El reencuentro (*cont. del relato En el aeropuerto
Continuación del relato "En el aeropuerto", esta vez ya en la ciudad, con un bonito reencuentro
El reencuentro (*continuación del relato «En el aeropuerto»)
La excitación que sentía era la misma de cada vez, cuando entraba en el portal, saludaba al portero, subía en el ascensor... Y ahora se abría la puerta del ascensor, ya estaba en el rellano de su apartamento, y como siempre que teníamos un encuentro la puerta estaba entreabierta para mí.
Entré, y como siempre, cerré la puerta tras de mí, me quité toda mi ropa (la dejé en una esquina junto a la puerta) y me puse a cuatro patas con la cabeza gacha, mirando al suelo.
Enseguida escuché sus pasos, se acercaba más y más, hasta que tuve sus botas justo debajo de mi hocico. Como siempre, besé y lamí sus botas, y me acarició la cabeza con la mano. Cuando le pareció que ya había relamido suficientemente sus botas y las había dejado relucientes, pude oír un chasquido que ya conocía. Hasta el momento no había ni escuchado su voz; eran como los pasos de un ritual que yo había ido aprendiendo. Esa forma de entrar, de esperar a cuatro patas, besar y lamer sus botas (o sus pies, si no llevaba las botas), y luego tras un chasquido darme la vuelta. Me excitaba que me diera órdenes así, con un simple chasquido, con un silbido... así como se trata a los perros.
Me dí la vuelta, aún a cuatro patas, y quedé mirando la puerta cerrada del apartamento. Noté que se ponía en cuclillas a mis espaldas, noté su mano acariciando mi espalda, mi culito... hasta que su mano acarició la base del plug que (como me había ordenado) seguía llevando insertado en mi culo. Luego me dió una palmadita en el trasero, y yo lo meneé como me había enseñado. Empezó a reír. Eso estaba bien, me gustaba poder sonsacarle una sonrisa o una carcajada, como ahora.
Pasó su mano alrededor de mi cuello y me colocó un collar de cuero negro, y le enganchó una cadenita, para poder pasearme. Tiró del extremo de la cadena y mi cabeza giró, y con ella mi cuerpo, de nuevo mirando hacia el interior del apartamento... o más bien dicho el suelo del pasillo, pues sabía que debía seguir con la cabeza mirando al suelo. Solo podía levantarla si me lo ordenaba.
Tirando de la cadena, me paseó hasta el fondo del pasillo y entramos en el baño. Meó, se lavó las manos, y tirando de la cadena volvió a pasearme, ahora hasta una pequeña habitación donde se hizo con un bolso. Yo sabía qué estaba haciendo: era el bolso de los juguetes de BDSM. Algunos de esos juguetes los había comprado yo. «Quiero esto», me decía, mandando por whatsapp un enlace a su wishlist de Amazon. Y yo pagaba. Y me excitaba sobremanera.
Con l bolso en una mano y la cadenita en la otra mano, volvió a pasearme esta vez hacia el salón. Desde que había entrado al apartamento yo había estado en todo momento a cuatro patas y con la mirada al suelo, viendo poco más que sus botas. Pero al entrar al salón me dí cuenta que no estábamos a solas... Allí había alguien más, en el sofá. Pude ver sus botas, el inicio de sus piernas. Me acercó tirando de la cadena hacia esas otras botas, hacia esa otra persona, y me dejó a sus pies dando un chasquido de nuevo. Entendí perfectamente la orden y empecé a besar y lamer esas botas, unas Dr. Martens negras, preciosas.
— Ya ves, ha venido mi perrita.
— Parece muy bien entrenada... —dijo una voz de hombre, mientras me acariciaba la cabeza como si fuera un cachorro.
Esa voz me resultó vagamente familiar, pero no tenía para nada claro si realmente era alguien que yo conociera o simplemente era una voz muy común. Algo ronca, firme.
— Creo que ya conocías a mi perrita, ¿verdad?
— Así es... Nos conocimos ayer...
Me descolocó ese comentario, pero yo seguía lamiendo sus botas concienzudamente. ¿Qué habrá querido decir? ¿Cómo que nos conocimos ayer? Justamente estuve de vacaciones con mi pareja hasta ayer, que llegué a Barcelona por la noche y del aeropuerto nos fuímos directamente a casa... ¿A quién conocí ayer?
Esa persona me estaba acariciando la cabeza, y entonces la retiró y noté que se removía un poco en el sofá. Yo seguía lamiendo sus botas, que estaban ya muy relucientes, pero temía equivocarme si dejaba de hacerlo. Qué nervios cuando las órdenes no son del todo claras, cuando no sabes si ya puedes parar o debes seguir hasta nueva orden... Me pareció que ese hombre se removía porque se estaba desabrochando el pantalón, y así era; lo pude comprobar muy pronto. Porque ese hombre me agarró del pelo, levantando mi cabeza un poco, hacia su entrepierna, y pude ver su miembro erecto enfrente de mí, rozando mi cara. Con la mano lo agitó, abofeteándome la cara con su pene. Daba golpecitos a mis mejillas, a mis labios, y tiró de mi pelo hacia atras, haciendo que mi cuerpo se arqueara y mi boca se abriera. Me la metió. Sin casi darme cuenta, ese hombre me había metido su pollón hasta el fono de mi garganta, y apretaba mi nuca para que no pudiera escapar. Pasaron unos segundos, dejé de forcejear, y me aguantó unos segundos más en esa posición, hasta que notamos mis arcadas. Entonces me liberó, resoplé, jadeé un instante, y me la volvió a meter. Empezó a mover mi cabeza hacia dentro y hacia afuera de su polla. Yo dejé de resistirme y tan solo seguía el ritmo que me marcaba.
— Hummm... así, muy bien perrita... —decía el hombre.
Empezó a jadear, sentía su polla muy dura en mi boca, las venas hinchadas... Empezó a mover con un ritmo más frenético mi cabeza, me dolía... y finalmente apretó su mano en mi nuca, muy fuerte, apretandome contra su pelvis, con la polla hasta el fondo de mi garganta, y entonces escupió su semen dentro de mi boca. Yo no podía retirarme, sus manos me tenían firmemente sujeta la nuca. Pasaron unos segundos hasta que me liberó.
— Muéstrame tu boquita —escuché detrás de mí.
Me dí la vuelta y pude levantar mi mirada por primera vez, abriendo la boquita, aún llena de semen. Me estaba grabando! Pensar que esa follada de mi boca había quedado filmada me excitó y al mismo tiempo me recorrió un escalofrio de miedo. Para nada querría que ese vídeo circulara por ahí...
— Traga —me ordenó, bruscamente.
Frente al objetivo, tragué el semen de ese señor que me había follado la boca y me relamí.
— Ahora limpiale.
Me dí vuelta y volví a encarar ese miembro, enrojecido y bañado en semen. Lo lamí hasta dejarlo totalmente limpio. El hombre me pasó la mano por la cabeza, acariciando, a modo (o eso me pareció a mí) de agradecimiento.
— ¿Qué te parece mi putita?
— Muy obediente y entregada, realmente... Ya me pareció ayer que era una perra muy viciosa...
Entonces, de reojo, pude ver bien a ese hombre, su cara, y de repente identifiqué su voz, todo tuvo sentido... Era ese hombre de la seguridad del aeropuerto que me había registrado ayer. Me sonrojé.
— Date la vuelta.
Me dí vuelta, quedando a cuatro patas enfrente de ese señor. Me manoseó el culo y acarició la base de mi plug.
— ¡Veo que aún lo llevas! —dijo riendo—. Se nota que te gusta...
Yo no sabía qué decir ni como actuar así que me quedé en silencio y sin moverme.
— Anda, ve a por cervezas.
Esa era una orden muy clara y me gustó.
— ¿Permiso para levantarme? —pedí.
— Concedido. Vistete como es debido y portate bien, vas a ser nuestra criada, nuestra mucama.
Me levanté y fuí al pequeño cuarto de antes. En un cajón estaba ese vestido de mucama sexy que había comprado en una ocasión en un sex shop. Me vestía deprisa, fuí a la cocina a buscar un par de cervezas y volví al salón. Se las serví. Ese hombre me miraba con deseo, yo esto lo tenía claro. Me acordé de sus palabras en el aeropuerto; ya entonces quería follarme. Como si me leyera el pensamiento, el hombre dijo:
— Ayer me quedé con ganas de follarme este culito...
Me miraba con lujuria.
— Baila para mi amigo, anda...
Comenzé a bailar, sin mucho arte.
— No no no no no. Así no. Qué desastre... Ve a la cocina a por la botella de ron.
Fuí a la cocina y volví al momento con una botella de ron. Estaba entera.
— De rodillas —ordenó con firmeza.
Me puse de rodillas. Me ató las manos a la espalda con unas esposas.
— Quiero que pongas la palma de tus manos en la planta de tus pies.
Lo hice. Entonces me ató con bridas la mano derecha en el pie derecho, la mano izquierda en el pie izquierdo. Así, esa posición de rodillas se completaba ahora con mi cuerpo arqueado hacia atrás. A continuación me colocó una mordaza con unos ganchos que me dejaban la boca completamente abierta. Luego, un tubo en la boca, hasta el fondo de mi garganta. Y afuera, en el extremo de ese tubo, colocaron un embudo. En ese momento entendí qué pretendía.
— Aguanta el embudo, por favor.
— Claro —aceptó el hombre.
Y mientras ese hombre aguantaba el embudo, empezó a caer el ron... hacia el embudo, hacia el tubo, hacia mi garganta y para dentro. Estuvieron un buen rato tirando ron, parando unos segundos para dejarme respirar, volviendo a tirar ron... y así, casi atragantándome, hasta vaciar la botella de ron. Luego sacaron el tubo, la mordaza, las ataduras... y me dejaron ponerme de pie. Casi me caigo, del mareo.
— Ahora baila, puta. Baila como una buena puta para mi amigo. Quiero que le seduzcas...
Yo me puse a bailar, como una fulana de club de striptease. Había sido buena idea forzarme un estado de embriaguez que me desinhibía. El hombre me miraba con los ojos bien abiertos y un bulto en los pantalones; volvía a estar caliente. Yo también estaba caliente. Me empezó a manosear. Al rato, me agarró de la cintura y me tiró en el sofá a su lado.
— Quiero follarme a tu putita.
— Jajaja Claro, por eso te he invitado, para que la cates...
Escuché como se encendía un cigarro mientras el hombre me tenía en sus manos, manoseando mi cuerpo mientras se desabrochaba el pantalón, y acto seguido abría mis piernas con sus gruesas manos. Agarró el plug y empezó a tirar de él. Intenté relajarme y abrir bien mis piernas, mi culito... No quería que me desgarrara. Lo sacó sin prisa pero sin pausa. Me dolió un poco, pero enseguida sentí su polla de nuevo dentro de mí. Sentí el dolor del plug saliendo, de su polla entrando... Pero pronto el vaivén de su polla chocando dentro de mí me hizo pasar del dolor al placer. Empecé a gemir.
— ¡¿Te gusta eh putita?!
— Siiii.
Se rieron. Yo estaba a punto de estallar de placer. Pero quien estalló fue el hombre, que se corrió de nuevo dentro de mí, esta vez en mi culo. Dejo su polla dentro un rato. A mí me gustó sentirla así, calentita y jugosa dentro de mí. Más tarde se la sacó. Me acerqué a lamerla y chuparla, para dejarsela bien limpia. El semen caía por mis muslos. Pasé un par de dedos y los unté de su semen. Me chupé los dedos. Parecía una perra en celo.
Me enorgullecía de haber hecho lo que se esperaba de mí. El hombre había quedado satisfecho. Creo que todos en esa sala habíamos quedado satisfechos.
El hombre se levantó, abrochándose el pantalón, y se llevó la mano al bolsillo trasero, donde tenía la cartera.
— ¿Cuanto era?
— 30 euros.
El hombre sacó 30 euros de su cartera y se los dió. Me excitó ver esa transacción. Ese era, parecía, el precio de mi «servicio». Me sentí una buena putita. Me sentí feliz.