El regalo de mamá
Entró para comprar un regalo a su hijo, pero fue mucho más lo que regaló.
Aquella tarde de finales de junio fue Rosa con su hijo de cuatro años a una tienda del barrio donde vivía y en la que vendían una gran cantidad de juguetes.
Quería que el pequeño viera los juguetes que había y seleccionara uno para regalárselo por su cumpleaños.
Al entrar en la tienda el rostro del niño se iluminó entusiasmado al ver tanto juguete, y la madre, alegre de observar así a su hijo, comentó al dependiente el motivo de su visita.
El dependiente, un hombre de aspecto de lo más vulgar, con un ridículo bigotito y de unos cuarenta años, a la vista de la maciza que tenía enfrente, no paraba de sonreír y de mirarla el nacimiento de tan generosos pechos ante la indiferencia de ella. Para hacerla la pelota, regaló, tanto al niño como a la madre, un chupa chups, es decir, un caramelo redondo de sabores con palo, que los dos cogieron muy sonrientes y, tras quitar el papel que los envolvía, se lo metieron en la boca y los fueron chupando. Solo con ver el dependiente a la mujer mamando el chupa chups se le ponía dura y erecta la polla, al imaginarse que era ésta la que estaba mamando Rosa.
Entre los juguetes se movió exaltado el niño sin atreverse a tocar ninguno, ante la atenta mirada de su sonriente madre que se quedó a pocos pasos detrás de él para que eligiera libremente.
También a pocos metros detrás de ella se situó el dependiente que más que vigilar al niño para que no estropeara o se llevara algún juguete, observaba a la madre y especialmente al culo macizo y respingón de ésta, que bajo la ajustada minifalda marcaba el diminuto tanga que se perdía entre las dos redondas y simétricas nalgas. Los zapatos de tacón de Rosa incrementaban el morbo al poner en tensión todos los músculos de sus torneadas piernas y levantaban todavía más su ya de por si prieto trasero.
Rosa que, todavía no había cumplido los veintiséis años, tenía un hermoso cuerpo de voluptuosas curvas que resaltaba todavía más el estrecho vestido color crema de estrechos tirantes, amplio escote y minifalda que se pegaba a su cuerpo como una segunda piel.
Era un auténtico imán para la vista sus generosos y erguidos pechos, sus anchas caderas, su cintura estrecha, sus nalgas redondeadas y macizas, y sus hermosas piernas largas y torneadas para una altura de poco más de un metro sesenta y cinco, aunque con tacones se aproximaba más a un metro setenta.
Acercándose la madre al niño se inclinó hacia delante para hablar con él, de forma que su minifalda se la subió por detrás, casi mostrando las bragas y las nalgas ante la lasciva mirada del empleado que, al no observar ninguna otra persona cerca ni mirándole, se puso en cuclillas para verla bajo la falda, pero enseguida tuvo que levantarse al entrar en la tienda un nuevo cliente.
Afortunadamente le atendió otro empleado y el dependiente pudo fijarse nuevamente en la mujer del vestido color crema que ahora se había puesto en cuclillas comentando algo a su hijo, por lo que el dependiente dando un rodeo se colocó disimuladamente a pocos metros frente a la mujer para poder verla el tanga y, si era posible, incluso la vulva, pero Rosa se incorporó antes de que pudiera ver algo.
Elegida una sencilla caja de juegos de mesa la madre la llevó, acompañada del niño, a la caja registradora para efectuar su pago. El dependiente, muy solícito, la atendió al momento sin perder su sonrisa ni dejar de mirarla las tetas. Se percató la mujer hacia donde dirigía el hombre de forma tan insistente su mirada y se miró el escote por si se le había abierto y enseñaba demasiado los senos, cerrándose el vestido un poco más.
Una vez hubo pagado y la caja introducida dentro de una bolsa de la tienda, el hombre la comentó que, rellenando una sencilla ficha de muy pocos datos, sería cliente preferente y tendría una serie de beneficios como descuentos, entregas a domicilio y otros más que empezó a decirla, hasta que ella, aburrida, le dijo que sí, que rellenara la ficha.
El dependiente la fue pidiendo datos que fue introduciendo en un ordenador sobre el número de documento nacional de identidad, nombre, domicilio, estado civil, edad, profesión y número de hijos, que la mujer fue dando sin preocuparse, mientras jugueteaba dentro de su boca con el chupa chups y limpiaba a su hijo manchas en el polo que llevaba puesto.
De esta forma se enteró el dependiente, entre otros datos, que la mujer se llamaba Rosa, estaba casada, era ama de casa, tenía un solo hijo y estaba a punto de cumplir veintiséis años de edad.
El hombre quitaba de vez en cuando la mirada de la pantalla del ordenador y la fijaba en las tetas de la mujer que, al agacharse, se la veían más, y en la boca, como chupeteaba el chupa chups y se la imaginaba con su polla entre los labios de ella, jugueteando con la lengua y haciéndole una increíble mamada.
Recordó Rosa en ese momento que necesitaba un traje de baño y, preguntando al dependiente, éste le dijo que se encontraba en el piso de arriba. Además la comentó que la guardaría el regalo de su hijo hasta que volviera.
Aunque se podía acceder mediante una amplia escalera o incluso mediante un ascensor, el dependiente la condujo a una estrecha escalera metálica de caracol con escalones de rejilla que solían utilizar los empleados, permitiendo que el niño y detrás ella subieran primero, unos pocos escalones por detrás iba el dependiente que, sin dejar de mirar hacia arriba, la observaba con detalle bajo la minifalda. Como el niño, ayudado por su madre, subía despacio y con cuidado, el hombre se recreaba observando detenidamente el tanga blanco que apenas la cubría la entrepierna y desaparecía entre los cachetes del culo, los muslos morenos y musculados, y, por supuesto, la vulva que prácticamente trasparentaba la fina y escueta tela del tanga. Se dio cuenta perfectamente el hombre que la vulva estaba apenas cubierta por un fina línea de vello púbico de color castaño claro. Por su parte, Rosa supuso que el dependiente se había quedado en la planta baja y no subía detrás de ella. Tampoco se le ocurrió a la mujer que pudieran ver a través de los peldaños con rejilla y, por tanto, desde abajo, la estuvieran mirando detenidamente el culo y el coño bajo la falda.
Ya en la planta la mujer se detuvo mirando modelos de bikinis pero su hijo, al aburrirse, no estaba quieto en ningún momento, por lo que no pudo dedicar mucho tiempo a mirarlos, así que cogió un par de ellos y se los llevó al probador, tirando siempre de la mano de su hijo para que la acompañara.
Al acercarse al probador pensó qué iba a hacer con su hijo cuando se probara los bikinis. La daba mucho reparo meterlo con ella en una de las cabinas del probado ya que no la gustaba mostrarse desnuda frente a él, la daba una ridícula vergüenza, pero ahí estaba el dependiente que, al verla pensativa, leyó sus pensamientos y la dijo que no se preocupara que él atendería al niño mientras ella se probaba la ropa. No estaba segura de dejar a su hijo con un extraño, aunque éste se mostrara tan solícito, por lo que le dio las gracias aunque no se lo confió. El hombre la propuso entonces que ella entrara en la última cabina y que el niño se sentara en una silla frente a la puerta de ésta. Le pareció mejor esta propuesta a Rosa por lo que el dependiente acercó una silla y la puso, como había dicho, frente a la puerta de la cabina donde la mujer hizo sentar a su hijo, al tiempo que el hombre la daba a éste una semiesfera de plástico transparente que le cabía en su manita y el hombre, muy complaciente, le explicó al niño en qué consistía el juego: moviendo la mano con la esfera se tenía que llevar la bolita que había dentro por unos laberintos hasta llegar al objetivo, que era un simple agujerito donde había que meter la bolita. Mientras lo explicaba se imaginaba el hombre lo que deseaba hacer con Rosa, perderla por laberintos para meterla la polla hasta las bolas por el agujero que tenía entre las piernas.
Mientras escuchaba la explicación la madre se metió muy complacida en la cabina, cerrando con cerrojo la puerta tras ella.
Las puertas de las cabinas no llegaban hasta el suelo, sino que había unos veinte centímetros desde la parte inferior de la puerta hasta el suelo.
Una vez acabada la breve explicación el hombre, viendo que el niño estaba concentrado, practicando con el juego, se despidió muy alegre de él, con un cantarín “¡Hasta luego!” para que la mujer lo escuchara y se metió en la cabina al lado de la que se había metido Rosa. Sin hacer ruido, cerró la puerta con cerrojo y, quitó de la pared una pegatina, dejando al descubierto un pequeño agujero. Mirando por él, observó a Rosa de espaldas en la cabina siguiente sin que ella se diera cuenta.
Estaba la mujer ya descalza, soltándose por delante los botones del vestido, y cuando desabotonó todos, se inclinó hacia delante y se bajó el vestido hasta los pies, mostrando al mirón sus macizos, erguidos y redondeados glúteos, sin una pizca de celulitis ni manchas, apenas cubiertos por un tanga minúsculo que se introducía por detrás entre las dos prietas nalgas. Al incorporarse puso el vestido doblado sobre un taburete y se soltó el sujetador por detrás, quitándoselo. Por el espejo el dependiente pudo verla las tetas, hermosas, erguidas, redondeadas y de un impresionante tamaño XL, con unas areolas negras del tamaño de un euro de las que brotaban pezones sonrosados, casi negros, que semejaban sabrosas y maduras cerezas. Colocó Rosa la prenda sobre el vestido y, agachándose de nuevo, se bajó el tanga hasta los tobillos, mostrando, ahora sí, al hombre la vulva y el culo en todo su esplendor y sin nada que lo cubriera. También deposito el tanga sobre el taburete y, al incorporarse, pudo el hombre observarla el cuerpazo que tenía al desnudo sin nada que lo cubriera, confirmando lo que ya observó en las escaleras, que, entre las piernas, su vulva se podía observar a través de una fina franja de vello púbico de color castaño claro que la cubría.
Sin dejar de mirar por el agujero de la pared, el hombre, con la verga erecta fuera del pantalón, se estaba masturbando despacio y sin hacer ruido para no alertar a la mujer.
Estuvo unos segundos la mujer observándose el cuerpo en el espejo, asustando al principio al dependiente que pensó que le habían pillado con los ojos en las tetas de Rosa, pero, al moverse la mujer delante del espejo, se dio cuenta el hombre que estaba ella observándose lo buena que estaba y, si así de paso se encontraba una imperfección, intentar quitársela, pero la muy morbosa se vio tan buenorra que sonrió satisfecha al espejo.
Mientras el dependiente observaba a través del agujero de la pared a la mujer completamente desnuda, el niño, que estaba sentado frente a la puerta de la cabina donde estaba su madre, al observar como el hombre se había metido de forma muy misteriosa en otra cabina y, después de cerrar la puerta, no salía al pasillo, le entró la curiosidad de saber qué estaba haciendo, por lo que, poniéndose a cuatro patas, gateó hacia la puerta de esta cabina, y, metiéndose por el hueco de la puerta, le observó mirando por el agujero mientras se masturbaba.
Extrañado, se incorporó y, tirando con su manita de una de las perneras del pantalón del hombre, le preguntó inocentemente:
- ¿Qué haces?
La vocecita alertó no solo al hombre que, horrorizado, se dio cuenta que le habían pillado, sino a la madre del niño que, levantando la voz, preguntó a su hijo si estaba ahí:
- ¿Cariño? ¿cariño? Estás ahí, ¿verdad?
Pero como el niño, asustado de que su madre le regañara por haberse levantado, no respondía, la mujer le volvió a preguntar en voz más alta. Seguía sin responder, así que asustada, abrió un poco la puerta de la cabina para ver si estaba ahí su hijo, en la silla frente a la puerta, pero ¡no estaba ahí! , no estaba sentado en la silla que ahora permanecía desierta.
Cada vez más asustada, se cubrió con una mano el sexo y con el otro brazo se tapó los pechos, y abrió totalmente la puerta de la cabina y, sacando la cabeza por el hueco de la puerta, miró por si estaba su hijo en el pasillo o en la entrada del probador, pero no le vio.
- ¡Mi niño, mi niño, que me lo han robado!
Cruzó en un momento esa idea por su cabeza y salió completamente desnuda al pasillo del probador y echó a correr hacia la entrada, cubriéndose tetas y sexo con las manos, y llamándole por su nombre a gritos:
- ¡Juanito, Juan, Juaaaaan, Juaaaaaaan!
Al aparecer la mujer completamente desnuda en el acceso al probador, un montón de personas aparecieron frente a ella, observándola, entre alarmados por los gritos que daba y morbosos por lo sabrosa que se mostraba desnuda. Deteniéndose la mujer, consciente de pronto de su desnudez, ¡dios mío que hago así!, escuchó en ese momento la vocecilla de su hijo a sus espaldas:
- ¡Aquí, mamá! Estoy aquí.
Y girándose Rosa le vio saliendo de la parte inferior de la puerta de una cabina, justamente de la cabina donde el dependiente había estado mirando por un agujero cómo ella se desnudaba.
- Pe … pero, hijo … hijo mío.
Dijo Rosa, mirando hacia su hijo, para volverse a mirar hacia las personas que la observaban, entre divertidos y lascivos, desde la tienda.
Cubriéndose con sus manos las tetas y el sexo, intentó balbucear algo ante ellos para justificarse y pedir perdón, pero la vergüenza pudo más que la oratoria, y ninguna palabra salía de su boca a pesar del color rojo intenso que brotó avergonzada de su rostro.
Echó Rosa a correr hacia su hijo, escuchando carcajadas y silbidos de admiración a sus espaldas, no solamente para proteger a su hijo sino también para huir de las miradas de clientes y dependientes, y, cogiéndole en brazos, lo metió tan deprisa como pudo con ella en la cabina donde estaba su ropa. Cerrando la puerta, se dio cuenta del escándalo y la vergüenza que había provocado, y se puso tan rápido como pudo su propia ropa, ante la curiosa mirada de su hijo que la miraba alelado el culo, las tetas e incluso el coño ya que no recordaba haber visto nunca así a su sabrosa madre.
Una vez vestida, la mujer permaneció en silencio dentro de la cabina, no sabiendo exactamente qué hacer, intentando quizá que la gente se marchara y la olvidara. Cuando su hijo intentó hablar, le cubrió la boca con su mano, haciéndole callar.
Esperó dentro de la cabina casi diez minutos, esperando que se olvidaran de ella y se marcharan del local, pero su hijo, no pudiendo aguantar más, se movía intranquilo, a punto de echar a llorar, por lo que la madre decidió salir de su escondite.
Saliendo de los probadores, tuvo que coger a su hijo en brazos para caminar más rápido, ante la burlona mirada de clientes y dependientes que la habían visto totalmente desnuda. Escuchó incluso algún silbido y comentario obsceno.
Utilizó también la escalera de caracol con los peldaños de rejilla, ante la mirada ahora no del dependiente de antes sino del mismo gerente de la tienda, que, desde abajo, observó lascivo bajo su falda. Ya la había visto en la planta de arriba, cuando salió desnuda y chillando en los probadores. La hubiera consolado echándola un buen polvo pero se desaprovechó la ocasión.
Al llegar abajo la mujer el gerente la recibió con una sonrisa hipócrita y la preguntó:
- ¿Todo bien, señora?
- ¡Sí, sí!
Fue la respuesta escueta de Rosa, tan avergonzada como estaba solo quería salir de la tienda.
En la planta baja estaba decidida Rosa en marcharse a toda prisa de la tienda, olvidando totalmente el juego que había comprado, pero el dependiente, atento, se puso delante de ella, deteniendo su camino, y la preguntó muy sonriente, como si no hubiera sucedido nada arriba:
- ¿No ha elegido ningún artículo de baño para llevarse?
- ¿Eh? No … no.
Y sin dar más explicaciones, le esquivó rápida, saliendo de la tienda con su hijo en brazos, y sin llevarse su compra.
Al pasar por el aparato de seguridad, éste empezó a pitar y, aunque la mujer estaba tan avergonzada que ni se detuvo, salió corriendo el gerente y, sujetándola del brazo, detuvo su marcha.
- Perdone, pero tiene que enseñarme su compra.
- ¿Có … cómo? Si no llevo nada.
- El detector ha pitado y es nuestra obligación comprobarlo. Por favor, acompáñeme.
Sin soltarla, obligó a la mujer y a su hijo a entrar nuevamente en la tienda ante la mirada expectante de clientes y trabajadores.
- Pero … si no llevo nada.
Fue lo primero que dijo Rosa dentro de la tienda.
- Abra el bolso, por favor.
La ordenó el gerente y, cuando ella lo estaba abriendo, lo cogió y, vertiendo todo sobre el mostrador, rebuscó sin encontrar nada.
- Ha entrado a los probadores del primer piso con unos bikinis.
Comentó el dependiente que la había atendido y uno de los clientes que estaba presenciando todo con una sonrisa dijo:
- Seguro que los lleva puestos. Debajo de ese vestidito tan mono.
- ¡Eso, eso! Los tiene debajo.
Corroboraron otro par de clientes de algo más de veinte años, con una gran sonrisa y una enorme erección.
- Yo … yo … no he cogido nada
Balbuceo la mujer a punto de romper a llorar.
- Acompáñeme, por favor.
La ordenó el gerente, cogiéndola otra vez del brazo.
- ¡No! ¡No! ¡No te la lleves, desnúdala aquí!
Gritó un cliente y echaron varios a reír.
La condujo a ella y al niño por la escalera de caracol, subiendo primero el gerente, luego el hijo y su madre, y finalmente el dependiente que aprovechó nuevamente para mirarla bajo la falda y observar lo que ya sabía, que llevaba la mujer el tanga con el que había entrado a la tienda y no vestía ningún bikini.
La hicieron entrar en una habitación con un par de mesas de despacho y dejaron al niño fuera, custodiado por una vendedora que pasaba por allí.
Cerrando la puerta de la habitación, el gerente la ordenó:
- Desnúdate … o quieres que te desnudemos nosotros.
- Pero … si yo no he cogido nada.
Respondió la mujer entre lloros.
Haciendo el gerente un gesto con la cabeza hacia el dependiente, éste se acercó a ella con el ánimo de arrancarla la ropa, pero ella, viéndole venir, cruzó sus brazos sobre el pecho, protegiéndose, y dijo muy rápidamente:
- No … no … lo hago yo.
Se detuvo el dependiente y, mirando al gerente, éste hizo un gesto en la cabeza para que se retirara, y eso hizo, se apartó un poco y, sentándose sobre una de las mesas de despacho, se quedó mirándola con una sonrisa lujuriosa en su rostro y una enorme erección, esperando que se desnudara.
Desabotonándose uno a uno los botones del vestido, iba Rosa diciendo en voz baja:
- Es un error, un tremendo error. Yo no he cogido nada.
- Como sigas hablando vamos a ser nosotros los que te cojamos a ti.
Respondió el gerente con una sonrisa lasciva en los labios.
Una vez se soltó todos los botones del vestido, se lo bajó, enseñando las tetas que rebosaban el pequeño sujetador blanco, y se lo quitó por los pies, dejando también al descubierto el diminuto tanga también blanco que la cubría la entrepierna.
Una vez en su mano el vestido, el gerente lo cogió y la ordenó:
- ¡Continúa!
- Pero si ya ven que no llevo nada más encima, que no he cogido ningún bikini.
- ¡Continúa te digo! ¿Quieres que continuemos nosotros?
Se soltó la mujer el sostén por detrás y se lo quitó, tomándolo también el gerente que se lo pasó junto con el vestido al dependiente.
- ¡Sigue!
La apremió el gerente, viéndola que se tapaba las tetas con las manos y no se bajaba las bragas, y ella, al escucharlo, retiró sus manos de los senos y tomó el elástico del tanga e, inclinándose hacia delante, se lo quitó por los pies.
Al levantarse, se cubrió con una mano el sexo y le dio al gerente la prenda que, sin quitar la vista de las hermosas tetas de Rosa, se lo pasó también al dependiente y le ordenó:
- Llévate la ropa y el calzado para comprobar si son robados.
Como veía que el dependiente dudaba y no quería marcharse, dejando así a la maciza, completamente desnuda y desvalida, y perdiendo la oportunidad de beneficiársela, el gerente le apremió irritado para que se fuera.
- ¡Vete, coño! ¿A qué esperas?
Con ninguna gana se marchó el hombre, recogiendo del suelo los zapatos que se había quitado la mujer, aunque, eso sí, una buena mirada la echó en sus tetas y en su sexo antes de marcharse corroído por la envidia y la lujuria, dejando solos al gerente y a la mujer.
Cubriéndose con un brazo las tetas y con la otra mano la entrepierna, estaba Rosa, aterrada, pendiente de lo que podía hacerla ahora el gerente, y éste, mirándola muy serio, la ordenó:
- ¡Levanta las manos! ¡Venga, súbelas hacia el techo!
Y eso hizo Rosa, se descubrió los senos y el coño, levantando las manos, ante la lujuriosa mirada del hombre que la dijo que se girara, que se volteara muy lentamente para que pudiera ver bien que no llevaba nada escondido que hubiera robado.
Obediente la mujer, le hizo caso, y, cuando hizo el giro completo, mirando nuevamente al hombre, éste la dijo:
- Ven aquí.
Y cuando ella se acercó con los brazos en alto, la dijo que se apoyara con las manos sobre la mesa y se abriera de piernas, y eso hizo, inclinándose hacia delante.
Acercándose por detrás, empezó a cachearla, ¡a cachearla estando desnuda! Podía parecer ridículo pero empezó por el pelo que toqueteo con poco entusiasmo y fueron bajando sus manos hasta que llegó a las tetas y la puso sobre ellas, sobándolas.
- Por favor, por favor.
Suplicó Rosa sin dejar de llorar.
- Tranquila, nena, que solo estoy viendo si escondes algo.
Respondió de forma chulesca el hombre, para continuar con el mismo tono después de unos instantes de sobeteos.
- Ya veo que las tienes muy muy duras, nena. ¿Cómo lo consigues? ¿Haciendo cubanas a tu hombre? Y además es contagioso porque me estás poniendo la polla también muy muy dura.
Después de estar casi un minuto sobándoselas, empezó a bajar las manos hacia abajo por los costados del cuerpo de ella. Por los costados bajó lentamente hasta los pies de la mujer, y, al llegar abajo empezó a subir sus manos por el interior de los muslos de ella, llegando a sus nalgas, que sobó reiteradamente durante varios segundos, y, separándolas, metió sus dedos entre ellas, como si buscara algo, encontrando el ano que intentó penetrar con un dedo, pero estaba muy apretado.
- Aquí escondes algo, ¿no?, nena.
- Por favor, no me haga daño.
- Venga, relájate y déjame ver si tienes algo ahí dentro.
- Por favor, por favor, me hace daño, mucho daño.
- Así que nunca te la han metido por ahí, ¿no?, nena. Nunca has dejado que tu chulo te la metiera por ahí, ¿verdad?, nena. ¿Me dejaras a mí? ¿Verdad que sí, que me dejaras metértela por ahí?
- No … no … por favor …no.
Suplicó la mujer llorando y el hombre bajó su mano y se la metió entre las piernas, entre los labios vaginales, abriéndoselos.
- Por aquí sí, ¿verdad?, nena, por aquí si me dejaras que te la meta.
Llevó la otra mano a una teta de Rosa, cogiéndosela, y empezó a restregar sus dedos y su mano entre los labios vaginales, frotando insistentemente el clítoris de Rosa que, en contra de su voluntad, empezó a excitarse y poco a poco a lubricar, comenzando a brotar los suspiros y los gemidos. Insistieron los dedos masturbándola hasta que, chillando cada vez más fuerte, se corrió en la mano del gerente.
Mientras Rosa disfrutaba del orgasmo que acababa de tener, el hombre, sacando sus dedos de la vagina, se los limpió despectivo en la espalda de la mujer, y, soltándose el cinturón junto con los botones del pantalón, se lo bajó, además de su calzón, dejando al descubierto una enorme, congestionada y erecta verga.
Apoyando su miembro en el culo de Rosa, empezó a restregárselo primero sobre las duras nalgas, y luego entre ellas. Apoyando su pene en el ano de la mujer, intentó penetrarlo pero estaba muy apretado, y, al hacer Rosa un ligero giro para quitárselo del agujero, el miembro salió de entre los dos cachetes, hincándose casi en una nalga.
Irritado, el hombre lo intentó otra vez, pero esta vez apuntó al acceso a la vagina, y, antes de que ella reaccionara, la metió el cipote hasta el fondo.
La mujer, al sentirse penetrada, emitió sorprendida un ligero chillido y abrió mucho los ojos y la boca, agarrándose fuertemente a la mesa. A pesar de todo lo sucedido, no pensaba que fueran a follársela, sino que se disculparían al darse cuenta de su enorme error.
Agarrándola desde atrás por las tetas, el hombre se balanceo adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, follándosela a un ritmo cada vez mayor.
Toda la habitación se inundó de los resoplidos y gritos del hombre al follársela y del rítmico golpeteo de las pelotas chocando una y otra vez con la entrepierna de la mujer, hasta que, de pronto, el hombre se corrió, gruñendo como un animal, y detuvo su balanceo, quedándose quieto con su pene dentro del coño de ella.
Pocos segundos después, el hombre ya satisfecho, la desmontó y, subiéndose el pantalón y el calzón, se acercó al teléfono, no sin antes darla un buen azote en una nalga.
Descolgando el teléfono dijo:
- Soy Lucas, que se pase Antonio por mi despacho con … todas las pruebas.
Al poco tiempo llamaron a la puerta y, al decirle el gerente que pasara, entró el dependiente, buscando ansioso a la mujer con la mirada, llevando en sus brazos una caja de cartón donde estaba toda la ropa y el bolso de Rosa.
Iba a decir algo el dependiente pero el gerente se adelantó con un seco “Dáselo” para que se callara y dijo que se vistiera a una Rosa, que, en un rincón del despacho, se cubría avergonzada tetas y sexo con sus manos.
Se vistió en silencio, ante la mirada lujuriosa de los dos hombres, y, una vez vestida, el gerente la dijo que le siguiera, saliendo del despacho y bajando por las escaleras de caracol a la planta baja. Primero iba el gerente, luego la mujer y finalmente el dependiente.
El niño, que ahora estaba sentado al lado de la caja, se entretenía chupando un nuevo chupa chups y jugando con el juego de la semiesfera que le habían dado. Al ver a su madre, salió corriendo hacia ella y se abrazaron, llorando.
Cogiendo el dependiente un nuevo chupa chups, se lo ofreció a Rosa, diciéndola en voz baja:
- ¡Toma, chupa! O ¿quieres que te lo meta yo?
Llorando, la mujer negó con la cabeza, rechazando el dulce y la proposición.
No quería el gerente dar mala impresión a los clientes, así que, cogiendo a la mujer del brazo, la condujo a la salida, dejando que se marchara, no sin antes decirla muy teatral en voz alta para que todos le escucharan:
- ¡Y no vuelva más por aquí!
Al salir Rosa y su hijo el aparato volvió a pitar, pero … si la habían desnudado totalmente y cacheado a fondo y no llevaba nada de la tienda. ¿Llevaría entonces algo el hijo que hiciera pitar al aparato?
Se detuvo Rosa aterrada, provocando sin querer que cayera de la mano del niño la semiesfera que le había dado el dependiente.
Botando y botando en el suelo, ante los ojos de todo el mundo, cruzó la semiesfera por delante del aparato de seguridad, haciendo que éste pitara escandalosamente.
- ¡Ostias, pero si era esto!
Pensaron todos al ver que era lo que hacía pitar al aparato de seguridad, pero la mujer aterrada de que volvieran a hacerla entrar para torturarla a saber con qué otras barbaridades, cogió a su hijo en brazos y echó a correr por la calle, tan deprisa como pudo, huyendo.
Viendo que la mujer se marchaba corriendo con su hijo, cogió el gerente la semiesfera del suelo y, como si fuera lo más natural del mundo, exclamó en voz alta ante clientes y dependientes:
- ¡Es lo que tienen estos aparatos modernos, que fallan por cualquier tontería!
Una vez desapareció el gerente dentro de la tienda, el dependiente salió detrás de ella para decirla que se dejaba la compra, pero, al verla balancear las caderas y el culo tan rápida y sensualmente, se olvidó de lo que tenía que decir, solo se puso a mirar, odiando su mala suerte de no poder echarla un buen polvo.
También salieron otros dos empleados de la tienda para observarla el culo mientras se marchaba y se echaron a reír, haciendo comentarios obscenos.
- ¡Vaya culo que tiene la mamacita!
- ¡Lo que daría yo por perforarla ese culo! ¡Meterla la polla por el culo y reventárselo a polvazos!
- ¡Tenerla encima follando tiene que ser lo más!
- ¿No la has visto arriba? ¿No va la tía y sale de los probadores en cueros, gritando como una loca y enseñando a todos el potorro y esas ubres descomunales? Pedía a gritos que se la follaran y seguro que más de uno lo haría allí mismo.
Una vez se hubieran tranquilizado volvieron al trabajo dentro de la tienda y lo primero que hizo el dependiente fue guardar en un armario la bolsa con el regalo del niño, pensando en llevarla él mismo la compra a la casa de la macizota, ya que tenía su nombre y dirección. Quizá ella le diera a cambio lo que él deseaba, o quizá podría él tomarlo aunque ella no quisiera.