El reflejo ignorado
Cuando el reflejo de Tomás cobra vida él piensa que puede tener un nuevo amigo.
El reflejo ignorado
Un día, de pronto, el reflejo de Tomás cobró vida. Fue un proceso de semanas en los que su principio ni siquiera el reflejo habría sido capaz de discernir. La sospecha se coló en su mente cuando se dio cuenta de que ya no seguía a Tomas instintivamente, como si ya no tuviera otro objetivo la existencia, si no que debía mirarlo para enterarse de lo que hacía y moverse de igual modo en consecuencia. Una vez probó a mover el pie opuesto al que Tomás balanceaba frente al escritorio. Lo hizo. Probó a continuación a rascarse la cabeza, no pudo.
El joven lo miraba y hacía muecas todos los días, esperando lo fantástico. El espejo, de marco antiguo pintado de negro, cual salido de una película de terror de época, no tenía ningún origen extraordinario, maldición o hechizo encima que su dueño supiera pero, hambriento de la oscuridad mágica adonde había encontrado un refugio, le había atribuido características especiales. Antes del descubrimiento había bobeado más que nada y él nunca se tomó demasiado en serio la idea. La cosa cambió cuando milagrosamente cuando en lugar del dedo medio del fuck you, su reflejo levantó el dedo anular. Al verlo rió como demente y lo incitó a que le hablara. Quedó demostrado que era posible mover la boca a diferentes tiempo pero sólo del suyo saldrían sonidos. No le importó demasiado. ¡Suficientemente fantástico era que se moviera!
Aprendieron a jugar a las cartas (sólo tenía que ponerlas ante el espejo para que su doble tuviera su propio mazo), a conversar con gestos, a confirmar su existencia en la presencia del otro. Cuando el joven se iba su reflejo quedaba ahí, aburrido, sin otra diversión posible que mirar el reflejo de la televisión dentro de su marco de visión o escuchar las notas al revés que salían del reproductor de música. Exceptuando ese detalle, a través de la interacción casi había olvidado que lo era y se sentía pleno. Las sonrisas que se apagaron en el joven real brillaban en su reflejo con cada vez mayor potencia que las velas que Tomás a veces encendía, rogando por distintas cosas. Tomás era un chico complicado, creía que nadie lo entendía. Ciertamente sus padres no entendían su afición por vestirse de negro, comprar libro tras libro (de la sección esotérica, aunque ellos no lo sabían) y encerrarse en su cuarto por horas. Pero no tenían tiempo para buscar un cincel y penetrar la Muralla China de hielo que su vástago armó a su alrededor.
Cuanto mayor era la pena del joven mayores eran los esfuerzos del reflejo por mantenerlos a ambos animados. A veces conseguía incluso una risa y el sonido, difuso, nunca demasiado fuerte, le llenaba de vida.
Esa manera de vivir a través del otro, imitando de forma original, de no ser porque llegó él. Tomás lo conoció en un pub gótico. Era un coloso, decía con el encanto pintado en sus jóvenes mejillas. Era un bailarín de puta madre, un hechicero de la eternidad, mucho mejor que un vampiro. Preocupado, su reflejo hizo dos colmillos con sus dedos. Ya quisiera, respondió Tomás, echándose a reír. El reflejo no recordaba una ocasión en la que hubiera reído sin su ayuda.
Tomás empezó a salir por las noches, a llegar tarde, a veces desarreglada la ropa, y hablar por teléfono hasta la madrugada. Los saludos al pasar hacia su gemelo líquido comenzaron a desvanecerse. Los juegos de solitario y damas chinas quedaron olvidados. Pronto el reflejo notó que cada vez que Tomás salía le era más difícil permanecer en su sitio. Una vez, tras un azote impaciente de la puerta, no supo de sí mismo hasta que Tomás regresó.
En un intento desesperado porque volviera con él, intentó aprender malabares con tal de serle un payaso más entrañable pero resultó inútil. Se equivocaba con una facilidad que ni siquiera era divertida. Sus manos se congelaban sin razón y el reflejo de las pelotas traídas por Tomás caían al suelo, sin remedio.
Volvieron a pasarla bien un día, en una ocasión en la que no hubo llamadas ni desapariciones. El reflejo ganó primero en el solitario, estaba feliz. A la noche Tomás se desnudó frente a él, obligándole a hacer lo mismo, y se hizo una paja larga y desesperada en frente suyo, los ojos cerrados y la lengua afuera. A pesar de que empleó todas sus fuerzas para evitarlo, el reflejo terminó al mismo tiempo que el otro, formando con sus labios el nombre de ese hombre que no significaba nada para él. Después de eso Tomás se durmió casi al instante, desnudo y satisfecho. Aun con los ojos cerrados su reflejo, mudo, lloraba. Y con la misma rapidez y sutileza con la que empezó a moverse, volvió a sonreír.
Tomás por ese entonces visitaba a su amor casi todos los días y llegaba hecho un sol a su cuarto. Empezó a contarle cómo habían follado en el parque detrás de la escuela, de cómo metían mano a los pantalones del otro en los baños de las heladerías que iban. Le enseñó el celular que le había comprado, uno bien completo y moderno, a diferencia de la chatarra obsoleta que le compraron sus padres hace dos años. De tan feliz pensó que la pantomima de imitación de su reflejo era su forma de solidarizarse con él y darle ánimos. Nunca sospechó nada ante los movimientos, todo y cada uno de ellos, copias fieles de los que él hacía. Lo llamaron a cenar.
Su reflejo desapareció nada más salir del cuarto. Nunca regresó.