El reencuentro, 20 años después (7)

Perdón por la tardanza. Mil gracias por los comentarios.

Fotos en su habitación

Entramos a un departamento amplio, amueblado de forma sencilla pero con buen gusto.

-Bienvenida a mi humilde casa.

-Es un lugar muy bonito.

-Ven, te lo muestro – me tomaste de la mano para guiarme- ésta es la sala, aquí está la cocina ¿tienes hambre? ¡Qué pregunta, con la hora que es seguro que sí!

Es curioso, no había pensado en el tiempo; consulté mi reloj y vi que pasaba de la media noche.

-¡Huy, que tarde es!

-Un poco, pero no pasa nada. Puedes quedarte aquí e irte a una hora más prudente y menos peligrosa.

-Sí, tal vez sea la mejor opción.

-Ven, sigamos. Este es el comedor, el baño, el estudio y… ¡mi recámara! Pasa.

Quedé impresionada, no es que la alcoba fuera en sí especial, paro la decoración… no pude articular palabra.

-¿No te gusta mi habitación?

-Sí, no es eso.

-¿Entonces?

  • ¿Estas fotos? –todas eran fotografías donde aparecíamos ella y yo.

-Te dije que no había permitido que mi mamá las rompiera.

-Sí, pero esto… es decir ¿por qué las tienes todas así?

-¿Así?

-¡Sí!

-No te entiendo.

Mi mente iba muy rápido, pero aún se negaba a aceptar lo que toda la noche habías estado diciéndome, me senté en la cama, intenté calmarme, pero no podía.

-¿Estás bien? Te pusiste pálida, déjame te traigo algo, recuéstate.

Te dejé hacer, volviste al rato con un té. Intenté levantarme pero no me dejaste.

-Quédate así un rato, y tómate el té.

-Pero estoy mojando tu cama.

-No importa, podemos cambiarla al rato.

Te obedecí.

-Ya está, creo que es mejor que me vaya.

-¿A esta hora? ¿Así, no creo?

-¿Así? Tuve miedo que descubrieras que lo sabía.

-Sí, toda mojada. Ven, te llevo a bañarte.

-¡Pero si no traigo ropa! –empecé a sentir pánico.

-No te preocupes, te presto algo.

-No creo que me quede tu ropa.

-Tú confía en mí.

Otra vez obedecí, empezaba a preocuparme mi actitud tan sumisa hacia ti.

-Aquí está el agua caliente, el shampoo, y todo lo que necesitas. Voy a buscarte algo de ropa y te la traigo.

-Gracias.

-No es nada – me guiñaste un ojo y saliste.

Me deshice rápidamente de la ropa y entré a la ducha, tenía miedo que regresaras y me encontraras desnuda. Estaba muy preocupada, ¿en qué momento sucedió? ¿por qué? ¿¿¿¿cómo no me di cuenta???? Muchas cosas empezaban a tener sentido, pero… ¡sí eras una niña! No, no puede ser. Entraste y mis pensamientos se interrumpieron.

-¿Todo bien?

-Sí, gracias.

-¿Quieres que te acompañe?

-¡No! no es necesario.

-Ok, voy a preparar algo.

Con razón te caía mal Eduardo, por eso no te despegabas de mí. ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo que qué voy a hacer? ¡nada! Voy a salir y seguir como siempre, solo eres una niña y no sabes lo que dices, sólo es un recuerdo al que quieres aferrarte. Salí, tenía ya muy claro todo.

-¿Tienes hambre?

-Un poco, sí.

-Espero que te guste.

-Claro, gracias.

Comimos en silencio, no me atreví a decir nada, tenía la cabeza agachada.

-Estás muy pensativa ¿qué tienes?

-Nada, es el cansancio.

-¿Quieres ir a dormir? Pensé que podríamos platicar otro rato.

-¿De qué? Ya todo está claro.

-No todo.

-¿No?

-No, falta saber que pasará de ahora en adelante.

-…

-¿Quieres que sigamos como si nada hubiera sucedido o, que hagamos de cuenta que este encuentro nunca sucedió?- había temor en tus palabras, pero esperanza en tus ojos.

-…

-¿Por qué callas?

-No sé que decir. No quiero que estemos lejos –sonreíste- Pero ¿tus papás?

-¿Qué con ellos?

-Si se enteran…

-¿Qué pasa?

-Recuerda lo que sucedió…

-Ya no soy más una niña, no pueden decirme a quien ver o no, no pueden controlar mis sentimientos, nunca han podido a pesar de sus esfuerzos, no pienso esconderme o dejar que tú lo hagas ¡por Dios tengo veinticinco años! ¡No soy una niña! ¡Deja de pensar que lo soy!

-Es cierto.

-Si lo aceptan, perfecto y si no… peor para ellos.

-No quiero que estés en ese dilema.

-No hay conflicto, no para mí. ¿Tú lo tienes? Lo que siento por ti es lo suficientemente fuerte, mírame después de tanto tiempo, y espero que lo que lo que sientes por mi lo sea.

-¿Y qué crees que siento por ti?

-Esto –te acercaste y me besaste dulcemente, cerré los ojos y me dejé llevar, nunca me habían besado así. Mi cuerpo flotaba, mi estómago cosquilleaba, te abracé, te correspondí. Dejé que tu lengua invadiera mi boca, la mía fue a su encuentro y danzaron al unísono, estrechaste más el abrazo. Sentí un sabor salado en los labios, abrí los ojos y vi los tuyos, estaban cerrados y llenos de lágrimas. Te tomé los hombros y te separé.

-Lía, esto no puede ser –traté que no me temblara la voz. Piénsalo, soy casi tu madre. Tú estás enamorada de la imagen que tienes de aquella muchachita que yo era, no de la mujer madura que ahora soy. Son casi veinte años, ambas hemos cambiado.

-No eres mi madre, quizá cuando era muy niña yo creía que así te veía. Pero he crecido y sé que no es así ¿crees que no soy consciente de tu edad? Sé que has cambiado, pero no en esencia,  al hablar contigo me lo has demostrado. Te amo y sé que lo seguiré haciendo.

-No creo poder con esto.

-¿Con qué?

-¡Con todo esto!

-¿Con qué? ¿Con mi amor? Dime que no me amas y no insisto.

-…

Tomaste mi cara entre tus manos, pegaste tu frente a la mía y repetiste.

-Sólo dime que no me amas, y aunque duela, te dejare ir.

-No puedo volver a herirte.

-No quiero lástima, quiero la verdad. No voy a llevar tu amor como lastre en mi vida, he dicho lo que siento y no me arrepiento, y si tú no sientes lo mismo continuaré con mi vida. Sólo pido la verdad.