimos como visitantes de sus aposentos al poder maniobrar con más soltura. Le levanté el vestido por detrás para contemplar su magnífico culito y separar sus nalgas. Con algo de dificultad introduje un segundo dedo en su entrada trasera y otros dos en la delantera y Marga estaba haciendo una labor divina en su botón. Su respiración empezó a entrecortarse de manera casi escandalosa, la música que era un simple susurro conseguía a duras penas tapar sus jadeos. Y ahí se me ocurrió otra ideíta. Mientras que Claudia se acercaba al umbral del orgasmo agarré la botella de vino que todavía estaba bastante fría y se la introduje dentro de su babeante coño de un empujón aunque antes tuve que separar un poco sus labios. Aquello fue el detonante. Empezó a jadear y mover su cadera como poseída, adelante y atrás, adelante y atrás, sin parar, arañando el mantel de tela, resoplando con su cara escondida entre sus brazos y sintiendo su cuerpo profanado como hacía tiempo que no ocurría. Tuve un segundo de lucidez y saqué la botella a tiempo porque Claudia en el punto más elevado de su clímax se derrumbó de rodillas en el suelo. Así se quedó durante unos segundos, doblada y con su cara sobre la mesa, resoplando, mientras ambos le acariciábamos su húmedo pelo….

– “Ufff, estoy todavía mareada, bufff, ha sido......unaaa......pasa…da....os lo.....prometo que nunca,…nunca, me había pasado algo así y menos... en... un bar” nos decía una vez había vuelto a sentarse en su cómodo asiento.

Estaba a reventar, mi polla tampoco había soportado una escena así anteriormente y no sé cómo no acabé allí mismo…. – “Un poquito de vino para humedecer las gargantas” y les volqué el ambarino contenido en sus copas, con la certeza de habérselas aderezado con el aroma más íntimo de Claudia.

– “Exquisito Claudia. Le has dado un toque maestro a este blanquito ¿No es verdad cielo?”

– “Tienes toda la razón, Marga. Ahora es cuando está en su punto. Pero, qué os parece, seguimos con el jueguecito o con lo que hay en los platos porque reconoceréis que es un poco complicado hacer todo a la vez.”

Intenté reconducir la comida. A ese paso íbamos a hacer noche en el lugar. Pero todas mis buenas intenciones se evaporaron cuando sentí como Marga volvía a concentrarse en mi polla pero esta vez iba en serio. Había agachado la cabeza hacia mí y tenía todas las intenciones de hacerme un regalito. Me retiré un poquito hacia atrás para facilitar su labor, a la vez que permití que me bajase más los pantalones, hasta que sentí el tacto de la madera castellana en mis nalgas. En esa guisa Marga no tuvo ningún problema de engullir de un solo envite mi polla y llevarla a su garganta al comienzo, que es cuando le gusta hacerlo, luego dice que le dan arcadas. Después inició una de las mamadas más eficaces que yo recuerde acompañada de un decidido sube y baja de su mano en el tronco de mi polla, para dispararme. Mordisqueaba mi punta para después meter su dura lengua entre mis pequeños labios formados en la salida de la uretra, haciendo un movimiento que sólo ella sabe hacer y que no puedo describir en palabras. Cerré los ojos para disfrutar del momento que se iba acercando, abrí ligeramente los labios y allí me encontré con los de Claudia que girada hacia mí me besaba en agradecimiento a su reciente explosión todavía adivinada en su respiración y sabor… En medio de ese doble juego supe que era esclavo de aquellas dos diosas y para demostrarlo estaba dispuesto a darles la ambrosía que llevaba dentro. Con un derrame bestial, que denotaba las veces que me había empalmado aquel día y que no habían tenido ese desenlace. Notaba como me subía la testosterona y de pronto eyaculé el primer chorro de lefa, ella cerró herméticamente el glande con sus labios para recibir el segundo y gran chorro de leche espesa, se le llenó la boca, pero aún había más… lechazo tras lechazo vacié toda mi preciosa carga en la boca de mi tragona esposa, allí delante de otra mujer que me besaba y casi me asfixiaba. Marga no iba a dejar escapar nada, era golosa en esas situaciones y, además, no quería pruebas visuales. Tras una serie larga de espasmos, suelo tener más cuanto mayor es mi excitación y ese día era infinita, me recosté en la silla mientras mi mujer terminaba de limpiar los pocos restos de semen que se habían quedado en mi polla adornado el capullo con la impregnación y los últimos borbotones de lefa… ¡¡Jamás nadie logró ser tan eficiente haciéndome una mamada!! Solo bastaron dos minutos, comiéndomela y tocándome los huevos.

– “Deja algo para las demás, egoísta” exclamó Claudia abandonando mi boca para lanzarse sobre mí ya menos arrogante miembro. – Uhmmm , que maravilla, otra boca distinta acabando el trabajo. – “Lo has dejado limpio, eh Marga… ni una pizca para mí”.

En ese momento, Marga se acercó a Claudia por delante de mí y se fundieron en un beso en el que mi mujer compartió con ella parte del manjar de los dioses, aunque alguna gota cayó sobre mi pantalón, dando un toque exótico a la escena final. Lo dejé allí, no estaba para exquisiteces y perderme ese beso que echaba chispas a menos de un palmo de mis narices. Estuve tentando a acercarme pero no me atraía mucho la idea de que ambas quisieran besarme y darme mi propio alimento, en otra ocasión, pensé.Ellas se mantenían unidas por sus bocas, estaban disfrutando. No habían dado ese paso todavía pero Claudia era agradecida y también quería demostrar a mi mujer que lo que le había hecho antes se merecía un premio. ¿Hay algo más excitante y morboso para un hombre que ver como dos mujeres, que no te excluyen, se besan delante de ti? Sin duda NO. Les dejé hacer hasta que no les quedó nada por compartir. Se sentaron sin dejar de mirarse y, a la vez, llevaron sus copas a la boca. Este deporte podría ser como la natación sincronizada. Claudia y yo nos miramos pensando lo mismo. Volvía la sincronización.

“Ahora te toca a ti, Marga”, nos reímos, lo habíamos dicho también a la vez.

Es verdad que era la única que faltaba por correrse. Ambos estábamos pensando la forma cuando llegó nuestro amigo a retirar los platos para traer el pescado y observó que todavía quedaban bastantes entrantes… – “¿No les ha gustado algunas de las cosillas que les he traído?”, preguntó con cierta pena.

– “No, no, no es eso, está todo buenísimo pero nos estamos entreteniendo demasiado y hablamos sin parar, pero déjelo todo, bueno llévese si quiere las gambas y lo que queda de espárragos, ah, y supongo que tiene más vino fresquito, como este. Pues prepare otra botella que está genial.” Dijo Marga haciéndose con la situación y alejando, de momento, su castigo. – “Vamos a comer un poquito, que me ha entrado un hambre y ahora pensáis como me vais a corresponder, ¿vale?”. Y así hicimos.

Para calmar un poquito la comida nos dedicamos a acabar casi todos los buenísimos platos que nos habían preparado, apuré lo que quedaba en la botella entre las tres copas y al ir a dejarla en la heladera vi como Claudia me sujetaba la mano y me decía… – “tráela, que esta nos puede hacer falta”.

Llegó el pescado, nuevos platos, cubiertos y la segunda botella, esta vez fueron ambos dueños los que entraron en el reservado para prepararnos el manjar. Al ir a llevarse la botella vacía, Claudia lo impidió con decisión agarrando la mano de la mujer y dejando caer un déjala, que no necesitó explicaciones. El besugo tenía una pinta inmejorable… fresco, rosado y expuesto para nosotros en una bandeja que asemejaba la forma de un delfín, un tanto fuera de lugar pero le daba un toque isleño.Serví los platos a las damas y después me puse una cantidad importante, me encanta el pescado. Después les advertí que íbamos a hacer una pausa para comernos aquello, por lo que necesitábamos ambas manos y mucho cuidado con las espinas. Tregua. Mientras dábamos buena cuenta de aquella maravilla horneada nos zambullimos en una conversación que giraba en torno a un solo tema… ¡cómo se podía estar en un lugar así y hacer lo que nos apeteciese! Ya sabíamos que estamos en una habitación aparte, pero ¿nadie nos oía?, ¿A nadie le importaba lo que sucedía allí? Parece que estábamos perdiendo el morbo que se tiene ante la posibilidad de que te descubran. Supongo que el dueño habría dado instrucciones a los clientes habituales para que nadie nos molestase. La conversación continuó sobre qué experiencias parecidas habíamos tenido y debo reconocer que tanto Claudia como mi mujer, sobre todo esta, me estaban sorprendiendo a pesar que yo también tenía alguna cosa que contar. Las aventuras de Marga podían ser ficticias, sólo una excusa para que a Claudia se le desatase la lengua y siguiese rememorando de forma muy gráfica pasadas aventuras, pero si eran reales yo no tenía ningún conocimiento de las mismas. Determinamos que esta podría ser la mayor pasada de todas siempre que se diese la talla con lo que nos quedaba aún. Claudia y yo volvimos a mirar a mi esposa mientras desaparecía de nuestros platos el precioso pez y de nuestras copas el vino.

–“Los pantalones te quedan preciosos pero justamente hoy no parece lo más apropiado, ¿no Marga?”

–“Un momento, tengo la solución. Acompáñame un momento al baño y te lo cuento. De paso aligeramos un poquito, ya sabes” y desaparecieron no sin antes darme cada una un sabroso beso en los labios que se mezclaron en la boca.

Uhmmm, sorpresitas y todo . Vaya comida que estaba teniendo, todo iba de maravilla. ¿Todo? Se me ocurrió mirar el reloj que había en la pared y me di cuenta que el tiempo había volado. Ya eran casi las cuatro y la tarde parecía larga pero tenía clases a partir de las cinco a unos cuantos kilómetros de allí. Mientras estaba con esas inquietudes advertí que una discreta pero insistente luz roja pareció encenderse en una de las estanterías de la sala. Al momento se abrió la puerta y aparecieron mis comensales.

– “Pero, ¿qué habéis hecho?” Dije con asombro al ver que se habían intercambiado la ropa. Ahora era Claudia la que llevaba los ajustados pantalones de mi mujer y le quedaban tan bien como a ella y la blusa blanca, transparente que dejaba adivinar sus pequeñas pero muy turgentes tetas. Al fijarme en su entrepierna advertí una ligera humedad fruto de los escarceos que le habíamos propinado hacía muy poco tiempo. Y Marga estaba impresionante con el top y la falda vaporosa de Claudia. Al tener más tetas que ésta, el top quedaba muy provocativo, apenas podía mantener sujetos los encantos a lo que contribuía el haberse liberado del sujetador. Iban en serio este par de atrevidas.

– “Y ahora por dónde íbamos” dijo Claudia con el tono más autoritario que pudo dar a su voz.

“Me siento presionada. Parece que ahora tengo que ser yo el objetivo de vuestros ataques. Uyyy, que miedo me dais”.

Cuando me disponía a abrir la boca volví a observar la luz roja y al instante se abrió la puerta para dar paso a la supuesta mujer, de Ignacio. – “Perdonen, veo que puedo retirar los platos. ¿Van a probar algún postre? Si les interesa les diré que no siempre son los chinos los que copian a los demás. La especialidad de la casa es el flan de huevo con nata auténtica y anacardos fritos”.

– “Suena muy bien pero estamos demasiado llenos. Todo muy bueno, por cierto. Pues eso, muy llenos para postres, casi mejor tomamos unos cafés, ¿no, chicas?”

– “Sí pero que nos traiga uno de esos postres para tocar el cielo” dijo Claudia mientras arrastraba con delicadeza la punta de su lengua por los labios, saboreando un reciente sorbo del blanco.

– “Pues...está bien. Un postre y unos cafés… ¿cómo lo quieres Marga?”

Pregunté aunque sabía de sobra que lo quería con leche y en vaso pequeño. Tú mismo volvieron a recitar al unísono las compenetradas mujeres. Una vez que la mujer retiró la comida y nos trajo el postre y los cafés nos dispusimos a probar la orientalizada mezcla mientras les indiqué si no se habían dado cuenta de la luz que se encendía cuando entraba alguien. Estaba claro que era una señal de aviso, a nosotros para saber que íbamos a recibir visita, supongo. Ellas no habían mirado incluso ni en esa dirección, era yo el único que la tenía enfrente.

– “Prueba esta nata, es excelente. Sabe a las confiterías de antes. Nata montada” y llevó una cucharada hasta mi boca. Pude comprobar que no mentía, era un placer deshacerla en el paladar. – “¿Y qué tal estará en otro servicio más apetecible?”, insinuó Claudia mientras se acercaba a mi mujer por detrás.

Posó sus manos en la cabeza de ella y las fue bajando con delicadeza hasta el cuello para introducirlas por debajo de su top y pinzar ambos pezones que al notar el contacto inicial de sus manos ya habían reaccionado mostrando una plenitud desbordante. Claudia hizo girar sus palmas sobre ellos y debido a la presión el top saltó hacia abajo sin remedio. Ahí, ante mis ojos, se levantó el telón con una escena lésbica enervante. Mi mujer se dejaba hacer e incluso echaba su cabeza hacia atrás comenzando a gemir quedamente. Claudia aprovechó para untar la cuchara en la nata y extenderla por las dos cimas de los pezones de Marga y, como un relámpago, se lanzó a devorar con los labios muy abiertos el manjar. Mi reacción no se hizo esperar y presioné con mis dos manos la otra teta para hacer más saliente su pezón y succionar con pasión el mismo y la nata que allí estaba montada.

– “¿Uhmmm, qué hacéis?” Esta vez el gemido fue sonoro aunque noté que fue ahogado por el aumento del volumen de una melodía envolvente que se ocupó toda la habitación.

Mi mujer se dejó resbalar en la silla y al hacerlo la falda prestada se enrollaba hacia sus muslos. Sin esperar el fin de esa tendencia ascendente, llevé una mano entre sus piernas hasta levantarle la falda sin miramientos. Mi polla ya estaba pidiendo que actuase con energía. Al dejar al aire su entrepierna sentí un chispazo en la base de mis huevos. ¡No llevaba tanga! ¡Allí tenía su coño al aire totalmente rasurado! Su inocente chochito se ofrecía como un fin de fiesta para nosotros dos y no lo íbamos a rechazar.Deslicé mi mano hacia sus labios más íntimos que esperaban esa caricia desde hacía tiempo mientras Claudia sorbía con pasión las tetas y besaba directamente a mi mujer en la boca pretendiendo que sus lenguas se abrazasen en un baile húmedo. Esa visión hacía que mi polla estuviese cada vez más inflamada y que soportase a duras penas la inspección que Marga la estaba haciendo. No me dio tiempo a llegar a su baboso coño porque Claudia acercó allí otra porción de nata.

– “Esta no se puede comer aquí, ven” y arrastró a mi mujer hacia el sofá sin que pusiese el menor reparo. Les seguí hasta que la portadora de la nata fue literalmente tumbada boca arriba. – “Ahora sí, cómete este postre”.

Como si de una orden se tratase me lancé entre sus piernas a limpiar ese dulce que tapaba la sonrosada y limpia entrada a su coñito. Estaba poseído, atacaba su raja como me parecía, sin piedad, estrujando, sorbiendo, pellizcando, soplando, todo lo que me apetecía hacerle no tardaba en sentirlo dentro de ella. Le introduje primero un dedo y después varios hasta intentar, girando, que los cuatro entrasen a buscar los tesoros de la cueva de Alí Babá. Ella chorreaba y facilitaba esta labor elevando su precioso culito hacia mí, metiéndose con ese movimiento aún más mi mano dentro, como ya habíamos hecho en alguna otra pasada anterior. Al levantar la vista para tomar un sorbo de aire vi como Claudia, subida al sofá, se estaba bajando los pantalones, haciéndolos rodar por sus húmedos muslos, mientras Marga no paraba de buscar con sus manos el precioso coñito que se le ofrecía. Alzó la boca para beber de esa fuente que ya desprendía su brillante humedad. Las dos estaban fuera de sí, a las dos les estaban comiendo el coño y eso es superior para una mujer. Me pareció que no hacía falta en aquella estampa pero fue sólo un pensamiento fugaz…, para alejarlo, me desabroché los pantalones, me saqué una de las dos perneras, agarré con fuerza de los muslos de Marga y habiendo colocado previamente la punta de mi enhiesto ariete  entre sus labios, le propiné una estocada hasta las bolas…18 cm de falo con un grosor que superaba los 5 centímetros entraron a saco. El grito que dio tuvo que oírse al otro lado de la pared, sin la menor duda.

– “Ahoraaaa....ahhh....me partes, cabrón… ahora...muévete....no pares....no, nunca....sigue, sigue, sigue, uhmmmm....” y volvió a hundir su boca en el coño de Claudia que se lo restregaba sin parar haciendo que toda su cara brillase por sus jugos.

Era una pasada. Me estaba follando a mi mujer, con una erección que hacía tiempo no sentía, mientras ella comía el coño a una alumna mía que estaba de infarto y todo ello en un restaurante. La situación me estaba excitando tanto que empecé a sentir algo parecido al vértigo y sólo se mitigaba cuando miraba como mi polla entraba y salía poseyendo ese coño que ahora, extrañamente, no me era familiar. Al perder mi vista hacia el techo vi de reojo encenderse la luz roja. Eso anunciaba visita pero la escena no estaba para recibirla. La puerta se abrió y por el rabillo del ojo pude comprobar cómo Ignacio dejaba una botella en otra heladera, tres copas y abandonaba la sala no sin antes echar una visual al numerito que teníamos allí. Una sonrisa me pareció que fue lo último que recuerdo de él al salir.Sin pararme a analizar el suceso continué bombeando dentro de ese coñito que tenía su propia voz, ese ¡¡Choff, choff!! Tan característico de una mujer a punto de correrse, la humedad hecha sensación. Pero se le adelantó Claudia, debido a la velocidad con la que mi mujer movía su lengua sobre su abultado clítoris mientras introducía con maestría dos dedos dentro de la raja abierta de aquélla. Con una gran celebración , Claudia se corrió encima de la cara de mi mujer y debo decir que sus ojos se enmarcaban por el corrido rímel de lo que echó por su coñito. Con la lengua, mi mujer intentó limpiar todo aquello que encharcaba su coño que al no tener casi vello que frenase había descendido con más facilidad, y en el intento sentí como explotaba en un orgasmo sonoro, como las paredes de su chochito se contraían para abrazar al arrogante intruso .

Le metí un dedo en su culito porque me gusta esa sensación, sentir contraerse el esfínter con cada espasmo, igual que nos pasa a nosotros cuando nos corremos… hasta que se derrumbó sobre el sofá abandonando todo trabajo hacia Claudia. Ésta, se despojó completamente de los pantalones y se me acercó agarrando la polla que todavía estaba dentro de mi mujer y tirando de ella la sacó, introduciéndose un dedo sucesivamente en su abultado coñito señalándome el nuevo destino de mi afanoso rabo. Me besó en la boca durante unos instantes, se apretó para que sintiese sus tetas apretadas a mi pecho y agachó su cabeza hacia mi polla que estaba inundada de la corrida de mi mujer. En ese momento, Marga se levantó, fue a la mesa, buscando la botella que acaban de traer y se dispuso a descorcharla mientras Claudia succionaba mi polla con ternura, evitando a toda costa que me corriese. Pero yo no tenía tanta seguridad que ese masaje no me llevase hasta el fin. De pronto, “¡¡Poppmmmmm!!”, la espuma del “Brut nature” aparecía en el gollete de la botella recién abierta. Dio un trago largo, me puso la botella en la boca hasta que me vio tragar y retirando a Claudia de mi polla le ofreció la bebida burbujeante. Se llenó la boca y se volvió a introducir mi mostrenco dentro de su coño, la sensación que sentí con mi polla en sus entrañas, y una miríada de burbujas estallando alrededor de mi glande fue extasiante, casi dolorosa, por lo que le alejé bruscamente su cara y el espumoso salió disparado de su boca salpicándome con generosidad. Era el momento adecuado y creo que lo había visto en una película porno en alguna ocasión

CONTINÚA...