El reencuentroara

Dos antiguos compañeros de trabajo y un viaje. Todas los ingredientes para un reencuentro después de 15 años

Habían pasado ya muchos años desde la última vez que había visto a Sole. Tal vez quince, quizá más.

Sole tiene la misma edad que yo, muy pasados los cuarenta. Fuímos compañeros de trabajo hasta que nuestra empresa cerró y tomamos caminos diferente. Siempre me gustó, me atraía, pero nunca tuve la oportunidad de tener nada con ella, aunque no por falta de ganas. En aquellos momentos, ambos estábamos solteros, aunque mi mujer y yo ya éramos novios entonces.

Nos encontramos por casualidad en aquella feria. Ella iba con su marido, quien también era compañero de profesión en otra empresa. Yo había acudido con mi mujer. Aún se recordaban ellas, ambas son muy habladoras y enseguida retomaron sus chismes.

Todos, menos mi mujer, que no era del gremio, habíamos acudido en una mezcla de trabajo y placer, observando y recopilando información de los stand de las diferentes compañías. Después de la feria, decidimos ir a tomar algo. Antes de despedirnos, nos intercambiamos las tarjetas y quedamos en llamarnos alguna vez.

Resultó que ambos trabajábamos relativamente cerca, en el corazón financiero de Madrid, aunque no nos habíamos visto hasta entonces.

No creí que volvería a ver a Sole. Era de esos encuentros que generalmente no llevaban a ningún sitio. Sin embargo, el mismo lunes, recibí a media mañana su llamada. Me indicó que comería en una cafetería de la zona, y si deseaba acompañarla. Dos horas después, ambos estábamos sentados en la mesa del restaurante.

Hablamos durante toda la comida, que unido a unos cafés y copas después, se prolongó durante casi tres horas. Me sentía muy a gusto hablando con ella, y por lo que podía observar, era mutuo.

  • Pedro, tengo que volver a la oficina. Podemos volver a comer la semana que viene, si quieres.
  • Ummmm. Creo que no voy a poder. Pasaré casi toda la semana en Barcelona. Tengo que visitar a unos clientes allí.
  • ¿Barcelona? Tengo unas visitas pendientes que voy dejando. Pero si vas allí, podría hacer coincidir también mi visita. Así podremos tomar algo a la salida del trabajo. El principal motivo de ir aplazando el viaje es lo que me aburro cuando termino la jornada laboral.
  • Pues vente. Si quieres nos vamos de martes a jueves. Creo que entre martes y miércoles terminaré lo que tengo que hacer. Así podremos salir por la noche si quieres.
  • Te llamo y te lo confirmo.

Nos despedimos y cada uno se fue a su trabajo. Me apetecía mucho que Sole viniese a Barcelona. De siempre me había gustado y ahora, muchos años después, aún la veía más atractiva. Tenerla allí, era una oportunidad, aunque si lo pensaba en frío, tener algo con ella era una utopía.

Me llamó al día siguiente para confirmarme que vendría conmigo. Le indiqué el vuelo y el hotel para que también ella pudiese hacer lo propio. Una hora después me confirmó que iría en el mismo avión y se hospedaría en el mismo hotel.

A la semana siguiente estábamos ambos, a primera hora de la mañana en el aeropuerto. Cuando llegamos a Barcelona, nos fuimos a realizar nuestros trabajos. Sobre las ocho de la tarde quedaríamos en la cafetería del hotel, una vez instalados, y así dar un paseo por la ciudad.

Caminamos por la zona más céntrica, el Barrio Gótico y tomamos alguna cerveza. Mientras aquello sucedía, no parábamos de hablar hasta que ella me dijo algo que me dio ciertas esperanzas sobre que algo pasara en aquellos días que estaríamos juntos.

  • ¿Sabes? Estás mucho más guapo ahora que cuando trabajábamos juntos. Has perdido mucho peso y esas arruguitas en la cara te dan un aire muy interesante.

A pesar de mis años y mi experiencia, me ruboricé. Aquella noche cenamos y nos fuimos pronto a dormir, no sin antes volvernos a citar para el día siguiente a la misma hora. Estábamos cansados por el madrugón y el viaje.

El segundo día fue un poco diferente, Ambos teníamos más confianza. Hicimos prácticamente lo mismo, sólo que decidimos caminar por otra zona de Barcelona. Entramos en un pub de la zona y tomamos unos gin tonics. Hablando y hablando nos dio la hora de cenar. Preguntamos en el local y nos recomendaron un restaurante en la misma calle. Era agradable, y aunque estaba apartado de nuestro hotel, no era un problema ya que cuando terminásemos tomaríamos un taxi.

  • Te sienta muy bien la ropa que llevas. – Dije para halagarla.

Su ropa era una falda azul marino y un jersey blanco, con unos zapatos de tacón. Guapa y elegante, como era ella.

La cena fue más distendida. Supongo que intervino el alcohol que llevábamos en el cuerpo, añadido por la botella de vino de la cena.

  • Sole. Tú, durante el tiempo que estuvimos trabajando juntos, me volvías loco.
  • Pero si tenías novia......... Yo entonces era una cabecita loca. Sólo pensaba en divertirme hasta que apareció Charly. Un año después nos casamos. Pero si........... Lo sabía........ Sabía que volvía locos a todos los chicos de la oficina y sobre todo a tí.
  • ¿Has sido siempre fiel a Charly?
  • Bueno........ Al principio, tenía muchos compromisos y quedé alguna vez con algún amigo. Dentro de ello, dos veces después de casada. ¿Y tú?
  • Yo me he reservado todos estos años para ti. – Bromeé sin contestar a su pregunta.

En la sobremesa continuamos coqueteando. Sabía que si no le daba un ataque de racionalidad o fidelidad, esa noche no dormiría solo. Estaba muy caliente.

Salimos del restaurante y decidimos pasear un poco antes de tomar un taxi. Tenía que lanzarme. No tenía nada que perder, por lo que pasé el brazo por su hombro y la atraje hacia mi. Acerqué mis labios a los suyos y la besé. Ella de inmediato me abrazó y las lenguas se cruzaron en nuestras bocas y mis manos bajaron por su espalda hasta llegar al culo.

Nos besamos durante varios minutos hasta que paramos para tomar el primer taxi que pasó. En pocos minutos estábamos en la recepción del hotel que saltamos para irnos a la habitación. Sole tomó la iniciativa y me llevó de la mano a su cuarto.

Nuestras bocas se unían en un arrebato desgarrado. Las manos recorrían los cuerpos y torpemente, Sole intentaba introducir la tarjeta en la cerradura de la puerta. Al final, fruto del esfuerzo, esta se abrió y fuimos directos a la cama.

De manera torpe, nos agarrábamos y a la vez caminábamos. Caímos en la cama. Mis manos fueron directamente a sus pechos. Los apreté firmemente, mientras que ella, por encima de mi pantalón, pasó su mano hasta llegar a mi entrepierna.

Le retiré su jersey para aparecer una fina camisa, cuyos tirantes se entremezclaban con los del sujetador. Me quité la americana como pude. Ella agarró mi cuello para desatar la corbata.

Estábamos desatados. De manera torpe, intentaba desabrochar los botones de mi camisa. Yo, de forma aún más obtusa, buscaba inútilmente el botón para que su falda se soltase. Tuvo que ser ella, quien con una sonrisa en su cara, fuera quien se la soltase.

Quedó con las medias negras, en la que se le transparentaba el pequeño tanga que cubría su intimidad. Agarró mi cinturón y lo soltó. También el botón y la cremallera, para empujar mis pantalones hacia abajo.

Tomé sus panties `por los elásticos y los puse a la altura de sus tobillos. Ella, mientras, desabrochó su sujetador para dejar a mi vista sus preciosos senos.

Nos tumbamos en la cama y continuamos besándonos. Acaricié sus pechos pero mi obsesión era llegar a su sexo. Bajé mi lengua por su torso, por su estómago y llegué a sus braguitas. La corrí ligeramente para ver un sexo muy arreglado, con una fina línea de vello, a modo de flequillo vertical.

Tomé el tanga y lo estiré, quedando dentro de sus labios vaginales la tela delantera. Notaba como se iba mojando y comenzaba a dar pequeños supiros.

Me sentía feliz, estaba cumpliendo uno de los mayores deseos que había tenido nunca. Estaba en la cama con mi fantasía desde hacía muchos años.

Sole se incorporó y me hizo volver a la realidad. Bajó mi boxer y agarró fuertemente mi miembro. Directamente lo llevó a su boca. Me tumbé. Miraba al techo y disfrutaba de mi felación.

Quería estar activo, por lo que me di la vuelta y bajé su tanga, dejándola totalmente desnuda. Jamás, ni en mi más placentero sueño con ella, me habría podido imaginar una situación similar. Tenerla y disfrutarla así, sólo para mi, a cientos de kilómetros de distancia de la ciudad dónde vivíamos.

Volví a besarle los pechos. La acariciaba por todos lados, pero mis dedos se aproximaban siempre, sin control, hasta su sexo.

Metí el dedo corazón en su vagina. Notaba su humedad, que chorreaba. En esos momentos contemplé sus ojos y observé su mirada. Estaba totalmente entregada. Sólo había visto aquellas miradas en mujeres que habían estado enamoradas de mi.

Pedí que se diese la vuelta. Dejó su pompi hacia arriba. Tomé uno de los pequeños botes de leche corporal que había en el baño y lo vertí por completo en su espalda. Comencé a masajearla y a pasar mis dedos por su espalda. La veía a gusto y contenta.

Volví a girarla. Tomé otro de los pequeños botecillos y lo vacié por completo entre sus pechos y su estómago. Hice la misma operación, sobre todo acariciando sus senos. Me entretuve tiempo haciendo las maniobras. Fruto de ello, sus pezones se pusieron muy erectos, casi pinchaban.

Con mis manos engrasadas, estas se dirigieron a su sexo. Daba busto tocarlo, totalmente depilado, sólo con una fina comisura de pelo.

La tenía bien lubricada. Ahora sólo quería llevar a cabo mi más oscuro deseo. Tomarla.

  • Sole. Quiero metértela
  • Y yo que me la metas. ¿A qué estás esperando?

Tomé un preservativo y fui a colocármelo.

  • ¿Qué estás haciendo? – Preguntó extrañada.
  • Ponerme una goma.
  • ¿Estás enfermo? ¿Tienes sida? Yo estoy sana y creo que tú también. Tomo la píldora. Vamos a disfrutar sin tapujos.

Dejé el condón y me coloqué encima de ella, cogiendo la postura del misionero. Agarré mi pene y lo enfoqué hacia su sexo. De un empujón, quedó encajada.

Ambos comenzamos a movernos. Ella, completamente flexible, movía y giraba sus piernas, atrapando mi trasero y mis muslos para que la penetración fuese más profunda.

Apoyé mis manos en el colchón para así poder contemplarla. La besaba, lamía y mordisqueaba sus pechos y mientras el movimiento de mete y saca no cesaba.

Por sus gritos, sabía y notaba que disfrutaba con lo que estaba pasando. Yo estaba muy caliente, a punto de corriente. Mi pene sentía su calentura, lo que provocaba que aún se endureciese más.

Sabía que iba a correrme pronto. Le pregunté si deseaba que expulsase toda mi leche dentro de ella a lo que respondió afirmativamente.

  • Fóllame y lléname de leche, cariño.
  • Lo haré, mi amor.

Casi no pude terminar la corta frase porque enseguida me corrí dentro de ella. Ambos nos relajamos y quedamos dormidos hasta que la luz entró por las gruesas cortinas de la ventana de la habitación.

  • ¿Qué planes tienes hasta mediodía que tomemos el avión?
  • Ninguno. – Contesté. – Me tomé la mañana libre por si salíamos a tomar algo.
  • Me leíste el pensamiento. Entonces tenemos mucho tiempo hasta que dejemos la habitación.

Dicho esto, me besó de nuevo. Desnudos en la cama comenzamos de nuevo a acariciarnos.

  • Pedro. Quiero disfrutar del sexo contigo. No te limites a un polvo como anoche.

Hirió mi orgullo. Sólo le había parecido un polvo, mientras que para mi había sido la mejor noche de mi vida.

Me dirigí a sus labios, besándola y metiendo mi lengua en la suya y cuando ella la metía en la mía, mordiéndola levemente. Mi mano se dirigió a su sexo y pasé mi dedo lentamente por toda su raja. Ahora lo hacía con tranquilidad, sin la premura de la noche anterior.

Mi dedo caminaba por el surco que formaban sus labios vaginales. Lo hacía pausadamente, sin prisa. Su cavidad pasó de estar suave al tacto a mojada. Ella separaba sus piernas permitiendo el recorrido.

Cada vez respiraba más rápido a la vez que separaba sus piernas totalmente. Su mano agarró la mía y llevó mi dedo a la entrada de su útero. Cumplí su deseo y lo metí. Lo flexionaba y jugaba, moviéndolo dentro de su vagina.

Ahora iba a hacerla disfrutar como nunca. Mi lengua acarició sus pezones hasta ponerlos en punta, igual que la noche anterior.

La notaba entregada a una sesión de sexo con su antiguo compañero. Levantaba los ojos para observar su cuerpo. A pesar de sus cuarenta y tantos se conservaba perfectamente, sin gota de grasa, sin ninguna arruga. Era la mujer más bonita del mundo para mí.

Volví a besarla, a lo que me respondió efusivamente, llevando mi cabeza hacia ella y mis labios hacia los suyos. Ella quería participar.

  • Hagamos un sesenta y nueve. Me apetece comértelo y que me lo comas.

Acepté gustosamente. Quería darle mucho placer. Me tumbé mirando hacia arriba, para que después, ella, se colocase a horcajadas, con su sexo apuntando a mi boca. Empezamos a besar nuestras partes íntimas. Notaba como me apretaba con su boca, mientras que yo, con la lengua, pasaba y resfregaba su clítolis.

Notaba como su excitación aumentaba, hasta el punto de hacerme daño alguna vez, con sus dientes, fruto de la fuerza de la pasión que desataba. Estábamos muy calientes, tanto que mi cara estaba húmeda por sus humedades vaginales.

La oía gemir mientras trabajaba mi miembro. Por mi parte, lo tenía tan erecto que intentaba concentrarme y que mi mente divagase para evitar eyacular en su boca.

Paramos y ella se tumbó sobre la cama. Nos besamos sin tener en cuenta que las bocas habían estado instantes antes dentro de nuestros sexos.

Los ojos de Sole expresaban algo que no podía expresar. No era sólo un romance apasionado de un día, sino una atracción que no sabía si era fatal, pero al menos si distinta a los rollos sexuales que podía haber tenido en otros momentos.

Volví a penetrarla. Al hacerlo cerró los ojos y observé como lo disfrutaba.

  • Carino. Te quiero. Hazme el amor. No quiero que este momento acabe.

Por fin la tenía donde quería. Totalmente entregada. Después de moverla, meter y sacar, decidí parar. Ella permaneció con las piernas abiertas, absorta, fundida.

Besé sus mejillas y volví a introducir mi miembro en ella. Intentaba aguantar. Ella echaba las manos hacia atrás, disfrutando de la penetración.

La coloqué de rodillas. No iba a tener sexo anal, al menos esta vez. Quería que lo disfrutase así que la tomé y volví a meter mi miembro. Lo hice despacio, intentando que mi pene llegase lo más dentro posible, jugando con su cavidad.

Aún aguanté unos minutos más. Ella no podía sostenerte y era prácticamente su cabeza y pechos lo que aguantaban su peso.

Estuvimos abrazados, durmiendo un par de horas más. Nos duchamos juntos y pasé a mi habitación a recoger mis cosas. Fuimos al aeropuerto, y a primera hora de la tarde, estábamos en Madrid.

Durante los siguientes días, no paré de recibir sms y llamadas de Sole. En alguno de ellos, me insinuaba que sentía algo más que atracción por mi, pero eso forma parte de otra historia.