El regalo

Una amiga se dispuso a visitarme un fin de semana y he aquí lo que aconteció.

Este relato no lo escribí yo, sino una amiga relatando un fin de semana que pasemos juntos, una cita, depues de conocernos por Internet. De esto hace unos cuatro años que ocurrió y que lo escribió. No me atrevía a publicarlo pero finalmente he decidido hacerlo para el disfrute de los lectores de aquí.

Llegué al aeropuerto sobre las 11 de la noche del viernes, cogí un taxi que me llevara al hotel en el centro de Barcelona, venía algo cansada después de un largo día de trabajo, así que nada más llegar llené la bañera con agua tibia, me desnudé y me metí en ella.

En una hora aproximadamente se suponía que tenía que llegar alguien a la recepción y preguntar por mí, con lo que tampoco tenía demasiado tiempo para descansar. Estuve media hora en el baño, y enseguida me dispuse a vestirme, arreglarme el pelo, etc.

Me vestí con unos vaqueros, una blusa marrón que dejaba mis hombros al descubierto cogida con un cinturón negro en la cadera, y unos zapatos de tacón y bolso negros.

Me dejé el pelo tal cual, suelto y ondulado, y como siempre, nada de maquillaje, simplemente un poco de rimmel transparente en las pestañas y un poco de color con brillo en los labios.

Encendí un cigarrillo mientras esperaba la llamada de recepción. Debo confesar que estaba algo nerviosa, una cita a ciegas con alguien con quien me había estado escribiendo durante un largo tiempo, alguien misterioso a quien le había contado muchas cosas de mí, de mi vida, alguien que también se había abierto a mí contándome sus cosas... Sentía algo muy difícil de explicar, una mezcla entre curiosidad, deseo, miedo...

Habíamos quedado en vernos porque realmente nos apetecía, no había ningún tipo de relación entre nosotros, qué tontería, cómo podía haberla si sólo habíamos tenido contacto vía email.

Sonó el teléfono y una voz al otro lado me anunciaba que tenía una visita, le contesté que enseguida bajaba y colgué. Me miré por última vez al espejo y salí de la habitación.

Las tres plantas que bajé en el ascensor se me hicieron eternas y mi corazón se aceleraba por momentos, cuando de pronto un timbre me indicaba que en unos segundos se abriría la puerta que me llevaría a lo que, al fin y al cabo, me había traído a Barcelona: conocer a Miguel.

No hizo falta una señal ni nada, ahí estábamos el uno delante del otro, mirándonos, sonriendo, pero sin saber qué decir. Fue extraño, es como si conocieras mucho a una persona, y cuando la tienes delante te das cuenta de que no es así.

Era tal y como se había descrito, no muy alto, pelo algo rizado, cuerpo atlético, y con una expresión en la cara muy dulce. En definitiva, muy agradable.

Nos saludamos con dos besos y salimos del hotel casi sin hablar, mirándonos como si fuésemos un espejismo el uno para el otro.

Me dijo que había hecho una reserva en un restaurante no lejos del hotel, con lo cual fuimos dando un paseo.

Lo primero que me dijo fue: "Bueno, al menos ya estoy seguro de que no eres ninguna punkie." Nos reímos y empezamos a hablar sobre las mismas cosas que nos habíamos escrito pero teniéndonos delante el uno al otro. Mucho mejor, por supuesto. Sin tener que aclarar el sentido que le damos a la frase ni cosas por el estilo.

Durante la cena seguimos hablando sin parar, hablábamos de cualquier cosa, bromeábamos sobre cómo nos habíamos conocido, nos reíamos...

Ibamos ya por la segunda botella de vino cuando trajeron el postre, y en este punto ya estábamos bastante relajados los dos. Al principio, a él le costó más que a mí abrirse, mirarme a los ojos cuando hablaba, pero poco a poco lo fue haciendo.

Me sentía muy bien, muy a gusto con él, me parecía muy atractivo y, sobre todo, muy interesante.

Cuando terminamos de cenar era muy tarde, casi las 2 de la mañana, y como yo estaba bastante cansada y él lo sabía, me dijo que me acompañaba al hotel y que al día siguiente quedábamos a mediodía para enseñarme algunas cosas de Barcelona y comer juntos.

Me pareció perfecto. Volvimos andando igual que a la ida, pero ahora había más feeling entre los dos y saltaba a la vista.

A mí me apetecía quedarme un rato más con él, pero no me atrevía a decirle nada, y a él le pasaba lo mismo. Una situación algo confusa.

Cuando llegamos al hotel, nos quedamos mirándonos y yo, como siempre tan impulsiva, le dije: "Te apetece subir y nos tomamos una copa?" El no lo dudó y asintió con la cabeza.

Estaba muy claro lo que los dos deseábamos, aunque no nos atrevíamos a decir. Llegamos a mi habitación y nos servimos dos copas del mini-bar.

Nos sentamos en la cama (muy grande, por cierto) y seguimos hablando. Miguel no paraba de repetirme que se lo estaba pasando muy bien, que se sentía muy relajado conmigo, que podía mostrarse tal cual era, sin máscaras, que podía hablar de cualquier cosa, y eso hacía que se sintiera muy bien. Yo, cuando él me miraba diciéndome esas cosas, sentía deseos de besarlo, pero... y si me rechazaba? Y si a él no le apetecía? Me daba miedo arriesgarme, pero tenía que hacerlo, siempre me arriesgo con todo.

Mientras todo esto pasaba por mi cabeza sentí que se acercaba a mí, y cuando me di cuenta me estaba besando en los labios. Había sido él y no yo! Le ofrecí mi boca y empezamos a besarnos muy suavemente, pequeños y dulces besos en los labios, rozando nuestras lenguas muy tímidamente al principio, hasta que empezamos a hacerlo con más deseo, como si no hubiésemos besado nunca a nadie, nuestros cuerpos temblaban y nuestras manos empezaban a moverse torpemente en la cara del otro, me tumbó en la cama y se echó a mi lado sin dejar de besarme, dejaba mi boca para bajar a mi cuello y luego volvía a buscarla con más ganas aún. Yo empecé a notar que mi sexo se humedecía, quería más, lo quería todo, pero no estaba segura de hasta donde íbamos a llegar, quería que él llegase a donde él quisiera.

Miguel estaba muy excitado, podía notarlo en su respiración y en la erección que se podía adivinar debajo de su pantalón.

Empecé a notar sus manos en mi cuello mientras seguía besándome en la boca, y muy lentamente las fue bajando hasta llegar a mis pechos, sentí un escalofrío por todo el cuerpo, me estaba excitando mucho y él se daba cuenta. Me miraba a los ojos y me sonreía. Me empezó a subir la blusa hasta sacarla por mi cabeza y me tenía delante con sólo mis vaqueros y un sujetador sin tirantes negro, no hacía nada, sólo contemplarme, miraba mis pechos, aún cubiertos, y me miraba a los ojos como pidiéndome permiso para hacer algo que estaba deseando. Le sonreí y empezó a darme pequeños mordisquitos en un pezón, yo se lo puse más fácil y me liberé de la última prenda que me quedaba de cintura para arriba. Empezó a comérmelos, primero uno, luego otro, los juntaba y pasaba su lengua de uno a otro. Esto ya había empezado y no había forma de parar, estaba segura de ello. Lo empujé hacia un lado para que se tumbara y me senté encima de él, poniendo mi sexo justo encima del suyo, me incliné hacia delante y empecé a besarlo en la boca, el cuello, iba desabotonando su camisa, se la quité porque cualquier cosa era un obstáculo, él se estremeció al notar mi lengua haciendo círculos en sus pezones, yo me movía para que notara mi sexo sobre el suyo, luego seguí bajando por su abdomen y empecé a desabrochar su cinturón, todo sin dejar de besarlo, el me acariciaba la cabeza con sus dos manos, me estaba pidiendo más, y yo se lo iba a dar.

Le desabroché los pantalones y empecé a acariciar su polla por encima de la ropa interior, le quité los pantalones y el resto de ropa que quedaba hasta que lo dejé desnudo tumbado en la cama, me gustaba lo que tenía delante, y quería que disfrutara como nunca lo había hecho, así que me quité la poca ropa que me quedaba y sólo me dejé el tanga negro que estaba muy mojado por la excitación de todo lo que estaba pasando.

Volví a tumbarme a su lado y mientras nos besábamos en la boca empecé a acariciarle sus huevos, esto hizo que su erección fuese brutal, yo ya no pude esperar más y empecé a bajar lentamente mi cabeza pasando mi lengua por todo su cuerpo hasta llegar donde los dos queríamos. Le pasé la lengua dos o tres veces, o tal vez más por toda su polla hasta que me la fui metiendo lentamente en la boca, yo sabía que esto haría que se corriera muy pronto, ya que llevaba mucho tiempo sin estar con una mujer, pero no me importaba en absoluto. La sacaba y la metía en mi boca a la vez que le acariciaba los huevos y también se los lamía de vez en cuando. De pronto, se incorporó y me dijo que me diese la vuelta, quería probar algo que no había hecho nunca, yo le pregunté si estaba seguro y me contestó que sí, que lo deseaba con todas sus fuerzas. Me quité el tanga, me di la vuelta, y mientras seguía comiéndole la polla le puse en su cara lo que él me había pedido. Empezó a tocarme muy suavemente alrededor de mi coño, estaba muy mojado, y poco a poco acercó su boca a él y empezó a besarlo a la vez que lo tocaba con sus dedos, pasaba la lengua de arriba hacia abajo, le gustaba hacerlo, lo noté enseguida porque no podía parar, llegó a mi clítoris y se entretuvo con él y eso hizo que yo me desconcentrara, empecé a gemir porque empezaba a notar que iba a correrme, Miguel me metió un dedo y le pedí que me metiera otro, siguió con su boca a la vez que con los dedos hasta que me corrí en su cara.

Ahora le tocaba a él y seguí comiéndole la polla, pero esta vez con más ganas aún, me la metía hasta el fondo en mi boca y a la vez lo masturbaba con mis manos. Me di la vuelta y me dediqué sólo a él, me dijo que quería follarme, y yo, que estaba dispuesta a hacer lo que él quisiera, alcancé un condón, se lo puse, y sin dudarlo dos veces me senté encima suya metiéndomela de una vez. Me quedé sentada encima de él moviéndome como si lo estuviera cabalgando, sus gemidos hacían que yo me pusiese más y más caliente, hasta que noté cómo su polla se endurecía dentro de mi coño como avisándome que se corría, gimió como nunca lo había hecho, me pedía que siguiera moviéndome, que no parara, hasta que se corrió, tuvo un orgasmo increíble como luego me confesaría, fue tremendo, yo seguí follándolo incluso después de correrse porque me iba a correr otra vez, y así fue... me quedé echada encima de él que me acariciaba la espalda y nos besamos sin parar.

A los 10 minutos estábamos otra vez listos para empezar, su polla volvía a estar dura como una piedra y mi coño era una fuente constante. Esta vez me puso tumbada boca abajo y me pasó su lengua por toda mi espalda. Se tumbó encima de mí y empezó a decirme al oído: "No sé si todos los coños saben igual, pero el sabor del tuyo me ha encantado, te lo voy a estar comiendo todo el fin de semana, hasta que te canses y me pidas que pares." El no sabía muy bien lo que estaba diciendo ni haciendo. Nunca me canso de que me coman el coño, es una de las cosas que más me gustan, y el que me digan al oído cosas de ese tipo me pone muy caliente. Así que le dije que siguiera diciéndome que más me iba a hacer durante todo ese tiempo que teníamos por delante.

Me dijo que me follaría durante todo el día y toda la noche, que empezaría comiéndome el coño y luego seguiría hasta llegar a mi culo, que también lo quería probar, que nunca había probado ninguno, y que más tarde, si yo quería, también me lo follaría.

Nos estábamos poniendo muy calientes con la conversación o mejor dicho monólogo, porque yo lo único que hacía era asentir con la cabeza o emitir un leve sonido de asentimiento, no podía más, yo tenía una de mis manos metida entre mis piernas acariciándome el clítoris y estaba casi a punto de correrme. Se lo dije y dejó de hablarme para bajar hasta mis nalgas. Empezó a pasar su lengua por ellas, y las separó con sus manos, yo me había incorporado un poco para ponérselo más fácil y le ayudé con mis manos. Muy despacio empezó a darme lametones alrededor de mi culito, eso me pone mucho, y le pedí que por favor me lo follara con su lengua, que quería sentirla dentro, y lo hizo sin pensarlo ni una sola vez. Me lo estuvo comiendo por un largo rato, yo me movía como si fuese su polla lo que tenía dentro, me lo llenaba de saliva y me tocaba con sus dedos, me preguntó si quería que me metiera uno, y le dije que sí, pero con cuidado, lo hizo y casi me corro al sentirlo dentro de mí. Entonces quise que él también supiera lo que es eso, y le dije que se tumbara boca abajo que le iba a hacer algo que le iba a gustar.

Noté que se extrañó un poco, como muchos tíos que piensan que eso es cosa de gays, pero le dije que se dejara llevar, que si en algún momento no le gustaba algo parábamos y ya está.

Se tumbó, hice que se incorporara un poco y me metí debajo de él, así podría disfrutar de mi coño mientras yo lo hacía con su culo.

Que si le gustó? Se corrió en mis tetas sin ni siquiera tocarle la polla. Empecé a mordisquearle sus nalgas, primero suavemente y luego más fuerte, le lamí toda su raja con mi lengua llena de saliva, le pasé la lengua alrededor de su culo procurando no tocarlo para que fuese él quien me pidiera que se lo comiera, y cuando ya no pudo más... lo hizo. "Yolanda, hazlo, méteme lo que quieras, tu lengua, tus dedos... lo que quieras, estoy a punto de correrme".

Y así lo hice, le pasé mi lengua muy mojada, y cuando vi que estaba lista para más, me metí un dedo en el coño para mojarlo y justo después se lo metí en su culo. Eso hizo que me comiera el coño como nunca lo habían hecho, creo que me corrí 3 veces, antes de que él, sólo con mis dedos y mi lengua en su culo, se corriera encima de mí, llenándome las tetas con su semen que más tarde él mismo limpiaría con su lengua.

Así pasamos todo el fin de semana, salíamos del hotel sólo para lo necesario.

Follamos en todos los rincones de la habitación de todas las formas posibles, no sé cuántas veces hizo que me corriera, perdí la cuenta en la primera noche. Sabía cómo ponerme caliente, le encantaba verme disfrutar, todo estaba permitido entre nosotros...

Ahora ya he vuelto a la vida diaria, y me he decidido a escribirlo para que otros lo disfruten. No nos hemos vuelto a ver ni creo que lo hagamos, pero lo que importa es lo que se quedó entre las paredes de aquella habitación de hotel.