El reencuentro
casi sin darse cuentas dirigí mi polla hacia su chochito y la penetré. Muy suavemente. Quería notar perfectamente el recorrido que mi polla hacía hasta llegar al fondo de su coño.
El reencuentro.
La aventura con Silvia duró justo un año. Todo acabó cuando ella se fue a trabajar a New York, con una suculenta oferta de la empresa de publicidad para la que trabajaba. No dudo en marcharse, yo dudé en retenerla a mi lado, pensé en que quizás resultaría muy egoísta intentarla atrapar a mi lado, sabiendo lo competitiva que era y lo que le gustaba su trabajo. Se marchó de repente. Apenas una breve conversación de despedida fruto de una relación difícil que demasiado había durado. Quedamos en no esperarnos. Que cada uno siguiera con su vida y cuando se produjera el encuentro pues ya veríamos.
Sabía que me quería pero estaba cegada con su trabajo. Pensé que una vez en nueva york se daría cuenta de que me necesitaba. Nada más lejos de la realidad. Ni una llamada, solo algún breve e-mail restregándome lo feliz que era.
Yo, pues todo lo contrario. Enamorado de ella hasta los huesos. Necesitaba cada día oir su dulce voz, oler su larga melena castaña, observar aquellos grandes ojos negros. Me hacía falta probar cada día su boca, besar sus carnosos labios. Acariciar su espalda mientras dormía a mi lado, notar su respiración en mi nuca cada noche.
Oler aquel carísimo perfume que le había regalado las pasadas navidades, chupar sus grandes pechos con la ternura de un bebe amamantando, pero con la ansiedad de un amante muy enamorado. Me hacia falta penetrarle por cada uno de sus agujeros y llenarla de mi leche. Necesitaba discutir con ella para después reconciliarnos salvajemente en la cama.
Desde que se fue mojo las sabanas de mi cama, cada noche, pensando en ella.
Una foto de ella desnuda, que me dejo hacerle una de esas noches en las que cumplíamos nuestras fantasías eróticas más insospechadas, me acompañaba a todas partes. Aprovechaba cada rato libre para masturbarme delante de la foto.
Mis amigos intentaban animarme a cada rato. Es cierto que durante el año que estuvo en nueva york (como ya habreis leido en el titulo del relato luego se produjo un reencuentro) tuve bastantes relaciones, la mayoría simplemente de carácter sexual. Me acosté con chicas que realmente me atraían físicamente, con otras que apenas me atraían fueron muchas, demasiadas, y ninguna pudo hacerme olvidar a Silvia. Yo tampoco quería olvidarla.
Pasado casi un año, y aun coladísimo por ella, decidí irme a verla a Nueva York. No le avisé. Solo quería ir y verla. Con eso me bastaba. Quería ver si seguía estando tan en forma como antes, si seguía causando la misma admiración en los hombres cuando la veían pasar
Así que me saque un billete y me fui a Nueva York. Un viaje largo que se me antojó eterno. Apenas llegué dejé las maletas en el hotel y me fui al edificio donde trabajaba Silvia. Unas dos horas de espera en la puerta merecieron la pena. Al fin apareció ella. Vestida con un traje de chaqueta gris, una falda corta que dejaba al aire sus largas y estilizadas piernas, esos muslos por los que tantas noches me había perdido. Andaba con la sensualidad de siempre. Su delicioso culito se marcaba perfectamente en la falda y se movía a cada paso que daba. Seguía con su admirable sonrisa, con su melena larga al viento y con sus grandes pechos sujetos por una camiseta elastica blanca a punto de ser agujereada por la fuerza de sus duros pezones.
Le seguí con la mirada, pero me quede paralizado. Me vinieron a la mente tantas discusiones, tantos paseos, tantos besos, tantos polvos como habíamos echado. Nos complementábamos perfectamente en la cama. Los dos nos dejábamos hacer de todo, probamos casi todas nuestras fantasías, follamos en cada sitio que nos pareciera lo suficiente excitante e incluso lo hicimos por web cam para que un grupo de gente nos pudiera ver.
Pero mirando su rostro parecía que ella no echaba de menos todas aquellas cosas, estaba feliz o por lo menos se le veía feliz.
Al cabo del rato volvió al edificio donde trabajaba. Pregunté al portero, en un mal ingles, a que hora acababan de trabajar en la oficina. Me dijo que en un par de horas estaban todos fuera. Así que aproveché para ir al hotel, con una excitación notable, a pajearme pensando en ella.
Una mezcla de alegría por verla y tristeza por no tenerla me recorría por dentro. Con todo esto volví a verla a su oficina.
Me sorprendió que saliera vestida con ropa deportiva y un mp-3. Salio corriendo, haciendo footing. Me decidí a seguirla corriendo yo también. Fue a un parque cercano a la oficina. Era un parque lleno de árboles frondosos, no estaba ella sola corriendo. Yo la seguía decidiendo si le diría algo o no.
Estaba ya anocheciendo y empezaba a refrescar. De repente a ella se le cayó el mp3 al suelo. Al agacharse a recogerlo se dio la vuelta y me vio. Nos quedamos los dos paralizados, mirándonos fijamente. No pude evitar ponerme a llorar. Me sorprendió que ella llorara también. Corrió hacía mi, yo como tonto me quede paralizado. Nos abrazamos. Nos miramos. Nos besamos apasionadamente durante muchos minutos.
Volví a sentirme lleno, como no me sentía desde que ella se había ido. Seguíamos abrazados, besándonos y andando torpemente hacía detrás de un gran árbol que había en una de los rincones más apartados del parque.
Cuando llegamos al árbol nos sentamos en el suelo, apoyados en el enorme tronco. Intenté decirle algo, explicarle el porque estaba allí, lo mucho que le había echado de menos, cuanto la quería pero no me dejó. Tapo con sus frías manos mi boca. Me sonrió y me miró fijamente con los ojos llenos de lágrimas.
A esas alturas yo estaba excitadísimo. Le levante el top deportivo que llevaba y sus grandes pechos, a los que tanto había echado a faltar, quedaron liberados. Se los comí, los bese, los chupé enteros, me agarré con los labios a sus duros pezones, los succioné. Primero con su pecho izquierdo, luego con el derecho. Muchos minutos. Estaban igual de sabrosos que siempre, fríos, duros, firmes. Varios escalofríos recorrieron mi cuerpo y el de Silvia. Era un adicto a sus tetas.
Ella bajó su mano hasta el botón de mis vaqueros, que en esos momentos ya estaban a punto de reventar ante la notable erección. Los desabrochó y los bajó hasta la altura de mis rodillas. Mi verga dura, durísima y mojada salió disparada apuntando hacia su boca. Fue un alivio. Ella con la delicadeza que le caracterizaba llevo sus manos a mi capullo y me la despellejó, dejando al aire el sonrojado capullo. Pasó su lengua con él, recogió y bebió todo el líquido preseminal. Recorrió toda mi verga con su lengua mientras la acariciaba con sus suaves manos. Acabó comiéndosela entera. Era un placer follar su boca. Notar como sus carnosos labios recorrían desde la base hasta la punta de mi verga. Sus manos mientras jugaban con mis huevos y con mi culo. Alguno de sus dedos se introdujo en mi ano lo que me provocó una excitación máxima que a punto estuvo de hacer que me corriera.
Sabía que no le gustaba que acabara en su boca. Tampoco yo quería hacerlo. Quería follarla y sentirme unido totalmente a ella. Así que aparte su cara de mi polla, me arrodillé a su altura y nos volvimos a besar. Nos reímos.
Nos tumbamos en el suelo, nos abrazamos como si solo fuéramos uno. Mis manos bajaron hasta su humedo y depilado coñito. Jugué con mis dedos entre sus labios inferiores, con su clítoris, lo que le provocó varios espasmos, casi sin darse cuentas dirigí mi polla hacia su chochito y la penetré. Muy suavemente. Quería notar perfectamente el recorrido que mi polla hacía hasta llegar al fondo de su coño. Cuando mis verga entro entera y mis huevos golpearon en sus labios empecé a follarla un poco más rapido.
Varios minutos de entrega completa a Silvia, embestidas que cada vez eran mas fuertes, golpes secos que la penetraban. Un placer inmenso, unos gemidos que delataban el placer que sentíamos. No quería correrme sin sentir el placer de follar su culo, pero por otro lado me apetecía, nos apetecía acabar corriéndonos los dos tan abrazados, tan juntos, sintiendo el calor de nuestros cuerpos. Y así fue.
Un gemido de los dos, casi a la vez, puso punto y final a aquel polvazo, a aquel reencuentro. Descargué dentro de ella, apretando nuestros cuerpos bien fuerte.
Nos quedamos un rato más junto a aquel árbol. Nos vestimos porque hacía ya algo de frío. Estaba totalmente oscuro, solo la tenue luz de una lejana farola nos permitía ver algo. Fue entonces cuando hablamos. Cuando nos dijimos lo mucho que nos habíamos echado de menos, lo que nos queríamos. Se disculpó una y mil veces de haberme dejado por su trabajo. Me confesó encontrarse muy sola pese a estar rodeada de tanta gente.
Me contó que había tenido en estos meses muchas relaciones, la mayoría solo sexuales. Era un bombón muy apetecible. Yo le confesé que también. No nos importó, ahora estábamos juntos, hablando, besándonos, tocándonos.
Si no llego a ir a buscarla se que ella no hubiera dado el paso de volver conmigo. Era, es, muy orgullosa. Eso la hace aun más atractiva.
Recogí mis maletas del hotel y me fui a su apartamento. De camino a él, recordamos como antes, después del trabajo nos apresurábamos a llegar a casa para echar un polvo. A veces no podíamos aguantar más y mientras conducía, ella me sacaba la verga de los pantalones y me pajeaba o me hacía una excelente felación. A menudo incluso aparcábamos el coche en cualquier callejón y follábamos allí, con el aliciente de que alguien nos pudiera estar mirando. Recordamos aquella vez en que en el mismo ascensor nos desnudamos para no perder tiempo y follar nada más abrir la puerta de casa
Pues recordando todo esto cogimos de nuevo un considerable calentón. Íbamos por la calle, con las maletas, y metiéndonos mano descaradamente. Apretando su culo con mis manos, metiendo la mano por sus pantalones deportivos y estirando el fino hilo de su tanga. En el ascensor de su sofisticado apartamento le puse contra la pared, me arrimé a ella, restregué mi paquete por su culo, haciéndole notar el espectacular bulto que había entre mis piernas.
Nada más abrir la puerta, fuimos al sofá, se desnudo en segundos y se puso a cuatro patas, dejándome ver su culazo bien abierto, esperándome. Metí mi cara entre sus nalgas. Le comí bien el ojete. Era algo delicioso. De vez en cuando mi lengua se escapaba de su culo y recorría de una pasada su chochito hinchado.
Jugué con mis dedos en su ano y luego por fin pude follarle el culo. Que placer. Cogida por la cintura le penetraba analmente. Bien suave pero con decisión. La presión de su culo sobre mi polla era máxima, aun así entraba entera. Una y otra vez, hasta que mis huevos rebotaban en su culo. Me corrí dentro de ella. Su ojete quedó lleno de mi leche y poco a poco empezó a resbalar entre sus muslos. Nos miramos con satisfacción pero cansados. Con un par de kleenex le limpié bien el culito y los muslos, quitando todo mi semen.
Silvia se metió en la ducha, yo me quedé desnudo en el sofá, pensando. Eran muchas emociones para una sola tarde-noche. Estaba feliz, feliz de haberla recuperado.
En ese momento entró un chico en el apartamento, me tapé como pude con un cojín. Intentó decirme algo en ingles pero no lo entendí. Se rió y se metió para una de las habitaciones. Supuse que era un compañero de piso y así fue.
Cenamos los tres por lo que no pudimos continuar la conversación que dejamos pendiente en el parque donde nos reencontramos.
No tardamos en acostarnos. Estábamos cansados. Dormimos juntos, muy juntos el uno del otro.
A la mañana siguiente le preparé el desayuno, se lo lleve a la cama. Dos tostadas con aceite de oliva español, un zumo de piña y un baso de leche. Me faltó ponerle la rosa. Le desperté con un beso. Estaba preciosa. Se sentó en la cama y le puse la bandeja encima. Me pidió que le diera yo la leche. Al principio no caí a que se refería luego me acordé de una vez en España, cuando me pidió que cumpliera una fantasía que había tenido.
Me acerqué a ella, saque mi verga flácida pero de buen tamaño del pijama, y la metí en el vaso de leche. Me la mojé bien y se la acerqué a la boca. Se la pasé por los labios dejándoselos blancos de leche. Luego ella fue chupando. Mojé mi polla en el vaso varias veces. Ella se la tragaba, me la dejaba limpia, y así se fue bebiendo el baso de leche. Estaba tan erecta que me costaba doblarla para meterla en el vaso, así que al final fue mi propia leche la que se tomo entera para desayunar.
Se duchó y se fue a trabajar, yo aproveché para ver nueva Cork, sin saber que me iba a deparar el futuro. Quizás iba a ser esa mi nueva ciudad o no. Por lo menos el reencuentro ya estaba hecho.