El reencuentro (3)
Los Martínez hacen buenos negocios, para facilitar su placer. Se entregan a manos del destino, y parece que verdaderamente el destino mete mano en ellos...
El reencuentro
( Parte 3
Un buen negocio
)
Por el camino central entre las mesas del salón comedor del hotel se acercó hasta la nuestra un señor mayor, acompañado del botones. En ningún momento dudamos que se tratase del escribano Bosetti, ya que el reloj en la pared frente al ventanal marcaba las diez en punto. Y efectivamente lo era, ya que el botones lo condujo hasta nuestra mesa, acercándose con una amplia sonrisa. Nos pusimos de pie para saludarle y esto me demostró una vez más la calidad humana de mi padre que lo recibió con cordialidad y exquisita cortesía.
¿Escribano Bosetti? Un placer, Antonio Martínez. Permítame presentarle a mi hijo Andrés, mi socio- declaró dejándome atónito.
El placer es mío, señor Martínez; señor Andrés, mucho gusto. Por favor, estén cómodos- repuso el escribano sentándose en la silla que mi padre le acercara -¿Han tenido oportunidad de ver los papeles que trajo Alicia?
Si, les hemos dado un vistazo a vuelo de pájaro y le confieso que estamos muy entusiasmados. También estuvimos dando un recorrido no oficial y claro, nos estamos alojando acá, de modo que podemos comenzar a hablar de negocios.
Mi padre llevaba adelante el proyecto con una soltura que nunca se me hubiese cruzado por la cabeza; era obviamente un hombre de negocios acostumbrado a las cosas directas y rápidas. Bueno, recién lo conocía realmente e iba descubriendo sus múltiples facetas, como si se tratase de un diamante. Y lo era para mí, porque cada minuto que pasaba a su lado era de un valor incalculable en razón de todo lo que aprendía de él.
-Como ha podido ver, tengo el poder que me autoriza a enajenar el bien al llegar al acuerdo económico; y créame que esta propiedad está en un precio muy por debajo del real: sus dueños residen en Buenos Aires y acaban de sufrir una pérdida muy grande por lo que desean liquidar todas sus cosas en Uruguay- manifestó Bosetti bajando la voz hasta hacerla casi un susurro- son gente vinculada al anterior gobierno...
-Comprendo- dijo mi padre en el mismo tono conspirador- y aunque lo sienta mucho por ellos, creo que me alegro por mi hijo y por mí. ¿Y de cuánto se trata, escribano?
El anciano soltó una cifra que a mí me hizo vacilar por el miedo a que mi padre no pudiese acercarse. Pero yo no tenía ni la menor idea de su poder adquisitivo, él se manejaba de un modo sencillo pero como un gran señor, con el aplomo que da un buen pasar. Pero para un rioplatense la cifra puesta sobre la mesa resultaba un tanto inalcanzable.
- Mire, escribano- dijo mi padre con su más encantadora sonrisa y ese aire seductor que yo había empezado a conocer y temer a la vez- coincidamos que no está regalando la propiedad. Un hotel en medio de la nada que hoy, sábado de un fin de semana largo, tiene diecisiete pasajeros y sobran treinta habitaciones. Muchos de los aparatos de aire acondicionado están obsoletos, el mobiliario necesita urgente recambio, la tapicería lo mismo, la cocina no funciona con passants que es lo que daría trabajo a gente de la zona...En la parte de atrás donde está la caldera que es de la época de mi abuela hay una pared que está muy encaladita pero se viene abajo.
Yo no cesaba de sorprenderme. Mientras hacíamos la recorrida antes de la llegada del escribano no parecía que algo acaparara su atención, en ningún momento hizo algún comentario como lo que estaba exponiendo, parecía no notar esos detalles que ahora arrojaba sobre la mesa de negociación con tanta solvencia como si toda su vida hubiese sido hotelero.
Veo que es usted un hombre muy observador, señor Martínez- sonrió el viejo escribano- tiene razón, la propiedad requiere algunas refacciones y queda claro que usted sabe mucho más que yo de este negocio de hotelería. Como le dije antes, tengo la autoridad suficiente para concertar un arreglo que sea beneficioso para ambas partes.
Me alegra que me entienda, escribano- sonrió mi padre para relajar la tensión que él mismo había provocado- tiene razón, entiendo este negocio muy bien y se necesita una suma equivalente a casi la mitad de su cifra inicial para tomar las providencias capaces de hacer que este lugar se convierta en un foco de atracción para el turismo interno y externo. Si usted acepta esa oferta que le hago, ya mismo le extiendo un cheque al portador contra el Banco de la Nación, pues tengo mi cuenta corriente en Buenos Aires. No obstante, por su amabilidad y buenos servicios, estoy dispuesto a no requerir la asesoría de otro escribano de modo que usted pueda tomar su comisión de ambas partes.
Casi pego un salto. Mi padre me miró rápidamente, guiñó un ojo como diciendo: "Tranquilo, chiquito. Esta gallina está en la jaula" y me dijo:
- ¿Qué te parece, Andrés? ¿Cerramos el trato?
-Claro, si es así no tengo nada que objetar. Pero recuerda que hay que hacer también una reforma en los baños de las habitaciones, los ducheros son demasiado estrechos.
Mi padre me echó una mirada entre divertida y seria.
-Sí, no lo había tenido en cuenta. Escribano, Andrés tiene razón: los baños necesitan un retoque urgente. Esta mañana, medio dormido, me golpée con el grifo mientras me duchaba dada la estrechez del duchero. Aún me duele la cintura del golpe.
Bien, ajustaremos el precio un tanto más entonces, tomando en cuenta ese detalle y lamentando se vaya del lugar con un moretón- replicó el escribano que seguramente llevaba una muy buena tajada por la venta.
-De todos modos, no crea, nos vamos de aquí contentos en general- respondió mi padre- y con la sensación que vamos a poder hacer mucho para dar realce a la región, ofrecer trabajo a la gente del pueblo y hacer del hotel nuestra futura residencia. Tenemos el proyecto de instalarnos aquí para hacer la reforma y luego para vivir todo el año.
Mi pensamiento corría con la fuerza de un tren japonés. Mi padre estaba decidido a convertir este lugar en un pingüe negocio, a establecernos juntos en una vida en común y me tomaba en cuenta definitivamente.
¿Nos encontramos mañana para almorzar y hacerlo oficial entonces?- sugirió mi padre al escribano- Aquí están las referencias que necesita para adelantar los trámites de compraventa, los comprobantes de mi cuenta en Buenos Aires, una fotocopia autenticada de mi pasaporte y la de la cédula de identidad de Andrés.
-Perfecto, señor Martínez- asintió Bosetti- Ojalá me tocara antes de jubilarme hacer siempre negocios con gente como ustedes. Hasta mañana, entonces.
Nos estrechó calurosamente la mano a ambos y se retiró con un aire más juvenil del que traía a su llegada.
-Bueno, nosotros debiéramos almorzar porque ya casi es mediodía- señaló mi padre- aunque no tengo ganas de manejar hasta el pueblo a buscar un restaurante. ¿Qué te parece unos sandwiches de los que preparó la abuela y después una buena siesta?
-Seguro, papi- dije en seguida- un sandwichito y una cola para la siesta...
-Que sean dos colas, pues- me guiñó un ojo- tú escoges la que va primero.
-¿Pero estás seguro que no tendrás molestias con el moretón?- pregunté riendo, recordando el comentario hecho al escribano.
-No, para nada- rió te puedo asegurar que ese moretón va a correrse de lugar si le prestas toda tu atención y cariño...
continuará