El reencuentro (2)
Los Martínez, padre e hijo, se entregan a su destino después de veinte años de distancia. Y parece que éste no cesa de darles sorpresas...
El reencuentro (Parte 2 La compra)
Dormir después de aquella increíble experiencia resultó para ambos un esfuerzo titánico. En efecto, tanto mi padre como yo habíamos encontrado un nuevo tipo de comunicación y el resto de la noche seguimos explorando todas las rutas posibles, entusiasmados, felices y lo que es más, sin sentimientos de culpa o desaprobación. Yo sentía que mi vida de ahora en adelante tenía que ser diferente. Recuperar a mi padre era mi única prioridad, y ahora que habíamos traspasado las fronteras ambos sabíamos que no existía la posibilidad de una vuelta atrás. Muy en claro lo dejó mi padre mientras comenzaba a amanecer y los sonidos típicos del campo crecían a la par de nuestra intimidad.
-Dime, Andrés- dijo mi padre levantándome la cabeza desde el mentón apoyado en su pecho- ¿estás tan feliz como yo de ser el uno para el otro?
-Sin duda- respondí emocionado eres mucho más de lo que que jamás hubiese soñado tener. Siempre me hiciste falta, pero ahora si me abandonas no podré dar rumbo a mi vida. Me has hecho otro hombre, papá.
-¡Qué feliz me hace saberlo, chiquito!- se emocionó mi padre- ni el más audaz de los adivinos hubiese podido pronosticar esto que estoy sintiendo...que estamos viviendo juntos. Por algo yo sabía que tenía que regresar a Uruguay. Y conocerte, tenerte a mi lado.
Las palabras de mi padre eran una música en mis oídos. Por más extraña que fuese la situación en que nos encontrábamos yo no podía imaginar un futuro lejos de él. Lo besé largamente, mientras sus manos volvían a repetir sus promesas en casa centímetro de mi piel. El calor de su pecho contra el mío me producía una sensación de plenitud exquisita y en mis ansias por gratificar su entrega me apoderé sin prisa de su verga que comenzó a elevarse envuelta por mi palma húmeda tibia. Dispuesto una vez más a recoger su robustez en mi boca, quise correrme hacia abajo pero me lo impidió con un ademán decidido.
-No te apresures, Andrés. Hay mucho tiempo por delante. Déjame a mí brindarte placer...
Fue él quien se deslizó hacia mi vientre, tendiéndome de espaldas en la cama. Su boca sabia iba calculando los espacios con la precisión de un agrimensor, creando senderos de saliva hasta llegar a mi miembro al que con gula deslizó dentro de ella como para encerrarlo en su garganta. Su lengua ávida lo rodeaba en todo su ancho y largo, mientras la abundante saliva lo convertía en una torre de carne y baba dulce, cálida y fragante. Cuando lo hubo conseguido, mi verga era un prodigio desconocido hasta para mí: nunca se había empinado tanto, nunca alcanzado esa dureza que ahora me sorprendía. Volvió a mi boca, hundiéndome la lengua con avidez, mientras pasaba una de sus piernas hacia el costado enfilando su ano con mi glande a punto de explotar de deseo y placer. Sin dejar de besarme intensamente, se metió en un solo envión mi pedazo y lo acunó en el fondo de su recto con parsimonia antes de comenzar a moverse rítmicamente, dentro, fuera, sacándola de golpe para clavarla con más ahínco, siempre besándome como para darme aliento y vida.
-¡Chiquito mío, ahora ya no somos más dos desconocidos sino un solo cuerpo, mira!- me dijo entrecortadamente mientras elevaba mi cabeza para que pudiese verlo. Entre ambos cuerpos mi verga a todo vapor parecía un eje al que estuviera sujeto. La hundía y la sacaba dejando espacio apenas para que yo pudiera gozar del espectáculo de tenerlo empalado cabalgándome.
-¡Ah, papi, que me vengo!- rugí en un paroxismo delirante.
-¡Ven, ven conmigo, mi vida, yo también!- y un chorro espeso y largo se derramó sobre mi pecho- Quédate así, chiquito, no la saques hasta que se duerma satisfecha...
Increíblemente, en todas mis experiencias anteriores- siempre había sido con mujeres hasta ese momento- una vez que eyaculaba en pocos segundos el miembro recobraba su flaccidez, pero en ese momento para mi asombro todavía la sentía dura y caliente dentro de mi padre. Como si se tratara de un juego, riendo, continuó moviéndose en círculos, feliz, como impidiendo que la naturaleza obrara como de costumbre. Todavía estaba bastante rígida cuando la fue retirando en menudas contracciones anales, prolongando el placer. Quedó sentado encima, juguetón, mientras yo podía sentir cómo mi esperma se deslizaba de su culo mojándome los testículos, aún tibio y de aroma penetrante.
-Vamos a darnos una ducha, mi nene- contento como unas pascuas mi padre, mi rey, mi hombre se tiró ágilmente de la cama y corrió hacia la diminuta ducha que causara nuestro acercamiento. Le seguí, feliz, con esa plena sensación de compartir que deja el amor bien hecho. Nos escurrimos bajo el chorro de la roseta, un viene y va de jabón, risas y besos como dos adolescentes enamorados. Nos lavamos mutuamente, y continuamos el juego bajo el agua acicalándonos con las lenguas como los gatos, prolongando nuestra felicidad. Cuando miramos nuestros relojes nos dimos cuenta que eran las ocho de la mañana, de modo que mi padre levantó el auricular del teléfono para comunicarse con la recepción mientras yo me desperezaba en la cama pequeña, al menos para demostrar que ahí había estado alguien. Ni que hablar que la cama camera era un campo de batalla evidente, pero a estas alturas era lo que menos me importaba.
Mi padre hablaba con el encargado del día que había tomado turno y ya tenía la confirmación de la entrevista con el escribano para las diez, de modo que apenas quedaba tiempo para vestirnos, desayunar y acudir a la inmobiliaria. Pensé que tal vez tendríamos oportunidad de una siesta y allí recuperar el sueño perdido o ganado, según como se lo mire- y pregunté ni bien colgó el teléfono:
-Papi, ¿podemos quedarnos un día más en este hotel?
-Pero claro, ¿cómo podría ocurrírseme otra cosa?- dijo sonriéndome- no me iría de aquí de otro modo como no fuese con los pies para adelante.
Un escalofrío me corrió por la espina dorsal. Me acerqué rápidamente y puse una mano sobre su boca mientras con la otra lo abrazaba.
-Nunca más digas eso, ni siquiera en broma, papá- le dije con seriedad- si algo llegara a pasarte...
-Pero mi vida- respondió con la misma seriedad mi padre- en primer lugar era una broma, y en segundo lugar debes tomar conciencia que te doblo en edad, algún día deberé dejarte.
-Nunca, papi- dije mientras una lágrima me nubló un ojo- nunca nos separaremos. Recuerda que desde hoy somos uno.
Mi padre me miró sin decir nada más, pero me abrazó con efusión y al notar la lágrima descendiendo por mi mejilla la absorbió rápidamente con la punta de su lengua.
-Andrés, debemos ser realistas. Esto que nos sucede y que es hermoso es un juego del destino, no, déjame hablar- dijo al ver que yo iba a replicar rudamente- y no somos dueños de él, por más que querramos. Un día me iré...
-Y yo contigo, papi. Sin tu amor mi vida carece de sentido-le espeté con rabia, como para conjurar el funesto presagio- ya te dije que soy un hombre nuevo y que mi vida comenzó a cambiar.
-Sí, y yo siento lo mismo, pero no podemos desafiar las leyes naturales- suave y seriamente respondió abrochándose el cinturón.
-Ah, ¿te parece que no?- le dije con ironía- ¿Este amor es parte de la naturaleza?
-No sé si de la naturaleza, hijo, pero sí lo es de la nuestra- replicó- y será lo que tenga que ser, nunca te olvides. Pero, vamos, no nos pongamos tan dramáticos, vamos por un buen desayuno que tengo las tripas vacías.
-Mmm, yo también...pero podremos rellenarlas en la siesta- dije yo, sonriendo con picardía- ¿no te suena excitante?
-Vamos por partes, chiquito. Primero un buen desayuno y luego negocios. Y más tarde...placer compartido- sonrió alborozado.
Nos dirigimos al salón comedor del hotel donde unos pocos pasajeros madrugadores estaban dando cuenta del sencillo buffet expuesto en una mesa larga en el centro del lugar.
-¿Señor Martínez?- preguntó una chica de anteojos que traía una carpeta en la mano- Soy Alicia, secretaria del estudio del escribano Bosetti.
-Mucho gusto, Alicia. Mi hijo, Andrés Martínez- presentó mi padre- ¿en qué puedo servirle?
-Me adelanté porque el encargado de la noche del hotel programó una cita entre el escribano y usted- dijo la chica.
-Correcto, yo pedí al señor que nos recibió que lo hiciera. Pero, ¿hay algún problema?- inquirió mi padre con extrañeza.
-No, ningún problema señor Martínez. Sólo que el escribano quedó perplejo cuando se le llamó desde acá y entendió que estaba interesado en el hotel, que está en venta. ¿No lo sabía?- respondió la muchacha cautelosa, por si las moscas.
-¿Este hotel está en venta?- mi padre giró su cabeza en dirección a mí y mi mirada le confirmó mis pensamientos- bien, creo que Andrés y yo estamos interesados en escuchar la proposición. Tome asiento con nosotros, por favor.
-No, no se molesten. Eso corre por cuenta del escribano, señor Martínez. Yo traje los papeles para que ustedes vayan viendo detalles de la transacción. A las diez estará por aquí el escribano que es apoderado de los propietarios, y podrán discutir directamente con él los detalles.
Yo no salía de mi asombro: ¿tendría razón mi padre al decir que somos marionetas del destino? Lo que quedaba definitivamente claro era que todo se iba dando como de acuerdo a un plan del que formábamos parte pero sin alcanzar a tener el control.
-Bien entonces. Le quedamos muy agradecidos, Alicia. Comuníquele por favor al escribano Boselli que lo esperamos con mucho gusto y que si todo está en orden seguramente llegaremos a un acuerdo. Con su sonrisa más seductora, mi padre tendió su mano a la muchacha que se retiró dejándonos solos ante nuestras tazas de café.
-¿Qué piensas de todo esto, Andrés?- dijo mi padre ni bien quedamos solos.
-Bueno, creo que estoy tan sorprendido como tú, papi- razoné- pero de una cosa tengo la absoluta seguridad.
-¿De qué cosa, hijo?- inquirió casi con preocupación.
-No, no se trata de nada malo, al contrario- sonreí- creo que el destino nos indicaba la importancia absoluta del número veintitrés en nuestras vidas...
Sonrió ampliamente mi padre, captando todos los matices de mi razonamiento- Msí...es un número de suerte para ambos, mi chiquito. Vamos a tener que reducir un poco más las dimensiones de la ducha de la habitación veintitrés, porque si compramos, esa será nuestra habitación personal, ¿no crees?
- Esperemos un poco para ver el precio- dije sondeando- tú querías un campo y te proponen un hotel. Hay diferencias.
Seguramente. Pero aún podremos sembrarnos y cosecharnos mutuamente manejando un hotel. Lo cierto es que aunque cada vez que yo menciono mi confianza en el destino tu cara muestre asombro, no me negarás que parece no existir la casualidad, tal como se van dando los acontecimientos.
Tienes toda la razón, papá- asentí sinceramente- cada vez estoy más seguro que nuestra vida comenzó esta pasada noche y que el destino nos ha preparado sus mejores dones.
Bien, vamos a dar una vuelta por el hotel a curiosear un poco antes que llegue el escribano. Después de todo, te mereces una inspección a fondo como nuevo propietario.
Mi corazón dio un vuelco, embargado por el anuncio.
Me levanté de la mesa atropelladamente y sin dar importancia a la gente que estaba a nuestro alrededor le estampé un beso en la mejilla.
- ¿Estás contento, hijo?- preguntó feliz, respondiendo a su vez el cariño.
-Mucho, papá. ¡Viva el veintitrés, mi número de la suerte!- casi grité jubilosamente sin percatarme que los demás pasajeros se volvieron a mirarnos, curiosos.
Continuará, si gustan los amables lectores...