El reencuentro, 20 años después (3)

El comienzo (Primero, segundo y tercero de primaria)

-Lía mírame -su cabeza se había recorrido hasta quedar oculta en mi cuello, ya se había tranquilizado pero no soltaba el abrazo. Claro que me acuerdo de ti –una sonrisa escapó de mi boca y sólo entonces me soltó, volvimos a sentarnos.

¿Cómo olvidarme de aquella chiquilla de vestidito bordado y dos coletas que lloraba y lloraba a la entrada de la escuela? Era mi primer día de trabajo. Al llegar, vi que tu madre intentaba hacerte entrar, otras maestras te prometían dulces y juguetes si entrabas y dejabas de llorar; todo en vano, ni soltabas a tu mamá ni dejabas de llorar. Sentí mucha ternura y me acerqué:

-Hola ¿cómo te llamas? Levantaste tu carita hacia mi y dijiste con una vocecita:

-Lía.

-Yo soy Alicia, ¿quieres entrar a jugar conmigo y otros niños un ratito? Dejaste de llorar.

-¿Puede venir mi mami?

-Creo que por hoy no, pero otro día la podemos invitar también. Volteaste a verla y ella asintió con la cabeza, se agachó y te besó la frente. Te soltaste de su mano y tomaste la mía.

-¿Tienes juguetes Alicia?

-Unos poquitos, pero podemos conseguir más.

Fui a la dirección a presentarme, te pedí que me esperaras afuera. Estuviste con la cara pegada al vidrio todo el rato, vigilando lo que ocurría. Me asignaron a primer grado, pero tú no estabas en la lista de mi grupo y vuelta a llorar nuevamente cuando traté de dejarte en tu grupo. La maestra, una mujer de edad avanzada, dijo que era mejor que te llevara conmigo.

Me observabas muy fijamente: -No pensé que te acordaras tan bien, hasta de la ropa y el peinado.

-Pues ya ves que sí.

-Después nunca te soltaba, en broma los maestros decían que era tu hija y hasta lograron encontrarnos parecido. Tú sólo te reías y me abrazabas… y yo era la niña más feliz del mundo. En segundo volviste a ser mi maestra, para entonces mis papás y tú llevaban una muy buena relación, a veces comías en mi casa. En tercer año me asignaron a un maestro, el profesor Eduardo, joven y todos decían que muy simpático.

-Nunca entendí porque te caía tan mal, él se desvivía por caerte simpático.

-Andaba tras de ti.

-¡Claro que no! Que cosas tienes, sólo éramos amigos, cuando almorzaba con nosotros era a ti a quién le ponía más atención, te bromeaba, te platicaba anécdotas, todo para que sonrieras, y tú siempre lo mirabas con el ceño fruncido y apenas si le respondías.

-El tipo pensó que si lograba caerme bien te conquistaría, por eso me caía gordo, esperaba que yo fuera su cómplice, pero se equivocó. Yo sólo te quería para mi.

Miré tus ojos y en ellos descubrí el mismo brillo que tenían en la infancia, me acerqué a ti y besé tu frente (como tantas veces lo hice cuando eras pequeña) y al retirarme exhalé un suspiro, no dejabas de observarme, tomaste mis brazos y me hiciste abrazarte, tu cabeza apoyada en mi pecho.