El refugio de los cuerpos
Una situación extrema. Tres cuerpos se funden ante el resplandor de las llamas. Tres deseos distintos. Un desenlace...
EL REFUGIO DE LOS CUERPOS
Cuando uno se va de viaje, pues se va preparado para tal efecto, pero cuando uno va a comer un sábado a la sierra, sólo suele llevar dinero para pagar la comida.
Hace unas semanas, mi marido me invitó a comer en un pueblecito de la sierra. Un pueblo donde hace mucho frío. No en vano, era invierno y amenazaba temporal.
Salimos a las 10 de la mañana de nuestra casa, para que nos diera tiempo a recorrer el pueblo en cuestión, luego el me llevaría a un restaurante del que le habían hablado muy bien, donde se comía de lujo y era la mar de barato. Hasta ahí todo bien. Emprendimos el viaje y la cosa no empezó como se preveía. De entrada, lluvia, a veces torrencial, lo cual hizo que nos detuviéramos dos veces en el arcen. Por supuesto, sin salir del coche por lo que jarreaba. Luego desapareció la lluvia y tocó frío. Tanto frío hacía que ni la calefacción nos daba calor. Cuando nos quedaban 20 Km. Para llegar al pueblo de marras, nieve. Mi marido es muy cabezón y continuó diciéndome y asegurándome que ese temporal, se pasaría y que la nieve no cuajaría. Una más de él.
Pues la nieve empezó a cuajar. Nosotros sin cadenas. Todo fenomenal. Carretera apartada, nada de nacional. Por mucho que consultaba el navegador no había nada en las cercanías. El conducía con mucho cuidado para no patinar. Estaba deseando encontrar un sitio para parar y "Ohhhhh, sorpresa", el navegador nos informaba que en 1000 metros había un refugio restaurante. Hicimos el recorrido que el navegador nos indicó y llegamos a una casa. Un refugio de montaña. Si. De restaurante nada de nada. Y de refugio, estaba por ver.
Paramos el coche en lo que en tiempos pareció un aparcamiento para dos o tres vehículos, y nos bajamos del automóvil. Nuestros pies se hundieron en la nieve. Yo llevaba un jersecito puesto y una falda, con unos zapatos negros. Mis medias, íbamos a comer, no me protegían del frío para nada. Mi marido también llevaba un jersey y un pantalón. El fue el primero en calarse los pies. Le estuvo bien empleado, por listo y cabezón. Insisto es muy cabezón.
Cerramos las puertas del coche y nos dirigimos a la entrada. La puerta estaba cerrada. No parecía haber nadie por allí, lo cual nos desilusionó. Empezó a nevar con mas intensidad mientras dábamos un rodeo por la casa para ver si estaba habitada por alguien. Pero nada. No veíamos persona alguna y curiosamente, tampoco oíamos ruido alguno. La nieve caía más deprisa. Los copos eran muy grandes y nos estábamos mojando. Tratamos de volver al coche y mi marido patinó con la nieve y se dió un buen costalazo.Yo ni me moví del sitio donde me encontraba, pues al ver la situación, opté por permanecer quieta e inmóvil. Al fin mi marido llegó al coche y se subió dentro del vehículo. Trató de arrancarlo. Lo primero lo consiguió. En efecto lo arrancó, pero no pudo moverlo del sitio, pues patinaba. Desistió amargado. En la cara se le notaba su frustración. Entonces fue cuando una puerta, yo diría que la única que había en aquella casa o casucha, se abrió. Un tipo con cara de haber estado durmiendo se plantó en el umbral de la puerta. En un principio no dijo nada ante la sorpresa de nuestra presencia. Yo me quedé perpleja y mi marido, venciendo un poco el estupor del momento, se dirigió a él con pasos gigantes, lo cual provocó otra nueva caída. Estábamos empapados.
Mi marido le habló en tono cortés y el respondió de igual forma. Yo, allí, de pies, helada y empapada mientras ellos acababan su charla.
-Buenos días, dijo mi marido extendiéndole la mano, ¿Es usted el propietario de esto?
-No. No. Buenos días tengan ustedes.
-Mire amigo, nos hemos parado aquí porque pensábamos que esto era un refugio o un restaurante. Al menos así nos lo indica el navegador.
-Pues de restaurante nada de nada. De refugio, puede. Yo estoy refugiado aquí.
-¿Refugiado? Pregunto mi marido alarmado.
-Si. Dejé el coche en Nicores, ese pueblo de allá abajo. Bueno, ese pueblo de allá, a diez o quince kilómetros. Soy montañero. Bueno en realidad, soy aficionado. Hice noche en la falda aquella de la montaña y esta mañana, a primera hora he subido hasta este refugio en vista del temporal que se estaba preparando.
-Ah, nosotros nos dirigíamos a Nicores precisamente. A comer y a pasar el día. Nos habían hablado de lo bien que se come en ese lugar. Nos ha sorprendido la tormenta y la nevada como podrá comprobar, pues estamos empapados. El navegador nos indico un refugio, y aquí estamos ante nuestra sorpresa, pues no hay restaurante ni refugio. No podemos continuar. No tenemos cadenas y el coche patina. Además, ya ni arranca.
-Comprendo. Dijo el intruso, o ¿nosotros éramos los intrusos?
-¿Hay alguien mas? Preguntó mi marido señalando la casa.
-No amigo. Esto esta abandonado. Por no haber no hay ni agua. Yo me encontraba descansando en mi saco de dormir cuando he oído el ruido de su coche.
-Lo siento. Dijo mi marido. Pero en esta eventualidad, no teníamos más remedio que buscar refugio.
-No se preocupe amigo. Me ocurrió lo mismo esta mañana. Llevo toda la noche sin dormir y he aprovechado para echar un sueño. Pero pasen, están ustedes empapados.
Mi marido agradeció el gesto del joven y yo lo encumbré por haber dicho la palabra mágica "Pasen". Nos adentramos en la casa y la sorpresa fue mayúscula.
Era una única habitación. No había muebles de ningún tipo. Solo una mesa algo destartalada. En un rincón se encontraba la mochila del montañero y a su lado un saco de dormir de dimensiones excesivamente pequeñas. Una sola ventana, afortunadamente con cristal, era por el único sitio que se filtraba la luz. Eso si, era una gran ventana. Se diría que se construyó con esas dimensiones para poder observar el valle. Del resto de la casa, nada de nada. Todo estaba en ruinas. Lo que anteriormente había sido el restaurante, no existía. Se veían vestigios de lo que fue la casa. Nada aprovechable. El que quisiera levantar nuevamente un merendero o restaurante allí, tendría que tirar todo abajo. El único sitio cubierto era esa habitación. Mire al techo por si había goteras y afortunadamente, no se filtraba agua. Pero hacia demasiado frío. Nuestras palabras desprendían un vaho que me dejaba más helada. Sentía la sensación térmica del frío cada vez más. Y cada vez nevada más.
-Me llamo Alejandro. Alex para los amigo. Dijo el joven estrechando la mano de mi marido por segunda vez.
-Yo me llamo Julián, respondió mi marido, y ella es mi mujer, Marta.
-Bueno amigos, pues esto es todo lo que hay aquí. Ya han visto todo. No hay ni siquiera leña seca para poder hacer un fuego. Dijo Alex.
-Ya veo en la condiciones que se encuentra esta casa. Dijo mi marido.
-Si. Lamentablemente la dejaron abandonada. Al menos eso parece.
-Ya veo. Ya veo. Dijo mi marido echando un vistazo en derredor.
-Estáis empapados. Observó Alex.
-Si. En efecto. Respondió el con cara de preocupación. Esperemos que pase la nieve y nos podamos ir. Te podemos llevar si quieres. Si arrancamos el coche.
-No lo creo Julián. Y lo que es peor, nadie osará subir a buscarnos. Primero, no saben que estamos aquí. Segundó, no podemos avisar, no hay cobertura en mi teléfono y supongo que en el vuestro tampoco. Y tercero, con la nevada que esta cayendo, nos podemos olvidar.
Miré mi teléfono y efectivamente no había cobertura. Mi marido tampoco encontró cobertura en el suyo. Todo estaba muy mal. Pintaba fatal.
-¿Tenéis algo en el coche que nos pueda ayudar a combatir este frío? Pregunto Alex.
-No. Dijo mi marido. Veníamos a pasar el día. No esperábamos esta nevada.
-¡Pues estamos jodidos! Dijo Alex provocando en mí una sonrisa por la forma de decirlo. Bueno, al menos no estamos solos. Estamos los tres y nos haremos compañía.
Mi marido abrió la puerta y descubrió algo en un extremo de lo que antes había sido parte del restaurante. Un cobertizo en ruinas sin tejado, pues sólo había parte de dos paredes.
-Allí hay madera. Dijo.
-Si. Pero esta mojada. Empapada. Además yo no tengo fuego. Dijo Alex.
-Pero yo sí, dijo mi marido.
-Pero la leña esta mojada. No podremos hacerla arder.
-Te equivocas Alex. Sacare del depósito un poco de gasolina y lo verteremos por los troncos. Eso hará que se seque y prenda. Al menos nos podremos calentar.
-¿Y donde harás el fuego? Pregunto Alex.
-Aquí mismo. Con el frío que hace y lo que esta cayendo ahí fuera, no se me ocurre otra idea.
-No. No. Esta bien. Me parece bien. Pero hemos de tener cuidado con el fuego, no vayamos a prender el techo, pues parece de madera.
-Lo tendremos Alex, pero antes de nada somos nosotros ¿No te parece?
-Por supuesto Julián. Dijo el. Vayamos a por la leña. ¿Pero como sacaras la gasolina del deposito?
-Tengo una goma y una garrafa en el coche. No te preocupes, todo controlado.
Me miré la ropa mientras ellos abandonaban la casa y se fueron a por toda la leña que pudieron conseguir. Estaba empapada. Mis zapatos se habían estropeado. Mi jersey pesaba una barbaridad debido al agua acumulado en la lana. Y mi pobre falda, simplemente parecía recién sacada de una lavadora a la cual se le hubiera roto la centrifugadora.
Ellos regresaron con seis troncos de un tamaño aceptable.
-Buscaremos más. Dijo Alex.
-Si. Voy a ver si puedo sacar la gasolina del coche.
-¿Dónde harás el fuego? Pregunto Alex.
-Pues mira, se me ocurre que podemos hacerlo en esa pared, dijo señalando hacia un lugar. Es de piedra, no habrá miedo a que se incendie nada. Traeremos cinco o seis piedras de la calle y las colocaremos en círculo. Y el humo se ira por la ventana, si es que podemos abrirla.
Todo parecía muy simple, muy sencillo. Mi marido había tomado el mando de las actuaciones y se le veía muy seguro. Es más, hasta diría que le gustaba verse en aquella situación. A el le gustaba demasiado lo rural.
Mi marido extrajo gasolina del coche. Una garrafita de cinco litros. Por suerte llevaba una goma, que no se para qué diantres la llevaba en el maletero, y gracias a ella, pudo extraer la gasolina. Mientras, Alex acarreó ocho hermosas piedras y las puso en redondo delante de la pared en la que íbamos a intentar hacer fuego. Luego trató de abrir la ventana y lo consiguió. Se aseguró que se volvía a poder cerrar y se dio por satisfecho. Me miró y se quedó pensativo.
-Estas empapada. Dijo.
-Lo noto Alex. Lo noto. Dije apesadumbrada y extremadamente jodida, pues la humedad de mis ropas, ya empezaban a hacer mella sobre mi piel. La sentía arrugada.
-Lamento no tener ropa que dejarte. Tengo todo en el coche. A mi también me ha sorprendido esto. No me lo esperaba y eso que ya tengo una cierta experiencia. Pensaba subir un poco esta montaña, pasar la noche si se me hacia tarde, y bajar por la mañana. Sólo me vine con la mochila. En ella llevaba agua, que ya me he bebido, un par de bocadillos, que también me he comido, y para de contar. De todas formas, en seguida te secarás. A tu marido se le ve un hombre muy capacitado. Hará fuego como ha dicho. Te podrás quitar la ropa y enseguida se te secara.
-No me puedo quitar la ropa, no tengo otra que ponerme. Protesté.
-Yo sólo puedo dejarte este pantalón corto. Y mira, esta roto y mojado.
Llegó mi marido con la garrafa de cinco litros de gasolina.
-Bueno, ya está aquí nuestro combustible. Ahora esperemos que todo vaya bien. ¡Vaya Alex, que chimenea te has sacado de la manga con unas cuantas piedras! Exclamó mi marido al ver el lugar destinado por Alex para el fuego.
-Si Julián, y he pensado que este es el mejor sitio. Y la ventana se puede abrir y cerrar. Lo digo en el caso que se forme humo.
-Buena idea Alex. Dijo mi marido. Estas empapada Marta.
-Lo noto Julián, lo noto. Respondí resignada y tiritando.
-La he dicho que se tendrá que quitar la ropa y así se podrá secar. De lo contrario, cojerá una pulmonía. Y tú también tendrás que hacerlo Julián.
-Si, joder, estamos empapados por todos los sitios.
Mi marido se aplicó en apilar los troncos, ayudado por Alex, y roció un poco de gasolina encima de ellos. Luego con su mechero de euro, aquello prendió. Al fin algo salía bien. De inmediato se me notó en la cara la alegría que me había proporcionado ver esas llamas. Ante tanta desgracia, aquello me compensaba. Podría secarme. Y estaría caliente. No teníamos agua, ni comida, pero estaríamos calientes hasta que pasara aquel vendaval de nieve.
Las llamas hicieron su aparición y la madera se empezó a secar. Y prendió. Se formó bastante humo, que con la ventana abierta, se esfumó, quedando el olor a leña dentro de aquella habitación. Mi marido salió a la calle acompañado de Alex y regresaron enseguida sonrientes.
-¿A qué esas caras? Pregunté.
-Hemos encontrado leña en abundancia. Esta mojada, por supuesto, pero nos servirá al igual que esta. Dijo Alex.
-Que bien. Yo sigo empapada...
-Tendrás que quitarte la ropa. Acercaremos esa mesa y la pondremos colgando de ella. Así se secara. Luego te la podrás poner de nuevo. Cuando traigamos la leña, yo haré lo mismo, Dijo mi marido.
-Julián, no tengo otra cosa que ponerme. No me voy a quedar desnuda.
-Ya se lo he dicho yo Julián, que se la tendría que quitar. Yo no tengo nada para dejaros. De hecho, yo mismo estoy empapado también. Y ya le ha dicho a tu mujer lo que paso anoche. Todo lo tengo en el coche. Me subí con la mochila, un par de bocatas y agua. Y no me queda nada.
-Esta bien. Usaremos tu saco, si te parece bien, para sentarnos encima, alrededor de la fogata. Y tú Marta, tendrás que quitarte esa ropa. No correremos el riesgo de que pilles una pulmonía. Hace demasiado frío.
-Pero Julián, no me puedo desnudar. No tengo nada que ponerme. Protesté.
-Lo sé. Lo sé Marta. No se me ocurre otra cosa. Además no hay remedio. Está tu salud antes que tu desnudez.
-Pero no me puedo quedar desnuda. No estamos sólos. Dije al fin.
-No hay problema Marta. Dijo Alex. Mientras tu marido y yo nos vamos a traer la leña a la puerta, tu te puedes quitar la ropa y se ira secando. Además, me quedaré un rato fuera. Con estas llamas en seguida se secará.
-Eres muy amable Alex, pero no creo que pase nada porque veas a mi mujer desnuda. Nosotros mismos, nos tendremos que desnudar si queremos secarnos. No podremos estar en la calle hasta que uno u otro, se haya calentado y su ropa esté seca. Nos secaremos y nos calentaremos todos por igual. Esto es serio. Corremos el riego de coger una pulmonía y quien sabe cuando podremos salir de aquí. Dijo mi marido ante mi estupor.
Acercaron la mesa y echaron el saco de Alex por encima, pues en su parte inferior estaba mojado. Luego, mi marido se quitó su jersey y su pantalón. Después su camisa y se quedó en calzoncillos. Dejó sus prendas encima del saco que estaba sobre la mesa. Las colocó como si las hubiera colgado con unas pinzas. En verdad me estaba sorprendiendo.
-Vamos Alex, Quítate esos pantalones y esa camiseta. Los tienes empapados. Dijo Julián.
-Julián ..no puedo quitarme los pantalones
-Los tienes empapados. Son cortos, se secaran antes que nada.
-Es que ..veras ..yo .
Mi marido le miro extrañado.
-¿Qué te ocurre amigo?, ¿te da vergüenza mi mujer?.
-No Julián, no es eso. Es que yo
-Entonces quítate esos jodidos pantalones y ponlos a secar encima de la mesa.
-Es que yo no llevo calzoncillos Julián. Dijo azorado.
-¡Ah, es eso! Bueno hombre. Mi mujer no se va a asustar por verte desnudo. Y yo no soy maricón, te lo puedo asegurar. Mira .
Y se quitó los calzoncillos. Mi marido se quitó los calzoncillos.
- ahora haz tu lo mismo. No pasa nada. Insisto, nuestra salud es lo primero. Es una situación de emergencia.
Yo me sonreí al ver la polla de mi marido. Estaba encogida por el frío. Parecía un pene minúsculo. Como si le estuvieran absorbiendo hacia dentro de su cuerpo.
-¡Vamos chaval, decídete! Le animó mi marido. Saldré a por la leña desnudo. Saldremos los dos. Marta se quitará la ropa mientras.
Impensable. Mi marido me sorprendía nuevamente. Ahora que se había desnudado, invitaba a Alex a hacerlo también. No le importaba que yo viera a otro hombre allí, desnudo. Tampoco parecía importarle lo más mínimo que Alex me viera desnuda, si es que yo me desnudaba. Y no sólo eso, si no que en plan valiente, saldría a por más leña desnudo. Impensable en Julián. Al menos yo no le conocía en esas facetas de la vida.
Alex se animó. Se quitó los pantalones y la camiseta. Su polla también estaba metida hacia dentro, como digo yo. El frío había causado estragos en ellos. Tenía un buen cuerpo. Estaba atléticamente bien formado y pensé que era porque se dedicaba a andar por la montaña. Bajé la vista para que no se violentara y enseguida oí la voz de mi marido.
-Ya está. Ahora nos iremos a acarrear leña. La dejaremos en la puerta. Tendremos frío. Pero cuando vengamos, tal vez nuestras ropas ya estén secas. Y tú Marta aprovecha para quitarte ese jersey que tienes chorreando. Tardaremos en venir un rato, si es que aguantamos el frío.
Y salieron por la puerta ambos. Como dos locos desnudos.
Me quité el jersey, el sujetador, la falda, las medias, las bragas. Empecé a colocar mis prendas más cerca del fuego por lo que hube de retirar las de ellos. Las mías serian las primeras en secarse. Me puse de espaldas al fuego con las palmas de las manos hacia atrás. El calor que notaba era agradable. Mi marido había tenido razón, con la gasolina, la madera se secaría y prendería. Ya empezaba a haber brasas sobre el suelo. La nieve seguía cayendo con la misma intensidad. El humo se había ido y la ventana estaba cerrada. La puerta también. Aunque yo no quitaba ojo a esa puerta de madera por si se abría. Quería que me diera tiempo a cubrirme con una mano los pechos y con la otra mi pubis. De vez en cuando oía como dejaban la madera en la puerta. También oía el crepitar de la leña que se quemaba a mi espalda. Habían pasado cinco escasos minutos desde que ellos se habían echado a la calle a por la leña.
Un calor cada vez más intenso se apoderó de mi piel desnuda. Me retiré un poco. Pero seguía haciendo calor. Las llamas se habían envalentonado. Giré mi cabeza. No podía ocurrirme algo así. Ya era tarde. Grité. Aullé. Me asusté.
La puerta de la casa se abrió y apareció mi marido seguido de Alex. Se acercaron a la lumbre de inmediato, pero ya era tarde. Alex trató de apagar con sus pies, pues aun llevaba las botas puestas, lo que quedaba de ropa sin quemar. Mi marido, aun corriendo el riesgo de quemarse, tomo mi falda en sus manos y la golpeó con el suelo para tratar de apagarla sin conseguirlo. Tras unos instantes o minutos de sofoco y desasosiego, se quedaron mirando como se consumía toda la fibra que nos había pertenecido. Yo estaba agachada en cuclillas. Era la manera de ocultar mis vergüenzas a la vista de Alex.
-No hay remedio. Dijo Mi marido. ¿Qué pasó?
-No lo sé Julián, de veras no lo sé. Estoy asustada.
-No te preocupes, dijo Alex, habrá saltado alguna chispa y ha prendido fuego a todo.
-¿Pero no has visto que se quemaba? Preguntó mi marido.
-No Julián, Estaba de espaldas calentándome y mirando la puerta por si entrabais.
-Da igual Julián, dijo Alex. Ya no hay remedio. Hasta mi saco se ha quemado, eso si, afortunadamente, no del todo. Aún lo podremos usar para sentarnos y no tener que hacerlo en el suelo.
En cinco minutos, la que se había liado. Ellos tiritaban. Ya no había ropa que ponerse. Algunos restos quedan pero inservibles para ocupar su destino. Me senté en el suelo sin saber muy bien que hacía. Se me había pasado de golpe todo el frío. Noté la tierra mojada sobre mis nalgas. No le di importancia. Ellos también se sentaron mirando con desconsuelo las ropas quemadas o semi quemadas. Mi marido suspiró después de reflexionar unos instantes y echó el resto de las ropas al fuego. Total, no quedaba nada aprovechable.
-Bien, tenemos dos problemas, dijo. Uno, estamos aislados, dos, estamos desnudos sin ropa que poder ponernos. Afortunadamente tenemos leña y fuego. Podremos calentarnos. Pero es toda una situación. Dijo Julián.
-Siento no haber estado pendiente de la lumbre. Es una estupidez por mi parte. Dije.
-No tiene remedio. Dijo Alex. Busquemos lo positivo y olvidemos lo negativo.
-No hay nada positivo. En cambió, si mucho negativo. Dije mientras trataba de recomponer mis piernas para ocultar mi sexo.
-Pues si Marta. Sí hay poco positivo y mucho negativo. Lo negativo, como he dicho antes, es que estamos aislados, y encima no para de nevar, no tenemos comida, ni agua, y estamos desnudos. Y lo positivo es que al menos tenemos leña y fuego. Ah, otra cosa negativa es que el coche se ha helado y no hay manera de que arranque. Menos mal que aun tiene más de medio depósito de combustible por si nos hace falta incinerarnos. Dijo mi marido provocando la risa de Alex.
Me voy a ver si encuentro algo por ahí. Ya se me ha pasado el frío. Dijo Alex.
-No es necesario que te marches. Le dijo mi marido.
-No, voy a ver si ahora que no tengo frío, aguanto y llego hasta aquel cobertizo que hemos visto antes. Tal vez haya algo que nos pueda servir. Dijo el.
Alex salio por la puerta. Era una imagen de lo más absurda. Con la botas puestas, sin calcetines y desnudo. Le miré cuando salía y le vi de espaldas. Buen culo, buena espalda, mejores piernas. Luego me di cuenta de su culo.
De inmediato me puse en pie.
-¿Tengo el culo manchado? Pregunte a Julián.
-Si, joder, lo tienes negro.
Miramos al suelo. El suelo tenía algo sucio. Algo negro. Pensábamos que era la tierra. Probablemente así sería.
-He visto el culo de Alex cuando ha salido y también lo llevaba negro.
-Yo también me he ensuciado. Es el suelo. Esta negro. Pero no huele a nada excepto a humedad. Tal vez sea algo que ha caído hace tiempo y ha dejado la tierra negra. Desde luego petróleo no es. Voy a ir a por más leña. De paso me limpiaré con la nieve.
Mi marido entró con cuatro troncos de leña. Los echó al fuego.
-¿Queda mucha leña? Pregunté. Se quema a velocidad.
-No. No nos queda mucha. Tendremos para tres o cuatro horas, si arde con esta facilidad.
-Me estoy meando Julián.
-Pues mea Marta, mea.
-¿Dónde? ¿Aquí?
-¡Como vas a mear aquí! En la calle. Tendrás que salir. No podemos mear aquí. Aquí tenemos que quedarnos hasta que nos vengan a buscar o podamos irnos.
-¿Irnos?, ¿Dónde vamos a ir desnudos?, Pregunté amargamente.
-No se. No voy a pensar ahora en eso. Ahora lo preocupante es que no nos falte fuego.
Otros cinco minutos y Alex entró como una exhalación tiritando de frío. Antes, avisó con su voz.
-Estamos de suerte. Dijo acercándose al fuego, pues venia helado. He encontrado en el cobertizo aquel que esta a unos cien metros, toda la leña que queramos. Y esta cortada en trozos. Y lo mejor, esta seca. De la leña y el fuego no nos tendremos que preocupar. También hay un bidón con agua. Parece limpia pero yo no me atrevería a beberla.
-Iremos a ver lo que dices. Dijo mi marido poniéndose en pie.
-Te has manchado el culo. Dijo Alex.
-Si. Todos nos hemos manchado el culo. Tú también. Es el suelo, mira.
Nos reímos, o más bien nos sonreímos.
-Aprovecha para ir a mear. Dijo mi marido ante la mirada penetrante que le lancé.
Salimos los tres del cuarto aquel. Seguía nevando. Ciertamente había poca madera en la puerta, pero si Alex había descubierto en el cobertizo más, no habría problemas. Sólo que habría que traerla hasta la casa.
Ellos se alejaron desnudos y yo rodeé hasta una esquina de la casa y me agaché para orinar. Al rato volvieron con unos doce troncos cada uno. Pero venían hechos una mierda de sucios.
-¡Como os habéis puesto! Exclamé.
-Alex dice que ahora se meterá en el bidón y se lavará. Yo también lo haré, Y tú deberías venir con nosotros y ayudarnos a traer unas cosas que hemos visto. Se que hace frío, pero merece la pena que vengas. Te alegrará. Dijo mi marido. Además, estamos viviendo una situación extrema.
Mi desnudez ya no era tan problemática. No me importaba mucho estar desnuda. No había más remedio. Además Alex colaboraba en extremo, pues trataba de mirarme siempre a la cara. Yo en cambio si les miraba a ellos. Para mi era nuevo estar con mi marido y un desconocido desnudos. Llegamos al cobertizo y yo tiritaba. Me enseñaron unas cosas que tenían apartadas allí, en un lado.
-Nos llevaremos esto. Dijo mi marido.
Una caja de madera. Una especie de colcha o manta, curiosamente seca y aparentemente limpia. Un azadón. Una pala. Una botella de coñac marca 103, cerrada y precintada y una pastilla de jabón del que se hace en los pueblos con aceite usado.
-Haremos lo siguiente. El agua no esta muy fría que digamos, esta helada pero aguantaremos. Nos meteremos en el bidón y con el jabón nos lavaremos. Después con esta manta nos secamos. Nos llevamos la pala y el azadón, limpiamos el suelo un poco para no mancharnos y nos bebemos un coñac. Dijo mi marido.
-No es necesario limpiar el suelo. Extenderemos la manta y nos sentaremos sobre ella. Dijo Alex.
-De acuerdo. ¿Quién va primero?
-¿Dónde? Pregunté.
-Al agua. Al bidón. Dijo mi marido.
-Que vaya tu mujer, si se quiere bañar. Luego tú y por último yo. Dijo Alex teniendo una buena consideración por la suciedad que dejaríamos en el agua, primero yo y después mi marido.
-¡No me pienso meter ahí! Dije.
-Marta, Marta, escucha. Escúchame bien Mata. No hay nada peligroso. El agua no esta tan fría como supones y estas sucia. Te sentirás mejor, luego te envuelves en la manta y nos vamos corriendo a calentarnos.
Me convenció. Pero yo no podía subirme al bidón. No podía entrar. Entonces ellos me ayudaron. Me izaron por las piernas y me dejaron de pies. Adiós mi vergüenza. Alex había tocado mi cuerpo desnudo. Mi pecho se había rozado con su hombro. Mis piernas se habían separado y habían dejado a la vista algo más de lo deseado por mi, aunque ya no importaba mucho. Afortunadamente, mi baño duró un minuto. Suficiente para mojarme y darme con jabón un poco. Luego solicité su ayuda. Me ayudaron a salir de la hermosa piscina en la que me encontraba y ahí pude ver como Alex me miraba de distinta manera a como lo había estado haciendo. Ahora, miraba mi sexo.
Después se metió mi marido y el último fue Alex. Recogimos las cosas y nos fuimos a la casa. Llegamos mojados. Alex extendió la manta que aún estaba seca, pues no nos habíamos secado en ella, excepto yo, que me la rodeé por el cuerpo, y nos sentamos sobre la tela.
Mi marido abrió la botella de 103 y nos dimos un trago. Estaba asqueroso. Ellos bebieron dos o tres cada uno. Alex se acercó a su mochila y rebuscó un vaso que afortunadamente encontró. Echamos nieve en el y cuando se hubo diluido, pudimos beber agua.
Eran las 6 de la tarde. Se nos había pasado el día. Estaba anocheciendo. Cerramos bien la puerta y la ventana, metimos varios troncos de leña dentro y nos dispusimos a pasar la noche. El fuego era nuestro eterno y afortunado compañero. Por suerte ya no se provocaba humo al echar nuevos troncos de leña. Ahora usábamos los secos. En consecuencia, no había que abrir la ventana. Y en consecuencia, la habitación o el súper salón en el que nos encontrábamos, estaba caldeado. No dejaba de nevar, aunque ya lo hacia con menos intensidad. Mi marido fue al coche y no consiguió arrancarlo. Dijo que no lo intentaría más pues se podía cargar el motor o alguna correa. No trajo nada del coche, pues nada llevaba que nos pudiera ser útil. No teníamos comida. Sólo nieve y coñac. A ellos no les gustaba el coñac, pero era un buen acicate para mantenerse calientes. No obstante, dejaron la botella después de haberse dado cada uno tres o cuatro tragos. Nos sentamos como los indios sobre la manta. Mirábamos el fuego. Estábamos en silencio. Nadie decía nada. Nuestros gestos eran de preocupación. Nuestras ropas ya no existían. Sólo quedaba la mochila de Alex y nuestros zapatos que se encontraban abandonados al lado de la misma. Mis pechos ya no eran objeto de las miradas de mi marido ni de las de Alex. Era natural estar así. No había remedio. Yo había optado por no cubrirlos con mis manos o mis brazos. En definitiva, no disimulaba postura alguna para impedir la visión de ellos dos sobre mis tetas. Sí trataba de mantener oculto mi pubis. Al menos, sólo dejaba ver algo de vello. Yo si que miraba de vez en cuando a los dos hombres desnudos. Para mí aquello resultaba extraño y por supuesto, excepcional. Sus penes estaban apagados. Descansaban sobre sus muslos o bien se escondían entre las piernas como buscando el calor de la manta. Parecía grotesco ver aquello.
Alex se dejó caer en la manta boca abajo. El fuego reflejado en su espalda le daba un color hasta ese momento desconocido por mí. Mi marido le miró y luego a mí. No dijo nada. Encendió uno de los últimos cigarros que nos quedaban y aspiro profundamente una bocanada de humo. Alex no fumaba. Suerte, pues si lo hubiera echo habríamos acabado antes el tabaco. Yo encendí otro cigarro. Le devolví la mirada.
El se acerco a mi oído y me susurro algo que no creí entender.
-¿Te lo follarias?
-¿Que dices?, no te entiendo. Dije en voz alta causando el levantamiento de cabeza de Alex.
-¿Qué ocurre? Preguntó.
-Nada. Dijo mi marido. Le preguntaba a Marta una cosa.
-¡Ah! Dijo el dejando caer su cabeza sobre sus brazos y volviendo a su postura de nuevo.
-¡Estas loco! Exclamé en voz baja a su oído.
-No. Dime la verdad ¿Te lo follarias?
-No.
-¿Por qué? Me preguntó el.
-Se te ha subido el coñac a la cabeza Julián.
-No estoy borracho. Solo te he hecho una pregunta.
-Pues no.
-Pues tú te lo pierdes. Dijo mi marido tumbándose boca arriba y cruzando sus manos en la nuca, dejando ver enteramente su pene y sus testículos.
No se si me ofendía semejante disparate o me provocaba. No entendía nada. Mi marido se incorporó y tiró el cigarrillo a la lumbre y se acercó otra vez a mi oído.
-Marta, háztelo con los dos. Dijo.
No podía imaginar unas palabras así puestas en boca de mi marido. Jamás. No había habido indicios en nuestro matrimonio de semejante cosa. No sé como podía imaginar una cosa así. Pero lo imaginaba y no solo eso, si no que me lo decía.
-¿Sabes lo que dices?, casi le susurre.
-Si. Podíamos hacerlo los tres. ¡Total no tenemos otra cosa que hacer!
-¡Estas loco! Eso lo dije algo más fuerte de lo normal.
Alex levantó la cabeza de nuevo y se sentó encogiendo sus piernas y mirando al fuego.
-¿Os ocurre algo? Nos preguntó.
-No, nada. Dije visiblemente enfadada.
-Ya. Dijo el. Me iré si queréis estar un rato sólos.
-¿Qué quieres decir? Pregunté.
-Que me marchare un rato al coche si queréis estar solos. Dijo.
-¿Solooooos? ¿Y para que íbamos a querer estar más solos de lo que ya estamos? Pregunté.
-No se. Vosotros sabréis.
-Lo dice por si queremos echar un polvo Marta. No te enteras de nada mujer.
Me quedé helada. El calor sobre mi piel se evadió. Mi marido era un desvergonzado en toda regla y yo no me había dado cuenta en esos cinco años de matrimonio.
-Me iré un rato fuera. Dijo Alex.
-No te vayas. No necesitamos estar un rato solos. Para nada. Dije.
-Veras Alex, le he dicho a Marta que nos lo podíamos montar los tres juntos. Pero no quiere.
Definitivamente mi marido era un ser odioso. Un hijo de puta. Estaba borracho o al menos yo lo creía.
-Comprendo. Dijo Alex.
Comprendo. Comprendo. Eso era todo. Un comprendo nada más. Era como si ya supiera algo. Como si esperara que tal vez pudiera suceder.
-¿Qué pasa aquí? Pregunté.
-No pasa nada Marta. Alex y yo hemos estado en la calle mucho tiempo, pasando mucho frío para que ahora estemos todos calientes, y hemos hablado. Eso es todo.
-¿Eso es todo? ¿Y de que habéis estado hablando?
-De ti.
-¿Y que habéis dicho?
-Nada mujer. Alex y yo coincidimos en lo buena que estas. Y eso es todo.
-¿Eso es todo? Pregunté aun con incredulidad y sorprendida de que mi marido hablara de mí con otro hombre.
-Si. Déjalo ya. No tiene importancia. Dijo mi marido.
-¿No tiene importancia? ¿si me acabas de decir que si nos lo montamos los tres?
-Y eso es lo que nos apetecería a Alex y a mí. Pero como a ti no te apetece, no hay más que hablar.
Era alucinante. Mi marido trataba aquel tema como si fuera a un comercio a comprar algo y estuviera dispuesto a ofrecer una cantidad de dinero que si no era de la satisfacción del comerciante, no compraría. Alucinante, de verdad.
-Te tengo que tomar a broma Julián. Dije algo mas serena.
-Pues yo no estoy en broma. Y Alex tampoco.
-No me vaciléis más. Dije sonriendo.
-No te vacilamos. Alex y yo lo hemos hablado antes y el estaría dispuesto. Podíamos hacer un trío. Los tres. Solo hace falta que tú quieras y que .
-¿Habéis hablado antes?, ¿Alex y tu habéis hablado
-Joder Marta, si. Lo hemos estado hablando. Hemos hablado de lo bien que estas, de lo que cambia una mujer de vestida a desnuda y esas cosas. Yo le he preguntado que si se sentía atraído por ti y el me ha dicho que naturalmente le gustas. Entonces le he preguntado que si yo no estuviera por aquí, si te follaria y el me ha dicho que le gustas. Con lo cual he adivinado que si. Eso es todo. Ahora estamos aquí, hace frío, no sabemos cuanto tiempo nos queda estar aquí, aunque ahora estamos calientes y se me ha ocurrido la idea de que podíamos hacer eso, un trío. Follar los tres.
-Pero pero Julián soy tu mujer
-Lo se. Y por eso no vas a dejar de serlo. No te puedes quedar embarazada. Alex esta bien. He visto como le miras. Y a él y a mí nos apetece ..no veo nada malo en ello.
-No ves nada malo en ello. ¿Julián estas bien de la cabeza?
-Si. ¡Estoy muy bien de la cabeza coño! Estoy hasta los cojones del día que hemos llevado, del frío que hemos pasado. Nuestras ropas están quemadas. Estamos aislados, el coche probablemente se haya roto, y menos mal que estamos en esta casa o lo que cojones sea este sitio, y que tenemos fuego. Estoy muy bien de la cabeza. Y como estoy bien de la cabeza y hemos compartido todo lo que hay aquí, tu no vas a ser una excepción, y por eso te digo que no me importa que nos lo montemos los tres. ¿Hay algo malo en que follemos los tres Marta? Me apetece echar un buen polvo. Es natural. El ambiente. Aquí desnudos. El día que hemos llevado. Este silencio. Esta oscuridad sólo revelada por la hoguera. ¡No nos vamos a poner a follar y vamos a mandar a Alex a la calle! Y por supuesto, a ti no te gustaría hacerlo con el delante. ¿Que mejor que hacerlo juntos los tres?
Me quedé en silencio. Julián estaba visiblemente enfadado. Miré a Alex que con la cabeza gacha no decía nada. Julián se levantó y se acercó a la mesa y tomó un nuevo cigarro. Luego se acercó a mí y me tendió uno encendido.
-Toma. No nos enfademos. Podría ser divertido. Dijo.
No dije nada. Me limité a tomar el cigarrillo y aspirar una bocanada de humo. Luego tomé la botella de 103, quité el tapón y eché un trago ligero. La cerré y la dejé en el suelo. Miré a Julián. Mi mirada duró un buen rato en el cual estuve pensando y asimilando lo que acababa de escuchar de su boca. Alex no decía nada. Miraba la hoguera en silencio.
-Está bien. Hagámoslo. Dije.
Siempre me había imaginado en esas películas porno que a menudo veía con mi marido, como estrella principal. Me había imaginado en una cama trajinada por dos hombres. No me disgustaba la idea. Pero era imaginar. Lo que ahora me proponía Julián era real. Y así de sopetón. Bien es verdad que ya había vencido el rubor que causaba en mí la desnudez. La mía y la de ellos dos. Pero me había consolado diciendo que no había mas remedio. Pero ahora se trataba de sexo. De algo más. De sentir las manos de Alex en mi cuerpo junto a las de mí marido. Tal vez sentir las dos pollas de ellos sondeándome. Tal vez .tal vez ..pero era real. No lo había soñado. Mi marido me lo había dicho de golpe y sopetón. Me lo había propuesto. E incluso lo había hablado con Alex sin estar yo delante. No se si me daba vueltas la cabeza o que me pasaba, pero una tranquilidad pasmosa se apoderó de mi existencia.
-Hagámoslo. Si es lo que queréis, lo haremos. Me oí decir.
Julián se incorporó y con su mano llamó a Alex que seguía sentado con la cabeza gacha. Me abrazó y me besó. Correspondí al beso de mi marido y en una pausa le dije en voz alta.
-¿Estas seguro de que es esto lo que quieres?
-No me parece mal. Es una experiencia. Me contesto. ¿Y a ti?
Le besé otra vez en la boca y eché mano a su miembro que se alteraba por momentos. Luego sin dilación abrí de nuevo mi boca.
-Ven Alex, acércate a nosotros. Le invité.
Alex se levantó y se sentó más próximo a nosotros dos, que aún seguíamos abrazados. Mientras besaba a Julián y ante la pasividad de Alex, dejé caer mi mano entre sus piernas hasta tropezarme con lo que buscaba. Su pene semirrecto, velludo, sus bolas prietas y el calor de su piel. El me paseo su mano por la espalda a modo de caricia. Dejó caer la palma hasta mis glúteos. Hasta tropezar con la manta en la que estábamos sentados. Mi marido me besaba y con su mano trataba de hacerse con mi raja. Luego y como si de tres salidos se tratara, simplemente me dejé caer de espaldas en la cálida tela mientras mi marido se arrodillaba junto a mi y me besaba, y cerré los ojos dejándome hacer. Unas manos separaron mis piernas y dejaron ofrecida mi grupa por entero. La boca de Alex se posó de inmediato en la raja deseada de mi cuerpo y lamió con nerviosismo y avidez. Mi marido abrió sus piernas y se sento encima de mis pechos ofreciéndome su pene erecto que yo tomé con mi boca sin dilación. La sensación que experimentaba me hacía gemir con más intensidad cada vez. Una lengua, que sabía no era de mi marido, lamiéndome en lo más íntimo de mi cuerpo, y dándome placer, mientras yo se lo daba a mi marido con su pene en mi boca, era una sensación de querer más y más, a la que no me podía vetar. Entonces traté de incorporarme y así lo entendieron ellos, que me ayudaron a hacerlo. Me senté en el suelo con las piernas abiertas y mientras tomaba la polla de Alex en mi mano para chuparsela, mi marido me metía un dedo dentro de mi raja. Gemía cada vez más, cada vez más inquieta, cada vez más fuerte. Por fin me levanté obligando a los dos a ponerse en pie. Allí, a su lado, me arrodillé y tomé ambas pollas y en un ir y venir propio del tenis, me las fui introduciendo una a una en la boca. Cuando me hube asegurado que estaban demasiado duras, cuando me hube asegurado de lo que demandaban, sólo cuando me hube asegurado, permití que me colmaran.
De rodillas, mientras chupaba a mi marido su pene, Alex se situó tras de mi y abrazado a mis caderas, me fue incustrando su miembro con rectitud y lentitud para una vez alojado por completo, comenzar con los vaivenes del placer. Luego hicimos un cambio. Mi marido se tumbó y a horcajadas me senté encima de el tapándome mi agujero con su polla recién lamida mientras en mi boca se alojaba la de Alex, y este a su vez, con su mano en mi clítoris, mezclada entre los vellos de mi marido y los míos, agitaba con avidez haciendo que me estremeciera.
Un rato difícil de precisar, estuvimos en esa postura. Después, el no va mas. Me incorporaron ambos. Alex tendió la manta encima de la mesa y me tumbaron en ella. Noté la hinchazón del miembro que se alojaba en mí. Era de Alex. Mi marido, de pies a mi lado, besaba mis pezones a la vez que yo sentía las arremetidas de la polla de Alex. Me abandoné al orgasmo y grité como nunca antes lo había hecho. Ya nadie nos oiría. Cuando cesé de gritar, Alex evacuo mi cuerpo y mi marido tomó posición entre mis piernas que colgaban de la mesa. Allí se aplicó en sus arremetidas hasta eyacular en mi interior. Rápido, muy rápido se corrió. Pero no por eso fue menos placentero. Alex me besaba en la boca con dulzura, como un enamorado, mientras mi marido se vertía en mí. Con un trozo de manta, me limpie un poco cuando mi marido me la sacó, y con mi lengua se la limpie a el mientras Alex me penetraba de nuevo. Pero ahora había además una novedad, mientras me follaba me metía un dedo en el ano lo cual provocó en mi un nuevo orgasmo.
Terminado aquel festival de sexo, nos tumbamos en la manta que nuevamente colocamos al lado de la lumbre. Ya no hacia frío. Todo era reposo y tranquilidad sólo rota por la voz de mi marido.
-¿Te ha gustado? Me preguntó.
No conteste nada. Le bese en la mejilla a modo de respuesta.
Pasaron cerca de una hora u hora y media. En silencio, sin decirnos nada. Cada uno con sus pensamientos. Mi marido mientras tanto echo un nuevo trago de 103 y le ofreció a Alex, que también bebió. Luego fumamos los últimos cigarrillos que nos quedaban. Alex echó mas leña al fuego y se tumbó en la manta boca arriba. Se empezó a acariciar su pene mientras cerraba los ojos. Lo miré como el que mira una visión fugaz. No dije nada. No analicé nada. Miré el reloj que estaba en el suelo, junto a mi bolso. Eran las 10 de la noche. La polla de Alex se endurecía por momentos y me excitaba verle hacerse una paja. En un alarde de carencia total de pudor, me acerqué a el y le pregunté en voz alta y perfectamente audible para Julián .
-¿Te masturbas?
El abrió los ojos y paró el quehacer de su mano. Su pene se venció hacia delante de su vientre. Me miró. Luego miró a Julián. Luego otra vez a mí.
-Siéntate encima de mi Marta. Me dijo por toda respuesta.
Miré a Julián. El pene de Alex estaba tieso otra vez. Lo tomé con la mano mientras miraba a mi marido. El estaba serio y en silencio. Meditaba. Lo sé. Tal vez se arrepintiera de lo que había pasado una hora antes. Yo no lo había propuesto. Había sido él. Pero es cierto que yo lo había disfrutado. Sólo pensé para consolarme que tal vez el también hubiera disfrutado viendo a otro disfrutando de mi cuerpo. Aquello me dio alas. Si Julián había querido que pasase aquello, es porque lo iba a disfrutar. Pero su cara me preocupaba. Su gesto serio. El levantó su cabeza mientras nuestras miradas se cruzaban y yo sostenía el pene de Alex en mi mano. Iniciamos un dialogo en silencio. El miró mi mano. Yo agitaba aquel prepucio hacia arriba y hacia abajo, con lentitud...entonces dirigí mi mirada hacia su mano que se movió lentamente. Pude ver como agarraba su miembro por el tallo y comenzaba a masturbarse. No lo dudé. Era una señal. Mi marido quería más. Yo también.
A horcajadas me senté encima de Alex introduciéndome su polla yo misma. Comencé a cabalgar con el dentro de mi y provoqué con mis roces una corrida desenfrenadamente bestial en todo su ser. Me dejé llevar cuando sentí la proximidad de su corrida y me abandoné juntando mi orgasmo al suyo. Mi marido, con su dedo dentro de mi ano, me acariciaba la espalda mientras me vencía sobre el pecho de Alex y mis pezones se clavaban en su piel. No me quise mover. Quería permanecer con aquel miembro dentro. Quería sentir como se iba haciendo pequeño poco a poco. Sentía la humedad de su semen entre mis piernas. Todo el encanto se rompió al sentir la polla de mi marido adentrándose en mi ano. Le dejé hacer. No era la primera vez que lo hacía .No me hacia daño. Fue despacio. Una vez colocado dentro, comenzó a moverse despacio para no hacerme daño, luego se vertió sobre mis nalgas y se tumbó a nuestro lado. Allí nos invadió un sueño profundo. Me quedé dormida sobre el pecho de Alex, con su polla dentro de mí, manchada con el semen de mi marido y el suyo propio. Mi marido a nuestro lado, también durmió. Eran las 3 de la madrugada cuando desperté. Me desembaracé del cuerpo de Alex y me situé entre los dos hombres. Cerré mis ojos y me volví a dormir.
Cuando despertamos por la mañana, aun había brasas encendidas en la hoguera que habíamos echo. Los dos estaban abrazados a mí. Nos recomponíamos cuando se abrió la puerta de la casa y apareció la Guardia Civil.
El guardia que entró en la casa se quedo estupefacto., Tres personas allí desnudas y abrazadas entre sí. Llamó a alguien que enseguida trajo unas mantas y nos cubrimos con ellas. Mi marido habló con el guardia que parecía mandar a los otros dos. Yo me moría de vergüenza. Alex me agarraba la mano y me miraba sin decir nada pero como queriendo decirme muchas cosas. Mi marido explicó a los guardias todo lo que nos había sucedido, excepto lo de nuestra orgía, aunque uno de ellos, creo que se imaginó lo que había pasado allí. El guardia le dijo a mi marido que gracias a su navegador y al bluetooh, nos habían encontrado, pues mi marido había dejado encendido el navegador en el coche marcando el punto en el que nos encontrábamos. Había dejado de nevar y con el Lan Rover de la guardia Civil y con las cadenas que llevaban las ruedas, pudieron ir a buscarnos.
De vuelta en el pueblo de marras, nos alojamos en un hotelito pequeño que había allí. Diría que era el único. Todo se hizo con discreción, al menos por parte de la guardia civil, que no así por mi marido, que al llegar al hotel, pidió una habitación para tres.
El paleto se quedó perplejo pero nos tendió una llave y nos dijo un lacónico "Es la que tiene la cama más grande". El paleto sabía demasiado bien lo que íbamos a hacer. No en vano Alex era su hijo y el Guardia Civil, su hermano.
Julián y yo nos enteramos después. No nos importó. La experiencia que vivimos nos gustó. No hemos vuelto a Nicores, pero ya estamos mirando la Guía CAMPSA para descubrir otro pueblo rural, donde ¿Quién sabe? Tal vez nos ocurra otra aventura. Sexo incluido. Yo no me negaré. De eso estoy segura.
Coronelwinston