El reencuentro
Una reunión de antiguos compañeros de curso se convierte en una encerrona para un inesperado ex del que no quería saber nada.
El reencuentro
Acababa de cumplirse el año desde que terminamos aquel curso de cocina donde todos acordamos que, al cabo de x tiempo, nos juntásemos de nuevo para rememorar aquellos días.
Y así fue, sin embargo, muchos no esperábamos que ese día el local que elegimos fuera a tener más visitas aparte de la nuestra.
Dado que yo era la que más lejos vivía de los demás, uno de mis antiguos compañeros me propuso quedarme unos días en su casa hasta que se pasara el evento. Accedí de buena gana y estuve la mar de tranquila en su casa compartiendo un espacio y tiempo con el que nos vino muy bien a ambos, sobretodo teniendo en cuenta que en las últimas semanas yo había tenido un traspiés y estaba bastante de bajona.
Aquella semana no me conecté ni a internet, estuve tan desaparecida que incluso cambié de móvil, dejándome uno una amiga para no usar el mío ni mi número, desconexión total.
Pero Jonás insistió en que me animase y ocupase la cabeza que tan alejada de la vida real había tenido últimamente.
Encerrada en casa y sin salir durante un mes, cuando me dio la luz del sol en la cara por primera vez tras mi propio cautiverio impuesto por mí misma, gruñí, poniendo mala cara y engurruñendo los ojos con desagrado.
Él que había venido a por mí, me echaba el brazo por los hombros y me decía una sarta de cosas que no logré entender porque ni prestaba atención.
Pobrecito, con lo que se estaba esforzando.
Me arrancó varias sonrisas metiéndome en internet con él y hablando con todo el que se nos cruzara por delante. Incluso me volvió a animar a que me crease una nueva cuenta de twitter donde por primera vez, no puse un solo dato real mío. Todo inventado.
Ambos teníamos acceso a mi cuenta, por lo que ambos nos la jugábamos el uno al otro.
Termine por contarle el porqué había decidido desparecer de ese tipo de vida y estaba tan reacia a volver. Pareció entenderlo.
Mientras fuimos compañeros de clase creamos una amistad bastante fuerte, además estábamos sentados el uno al lado del otro, solíamos compartir alguna que otra broma en los momentos de cocina cuando nos salía la vena infantil, y de hecho fue mi profesor de inglés, donde por cierto, soy malísima.
Aun guardaba los correos de él en los que a modo de canciones de Metallica, me daba clases particulares. Por esta razón, reconstruir nuestra amistad perdida tras un año, nos había resultado tan sencilla y fácil.
Que si me pongo a pensar aquel curso me vino en un momento muy difícil y me ayudo y supuso el salvavidas que necesitaba para no hundirme, quizás por eso cuando me llamaron para realizar la comida conjunta, la idea de que podía venirme bien me retumbaba en la cabeza con un cartel fluorescente.
Tal era la confianza que le di acceso completo a mi móvil con la condición de que no se conectase a internet, igual que él me daba al suyo. Y así comenzó lo que él bautizó como una “recuperación de datos humana”.
Pero os contaré más tarde que hizo, de momento me voy a centrar en aquel sábado al mediodía, cuando en plena reunión después de ponernos al día todos entre risas y cuando se me había olvidado que mis semanas anteriores habían sido una mierda, entre sugerencias e insistencias, me propusieron que les hiciera aquel plato que volvió loco a toda la clase una de las veces, y que terminó probando todo el complejo donde hacíamos prácticas y pidiendo mis manos para ponerlas en un museo. Esto último lo dijo el profesor, pero él para nosotros era dios.
Accedí, claro que sí, si algo adoraba en mi vida era cocinar para muchas personas y encima sabiendo que mi trabajo iba a gustar. Eso era tan gratificante que me ayudaba hasta en los momentos más complicados.
Cuando estaba haciéndome la coleta vi como se perdía por la puerta para salir a la calle. Cuando entró, yo ya tenía el delantal y el gorrito de los cojones puesto. (esta era la parte que peor llevaba, ese gorro ridículo blanco que tenías que encasquetarte en la cabeza)
Estaba nervioso, se acercó y me dio un beso en la mejilla, me dio un abrazo y uy uy uy, este había hecho algo malo.
Y ahí estaba yo, metida de lleno, concentrada haciendo lo que más me gustaba, cuando miro por el rabillo del ojo a la puerta que se abría y veo entrar a alguien que me parecía alguien que no podía ser, acompañado de alguien más. Mucho alguien para una sola frase.
No. No podía ser. Era imposible. ¿No?
La persona de la que había estado huyendo durante semanas estaba ahí, con un tío más. El cual me daba igual pero el otro no. Intentaba buscar la explicación a esa casualidad tan extraña. Después de todo sólo faltaba que apareciera ahora mi antiguo novio del instituto del que también salí huyendo. ¿Es que tendré tendencias escapatorias? ¿o cómo se llamaría eso? Cuando la situación me supera mentalmente pongo tierra de por medio, carretera y manta, vamos que me las piro y a lamerme las heridas yo solita.
Me hice la disimulada y seguí a lo mío. Podía ser imaginación mía, que aún le tenía en la cabeza, después de varios años era lo normal.
Y entonces caí. La madre que lo parió. Cuando le pillase le iba a torturar con la pala que tenía en la mano, y hacerle más agujeros que un colador con el sacacorchos que tenía en el bolsillo del delantal.
Miré a mi alrededor con la esperanza, aún sí, de que fuera imaginación mía. Pero no, ahí estaba él, buscándome y es que sabía perfectamente que yo iba a estar allí porque una vieja de pueblo llamada Jonás, se había dedicado a contactar con él.
Me fui al baño, saqué el móvil del bolsillo de mi pantalón y llamé a mi amigo.
“Cabrón traidor, ven al baño ahora mismo que tenemos que hablar seriamente tú y yo”.
A los pocos minutos en los que yo estaba transpirando y contando las manchas de la pared nerviosa y comiéndome hasta las uñas de los pies, escucho en la puerta el golpecito clásico de tres toques que siempre hacemos en casa.
Dejo el mandil en la taza del váter, me quito el gorro y suelto la coleta, me remango y muy altanera voy hacía la puerta. La abro y, ¡sorpresa! No era Jonás, era el que precisamente no quería ver.
Me quedo quieta mirándole, sin saber que decir, mientras él por su parte me mira y me sonríe con intención de tender la mano.
Suena mi móvil y me saca de mi estado de trance.
- ¿Sí?
- Lo siento, pero es por tu bien, tienes que afrontar las cosas, no puedes huir eternamente.
- Oh, sí que puedo, pero tú has decidido por mí esta vez.
- Me lo agradecerás cuando seas capaz de abrir los ojos.
- Ya los tengo abiertos, por eso me fui de ahí.
- Leí todo…
- Eso era privado.
- Tú me diste acceso.
- Quiero hacerte muchas cosas ahora mismo, Jon, y ninguna es buena créeme.
Colgué. Y cerré la puerta en la cara del ser que no quería ver.
Cogí mis cosas y salí por la puerta pasando por su lado. Me cogió del brazo y me metió dentro, apoyándome sobre la puerta que había cerrado y presionando su cuerpo contra el mío.
- ¿No me vas hablar?
- No hay mucho de lo que hacerlo, la verdad.
- Llevo tiempo sin saber de ti.
- Y ha sido toda una grata experiencia para ambos.
Me acarició la cara con la yema de los dedos.
- No seas así.
- No me sale de otra forma, en estos años deberías haberte dado cuenta.
- Lo veo en tu cara. – Y acercó su boca hasta mi cuello, pasando su nariz por él y rozándome con ella la piel, poniéndome tensa. – sigues pensando igual.
- No, por eso me fui.
- Pasamos un tiempo bastante bueno, ¿no crees? Además, cuando estábamos juntos era muy interesante todo.
- Era… - Puso su mano en mi cintura y metió dos dedos en ella llegando hasta el botón del pantalón, el cual desabrochó. – Para.
Metió la mano por debajo de mi camisa y subió bajo la tela hasta la parte inferior de uno de mis pechos, clavando los dedos ahí.
Su cuerpo me presionaba y yo tenía la cara girada hacía un lado evitando el contacto visual. Porque no era la primera vez que mirarlo me hacía perder la compostura.
Llevó su mano a la mía y la guío hasta su entrepierna.
- Nos alegramos de verte.
Me aparté, le empujé y salí de ahí con la cara ardiendo, y enfadada, muy enfadada. Enfadada con Jonás, enfadada con Pedro, el tío del que llevaba tiempo huyendo, y enfadada conmigo misma porque aún seguía tan dentro de mí que sólo esos roces habían bastado para encenderme.
- ¡Tú!
- ¿Ya? – Dijo extrañado dejando su vaso en la mesa y disculpándose con el corrillo de gente que tenía cerca.
- ¿Cómo te atreves? ¿qué has hecho?
- No puedes esconderte por nadie.
- No me escondo, es que no quiero… - Hizo un mohín. – Dejemos el tema, y dile que se vaya o me iré yo.
- No puedes irte, eres la cocinera jefe de esta reunión y lo sabes.
- Vamos, no me hagas chantaje.
- Recuerda el día de las croquetas… se rifaba más de una expulsión por ellas, por tus croquetas, por ese manjar que hiciste de jamón y de pollo y aquella otra de guindilla.
Y me reí. Recordé ese día y era surrealista. Ahí fue cuando el profesor me proclamó encargada de la clase. Y por una milésima de segundo se me fue toda la tensión y me reí echando la frente en su pecho reconfortante.
Me abrazó, me dio un beso en la cabeza y me susurró “No dejes que nada te frene, afronta lo que te hace daño”. Y que sabías eran sus palabras, pero que mal llevaba yo el hecho de llevarlas a cabo.
Hasta que volví a sentir esa sensación de que me observaban, esos ojos clavados en mi espalda y le susurré a mi amigo si él estaba ahí. Asintió sin decir palabra y me giré.
Le miré, cogí a Jonás de la mano y me lo llevé hasta la mesa de las bebidas. “Le diré que eres mi novio y que estabas celoso”. Escupió toda la cerveza.
- ¡Tío!
- Ni se te ocurra.
- Me has puesto perdida. Tendré que ir a casa a cambiarme, menos mal que está aquí al lado.
El sitio en cuestión era un pequeño local, lo equivalente a la cochera de una casa, que alquilaban los dueños para eventos o fiestas. Tenía una pequeña cocina improvisada, baño, mesas, sillas y un sofá. Todo muy acogedor. Además, el dueño era amigo de los padres de Jonás, por lo que nos salió el alquiler para un fin de semana tirado de precio entre todos.
Me puse la chaqueta, cogí mi bolso y dejé al fuego un par de cosas advirtiendo que echaran un ojo a aquello en lo que yo iba y volvía.
Bastaba con cruzar un par de esquinas, subir una calle y llegar a casa de Jonás, de la cual tenía llave. Su llave.
Me metí en el portal y no me fijé en que la puerta no se cerraba, sino que quedaba el pomo por fuera evitando el cierre.
Subí el primer tramo de escaleras, pasé de largo del ascensor porque tengo una fobia tremenda con ellos, y llegué a la tercera planta jadeando, con el aire que me faltaba, los pulmones aparentemente en mis manos, y sin percatarme de ningún ruido más aparte del de mi corazón a punto de salir de mi pecho.
Busqué las llaves en el bolso y en esto que siento unas manos rodeando mi cintura. Regía como un palo, me puse nerviosa, hasta que escuché un susurro en mi cuello y noté ese aroma tan familiar.
- No puede ser, ¿qué haces aquí?
- Tenemos que hablar.
- ¡Que no!
- Venga… sólo una charla y me voy.
- Pero vamos a ver, que esta no es ni mi casa, están los padres de mi amigo y nos pueden ver en cualquier momento.
Me cogió de la muñeca y me metió de un empujón en el ascensor.
- El ascensor no, por favor.
Pero no me dejaba salir.
- Así tendrás que hacerme caso.
- ¿Qué quieres? Déjame, igual que yo te he dejado a ti.
- No puedo.
Y se acercó, mientras yo retrocedía y mi espalda chocó con la pared del ascensor, presionándome contra esta y haciendo que me inclinase un poco para no clavarme la barra de metal que estaba pegada a mi cintura.
Momento que aprovechó para agarrar mis caderas y pegarse contra ellas, haciéndome notar fuertemente su erección en mi vientre.
- No ha cambiado nada.
- A cambiado todo.
Se acercó a mi boca, rozó mis labios con los suyos y los pasó por mi cuello, recorriendo con sus dedos mi hombro, bajando un poco la camisa dejando a su visión el tirante del sujetador y la piel desnuda. Recorrió con la yema de los dedos mi tatuaje y sonrió, mirándome.
- La de veces que he visto ese dibujo encima de mí, subiendo y bajando con tus manos apoyadas en mi pecho.
Me susurraba al oído mientras sus manos se perdían por debajo de mi ropa, indagando, subiendo, recorriendo con los dedos despacio como si aún no se atreviera a hacerlo por completo. Esperando casi una invitación a mi cuerpo, o una negativa como respuesta a sus caricias.
Pero yo no podía hablar, estaba demasiado ocupada intentando no mirarle y con los dientes apretados, tensa, agarrando sus brazos con mis manos vagamente para evitar de manera torpe que subiera.
Abrió mis piernas con una de las suyas, y su rodilla las separaba, inmovilizándome hasta tal punto que en un movimiento tan elegante como increíble me dejó estática.
Con una de sus manos sujetando mis muñecas y con la ayuda de su otra mano, fue desabrochando los botones de la camisa blanca uno por uno mientras sus ojos hacían lo posible por estar al nivel de los míos.
Sonreía, se relamía los labios, y sacó la lengua hasta lamerme la barbilla y empezar a darme pequeños besos que me recorrían desde ésta hasta el cuello, mientras sus manos aún seguían donde estaban.
- ¿Me vas hacer que te haga suplicar lo que queremos los dos?
- Habla por ti. –Y su sonrisa socarrona me indicó que esto le estaba divirtiendo. – Quita de encima.
- ¿Seguro?
Y aprovechó ese instante para llevar su mano libre al interior de mis piernas y acariciarme por encima de los pantalones la entrepierna.
- Voy a gritar. – Advertí
- Ya lo creo que sí… como la última vez.
- No, esta vez será para que crean que me estás atacando.
- A ver… - Y bajó su cara hasta mis pechos, donde la enterró, sacando la lengua y pasándola por encima del sujetador.
- Para… por favor.
- ¿Seguro? – Y su mano juguetona ahora se metía en la cinturilla de mi pantalón, viajando hasta la parte baja de mis bragas en la unión de mis piernas, acariciando por encima de la tela con los dedos, apretando y moviendo ligeramente despacio hacía arriba y abajo buscando fricción.
Yo no podía con esto. Le llegué incluso a odiar, pero muy en el fondo de mí aún sabía lo que sentía por él y lo que me hacía vibrar bajo sus manos.
Me mordí el labio, intenté removerme, pero no había manera, más apretaba él, mas forzaba la situación y más cachonda me ponía yo.
Llamaron al ascensor y volvimos a movernos, justo cuando estaba a punto de abrir más las piernas para darle acceso, y él cogió su chaqueta y me la puso delante de mi pecho para que no se viera que iba con el sujetador a la vista.
La cara me ardía, en muchos sentidos de la palabra excitación me encontraba, y no sabía cómo saltarle realmente. Se abrió la puerta y para mi sorpresa eran los padres de Jonás.
- ¿Ocurre algo? – Preguntó su madre.
- No, es que yo me he manchado y vengo a cambiarme.
- ¿Y tú quién eres?
- Es mi…
- Novio. – le miré con una cara de querer matarle que creo que Judith se dio cuenta.
- No sabía que tenías novio.
- Ya, es que me ha dado una sorpresa al venir… - Y me reí. Forzada sería quedarse corta.
- Dile a Jonás que hoy estaremos fuera que nos han llamado sus tíos para irnos a pasar el día allí.
Asentí. Y ahora temía mirar a la cara de Pedro porque desde la distancia, como si fuera un camaleón, mi vista me hacía percatarme de esa sonrisilla juguetona de que me iba a hacer pasarlo mal.
Sabía, temía, que me iba a seguir hasta dentro de la casa, porque si algo había aprendido en estos años era el hecho de que no le para nada ni nadie. Si su objetivo está a la vista va a por él, como un cazador tira a por su presa.
Así que le cerré en la cara la puerta, entré, me eché agua en la cara, me miré al espejo, “esto tiene que ser una pesadilla, un sueño o algo planeado por algún ser cósmico, porque esto no me puede estar pasando a mí”.
Me cambié, me quité la camisa que ya llevaba desabrochada y me puse un jersey verde de pico que era lo único que combinaba con lo los vaqueros. Me volví a lavar la cara, quitando los restos de eye liner que había, cogí el bolso y salí.
Ahí estaba, sentado en el escalón con el móvil, el tío tan tranquilo, sonriendo, como si no hubiera pasado absolutamente nada. Una parte de mí hervía por dentro, la otra le envidiaba.
Le ignoré, pasé por su lado con intención de bajar las escaleras y me agarró de la cintura, tirando de mí hasta sentarme sobre él.
- ¡Quita! ¡Déjame!
- Tenemos que hablar.
- He dicho que no, y tengo la comida puesta.
Me intenté levantar, pero la fuerza que ejercía sobre mí era impenetrable para mí, lo que no era tan fuerte era mi fuerza de voluntad, porque en cierto modo no estaba poniendo todo de mi parte para levantarme.
Con su boca en mi cuello y mis piernas abiertas sobre las suyas, volvió a meter sus manos por debajo de mi jersey, agarró mis pechos y los levantó hacía arriba, rozando literalmente mi barbilla con ellos mientras me susurraba un “lame” en mi oreja.
Reconozco que aquello me alentó un poquito, pero no quería ceder tan fácilmente.
Le agarré las manos, le pegué un pisotón y me levanté, bajé las escaleras hasta el primero casi corriendo a punto de esnucarme, y cuando iba a salir por la puerta del edificio, agarró mi brazo, tiró de mí y me empujó dentro del ascensor. Pero esta vez la diferencia fue que lo paró, fingiendo estar averiado para que se encendieran las luces de emergencia en todo el bloque y nadie lo llamase.
- Por dónde íbamos…
- Enserio, déjame, no quiero nada más que irme a mi reunión, con mis amigos con Jonás, con…
- Aquí lo pasaremos mejor. -Desde luego no me cabía duda de eso, pero es que yo no quería volver a caer en su juego.
- Tengo pánico a los ascensores, lo máximo que va a pasar aquí es que me saques con una crisis de ansiedad.
- Estamos parados.
- Pero se puede caer. – Y me estaba poniendo nerviosa imaginando todas mis maneras de morir ahí dentro.
- Caerás, pero encima mía.
Puso su mano en mi boca, apretó su cuerpo contra el mío y la parte inconsciente de mí que me llevó a esto en un principio, volvió a manifestarse, llevando mis manos a su pelo, agarrándome a su cuello.
Acaricié su cabeza mientras le miraba a los ojos y él sonreía, bajé la parte delantera del jersey y saqué mis tetas metidas en el sujetador.
Las acogió en sus manos y masajeo, poniendo yo las mías sobre las suyas y llevando el control del movimiento.
Me acerqué a su boca, le besé, bajé hasta su cuello mientras el, absorto, manipulaba mi cuerpo a su antojo por debajo de la ropa. Desabrochó el botón de mi pantalón, tiró de él y acarició con sus dedos por encima de mis braguitas húmedas, pegándolas a mi piel. Puso los dedos en su boca y chupó mientras me miraba y sonreía, viendo como mi mano bajaba al interior de mis piernas, se introducía en mis bragas y me mojaba los dedos para llevarlos a su boca. Cuando estaba chupando mis dedos puse mi otra mano en su cabeza y le indiqué que se agachara, poniéndose de rodillas delante de mí. Abriendo más mis piernas y apretando su cara contra mi coño.
Me restregué con él cuanto quise, mientras sus manos me agarraban del culo apretándome más contra él. Me besó por los muslos ascendiendo hasta llegar a la tela, y la apartó con dos dedos para posar sus labios en los míos inferiores.
Pasó la nariz, restregó la boca y clavó sus manos en mis muslos presionándome, agarrándome con fuerza para evitar que me quitara.
Las piernas me temblaban, pegué la cabeza contra la pared del ascensor y me olvidé de dónde estaba, arqueándome cada vez más dándole más acceso a mi sexo.
Con mi mano en su cabeza y la otra sobándome las tetas por encima del sujetador, porque aunque las había sacado del jersey, aún seguían en la tela.
No tarde en estirar de ella para dejar salir mis pezones y llevarlos a la boca mientras su lengua se perdía en el interior de mis piernas. De abajo arriba dibujaba un camino de saliva que iba recogiendo con su boca, dándome lametones, chupetones y saboreándome hasta hacerme temblar de lujuria.
Llevaba tanto tiempo sin él, tanto tiempo sin sus manos, que cuando acarició con un dedo y lo metió dentro de mí, gemí, y le acogí suplicando más y más fuerte.
Metió dos, y mientras entraba y salía de mi interior seguía saboreándome con su boca, notando su respiración agitada, fuerte y entrecortada en mi coño. No podía soportarlo más, quería más… agarré su cabeza con ambas manos y me restregué con él buscando fricción, llevando yo misma el control, hasta correrme en su boca mientras gemía mordiéndome los labios para no hacer ruido.
Me agarró del culo para no caerme porque perdí la poca fuerza que tenía.
Cuando cerró mis piernas y colocó mis bragas en su sitio subió hasta mi boca, y agarrando mi barbilla me besó, pasándome mi propio sabor. Apretándome la cabeza con su mano libre impidiendo que me quitara, pegado totalmente a mí y notando su erección bajo los pantalones a punto de reventar.
Se apartó, me miró y se relamió. Se fue hasta mi oído y me susurro un “necesito follarte” que me estremeció. ¿con qué cara iba a decirle yo que no? Si es que no podía porque tenía tantas o más ganas que él.
Bajé mi mano hasta su paquete y empecé a tocarle por encima del pantalón. Me agaché, pasé mi boca por encima de la tela clavando los labios y agarró mi cabeza, acariciando mi pelo, mientras yo me apartaba un poco para desabrocharlo, meter la mano y volver acariciar un poco mientras le miraba desde mi posición.
Se inclinó hacia adelante para recordarme lo que tenía entre manos, y saqué la lengua, la pasé por mis labios y acerqué mi boca hasta su paquete. La saqué pegándola a mis labios y la lamí de abajo arriba, masajeando con la mano en un movimiento lento de arriba abajo, sacando la punta para lamerla despacio mientras le observaba.
Suspiró.
Quise metérmela entera en la boca y atragantarme con ella, pero me aparté, se la guardé en el pantalón y me puse de pie mientras me terminaba de recomponer y salía del ascensor bajo su atenta mirada.
Aproveché que estábamos solos para volver a entrar en casa de Jonás y llevarlo a la habitación de invitados donde yo me quedaba. Le empujé en la cama hasta sentarlo, me puse entre sus piernas de rodillas y me quité el jersey.
Bajé la cremallera despacio, moviendo el culo mientras me acomodaba entre sus piernas, mirando a sus ojos, mordisqueando mi labio inferior y le sonreía.
La saqué, bajé y subí por ella con mi mano, acerqué mi lengua y lamí de abajo arriba, rocé la punta por mis labios, y la llevé hasta mis pechos.
La paseé por ellos, mojándome de la humedad que empezaba a emanar de ella. Miré hacia abajo y dejé escapar unas gotas de saliva que fueron directas a su capullo, volví a subir y bajar, impregnando mi saliva en su polla, facilitando el movimiento de la fina piel que lo cubría.
Levanté el sujetador blanco que llevaba puesto, la coloqué en medio y con el sujetador puesto la aprisioné, me agarré las tetas y empecé a moverlas de arriba abajo viendo como su polla desaparecía y sobresalía por mis pechos. Y volvía a escupir, dejando caer mi saliva entre mis tetas y su erección.
Su cara estaba desencajada de placer. Movía las caderas instintivamente follándome las tetas mientras yo le sonreía, me relamía y sacaba la lengua para que su punta me la rozara.
Con las palmas de sus manos apoyadas en el colchón se expuso, dejándome hacer a mi antojo lo que quería con él. Y seguí, subiendo y bajando con su polla entre mis tetas, despacio, lento, acelerando, volviendo a repetir el proceso hasta que supe claramente que se iba a correr y acerqué la boca con la lengua sacada para que se dejara llevar.
Se corrió entre mis pechos salpicando a mi boca y parte de mi cara. La saqué, me quité el sujetador y me restregué con las manos la corrida por ella.
Espere unos minutos a ver su siguiente paso, dejarlo ahí o seguir lo que ambos queríamos.
Justo cuando me iba, me agarró de la cintura, me puso a la altura de su cara pegada a él y me desabrochó los pantalones. Los bajó junto con las bragas, y de pie llevó su mano al interior de mis muslos, zona completamente empapada otra vez. Introdujo dos dedos en mi interior y los sacó para llevarlos a su boca, chuparlos y volverlos a meter. Entraba y salía, entraba y salía, yo apoyada en su hombro y su cabeza no podía dejar de temblar deseando más.
Se apartó, me tiró en la cama con delicadeza y se desnudó por completo, se colocó sobre mí y dubitativo me miró, sin saber si continuar o no. Abrí las piernas invitándole a entrar en mi interior y le acogí, cuando restregó su miembro por mi coño lubricado y puso la punta en mi entrada y empujó despacio, sintiendo cada sensación de nuestros cuerpos uniéndose.
Gemí cuando le tuve completamente en mi interior, le rodeé con las piernas la cintura impidiendo que se apartara, pero dejando lo justo para que se balanceara entrando y saliendo, embistiéndome despacio con una delicadeza de la que hacía mucho no disfrutaba con él.
Con una mano apoyada en el colchón y con la otra en mi barbilla me obligaba a mirarle. “Mírame” y volvía a entrar con fuerza, “otra vez” y metía su pulgar en mi boca mientras me follaba despacio y duro. Yo le agarraba el culo con las manos indicándole que entrase más y más al fondo, cada centímetro de él en mí, lo más pegados posible, sintiendo el roce de sus huevos en mi piel cuando entraba hasta el final.
Le chupaba el dedo mientras le miraba, le mordía, gemía, cerraba los ojos indagándome del placer más profundo. Estaba tan hecha para él… como siempre lo había estado, le acogía en mi interior mientras con cada embestida me abría más para él. Y entre la penetración y la fricción de cada profunda embestida me rozaba la parte más sensible de mi cuerpo hasta que no pude más y yo misma buscaba ese contacto deseosa y ansiada, elevando un poco las caderas y clavándome más con él, hasta que mordí su dedo ahogando el gemido y salía de mi garganta con la respiración agitada, entrecortada, desesperada y escuchaba de su boca un “mírame mientras te corres conmigo dentro de ti”. Lo que basto para alzarme a las estrellas y correrme mientras no paraba de retorcerme debajo de él y apretaba su miembro dentro de mí con mis paredes vaginales.
Fue disminuyendo la velocidad que había aumentado hasta que paró, me dio la vuelta, me puse a cuatro patas sobre la cama y me la metió de una embestida.
Agarró mi cintura mientras yo me apoyaba en la cama inclinada, dándole una visión completa de mi culo y mi sexo, y entraba y salía con facilidad, clavándose hasta el fondo aumentando el ritmo con sus manos apretujando mi piel.
Llevé una mano al interior de mis piernas y con cada embestida profunda rozaba con mis dedos sus huevos, acariciándole despacio, pidiéndole más. Agarró con una mano mi pelo y tiró de él hasta que me fue levantando mientras no dejaba de bombear dentro de mí, hasta inclinarme lo bastante para agarrarme por el cuello.
Con una mano ahí y otra en mi cintura, la bajaba para pellizcarme y azotarme el culo, sin dejar de moverse en mi interior. Dentro y fuera, dentro y fuera, dentro y fuera, hasta que aceleró, alertándome de que se iba a correr y lo hizo, gimiendo en mi cuello mientras lo mordía y me llenaba de su corrida, la cual empezó a gotear por mi coño cuando salió de mí, impregnando mis muslos y dejándome en la cama a cuatro patas mientras me observaba antes de limpiarse y vestirse.
Había perdido la noción del tiempo, porqué estaba ahí y que tenía una reunión de compañeros a la que tenía que volver a ir.