El reencuentro, 20 años después
Va corregido. Con dedicatoria especial para la pequeña Aleliel
El reencuentro, lugar oscuro por la tarde-noche
Era un sitio desconocido, el azar, la casualidad o el destino me llevaron hasta allí. La realidad es que iba en busca de una persona que me dijeron podía recomendarme para un trabajo. Se hacía tarde y no lograba dar con la calle, ninguna tenía nombre y los pocos transeúntes que encontré a mi paso me pedían alguna referencia para poder ubicarla. Empezaba a oscurecer y decidí intentarlo por última vez antes que la noche cayera y no fuera capaz de salir de ahí.
Hacía poco me había mudado a esa ciudad, deseaba dejar atrás mi vida pasada, y para ello era necesario cambiar por completo mi ambiente, olvidarme de todo y todos…
Vi de espaldas a una mujer, no quedaba nadie más en la calle y corrí tras ella pues caminaba a paso rápido, por un momento temí que no la alcanzaría; toqué su hombro pues me encontraba sin aliento, al voltear vi un rostro joven que me resultó vagamente familiar. No podía hablar, así que me tomé un tiempo para recuperarme, creí leer en sus ojos algo entre sorpresa y hostilidad, aunque el resto de su cara no expresaba emoción alguna. Cuando pude explicarme me dijo que sí conocía la calle y trató de explicarme como llegar, entendí a medias su explicación y probablemente mi rostro lo reflejó pues dijo que me acompañaría para evitar que me perdiera. El lugar no estaba lejos de ahí, caminamos en silencio, la notaba tan concentrada en sus pensamientos que no me atreví a interrumpirlos.
-Aquí es –dijo, y tocó el timbre.
-Muchas gracias.
-No sé si te diste cuenta, pero no hay luces encendidas y temo que no se encuentra nadie.
Miré de forma alternada la casa y a la chica, me sentía confusa, entonces dijo:
-¿Tienes el telefóno para localizar a quién vienes a buscar?
-Lo anoté pero no lo traigo.
Con un poco de fastidio dijo “bueno, pues… parece que tendrás que volver otro día”. Se dio la media vuelta para irse.
-Oiga, perdón pero no tengo ni idea de cómo salir de aquí.
Me miró con cara de incomodidad, suspiró con resignación y dijo “sígueme”.
Caminamos unas cuantas calles y me sentí realmente apenada, no sabía que decir. Fue ella quien rompió el silencio:
-Te llevo al sitio de taxis, con la hora que es dudo que pase pronto el colectivo.
-Está bien, gracias.
Llegamos al lugar, estaba vacío.
-Muchas gracias, no sé que hubiera hecho sin su ayuda.
No se movió de donde estaba.
–No quiero entretenerla ya hizo mucho por mi. Tendí mi mano para agradecer, se la quedó mirando y sin tomarla respondió que esperaría a que llegara una unidad, así no me quedaría sola.
Nos sentamos en una banca para los clientes.
El sitio de taxis- recuerdos
Yo la miraba de reojo, ella estaba ensimismada y no me atrevía a distraerla, sin cambiar de expresión dijo:
-Te conozco.
Ni siquiera lo pensé y con una sonrisa mal disimulada contesté:
-¿Sí? Yo creo que me confunde, hace menos de un mes que llegué a vivir a esta ciudad y antes nunca estuve aquí.
Hizo una mueca de disgusto.
-Piensa… –dijo entre dientes y un poco impaciente
La observé por un momento y empecé a reflexionar en voz alta.
-Compañera de escuela… no, es demasiado joven; de trabajo tampoco por la misma razón (saqué unos lentes de mi bolsa me los puse y me volví para verla) ¿podría darme alguna pista? –Ahora sí su cara era de franca diversión, incluso su boca dibujaba una sonrisa.
-Nos conocimos cuando no usabas lentes.
-¿Me puede decir algo más?
-Fue hace diecinueve años
-¿En serio? Seguro que entonces era una niña ¡Si aún lo es!
Volvió a ponerse seria.
-¿Dije algo malo?
-¿De verdad no te acuerdas? Yo he pasado todo este tiempo pensando en ti.
Me dio un escalofrío, pensé “esta chica me está tomando el pelo ¿en qué me metí?” la observé realmente concentrada. Esos ojitos me hablaban, no lograba entender lo que me decían pero sabía que me estaban diciendo algo.
-¿Puede darme más referencias? no logro imaginar dónde pude conocerla; calculo que cuando mucho tendrá treinta años.
-25 para ser precisos... ¿Puedes tutearme? Me haces sentir realmente incómoda.
-Lo siento... Entonces… ¿habrá tenido... 6 años cuándo nos conocimos? –Vi un breve destello en sus ojos– ¿Fuiste mi alumna el primer año que trabajé? ¡No!
-Sí, ¿sabes quién soy? ¿Recuerdas mi nombre? –Me dijo, y creí escuchar entusiasmo en su voz.
-Dame un minuto, a mi edad ya no es tan fácil... –se rió cuando dije esto–
-Cuarenta años tampoco es tanto.
La miré con detenimiento, cabello oscuro y lacio, cara terminada en un mentón un tanto cuadrado, fuerte, frente mediana rematada en una nariz pequeña aunque aguileña, ojos rasgados con pestañas medianas, boca mediana y de labios finos. Pero sobre todo, los ojos… no podía ser, la vida me estaba jugando una mala pasada. Yo estaba intentando huir y me topaba de frente con el pasado.
-Eres... ¡¿la chillona?!
Hizo una mueca de disgusto y dijo: ¿Así que no recuerdas mi nombre?
-Claro que sí Lía. ¡Tú nombre es Lía! -Dije con el orgullo de quien ha aprobado un examen difícil.
El comienzo
–Sí, ese es mi nombre, después de todo no te has olvidado de mí -y creí percibir tristeza en su voz.
Me entusismé de haberla encontrado.
-Pero cuéntame que ha sido de tu vida, ¿qué haces viviendo aquí? ¿A qué te dedicas? ¿Dónde está tu familia?
-Demasiadas preguntas para alguien que desapareció de mi vida hace tanto tiempo y jamás hizo por comunicarse ¿no crees? –dijo con amargura.
No pude mirarla.
-Tienes razón no tengo derecho de preguntar nada.
Bajé mi rostro y ambas permanecimos lado a lado sin pronunciar palabra, yo estaba sumida en mis recuerdos, conteniendo las lágrimas e intentando deshacer el nudo que se había formado en mi garganta, hasta que ella rompió el silencio, dijo que era tarde y tenía que marcharse, que esperara y seguro llegaría un auto en cualquier momento. Asentí con la cabeza y le di las gracias, no se movió por un rato hasta que volvió a hablar intentando contener un grito:
-¡Pensé que darías una explicación! -y se levantó de forma brusca. Creí que se había marchado y me levanté para caminar, sabía porque se sentía tan herida conmigo, pero también que ya no podía hacer nada para cambiarlo. Al levantar la cara la tenía frente a mi, sus ojos penetraron los míos, su mirada hablaba de mucho dolor, me tomó por los hombros, pegó su frente a la mía y rompió a llorar.
-¡Eres tan injusta y tan fría! –Dijo mirándome con furia- Tantos años y ni una sola llamada, ni una carta contestada, ni una dirección donde buscarte, dijiste que me querías. Tonta de mi al creerte, solo fui una más entre tantos niños.
Estaba desconcertada, después de todo ese tiempo… ella no sabía lo que había ocurrido. Por un momento creí que me golpearía, pero en vez de eso me abrazó y yo sentí estremecerme.
-Lía mírame -su cabeza se había recorrido hasta quedar oculta en mi cuello, ya se había tranquilizado pero no soltaba el abrazo. Claro que me acuerdo de ti –una sonrisa escapó de mi boca y sólo entonces me soltó, volvimos a sentarnos.
–¿Cómo olvidarme de aquella chiquilla de vestidito bordado y dos coletas que lloraba y lloraba a la entrada de la escuela? Era mi primer día de trabajo. Al llegar, vi que tu madre intentaba hacerte entrar, otras maestras te prometían dulces si entrabas y dejabas de llorar; en vano, ni soltabas a tu mamá ni dejabas de llorar. Sentí mucha ternura y me acerqué:
-Hola ¿cómo te llamas? —Levantaste tu carita hacia mí y dijiste con una vocecita:
-Lía.
-Yo soy Alicia, ¿quieres entrar a jugar conmigo y otros niños un ratito? -Dejaste de llorar.
-¿Puede venir mi mami?
-Creo que por hoy no, pero otro día la podemos invitar también -Volteaste a verla y ella asintió con la cabeza, se agachó y te besó. Soltaste su mano y tomaste la mía.
-¿Tienes juguetes Alicia?
-No, pero podemos conseguir.
Fui a la dirección a presentarme, te pedí que me esperaras afuera. Estuviste con la carita pegada al vidrio todo el rato, vigilando lo que ocurría. Me asignaron a primer grado, pero tú no estabas en la lista de mi grupo y vuelta a llorar nuevamente cuando traté de dejarte en tu grupo. La maestra, una mujer de edad avanzada y poca paciencia, dijo que era mejor que te llevara conmigo.
Me observabas muy fijamente:
-No pensé que te acordaras tan bien, hasta de la ropa y el peinado.
-Pues ya ves que sí.
Mientras hablaba miraba sus manos que jugaban en el regazo.
-Después nunca te soltaba, en broma los maestros decían que era tu hija y hasta lograron encontrarnos parecido. Tú sólo te reías y me abrazabas… y yo era la niña más feliz del mundo. Vivía preocupada por mis labores en la escuela, siempre me presentaba voluntaria para cualquier actividad con tal que estuvieras pendiente de mi. En segundo volviste a ser mi maestra, para entonces mis papás y tú llevaban una relación cercana, me gustaba que fueras a comer a mi casa, tenerte para mi sola durante unas horas, mi mamá me regañaba y decía que no fuera tan pegajosa pues me montaba en tus piernas y me la pasaba acariciando tu cabello y mirandote embobada. En tercer año me asignaron a un maestro, el profesor Eduardo, joven y todos decían que muy simpático.
-Nunca entendí porque te caía tan mal, él se desvivía contigo.
-Por que andaba tras de ti –dijiste con coraje mal disimulado.
No pude evitar una carcajada, como cuando te pillan en una travesura.
–Sólo éramos amigos, cuando almorzaba con nosotros era a ti a quién le ponía más atención, te bromeaba, te platicaba anécdotas, todo para que sonrieras, y tú siempre lo mirabas con el ceño fruncido y apenas si le respondías. Te sentabas pegada a mi y me abrazabas como si tu vida dependiera de ello.
-El tipo pensó que si lograba caerme bien te conquistaría, por eso me caía más gordo, esperaba que yo fuera su cómplice, pero se equivocó. Yo sólo te quería para mí –esto último lo dijiste casi en un susurro y yo preferí obviar el comentario.
–Lo que no entiendo es por qué si te caía tan mal lo aguantabas, por qué no te ibas a jugar con los demás niños.
–¿Y darle la oportunidad de quedarse contigo a solas? bastante tenía yo con ver que a la salida se iban juntos. Mi madre tenía casi que arrastrarme a la casa.
–Nunca hubo nada más que una amistad.
Levantaste el rostro, me miraste a los ojos buscando algo yo vi los tuyos y en ellos descubrí el mismo brillo que tenían en la infancia, me acerqué a ti y besé tu frente (como tantas veces lo hice) y al retirarme exhalé un suspiro, no dejabas de observarme, te acercaste lentamente y te acurrucaste, la cabeza apoyada en mi pecho, te abracé y sentí que te estremecías.
La primera comunión-viaje
Sin cambiar de postura seguimos hablando.
-Cuando cumplí nueve años mi mamá dijo que era hora que mi hermano y yo hiciéramos la primera comunión y que debíamos elegir padrinos. Ni lo pensé, le dije "Quiero que sea Alicia" aunque te tenía mucha estima, mi mamá dijo que quizá no sería posible porque eras soltera.
- A mí no me hace falta padrino, con Alicia basta y sobra -dije con aire ofendido. Mi mamá se rio:
-Ya sé que Alicia es como tu segunda madre, pero en la Iglesia piden que sean madre y padre, así que tendremos que hablar con el sacerdote para ver si acepta que Alicia y alguno de tus tíos sean tus padrinos.
-¡Pero yo no quiero que Alicia se case con ninguno de mis tíos! -dije al borde del llanto.
Ahora lo de mi madre era una franca carcajada y yo no lo encontraba divertido: -No hija, no se van a casar, sólo van a ser juntos tus padrinos, pero no se tienen que casar.
-¡Sí mami, sí! ¡Así, sí!
–¡Claro que sí! -fue tu respuesta cuando te pedí que fueras mi madrina, sonreíste y me plantaste sonoro beso en la mejilla que… me colgué de tu cuello, llené tu cara de besos y desee no soltarte más.
Recreábamos la historia por retazos, como si la estuviéramos contando a alguien más y no sólo recordando.
-Me pediste que como regalo te llevara de viaje a la playa, "pero tú y yo solas" fue tu consigna, a mi no me pareció que tus padres fueran a aceptar, te cuidaban mucho y por más confianza que hubiera no creí que cedieran así que convine con ellos que todos juntos haríamos el viaje.
–Yo quería ir sólo contigo, tenerte sólo para mi.
–Recuerdo el berrinche que armaste cuando te enteraste que no sería como lo habías pedido.
–No quisiste complacerme.
–Una semana completita no me hablaste más que lo indispensable, hasta dejaste de almorzar conmigo en el recreo.
–Pero siempre me sentaba cerca.
–Me mirabas con esos ojitos entre enojados y arrepentidos, con los brazos rodeando tus rodillas y la barbilla apoyada en ellas.
–Hasta que te acercaste a abrazarme, dijiste "ya habrá más viajes y te prometo que iremos solas" (por cierto no lo cumpliste); solté el llanto. "No llores más mi niña" dijiste y yo con el nudo en la garganta queriendo explicar algo que ni siquiera entendía.
–"Te quiero mucho, mucho" -dijiste y así se selló la reconciliación.
–Hicimos el viaje en las vacaciones de Verano, tenía recién estrenados mis diez años.
–Te sentías ya toda una señorita, empezaste a cambiar tu aspecto, a dejar atrás las coletas y los moños; te volviste más coqueta.
–No quería que me vieras como una ñoña.
Sonreí y acaricié tu cabello.
–Nunca te ví así, la verdad me daba miedo tu transformación, tenía temor de perder a mi niñita.
–¿perderme? ¿Por qué ibas a perderme?
–Con tu entrada a la pubertad tus intereses cambiarían, tus prioridades serían otras y yo quedaría relegada a un segundo plano. Aunque también me daba mucho orgullo ver como crecías y te convertías en una preciosa mujercita; era egoísta, sentía que el tiempo iba muy deprisa y quería frenarlo para tenerte en mis rodillas y abrazarte.
–Con todo y que fueron mis papás y mi hermano me gustó mucho el viaje.
–¿Lo pasaste bien? A mi me dió la impresión que te aburrías.
–Contigo nunca y menos porque pude quedarme contigo en la habitación.
–Cuando llegamos al hotel y supiste que no estaríamos en la misma habitación, temí otro berrinche.
–Hallé el pretexto perfecto yo no quería dormir con mi hermano y como tu habitación era doble te sobraba una cama.
-Tú mamá a punto del infarto preguntó si no me incomodaba, pues yo estaba acostumbrada a vivir sola. Le dije que no había problema. Finalmente la habitación era bastante amplia. Pero la primera noche… ¡oh sorpresa! En cuanto apagué la luz la niña se puso a llorar.
-Sí, pero aunque insististe no quise que me llevaras con mis papás (que estaban en el piso de arriba), te dije que si lo hacías me iban a seguir tratando como una chiquilla y yo ya era grande.
-Me hizo mucha gracia el comentario, aunque permanecí muy seria. Me pediste que te acompañara en tu cama sólo mientras te dormías, y así lo hice.
-¡Te hice trampa! –Dijiste con voz jocosa- te estuve platicando montones de cosas para cansarte y que te durmieras primero y así te quedaras conmigo toda la noche. Cuando tu respiración ya estaba acompasada, me abracé a ti y recargué mi cabeza en tu pecho para escuchar tus latidos, como ahora.
–¿Por qué?
–Porque tu corazón me dice las cosas que tus labios callan... -dijiste levantando la vista y mirándome a los ojos.
-Cuando desperté estabas pegada a mi, tu brazo y pierna sobre mi cuerpo y tu cabeza en mi pecho. Nunca nadie antes había dormido así conmigo, intenté soltarme para levantarme, pero te pegaste más y me dio pena despertarte.
-En la mañana te vi conmigo y estaba feliz que no te hubieras ido a tu cama. Fingí dormir para quedarme abrazada a tu cuerpo el mayor tiempo posible. Hasta que mis papás llamaron por teléfono para preguntar si ya bajábamos a desayunar.
-Llegada otra vez la noche, volviste a lo mismo y te dije que mejor sería que fueras a dormir a la habitación de tus padres. No quisiste y prometiste dejar de llorar. Sin embargo cuando a la madrugada quise levantarme por agua, ya estabas en mi cama abrazándome. Y todas las noches fue igual.
-No pensé que te hubiera incomodado tanto.
-No fue eso, sólo que no estaba acostumbrada... además que ya no eras una niña pequeña...
-¿hasta ahora te das cuenta?
–... –"en realidad no, pero hay cosas que es mejor callar" pensé sin atreverme a decirle.
–¿Recuerdas los días en la playa?
-Sí, te comportaste de forma extraña. Rogaste por ir pero no quisiste probar ninguno de los atractivos que hay en ellas. Yo creí que con tu espíritu aventurero apenas si te vería el polvo.
–No podía dejarte sola, en cuanto me alejaba dos pasos se acercaba algún tipo queriendo ligar.
–¡Eso no es cierto!
-Bueno no, pero yo sólo quería estar contigo. Mi mamá se enojaba por que no te dejaba ni a sol ni a sombra, me la pasaba colgada de tu brazo, agarrada de tu mano o abrazada a ti. Y tú siempre me seguías la corriente.
-Medio en serio y medio en broma tu mamá decía que yo tenía la culpa de que fueras tan caprichosa; y que ojalá me casara pronto y tuviera hijos para ver si así dejaba de consentirte tanto.
-¡Mi mamá! la pobre, tan voluntariamente ciega... Lo único que quise hacer esa vacaciones fue ir contigo al paseo en lancha a una isla ¿te acuerdas?
-Sí, no entendí porque quisiste ir, el único atractivo era que te dejaban ahí por varias horas y después te llevaban de vuelta a la playa del hotel.
-Porque ibas tú, y ya no había lugar para mis papás ni para mi hermano.
-¿Te divertiste?
-No tanto, tuviste la idea de juntarte con una bola de “cotorras” que dijeron: “que bonita su hija, seguro se parece a su papá”–me dio una ataque de risa escucharte arremedarlas.
-¡Oh, sí! Te emberrinchaste y te desapareciste. Por más que te busqué no te encontraba. Me diste un susto de muerte ¡Estaba muy preocupada, a punto de llamar a la guardia nacional! Hasta que empezó a llover…
-No fue la lluvia, sino los relámpagos. Tuve que salir de mi escondite.
Me reí con ganas: –Sí, venías como alma que lleva el diablo. Te metiste en mis brazos y no hubo modo de sacarte. Hasta se te olvidó que estabas enojada.
-Tus brazos siempre han sido mi refugio favorito.
-Las “cotorras”, como tú les dices, estaban muy enternecidas. Hasta me dijeron que era una mamá muy paciente, a lo que conteste: -Conozco muy bien a mi niña. Sin salir del abrazo dijiste: -¡No soy una niña!
-Y no lo era. Pero tú siempre me viste así.
-Lía, eres mi ahijada, casi mi hija. Para una madre los hijos no crecen, siempre son niños.
Me soltaste bruscamente y preguntaste ¡Mírame bien! ¿Acaso sigo siendo una niña? ¡Además no soy tu hija!
Me quedé atónita, ahora yo me sentía herida:
–Tienes razón, eres una mujer, aunque tus berrinches siguen siendo de niña -soltaste un gruñido y cruzaste los brazos en el pecho– Jamás me dijiste madrina, ni siquiera el día de la comunión. Tus padres siempre te regañaban por eso, pero siempre insististe en decirme Alicia. No sé porque quisiste ser mi ahijada, o que hice para perder tu confianza y tu cariño.
-Qué ciega has estado Alicia -Tomaste mi cara con ambas manos, con mucha suavidad y te acercaste a mi, no supe qué hacer o decir… a mi mente venían retazos de la última conversación que tuve con tu madre.
Sin despedida
Tomé suavemente tus manos y las quité de mi rostro sin soltarlas.
-Tengo que confesarte algo –dije mientras bajaba la mirada.
-Sólo dime porque desapareciste.
-No es fácil de explicar, es un recuerdo muy doloroso.
-¿Y lo que me ha dolido a mi todo este tiempo?
-De acuerdo, solo prométeme que me dejarás hablar hasta el final, que a mitad del relato no te vas a ir.
-Lo prometo.
-Bien, ¿recuerdas a Rosalba?
-Sí, era maestra como tú, pero trabajaba en otra escuela. Eran muy amigas.
-Por un tiempo compartimos el departamento.
-Mi mamá decía que por eso no podía ir a quedarme contigo cuando pedía permiso para ir el fin de semana.
-Bueno, pues… a ella la conocí en un curso; nos tocó trabajar en el mismo equipo, fuimos haciendo la plática, nos dimos cuenta que no vivíamos muy lejos y para el final del curso ya éramos grandes amigas, intercambiamos teléfonos y quedamos de frecuentarnos. Nos estuvimos viendo por un tiempo.
-Sí, alguna vez me tocó acompañarlas, yo hubiera preferido que fuéramos sólo tú y yo, en fin. Creo que a mi madre no le caía bien tu amiga.
-Tienes razón, no le caía bien.
-¿Por qué sí no era tan desagradable?
–Lía... yo... –otra vez el nudo en la garganta, por fin volví a hallarte y sentí que estaba a punto de perderte de nuevo, y esta vez definitivamente.
–Vamos, no puede ser tan malo -dijiste y besaste mis manos para darme valor.
Cerré los ojos y comencé mi relato.
-Rosalba y yo nos dimos cuenta que lo que había entre nosotros era algo más que amistad, y decidimos intentar una vida juntas. Al principio no se lo dijimos a nadie, hoy en día empiezan a aceptar la diferencia, pero hace veinte años era impensable, además la naturaleza de nuestra profesión... temíamos que los padres pensaran que por nuestra preferencia sexual resultáramos mal ejemplo para sus hijos, o que pensaran que también ellos podían gustarnos…o tantas cosas raras que pasan por la cabeza de las personas.
Levanté la vista y te miré a los ojos, en ellos vi una mezcla de ternura, dolor y algo más que me resistí a calificar.
-El caso es, que dada la confianza que había con tu mamá, decidí decirle la verdad. Llevaba ya dos años viviendo con Rosalba, pensé que comprendería, después de todo yo los sentía a todos ustedes como mi propia familia. Me dejó hablar, pero una vez que hube terminado me dijo que debía elegir entre llevar una vida “normal” o hacer de cuenta que nunca nos conocimos. Si yo elegía lo primero, ella se encargaría de decirle a Rosalba que todo había sido un error, que me encontraba confundida y ahora que lo había pensado bien las cosas no podían continuar; tu madre me conseguiría un nuevo lugar para vivir y me llevaría con un psicólogo amigo para “ayudarme” y al sacerdote de su iglesia para que perdonara mis pecados. Me dolió mucho tener que elegir
–¡Me dejaste sola!
–No Lía, yo me quedé sola, de repente me vi sin la que yo consideraba mi familia, sin ti...
-¿Por qué no te despediste? –llorabas a mares.
-Lo intenté, pero tu mamá no me dejó. Dijo que ella se encargaría de explicarte y que de ninguna forma intentara acercarme a ti. Para entonces ya cursabas la secundaria y no te veía con frecuencia.
–Cuando dejaste de ir por la casa le pregunté a mi mamá y dijo que no sabía, que seguramente estabas muy ocupada, pero tampoco me llamabas y tú no eras así, siempre de alguna forma me hacías saber que estabas al pendiente, que estabas cerca, entonces fui a buscarte a la escuela ¡Y todas las veces te negaste a que me dejaran entrar!
-¿Yo? ¡No tenía idea de que ibas a buscarme! Creí que tu madre te había contado todo y no querías verme más.
–¡Alicia! ¡Claro que no! ¿cómo podría? ¡Además te fuiste de ahí al poco tiempo!
Comenzó a llover, pero no nos movimos.
-Tuve que hacerlo, llegó a oídos del director toda la historia, y me pidió que por mi bien y el de la escuela me fuera de ahí. No era una petición, aunque hizo que así pareciera, no tuve opción.
-Fue mi madre ¿verdad?
-No lo sé, que más da
-¿Y quien más sí sólo ella lo sabía?
-Ya no importa
-¡Claro que sí, a mi sí! ¿Por qué no me buscaste?
-Lo intenté, tenía que explicarte. No quería que pensaras que no importabas en mi vida, pero no tuve oportunidad. Todas las mañanas y tardes iban a llevarte y buscarte a la escuela, a la tienda nunca ibas sola, si llamaba por teléfono estabas ocupada o no estabas, después simplemente me colgaban; hasta intenté que tu hermano te diera una carta mía, pero la rompió frente a mi y se fue. Después de ese episodio, tus padres fueron a buscarme a mi casa a decirme que te dejara en paz, que si pensaba que iban a dejar que te pervirtiera, estaba muy equivocada, que me fuera para siempre de sus vidas o lo iba a lamentar, que tú sabías todo y no querías saber de mi, que te daba "asco". Y lo hice… tú eras lo único que me retenía, y si también me rechazabas ¿qué sentido tenía quedarme? Le pedí a Rosalba que nos mudáramos. No sabes cuantas noches lloré tratando de imaginar qué estarías pensando y sintiendo, Rosalba intentaba tranquilizarme, me decía que algún día podría explicarte y lo entenderías.
-Varias veces me escapé de la escuela para buscarte en tu casa, pero ya no vivías ahí y nadie me daba razón. No quería ir a la escuela, no quería comer, no quería estar sin ti. Mi madre no me dio explicación alguna, sólo dijo que de buenas a primeras te habías marchado sin avisarle a nadie, que seguramente habías hecho algo malo para irte así. No podía creerle, no quería creerle, tú nunca te me abandonarías así. Ahora entiendo porque después de eso mi madre se empeñó en llevarme al psicólogo, seguramente tuvo miedo de que me hubieras contagiado, ¡que terribles años pasé! Cada vez que había una fiesta mi madre se empeñaba en conseguirme pareja para bailar, no me dejaba tener amigas, sólo amigos. Tuve que esconder todas las fotos en las que aparecieras, porque si mi mamá las encontraba, las rompía y tiraba sin importar cuánto suplicara que no lo hiciera… -me sorprendió la tranquilidad con que dijiste todo eso- ¿Y Rosalba? ¿Vino a vivir acá contigo? –me preguntaste.
-No -y no pude reprimir mi dolor y lloré como nunca lo había hecho. Soltaste mis manos y me abrazaste, estábamos mojadas por la lluvia, pero en tu abrazo había tal calidez que te pedí:
-Por favor no me sueltes.
-Jamás volveré a dejarte ir.
Camino al departamento
Había dejado de llover hacía un rato, estábamos caladas hasta los huesos, pero ninguna había querido romper el abrazo.
–¿Me odias? –pregunté soltando el abrazo y buscando tu mirada.
–¿Por qué tendría que hacerlo?
–Por no ser quien tú creías
–Es cierto, no eres quien yo creía -sentí mi corazón detenerse- eres mil veces mejor de lo que siempre creí.
–¡Oh Lía! -y mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas, tenía que irme, ya eran demasiadas emociones- Es mejor que busque otra forma de salir de aquí ya es muy tarde y no conozco muy bien esta ciudad. Dame tu teléfono y te llamo para vernos.
-No creas que ahora que te encontré te voy a dejar ir tan fácil –replicaste- Estás toda mojada y te puede hacer daño, vamos a mi casa que está cerca, te das un baño y te cambias de ropa.
-No creo que sea necesario…
-Tal vez no, pero vamos a hacerlo de cualquier manera.
Tu forma tan decidida de decirlo no dio lugar a más réplicas de mi parte, y como niña buena te seguí.
-¿Qué pasó con Rosalba? –preguntaste mirándome de reojo.
-Vivimos juntas bastante tiempo, nos llevábamos bien. Claro... siempre con el miedo de que nos “descubrieran”, acordamos no demostrar en público lo que sentíamos por el miedo al qué dirán, a perder el trabajo y los amigos. Sin embargo esa situación desgastó la relación poco a poco, siempre hacían comentarios de que lleváramos viviendo juntas tanto tiempo, que si no nos conocían novios, en fin que por todo eso y nuestra falta de valentía terminamos por separarnos.
-¿Cuánto tiempo es bastante?
-Once años
-¿Y tan fácil fue decir “aquí terminó, mucho gusto”?
-No, no fue fácil; pero tampoco lo era ya estar juntas. Peleábamos mucho por cosas sin sentido. La gota que derramó el vaso fue en una fiesta, los amigos decidieron nos llevarían parejas para que todos fuéramos acompañados, pero no nos lo dijeron hasta que ya estábamos ahí, en un principio Rosalba se negó a que nos acompañaran, sin embargo yo dije que era buena idea, así que terminamos por aceptar, había que disimular. Resultaron muy simpáticos, estuvimos bailando buena parte de la fiesta, sin embargo cuando llegó el turno de tocar baladas me disculpé y fui a sentarme. Rosalba no lo hizo, bailaba muy pegada y sonreía mientras su pareja le hablaba al oído. Yo la veía entre confusa y molesta. Cuando por fin se sentaron le pedí que me acompañara al sanitario.
-¿Por qué haces eso? –le pregunté.
-Dijiste que había que disimular ¿no? -replicó molesta.
-Creo que mejor nos vamos.
-Yo me quedó, ¿qué van a pensar si nos vamos juntas? -dijo en tono sarcástico.
Y salió del baño tan enojada como yo me quedé. Después de un rato me disculpé con todos y les dije que me retiraba porque no me sentía bien, ¿Te vas sola? Me preguntaron ¿No se va Rosalba contigo? Les dije que no era para tanto y me fui. Ya en la casa, más tarde cuando llegó, la acosé a preguntas, sabía que estaba actuando mal pero no podía detenerme. Ella igual que yo estalló y me reclamó que después de tantos años quisiera yo seguir cubriendo las apariencias, “como si no todo el mundo supiera lo nuestro ya”, que no tenía sentido estar con una persona que no tuviera el coraje para defender sus convicciones, en el calor de la pelea...
–¿Qué paso? ¿Se pegaron?
–No, bueno... Es que ella...
Te detuviste y me encaraste –¡qué!
Moví la cabeza negando y suspiré.
–Me reclamó que no la amaba lo suficiente.
–Vivías con ella.
–Pero para ella quería más, me cuestionó por qué jamás la presenté como mi pareja con... Las personas importantes para mi.
–Pero sí lo intentaste, por eso te corrieron de la escuela.
–Ella se refería a ti – reanudé la marcha.
–¿A mi? ¿Por qué a mi?
–Por la cercanía. Pero le dije que que esperaba, tan solo eras una niña:
–"Desde entonces no la veo, te elegí a ti
–Lo sé, sé que por mi culpa perdiste a tu niña amada, no hay día que no me lo recuerdes, anda ve y búscala, ya no es niña ahora sí puedes ....
–¡¿ahora sí qué?! –le dije muy enojada y gritando– ¡estás loca, no sabes lo que dices!
–¡Y tú estás ciega! ¡estoy harta de sentirme culpable, de esconderme! ¡No más!"
–En fin, hasta ahí llegó nuestra relación.
–Por mi culpa
–No digas eso, nada de lo que ha pasado es culpa tuya, eres la menos culpable y quién ha pagado los platos rotos.
-¿Volviste a saber de ella? –preguntaste.
Las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos.
-Sí, un par de semanas antrás la enterramos.
-¿Qué pasó?
-Tenía un cáncer terminal.
-¿Y tú lo sabías?
-No cuando terminamos, después de aquella escena nos vimos muy pocas veces en reuniones con amigos comunes. Sin embargo pudimos hablar y arreglar las diferencias, aunque no volvimos a tener una relación más allá de la amistad. Hace unos meses, me llamó por teléfono y me pidió que nos reuniéramos, ya no solíamos hacerlo por lo que me extrañó mucho pero accedí. Cuando nos vimos me contó de su enfermedad y cómo había tratado de sobrellevarla ella sola, pero en ese momento ya no tenía la fuerza suficiente para hacerlo y quería pedirme ayuda, sentí un nudo en el estómago y le dije que por supuesto, que contara conmigo. Primero la acompañaba a sus consultas, pero el último mes… prácticamente vivía en su casa, fue un cáncer muy agresivo y ni la quimioterapia ni radioterapia lograron frenarlo. Tuve que avisar a su familia. Todo pasó muy rápido, los días en el hospital, el velorio, el sepelio. Lo recuerdo y es como… si hubiera estado y no al mismo tiempo.
-¿Y no volviste a tener otra relación?
-Uno o dos, muy cortas.
-¿Puedo saber por qué?
-Por la misma razón que Rosalba y yo terminamos. Después el entierro decidí renunciar a mi trabajo y cambiar de ciudad.
-Y llegaste precisamente aquí.
-Así es.
-A esta colonia.
-Sí. Ahora cuéntame tú que has hecho estos años.
-Pues terminé la escuela y en cuanto pude me salí de mi casa. No creas que estoy peleada con mis papás, aunque a mi mamá sí le costó mucho trabajo entender que quisiera vivir sola. Ella soñaba que cuando saliera de su casa fuera vestida de blanco y rumbo al altar.
-¿Y no te has casado?
-No.
-Haces bien, aún eres joven.
-Bueno, al principio vivía cerca de ellos y tenía un trabajo en el que no me iba nada mal. Tenía un novio con el que ya llevaba algún tiempo, pero no pensaba en serio con él. Era más bien para que mi mamá me dejara respirar tranquila. Pero uno de esos días al hombre se le ocurre ir a pedir mi mano sin consultarlo antes conmigo, mi mamá estaba radiante, mi papá y mi hermano estaban sorprendidos, yo molesta. Ese mismo día terminé con él.
-¿Y por qué no conseguiste un novio que si te gustara?
-Porque mi corazón estaba en otro lugar.
No entendí lo que querías decir, o tal vez sí, pero el miedo pudo más.
-Continúa.
-Después de eso dejé de andarme con tonterías y ya no tuve novio. Me dediqué a mi trabajo y a salir con mis amigos. Mi mamá insistía en que no estaba bien, pero finalmente ya no era hija de familia y no podía hacer nada. Muchas veces pensé en buscarte, pero en la escuela ya no había nadie de esa época que pudiera darme alguna pista, de Rosalba no supe más que el nombre, cuando le sacaba el tema a mi mamá respondía con evasivas; en fin que hice como que te me olvidabas. En el lugar donde trabajaba se desocupó una vacante en esta ciudad y la tomé. Sobra decir que mi mamá lloró y rogó que no me viniera, que cómo iba a vivir yo acá sola y siendo mujer. Y ya ves, aquí estoy.
-¿Cuánto hace de eso?
-Casi cinco años, aquí por fin pude respirar libre, sin que mi mamá estuviera tras de mi. Aquí tuve mi primera novia.
Me detuve en seco, acaso habías dicho “mi primera novia”
-¿Cómo?
-Lo que oíste, mi madre me alejó de ti pensando que me contagiarías, pero la verdad es que cuando dejé de verte yo ya sabía lo que quería.
-Cuéntame.
-¿Qué quieres que te cuente?
-¿Cómo supiste lo que querías?
-Pues... fue algo natural.
-¿natural? para mi fue todo menos natural, y con lo religiosa que es tu familia no imagino a que puedas referirte.
-A que siempre lo supe, nunca me gustaron los niños.
-¿nunca? ¿Y no te cuestionaste la diferencia?
-Quizá un poco en la secundaria, pero tuve amigos y amigas que lo veían como algo normal, como una opción válida, así que no hubo gran conflicto con ellos. Aunque mi familia es otra historia. Yo sé que para ellos es una aberración, así que mientras viví en su casa seguí sus reglas.
-¡Siempre dije que eres muy inteligente!
-Con el tiempo que pasé yendo al psicólogo tuve suficiente, mi madre era capaz de internarme en un psiquiátrico -dijiste entre risas.
-¿Y tu novia?
-Exnovia. No hay mucho que contar, la conocí en una fiesta que dio la empresa. Iba acompañando a su hermano y cuñada, nos caímos bien, intercambiamos teléfonos y comenzamos a llamarnos. Después de salir juntas un tiempo decidí declararme, total no perdía nada; la sorpresa es que me dijo que sí. Fue un cariño muy tierno, estuvimos juntas un año y medio pero no funcionó.
-¿Qué pasó?
-Le dije que estaba enamorada de otra, y aunque quizá ella no lo sabría; quería ser sincera. Ya llegamos.
Estábamos frente a un edificio de mediana altura.
Fotos en su habitación
Entramos a un departamento amplio, amueblado de forma sencilla pero con buen gusto.
-Bienvenida a mi humilde casa.
-Es un lugar muy bonito.
-Ven, te lo muestro – me tomaste de la mano para guiarme- ésta es la sala, aquí está la cocina ¿tienes hambre? ¡Qué pregunta, con la hora que es seguro que sí!
Es curioso, no había pensado en el tiempo; consulté mi reloj y vi que pasaba de la media noche.
-¡Huy, que tarde es!
-Un poco, pero no pasa nada. Puedes quedarte aquí e irte a una hora más prudente y menos peligrosa.
-Sí, tal vez sea la mejor opción.
-Ven, sigamos. Este es el comedor, el baño, el estudio y… ¡mi recámara! Pasa.
Quedé impresionada, no es que la alcoba fuera en sí especial, paro la decoración… no pude articular palabra.
-¿No te gusta mi habitación?
-Sí, no es eso.
-¿Entonces?
- ¿Estas fotos? –todas eran fotografías donde aparecíamos ella y yo.
-Te dije que no había permitido que mi mamá las rompiera.
-Sí, pero esto… es decir ¿por qué las tienes todas así?
-¿Así?
-¡Sí!
-No te entiendo.
Mi mente iba muy rápido, pero aún se negaba a aceptar lo que toda la noche habías estado diciéndome, me senté en la cama, intenté calmarme, pero no podía.
-¿Estás bien? Te pusiste pálida, déjame te traigo algo, recuéstate.
Te dejé hacer, volviste al rato con un té. Intenté levantarme pero no me dejaste.
-Quédate así un rato, y tómate el té.
-Pero estoy mojando tu cama.
-No importa, podemos cambiarla al rato.
Te obedecí.
-Ya está, creo que es mejor que me vaya.
-¿A esta hora? ¿Así? no creo.
-¿Así? –Tuve miedo que descubrieras que lo sabía.
-Sí, toda mojada. Ven, te llevo a bañarte.
-¡Pero si no traigo ropa! –empecé a sentir pánico.
-No te preocupes, te presto algo.
-No creo que me quede tu ropa.
-Tú confía en mí.
Otra vez obedecí, empezaba a preocuparme mi actitud tan sumisa hacia ti.
-Aquí está el agua caliente, el shampoo, y todo lo que necesitas. Voy a buscarte algo de ropa y te la traigo.
-Gracias.
-No es nada – me guiñaste un ojo y saliste.
Me deshice rápidamente de la ropa y entré a la ducha, tenía miedo que regresaras y me encontraras desnuda. Estaba muy preocupada, ¿en qué momento sucedió? ¿Por qué? ¿¿¿¿Cómo no me di cuenta???? Muchas cosas empezaban a tener sentido, pero… ¡sí eras una niña! No, no puede ser. Entraste y mis pensamientos se interrumpieron.
-¿Todo bien?
-Sí, gracias.
-¿Quieres que te acompañe?
-¡No! no es necesario.
-Ok, voy a preparar algo.
Con razón te caía mal Eduardo, por eso no te despegabas de mí. ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo que qué voy a hacer? ¡Nada! Voy a salir y seguir como siempre, solo eres una niña y no sabes lo que dices, sólo es un recuerdo al que quieres aferrarte. Salí, tenía ya muy claro todo.
-¿Tienes hambre?
-Un poco, sí.
-Espero que te guste.
-Claro, gracias.
Comimos en silencio, no me atreví a decir nada, tenía la cabeza agachada.
-Estás muy pensativa ¿qué tienes?
-Nada, es el cansancio.
-¿Quieres ir a dormir? Pensé que podríamos platicar otro rato.
-¿De qué? Ya todo está claro.
-No todo.
-¿No?
-No, falta saber que pasará de ahora en adelante.
-…
-¿Quieres que sigamos como si nada hubiera sucedido o, que hagamos de cuenta que este encuentro nunca sucedió?- había temor en tus palabras, pero esperanza en tus ojos.
-…
-¿Por qué callas?
-No sé que decir. No quiero que estemos lejos –sonreíste- Pero ¿tus papás?
-¿Qué con ellos?
-Si se enteran…
-¿Qué pasa?
-Recuerda lo que sucedió…
-Ya no soy más una niña, no pueden decirme a quien ver o no, no pueden controlar mis sentimientos, nunca han podido a pesar de sus esfuerzos, no pienso esconderme o dejar que tú lo hagas ¡por Dios tengo veinticinco años! ¡No soy una niña! ¡Deja de pensar que lo soy!
-Es cierto.
-Si lo aceptan, perfecto y si no… peor para ellos.
-No quiero que tengas que elegir.
–No me hagas hacerlo.
–Nunca lo haría, primero es tu familia.
–Si me quieren tienen que apoyarme, no hay conflicto, no para mí. ¿Tú lo tienes? Lo que siento por ti es lo suficientemente fuerte, mírame después de tanto tiempo, y espero que lo que lo que sientes por mi lo sea.
-¿Y qué crees que siento por ti? –dije con la temblando.
-Esto –te acercaste y me besaste dulcemente, cerré los ojos y me dejé llevar, nunca me habían besado así. Mi cuerpo flotaba, mi estómago cosquilleaba, te abracé, te correspondí. Dejé que tu lengua invadiera mi boca, la mía fue a su encuentro y danzaron al unísono, estrechaste más el abrazo. Sentí un sabor salado en los labios, abrí los ojos y vi los tuyos, estaban cerrados y llenos de lágrimas. Te tomé los hombros y te separé.
-Lía, esto no puede ser –traté de controlar el temblor, estaba horrorizada- Piénsalo, soy casi tu madre. Tú estás enamorada de la imagen que tienes de aquella muchachita que yo era, no de la mujer madura que ahora soy. Son casi veinte años, ambas hemos cambiado.
-No eres mi madre, quizá cuando era muy niña yo creí que así te veía. Pero he crecido y sé que no es así ¿crees que no soy consciente de tu edad? Sé que has cambiado, pero no en esencia, al hablar contigo me lo has demostrado. Te amo y sé que lo seguiré haciendo.
-No creo poder con esto.
-¿Con qué?
-¡Con todo esto!
-¿Con qué? ¿Con mi amor? Dime que no me amas y no insisto.
-…
Tomaste mi cara entre tus manos, pegaste tu frente a la mía y repetiste.
-Sólo dime que no me amas, y aunque duela, te dejare ir.
-No puedo volver a herirte.
-No quiero lástima, quiero la verdad. No voy a llevar tu amor como lastre en mi vida, he dicho lo que siento y no me arrepiento, y si tú no sientes lo mismo continuaré con mi vida. Sólo pido la verdad.
Abrazos y llanto
¿Qué podía decir? ¿Qué aquél beso me hizo sentir algo que no creí que sintiera? ¿Qué deseaba volver a sentir tus labios tiernos y mi cuerpo vibrar? ¿Qué estaba muerta de miedo? ¿Tenía razón Rosalba? ¿¡en qué momento pasó por el amor de Dios!? Podía entenderlo de ti, ¡pero de mi! Ahora no sólo era una lesbiana, sino una lesbiana vieja con una jovencita. No, no podría con eso. Si no pude defender lo que sentí con Rosalba, menos podría defender esto que era indefendible, sentí que me había aprovechado de ti, de tu confianza, que tu madre había tenido razón al alejarte de mi… era demasiado. Pero ¿cómo rechazarte sin herirte? ¿Sin tener que salir otra vez de tu vida?
-Alicia, dime que no me amas –Tomaste mi barbilla y me miraste directamente a los ojos.
-Te quiero mucho Lía.
-Querer no es amar.
-No, no lo es –me solté y bajé la vista.
-Tu boca, tu cuerpo, tus ojos me dicen otra cosa.
Volviste a besarme tiernamente, pensé no corresponder; pero tenías razón, mi boca y mi cuerpo me traicionaban. Pedían más, mi boca exigía con urgencia más intimidad, el beso se hizo más profundo, mordí tus labios y jugué con tu lengua, te dejaste hacer ahora era yo quien llevaba la batuta. Te levanté sin dejar de besarte y te senté en mis piernas, te acomodaste a horcajadas y pasaste tus brazos alrededor de mi cuello y yo los míos de tu cintura y te apreté a mí. Bajaste tus manos por mi espalda y metiste las manos debajo de la camiseta, tuve que soltar tus labios y suspiré; metí mis manos bajo tu blusa y recorrí tu espalda ¡no llevabas sostén! Abrí los ojos y miré tu rostro, lo vi hermoso como nunca, radiante de felicidad y deseo….
-¡No puede ser! -Me levanté bruscamente y casi te tiro. Estabas decepcionada, casi a punto de llorar pero no dijiste nada, solo me mirabas- No puede ser Lía.
Cruzaste los brazos: -No te preocupes, entiendo.
-¿Entiendes?
-Entiendo, tienes miedo.
-…
-Ven, vamos a la sala –hiciste el intento de tomar mi mano, disimuladamente tomé mi taza de café para no tener que tocarte nuevamente –Siéntate.
-Lía, no hay más que hablar.
-Quizá tu no tienes que decir, pero yo sí.
-Nada me hará cambiar de opinión.
-Pero no has dicho que no me amas –intenté decir algo- y no te dejaré mentir así que escúchame. Te amo Alicia, y en parte tienes razón: amo a la jovencita que me hizo entrar a la escuela y gozar ir cada día durante seis años, amo a la mujer que me llevó a la playa y me dejó dormir abrazada a su cuerpo, amo a la mujer de mis fantasías, amo a la mujer que ha ocupado mis sueños, amo a la mujer que compartió su vida con Rosalba y la cuidó sus últimos días, amo a la mujer que dejó atrás todo para empezar de nuevo, amo a la mujer que me besó apasionadamente, amo a la mujer que tengo enfrente temblando de miedo, y eso ni tú podrás evitarlo. Cuando era niña pensaba que era hermoso ser tu consentida y me llenaras de mimos, cuánta vanidad me daba que dijeran que era tu hija; después empezó a molestarme ¿Recuerdas lo mal que empecé a ir en la escuela cuándo ya no fuiste mi maestra? Todo con tal de estar más tiempo contigo; sacar diplomas, enfermarme, odiar a Eduardo y cualquier otro que se te acercara, hacer mil cosas para que estuvieras al pendiente de mí. No poder entender esa necesidad de estar contigo, de tocarte, de que me tocaras; crecer imaginando lo que podría ser si tú me amaras como yo, querer decirte “Te amo” y tú estar quien sabe dónde, tener que tragármelo por tantos años… (Respirabas agitada) Y ahora estás aquí, queriendo negar lo que cada poro de tu cuerpo transpira, ¿por qué? Mereces ser feliz Alicia, no importa lo que te hayan dicho en la vida, lo mereces, y yo quiero ser parte de esa felicidad.
-No puede ser.
-Dime que no me amas.
-…
-Sólo dímelo.
-No puede ser.
-¡¿Por qué no?!
-Lía, soy una lesbiana.
-¡Amén! -Contestaste intentando bromear, pero mis ojos te dijeron que hablaba en serio y callaste.
-Sé quien soy, sé lo que siento. Nunca pensé en ti de forma romántica, me daba ternura tu apego hacia mí, el que quisieras cuidarme. Sentí mucho dolor por la forma que tuvimos que separarnos, aunque sabía que en algún momento tendría que ser, harías tu vida y mi figura iría perdiendo importancia.
-No es así –interrumpiste.
-Te has preguntado ¿qué tanto es real y qué tanto es por el modo de la separación?
–¿Es posible que Rosalba se haya dado cuenta y tú no? ¿es que acaso intentas darme terapia psicológica? Te advierto que fui durante años y no logró cambiar nada. Y si intentas decir que todo está en mi imaginación, la equivocada eres tú. Te amo por que quiero hacerlo.
-Lía, soy solo una imagen para ti.
-Entonces déjame reconocerte y conóceme tú a mí.
-Ya no estoy para esos juegos.
-¿Juegos?
-Estoy a punto de cumplir cuarenta años.
-Lo sé ¿y?
-¿Y? podría…
-Sí, ya sé “ser mi madre” ¡pero no lo eres! Es un pretexto ¿a qué le tienes miedo? ¿A que una vez que logre lo que tanto tiempo quise te deje? ¿A que un día despierte y te vea vieja? ¿A que conozca a alguien más joven y te olvide? ¿Al qué dirán porque somos lesbianas y nos separan casi veinte años?
-Sí.
-¿Sí?
-A todo eso y más.
-¿Y no crees que vale la pena el riesgo?
-Para ti que eres una niña tal vez…
-Y para ti que no lo eres también, que mejor que sentirse amado dure lo que dure.
-No puedo.
-Sólo dime una cosa ¿me amas?
-Es difícil ¿sabes? Eras una niña en mi recuerdo, ahora eres una mujer: hecha, quizá más madura que yo, decidida, hermosa, la seguridad con que te desenvuelves te da un atractivo especial ¿Qué si te amo? ¡Claro que te amo! ¿Cómo podría no hacerlo? Pero siento que me traiciono y le doy la razón a tu mamá.
-¿Qué tiene que ver mi mamá?
-Me separó de ti para evitar esto.
-No, nos separó por un prejuicio tonto, yo era una niña, pero tú lo dijiste ahora soy una mujer y ahora que sé que me amas…
-Dije que te amo, no que tendré una relación amorosa contigo.
-…
-No quiero lastimarte.
-No quieres salir lastimada.
-Tampoco eso. Te lo dije hace un rato, no cambiaré de opinión. Si quieres puedo ser tu madrina, tu amiga, pero solo eso.
-No lo sé –dijiste con tristeza.
-¿Quieres que me vaya?
-Por favor, no. Quédate, puedes dormir en mi habitación. Yo me acomodo en el estudio.
-Gracias.
La cama compartida
Alicia : Me acomodaste en tu habitación, no podía dormir. Mi cabeza daba vueltas y vueltas ¿cómo pude renunciar a tu amor? ¿Cómo podría cumplir el ser tu amiga después de probar tus labios y sentir tu piel? ¿Cómo pude enamorarme de ti? ¿Cuándo me enamoré de ti? Todo era una locura, la confundida era yo, me estaba dejando llevar por tu juventud. Había un silencio total, ni un ruido. Al final me quedé dormida.
Lía: Nos fuimos a dormir, no podía aceptar lo que me dijiste, no después de la forma en que nos besamos y tocamos, después de saber que me amabas. Lo iba a dejar estar por un tiempo, si había esperado tantos años, no importaba tener que esperar un poco más. Me levanté y fui a verte, estabas completamente dormida, quería besarte y estrecharte en mis brazos, que pudieras sentirte segura. Me fui al estudio y me recosté, no había forma de poder dormir, tocaba mis labios palpitantes recordando el roce de los tuyos, tus manos en mi cuerpo… ardía en una especie de fiebre. Al rato comenzó a llover de nuevo y vinieron a mi mente las imágenes de mi cuerpo pegado al tuyo en aquella isla; dormir sintiendo el latido de tu corazón, ese extraño cosquilleo por todo cuerpo. No, no podía renunciar ahora que te tenía tan cerca. La naturaleza vino en mi ayuda, comenzó una tormenta eléctrica y aunque hacía años que había superado mi miedo decidí usarla a mi favor.
-Alicia, Alicia –te llamé con voz suave.
-¿Mmm? –Abriste los ojos y yo estaba a un palmo de ti, casi besándote- ¡¿Qué sucede?! –preguntaste un poco asustada y retrocediendo.
-Perdón, pero hay tormenta eléctrica y… me da vergüenza, pero aún me dan miedo los rayos. ¿Puedo dormir contigo? Prometo no molestar –Me miraste con cara de horror, yo puse mi mejor cara de niña desvalida.
-Está bien, espero no roncar para no incomodarte.
-Gracias –y te sonreí.
Mi cama era matrimonial, te recorriste al lado derecho y te volteaste dándome la espalda.
Alicia: Llegaste a la habitación pidiendo dormir conmigo, acepté y te di la espalda; otra vez no podía dormir, temía que intentaras algo… o lo hiciera yo. Te acostaste en el otro extremo de la cama envuelta en una frazada, evitando que nuestros cuerpos se tocaran; te dormiste en un segundo y suspiré aliviada, todo estaba en mi imaginación, había logrado que aceptaras la situación. Me quedé dormida.
Después me desperté sobresaltada, aún no amanecía, sentí en peso de tu cuerpo sobre el mío. Con la escasa luz que se colaba entre las cortinas pude ver que estabas en la misma posición que habías dormido durante el viaje a la playa: un brazo y una pierna sobre mi cuerpo y tu cabeza en mi pecho, quise moverme para salir del abrazo pero en vez de eso te exploré con la mirada, te toqué con cuidado para no despertarte. El contacto con la suave piel de tu brazo me lanzó una corriente eléctrica que recorrió todo mi cuerpo y en susurros te hablé:
-Mi niña, mi hermosa ¿Cómo no amarte? ¿Cómo no amar la delicadeza y fragilidad de tu cuerpo? ¿Cómo no amar la fortaleza de tu corazón? No puedo encadenarte a mí, ahora no lo ves pero en unos cuantos años seré vieja y tú aún serás joven, querrás comerte el mundo y yo sólo descansar, no quiero ser una carga para ti… Tendré que resistir verte en otros brazos, todo con tal que seas feliz.
Mientras decía eso, me atreví a quitar el cabello que caía en tu cara y acariciarla, besé tu frente con temor a despertarte.
Lía: Esperé a que durmieras y te abracé como aquella vez en la playa, me hacía tanto bien sentir tu cuerpo, escuchar latir tu corazón. Seguía ardiendo, el amor y el deseo contenidos, pensé intentar algo pero era tu turno, no podría soportar otro rechazo. Poco a poco me fui relajando, empezaba a adormilarme cuando sentí tu mano tocar mi brazo, apartar mi cabello y hablarme bajito… Tuve que contenerme para no responderte, fingir que seguía dormida y no me enteraba de nada.
Alicia: Estabas relajada, tan bella mientras dormías… rocé tus labios muy suavemente, apenas un toque para no despertarte, te moviste y temí lo peor, pero al mirarte seguías dormida con una leve sonrisa dibujada en tus labios.
Lía: ¡Me besaste! Un roce, casi nada, empezabas a flaquear. Me moví un poco para acomodarme y me siguieras besando, no pude evitar sonreír, tus barreras estaban cayendo.
Alicia: ¡Tenía que irme de allí! No iba a soportarlo más, mis manos estaban como mariposas revoloteando a tu alrededor, y mi boca pedía más de ti ¡Estaba a punto de enloquecer! Pero no podía levantarme, no quería despertarte, no quería dejar de sentir tu cuerpo. Me sentía como una adolescente enamorada por primera vez. Vino a mi mente Rosalba, la quise, realmente la quise, más ella tenía razón; no la amaba, no como en ese momento sentí que te amaba, pensar que mañana sería otra quien te tuviera entre sus brazos, quien saboreara tus labios… ¡todo por cobarde!
Lía: Dejaste de tocarme, temí que te levantaras y te fueras, pero no. Oí tu respiración entrecortada y suspiros que salían de tus labios. No podría aguantar mucho más tiempo fingir que dormía.
Alicia: Quizá tenías razón, era mejor sentirse amado durara lo que durara. Me armé de valor y volví a besarte, esta vez más intenso, con ganas de despertarte y despertar tu deseo.
Lía: Volviste a besarme, ya no era un roce, tus dientes mordisqueaban mis labios ¿Debía esperar o dar rienda suelta al deseo?
Alicia: Permaneciste quieta, parecías aún dormida; volví a tocar la piel desnuda de tu brazo, fue un roce lento y sentí tu piel erizarse, estabas despierta. Acaricié tu pierna, tomé tu cadera y la acerqué a la mía. Entonces dejaste de simular que dormías, me abrazaste y buscaste mi boca con la tuya, tus labios ardían de tal forma que pensé estabas enferma:
-Abre los ojos Lía –me miraste, tus ojos brillaban, las lágrimas contenidas- ¡te amo, te amo mi niña! ¡No sé cuándo, no se cómo pero te amo!
Callaste mi boca con un beso tierno y apasionado, dijiste “te amo, siempre te he amado y siempre te amaré”.
-Lía –dije muy seria, abriste los ojos con miedo y recelo- quiero que me prometas algo.
-Lo que quieras vida mía.
-Cuando sientas que soy un obstáculo en tu vida, me lo dirás sin temor.
-Eso no sucederá.
-Promételo por favor.
-Te lo prometo porque estoy segura que nunca podré dejarte de amar, no importa que seas una anciana, amaré tus achaques y besaré tus canas, sentiré por tu piel marchita el mismo deseo que en este momento me consume, tus arrugas serán una aventura para explorar.
Alicia: No pude contenerme más, rodé sobre ti y te besé toda, desde la frente; me entretuve disfrutando la suavidad y dulzura de tu boca fresca como la menta. Tu barbilla fue un desafío, demorarme en tus orejas para susurrar palabras de amor, deslizarme a mordiscos por tu cuello. Me senté y te subí a mis piernas (nuevamente a horcajadas) quisiste tomar el control pero no te dejé, era mi turno de demostrar lo que sentía. Te saqué la camiseta y aparecieron ante mis ojos tus senos como botones de flor, pequeños y perfectos, te miré a los ojos y vi tus mejillas llenas de rubor, aún no te tocaba y ya tu respiración estaba agitada. Demoré el momento del placer, regresé a tus labios y acaricié tu espalda, te estremeciste y dijiste “te amo Al, te amo”; volví a bajar por tu cuello y al fin llegué a tu pecho, los besé apenas tocándolos, todo el rededor sin llegar al pezón, eras todo gemidos. Al fin tomé uno de tus pezones, no lo besé ni succioné, solo lo metí en mi boca, hasta entonces te habías dejado hacer, los brazos laxos a los costados y la cabeza hacia atrás.
Lía: Era increíble sentir lo que tu boca y manos me hacían, había tanta dulzura en cada toque, nada de prisa, me sentía colmada, estaba aturdida, con un nudo en la garganta, comencé a llorar.
Alicia: Te escuché sollozar, vi lágrimas rodando por tu rostro, te tomé en mis brazos y te acuné:
-Mi niña ¿qué te pasa? ¿Qué tienes? ¿Por qué lloras?
-Es la felicidad, esto es un sueño, el mejor de mi vida.
-Podemos esperar.
-No puedo, no quiero, sigue… por favor. Jamás me sentí tan amada.
Volví a besarte en los labios, ahora con más ganas, los mordí y dejé que mi lengua recorriera cada resquicio, quería que sintieras mi amor y pasión. Tomé cada uno de tus pezones, los besé y succioné mientras tus piernas se cerraban en torno a mi cintura y tus manos luchaban por arrancarme el pijama. Abrí yo misma los botones de la camisa, tus manos temblaban tanto que era imposible que pudieras hacerlo, metiste tus manos y me llenaste con tu abrazo. Nuestros senos se tocaron, besaste mi cuello e intentaste seguir bajando, te lo impedí.
Te bajé de mis piernas y terminé de desnudarte, solo un pequeño short se interponía en mi camino. Tendí tu cuerpo en la cama con toda la delicadeza posible y proseguí mi camino hacia el sur. Besé cada una de tus costillas, me demoré en las profundidades de tu ombligo; evité tu sexo aunque sentí su aroma como una flor de primavera, tomé entre mis manos cada una de tus piernas y las besé todo lo largo, con pequeños toques, quería de verdad hacerte el amor, que no fuera solo sexo, quería que disfrutaras cada toque, cada beso, que jamás olvidaras nuestra primera vez…
Lía: Te estabas demorando, de mi garganta escapaban sonidos inconexos, casi balbuceos, no podía levantar la cabeza para mirarte, estaba en estado de trance, subiste de nuevo y al oído me pediste que diera la media vuelta. Levantaste mi cabello y mordiste mi nuca, una corriente recorrió mi columna vertebral, volviste a mi boca y depositaste suaves besos, te fuiste a explorar mi espalda, cada centímetro. Tus manos en mi cadera fueron una revelación, tu boca las siguió.
Alicia: Terminé de desnudarme, puse mi cuerpo sobre el tuyo y suspiramos al mismo tiempo.
-Por favor –dijiste con voz entrecortada.
Me levanté y te pusiste boca arriba, extendiste tus brazos y me metí en ellos, nos besamos largamente, tus manos explorando mi cadera. Solté tu boca y volví a bajar ahora más a prisa, por el camino conocido. Flexioné tus piernas y las abrí delicadamente; aspiré de nuevo tu perfume, ahora más de cerca, la luz que se colaba por la ventana sólo señalaba contornos. Acerqué mi boca y besé tu vulva, suavemente, como lo hice con tu boca poco a poco introduje mi lengua de forma juguetona, escuchaba tu respiración cada vez más fuerte, nom quería terminar tan pronto, me retiré unos segundos. Busqué al tacto tu clítoris, y una vez que lo encontré le di masaje despacio, tus caderas se movían al mismo ritmo; lo tomé con los labios y lo succioné de a poco, abrí la boca y sorbí tu vulva nuevamente. Metí la lengua poco a poco, a ritmo constante, mis manos aferraron tus caderas para no perderlas. Me introduje por completo y mientras entraba y salía tu cuerpo era toda sensibilidad hasta que no pudiste más y te dejaste ir.
Subí por tu cuerpo y me recosté a tu lado, tenías los ojos cerrados, tu respiración aún agitada, quedo al oído te susurré “aún no termino”. Toqué tus cuerpo con mis manos, como si fuera un lienzo y yo la artista, volví a tu sexo y te introduje un dedo mientras miraba tu rostro, abriste los ojos y los fijaste en los míos volviste a decir “te amo Al” y te apoderaste de mi boca, ahora eras tú quien me mordía y exploraba con la lengua. Mi mano no se detuvo e introduje otro dedo, suspiraste y me soltaste para poder respirar. Te acomodaste de costado para quedar frente a frente, tocaste mis senos hiciste el intento de bajar a ellos pero el tercer dedo te detuvo, parecías pez fuera del agua intentando respirar. Estabas tan estrecha, tan cálida, no tuve tiempo de detenerme, tu cuerpo cobró vida y atrapó mi mano, tu cadera marcaba el ritmo de la penetración, un sonido ronco brotó de tu garganta y te detuviste.
Saqué mi mano y te abracé, tus piernas y las mías se enredaron. Permanecimos quietas y llegó el frío, nos cobijamos; el calor, el cansancio y las emociones nos hicieron dormir.
La mañana siguiente
Lía: Desperté bien entrada la mañana, el sol se colaba por la ventana. Te busqué a mi lado y no estabas, mi mente iba a mil por hora ¿te arrepentiste? ¿Te marchaste aprovechando que dormía? ¡No sabía dónde localizarte, no me diste dirección ni teléfono! Estaba entrando en pánico. Me levanté y vestí rápidamente ¿qué iba a hacer?
Salí de la habitación, fui a la estancia y no estabas; corrí a la cocina, sobre la barra estaba preparado el desayuno, pero ni señas de ti. Fui al baño y tu ropa ya no estaba tendida. Comencé a sollozar, me dejé caer en el piso y a llamarte.
Alicia: Desperté abrazada a tu cuerpo, desnuda. Tu cuerpo era todo firmeza, tu piel toda suavidad. El mío comenzaba a estar flácido. En un arranque de pudor me levanté y fui a buscar mi ropa. Me vestí y decidí preparar el desayuno, quién sabe a qué hora te levantarías, pero seguro tendrías hambre. Mientras lo hacía mi cabeza pensaba y pensaba ¿habré hecho bien?
Terminé y aún no despertabas, vagué por el departamento hasta que llegué al estudio. Vi tu librero y elegí algo para leer mientras te esperaba. No sé cuánto tiempo pasó, de repente oí sollozos en el pasillo y tu voz nombrándome. Me levanté y corrí a verte:
-¡Mi niña! ¿Qué te pasa?
-Alicia, Alicia.
No parabas de llorar, me abrazaste con fuerza.
-Amor ¿Qué tienes?
-Es que yo… tú… no te encontré… creía…
-Tranquila, ven –te levanté del piso y te llevé al sofá, intenté levantar tu cara para limpiar las lágrimas, pero no me soltabas- ¿Tuviste una pesadilla?
-No… yo…
-Calma - acariciaba tu cabello, te fuiste calmando y pude levantar tu rostro, con mi boca recogí tus lágrimas, besé tus ojos, tu boca- ¿Qué pasa bonita?
-Es que… desperté y no te vi, te busqué por todo el departamento y no estabas. Creí que te habías arrepentido y me habías dejado…
-No puedo hacer eso, te amo tanto que solo me iré cuando tú me lo pidas.
-¿Dónde estabas?
-En tu estudio, leyendo.
Estallaste en una carcajada y yo contigo.
-El único lugar que no revisé.
-¿Tienes hambre?
-¡Claro! ¿Qué hora es?
-La… una
-Deja llamo al trabajo para avisar que no voy, aunque por la hora ya deben de suponerlo –guiñaste un ojo y tomaste el teléfono. Yo fui a la cocina a calentar el desayuno- Todo listo -me abrazaste por la espalda, comenzaste a besar mi cuello. Suspiré:
-¡podría acostumbrarme a esto!
-Esa es la idea –metiste las manos bajo mi blusa y chocaron con mi sostén- ¿por qué te vestiste? ¿No te gustó mi pijama?
-Es que… francamente me da pena.
-¿Usar ropa prestada?
-No.
-¿Entonces? –me soltaste y me diste la vuelta. Yo miraba al piso.
-Lía… yo… Vamos a desayunar.
-Ok, pero no creas que lo olvidaré.
Desayunamos y platicamos de todo y nada.
-¡Qué bueno te quedó el desayuno! No te conocía la faceta de cocinera. Podría acostumbrarme.
-¡Esa es la idea!
-¿Qué otras sorpresas me tienes reservadas?
-Muchas, todas.
Te miré intensamente, no acababa de entender que quisieras estar conmigo, que tantos años hubieras esperado por mí; tenías razón, merecía ser feliz y tú serías parte de esa felicidad.
-¿Pasa algo? –preguntaste.
No contesté, me acerqué y te besé intensa y apasionadamente. Tus manos volaron otra vez hacia mí, intenté detenerlas pero eras más fuerte que yo. Intenté disimular que me apartaba.
-¿Qué sucede? ¿No te gusta como te toco?
-No es eso.
-¿Entonces? No creas que no he notado que te apartas cada vez que quiero acariciarte.
-Es que... yo…
-¿Qué pasa amor? ¡Confía en mí!
-Es que… tengo vergüenza.
-¿Otra vez con eso? Al: eres la mujer más bella del mundo, cada arruga, cada curva, cada centímetro de piel es una razón más para amarte, no menos; y entre más pase el tiempo más te amaré, no tengas miedo -me llevaste a la sala – Escucha por favor -pusiste una canción en tu componente y la cantaste para mí.
Víveme, Laura Pausini
No necesito más de nada ahora que
Me iluminó tu amor inmenso fuera y dentro.
Créeme esta vez
Créeme porque
Créeme y verás
No acabará, más.
Tengo un deseo escrito en alto que vuela ya
Mi pensamiento no depende de mi cuerpo.
Créeme esta vez
Créeme porque
Me haría daño ahora, ya lo sé.
Hay gran espacio y tú y yo
Cielo abierto que ya
No se cierra a los dos
Pues sabemos lo que es necesidad.
Víveme sin miedo ahora
Que sea una vida o sea una hora
No me dejes libre aquí desnudo
Mi nuevo espacio que ahora es tuyo, te ruego.
Víveme sin más vergüenza
Aunque esté todo el mundo en contra
Deja la apariencia y toma el sentido
Y siente lo que llevo dentro.
Y te transformas en un cuadro dentro de mí
Que cubre mis paredes blancas y cansadas.
Créeme esta vez
Créeme porque
Me haría daño una y otra vez.
Sí, entre mi realidad
Hoy yo tengo algo más
Que jamás tuve ayer
Necesitas vivirme un poco más.
Víveme sin miedo ahora
Que sea una vida o sea una hora
No me dejes libre aquí desnudo
Mi nuevo espacio que ahora es tuyo, te ruego.
Víveme sin más vergüenza
Aunque esté todo el mundo en contra
Deja la apariencia y toma el sentido
Y siente lo que llevo dentro.
Has abierto en mí
La fantasía
Me esperan días de una ilimitada dicha
Es tu guion
La vida mía
Me enfocas, me diriges, pones las ideas.
Víveme sin miedo ahora
Aunque esté todo el mundo en contra
Deja la apariencia, toma el sentido
Y siente lo que llevo dentro.
Alicia: Estaba embobada, no había escuchado esa canción. Era hermosa.
Lía: Puede que yo no la haya escrito, pero expresa lo que exactamente lo que quiero decirte.
Alicia: Te acercaste y volviste a besarme, me dejé hacer; no opuse resistencia. Me abrazaste e iniciaste una especie de danza: tu cuerpo completamente pegado al mío, sentí el vaivén de tu cadera. Tus manos deslizándose por mi espalda y soltando mi sostén, me estremecí…
Lía: Te estremeciste, volví a tu boca casi a la misma altura que la mía; toqué milímetro a milímetro la piel de tu espalda y cintura, toqué tus caderas por encima de la ropa y las atraje aún más hacia mi, soltaste mi boca y al oído, muy bajito me dijiste ¿qué poder tienes en mi? –Solo el de mi amor –respondí y seguí acariciándote. Te di la vuelta, acaricié tu abdomen (no me pareció laxo) mientras besaba tu cuello y orejas, enlazaste tus manos con las mías –Te amo Al, te amo- susurré en tu oído. Soltaste mis manos, las llevé a tu pecho que subía y bajaba rítmicamente, tome ambos y sentí tus pezones reaccionar, los acaricié lento apenas rozándolos con las yemas de los dedos; echaste tu cabeza hacia atrás sobre mi hombro y buscaste mi boca. Tomé los botones de tu blusa y los desabroché uno a uno, con una calma que no sentía, en realidad hubiera querido arrancarte la ropa de un solo tirón. Te diste la vuelta.
-Abre los ojos Al, mírame, mírate- Los abriste y me miraste a los ojos; tomé mi camiseta y la saqué por la cabeza, mi short desapareció con la misma rapidez. Tus manos fueron hacia tu ropa, las tomé para evitarlo: -déjame hacerlo a mí.
Me acerqué a besar tu cuello, tus manos se posaron en mis hombros. Poco a poco mis labios fueron bajando y con ellos tu blusa, te saqué el sostén, me alejé un poco y contemplé tu cuerpo: -En verdad eres hermosa, tanto como siempre lo imaginé- te ruborizaste, bajaste los ojos pero ya no intentaste cubrirte. Volví a aproximarme, tomé cada uno de tus senos con mi boca, los besé con ternura, los succione hambrienta mientras con las manos bajé tu pantalón; te senté en el sofá, me arrodillé a tus pies para terminar de desnudarte. Subí por tus piernas hasta encontrar frente a mi tu sexo, aún cubierto por las bragas, lo besé por encima de ellas y seguí mi camino hasta volver a encontrar tu boca; acaricié tu cara, tus hombros, las espalda, el pecho, no me cansaba de la sensación de tu piel en mis manos. Te recosté y desnudé por completo, acurruqué mi cuerpo junto al tuyo. Me di un respiro.
Alicia: Era mi turno, me estaba conteniendo para dejarte hacer pero tu cuerpo era un imán, la noche anterior solo pude adivinar el contorno de tu cuerpo, pero ahora lo tenía completamente a la vista y aproveché para admirarlo: el lunar en tu seno izquierdo, la poca profundidad de tu ombligo, las cicatrices de tus rodillas, la redondez de tus nalgas, los músculos de tu espalda, el rosado de tu vulva. La besé, quise internarme en ella pero no lo permitiste “es mi turno” replicaste. Te montaste en mi y volviste a besarme toda, ya con más pasión que ternura, la calentura de tu piel era indicio de tu urgencia, llevaste tu mano a mi sexo…
Lía: Cerraste los ojos y gemiste, antes no habías hecho más que suspirar; clavaste tus dedos en mi espalda. Comencé un ritmo lento, quería que disfrutaras tanto como lo había hecho yo anoche. Saqué la mano y me dediqué a tu clítoris mientras con la boca y la otra mano iba de un seno al otro; te moviste, tu cadera fue al encuentro de la mía, tomaste mis nalgas y las pegaste más, tuve que sacar mi mano de entre tus piernas. Puse ambas bajo tus nalgas, enredé nuestras piernas y di ritmo a nuestra cadencia, besé tu boca y dije “Abre los ojos Al”, no querías, no podías, lo repetí y lo hiciste, sonreíste y me esforcé más en darte placer. Volví a penetrarte, tus ojos se agrandaron, se hicieron más dulces. Mi mano era guiada por ambas caderas, el ritmo se intensificó, sentí tu orgasmo se desencadenó el mio, descansamos abrazadas bajo el sol…