El reencuentro, 20 años después
Relato en varias partes
El reencuentro, 20 años después
Lugar oscuro por la tarde-noche. Era un sitio desconocido, el azar o la casualidad me llevaron hasta allí. La realidad es que iba en busca de una persona que me dijeron podía recomendarme para un trabajo. Se hacía tarde y no lograba dar con la calle, ninguna tenía nombre y los pocos transeúntes que encontré a mi paso me pedían alguna referencia para poder ubicarla. Empezaba a oscurecer y decidí intentarlo por última vez antes de la noche cayera y no fuera capaz de salir de ahí.
Hacía poco me había mudado a esa ciudad, deseaba escapar de la vida que hasta entonces había llevado, y para ello era necesario cambiar por completo mi ambiente, dejar atrás todo y a todos…
Vi de espaldas a una mujer, no quedaba nadie más en la calle y corrí tras ella pues caminaba a paso rápido, por un momento temí que no la alcanzaría; toqué su hombro pues me encontraba sin aliento, al voltear vi un rostro joven que me resultó vagamente familiar. No podía hablar, así que me tomé un tiempo para recuperarme, creí leer en sus ojos un tanto de hostilidad, aunque el resto de su cara no expresaba emoción alguna. Cuando pude explicarme me dijo que sí conocía la calle y que me acompañaría para evitar que me perdiera. El lugar no estaba lejos de ahí, caminamos en silencio, la notaba tan concentrada en sus pensamientos que no me atreví a interrumpirlos.
-Aquí es –dijo, y tocó el timbre.
-Muchas gracias, creo que ya te entretuve demasiado.
-No sé si te diste cuenta, pero no hay luces encendidas y temo que no se encuentra nadie.
Miré de forma alternada la casa y a la chica, entonces me dijo:
-¿Tienes el número para localizar a quién vienes a buscar?
-No, no me lo dieron ni se me ocurrió pedirlo.
Con un poco de fastidio dijo “bueno, pues… parece que tendrás que volver otro día”. Se dio la media vuelta para irse.
-Oye, perdón pero no tengo ni idea de cómo salir de aquí.
Me miró con cara de incomodidad, suspiró con resignación y dijo “sígueme”.
Caminamos unas cuantas calles y me sentí realmente apenada, no sabía que decir. Fue ella quien rompió el silencio:
-Te llevo al sitio de taxis, con la hora que es dudo que pase pronto el colectivo.
-Está bien, gracias.
Llegamos al lugar, estaba vacío.
-Muchas gracias, no sé que hubiera hecho sin tu ayuda, no quiero entretenerte más seguro que estás cansada. Tendí mi mano para agradecer y me respondió que esperaría a que llegara una unidad, así no me quedaría sola.
Nos sentamos en una banca para los clientes.