El reencuentro, 20 años después (4)
La primera comunión-viaje Gracias por sus comentarios, intenté hacerlo más largo sin que pierda la esencia de la trama
-Después mi mamá dijo que era hora que mi hermano y yo hiciéramos la primera comunión y que debíamos elegir padrinos. Ni lo pensé, le dije: -Quiero que sea Alicia. Aunque te tenía mucha estima, mi mamá dijo que quizá no sería posible porque eras soltera.
- A mí no me hace falta padrino, con Alicia basta y sobra. Mi mamá se rio:
-Ya sé que Alicia es como tu segunda madre, pero en la Iglesia piden que sean madre y padre, así que tendremos que hablar con el sacerdote para ver si acepta que Alicia y alguno de tus tíos sean tus padrinos.
-¡Pero yo no quiero que Alicia se case con ninguno de mis tíos!
Ahora lo de mi madre era una franca carcajada y yo no lo encontraba divertido: -No hija, no se van a casar, sólo van a ser juntos tus padrinos, pero no se tienen que casar.
-¡Sí mami, sí! ¡Así, sí!
Cuando te pedí que fueras mi madrina, sonreíste y me plantaste sonoro beso en la mejilla que… sólo pude abrazarme a ti, y desee no soltarte más.
Recreábamos la historia por retazos, como si la estuviéramos contando a alguien más y no sólo recordando.
-Me pediste que como regalo te llevara de viaje a la playa, tú y yo solas, no me parecía adecuado por más que hubiera tanta confianza con tus padres y convine con ellos que todos juntos haríamos el viaje.
-Yo quería ir sólo contigo.
-Sí, recuerdo el berrinche que armaste cuando te enteraste. Pero aun así fueron tus papás y tu hermano.
-Pero pude quedarme contigo en la habitación, con el pretexto de que eran dos dobles y yo no quería dormir con mi hermano. Como ya estaba creciendo, mis papás dijeron que era buena idea, pero lo platicarían primero contigo.
-Tú mamá me preguntó si no me incomodaba, pues yo estaba acostumbrada a vivir sola. Le dije que no había problema. Finalmente había dos camas y cada quien ocuparía una. Pero la primera noche… ¡oh sorpresa! En cuanto apagué la luz la niña se puso a llorar.
-Sí, pero aunque insististe no quise que me llevaras con mis papás (que estaban en el piso de arriba), te dije que si lo hacías me iban a seguir tratando como una chiquilla y yo ya era grande.
-Me hizo mucha gracia el comentario, aunque permanecí muy seria. Me pediste que te acompañara en tu cama sólo mientras te dormías, y así lo hice.
-¡Te hice trampa! –dijiste con voz jocosa- te estuve platicando montones de cosas para cansarte y que te durmieras primero y así te quedaras conmigo toda la noche. Cuando tu respiración ya estaba acompasada, me abracé a ti y recargué mi cabeza en tu pecho para escuchar tus latidos, como ahora.
-Cuando desperté estabas pegada a mi, tu brazo y pierna sobre mi cuerpo y tu cabeza en mi pecho. Nunca nadie antes había dormido así conmigo, intenté soltarme para levantarme, pero te pegaste más y me dio pena despertarte.
-En la mañana te vi conmigo y estaba feliz que no te hubieras ido a tu cama. Fingí dormir para quedarme abrazada a tu cuerpo el mayor tiempo posible. Hasta que mis papás llamaron por teléfono para preguntar si ya bajábamos a desayunar.
-Llegada otra vez la noche, volviste a lo mismo y te dije que mejor sería que fueras a dormir a la habitación de tus padres. No quisiste y prometiste dejar de llorar. Sin embargo cuando a la madrugada quise levantarme por agua, ya estabas en mi cama abrazándome. Y todas las noches fue igual.
-No pensé que te hubiera incomodado tanto.
-No fue eso, sólo que no estaba acostumbrada. Además que ya no eras una niña pequeña, estabas al inicio de la pubertad.
-¿Recuerdas los días en la playa?
-Sí, te comportaste de forma extraña. Rogaste por ir a la playa pero no quisiste probar ninguno de los atractivos que hay en ellas. Yo creí que con tu espíritu aventurero apenas si te vería el polvo.
-Sólo quería estar contigo. Mi mamá se enojaba por que no te dejaba ni a sol ni a sombra. Y tú siempre me seguías la corriente.
-Medio en serio y medio en broma tu mamá decía que yo tenía la culpa de que fueras tan caprichosa. Me decía que ojalá me casara pronto y tuviera hijos para ver si así dejaba de consentirte tanto.
-Lo único que quise hacer esa vacaciones fue ir contigo al paseo en lancha a una isla ¿te acuerdas?
-Sí, no entendí porque quisiste ir, el único atractivo era que te dejaban ahí por varias horas y después te llevaban de vuelta a la playa del hotel.
-Porque ibas tú, y ya no había lugar para mis papás ni para mi hermano.
-¿Te divertiste?
-No tanto, tuviste la idea de juntarte con una bola de “cotorras” que dijeron: “que bonita su hija, seguro se parece a su papá”.
-¡Oh, sí! Te emberrinchaste y te desapareciste. Por más que te busqué no te encontraba. Me diste un susto de muerte. Estaba muy preocupada. Hasta que empezó a llover…
-No fue la lluvia, sino los relámpagos. Tuve que salir de mi escondite.
Me reí con ganas: –Sí, venías como alma que lleva el diablo. Te metiste en mis brazos y no hubo modo de sacarte. Hasta se te olvidó que estabas enojada.
-Tus brazos siempre han sido mi refugio favorito.
-Las “cotorras”, como tú les dices, estaban muy enternecidas. Hasta me dijeron que era una mamá muy paciente, a lo que conteste: -Conozco muy bien a mi niña. Sin salir del abrazo dijiste: -¡No soy una niña!
-Y no lo era. Pero tú siempre me viste así.
-Lía, eres mi ahijada, casi mi hija. Para una madre los hijos no crecen, siempre son niños.
Me soltaste bruscamente y preguntaste ¡Mírame bien! ¿Acaso sigo siendo una niña? ¡Además no soy tu hija!
Ahora yo me sentía herida: -Tienes razón, eres una mujer, aunque tus berrinches siguen siendo de niña. Jamás me dijiste madrina, ni siquiera el día de la comunión. Tus padres siempre te regañaban por eso, pero siempre insististe en decirme Alicia. No sé porque quisiste ser mi ahijada, o que hice para perder tu confianza y tu cariño.
-Qué ciega has estado Alicia. Tomaste mi cara con ambas manos, con mucha suavidad y te acercaste a mi, no supe qué hacer o decir… a mi mente venían retazos de la última conversación que tuve con tu madre.