El reencuentro
Galatea acompaña a Leander para intentar establecer conversaciones con Atenas. Al llegar a la ciudad la poetisa se reencuentra con alguien muy querido.
La academia de Safo 7: El reencuentro
La Eklessia había terminado. La asamblea de ciudadanos había terminado y el resultado era funesto para Pericles. El que habían llamado El olímpico y Stratego ahora era denostado. Pero lo peor no era eso. La reunión había sido dolorosa, humillante y en cierta forma aterradora. No solo le habían retirado del mando de la guerra contra Esparta sino que además habían atacado a su amada. Ahora desolado y hundido volvía al hogar de su amante.
Aspasia era una extranjera, lo cual le quitaba la ciudadanía. Aún siendo mujer su voz era escuchada con interés ya que demostraba una gran inteligencia y sagacidad. De una interesante conversación sus opiniones eran seguidas con atención por muchos de los atenienses que además la tomaron como maestra. Todo ello era debido a que, como todas las mujeres jónicas, fueron educadas al igual que los hombres. El hecho de no estar casada le permitía tener un gran prestigio en la ciudad. Había conseguido ser independiente económicamente, permitiéndose el lujo de actuar de mecenas de muchos artistas de la ciudad. Como resultado su hacienda se había convertido en uno de los lugares más famosos de la ciudad. Pero claro, en un mundo de hombres, esa independencia se había obtenido mediante métodos poco habituales, de los pocos a los que una mujer podría llegar.
Aquella mañana ella también había sido invocada a asistir a la asamblea. Y al igual que su amante tuvo que sufrir la humillación de algo que podía calificarse de una caza de brujas. Pero no era por brujería de lo que se le acusó sino de otra impiedad, en cierta forma más dolorosa. Pero no exenta de realidad. Ahora los amantes, se lamentaban de la terrible adversidad que sufrían. El desprestigio y la persecución política que les amenazaba en el mejor de los casos a caer en el ostracismo o el exilio
Pericles estaba abrumado por multitud de sentimientos, ya no solo le atacaba a él. Ya estaba habituado a luchar con sus múltiples enemigos políticos dentro de la ciudad. Ahora le habían atacado a su amada, y ahora sí que se sentía derrotado.
El ambiente estaba enrarecido y en la hacienda de Aspasia estaba uno de sus invitados habituales. El filosofó Socrates. El cual también era perseguido. Su intención de educar a la sociedad ateniense se vio con el inevitable enfrentamiento de los retóricos y sofistas. Además estaba allí presente una de las refugiadas que había conseguido escapar de la masacre de Lesbos. Era una joven de nombre Sophie. Aquella casa era ahora un refugio de perseguidos.
- ¡Son todos unos malditos desagradecidos! ¿Así me paga la ciudad mis esfuerzos por mantener a raya a los espartanos? Acusándome de corrupción. ¡Infamias! Yo no me he llevado dinero para la construcción de la estatua de Atenea.
- La culpa es mía- dijo Aspasia entre lagrimas
- No, tú no tienes la culpa.
- Si que la tengo, no debí convencerte para que iniciásemos la guerra contra Samos.
- ¿Y qué querías que hiciera? Dejar a tu ciudad indefensa.
- Pero fíjate hasta donde hemos llegado. La ciudad no soportará este sitio indefinidamente. Y la moral de la ciudad está bajo mínimos.
- Pero si están en desacuerdo con mis decisiones que me lo digan directamente, no que te ataquen a ti de para atacarme a mi- dijo con desesperación Pericles.
La situación en la ciudad estaba empezando a ser traumática. La estrategia defensiva propuesta por Pericles en el que un muro unía a la ciudad con el puerto del Pireo permitía hacer inútiles los intentos de asalto por parte de Esparta. Pero a costa de que estos campasen a sus anchas en el Ática. Los antiguos colonos de la península ahora se veían como refugiados dentro de las murallas mientras observaban como sus antiguas tierras ahora eran pasto del pillaje. Pericles apostaba por evitar el enfrentamiento directo con los aguerridos hoplitas y apostaba por la supremacía de la marina ateniense. Tras la victoria en la batalla de Naupacto inicial se incrementaron las esperanzas en salir victoriosos pero la situación empezaba a cambiar. Tal actitud conservadora no era vista con buenos ojos por los rivales de Pericles capitaneados por Cleón. Las pérdidas de los agricultores iban fortaleciendo progresivamente el poder de la oposición y ahora Pericles veía que su proyecto democrático para la ciudad se tambaleaba por la división y los ataques personales hacia sí y a sus seres queridos.
Sophie asistía desolada a la tristeza que había en el ambiente. Ella posaba en Pericles la esperanza de vengar a sus conciudadanos y al igual que su anfitriona había presionado al presidente de la ciudad para no negociar con Esparta. Y ahora se sentía culpable.
- ¡Son todos unos cerdos! Acusarte a ti de… de … ser una madame de Heteras. Saben perfectamente lo hipócritas que son. Tú no has corrompido a ninguna mujer de Atenas. ¡Cerdos! Todas las que trabajan para ti son extranjeras y lo saben.
Esa era la acusación de impiedad. Regentaba un prostíbulo y acusaban a Aspasia de reclutar a dignas atenienses a ejercer para las perversiones de Pericles. La acusación fue terriblemente dolorosa. Muchos cuchicheaban de que Pericles estaba sometido en voluntad a Aspasia y que ella realmente llevaba el poder. Y ella era una puta, y no se podía tolerar que una puta dirigiese la ciudad. Era una aberración a los ojos de todos. Pero ese era uno de los pocos negocios que podía llevar una mujer y además extranjera en la ciudad para tener independencia económica. Había llegado a la prosperidad y ahora era una respetada mecenas de diversos artistas e intelectuales de la ciudad que asistían a su casa para tener sesudas conversaciones y también para pasar una agradable velada con alguna de las heteras protegidas por la de Mileto.
Sophie se escondió en una habitación a llorar mientras oía los lamentos de sus anfitriones. Ahora su casa había caído en desgracia y los pocos ahorros que tenían su familia que pudieron sacar de Mitilene empezaban a agotarse. Dentro de poco le pediría a Aspasia trabajar para ella.
~ ~ ~ ~
Al final Galatea se salió con la suya. Después de muchos intentos de convencerla de que era peligroso. Ella le acompañaría. Ahora empacaban para marcharse. Leander desistió y comprendió que la poetisa era demasiado tenaz para cambiar de opinión. Los padres del recién nombrado general asistían entusiasmados ante la primera misión de su hijo. La sirvienta de estos también se encontraba allí, pero no estaba entusiasmada. Se la veía con cara de preocupación.
- Sigo pensando que esto es un error- dijo Leander
- Soy una mujer de Mitilene. Y estoy segura de que podría ayudar a convencer al gobierno de Atenas.
- Galatea
- ¿Qué ocurre Meritamon?
- Estoy preocupada, tengo un mal presentimiento.
- No te preocupes- dijo Leander- te garantizo que volveremos sanos y salvos. ¿No, Galatea?
- Por supuesto- dijo con un guiño a sus amantes.
Galatea sabía montar a caballo y juntos abandonaron la ciudad en dirección a la península de Ática. Fueron dos días que fueron como una luna de miel de secretos enamorados. Por las noches extendían una tienda de campaña donde hacían el amor llenos de pasión.
A la semana llegaron a los acuartelamientos espartanos que rodeaban el muro alargado que defendía a la ciudad enemiga. Uno de los oficiales le saludo marcialmente.
- Buenos días … ¿General?
- Si ,no te equivocas al ver el plumaje de mi casco. – dijo Leander- toma. Estas son las nuevas directrices de nuestro rey.
Leander le entrego un papiro que el soldado se dispuso a leer con tranquilidad. Los amantes vieron como se le cambio el rostro al hoplita.
- Así que Lisandro ha sido relevado del mando. Por usted.
- Así es. Y vengo para intentar entablar conversaciones de paz con nuestros enemigos. Parsimonias quiere alcanzar algún acuerdo. Así que retiraremos nuestras tropas de la península, diles a tus hombres que se retiren al estrecho.
- A sus órdenes.- dijo con un claro tono de disgusto - Pero mi general, creo que debo decirle algo. Solicito permiso.
- Adelante. Permiso concedido.
- Creo que sería un error intentar acercase a la muralla simplemente con una rama de olivo. Nuestros enemigos están muy hostiles y después de nuestras últimas victorias no creo que se respeten los símbolos de paz.
Leander reflexiono largamente lo que le dijo su subalterno. Claramente tenía razón. Entonces miro detenidamente a Galatea y tuvo una idea.
- Oficial. ¿Puede conseguirme ropas de civil?
- Sí, creo que sí. Ordenaré que le traigan algo. Pero, puede decirme que pretende.
- Me infiltraré en la ciudad como un comerciante de esclavos.
- ¿Con ella?
- Si, la obtuve en nuestra conquista de Lesbos.
- ¿Y luego que hará?
- Parsimonias me ha dado un nombre de un contacto. Él podrá acercarme a Pericles.
- ¿Quién?
- Lo siento oficial. Eso es alto secreto.
- Comprendo. Pues buena suerte, mi general.
- Cuando nos hayamos retirado me acercaré a la puerta principal. Una vez que les demos espacio es posible que me dejen entrar
- Aún así va a ser muy arriesgado.
- Lo sé, pero son las órdenes. Y yo le debo lealtad a mi rey. Como todos vosotros.
Un soldado trajo una túnica y el general se cambio en una de las tiendas de campaña. Ese iba a ser su disfraz para acceder al recinto amurallado. Al terminar el día las tropas iniciaban su retirada abandonando el terreno conquistado. A la mañana siguiente Leander se acercaba montado a caballo seguida a pie por Galatea. Se acercaron a la puerta norte y contuvieron la respiración.
- ¿Quién se acerca?- grito una voz tras la puerta de la muralla
- Soy un comerciante- contesto Leander
- ¿De qué mercancía?
- Esclavos
- Solo veo a una
- Eso es lo que puedo vender en estos tiempos difíciles
- Sí que son difíciles, no sé como tienes el valor de acercarte en plena guerra
- En algún momento tendré que hacer negocios. Ahora los espartanos se han retirado
- Vale, vale. Espera que abrimos.
La puerta se abrió y la mascarada funciono a la perfección. Leander y Galatea entraron en la ciudad. Ambos ya respiraban más aliviados mientras recorrían la ciudad, que en cierta manera aún les miraba desconfiados. Poco a poco recorrieron todas las plazas de la ciudad. Leander iba en busca de uno de los notables de la ciudad. Pero al recorrer una de las calles Galatea reconoció a alguien y el corazón le dio un vuelco.
- ¡Galatea! ¡Amada maestra! – dijo la joven
- ¡Sophie! ¡Alabada sea Afrodita!¡Estas viva!
Ambas se abrazaron con fuerza y se besaron. Ignorando imprudentemente a todos los vecinos que las miraban con curiosidad
- Gracias a Venus te he encontrado- grito con lagrimas Sophie que compartía Galatea.- temí haberte perdido. Amor mío. Pero nuestro reino cayó, creí que habías sido apresada o muerta.
- No, mí amada Sophie. No, sigo viva.
La joven y la más mayor se abrazaban con intensidad llorando lágrimas de alegría. Leander estaba tenso al ser ahora centro de atención y por un momento temía que consciente o inconscientemente Galatea le delatase. Un espartano en la ciudad, se le daría muerte rápidamente o seria torturado como espía. Miraba nervioso todas las caras que se centraban en él.
- ¿Quién es tu acompañante?- pregunto la aprendiz. Al oír eso Leander se le puso la cara blanca.
- Es Leander. Es … – Galatea miro el gesto de terror de su amo y paro la frase – … un amigo. – Leander respiró aliviado al ver que Galatea se percato del problema
- Tenéis que acompañarme a la casa de mi protectora. Se llama Aspasia
Leander pensó que era peligroso ir a dicha hacienda. Ya que era sabido que era de la amante del stratego.
- Ahora mismo yo no puedo ir- consiguió decir Leander – pero Galatea te acompañará.
- Pero Leander…- protestó la poetisa
- No te preocupes Galatea. Tengo que ir a ver a un amigo – le dijo con un claro gesto nervioso con los ojos para acompañase a Sophie- ya iré en tu busca más adelante.
- Entendido
- Hasta luego entonces
Leander se despidió desapareciendo en la esquina.
- ¿Dónde le conociste a ese tal Leander? Es un poco rarillo ¿Has visto como nos miraba?
- Luego te lo comento. Déjame que conozca a tu amiga.
- Ella es de Mileto. Una Jónica como nosotras. Es muy culta.
- Bueno ya sabes Sophie, solo las jónicas somos educadas. Las demás helenas no reciben ese privilegio.
- Y es muy respetada. Bueno, era… ahora tiene problemas.
- ¿Y eso?
- Bueno. Ella es amante de Pericles y ha abogado mucho para combatir con presteza a Esparta. Su voz fue muy tenida en cuenta hasta que las cosas han empezado a torcerse. Ahora muchos la odian
- Se ve que la admiras. Siento que ahora le pase eso
- Ella es una defensora de nuestra causa. Le encantará conocerte. Si sobreviviste al asalto de Mitilene tu testimonio será valioso en la asamblea para que la guerra siga su curso y aplastemos a todos esos malnacidos.
- Sophie. No he venido a eso. Quiero que esta guerra se detenga.
- Pero… No te entiendo maestra.
- Escúchame cariño. Sé que Atenas está perdiendo. El ejecito de esta ciudad no es rival para los espartanos. Serán destruidos como ocurrió con nuestra ciudad.
- Pero… Tenemos que vengarnos. Tenemos que destruir a los asesinos de nuestros amigos.
- Yo sobreviví a nuestra capitulación. Ya lo sabes y ahora comprendo que si hacemos eso estamos perdidas. ¿Qué te ha ocurrido Sophie? ¿Ya no sigues el culto de la diosa?
- Si, sigo rezando a Afrodita.
- Pues se una buena fiel y persigue el amor. No el odio.
- Pero… tenemos que hacer algo
- He venido a intentar una negociación de paz.
- ¿Cómo? No entiendo nada
Galatea tomo del brazo a Sophie y la llevo a una callejuela estrecha donde pudieran hablar a solas.
- Leander, ese amigo que ha venido conmigo. Es general espartano
- ¡Qué! ¡Estás loca!
- Cálmate y no grites.
- No lo entiendo, mi maestra. ¿Qué pretendes?
- La toma de nuestro reino no fue autorizado por el rey de Esparta. Y ahora quiere llegar a un armisticio. Y está dispuesto a restituir la libertad a todos las personas de nuestro reino.
- Pero … ¿y nuestros muertos?
- Afrodita los acoge en su seno. Pero debemos rehacer nuestras vidas. ¿No lo comprendes? Es nuestra mejor oportunidad. Atenas no ganará, y lo sabes.
Sophie se detuvo a pensar y pareció comprender.
- De acuerdo, mi maestra. ¿Qué debemos hacer?
- Ir a casa de Aspasia. Yo haré un primer contacto. Le puedo explicar la situación y ella podría ejercer de intermediaria para que Leander converse con Pericles.
- ¿Dónde ha ido Leander?
- No lo sé, ya lo has oído. Luego nos veremos.
- Bueno vayamos allí entonces.
Ahora las dos amantes de Lesbos se refugiaron en la casa de la hetera. Sophie hizo las presentaciones.
- Es un honor tenerte aquí. Tu poesía es de gran prestigio en esta ciudad.- inicio Aspasia
- Gracias – replico Galatea
- Sophie me ha contado muchas alabanzas sobre ti. Pero lo que no tengo tan claro es como has llegado.
- Soy una superviviente de la caída de Mitilene.
- ¡Oh cuanto lo siento! Debio ser horrible
- Lo fue. Pero he venido con un objetivo muy definido. Quiero que termine la guerra civil entre los griegos.
- Yo también estoy cansada de la situación. Y me siento culpable en parte por haber convencido a Pericles para que iniciará represalias contra el reino de Samos. Pero … si has sido prisionera … ¿Cómo es que estás en Atenas?
Galatea se paró a pensar, no deseaba delatar todavía la presencia de Leander.
- He sido liberada por parte del rey Pausinias. Este quiere llegar a un acuerdo liberando a los supervivientes de mi pueblo.
- Me sorprende mucho tanta magnanimidad.
- Todos los demás aspectos de los posibles acuerdos están a criterio del embajador espartano.
- ¿Embajador… espartano? Pero si actualmente no permitimos acercarse a ninguno.
- Ha venido uno conmigo
- ¿Un espartano en la ciudad? ¿Un espía? ¿Es eso?
- No, no, no. Hemos venido en son de paz.
- ¿Y qué hay de él?
- Ha ido a ver a alguien. No me lo ha dicho.
El gesto de Aspasia no era de convencimiento ante lo que oía
- Vale, por ser de Lesbos te daré un cierto voto de confianza. Pero tu espartano tiene para entregarse hasta el amanecer de mañana. Si no aparece daré la voz de alarma. Mientras intentaré hablar con Pericles. Con suerte volverá a escucharme y puede que acepte celebrar una cumbre con ese …
- Leander. Su nombre es Leander.
- Leander, entendido. Bueno voy a buscar a Pericles a su casa. Te dejo en manos de Sophie.
- Gracias por todo
- Gracias a ti, Galatea. Ojala tu llegada vuelva a traer la concordia entre los helenos.
Aspasia las dejo a solas en la hacienda. Sophie ahora a solas se dirigió presurosa a besarla con pasión y una cierta ansiedad.
- ¡Alabada sea Afrodita por que hayas regresado a mí! – dijo la joven.
- Gracias a la diosa
Lagrimas caían lentamente por sus rostros. Pero ya no eran lágrimas de dolor y desesperación. Eran lágrimas de alegría, la alegría del reencuentro. Sophie llevaba casi medio año teniendo terribles temores por el destino de su maestra y amante. Y ahora por fin, sabía que esta salva y sana, y con ella. Sus manos se acariciaron con dulzura mutuamente, como comprobándose la una a la otra que estaban bien. Aún sin creerse del todo la feliz noticia.
Sophie se relajó y ya con los sentimientos más tranquilos recordó los felices momentos que disfruto la última vez que estuvo con su profesora de poesía. Ahora volvia a tocar la piel de su rostro , y sentía su tersura.
- ¡Te he echado mucho de menos!- dejo con una cierta ansiedad
- ¡Yo también a ti, mí querida Sophie!
Sophie quería rememorar las dulces caricias que compartía con la poetisa y ya con más descaro empezó a acariciar parte de la anatomía de su compañera por encima de la ropa. Galatea también echaba de menos las atenciones de su joven amante y suavemente se excito ante las caricias. Sophie volvió a besarla percibiendo la acelerada excitación. Su maestra era muy sexual y fácilmente caía en la red de la lujuria. La mayor devolvió el beso respondiendo así el requerimiento de la joven. Con parsimonia se desnudaron la una a la otra y Sophie volvió a deleitarse con la imagen del bello cuerpo de Galatea.
- Cuanto echaba de menos esta escultura tallada por los dioses
- Que exagerada eres mi niña.
Sophie tomo de la mano y dirigió a su maestra a la habitación de invitados donde se alojaba en ese momento. Ahora a solas podían volver a disfrutar de las dulces mieles del amor del que se prodigaban ocultamente en su tierra natal. La invito a tumbarse en su cama y se prodigo a recorrer con su boca el cuerpo que tanta desazón le provocaba.
- No, déjame a mí – protestó ligeramente Galatea
- Como quieras. Hoy no te negaré nada
Sophie ahora se acomodo en el catre y ahora paso a recibir dichas caricias. Lentamente y con ternura la lengua de la mayor se deslizaba por la piel de la joven provocándole suspiros que eran como poesía a los oídos de Galatea. Con su boca llego hasta el sexo buscando la esencia de mujer. Sophie se extraño de que fuera tan directa, no era habitual. Es como si hubiese cambiado. Lo achaco a las ganas que tenia de sentirla. Un estremecimiento le recorrió su cuerpo cuando el apéndice lingual penetro su vagina.
- ¡Si! Me gusta ¡Sigue! ¡Amada profesora, sigue!
Ahora los movimientos de entrada y salida se incrementaron. Sophie no reconocía a su Galatea. Ella era más de comenzar lentamente pero ahora parecía buscar una penetración.
- Mi perlita, profesora. Necesita tu cariño.
Galatea comprendió que se había pasado de ímpetu y pasó su lengua a atender el clítoris de su amante. Al sentirlo Sophie dio un suspiro de satisfacción. Tras un tiempo dándole atenciones Galatea se sintió un poco como en el papel de Leander, y quiso emularlo. Se lamio los dedos y empezó a penetrarle con uno de sus dedos. Luego introdujo otro, y por ultimo hasta un tercero. Sophie nunca había tenido tanta presión en su coñito. Se extrañaba de lo atrevida que ahora estaba su amada profesora. Progresivamente los movimientos de la mano se incrementaron y se volvieron intensos.
- ¡Eso es, córrete! ¡Te voy a sacar la miel! ¡Dámela!
Sophie se sentía un poco intimidada del fervor de Galatea.
- Eso es, ¡gime! ¡Córrete mi puta!
Al oír esas palabras de una manera extraña el clímax estallo en el interior de la joven. El orgasmo fue portentoso y su vagina empezó a contraerse apretando los dedos de la poetisa y llenándola de flujos que se vaciaron en las sabanas. Sophie arqueo su cuerpo mientras este temblaba. La imagen y los sonidos fueron fascinantes para Galatea, que por primera vez no le hacía el amor a su amada, ahora se la folló. Y disfruto viendo las reacciones de placer y el rostro desencajado de su alumna.
- ¡Guau! Ha sido impresionante- dijo Sophie aún anonadada de la explosión interna que acaba de percibir. Respirando agitadamente y descansando.
- Te ha gustado. ¿Eh?
- Si, pero es como si no fueras tú. Casi no te reconozco.
- ¿Por qué lo dices?
- La impulsiva era yo. Siempre me lo echabas en cara. Y me has llegado hasta llamar puta.
- Ya, pero no me negaras que ese puntito de morbo te ha gustado.
- Bueno, la verdad es que si. Pero me he sentido completamente a tu merced. Ha sido muy placentero. Pero me hubiese gustado algo más dulce
- ¡Oh! Vaya, cuanto lo siento. Perdóname
- Pero no lo entiendo. A que se debe este cambio
Galatea se detuvo a reflexionar.
- Creo a que se debe. Pero … me da miedo contártelo.
- ¿Tan malo es?
- No es malo. Es hermoso. Pero creo que no te va a gustar. Aunque me gustaría que fuese así
- ¿Qué ocurre?
- Cuando cayó nuestra ciudad fui protegida por uno de los soldados de Esparta. Me libro de ser salvajemente violada por el general Lisandro. Y …
- ¿Y… qué?
- Me he enamorado de él. Por fin he estado con un hombre.
- ¡Que te has enamorado de… un espartano! ¡De uno de esos asesinos! ¡Zorra!
Sophie salió corriendo al pasillo y recogió la túnica que estaba en el suelo mientras lloraba desconsolada. Ahora se sentía traicionada… por quien menos se podría imaginar.
- ¡Sophie! ¡Escúchame! – grito Galatea, llamando desesperada a su alumna
Pero Sophie se había ido corriendo y Galatea la perdió de vista. Ahora lamentaba su destino. Comprendía el dolor que sentía Sophie, pero además temía por Leander. Quizás Sophie podría delatarle. Y un dolor en el corazón le surgió, se sentó junto a una pared apretándose el pecho, respirando dificultosamente. El mundo parecía que estaba a punto de darle una nueva mala pasada.
Continuará …