El reencuentro, 20 años después (6)

Camino al departamento

Había dejado de llover hacía un rato, estábamos caladas hasta los huesos, pero ninguna había querido romper el abrazo.

-Es mejor que busque otra forma de salir de aquí-te dije- ya es muy tarde y no conozco muy bien esta ciudad. Dame tu teléfono y te llamo para vernos.

-No creas que ahora que te encontré te voy a dejar ir tan fácil –replicaste. Estás toda mojada y te puede hacer daño, vamos a mi casa que está cerca, te das un baño y te cambias de ropa.

-No creo que sea necesario…

-Tal vez no, pero vamos a hacerlo de cualquier manera.

Tú forma tan decidida de decirlo no dio lugar a más réplicas de mi parte, y como niña buena te seguí.

-¿Qué pasó con Rosalba? –volviste a preguntar.

-Vivimos juntas bastante tiempo, nos llevábamos muy bien. Claro, siempre con el miedo de que nos “descubrieran”, acordamos  no demostrar en público lo que sentíamos por el miedo al qué dirán, a perder el trabajo y los amigos. Sin embargo esa situación desgastó la relación poco a poco, siempre hacían comentarios de que lleváramos viviendo juntas  tanto tiempo, que si no nos conocían novios, en fin que por todo eso y nuestra falta de valentía terminamos por separarnos.

-¿Cuánto tiempo es bastante?

-Once años

-¿Y tan fácil fue decir “aquí terminó, mucho gusto”?

-No, no fue fácil; pero tampoco lo era ya estar juntas. Peleábamos mucho por cosas sin sentido. La gota que derramó el vaso fue en una fiesta, los amigos decidieron que invitarían a dos amigos para que todos fuéramos en parejas y nadie se quedara solo y no nos lo dijeron hasta que ya estábamos ahí, en un principio Rosalba se negó a que nos acompañaran, sin embargo yo dije que era buena idea, así que terminamos por aceptar, había que disimular. Resultaron muy simpáticos, estuvimos bailando buena parte de la fiesta, sin embargo cuando llegó el turno de tocar baladas me disculpé y fui a sentarme. Rosalba no lo hizo, bailaba muy pegada y sonreía mientras su pareja le hablaba al oído. Yo la veía entre confusa y molesta. Cuando por fin se sentaron le pedí que me acompañara al sanitario.

-¿Por qué haces eso? –le pregunté.

-Dijiste que había que disimular ¿no?

-Creo que mejor nos vamos.

-Yo me quedó, ¿qué van a pensar si nos vamos juntas?

Y salió del baño tan enojada como yo me quedé. Después de un rato me disculpé con todos y les dije que me retiraba porque no me sentía bien, ¿Te vas sola? Me preguntaron ¿No se va Rosalba contigo? Les dije que no era para tanto y me fui. Ya en la casa, más tarde cuando llegó, la acosé a preguntas, sabía que estaba actuando mal pero no podía detenerme. Ella igual que yo estalló y me reclamó que después de tantos años quisiera yo seguir cubriendo las apariencias, “como si no todo el mundo supiera lo nuestro ya”, que no tenía sentido estar con una persona que no tuviera el coraje para defender sus convicciones. En fin, hasta ahí llegó nuestra relación.

-¿Y no volviste a saber de ella? –preguntaste.

Las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos.

-Sí, hace una semana la enterramos.

-¿Qué pasó?

-Tenía un cáncer terminal.

-¿Y tú lo sabías?

-No cuando terminamos, después de aquella escena nos vimos muy pocas veces en reuniones con amigos comunes (que no eran pocos). Sin embargo pudimos hablar y arreglar las diferencias, aunque no volvimos a tener una relación más allá de la amistad. Hace seis meses, me llamó por teléfono y me pidió que nos reuniéramos, ya no solíamos hacerlo por lo que me extrañó mucho pero accedí. Cuando nos vimos me contó de su enfermedad y cómo había tratado de sobrellevarla ella sola, pero en ese momento ya no tenía la fuerza suficiente para hacerlo y quería pedirme ayuda, sentí un nudo en el estómago y le dije que por supuesto, que contara conmigo. Primero la acompañaba a sus consultas, pero el último mes… prácticamente vivía en su casa, fue un cáncer muy agresivo y ni la quimioterapia ni radioterapia lograron frenarlo. Tuve que avisar a su familia. Todo pasó muy rápido, los días en el hospital, el velorio, el sepelio. Lo recuerdo y es como… si yo no hubiera estado ahí.

-Después decidí renunciar a mi trabajo y cambiar de ciudad.

-Y llegaste precisamente aquí.

-Así es.

-A esta colonia.

-Sí. Ahora cuéntame tú que has hecho estos años.

-Pues terminé la escuela y en cuanto pude me salí de mi casa. No creas que estoy peleada con mis papás, aunque a mi mamá sí le costó mucho trabajo entender que quisiera ir a vivir sola. Ella soñaba que cuando saliera de su casa fuera vestida de blanco y rumbo al altar.

-¿Y no te has casado?

-No.

-Haces bien, aún eres joven.

-Bueno, al principio vivía cerca de ellos y tenía un trabajo en el que no me iba nada mal. Tenía un novio con el que ya llevaba algún tiempo, pero no pensaba en serio con él. Era más bien para que mi mamá no se preocupara y me dejara respirar tranquila. Pero uno de esos días al hombre se le ocurre ir a pedir mi mano sin consultarlo antes conmigo, mi mamá estaba radiante, mi papá y mi hermano estaban sorprendidos, yo molesta. Ese mismo día terminé con él.

-¿Y por qué no conseguiste un novio que si te gustara?

-Porque mi corazón estaba en otro lugar.

No entendía lo que querías decir, o tal vez sí, pero el miedo podía más.

-Continúa.

-Después de eso dejé de andarme con tonterías y ya no tuve novio. Me dediqué a mi trabajo y a salir con mis amigos. Mi mamá insistía en que no estaba bien, pero finalmente ya no era hija de familia y no podía hacer nada. Muchas veces pensé en buscarte, pero en la escuela ya no había nadie de esa época que pudiera darme alguna pista, de Rosalba no supe más que el nombre, cuando le sacaba el tema a mi mamá respondía con evasivas; en fin que hice como que te me olvidabas. En el lugar donde trabajaba se desocupó una vacante en esta ciudad y la tomé. Sobra decir que mi mamá lloró y rogó que no me viniera, que cómo iba a vivir yo acá sola y siendo mujer. Y ya ves, aquí estoy.

-¿Cuánto hace de eso?

-Casi cinco años, aquí por fin pude respirar libre, sin que mi mamá estuviera tras de mi. Aquí tuve mi primera novia.

Me detuve en seco, acaso habías dicho “mi primera novia”

-¿Cómo?

-Lo que oíste, mi madre me alejó de ti pensando que me contagiarías, pero la verdad es que cuando dejé de verte yo ya sabía lo que quería.

-Cuéntame.

-No hay mucho que contar, la conocí en una fiesta que dio la empresa. Iba acompañando a su hermano y cuñada, nos caímos bien, intercambiamos teléfonos y comenzamos a llamarnos. Después de salir juntas un tiempo decidí declararme, total no perdía nada; la sorpresa es que me dijo que sí. Fue un cariño muy tierno, estuvimos juntas un año y medio pero no funcionó.

-¿Qué pasó?

-Le dije que estaba enamorada de otra, y aunque quizá ella no lo sabría; quería ser sincera. Ya llegamos.

Estábamos frente a un edificio de mediana altura.