El regalo

Una mujer es sorprendida con un regalo muy especial de cumpleaños que le hace su amante: ser follada por 3 hombres.

Cinco minutos después de las 8 llamé al timbre. Pensaba disculparme por el pequeño retraso pero ver la cara de X me hizo desistir. Más aún: me hizo regodearme en la idea de haber tardado un poco más, de haberle hecho sufrir un poquito más en la espera.

-Hola María Rosa, vaya, estás preciosa –me dijo mientras pasaba.

-¿No decías que iba a ser una noche especial? Ya sabes, una siempre quiere estar a la altura.

Me abrazó con fuerza sujetándome por la espalda y nos besamos avivando un deseo que había pasado de latente a manifiesto en apenas un roce de lenguas.

-Bueno, bueno, dejemos algo para luego –dije zafándome de unas manos que ya culebreaban por todo mi cuerpo.

Pasé dentro y al quitarme el abrigo mi cuerpo, me di cuenta, irradió una extraña fuerza sexual. ¿Sabría él, mi cuerpo, lo que iba a suceder minutos más tarde? Pudiera ser, no es extraño pensar en la conciencia como aquel pequeño ‘yo’ dentro de nosotros que es el último en enterarse de todo.

Sea como fuese, lo cierto es que estaba terriblemente atractiva. Siempre suelo ser bastante solícita con los gustos y caprichos de mis amantes, pero el énfasis que puso X en decirme que la ocasión iba a merecer de mis mejores galas fue tan parecido a una súplica que no pude no hacerle caso. Ceñido todo mi cuerpo en un elegante vestido negro, cada una de mis curvas adquiría la proporción necesaria para, en conjunto, destilar la máxima sensualidad y elegancia. Unos zapatos también negros de tacón y unas medias a medio muslo satinadas con encaje elevaban la temperatura de mi cuerpo varios grados por encima del nivel estándar de deseo para alcanzar las cotas de la pura lujuria.

-¿Qué vas a hacer conmigo esta noche? –le pregunté a modo de amenaza mientras me colgaba de sus hombros y mi cuerpo cimbreaba hambriento frente al suyo.

-Nada que no hayas deseado en silencio durante años –me contestó misterioso mientras sus manos subían desde las caderas hasta mis pechos.

-He deseado muchas cosas –le dije riendo y antes de que mi lengua fuese succionada por sus labios.

-Pues esta vez prepárate para ese deseo oculto que ni tú reconocerías.

Confieso que, ante semejante respuesta, me asusté un poco y que mientras su lengua se deslizaba por mi cuello el escalofrío que sentí no fue tanto de placer como de miedo. ¿Hasta qué punto habría tenido acceso a mi mente?, ¿hasta qué límite me conocería? Y es que por mucho pudor que nos dé vernos desnudos ante miradas ajenas, nada en comparación con el pánico que genera la posibilidad de que alguien roce partes de tu mente ocultas incluso para uno mismo.

Para desasirme de esa extraña  sensación me aparté de él y me fui a la otra parte del salón a poner música. Eran pocos pasos, seis o siete, pero lo suficiente para saber que esa pequeña angustia se había traducido en una flojedad de piernas y en una humedad creciente en mi sexo. Es decir: quería descubrir cuanto antes a qué deseo oculto se refería X.

Sabedor de las más íntimas variaciones que acechan mi cuerpo, X me siguió y apenas dándome tiempo a poner un disco sus manos recortaron mi silueta para, desde abajo, subirme la falda hasta la cintura.

-Estás preciosa cariño –me dijo mientras notaba la dureza flageladora de su sexo contra mis nalgas desnudas.

-Bájame el tanga –le ordené con una voz ahogada en mi propio deseo.

De inmediato noté como las gomas de mi tanga se deslizaban por mis muslos erotizando mi cuerpo por completo. Pocos momentos tan cargados de tensión como ese en que tu ropa interior se desprende, ya húmeda, de tu cuerpo, en que unas manos de hombre te desnudan y tanto él como yo sabemos lo que va a pasar.

Así entonces, con mi tanga de encaje por las rodillas, X fue deslizando con diligencia una de sus manos por la cara interna de mis muslos hasta llegar a mi sexo. Apenas tuvo que jugar con él unos instantes hasta que éste se humedeció permitiendo que uno de sus dedos empezase a follarme con suavidad, acompasando sus pequeñas embestidas con la delicia de una lengua que me recorría nuca, cuello y boca.

Así continuó hasta que imagino que por mis gemidos supo que una pequeña ola de placer iba a arrasar mi cuerpo de mujer. Entonces, sin dejar que mis sentidos se colapsasen por completo, me tomó de la mano y me llevó al dormitorio.

-Ven, María Rosa, ven.

Palabras dulces, sin duda, que no hicieron sino enfatizar la dureza masculina con que, una vez en el dormitorio, me puso de rodillas en la cama, y esta vez sí bajándome el tanga hasta los tobillos, empezar a follarme. Notaba su sable abriéndose paso por todo mi ser hasta rozar mi más profunda intimidad, notaba mis pechos duros apretados todavía contra el vestido, notaba mis muslos temblar, notaba mi garganta atronar de gemidos de puro placer. Notaba sus manos cogiéndome fuerte por las caderas y dirigiendo él mismo las embestidas como un toro.

En un momento dado, cuando yo ya me había corrido una vez y nadaba en un océano de puro placer, se sacó un antifaz del bolsillo y me lo puso para no ver nada.

-Ponte esto cielo, póntelo. Y coge aire.

Sin dudarlo dejé que me lo pusiese. Mientras me siguiese follando como estaba haciendo no me importaba mucho lo que me pidiese hacer o dejar de hacer.

Y así continuó, un tiempo que no sabría valorar, un tiempo en el que todos mis sentidos estaban abiertos y en el que surfeaba olas de máximo placer pero en el que mi mente no dejaba de hacerse una misma pregunta: ¿qué márgenes de mi deseo iba a conocer?, ¿qué ámbitos prohibidos de mi sexualidad iba a rastrear?

De repente una mano recorrió mi nuca de forma exasperadamente lasciva. Así fue porque así la sentí. Era una caricia como podía ser cualquier otra pero que experimenté dentro de un régimen de placer totalmente diferente. ¿A qué me refiero? A que era otra mano, otra caricia. Es decir: a que era algo fuera de lo que podía esperar. Es decir: era la mano y la caricia de otra persona.

Al principio, recuerdo, no hice demasiado caso de mis intuiciones. Tan fuera de mí estaba por el placer que estaba recibiendo que cualquier mínimo roce podía hacerme sortear realidades diferentes. Pero apenas deseché la posibilidad por, valga la redundancia, imposible, volví a sentir esa misma caricia deslizándose por la espalda mientras que unos dedos de hombre se introducían en mi boca. Di un sobresalto y de alguna manera todo mi cuerpo se cerró. No, no podía ser. Aún entre gemidos levanté la cabeza buscando alguna explicación a la vez que la respiración entrecortada de otras personas me hizo comprender lo que pasaba.

-       Tranquila cielo, no te preocupes. Es tu regalo de cumpleaños. No te preocupes. Te vamos a follar y vas a rozar el cielo con los dedos.

Me quise enfadar pero no pude. Quise poner el grito en el cielo pero una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo de principio a fin. Sí, era cierto que semejante atrevimiento podía romper los límites de lo permitido y lo comúnmente aceptado. Pero en ese momento, mientras otras dos manos me empezaban a pellizcar los pezones y X seguía follándome sin descanso, toda esa discursividad del consenso y del valor de lo acordado se esfumó de mi mente de un plumazo.

¿Cuántos serían? ¿Un hombre más, quizá dos? Apenas lo pensé mis muslos empezaron a temblar y una descarga de placer me arrasó por completo. Al tiempo que ese primer orgasmo se retiraba como una ola de las playas de cuerpo, una mano me tiró fuerte del pelo hacia arriba hasta que mi boca quedó justo a la altura precisa para que una polla se introdujese en mi boca.

Empecé a mamar aquella verga que me parecía enorme pero ni siquiera tuve tiempo. El hombre, el dueño de aquella dureza, empezó a follarme la boca sin descanso, metiéndomela hasta la garganta y después sacándola de improviso para que pudiese respirar y después volver a la carga. Sin embargo, algo en el sabor de los líquidos que ya emanaban por el placer que mi lengua provocaba, algo en su calibre y grosor, me hizo comprender que no era una polla sino dos las que me estaba comiendo.

Aun con la venda en los ojos, tuve la capacidad para mirarme a mí misma, para extrapolar un punto de vista fuera de mí que diese cuenta de lo que estaba sucediendo. Veía –imaginaba– a X detrás penetrándome con fiereza y a dos hombres delante dándome de comer de su propio sexo. Me veía a mí misma a cuatro patas encima de la cama, con la falda en las caderas, el tanga en los tobillos y con todavía mis zapatos de tacón puestos siendo penetrada de forma salvaje por X y con dos hombres de pie sobre la cama alimentándome con dos miembros tamaño extra pasándomelos por la boca primero uno y después otro.

De repente X dejo de bombear y los dos hombres de darme de mamar. Al mismo tiempo, una mano, alguien, por fin me abrió la cremallera del vestido a lo largo de toda mi espalda. Otro, u otros dos, me incorporaron y me quitaron el vestido. Me ardían, recuerdo, las tetas, me dolían incluso de la dureza con que las sentía. Alguien me pasó uno de los tirantes del sujetador por un hombro y otro alguien me deslizó el otro tirante. El primer alguien empezó a comerme una de mis tetas, a meterse el pezón ya erecto en su boca y mordisqueármelo mientras que a su vez, el otro alguien, el segundo, hacía lo propio con la otra de mis tetas.

Me moría de gusto. Les empecé a acariciar, a ambos, a recorrer sus espaldas, sus brazos y hombros, a palpar sus muslos y a estremecerme con la dureza extrema de sus miembros. Perseguía con el oído el rumor de sus gemidos, aspiraba la fragancia de sus cuerpos y su olor a pura animalidad contenida, me ruborizaba en el escándalo de someter todo mi cuerpo a una pulsión sexual nunca antes conocida. Y es que, anulada la vista, sometida al escarnio de ser follada por dos o tres desconocidos, todo mi cuerpo luchaba por abrirse a una nueva realidad nunca antes imaginada. Mi boca, el aliento de mi ser íntimo, abrasaba el ambiente; mis pezones parecían tener vida propia y todo mi pecho latía bajo el signo del deseo. Sí, reconocí mientras tres lenguas me llenaban de placer y seis manos me acariciaban sin rubor: ciertamente X conocía mi mente y mis deseos mucho mejor que yo.

Me quise arrodillar para seguir bebiendo de aquellos dos surtidores de leche que tanto ansiaba me llenasen pero no pude. Una mano me empujó para atrás y me dejé caer con todo mi cuerpo sobre la cama. Alguien que no era X me abrió de piernas y recorriendo mi cuerpo con la lengua fue descendiendo hasta llegar a mi sexo. Doblé las piernas, arqueé la espalda, me dejé inundar por una red de sensaciones que una lengua poseedora de una sabiduría ancestral me estaba provocando.

Me metió un dedo y después otro y empezó a follarme con ellos al tiempo que sus dientes se apoderaron de mi clítoris y no tuve por menos que, gimiendo como poseída, correrme en su boca y darle a beber del néctar prohibido de mi sexo. Me creí vacía y, al mismo tiempo, plena. Deseaba quitarme el antifaz y ver esos rostros pero sabía que en el misterio que el propio antifaz creaba estaba parte del placer que estaba recibiendo.

Aún sin reponerme del gran orgasmo que esa boca me había provocado, ese mismo hombre, u otro, se puso encima mío. Noté sus manos recorrer la suavidad de mis medias, recrearse en el tacto electrizante de mis piernas y lentamente ir separándomelas hasta que nuevamente mi coño, humeante y abierto a todavía una infinidad de placeres, aparecía glorioso. Sentí como se colocaba enfrente mío, como me agarraba por las caderas y como, ciñendo su cuerpo al mío, me penetró violentamente. Qué sensación esa la de ser penetrada por un extraño, que sensación esa de ser poseída por una nada evanescente. Sentía su fuerza, su vigor, la tensión de sus músculos vibrando encima, sentía la dureza ignota de su polla provocándome un placer extremo, su aliento y sus gemidos como pleonasmos de una liturgia en la que yo, mi cuerpo, estaba siendo glorificado. Me moría de gusto y a cada embestía creía explotar de placer.

De repente alguien, uno de esos hombres, me dio la mano. Debía de ser X. Me la apretó con fuerza y cuanto más rápido me follaba el hombre más fuerte me la apretaba. De alguna manera, intuyo, quería que supiese que era él el que me estaba dando todo ese placer, que era él quien me ofrecía semejante manjar de sexo.

-Me corro, me corro…..

El hombre o la máquina que tenía encima no aguantaba su propia fuerza y se iba a correr. Me mordí los labios aguantando yo misma el orgasmo. Acoplé mis caderas a la fuerza de la virilidad que me poseía y mientras X apretaba con fuerza mis manos y me besaba, una oleada de semen se abrió a través de mi mente y mi cuerpo para fagocitarme, para elevarme al cielo, para aniquilarme en las exequias de mi propio deseo que, ahora, renacía repotenciado. Solté la mano de X y llevándola a los glúteos de ese hombre que me acababa de follar apreté con fuerza contra mí para, yo también, terminar por morir en un orgasmo conjunto y colosal.

Fundida en los brazos de ese extraño, X terminó por quitarme el antifaz.

-Descansa cielo, descansa. Tenemos toda la noche…. Es tu regalo de cumpleaños.

Yo, fuera de control y mientras el negro que me acababa de follar se quitaba de encima, empecé a mamar la polla de otro negro que, a mi derecha, me saludaba sonriente. La espesa lecha manaba de mi entrepierna y el sentirla deslizándose por mi sexo me hacía ponerme cada vez más y más cachonda. Un negro me acaba de follar y era solo el principio.

-Ahora te voy a follar yo cielo, ¿quieres?

Como pude aparte esa brutalidad de mi boca y le contesté lo único que pude contestar:

-Sí Javier, fóllame tú, cariño, lo necesito….