El reencuentro
Andrés Martinez se reencuentra con su padre que vive en el extranjero y debe replantear su vida ante la perturbación que este desconocido le produce.
El reencuentro
-¡Pero cómo has crecido!- dijo mi padre ni bien traspasó los controles del Aeropuerto mientras me abrazaba. Mis abuelos y yo éramos los únicos a esperarle, ya que desde su divorcio cuando yo tenía tres años y poco, la relación con mi madre no era nada cordial. Sin embargo, al saber que mi padre regresaba de Australia para una quincena de vacaciones, muy a su pesar mi madre me permitió que junto a mis abuelos fuese a esperar a aquel hombre que si bien era mi padre, era un completo desconocido para mí. Su figura alta y fuerte me hizo recuperar en un segundo mi infancia y me sentí conmovido al ser literalmente "tragado" por el abrazo de aquel fortachón. Mientras nos dirigíamos al automóvil estacionado frente al salón de arribos del aeropuerto, un brazo sobre los hombros de mi abuela y el otro sobre los míos, deseé que ese instante fuese eterno. Mi abuelo y un maletero ya se habían adelantado bastante y su equipaje ya estaba casi acomodado en el baúl. Nos esperaba un almuerzo en casa de los abuelos, donde se hospedaría mi padre.
Como siempre, la comida de mi abuela era impecable. Todos le alabamos su sentido justo del condimento, ese mágico toque que tanto se ha perdido con la prisa y el abuso de comer fuera en las grandes ocasiones.
-Extrañaba tu mesa, mamá- dijo mi padre con la voz un tanto emocionada. -¡Hace tantos años que estoy fuera del país que tengo que recuperar el gusto por mis cosas más entrañables! Y sin duda, también conocer a mi muchacho, porque las cartas y las fotos no son nunca suficientes...
Mi corazón dio un vuelco, yo también ansiaba conocer a este hombre que veinte años atrás había desaparecido de mi vista aunque nunca de mi vida. Cartas, cheques, juguetes, discos, regalos, siempre llegaban puntualmente ya fuese en fechas determinadas o al azar. Pero yo había necesitado mucho su presencia, su complicidad, sus consejos. A los veintitrés años me daba cuenta perfectamente que había en mi vida asignaturas pendientes, y una de ellas, la principal, era mi padre. Mi madre había vuelto a casarse cerca de mi onceavo cumpleaños y su marido era un buen hombre. Tuve dos hermanas a quienes adoro, pero una parte de mí estaba inconclusa pese a los esfuerzos que mis abuelos hacían para hacer de puente entre mi padre y yo. Observando su sonrisa de dientes blancos y perfectos bajo su bigote oscuro tomé conciencia de cuánta falta me hacía ese hombre desconocido y lo bien que me sentía frente a él.
-Bueno, ¿y para cuándo te casas? Sé que estás muy entusiasmado con Paula y me han dicho los abuelos que es una chica espléndida. ¿Cuándo voy a conocer a mi futura nuera?- preguntó mi padre mientras buscaba en una de sus maletas un paquete de regulares dimensiones.-Este es un regalito que traje para ella, Andrés.
Miré distraídamente el envoltorio en papel brillante y sonreí Creo que esta noche, si no estás muy cansado del viaje.
-Para nada, estoy por muy pocos días y quiero disfrutarles mucho- respondió- y además quiero que me acompañes a un viaje corto pues tengo la intención de comprar algo para mi vuelta definitiva. Quedé sorprendido con la noticia. Siempre entendí que su vida estaba del otro lado del mundo y ahora resultaba que planificaba un desexilio cercano.
-¿Pretendes comprar una casa?- le dije rápidamente para ocultar mi ansiedad.
-En realidad, no. Más bien un campo para vivir en él y trabajarlo. Me he acostumbrado a la labor productiva y quiero liquidar allá mis asuntos para retomar aquí mi vida junto a quienes son, en definitiva, lo único que tengo: mis padres y mi hijo. Su voz sonaba emocionada, y era una música en mis oídos.
-Cuando quieras, pues dije- la tierra ha bajado de precio sustancialmente y puedes hacer un buen negocio con dinero en la mano. Te acompañaré con gusto.
-¿Qué tal este próximo viernes, entonces?- decidió mi padre- Podemos tomarnos un fin de semana, tres días de tratamiento intensivo "muchachos", sin otras preocupaciones, sin rumbo, tú y yo.
-Fantástico- respondí entusiasmado- voy a programar entonces todo este fin de semana próximo para tener tiempo de conocernos como merecemos.
La bandeja con tacitas de café que humeaban sobre la mesa fue inmediatamente vaciada ante la mirada aprobadora de los abuelos, mi felicidad evidente y la jovial y amplia sonrisa de mi padre.
El fin de semana.
El viernes al atardecer llegué a casa de los abuelos con un bolso de tela repleto de ropa para salir con mi padre en viaje de negocios. Como el auto de mi abuelo es una especie en extinción, mi padre había preferido alquilar una camioneta para poder movilizarse durante su estadía sin quitarle al anciano su coche. Por otra parte, como no salíamos con un plan de viaje muy estructurado, era mejor dejarles su vehículo para hacer frente a cualquier eventualidad. Las personas mayores se aferran a sus cosas con una tenacidad que el más minimo cambio en su rutina les parece gigantesco. Mi padre bajó silbando por las escaleras, con paso ágil y flexible.
-Hola, hola, ya casi estoy listo- dijo mientras se dirigía a la cocina en busca de un tupperware con sandwiches que mi abuela debía haber llenado hasta el tope. Observé que llevaba unos jeans desteñidos y una camisa a cuadros como de tartán, y no representaba para nada sus cuarenta y cinco años. Inclusive, el aire del reencuentro parecía dotarle de una nueva jovialidad que se demostraba en su humor siempre parejo. Y dicho por él mismo, nunca dejó de practicar fútbol y hacer ejercicio, lo que le mantenía en buena forma. Nos despedimos de los abuelos con un estrecho abrazo, miles de recomendaciones, sendos bolsos con ropa y una buena provisión de emparedados para emprender un viaje de reconocimiento.
La carretera estaba congestionada a más no poder, porque la noche del viernes es salida obligatoria de la ciudad para quien tiene una casita de vacaciones, de modo que como en realidad no teníamos prisa ni proyectos definidos, se nos ocurrió ir para el litoral oeste donde el tránsito es menos pesado y además se encuentra la mejor tierra para tareas de labranza. Íbamos conversando agradablemente de todo un poco, y yo me sentía extremadamente cómodo con la compañía de ese padre tan desconocido y juvenil. Me parecía un sueño poder viajar con él y que me llevara para tener una opinión extra a su proyecto de compra. De improviso, estacionó en la banquina de la ruta.
-Tengo que orinar ya, de lo contrario no llegaré con el vaquero seco a Colonia Suiza- explicó mi padre, que en su adicción al agua mineral se había vaciado dos o tres botellitas de medio litro.
-Te entiendo- repliqué- yo estoy también en una situación semejante...Bajemos, pues.
Al costado de la carretera se ha plantado eucaliptos cuya altura sobrepasa los treinta metros. Bajamos la escasa pendiente y elegimos uno para evacuar nuestras necesidades menores donde no quedáramos demasiado visibles desde la ruta, donde de tanto en tanto pasaba algún coche hacia el mismo lado. La luna era un espectáculo, llena, inmensa, brillante, pero su contemplación no me impidió escuchar un chorro tan largo y sonoro que despertó mi curiosidad. Con un tanto de vergüenza y una pizca de curiosidad, dirigí mi mirada hacia donde provenía el sonido, para ver si realmente era proporcional al aparato emisor. Quedé atónito: mi padre sostenía en su mano un pedazo singularmente grande que era quien producía ese ruido. No es que yo anduviese observando bultos, pero nunca en esos días había siquiera sospechado que mi padre pudiese tener tal herramienta entre sus piernas. Creo que de alguna manera se me estaba despertando la curiosidad de saber hasta el último detalle de ese cuerpo del que yo había sido formado y que se parecía tanto al mío, aunque con sensibles diferencias a juzgar por lo que había entrevisto. Un suspiro de alivio al emitir el último chorro de orina salió de mi padre, mientras sacudía cualquier gota que hubiese podido quedar de remanente. Menos mal que era de noche y casi a oscuras, porque sentía mi cara enrojecida de vergüenza por haber sorprendido sin querer las dimensiones privadas de mi progenitor.
Enfundada ya con un rápido movimiento ascendente del zíper, en pocos pasos ágiles mi padre retomó el volante, nos cruzamos los cinturones de seguridad y reemprendimos el camino. Poco más adelante, mientras buscaba en la guantera un mazo de tarjetas de los hoteles de la zona, una de ellas vino a detenerse en mi muslo izquierdo, y mi padre, prestamente, la recogió con dos dedos para ponerla junto al resto. No puedo describir la descarga eléctrica que supuso ese roce tan banal, dos dedos largos y prolijos de mi padre apenas rozando la tela del jean fueron para mí una perturbación inexplicable como jamás había sentido en mis veintitrés años de vida. En mi mente se mezclaba la fugaz visión de su pene a la luz de la luna, el sonido interminable de su vaciada y el contacto inocente que producía en mí oleadas de sentimientos encontrados. Nuevamente se detuvo, aparcando cuidadosamente, encendió la luz de la cabina y buscó entre las tarjetas...
-Ah, mira! Esta es la que se cayó al azar. Vamos a ese hotel, elegido sin duda por el destino- dijo mi padre con su sonrisa tan abierta.-¿Te parece bien, Andrés?
-Claro, lo que tú digas- repliqué desde el fondo de mi mente- estoy deseando llegar para darme una ducha y dormir, que hoy ha sido un día largo...
-No me sea flojo, hijo- bromeó- aunque confieso: también estoy fundido y necesito un buen baño. Mañana veremos a unas personas en el pueblo que tienen terrenos produciendo a la venta.
Entramos por una senda que se internaba a la derecha, hasta llegar a un motel de un solo piso. Mientras yo iba sacando los bolsos de la camioneta, mi padre, con su sobre de documentos en la mano se dirigía a la administración para cumplir con las formalidades.
- Andrés- me gritó desde la puerta del hall de entrada- alcánzame tu documento.
Busqué en los bolsillos superiores de mi chaqueta la cédula de identidad y se la di. Su mano por un momento se detuvo en la mía y así me arrastró hasta el mostrador en el que un señor mayor con anteojos extendía las tarjetas de registro.
-No, dos no. Andrés y Antonio Martínez, padre e hijo,¿qué le parece?- bromeó mi padre con el conserje.-Mi hijito, que es todo un hombre...
-Pues parecen hermanos en lugar de padre e hijo- comentó el señor mirándome apreciativamente, mientras me daba un llavero que ostentaba el número 23.
-Pues si- respondió mi padre-y mira qué casualidad, veintitrés, tu edad...mi...bien.
-¿Quieren que les alcance el equipaje?- preguntó solícito el conserje.
-No, de ninguna manera,-rió mi padre- sólo traemos dos bolsos y muchas expectativas de esta zona. No se preocupe.
-Bien, entonces. La habitación 23 es la última de esta ala, pueden estacionar tranquilos al frente pues tenemos sereno nocturno.
-Hasta mañana y gracias- dijo amablemente mi padre- ¿A qué hora es posible encontrar abierta la escribanía de Bosetti?
-Mañana es sábado, señor Martínez. Así que si no tiene usted cita previa, puedo encargarme de concertarla antes de terminar mi turno, digamos que para las diez, así descansan- replicó servicial el anciano conserje.
-Fantástico, trato hecho. A las diez estaremos allí. Hasta mañana.
La habitación no era grande, ni mucho menos. Pero estaba escrupulosamente limpia, tenía una cama matrimonial y otra single, un televisor color y un baño con un duchero moderno, de los que tienen un buen elenco de chorros. Nada más al abrir la canilla para probar su funcionamiento y por novelería examinar los diferentes tipos de salida de agua, me sorprendí recordando con total claridad el chorro de orina emitido por mi padre horas antes.
-Bien, como los dos necesitamos un baño ya, en vez de sortear el turno, ¿qué te parece si nos tomamos una ducha juntos como buenos amigos?- me sorprendió mi padre.
-No, juntos no- repliqué- El baño no es grande y ya vez las dimensiones del duchero. Vamos a estar chocándonos. No es como el duchero de un club, que tiene varias salidas.
-Bueno, como quieras. Ve tú primero, entonces- dijo compungido mi padre.
En ese exacto momento comprendí que estaba buscando un acercamiento hasta en los mínimos detalles y que podría pensar en un rechazo de mi parte.
-No, no es justo que vaya yo primero, papá- traté de reparar mi defensiva- los dos estamos cansados y tienes razón, podemos tomar juntos una ducha, como buenos amigos.
-Bravo, así se habla- rió mi padre- ese es mi chico.Y comenzó a sacarse la camisa de tartán. Sin mostrar mi embarazo hice lo propio con mi sweater de algodón, un tanto mojado en las axilas debido a mis nervios. Mientras tenía la cabeza un tanto oculta pude observar su cuerpo, que era tan parecido al mío. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando se desprendió sus vaqueros y los bajó para sacárselos: no tenía calzoncillos. Sentado en la cama, con los pantalones en los tobillos mientras se desataba sus zapatos, pude inspeccionar ese cuerpo que había comenzado a perturbarme tan sólo unas horas antes. Liso, ni un gramo de grasa, de vello espeso distribuido armoniosamente, y al incorporarse en total desnudez un tremendo aparato sobre un par de testículos colosales. Traté de desechar todas las aprehensiones posibles y me quité la ropa, dándome cuenta en ese momento que mi pene reaccionaba de modo intranquilizador: una gotita de cristal se asomaba en el ojito de mi glande como llorando de emociones contenidas...Me rodeó con un brazo fuerte y me arrastró consigo al baño, ambos desnudos, semejantes y desconocidos.
La ducha
Abrí el grifo a todo lo que daba.
-¿Cómo te gusta?- pregunté por cortesía A mí bastante caliente...
-Veo que tenemos muchas cosas en común, si- respondió pensativo- a mí me gusta caliente, sólo la enfrío un poquito cuando me enjabono la cabeza.
Me hice un tanto el desentendido ante el comentario, porque había llegado al punto que todo lo tomaba en varios sentidos y tenía verdadero terror de tener una erección delante de mi padre.
-Vamos, entremos que está a punto- rió rápidamente, deshaciendo el clima equívoco.
-Dale.- repuse, mientras nos chocábamos para entrar en un metro cuadrado sin rozarnos. El agua estaba espléndida, pero no había mucho espacio, francamente. Viendo que yo estaba confuso, me propuso enjabonarme él a mi y yo luego a él las espaldas para aprovechar el agua caliente con toda racionalidad. Ni bien sentí la pastilla de jabón y sus manos en mi espalda dispersando la espuma fragante, cerré con fuerza los ojos: una indeseada erección se me estaba produciendo ante la sensualidad de la situación, y lo más terrible es que quien me la provocaba era mi propio padre...Aún sin quererlo, lo que estaba sucediéndome me daba una angustia tal que hubiese llorado a gritos. Una andanada de pensamientos se me agolpaban sin que yo pudiera manejarlos y no tenía salida posible. Me descubría deseando a mi padre con una intensidad como jamás había sentido en mi vida, y aceptar la idea era tan doloroso que no pude contener un sollozo nacido desde el fondo mismo de mi cuerpo.
-Pero chiquito, ¿qué te está pasando? No me vas a decir que te entró jabón en los ojos...-la voz de mi padre era extrañamente cálida y grave-ven, ven aquí- y me rodeó con sus brazos apretándome la espalda contra su pecho.
-No, déjame, no es nada dije todavía en un hilo de voz, más empinado por el abrazo y tocado en medio de las nalgas por aquel descomunal pedazo casi con la misma erección que la mía.
-Date vuelta, Andrés, quiero ver qué te sucede, de frente- rogó mi padre.
-No, no me puedo dar vuelta en tan poco espacio- casi lloraba de la desesperación.
-No seas tontito, chiqui- dijo mi padre dándome vuelta con sus fuertes brazos y sosteniéndome con su pecho- ¿Es sólo por esto?- y tomó con su mano mi pene que estaba a tope, golpeándome el vientre sin misericordia. Como tenía los ojos cerrados entre agua y llanto sólo pude asentir con la cabeza.
-Pero que chiquilín más bobo- dijo mi padre- ¿No te das cuenta que es absolutamente normal? Mira- llevando una de mis manos hasta su pene erecto que apenas podía abarcar- ¿ves? No hay cosa más linda que el amor entre dos machos.
No podía creer lo que estaba escuchando...
-Esto es amor, mi nene. No hay pecado, sólo placer compartido. También a mí me gusta tu cuerpo firme, tú eres lo que yo era veinte años atrás, perfecto, lleno de vida, con sensibilidad. ¿A qué le temes? preguntó con una voz entrecortada por su propio llanto.
Lloramos abrazados bajo la ducha, cada uno con la pija del otro en una mano. Con la otra, mi padre me levantó la cabeza por el mentón y me besó largamente los labios como cuando era chiquito según mis recuerdos. Ante la acción removedora, entreabrí mi boca para recibir el agua caliente que la ducha escanciaba como un manto de pureza y la punta de la lengua de mi padre, dulce, experta, tibia, llena de promesas.
Me secó cuidadosamente como si aún fuera su bebé, y me condujo a su cama.
-Vamos a dormir juntos- me dijo- para recuperar el tiempo conociéndonos. Su boca me recorría cada centímetro de piel, murmurando apenas para no perturbar más mi confusión. Sus manos me acariciaban como nunca nadie lo había hecho, poniendo atención y cariño en el acto de infinito placer que me llevaba en el tiempo hacia atrás y hacia delante sin darme sosiego. Cuando sentí su boca besarme el sexo y engullírselo como si de eso dependiera la vida, no pude contener ni el llanto de felicidad ni la venida: me descargué todo en su garganta, dándole lo mejor de mí, devolviéndole un poco de la vida que él me había dado. Lo atraje hasta mi boca, besándolo con verdadero delirio, tanto bien me había hecho. Mi propio jugo en su saliva ahora se hacía camino hasta mi conciencia dejándome ver que nada más me importaba en la vida que tenerlo cerca. Me deslicé con presteza, deshaciéndome de su abrazo y lo voltée, para ponerme aquella pija que tanto me había perturbado en mi boca. Quería tragármela toda, no me importaba el ahogo, su frotamiento en la garganta, su golpetear contra mis mejillas que le daban asilo abriéndose más y más para tratar en vano de contenerla. Quería tenerla para mí, en la boca, en el culo, que con ella me acariciara todo, que me entregase hasta la última gota de sus huevos hasta el último día de su vida. Recuperar el tiempo, ser de mi padre y él de mi, inseparables. Amigos, compinches, amantes...Cuando tuve la intuición que iba a acabar, me fui al baño por la pastlla de jabón, me puse abundante espuma en el culo y me senté encima de su verga sin pensar en el dolor ni un solo instante. Mientras se deslizaba urgida por el jabón y mi deseo, rompiéndome todo centímetro a centímetro, cuando la tuve toda adentro como un trofeo de victoria y comencé a cabalgarla con indescriptible júbilo, poniéndomela y sacándomela a mi sabor en salvaje paroxismo, sentí el suspiro satisfecho de mi padre, listo para explotar quemándome mis intestinos...
-¿No te había dicho, chiquito? El veintitrés es un número de suerte...
Recién ahí tomé conciencia que dentro de mi culo estaban alojados los veintitrés centímetros más esperados de mi vida y eran los únicos que me importarían el resto de mi vida.
Próxima entrega: La compra.