El reencuentro (5)
El destino tantas veces conjurado se hace presente y decide el fin de esta historia de amor filial...
El reencuentro (Parte 5)
Seis meses después, el hotel estaba funcionando con normalidad.
Una cuadrilla de operarios había realizado las reformas proyectadas, se había renovado en parte el personal, y habíamos reinaugurado con bombos y platillos cambiándole el nombre anterior por "La posada de los horneros".
Cabe acotar que el hornero es un ave común en la cuenca del Plata y el sur de Brasil donde se le llama Joao-do-barro. Un ave discretamente marrón, trabajadora ...y monógama. Se destaca por construir en parejas su refugio con barro y ramitas dándole la forma redondeada de un horno de pan rural. Claro que en la jerga popular, "hornero" alude al sexo homosexual, porque se dice que esa avecita tiene siempre el pico sucio de barro. Este detalle un tanto chusco nos fascinaba, porque era un secreto revelado a voces sin que nadie pudiese censurar ya que el lugar estaba densamente poblado de estas aves constructoras.
En ese tiempo, mi padre fue y regresó, cerrando definitivamente su vida en Australia, yo me desennovié de Paula, aprendí los detalles de mi nueva actividad, hice relaciones públicas, intensifiqué mi contacto con la gente del pueblo y sobre todo me uní aún más a mi padre. Este era una permanente fuente de sorpresas en todos los aspectos; en lo laboral demostraba a cada instante su idoneidad y en la actividad privada desarrollada en la habitación 23 era indudablemente un maestro que rápidamente iba siendo alcanzado por su atento alumno.
Hicimos mucha propaganda en Buenos Aires y los fines de semana teníamos un lleno casi total. El restaurante se transformó totalmente gracias a una cuadrilla de cocina que mi padre contrató para impulsar esa función antiguamente descuidada, y habíamos sido en muy poco tiempo compensados con un flujo considerable de passants que se desviaban o venían directamente a comprobar las bondades de nuestra cocina internacional.
Todo marchaba sobre ruedas, éramos absolutamente felices. Mi madre, siempre celosa de mi recuperada relación con mi padre, aún sin sospechar sus entretelones, estaba complacida de mi desempeño y se alegraba de verme más maduro, con proyectos a corto, mediano y largo plazo y en posesión de un trabajo que era evidente me encantaba. Hasta fue capaz de felicitar a mi padre por mis cambios pese a no tener idea cabal de todos ellos.
La Posada de los horneros fue poco a poco convirtiéndose en un lugar obligado y selecto para aquellos que gustasen un descanso pleno en un medio rural con todas las comodidades del confort o tan solo comer muy bien con excelentes vinos de la región y adyacencias. Cuando cumplimos nuestro primer año mi padre me avisó que habiendo superado sus cálculos más optimistas, los contenidos de mis dos cofres bancarios habían mejorado de status; y no se trataba de un regalo sino de dividendos conseguidos por mi propio esfuerzo y contracción al trabajo, lo que me enorgulleció mucho más, si cabe.
Siempre con la idea de un campo, quiso que me interiorizara sobre la producción de quesos para lo que me sorprendió con una docena de manuales técnicos con la esperanza de entusiasmarme. "Podremos producir nuestros propios quesos al viejo estilo, y además distribuirlos- añadió- ahora que está tan de moda el queso de cabra no vendría mal ampliar nuestra entrada fabricándolos en forma casi artesanal y vender un producto cuidado y saludable". "Déjate de pamplinas- repliqué- que la única leche que me mueve de interés es la de mi viejo cabrón" Mi padre rió divertido con mi comentario pero insistió: "Es que ya tengo planes para esto. La semana que viene estaremos en camino para ver unas tierras en la sierra y tenemos que dar la oportunidad a la gente nueva de probar su valía sin el ojo atento de los patrones. Por otra parte, la leche de este viejo cabrón no está a la venta, es únicamente para nuestro consumo personal"- respondió haciendo gala de su inteligente y rápido sentido del humor.
La semana pasó en la actividad de costumbre, quedando todo listo para delegar en nuestra gente el trabajo. Teníamos una convención de odontólogos que haría un lleno de lunes a jueves en la posada y Alicia, la ex secretaria del escribano Bosetti ya jubilado era la nueva encargada de administración, llevándola con una ejemplar eficiencia. Todo estaba bajo control, pues.
El domingo siguiente, víspera de nuestro viaje a la sierra, como todo estaba marchando sin contratiempos nos retiramos a nuestro "nido" para arreglar las maletas, hacer los llamados telefónicos de rigor y entregarnos a nuestros juegos predilectos. Creo que esa proximidad de aventura que se avecinaba unida al recuerdo de que había sido así la forma como comenzamos a conectarnos integralmente con mi padre produjo un aceleramiento increíble de nuestras hormonas. Terminada la revisación de facturas, los telefonemas y clausuradas las maletas con lo indispensable, nos dedicamos de lleno a seguir entreabriendo las puertas de nuestra desenfrenada pasión filial...Un cadencioso ir y venir de placer de él a mí, de mí a él nos permitió descubrir que ya pasada la novedad siempre quedaba algún resquicio para explorar.
El amanecer nos sorprendió casi sin dormir, exhaustos y sudorosos, ebrios de la entrega de nuestros cuerpos y mentes. Nos duchamos al mismo tiempo, como de costumbre, recuperando bajo el agua la lucidez y los restos de energía que aun quedaban para volver a perderlos ante la urgente necesidad de sentirnos uno del otro envueltos en el abrazo resbaloso de la espuma fragante del jabón. No podría describir de otro modo la sensual experiencia de los olores, sabores y texturas que el agua en vez de apagar descubría como si nada fuese capaz de tener término jamás. Nos secamos, vestimos y dirigimos al comedor para bebernos un café en un comedor que recién daba alguna señal de despertar.
Chela, una mucama que habitaba en el pueblo y debía haber comenzado su turno un poco antes nos trajo unas rodajas de pan recién horneado para mojar, como dos chiquillos maleducados, en la espuma abundante del café con leche. Tomamos nuestro sencillo desayuno y recorrimos con la mirada mientras salíamos hacia el coche el amplio panorama de nuestra casa. La posada estaba despertando, lentamente, en pequeños ruidos cotidianos entremezclados con el rumor incesante y creciente de los pájaros. Uno de los botones ya había cargado el equipaje y nos estaba deseando un buen viaje y rápido regreso. Mi padre al volante, yo a su lado, cruzamos nuestros cinturones de seguridad y nos internamos en la cinta gris de la ruta rumbo a las sierras del Departamento de Lavalleja.
Casi tres horas después, en el empalme de dos rutas, mi padre que es un conductor excepcional no pudo evitar tal vez debido al cansancio, tal vez un momentáneo error de reflejos, que el enorme camión con troncos que nos rozara a surecha nos terminara arrojando a la banquina. Descontrolado, nuestro vehículo se dirigió directo a uno de los eucaliptos del costado de la carretera angosta, del que lo último que recuerdo es la textura grisácea y desharrapada de su tronco a pocos milímetros de mis ojos."
La mujer enjuta y rubia, de voz cansina y neutra hizo un esfuerzo para recuperarse ante la atención del grupo. Era una habiatación recargada de muebles, todos ellos pasados de moda, con unas seis o siete personas ante una mesa redonda. Todos escuchaban atónitos el fin del relato que la mujer terminaba de efectuar para ellos, todos miembros de un grupo espiritista llamado "Un nuevo amanecer".
-Gloria- dijo uno de ellos, de mediana edad- qué desgraciado fin el de esos dos hombres en medio de una carretera luego de poco tiempo de su reencuentro. Realmente me conmueve y me alegra que haya podido lograr contacto.
-Es que desafiaban las leyes de Dios- lanzó con un siseo como de ofidio una mujer gorda con aspecto de beata fanática.
-Hermanos- señaló la medium a quien habían llamado Gloria- no juzguen para no ser juzgados. Por alguna razón este joven y su padre desde el Más Allá nos entregaron su testimonio, y tal vez pueda ser de alguna utilidad para alguien. Recordemos que el trabajo nuestro es comunicar, no tomar partido sea a favor o en contra de aquello que nuestros hermanos desencarnadosnos confían.
-Tiene razón, hermana Gloria- añadió una señora de cabello entrecano- con la vara que uno mide será a su vez medido, lo dice el Evangelio...
El grupo en un recatado silencio se levantó con parsimonia para dirigirse a otra mesa, ésta con bocadillos y refrescos mientras Gloria levantaba el interruptor de la luz disipando la penumbra y el recuerdo de la narración que el "hermanito desencarnado" les transmitiera utilizando su seco cuerpo.
-Oremos por esas almitas, por su descanso- propuso Y recuerden poner alguna limosnita en el canasto de las ofrendas...porque necesitan mucho trabajo de caridad cristiana.