El reencuentro, 20 años después (8)
Espero no decepcionarlos con la continuación
¿Qué podía decir? ¿Qué aquél beso me hizo sentir algo que no creí que sintiera? ¿Qué deseaba volver a sentir tus labios tiernos y mi cuerpo vibrar? ¿Qué estaba muerta de miedo? Ahora no sólo era una lesbiana, sino una lesbiana vieja con una jovencita. No, no podría con eso. Si no pude defender mi amor con Rosalba, menos podría defender el tuyo y además la diferencia de edades… era demasiado para mi. Pero ¿cómo rechazarte sin herirte? ¿Sin tener que salir otra vez de tu vida?
-Alicia, dime que no me amas –Tomaste mi barbilla y me miraste directamente a los ojos.
-Te quiero mucho Lía.
-Querer no es amar.
-No, no lo es –me solté y bajé la vista.
-Tu boca, tu cuerpo, tus ojos me dicen otra cosa.
Volviste a besarme tiernamente, pensé no corresponder; pero tenías razón, mi boca y mi cuerpo me traicionaban. Pedían más, mi boca exigía con urgencia más intimidad, el beso se hizo más profundo, mordí tus labios y jugué con tu lengua, te dejaste hacer ahora era yo quien llevaba la batuta. Te levanté sin dejar de besarte y te senté en mis piernas, te acomodaste a horcajadas y pasaste tus brazos alrededor de mi cuello y yo los míos de tu cintura y te apreté a mí. Bajaste tus manos por mi espalda y metiste las manos debajo de la camiseta, tuve que soltar tus labios y suspiré; metí mis manos bajo tu blusa y recorrí tu espalda ¡no llevabas sostén! Abrí los ojos y miré tu rostro, lo vi hermoso como nunca, radiante de felicidad y deseo….
-¡No puede ser! -Me levanté bruscamente y casi te tiro. Estabas decepcionada, casi a punto de llorar pero no dijiste nada, solo me mirabas- No puede ser Lía.
Cruzaste los brazos: -No te preocupes, entiendo.
-¿Entiendes?
-Entiendo, tienes miedo.
-…
-Ven, vamos a la sala –hiciste el intento de tomar mi mano, disimuladamente tomé mi taza de café para no tener que tocarte nuevamente –Siéntate.
-Lía, no hay más que hablar.
-Quizá tu no tienes que decir, pero yo sí.
-Nada me hará cambiar de opinión.
-Pero no has dicho que no me amas –intenté decir algo- y no te dejaré mentir así que escúchame. Te amo Alicia, y en parte tienes razón: amo a la jovencita que me hizo entrar a la escuela y gozar ir cada día durante seis años, amo a la mujer que me llevó a la playa y me dejó dormir abrazada a su cuerpo, amo a la mujer de mis fantasías, amo a la mujer que ha ocupado mis sueños, amo a la mujer que compartió su vida con Rosalba y la cuidó sus últimos días, amo a la mujer que dejó atrás todo para empezar de nuevo, amo a la mujer que me besó apasionadamente, amo a la mujer que tengo enfrente temblando de miedo, y eso ni tú podrás evitarlo. Cuando era niña pensaba que era hermoso ser tu consentida y me llenaras de mimos, cuánta vanidad me daba que dijeran que era tu hija; después empezó a molestarme ¿Recuerdas lo mal que empecé a ir en la escuela cuándo ya no fuiste mi maestra? Todo con tal de estar más tiempo contigo; sacar diplomas, enfermarme, odiar a Eduardo y cualquier otro que se te acercara, hacer mil cosas para que estuvieras al pendiente de mí. No poder entender esa necesidad de estar contigo, de tocarte, de que me tocaras; crecer imaginando lo que podría ser si tú me amaras como yo, querer decirte “Te amo” y tú estar quien sabe dónde, tener que tragármelo por tantos años… (Respirabas agitada)
- Y ahora estás aquí, queriendo negar lo que cada poro de tu cuerpo transpira, ¿por qué? Mereces ser feliz Alicia, no importa lo que te hayan dicho en la vida, lo mereces, y yo quiero ser parte de esa felicidad.
-No puede ser.
-Dime que no me amas.
-…
-Sólo dímelo.
-No puede ser.
-¡¿Por qué no?!
-Lía, soy una lesbiana.
-¡Amén! -Contestaste intentando bromear, pero mis ojos te dijeron que hablaba en serio y callaste.
-Sé quien soy, sé lo que siento. Nunca pensé en ti de forma romántica, me daba ternura tu apego hacia mí, el que quisieras cuidarme. Sentí mucho dolor por la forma que tuvimos que separarnos, aunque sabía que en algún momento tendría que ser, harías tu vida y mi figura iría perdiendo importancia.
-No es así –interrumpiste.
-Te has preguntado ¿qué tanto es real y qué tanto es por el modo de la separación?
-¿Intentas darme terapia psicológica? Te advierto que fui durante años y no logró cambiar nada. Y si intentas decir que todo está en mi imaginación, la equivocada eres tú. Te amo por que quiero hacerlo.
-Lía, soy solo una imagen para ti.
-Entonces déjame reconocerte y conóceme tú a mí.
-Ya no estoy para esos juegos.
-¿Juegos?
-Estoy a punto de cumplir cuarenta años.
-Lo sé ¿y?
-¿Y? podría…
-Sí, ya sé “ser mi madre” ¡pero no lo eres! Es un pretexto ¿a qué le tienes miedo? ¿a que una vez que logre lo que tanto tiempo quise te deje? ¿a que un día despierte y te vea vieja? ¿a que conozca a alguien más joven y te olvide? ¿al qué dirán porque somos lesbianas y nos separan casi veinte años?
-Sí.
-¿Sí?
-A todo eso y más.
-¿Y no crees que vale la pena el riesgo?
-Para ti que eres una niña tal vez…
-Y para ti que no lo eres también, que mejor que sentirse amado dure lo que dure.
-No puedo.
-Sólo dime una cosa ¿me amas?
-Es difícil ¿sabes? Eras una niña en mi recuerdo, ahora eres una mujer: hecha, quizá más madura que yo, decidida, hermosa, la seguridad con que te desenvuelve te da un atractivo especial ¿Qué si te amo? ¡claro que te amo! ¿cómo podría no hacerlo? Pero siento que me traiciono y le doy la razón a tu mamá.
-¿Qué tiene que ver mi mamá?
-Me separó de ti para evitar esto.
-No, nos separó por un prejuicio tonto, yo era una niña, pero tú lo dijiste ahora soy una mujer y ahora que se que me amas…
-Dije que te amo, no que tendré una relación amorosa contigo.
-…
-No quiero lastimarte.
-No quieres salir lastimada.
-Tampoco eso. Te lo dije hace un rato, no cambiaré de opinión. Si quieres puedo ser tu madrina, tu amiga, pero solo eso.
-No lo sé –dijiste con tristeza.
-¿Quieres que me vaya?
-Por favor, no. Quédate, puedes dormir en mi habitación. Yo me acomodo en el estudio.
-Gracias.