El regalo

Historia del regalo que un padre le hace a su hija. Es un relato de amor filial en el estricto sentido de la palabra amor. No esperen sexo desenfrenado. Es más, no esperen sexo, aunque hay....un poco. Es que tenía ganas de escribir algo así, a ver como me salía.

Nota previa:

Los que hayan leído mis anteriores historias de temática filial, así como algunos de los comentarios, saben que no me gustan los embarazos y que siempre me he negado a que mis protagonistas femeninas queden embarazadas de sus hermanos o padres...hasta ahora. Sigo pensando lo mismo, pero en éste relato sí que hay un embarazo, porque ese es precisamente el fondo de la historia. Probablemente, los lectores que tanto me han pedido que hubiese embarazos quedarán decepcionados. A los que no les gustan, a lo mejor me perdonan.


La mano de su marido le cruzó la cara y le partió el labio. En su boca sintió el acre sabor de la sangre...

No fue la primera vez que su marido golpeaba a Elena, pero fue la última. Destrozada, humillada, hizo las maletas y se marchó. El se reía, diciéndole que ya volvería, pero no lo haría. Estaba decidida a dejar a esa bestia para siempre.

Sólo había un sitio al que podía ir. A casa de su padre, así que cogió un taxi y se marcho, para siempre.

Cuando su padre abrió la puerta, las lágrimas caían por el bello rostro de Elena. Ángel, su padre, vio a su querida hija, con una maleta en la mano y la cara hinchada por un golpe. Su labio inferior tenía sangre.

-Elena! Por el amor de dios. ¿Que ha pasado?

No pudo hablar. Toda la tensión que tenía se desbordó y empezó a llorar. La maleta se le cayó al suelo, y si no es por su padre, ella también se hubiese caído. La agarró y la hizo pasar. La llevó al salón y la hizo sentar. Seguía llorando, así que la abrazó.

-Ya está, mi niña..todo pasó..Calma.

La voz de su padre, su abrazo, la calmó. Al poco dejó de llorar, pero siguió abrazada a él.. Al rato, pudo hablar.

-He dejado a Julio.

-¿Te ha pegado?

Volvió a llorar.

-Calma..ahora estás conmigo. No puede hacerte daño.

-Sí..me...pegó...Y no fue la primera vez..pero ha sido la última. No podía aguantarlo más.

-Es un hijo de puta..lo voy a...

-No, no hagas nada. No quiero saber nada más de él. Y no quiero que nos dé ningún problema

La abrazó fuerte. Si en ese momento ese Julio apareciese, no sabría lo que podría hacerle. Las ganas eran de matarlo, pero entonces destrozaría sus vidas.

-¿Puedo quedarme aquí un tiempo?

-Esta es tu casa, Elena. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras.

-Gracias papá. No sé lo que hubiese hecho sin ti.

-Puedes usar tu antiguo cuarto.

La acompañó y la ayudó a instalarse.

Ahora descansa. Mañana verás las cosas mejor.

La arropó y le dio un beso en el frente, como cuando era niña

-Hasta mañana, tesoro.

-Hasta mañana, papá.

Elena ya no era una niña. Era una mujer de 35 años. Allí, sola, en el que había sido su cuarto hasta que se casó, volvió a llorar. A sus 35 años había tenido que volver a casa con su padre. Su querido padre. Su madre ya no estaba. Había muerto de cáncer hace cuatro años. Si hubiese estado aún viva, esta situación la habría destrozado. Quería mucho a su hija. Elena la adoraba. Y Ángel aún no se había recuperado del todo. Quizás nunca lo haría. Sólo había amado a una mujer en su vida, y ya no estaba.

Al rato, Elena consiguió dormir.

En su cuarto, Ángel pensaba. No podía entender como un hombre podía maltratar a su mujer, a cualquier mujer. A sus 60 años no es que fuera lo que se dice un hombre moderno, pero el maltrato no entraba en sus esquemas. Si se tropezaba con Julio... Pero si le hacía algo, entonces sería como él. Tenía que controlarse. El muy cabrón había hecho daño a su niñita, a su tesoro.

Por la mañana se levantó antes que Elena, y fue a la cocina a preparar el desayuno. Aunque las circunstancias eran terribles, en parte se sentía bien por tener a alguien al que prepararle el desayuno. Desde que perdió a su mujer no había vuelto a prepararle el desayuno a nadie.

Al poco rato apareció Elena. Aún se le notaba el golpe de la cara, pero casi nada.

-Buenos días, tesoro. ¿Estás mejor?

-Buenos días, papi. Sí, mucho mejor..Estar en casa es...maravilloso....Ummmm, eso huele muy bien.

-Pues a desayunar, princesa.

Ángel la miraba comer. Estaba encantado de tener a su niña otra vez en casa. Estaba tan solo...La casa estaba tan sola. Ahora, con su hija aquí, quizás entrase otra vez algo de alegría.

Gracias a dios, Elena tenía trabajo. Aunque su marido había insistido varias veces en que lo dejara, que él era el hombre de la casa, ella nunca lo dejó. Más de una paliza se ganó por ello. Si le hubiese hecho caso, ahora se encontraría sin nada. Pero tenía de que vivir, y gracias a su padre, donde vivir. Llamó a su oficina y pidió el día libre. Tenía que aclarar sus ideas, tranquilizarse.

Después del desayuno, Ángel se fue a trabajar. Era funcionario de correos. Se fue encantado de dejar la casa con alguien dentro. Pero no fue directamente al trabajo. Antes tenía algo que hacer. Se dirigió a casa de Elena. Bueno, a su ex-casa. Tocó el timbre y esperó. Respiró hondo. Cuando la puerta se abrió y apareció el maltratador de su niña, su mano se dirigió directamente a su cuello. A pesar de su edad, Ángel era un hombre fuerte. Empujó a aquella escoria y lo estampó contra la pared. Sus ojos estaban inyectados en sangre. Los ojos de Julio estaban abiertos y el pánico se reflejaba en ellos.

-Eres el ser más despreciable del mundo. Te has atrevido a levantarle la mano a mi hija.

Julio intentó hablar, pero Ángel apretó la mano.

-Ni se te ocurra decir una palabra. No te quiero volver a ver en mi vida. Ni verás a Elena. Te juro por lo más sagrado que si la vuelves a ver, te mato. Aunque me pudra en la cárcel, acabaré contigo.

Julio nunca había estado tan asustado en su vida. Vio en los ojos de Ángel que hablaba en serio.

-Que tu abogado prepare los papeles del divorcio. Da gracias a dios de que yo no sea como tú.

Lo soltó y se marchó. Julio se puso a toser. Fue a decir algo, pero Ángel lo miró y calló. Nunca más volvieron a verlo.

Por primera vez en mucho tiempo, al salir del trabajo Ángel tenía ganas de llegar a casa. Cuando entró le llegó el olor a comida. La mesa estaba puesta. En la cocina estaba Elena. Por un momento creyó que era su mujer. Eran tan parecidas. Sintió una punzada de dolor cuando recordó que ella ya no estaba. Pero estaba su hija, que al verlo sonrió con alegría y le dio un fuerte abrazo.

-Hola, papá

-Hola mi niña. Qué bien huele.

-Espero que te guste.

-Seguro que sí. Tengo un hambre de lobo.

Comieron muy a gusto.

Y pasó el tiempo. Se consumó el divorcio, y Elena fue otra vez una mujer libre. Volvió a ser feliz después de muchos años de miedo. La vida con su padre era maravillosa. El siempre fue un buen padre. De pequeña era su ídolo. Y ahora, de mayor, volvía a serlo. Qué distinta hubiese sido su vida si su ex-marido hubiese sido como su padre, un hombre cariñoso.

Vivían los dos tranquilos. Llevaban una vida sencilla. Un sábado, mientras comían, empezaron a hablar.

-Elena, ¿No has pensado en rehacer tu vida?

-¿Rehacerla? Yo lo he hecho, papá. Viviendo contigo soy feliz.

-Y yo contigo. Mucho. Pero aún eres joven. Sal, diviértete. Quizás encuentres un buen hombre.

-Ya no tengo ganas de eso, papá. Mi vida ahora es tranquila. No quiero tener que empezar otra vez. Ni quiero, ni sé.

-Pero..

-No papá. Por favor, no hablemos más de esto.

-Como quieras.

Elena mentía. Era feliz, muy feliz con la vida que llevaba, pero había algo en el fondo de su corazón que le impedía ser de verdad, completamente feliz.

Semanas después llegó el día de su 36 cumpleaños. Su padre la invitó a comer fuera, pues coincidió en sábado. Lo pasaron muy bien. La comida estaba muy rica. Se rieron bastante. Su padre sabía hacerla reír. Después fueron a dar un paseo y se sentaron en un parque, a la sombra. Oyeron risas, gritos. Miraron. Un grupo de niños jugaban. Una niña, se cayó y lloró. Enseguida una chica, seguramente su madre, fue corriendo y la cogió en brazos.

Elena miraba la escena. Veía el amor con que la madre cogía a su hija. Como la abrazaba y como la niña dejaba de llorar. Eso era algo que ella nunca tendría. Siempre quiso tener hijos, pero cuando se dio cuenta de que clase de hombre era su marido, puso todos los medios para no tenerlos. A escondidas tomaba pastillas.

Ángel también miraba como aquella madre volvía a dejar a la niña, que volvía a reír, en el suelo y salía otra vez corriendo, alegre. Él ya tenía 61 años. Se hacía viejo. Tener un nieto al que 'malcriar' le encantaría. Miró a su hija. Estaba llorando.

-¿Qué te pasa, tesoro?

-Oh..nada..

-¿Cómo que nada?

-Es que...esa niña....

-Es preciosa, verdad?

-Sí..y yo...Oh.. papá...Siempre quise tener hijos.. pero no con Julio.. y ahora...ahora ya es tarde.

La abrazó. Le acarició el cabello. Ella lloraba desconsolada.

-Tranquila...todo se arreglará...

-Esto no...papá...esto no...

Al rato se calmó y volvieron a casa. Ángel notaba como su hija miraba disimuladamente a los niños con los que se cruzaban. Maldijo a Julio. Al final le había roto el corazón a su niña. Cuando creía que se habían deshecho de él para siempre, volvía para atormentarla.

Los siguientes días todo volvió a la normalidad. Pero no para Elena. Empezó a pensar. No se podía quitar de la cabeza aquella niñita que se cayó en el parque, como su madre la cogía con cariño. Se sentía incompleta. Necesitaba ser madre. Empezó a buscar información. Primero sobre adopciones. No tenía muchas posibilidades. Una mujer soltera, de su edad... Además era un proceso largo, complicado.

Otra posibilidad era la inseminación artificial. Ir a un banco de semen y que con un tubito le pusieran la semilla de un desconocido. Un niño a la carta. Elegir raza, características del donante...Ella quería un hijo fruto del amor. La otra posibilidad, buscar un hombre con el que salir y que la dejara embarazada la rechazó de plano. Por las noches, en su cama, se abrazaba a la almohada y lloraba. Su máximo deseo, su necesidad, no se iba a cumplir.

Un día en que se encontraba un poco deprimida, mientras veía junto a su padre la tele, se abrazó a él, que enseguida la rodeó con sus fuertes brazos. Enseguida se sintió mejor. Se acordó otra vez de la niña del parque. Ahora ella era esa niña. Sintió el calor de su padre. El amor que le daba. El cariño. Cerró los ojos. Entonces lo vio claro. Su hijo tenía que ser engendrado con ese amor. Sólo había en el mundo una persona que podría darle ese regalo. Su padre. Su amado, cariñoso, maravilloso, padre. Lo abrazó fuerte, sintiendo el latir de su corazón contra su cabeza.

Ahora sólo quedaba encontrar la manera de pedírselo.

-Papi...¿Recuerdas aquella tarde en el parque, aquella niñita?

-Sí, claro que me acuerdo.

-Desde ese día no he dejado de pensar en ella. En la idea de ser madre. Lo necesito. Es más que un deseo. Es una necesidad casi física. Le he dado vueltas y más vueltas. He pensado en todo. La adopción...etc...Pero nada de eso me vale. Quiero que mi hijo sea fruto del amor. Quiero que al mirarlo el recuerdo de su padre sea un recuerdo de amor.

-Ya te dije hace tiempo que tenías que rehacer tu vida. Buscar el amor. Buscar un buen hombre.

-Pero yo no quiero más hombres. Y ya tengo un buen hombre. El mejor. Tú.

-Pero Elena...Yo no puedo...

-¿Por qué no?

-Porque soy tu padre.

-Lo sé. Eres el hombre que más quiero en este mundo. Nadie más podría darme ese regalo. Nuestro hijo..tu nieto...Sería el niño más querido del mundo.

-Elena, tesoro..no puede ser..Eso que me pides es imposible.

Ella se sintió impotente. Las lágrimas de desesperación volvieron.

-No es imposible, papá. Yo también vi como mirabas a los niños del parque...¿No deseas acaso tener un nieto? Algo tuyo...

-Un hijo tuyo ya sería algo mío, Elena.

-Pero no sería mío del todo. La otra mitad sería de un desconocido. Lo necesito, papá.

-¿Sabes lo que me estás pidiendo? Algo contranatura...

-No estamos hablando de la naturaleza. Estamos hablando de amor. De dar vida con amor.

Ángel calló. Sabía que Elena lo que más deseaba en el mundo era un hijo. Pero él no podía dárselo.

-Elena..cariño...yo...no..

-No me digas que no. Por favor, no me digas que no...Piénsatelo....por favor...piénsalo.

-Está bien...tesoro..está bien.

Quedaron en silencio. Lo que ella le pedía no podía ser.

Pasaron los días. Ella no volvió a hablar del asunto, pero Ángel notaba que estaba anhelante, esperando su respuesta. Él pensaba en ello todas las noches, y siempre llegaba a la misma conclusión. No podía ser.

Un día, a punto de salir del trabajo, su compañero Alberto saltó de alegría. Su hijo había venido a buscarlo, y llevaba de la mano un niñito que apenas caminada. Alberto fue corriendo y cogió al niño. Al niño se le iluminó la carita cuando su abuelo lo levantó y le plantó un beso en toda la cara.

-Mira Ángel que nieto más lindo tengo. Ya camina. Va a salir deportista seguro.

Ángel lo miró. Sintió envidia. Si él tuviera un nietito..sería la alegría de su vejez....Si él tuviera uno.....Pero....él podía. Amaba a su hija. Es lo que más quería del mundo. Y ella necesitaba ser madre...La ayudaría. Al menos, lo intentaría.

Mientras comían, se lo dijo.

-Elena...me lo he pensado...

Ella se quedó tensa. Temía que le dijera definitivamente que no. Que todas sus ilusiones de rompieran para siempre.

-Hoy he visto como un compañero de trabajo, Alberto, que siempre se está quejando de la ciática, salía corriendo al ver a su nieto. He visto la carita del niño al ver a su abuelo. Yo también deseo eso para mí. Si aún lo deseas...lo haré.

Esta vez, las lágrimas de Elena eran de alegría. No pudo resistirse y se levantó, abrazando a su padre.

-Gracias, gracias. gracias, papi...Te quiero tanto...gracias..gracias..gracias...

Estuvieron un rato abrazados. Ángel no lo veía, pero en la cara de Elena había una gran sonrisa.

De repente, Elena abrió los ojos. Había algo que no habían pensado.

-Uy! ¿Y cómo lo hacemos?

-¿El qué?

-¿Cómo que el qué? Lo niños no vienen de París!!!!

-Jajajaja

-¿De qué te ríes?

-Jajaja, no me digas que no habías pensado en eso.

-Pues no. Mi obsesión era tener un hijo. Me olvidé del como...Uf

-Pues yo no me olvidé. Era una de las razones por las que no quería...

-¿Tan fea soy?

-No no..si tú eres preciosa...pero ya soy un viejo.

-Anda, anda... De viejo nada. Madurito, quizás. Pero no viejo.

-Pues si deseas un hijo y no quieres recurrir a las técnicas modernas, habrá que hacerlo a la vieja usanza.

-Coño!

-Jajaja. Siempre nos podemos echar atrás.

-De eso nada. Se hará lo que se tenga que hacer.

Ángel, desde que perdió a su mujer no había vuelto a estar con ninguna otra. El sexo para él había perdido todo sentido. Elena no era diferente. De casada evitaba lo más posible tener que acostarse con su marido. Cuando él insistía, simplemente se dejaba usar. Hacía años que no sentía ningún placer.

Ahora, los dos, estaban nerviosos...

-Bueno, tesoro..Mejor no precipitemos las cosas...

-Vale papi...

Se olvidaron del asunto el resto de la tarde. Por la  noche, Elena esperaba que su padre sacara el tema. Él esperaba que ella lo sacara. Al final, se despidieron y se fueron a dormir. Elena, en su cama, no podía dormir. Si quería conseguir su deseo, tenía que coger el toro por los cuernos, así que se armó de valor y fue al cuarto de su padre. Tocó la puerta.

-¿Puedo pasar?

-Claro, tesoro. Pasa.

Su padre estaba en la cama, bajo las sábanas. Se miraron...Elena dejó caer la bata que la cubría. Quedó desnuda ante su padre. Ángel contempló su bonito cuerpo.

-Eres preciosa, Elena

Ella sentía un poco de vergüenza, así que se metió en la cama y se tapó hasta el cuello. Se miraron, como dos tontos. Y entonces estallaron los dos de risa.

-Vaya dos!!

Elena había tenido el coraje de venir, así que Ángel se dijo que era él el que debería dar el siguiente paso.

-¿Puedo verte otra vez?

-Sí...

Con delicadeza tiró de la sábana hacia abajo, hasta descubrir sus pechos. Intentó olvidarse de que era su hija. Intentó mirarla como mujer. Como a una bella mujer. Sus ojos se encontraron. Se acercó a ella. Acarició sus mejillas. Elena sonrió. La besó en la frente, con ternura..Luego la besó en las mejillas. Su piel era suave, caliente, y desprendía un agradable aroma. Por fin, suavemente, la besó en los labios. Un beso suave. Sólo rozarlos. La volvió a mirar a los ojos

-¿Estás segura de esto?

-Sí...completamente segura.

La volvió a besar en la boca. Esta vez, el beso fue más profundo. Ella respondió, abriendo sus labios. Ángel, entonces, llevó su mano a los pechos de Elena y los acarició. Ella se estremeció al sentir la suave caricia. Y gimió, de placer. No recordaba la última vez que había gemido cuando le acariciaban el cuerpo. La lengua de su padre se encontró con la suya.

Ángel notó en su mano que los pezones de su niña se pusieron duros. Atrapó uno entre sus dedos y ella volvió a gemir.

-Ummmm papi....había olvidado lo que se siente....

Sintió la mano de su padre ir lentamente bajando.. acariciando su piel. Sobre su barriguita...y luego más abajo, hasta llegar al vello de su pubis, que acarició suavemente. Elena notó su sexo mojado. Abrió sus piernas y la mano de su padre se introdujo entre ellas. Con sus dedos, acarició su húmeda hendidura...Encontró la suave protuberancia de su clítoris y dio vueltas a su alrededor con la yema de un dedo.

Elena no dejaba de gemir de placer. Estaba lista. Ángel también. Con cuidado se despojó de la parte de abajo de su pijama.

-¿Estás lista, mi vida?

-Sí, papá...hazme el amor...pon vida en mi..

Ángel se puso sobre Elena. Ella sintió su erecto pene apoyarse sobre su pubis. Cerró los ojos cuando la besó, y gimió cuando la penetró. Al fin su padre estaba dentro de ella. Al fin le daría su semilla.

Se empezaron a mover. Ella mecía sus caderas y él entraba y salía de su vagina, de su caliente y húmeda vagina. El placer de ambos los hacía estremecer, gemir en la boca del otro. Había sido demasiado tiempo sin sexo para Ángel, que notó que su orgasmo llegaba demasiado pronto. Aceleró su penetración y estalló. Pero no fue demasiado pronto. Cuando Elena sintió por fin el deseado calor de la fértil esencia, también estalló en un fuerte orgasmo, quizás el más placentero de su vida.

Los dos amantes estaban siendo atravesados por descargas de placer, que hacían tensar sus cuerpos, dejándolos sin respiración. Elena clavó sus uñas en la espalda de su padre, y al fin pudo gritar.

Después, los dos quedaron quietos. Los dos con los ojos cerrados. Los dos respirando agitadamente. Ángel se tumbó al lado de su hija, que lo abrazó. Cerró sus piernas con fuerza. Quería que la semilla que su padre había depositado con tanto amor dentro de ella no se perdiera, que arraigara.

Al poco tiempo, los dos dormían.

Por la mañana, cuando Ángel se despertó, ella seguía aún a su lado. Se levantó con cuidado y fue a preparar, como cada mañana, el desayuno. Cuando ella apareció, lo saludó como siempre. Le dic el beso en la mejilla de todos los días. No hablaron de lo de anoche. Volvían a ser padre e hija. Aunque en sus fueros internos, a los dos les había gustado mucho el haberse amado. Elena nunca había recibido ese tipo de amor, de ternura. Y para él era como volver a vivir.

Esa noche, ella volvió al cuarto de su padre.

-Hola tesoro.

-Papi...lo he pensado...por el día seremos padre e hija, como siempre, pero..por las noches, hasta que...hasta que lo logremos, seré tu mujer. Después seré para siempre tu hija, y mi hijo será tu nieto...¿Estás de acuerdo?

-Sí, mi vida. Así debe ser.

A partir de ese día, ella dormía con su padre después de hacer el amor y de que él depositara, como ella decía, su semilla dentro de ella.

Dos semanas después, cuando Ángel llegó a casa, Elena fue corriendo a saludarlo. Lo abrazó con tanta fuerza que casi no le dejaba respirar. Lloraba.

-¿Qué pasa?

-Ya está! Papá!!! Voy a ser madre. Vas a ser.. abuelo.

Ahora los dos lloraban, como chiquillos. La dicha no cabía en Elena. Era tan feliz. Y Ángel también.

-Tenemos tantas cosas que hacer. Tanto que preparar...Hay, que nerviosa estoy...

Esa noche, Ángel se durmió rápido. Sabía que ella no vendría. Jamás volvieron a hablar del tema. Eran otra vez, simplemente, un padre y una hija. Una hija que en pocos meses le iba a dar su tan esperado nieto.

El tiempo pasó rápido. Entre los dos lo prepararon todo. El cuarto del bebé. En cuanto supieron que sería niño ya pudieron comprarle la ropita. Azul, por supuesto. No había en el mundo nadie tan feliz como Elena. Sentía crecer aquella nueva vida en su seno.

Los dos lloraron de alegría cuando ella cogió la mano de su padre y la puso sobre su barriga para que sintiera sus primeras pataditas. El la acompañó a las clases de preparación al parto, y el le cogió la mano cuando ella, entre gritos de dolor, empujaba para traer  su nieto, al mundo.

Cuando le pusieron al bebé sobre ella, aún sucio, llorando, pero precioso, ella apretó la mano de su padre.

-Este es tu regalo, papá. El regalo más grande que me podrías haber dado. Gracias.

En aquella casa floreció la alegría. Elena crió a su hijo como la mejor madre. Lo llamó, en honor al hombre que le dic el ser, Ángel. Su pequeño y precioso Ángel.

Como bobos lloraron el primer día de guardería de Ángel, cuando lo dejaron con la profesora.

Una mañana, estaba Elena sola en casa, jugando con su hijo, que hacía tiempo que gateaba. Cuando vio como el niño se agarraba a la mesa y se ponía en pie, mirándola y sonriendo, se acordó de lo que contó su padre sobre el nieto de su compañero. Cogió al pequeño, lo vistió, y se fue a la oficina de su padre.

Cuando Ángel levantó la vista y vio a su hija, que cogía la mano de su nieto, que tambaleante, daba pequeños pasitos, sintió que su corazón estallaba de gozo.

-Mira Alberto. Mi nieto, mi nieto a venido a verme.

Elena lo soltó y el niño, al ver acercarse a su abuelo, levantó los brazos hacia él. Ángel, aguantando las lágrimas, se agachó y su pequeño amor se echó en su brazos.

-Yeyoooo

Elena los miraba.

El niño fue creciendo. Todo lo que Ángel había deseado hacer, lo pudo hacer. Llevarlo al parque, enseñarle a jugar al fútbol..ayudarlo aprender a leer.

Años después, cuando el pequeño Ángel ya tenía 12 años, el abuelo los dejó. Fue un duro golpe para los dos, pero se fue de una manera tranquila, sin sufrimientos, con sus dos seres más queridos a su lado.

Después del entierro, Elena caminaba hacia su casa. De la mano, su hijo. De la mano, el regalo más grande que su padre le hiciera. Su ángel, su pequeño ángel.