El regalo
Las amigas de mi mujer le regalan un masaje por su cuarenta cumpleaños. Cuál no será mi sorpresa al descubrir de qué tipo de masaje se trata.
Jamás hubiera pensado que organizarle una fiesta sorpresa a mi mujer por su cuarenta cumpleaños llevaría tanto trabajo. El catering me lo había recomendado un compañero de la oficina y, aunque un poco caro, habían hecho una labor impecable. La decoración la diseñé con Andrea, la mejor amiga de mi mujer, que tiene mucho gusto y resultó de gran ayuda. Lo más laborioso había sido el tema de los invitados. No fue fácil hacerme con el teléfono de Isa sin que se diera cuenta, seleccionar a quién invitar e ir haciendo una a una las llamadas pertinentes.
Sea como fuere ya estaba todo listo, los niños en casa de mis suegros y los invitados a punto de llegar. Isa tardaría un poco más, había pedido hora en la peluquería pensando que después saldríamos a cenar los dos solos. Esperaba darle la sorpresa de su vida y me moría de ganas de ver la cara que pondría al ver en casa a todos sus amigos. Además, la fiesta nos serviría para divertirnos y salir de la rutina del día a día.
Al final todo salió fenomenal. A mi mujer le encantó la sorpresa y tanto ella como el resto de la gente nos lo pasamos en grande. El único momento incómodo fue el reencuentro de Isa con sus amigas del colegio, creo que no se esperaba verlas allí después de tantos años y al principio fue un poco frío. Habían estado siempre juntas desde pequeñas, formando un grupo muy cerrado hasta que aparecí yo. Las otras no soportaron que Isa ya no estuviera siempre disponible y que diera prioridad a los planes conmigo. Así, casi sin quererlo y tras alguna que otra discusión, se fueron distanciando hasta perder el contacto. A mí nunca me cayeron bien, eran una pandilla de solteronas envidiosas, en especial María, que incapaces de alegrarse de la felicidad de Isa, lo único que querían era que la relación conmigo le fuera mal. La verdad es que había estado dudando hasta el último momento entre invitarlas o no y al final, como sabía que pese a todo lo ocurrido a Isa le haría ilusión verlas allí, hice de tripas corazón y me decidí por llamarlas.
Mi mujer no estaba acostumbrada a beber y se le había subido un poco el alcohol, por lo que en cuanto se marchó el último de los invitados aprovechó para irse directamente a dormir. Yo pensaba guardar las sobras que eran de nevera y del resto ya se encargaría la asistenta por la mañana. Aunque la parte de abajo de la casa había quedado bastante revuelta, estaba contento porque había conseguido que la fiesta se desarrollase entre el salón, la cocina y el jardín. Cerrando la barrera de protección para los niños que tenemos en las escaleras, conseguí desistir a cualquiera que intentara hacer una incursión no autorizada a la parte de arriba.
Antes de sentarme en el sofá a descansar un rato, decidí recoger un poco los regalos para que no estuvieran en medio al día siguiente. La verdad es que a mí mujer le habían encantado casi todos. La mayoría de los grupos habían traído regalos conjuntos, que al final lucen más sin gastar tanto.
Recordé que había visto a María entregarle un sobre blanco a Isa y me entró la curiosidad de ver qué era. Lo busqué junto al resto de regalos y allí estaba. En la parte de fuera no había nada escrito y dentro lo único que había era una pequeña tarjeta en la que ponía “Vale por un masaje de 90 minutos”, junto con un número de teléfono y un código. Pese a que me sorprendió bastante que no fuera la típica caja regalo, sino algo mucho menos profesional, y a que no me hizo mucha gracia todo el tema del masaje, no le di la mayor importancia.
Finalmente, después de tomarme una última copa sentado tranquilamente en el jardín, subí a la habitación. Antes de llegar vi que la puerta estaba abierta y la luz encendida. Por un momento pensé que se estaría terminando de preparar para ir a la cama. Nada más lejos de la realidad, al entrar en la habitación me encontré a Isa boca arriba sobre la cama, profundamente dormida y aún vestida.
Viéndola así me invadió la nostalgia y se me vinieron a la cabeza los inicios de nuestra relación, cuando todo era divertirse y no teníamos obligaciones. Con los años y la llegada de los hijos, como la mayoría de la gente, nos habíamos instalado en la rutina más absoluta. Mientras mi mujer se dedicaba a la casa y al cuidado de los niños, mi día a día era trabajar para proporcionarles un estilo de vida acomodado. Los fines de semana los llenábamos entre compras, actividades de los niños y visitas a los abuelos, sin que nos quedase demasiado tiempo para nosotros, a excepción de alguna salida esporádica a cenar.
Aun así se puede decir que éramos felices. Isa y yo siempre nos hemos llevado realmente bien y, gracias a ello, habíamos creado una zona de confort en torno a aquella rutina, convirtiéndonos el prototipo de familia tradicional.
En cuanto a la relación de pareja, habíamos conseguido llegar también a una especie de equilibrio. Isa nunca había mostrado demasiado interés por el sexo y yo tampoco la pude ayudar a que eso cambiara. Tengo un problema de aguante y, siempre que lo hacíamos, ella no conseguía llegar al final y tenía que terminar masturbándose. Además tampoco tengo una erección muy potente, sino que se me queda como a media asta y a veces se me hace difícil la penetración. Esto me fue generando una gran inseguridad, que con el tiempo se me hizo insoportable. Mi mujer me decía que era normal, que muchas mujeres tienen dificultades para llegar al orgasmo con la penetración, pero yo sabía que sólo lo decía para hacerme sentir bien. Al final, solíamos tumbarnos en la cama uno junto a otro unidos de la mano mientras cada uno se masturbaba a sí mismo. Quizá por ello, cuando de manera natural y sin hablar de ello, nos fuimos saltando la primera parte para pasar directamente a la masturbación, casi me supuso un alivio y nunca dije nada.
Salí de mis pensamientos y volví a fijarme en mi mujer. A sus cuarenta recién cumplidos me seguía gustando como el primer día. Mide 1,60 cm, es morena, de pelo rizado y, sin ser una belleza, tiene una cara muy agradable, con ojos oscuros de mirada dulce y boca grande de labios carnosos, que le dan un aspecto entre inocente y sensual. No está delgada, pero tampoco se puede decir que esté gorda. Yo la calificaría como una gordibuena, con algo de tripita, pero que sabe disimular bien al arreglarse. Su culo es amplio pero no excesivo, de esos que tienen dónde agarrar. Pero, sin lugar a dudas, lo que más me gusta de ella son sus tetas, son realmente enormes y están coronadas por dos gigantescos y oscuros pezones que parecen dos cookies de chocolate. Que sus pechos estén ya algo caídos por la edad y los embarazos, en lugar de molestarme, hace que me vuelvan todavía más loco.
Me dispuse a desnudarla para ponerle el camisón. Isa procede de una familia conservadora de estrictos cánones morales. Quizá por ello, como mecanismo de defensa para encajar con la gente, trata de parecer más liberal y moderna de lo que es, pero sólo es de boquilla porque en el fondo es muy tradicional. Siempre intenta, aunque sin éxito, ocultar su figura bajo ropa holgada y poco llamativa. En cualquier caso estaba preciosa con aquel sobrio vestido de flores. La verdad es que soy bastante celoso y tengo que reconocer que se me llevan los demonios cuando veo las miradas que le echan algunos hombres por la calle. No puedo culparles, pero a veces son muy descarados, incluso he llegado a ver a algún adolescente que, sin cortarse un pelo, se la señalaba a algún amigo haciendo alusión al tamaño de sus tetas.
A la mañana siguiente me desperté tarde y, cuando bajé a la cocina para desayunar, me encontré a Isa de espaldas a mí fregando las copas de la noche anterior. Al girarse me dedicó una sonrisa de oreja a oreja.
-¡Hola cariño!-Me saludó efusivamente mientras me abrazaba y me daba un pico en la boca.-Siento haberme quedado dormida y no haber podido agradecerte como te mereces el pedazo de fiestón que me montaste ayer. Eres un cielo.-
-Te lo tienes más que merecido. Además ya era hora de que nos divirtiésemos un poco y nos olvidásemos por un rato de tanto niño. Me alegro de que te lo pasaras bien.-
-En cualquier caso muchísimas gracias. También por cuidarme tanto, qué vergüenza, estaba tan cansada que me quedé dormida en la cama sin ponerme el camisón ni desmaquillarme.-
-Menuda tontería. Además para mí fue un placer, así pude verte en ropa interior- Le dije entre risas.
-Anda, no seas tonto, si estoy muy gorda.-
-Gorda dice, estás espectacular. Ya quisieran muchas veinteañeras.-
-Calla tonto, que me vas a hacer sonrojar.-
-Por cierto espero que no te molestase que invitase a tus amigas del cole.- Le pregunté al recordar el sobre blanco, intentando dirigir la conversación hacia un punto que me pudiera dar algo más de información.
-Para nada, la verdad es que nos sirvió para limar asperezas y retomar la amistad. Tenemos vidas completamente distintas y no vamos a hacer muchos planes juntas, pero al menos ahora podemos estar en la misma habitación sin tirarnos los trastos a la cabeza. De hecho probablemente quedemos algún día para ir de compras.-
-Genial entonces. Oye, ¿Te regalaron algo?-
-Sí, un masaje.-
-¿En alguna cadena?-
-No, qué va, mucho más cómodo. Es un conocido de María que viene a domicilio y que me dijo que era muy bueno. En fin, basta de charla, subo a ducharme y luego vas tú. Hay que darse algo de prisa, me ha dicho mi madre que nos esperan a las dos para comer y que los niños no paran de preguntar por nosotros.-
Pese a que la noche anterior no le había dado mucha importancia, el tema del regalo me dejó un poco mosca. Me parecía extraño que, siendo la que peor se llevaba con Isa, fuese María la que hubiera gestionado todo. Además, lo de que fuera a domicilio y algo tan poco profesional no me sonaba especialmente bien.
Probablemente no hubiera nada extraño en todo aquello, pero sabía que me quedaría más tranquilo si buscaba el número que aparecía en la tarjeta en internet. Me aseguré de que Isa estaba en la ducha y me fui al salón a coger el regalo de sus amigas. Cuando metí en el buscador el número me quedé petrificado…“Deja volar tus sentidos con André. Masajista titulado, especialidad masaje relajante. Sólo mujeres. Vivirás un experiencia única en la que alcanzarás el grado máximo de satisfacción” Decía aquel anuncio, que aparecía junto con el teléfono y una foto de un negro de unos treinta y tantos, musculoso y desnudo de cintura para arriba.
-¡Carlos! ¿Es que no me oyes? Sube a ducharte, que no llegamos.- Me sacó de mi estado de estupor la voz de mi mujer.
-Eh….sí, sí, subo enseguida.- Balbuceé como pude.
-¿Estás bien? Tienes una cara malísima y estás pálido.-
-Esto…sí, no te preocupes…Sólo es un poco de resaca. Uno ya va teniendo una edad y los excesos se pagan.- Mentí.
Durante la comida estuve ausente, me costaba centrarme en alguna de las conversaciones triviales que iban surgiendo. Después de que Isa me recriminase un par de veces mi actitud, le dije que me sentía mal y que si no le importaba me iría a casa a tumbarme un rato. En cualquier otra circunstancia le hubiera molestado un poco que me fuera tan rápido sin hacer apenas sobremesa, pero después de la fiesta que le había preparado no tuvo el valor de decirme nada.
Al llegar a casa me tumbé en el sofá. Tenía que recapacitar sobre aquello. Suponían que todas, pero estaba claro que al menos María, sabía el tipo de servicio que le estaban regalando. La cuestión era por qué lo había hecho. De buena voluntad no podía ser, Isa no es del tipo de mujeres que le gustan esas cosas y, al enterarse de qué se trataba, lo hubiera rechazado en seguida enfadándose con ellas. Todo se resumía a una broma de mal gusto o a un intento de hacerle una faena, metiéndola en una situación desagradable y que le haría pasar un rato bastante violento.
Me decanté por esta última opción. Seguramente la envidiosa de María, había decidido aprovechar la excusa del regalo para colocar a mi mujer en una situación embarazosa y así vengarse de cualquiera que fuera la afrenta que considerara que Isa le había hecho.
Antes de contarle nada a mi mujer decidí que lo mejor sería llamar para ver en qué consistía exactamente el servicio. Para poder sacar la máxima información posible, creí que lo mejor sería fingir que era una chica e intentar reproducir lo que creía habría hecho María el día que llamó para contratar el masaje para Isa.
-¿Sí?- Contestó una voz al otro lado del teléfono.
-Hola ¿André?- Pregunté con voz de falsete.
-Sí, soy yo ¿Qué deseas mi amor?- Dijo con un tono meloso y varonil de marcado acento caribeño.
-Una amiga me habló de ti. Resulta que queremos regalarle entre todas un masaje a otra amiga y quería informarme bien de en qué consiste.-
-Se trata de un masaje relajante de cuerpo entero con música y aceites aromáticos. Al final, si la clienta lo desea, se realiza una terminación manual.-
-Genial, es lo que buscamos. Lo que pasa es que no queremos decirle de primeras cómo es el masaje, es bastante tímida y no queremos que se eche para atrás. Además, no estamos seguras de si el final feliz será demasiado para ella y le bastará sólo con el masaje.-
-De eso no tenéis que preocuparos, les pasa a casi todas. Como el masaje suele ser un regalo, casi ninguna sabe de qué va. Por eso, al llegar a casa, siempre les explico primero en qué consiste y al final les pregunto cómo quieren acabar. Hay mucho respeto y es la clienta la que marca los límites, no se está obligada a nada y el precio siempre es el mismo. Eso sí, ya te digo que ese es el único final posible. Para evitar equívocos me gusta dejar claro de antemano que no hago sexo con las clientas.
-Perfecto entonces, queda claro. ¿Y de precio?-
-200 euros una hora y media. Cobro siempre por adelantado. Podéis hacerme una transferencia.-
-Un poco caro ¿no?- Le dije para continuar con la farsa.
-Te garantizo que vale la pena, ni una clienta se ha quedado insatisfecha. Además el transporte, las toallas y los aceites corren de mi cuenta.-
-De acuerdo entonces. Lo comento con mis amigas y te llamo con lo que sea.-
La verdad es que me sorprendió el grado de profesionalidad del tal André. Siempre había creído que esta clase de gente lo único que quería era sexo fácil, remunerado y disfrazo de otra cosa. Pero este parecía un profesional que se ganaba la vida con un trabajo no muy habitual pero honrado.
Aquella llamada telefónica me hizo dudar si contárselo o no Isa. Si se lo contaba, sería reconocer que había estado husmeando entre sus cosas y eso no lo puede soportar, por lo que me montaría un pollo de cuidado. Además, seguro que se pondría a la defensiva y de parte de sus amigas, diciendo que era un paranoico y que sólo se lo decía porque no me caían bien. Si no se lo contaba la pondría en una situación incómoda, pero conocía a Isa perfectamente y sabía que, en cuanto el tipo le explicase en qué consistía el masaje, cortaría la situación de raíz. Por otra parte, saber que no era ningún depravado sino un profesional me daba tranquilidad. Además, que ya le hubieran pagado era un factor clave, no sólo no se tomaría mal no tener que dar el masaje sino todo lo contrario, se iría encantando llevándose doscientos euros sólo por ir y venir de su casa.
Finalmente creí que no decirle nada y que fuera ella la que cortara la situación sería la mejor opción. De esta manera no se me generaría ningún problema y sería cosa suya el tomar o no alguna represalia contra sus amigas. En cualquier caso, para mayor tranquilidad, pensé que lo mejor sería estar en casa el día del masaje y así controlar cualquier tipo de eventualidad que pudiera ocurrir. En cuanto que me dijera que iba a reservar, no me sería difícil convencerla con cualquier motivo para que fuera en fin de semana.
Pasó una semana y no volvió a salir el tema. Después de otra más empecé a confiarme, pensé que probablemente sería uno de esos regalos que no te hacen mucha gracia en el momento y al final se quedan en el olvido en un cajón, que me había estado preocupando por nada. Pero nada más lejos de la realidad.
-Oye, ¿Te importa si pasamos el plan del cine al sábado? Al final el viernes quedo con mis amigas del cole para ir de compras, luego picaremos algo. Ya he hablado con mis padres y no les importa quedarse el sábado con los niños.- Me soltó mi mujer un lunes al llegar del trabajo.
-No claro, ¿por qué me va a importar? Por cierto, qué lástima que no usases su regalo para decirles qué tal. A lo mejor puedes reservar el sábado y luego nos vamos al cine. Puedo llevar a los niños a casa de tus padres y después aprovechar para ordenar papeles en mi despacho. Así estás tranquila.- Le dije, consciente de que el viernes le sacarían el tema del regalo y de que era mejor adelantarme y llevar la iniciativa para garantizarme poder estar en casa.
-No te preocupes, que ya he pensado en ello. De hecho he reservado con el chico para el viernes por la mañana. Así estoy tranquila en casa y, como los peques estarán en el cole y tú trabajando, podemos ponernos incluso en el salón. El viernes va a ser un día de relax total, masaje y compritas ¡Planazo!- Me dijo con una tremenda sonrisa en la cara.
Aquello me dejó completamente descolocado. Me confié creyendo que lo tenía todo controlado y me habían adelantado por la derecha. A esas alturas no había forma de intentar convencerla de que cambiara el día. Aunque me fiara al cien por cien de mi mujer y el tipo fuera un profesional, no me hacía gracia no poder estar allí.
Después de darle muchas vueltas, un par de días después se me ocurrió una solución bastante buena. Por motivos de trabajo habitualmente tengo reuniones fuera de la oficina, por lo que me inventaría una y así podría ausentarme del trabajo ese día sin levantar sospechas. Saldría de casa como todas las mañanas y, en lugar de ir a la oficina, esperaría fuera a que Isa llevara a los niños al colegio. Entonces entraría de nuevo, subiría las escalares y me escondería debajo de una de las camas del cuarto de invitados. Como las colchas caen hasta el suelo, sería imposible que mi mujer me viese, incluso si entraba en la habitación. Cuando sonase el timbre de la casa y mi mujer fuera a abrir, saldría y me escondería detrás de las barandillas de las escaleras que dan ala parte de abajo. Las telas que nos trajeron mis cuñados de Turquía y que tenemos decorándolas, me proporcionarían un refugio perfecto para poder observar sin ser visto. Sólo tenía que separarlas un poco para tener una visión inmejorable de todo el salón.
El único pero que tenía el plan era que, para detener cualquier eventualidad, tendría que salir sigilosamente de mi escondite, arrastrarme hasta la habitación de invitados, salir por la ventana y descender por las ramas del árbol que tenemos en la parte delantera. Luego entrar por la puerta como por casualidad y todo ello en el menor tiempo posible.
El jueves por la tarde me sentía nervioso. No quería dejar nada al azar y no paraba de repasar mentalmente una y otra vez todos los detalles del plan. Estaba inmerso en mis pensamientos, preparándome el sándwich de media tarde, cuando sentí un gran dolor en la mano. Isa había estado haciendo un puré para la cena y no me di cuenta de que la vitrocerámica estaba aún caliente. Al apoyarme me quemé completamente la palma de la mano. En urgencias me dijeron que no tenía nada grave. Me curaron y me pusieron una venda. Tendría que llevarla bastantes días y acudir a que me hicieran las curas.
Por fin llegó el viernes por la mañana. Salí de casa y me senté en un banco a un par de manzanas. Desde donde estaba podría ver el monovolumen de Isa camino del cole de los niños. En cuanto lo vi me apresuré a salir y a dirigirme lo más rápidamente posible hasta mi casa.
Cuando me apoyé en el suelo para meterme debajo de la cama me di cuenta que estaba atrapado. Si sólo de rozar un poco el suelo había visto las estrellas, era imposible que pudiera deslizarme por la rama de un árbol. Después de tantas horas de preparación, el no haber considerado aquella circunstancia me descolocó. Si no podía salir no tenía sentido estar allí. Lo único que podía pasar era que me descubrieran. Me entró el pánico e impulsivamente decidí abortar el plan y salir de la casa antes de que fuera demasiado tarde. Justo cuando estaba a punto de abrir la puerta escuché a mi mujer al otro lado, venía hablando por teléfono. Instintivamente regresé a mi escondite, sin darme cuenta de que podría haber inventado alguna excusa para justificar mi presencia allí.
Una vez a salvo intenté tranquilizarme. Ya en frío llegué a la conclusión de que no iba a ocurrir nada que me pusiera en la tesitura de bajar o no por el árbol. Probablemente el tipo llegaría, Isa le diría que no quería esa clase de masaje y se marcharía por donde había venido, feliz por llevarse un buen dinero sin hacer nada. En el improbable caso de que le pusiera algún problema, preferiría estar viéndolo y decir sobre la marcha, según la gravedad, si intervenir y delatarme o no. Además, una vez hubiera terminado todo, para salir sólo tendría que espera a que Isa entrase al cuarto de baño y podría marcharme por la puerta sin hacer ruido.
De pronto oí los pasos de mi mujer acercándose. Pasó por delante del cuarto de invitados y entró en nuestro dormitorio. Al momento oí el agua de la ducha caer y un alegre canturreo. Estaba muy contenta y me dio pena pensar el chasco que se iba a llevar en cuanto que se diese cuenta de en qué consistía el masaje.
Me pregunté que llevaría puesto, pronto saldría de dudas. Al cabo de un rato sonó el timbre de la puerta. El corazón me dio un vuelco. Salí sigilosamente de debajo de la cama y me situé de rodillas sin hacer ruido en mi improvisado puesto de vigilancia.
Aunque no pude verla, no me costó imaginarme la cara que pondría al abrir la puerta. Cuando apareció en el salón tan pequeñita e inocente, con su chándal de color rosa y la cara sonrojada, seguida de aquel gigante de ébano vestido completamente de blanco, sentí un pequeño cargo de conciencia por colocarla en aquella situación. Por suerte todo acabaría en un momento.
-No esperabas que fuera negro ¿verdad? No te preocupes, le pasa a muchas clientas, en cuanto empiece el masaje ni te darás cuenta. Por cierto, soy André-
-Eh…no, no es sólo que….bueno ,es igual….Soy Isa- Intentó explicarse, sin articular nada coherente, al comprobar que él se había dado cuenta perfectamente de su nerviosismo.
-Si te parece bien pondré aquí la camilla- Y, sin esperar contestación, la desplegó en el único sitio diáfano del salón, entre el aparador y los sofás de la televisión.
Acto seguido dejó la bolsa de deportes que traía sobre la mesa del comedor. Sacó un pequeño reproductor de mp3 con dos altavoces y los conectó a la red. Empezó a sonar una música relajante que poco a poco fue suavizando el ambiente. Después colocó una sábana sobre la camilla, dejó otra a los pies y puso una toalla en la zona de la cabeza. Por último dispuso también más toallas, un bol y varios botes de distintos aceites sobre el aparador que, al ser lo que más a mano le caía, pensaba utilizar como mesa de operaciones.
Yo estaba un poco nervioso. Por lo que le entendí cuando hablé con él, pensaba que le daría una explicación de en qué consistía el masaje antes del comienzo de la sesión. Así Isa podría decirle que no le interesaba y fin de la historia. Pero, en lugar de eso, se había dedicado a prepararlo todo y parecía estar dispuesto para empezar.
-Cuando quieras.- Dijo el negro señalando la camilla y confirmando mis sospechas de que no habría explicación previa.
Después de dudar unos instantes mi mujer se dirigió hacia la camilla.
-Pero mujer, no pensaras tumbarte en chándal- La detuvo en un tono divertido y desenfadado.
-Ehhh…ah sí, lo siento…..Es que no sé cómo ponerme- Contestó Isa, que cada vez tenía la cara más colorada.
-Como es un masaje relajante, lo ideal es hacerlo con la menor ropa posible. Pero ahí ya como tú te sientas más a gusto, que eso es lo que realmente importa. Hay algunas que prefieren estar desnudas, que es lo más cómodo para el masaje. Pero entiendo que tú no eres de esas ¿Verdad?- Y sin esperar respuesta continuó hablando.- Otras en cambio prefieren quedarse en braguitas, quitándose únicamente el sujetador para que no moleste. Ahí ya es cuestión de cada una.-
-Bueno, no se…- Continuó dudando mi mujer.
-Mira, haremos lo siguiente. Voy a pasar a lavarme las manos al cuarto de baño que he visto en la entrada y tú, mientras tanto, te quitas la ropa y te tumbas boca abajo. Luego te iré tapando con la sabana la zona que no te vaya a masajear. Así no te sentirás incómoda ¿Te parece?-
-Vale. Me quedo entonces con las braguitas ¿no?- Preguntó ya mucho más relajada.
-Como quieras, aunque yo me pondría estas.- Dijo mientras sacaba unas bragas desechables de la bolsa de deportes.- Así estarás igual de tapada y no se te mancharán de aceite las tuyas, te garantizo que luego no se va. Ah, y recógete también el pelo, para que no nos moleste a la hora de trabajar el cuello.-
Con su tono meloso y pausado estaba consiguiendo tranquilizarla. Tenía mucha experiencia y sabía cómo adaptarse a cada mujer. Desde el comienzo había notado la inseguridad de Isa y, en lugar de agobiarla con demasiada información, le explicaba sólo lo necesario en cada momento. De forma completamente natural se iba ganando poco a poco su confianza, dirigiéndola sutilmente a su conveniencia, mientras que parecía que era ella la que tomaba las decisiones.
En cuanto André se fue del salón Isa se apresuró a recogerse el pelo con una goma y a desnudarse. Debajo del chándal únicamente llevaba un conjunto de ropa interior deportiva que no le había visto nunca. Entiendo que, ingenuamente, se lo habría comprado para la ocasión.
Yo estaba como bloqueado y no sabía qué hacer. Me di cuenta de que, llegados a ese punto, que el masaje comenzase era inevitable. No podía aparecer como si nada escaleras abajo y pretender que, después de llevar casi dos horas espiándola a escondidas, Isa escuchase mis explicaciones tranquilamente. Y en el mejor de los casos en el que lo hiciera, sería imposible justificar que, a sabiendas del tipo de masaje que era, no le hubiera dicho nada en un primer momento y me hubiera metido en todo aquel embolado. Estaba claro que, de bajar por las escaleras, me montaría un escándalo de dimensiones bíblicas, que podría terminar incluso en divorcio.
Me puse a pensar en las enormes manos de ese tipo sobre mi mujer y se me formó un nudo en el estómago. Si me costaba digerir las miradas que le echaban por la calle, cuanto ni más contemplar como un negro de casi dos metros le daba un masaje. Aun así traté de mantener la calma. Me dije a mí mismo que objetivamente la situación no era tan grave, que el tipo era un profesional que sólo trataba de hacer su trabajo y que, cuando le preguntara si quería llegar a más, Isa le diría que no y todo acabaría sin mayores problemas. Además, ella permanecería tapada en todo momento.
Salió del baño antes de que Isa terminase de preparase. No dijo nada, simplemente se quedó en la puerta. Pese a toda mi argumentación, verle allí parado, observando tranquilamente el culo desnudo de mi mujer, mientras ella de espaldas a él trataba torpemente de introducirse en aquellas bragas, hizo que un escalofrío recorriese mi cuerpo.
Una vez mi mujer se tumbó en la camilla, metiendo la cabeza en la abertura habilitada para ello, avanzó hasta situarse junto a ella y la cubrió hasta la cintura con la sabana que había dejado a los pies.
-¿Empezamos?-
-Sí.-
-Te cuento. Como cada clienta es distinta, a mí me gusta tratar de darle un trato personalizado, adaptándome a sus gustos y necesidades. Así que, si quieres que incida más en algún punto o tienes alguna zona cargada, me dices y vamos viendo. ¿Tienes alguna preferencia de por dónde empezar?-
-La verdad es que no.-
-Si no tienes preferencias, creo que en tu caso sería conveniente empezar por la zona del cuello para pasar luego a la espalda. Si te parece usaremos un aceite mezcla de esencia de camomila y melisa. La camomila es buena para tratar problemas musculares y la melisa tiene propiedades sedantes, que ayudan a relajarse.- Iba explicando mientras mezclaba estas esencias en el bol.
-Vale, lo que tú digas.- Dijo Isa dejándose llevar.
Se mojó las manos en el aceite y las colocó sobre el cuello de mi mujer que, al notar el contacto, dio un leve respingo e instintivamente se le puso toda la piel de gallina. Empezó con movimientos suaves, sin prisa, recorriéndolo una y otra vez con ambas manos, desde la nuca a los trapecios. A medida que se iba absorbiendo, volvía a remojarse en el aceite. Después fue bajando hacia la zona de la espalda, abarcándola completamente con movimientos largos y curvos, abriendo y cerrando los dedos lentamente, desde las cervicales a la rabadilla.
Poco a poco Isa se fue relajando, respiraba profundamente y, de vez en cuando, emitía algún suspiro involuntario, prueba de que lo estaba disfrutando. Fue entonces cuando puso sus manos en las caderas de mi mujer y empezó a recorrer muy despacio ambos costados de su cuerpo hasta las axilas. Cada vez que llegaban a esa zona, sus dedos rozaban el lateral de los pechos de Isa sin que ella protestase lo más mínimo.
Luego fue el turno de los brazos, primero uno y luego el otro, los agarraba con ambas manos como si se tratara de un bate de béisbol e iba bajando de los hombros a las muñecas, haciendo una ligera presión con los dedos. Por último tomó sus manos y le hizo un suave masaje entrelazando sus dedos con los de ella.
El tipo era un verdadero experto, se había asegurado de dedicar el tiempo necesario hasta estar seguro de ella estaba completamente relajada y de que su siguiente movimiento no sería rechazado.
-Voy a retirar la sábana.- Dijo con el culo de mi mujer ya descubierto mientras continuaba hasta retirarla completamente.
Después de doblarla y dejarla sobre el aparador comenzó a masajearle los pies, aplicando una fricción intensa por toda planta y terminando individualmente con cada uno de los dedos. Pese a que a mi mujer le encantan los masajes en los pies, nunca la había visto disfrutar tanto como con aquel.
Al rato, untándose nuevamente en aceite, empezó con las piernas. Primero centrándose en los gemelos, presionándolos con ambos pulgares de dentro hacia fuera. Después pasó a los muslos y, con una técnica similar a la que había usado con los brazos, iba partiendo de las rodillas para seguir hacia arriba. Isa mantenía las piernas casi cerradas por lo que, en su punto más alto, las manos del masajista quedaban aún bastante lejos de su intimidad. De manera casi imperceptible, con movimientos suaves pero firmes, empezó a empujar la barrera natural que mi mujer le interponía cada vez que llegaba arriba, consiguiendo que en cada envite sus muslos se separasen un poco más.
Pese a que llevaba puestas las braguitas desechables, estas no tienen un elástico como las normales, por lo que además de que se le escapaban bastantes pelillos, en esa posición Isa le ofrecía al negro una visión clara del lateral de su coñito por ambos lados. Con las piernas tan abiertas, André ya no encontraba impedimento para llegar hasta las ingles y, cada vez que lo hacía, tocaba con el dorso de su mano la parte más expuesta de la intimidad de mi mujer. El continuo roce estaba provocando que ella comenzase a humedecer ligeramente las braguitas y que, aunque tratara de evitarlo, empezase a emitir un leve pero continuo gemido.
Yo, por mi parte, permanecía impertérrito sin perder detalle de lo que estaba sucediendo. Lo que más me molestaba no era que aquel negro estuviera manoseando a mi mujer por todo el cuerpo haciéndola gemir de placer, sino el hecho de que aquella situación no me estuviera desagradando tanto como hubiera deseado.
Nunca sabré si, cuando le pidió a mi mujer que se diera la vuelta, ella se sintió aliviada al ver terminar aquella dulce agonía o frustrada porque no continuase. El caso es que, al hacerlo, sus dos enormes tetas quedaron expuestas ante la mirada del negro que, incomprensiblemente, en lugar de fijarse en ellas clavó su vista en el sofocado rostro de mi mujer. Si ya estaba colorada al girarse, aquello hizo que se pusiera si cabe aún más roja. Isa se tumbó boca arriba y, tratando de tapar con sus manos la mayor parte de carne posible, espero a que André terminara de doblar parsimoniosamente la sabana y cubriera con ellas sus pechos. Aunque no quisiera reconocérmelo a mí mismo, la situación empezaba a resultarme muy morbosa.
-Voy a aplicarte una mascarilla que preparo con aloe vera para regenerar las células de la piel. La dejaremos actuar unos treinta minutos. También te pondré unas rodajas de pepino en los ojos. Al ser antinflamatorio ayuda a reducir las bolsas. Las clientas quedan encantadas con este tratamiento.-
-Ahora pasaremos s a hacer un masaje abdominal. Aquí sería recomendable usar un aceite de enebro, que tiene propiedades circulatorias y reafirmantes. – Dijo después de colocarle los trozos de pepino y extenderle la mascarilla por toda la cara.
-¿Puedo hacerte una pregunta?- Continuó. –No la contestes si ves que es demasiado personal.-
-Eh…bueno, sí dime.-
-¿Estás satisfecha con tu relación de pareja?-
-No me malinterpretes.- Continuó diciendo después de un largo silencio mientras empezaba a preparar el aceite.- Lo que quiero decir es que suelo combinar el enebro con esencia de ylang ylang o flor de canaga, que viene de la India y se utiliza para tratar la fatiga sexual. Ahora no sentirás un efecto demasiado intenso pero, si la utilizas habitualmente, notarás mejoras en tu relación de pareja. Haremos una cosa, la añadiré al aceite y, si ves que te va bien, puedes hacerte de ella en un herbolario.- Y antes de que mi mujer pudiera decir nada ya le estaba aplicando la mezcla en el cuerpo.
No sé si voluntaria o involuntariamente pero el caso es que, al masajearle la tripa, cada vez que llegaba a la boca del estómago, desplazaba un poco la sábana que tapaba el pecho de mi mujer. Llegó a un punto en que se había movido tanto que prácticamente la teta derecha estaba al aire, el pezón permanecía tapado pero se le veía claramente casi toda la areola. El siguiente movimiento hizo que la sábana se cayese al suelo y que las tetazas de mi mujer quedasen totalmente a la vista del masajista, que esta vez sí, sabiendo que Isa no podía verle por las rodajas de pepino que cubrían sus ojos, se recreó contemplando libremente aquellas maravillas. Por muchas mujeres que hubiera visto desnudas, pocas tendrían unas tetas tan grandes y seguro que ninguna unos pezones de ese tamaño. Estoy seguro de que, pese a que no pudiera ver, Isa sintió la mirada del negro clavada en sus pechos. No dijo nada pero su respiración empezó a acelerarse.
André colocó de nuevo la sábana y continuó con el masaje pero, al poco tiempo, volvió a caer al suelo. Se agachó para recogerla y, en lugar de ponerla de nuevo sobre el cuerpo de mi mujer, la dejó en el aparador.
-¡Qué rollo la sábana!-Dijo con tono cansado-Si no te importa, para mayor comodidad y no seguir entorpeciendo el masaje, continuaremos sin ella.-
-Ehhhhh….bueno no sé.-Contestó mi mujer sin mucha convicción.
-No tienes de que preocuparte. Es mi trabajo y para mí esto es el día a día, ni siquiera me fijo.-
-Bueno vale, si es mejor así….-
Continuó masajeando un rato la zona del abdomen mientras que, contrariamente a lo que había dicho, no le quitaba ojo a las tetas de mi mujer, que libres de cualquier sujeción, caían vencidas hacia ambos lados de su cuerpo. Cada vez sus movimientos subían más y el roce con la base de sus pechos empezó a ser continuo.
-El aceite de enebro se utiliza principalmente para tratamientos reafirmantes de busto. Normalmente se lo suelo recomendar a las clientas pero, en tú caso, creo que sería casi obligatorio hacer un tratamiento de este tipo. Tienes un pecho muy bonito pero al ser tan voluminoso necesitas cuidarlo. Obtendrías unos resultados excelentes. Si quieres te doy un masaje para que veas cómo es y tú puedes repetirlo tranquilamente en casa una vez a la semana.
-Esto….no sé, la verdad es que no creo que me sienta a gusto. Es que no estoy acostumbrada a este tipo de cosas.- Contestó Isa intentándose mantener fiel a sus principios.
-Estoy más que habituado a darlo y te garantizo que no te sentirás incómoda en ningún momento. Empezaremos y, si ves que no te va, paramos y ya está.-
-Vale, como tú digas.-Dijo mi mujer que, en ese momento, no veía la manera de negarle nada a aquel tipo.
Al sentir como empezaba a aplicarle el aceite por sus tetas, Isa no pudo evitar morderse ligeramente el labio. Estaba claro que le estaba gustando. André continuó masajeando sus pechos en forma de ocho, pasando de un seno a otro en el sentido de las agujas del reloj y luego a la inversa. Pese al tamaño de sus manos no conseguía abarcarlas completamente, por lo que tenía que dar dos pasadas cada vez para poder cubrirlas completamente de aceite.
Mi mujer tiene los pechos muy sensibles y, pese a que hace años que destetamos al último de nuestros hijos, aún con leche. Aunque ya se ha acostumbrado a vivir con ello en su día lo consultó con el médico. Pare ser que, pese a ser algo poco común, es normal y no hay nada de lo que preocuparse. Lo único es que, de vez en cuando, siente alguna molestia y tiene que sacársela con un sacaleches.
Aunque aquel hombre evitaba tocar la zona de las areolas, poco a poco el masaje comenzó a hacerle efecto y sus pezones se endurecieron hasta un punto que yo nunca había visto. La leche empezó a brotar como si se tratara de un pequeño geiser, mojando las manos del negro y deslizándose por sus senos hasta su cuerpo. Pese a que la mascarilla ocultase el sofoco de su cara, nada podía evitar que las bragas desechables continuasen mojándose por la excitación y se volviesen a escuchar esos leves quejidos.
-¡Qué vergüenza Dios mío! Se me está escapando la leche.- Dijo Isa al notarla resbalar por todo su cuerpo.
-No te apures, no es el primer masaje que le doy a una mujer lactante.- Contestó André, que aparentaba no impresionarse con nada.- Además es bueno dejarla salir y tratar con ella los pezones. Como sabrás, cuando se está dando el pecho, están muy sensibles y la mejor forma de tratarlos es con su propia leche.- Y sin mediar palabra empezó a recoger la leche con sus dedos y a extenderla primero por las areolas y luego por los erectos pezones de mi mujer, que ya no podía evitar que sus quejidos se hicieran cada vez más fuertes.
Supongo que Isa prefirió no explicarle que no era lactante sino que no se le había retirado la leche y no le sacó de su error, simplemente le dejó hacer. No podía dar crédito a lo que estaba viendo. Mi mujer, siempre tan recatada, estaba tumbada prácticamente desnuda en una camilla en el centro de nuestro salón, disfrutando mientras un negro enorme le masajeaba las tetas con ambas manos, ordeñándola y restregando su leche por los pezones.
Yo, por mi parte, no sólo no hacía nada, sino que no perdía detalle. Creo que sólo una persona que haya vivido algo similar podrá entender plenamente la sensación que tenía en ese momento. Por una parte estaban los celos, esa sensación incontrolable de sentir que la persona a la que amas prefiere a otra antes que a ti. Y por otra la tremenda excitación, junto con la necesidad de negármelo a mí mismo, que estaba sintiendo al contemplar todo aquello.
-De acuerdo, ya está.-Dijo mientras la secaba con una pequeña toalla de bidé.- Voy a proceder a retirar la mascarilla y terminaremos con un pequeño masaje por todo el cuerpo con aloe vera para refrescar.-
Después de quitarle los trozos de pepino y limpiarle toda la cara, tomó el bote de aloe vera y se dispuso a comenzar el masaje.
-Parece que la sábana está un poco mojada.- Dijo al ver la tremenda mancha de humedad que se estaba formado en su entrepierna.
-¡Ay! Lo siento muchísimo…no sé qué habrá podido pasar.-Intentó justificar Isa, que ya no podía estar más avergonzada y se incorporó de golpe tapándose la cara con las manos.
-No te preocupes, es súper habitual, les pasa a todas las clientas.-La tranquilizó.- Lo único es que, para que no estés mojada, voy a ponerte una toalla debajo. Túmbate otra vez y levanta un poco el trasero-
Cuando mi mujer levantó el culo había aún más humedad de la que parecía. La gran cantidad de flujo había provocado que las bragas desechables no pudieran contenerlo y que se empezasen a deshacer.
-Creo que sería mejor retirar también las braguitas, están muy mojadas y medio rotas. No te apures por quedarte sin nada, ya te digo que es así como prefirieren estar la mayoría de mis clientas.-
Isa, aún en sock, no contestó. Después de colocar la toalla debajo de ella, André aprovechó para tirar de las braguitas hacia sí y el empapado coño de mi mujer quedó a escasos centímetros de su cara.
-Te secaré un poco.-
Tomando otra toalla de bidé comenzó a limpiarle por la cara interna de los muslos. Luego se la pasó por debajo hasta llegar al culo, el cual también secó durante unos segundos.
-Toma, termínate ya tú- Dijo alargándole la toalla para que fuera ella la que secara aquella fuente.
Tengo la sensación de que en ese momento mi mujer y yo compartimos la decepción de que no hubiera sido André el que terminara de asearla. Después de hacer lo que le pedía, Isa volvió a quedarse tumbada bocarriba.
-He notado que tienes mucho bello en el pubis. Sería mucho más cómodo e higiénico si lo llevaras depilado. Si no estás acostumbrada, hacerlo tú misma a lo mejor es un poco incómodo pero, si quieres, puedo depilarte yo en un momento. Como me lo piden mucho, he venido preparado con todo lo que necesito.-
-Bufff, no estoy segura….no creo que sea una buena idea ….. y además, no sé si a mi marido le gustara cuando lo vea.-Dijo Isa, consciente de su calentura, intentando mantener la cordura para no cruzar una de las últimas líneas que le quedaban.
-No hay nada de malo en ello, lo he hecho muchas veces. Además puedo asegurarte que a tu marido le encantará. Si no te lo ha pedido nunca es que le da vergüenza hacerlo, a todos los hombres les encanta y hoy en día casi todas las mujeres llevan el pubis cuidado. Es muy raro la que no lo tiene así.-
Completamente entregada a él, mi mujer se dejó hacer. Llenó un bol con agua y fue humedeciendo ligeramente la zona a depilar con otra toalla. Con una pequeña tijera cortó lo más que pudo aquella frondosa mata de pelo, reduciendo considerablemente su tamaño. Luego limpió la zona con la toalla y, después de aplicar suavemente la espuma, empezó a rasurarla con una pequeña maquinilla.
-Abre un poco más las piernas, por favor. Es para poder acceder mejor a la zona de las ingles y que no se te queden pelos.-
Al hacerlo, tanto André como yo pudimos comprobar que Isa se había vuelto a humedecer y tenía los labios de su coño completamente brillantes. Ni yo mismo había visto nunca el coño de mi mujer tan abierto y desde tan cerca como lo estaba haciendo André. Estoy seguro de que Isa podía sentir sobre él el aliento de aquel tipo.
Mientras sujetaba la vulva con una mano, con la otra iba procediendo a depilar las zonas más sensibles. Sentir la mano del negro presionando sobre el lateral de su coñito estaba siendo demasiado para mi mujer. Aunque trataba de mantenerse lo más quieta posible para que no le cortara, su rostro no mentía. Para evitar que André se diera cuenta giró su cabeza hacia el lado contrario al que él estaba, sin reparar al tener los ojos cerrados en que sobre el aparador había un espejo en cuyo reflejo se podía ver aún mejor su expresión de placer.
No le dejó un solo pelo. Al terminar, primero uso varias toallitas de bebé para limpiarla y luego empezó a extenderle crema hidratante por la zona. Aquello estaba siendo un martirio para mi mujer. Comenzó a retorcerse y a arquear ligeramente la espalda, estaba a punto de correrse. El negro, con la mirada clavada en el espejo, lo notó y se detuvo al instante.
-Noooooooo….-Se le escapó involuntariamente a mi mujer, incapaz de soportar por más tiempo aquella tortura.
Había que reconocer que el tipo era un verdadero maestro. Con su mirada indiferente y su actitud profesional, sólo con sus manos y su palabrería pero sin sobrepasarse en ningún momento, había conseguido doblegar poco a poco el puritanismo de mi mujer hasta conseguir tenerla en la camilla, abierta de piernas y a su entera disposición. Aquello no había terminado pero no había duda de que el tipo merecía sobradamente los doscientos euros que cobraba.
Supuse que aquel sería el momento en el que le preguntaría a mi mujer si quería una terminación manual. Aunque seguía teniendo aquel regusto amargo de los celos o tal vez gracias a ellos, aquella era la situación más excitante que había vivido en toda mi vida. Sin saber bien por qué había tardado tanto en hacerlo, decidí dejar de resistirme y disfrutar yo también del momento. Llevaba tanto tiempo agachado de rodillas que, al incorporarme ligeramente para bajarme el pantalón, perdí pie y tuve que agarrarme con la mano buena a la barandilla para no caerme. Al hacerlo, las telas que la cubrían se abrieron y el hueco por el que estaba observando se hizo más grande.
En el estado en el que estaba, mi mujer ni se dio cuenta, pero André sí. Giró la cabeza hacía donde me encontraba y, por un momento nuestras miradas se cruzaron. Se me heló la sangre. Pese a que tuvo que ver la expresión de terror en mi rostro, él no mostró sorpresa alguna, simplemente me miró con aquella mirada inexpresiva. Me hizo dudar entre si sería el hombre más frío del mundo o si haría rato que se había dado cuenta de mi presencia y no había dicho nada. Luego se giró otra vez hacia mi mujer. Instintivamente volví a juntar rápidamente las telas y contuve la respiración. Si se le ocurría decir algo mi matrimonio habría acabado, pero no lo hizo.
Llegados a ese punto no tenía nada que perder así que volví a separar las telas para ver lo que pasaba. Estaba tan nervioso que no me di cuenta de que en esta ocasión se quedaron ligeramente más separadas.
-Bueno, es casi la hora. Por último suelo preguntar a mis clientas si quieren liberar tensiones con una terminación manual. Aunque, como no ha habido tiempo para el masaje con aloe vera, también podemos terminar con eso. Tú decides. -
Mi mujer no contestó, tan solo se giró y abrió los ojos regalándole al negro una mirada de súplica. Nunca la había visto así. Tenía la expresión desencajada por el placer contenido y necesitaba acabar como fuera.
-En tu estado, es evidente que lo más conveniente sería hacerte experimentar un orgasmo. Tienes una enorme tensión en tu interior y no sería bueno no liberarla.- Aunque ya no hiciera falta, seguía manteniendo aquel tono terapéutico que llevaba empleando toda la mañana.-
-El orgasmo, el orgasmo…..- Balbuceó anhelante mi mujer.
-Nunca ofrezco este servicio, pero si quieres podemos hacerlo mediante penetración, será mucho más placentero para ti. Aunque por las fotos de la pared veo que estás casada por lo que, si te va a suponer algún problema, podemos dejarlo o hacerlo con la mano.-
-Por favor…..fóllame….-le rogó mi mujer, que incapaz de razonar con un mínimo de cordura se abandonó al placer, sin importarle quebrantar con ello todos sus principios y traicionar nuestros votos.
Nunca sabré si que el tipo me descubriera propició todo aquello o si, simplemente, era un servicio que nunca ofrecía de primeras, sino que solamente lo hacía si le gustaba la clienta y le apetecía tirársela. Pero el caso es que allí estaba, de pie en frente de ella dispuesto a darle la mayor follada que le habían dado en toda su vida mientras yo, su marido, permanecía escondido observándolo todo con la polla en la mano.
No fue hasta que no se desnudó que no me di cuenta de por qué hasta ese momento no se le había notado la erección. Pillada con el elástico de los boxers, sobresalía varios centímetros por encima de la cintura un gran trozo de carne negra y dura. Cuando se deshizo de ellos y liberó su enorme polla, pensé que partiría a mi mujer por la mitad. Estaba totalmente erecta y recorrida por innumerables venas, que parecían cables de acero. Su capullo, del tamaño de un champiñón grande, era de un color morado oscuro. Isa le miraba con una expresión mezcla de deseo y terror y yo, sin poder aguantar más, descargué por primera vez contra aquellas telas turcas.
-No te preocupes, estás muy lubricada y no te dolerá.- Dijo André al ver la expresión de miedo en su rostro.
Se colocó un preservativo que no cubría ni la mitad de su polla y se recreó por unos instantes contemplando el palpitante coño de Isa, como remarcando su completo control de la situación.
Se acercó hacia ella y, agarrándola firmemente de las caderas, fue tirando poco a poco hacia él hasta que su culo quedó en el borde de la camilla. Después, lentamente fue enterrando aquel pedazo de carne en el interior de mi mujer, mientras ella arqueaba la espalda entre gritos de placer y muecas de dolor.
Pese a que André le había dicho que no le dolería, era imposible no sentir aquella estaca de hierro. Aun así, estaba claro que si el estrecho y poco usado coñito de mi mujer no hubiera estado tan lubricado, no le habría entrado ni el capullo de aquella polla de dimensiones descomunales que en ese momento tenía clavada por entero en su interior.
Se mantuvo quieto durante unos instantes para que Isa pudiera acostumbrarse al tamaño y empezó a bombear. Primero lentamente pero incrementando el ritmo poco a poco. Isa no tardó mucho y se corrió entre grandes gritos de placer al poco de que el negro empezase entrar y salir. Yo no pude aguantar más y me corrí por segunda vez. André continuaba sin inmutarse y lo único que hacía era penetrarla cada vez más fuerte. Mi mujer se retorcía como una loca, gritando y gimiendo cada vez más. Sus tetazas, vencidas a ambos lados, oscilaban con una fuerza inusitada, golpeando sus costados de manera cada vez más intensa.
Pese al inmenso placer que sentía, Isa permanecía con los ojos cerrados. No sé si con la absurda creencia de que con ello conservaba algo de dignidad o si pensando que evitaba que el negro adivinase en ellos que la estaba haciendo sentir como nunca antes nadie lo había hecho. No era necesario, estaba claro que él lo sabía y seguía subiendo el ritmo de sus envites. Sin poder mantenerlos cerrados por más tiempo, Isa abrió sus ojos y se giró intentando escapar de su mirada, aunque volvió a hacerlo hacia el espejo y no consiguió su objetivo. El tipo la contemplaba con suficiencia, como si aquello siguiera siendo parte del tratamiento y simplemente conseguía los efectos deseados sin esfuerzo alguno. Le hacía ver que para él todo aquello era pura rutina, como si le estuviera haciendo un favor, mientras que para ella estaba siendo la experiencia de su vida. Mi mujer apartó la mirada de la de él, fijándola involuntariamente en el punto del espejo que permitía que se cruzase con la mía, que seguía observándolo todo sin reparar en que la abertura de las telas era ahora más grande y no me ofrecía el refugio necesario. En ese instante los dos experimentamos un inmenso placer, yo me volví a correr y ella se quedó como poseída, empezando a encadenar un orgasmo tras otro mientras el negro continuaba empotrándola contra la camilla.
Finalmente, después de más de veinte minutos sin parar de moverse, el tipo se detuvo sin ni siquiera esbozar una mueca de placer. Al salir de su interior, el coño de mi mujer estaba completamente abierto dilatado y un líquido blanquecino y denso resbalaba desde su interior. Nunca antes la había visto hacerlo, pero era evidente que mi mujer había eyaculado. Si no hubiera sido por los videos sobre eso que había visto en internet y porque el condón del tipo estaba lleno de semen hasta rebosar, me habría creído que se le había roto el preservativo.
La escena era dantesca. Mi mujer tumbada, espatarrada sobre la camilla, sudorosa y extenuada por la follada que le acaban de dar, permanecía como inerte con aquel líquido blanquecino corriendo entre sus piernas mientras su coño se iba cerrando poco a poco. El negro, después de vestirse, iba recogiéndolo todo con parsimonia. Yo, por mi parte, me había subido el pantalón e intentaba limpiar nervioso los restos de mis innumerables corridas sobre la tela turca, invadido por una sensación de miedo, amargor y culpabilidad.
-Voy un segundo al cuarto de baño. No tengas prisa por levantarte.- Dijo André una vez lo tuvo todo listo salvo la camilla sobre la que descansaba mi mujer.
Una vez el tipo se hubo marchado, Isa cogió algo de resuello y, tomando conciencia de lo que había hecho, agarró su ropa y salió a toda prisa escaleras arriba. Cuando pasó por delante de mí, ni siquiera se giró hacia donde estaba.
Acto seguido oí la puerta del cuarto de baño cerrarse y el agua de la ducha caer. A los pocos segundos escuché también cerrarse la puerta de la calle y salí de mi escondite. Bajé las escaleras y comprobé que el salón había quedado perfecto, sin ninguna evidencia de lo que había sucedido, salvo una pequeña tarjeta sobre la mesa con el nombre y el teléfono de aquel tipo. La dejé allí y salí por la puerta sin hacer ruido.
Me pasé horas caminando sin rumbo. No podía parar de darle vueltas a todo lo que había sucedido. Me sentía culpable, pero a la vez no podía negar el hecho de que había sido la experiencia más excitante de mi vida. El problema era Isa, el que me hubiera visto podía desatar consecuencias imprevisibles. Lo primero de todo era cómo se sentiría ella, ¿Satisfecha? ¿Culpable? ¿Avergonzada? No podía saberlo. Pero lo que más miedo me daba era enfrentarme al momento de encontrarme con ella ¿Qué pensaría de mí? ¿Se imaginaría que llevaba escondido toda la mañana sabiendo lo que iba a pasar, o supondría que había llegado durante el masaje y me había ocultado sin ser visto? ¿Cómo asumiría el hecho de que no solamente no hubiera intervenido, sino que me hubiera quedado observando? ¿Pensaría que lo había disfrutado? Multitud de interrogantes se abrían ante mí y, aunque no quisiera darles respuesta, sabía que la única certeza que tenía era que tendría que hacerlo. Eso sí, eso ya será otra historia…