El recepcionista del turno de noche del hostal
Es un cuento de hadas para tíos. Es un cuento de hadas para un recepcionista cualquiera del turno de noche en un pequeño hostal de veraneo.
¿Os sabéis esa de “Fuah! Los recepcionistas del turno de noche de un hotel tienen que haber vivido cada historia...”? Pues es verdad. Palabra de recepcionista de turno de noche de un pequeño hostal de veraneo.
Es más, hay ocasiones en las que esas historias van mucho más allá de lo anecdótico y, en el caso de los relatos que nos ocupan, de su connotación sexual. Veréis.. ¿Y qué pasa con esas ocasiones en las que todo, absolutamente todo, se pone en movimiento de manera perfecta, repito, PERFECTA?
Este relato es el puto cuento de hadas para un tío. Es mi cuento de hadas.
Y os tengo que contar la historia desde el principio, claro. Pero se puede hacer una síntesis muy concreta. No os preocupéis, que no voy a extenderme demasiado.
El verano pasado fue el último de mi yo anterior: Un yo que reventó el día que salió de su casa con la idea de no volver y que, dejando atrás esposa y mascota, se adentraba en un camino tan incierto como aterrador. ¡Qué difícil es afrontar tu primera separación! ¡Qué de hostias te pegas!
Este verano, por el contrario, es el primero del resto de mi vida. ¡Y va rodao!
¿Habéis oído hablar de Cabo de Gata, verdad? No hay español que ya no la conozca, al menos, de oídas. ¿Os suena la playa de los Muertos? ¿Mónsul? ¿Las Negras? ¿San José? Es un paraíso que hay en Almería, una esquinita del mundo que está virgen y con mil tesoros a nuestro alcance.
Mi nombre es Fulanito y yo soy mar: un lagarto de playa que tiene facilidad para desconectar del mundo y conectarse con la naturaleza conforme se tira en la arena y se deja llevar por el arrullo de las olas.
Mi playa es Barronal: la zona naturista del parque de Cabo de Gata. Un área que va más allá de la propia playa y que se extiende de este a oeste desde Genoveses hasta Mónsul: Más de un par de kilómetros de calas, sendas y montañas por las que poder pasear desnudo en comunión con el entorno. Un lugar en el que es facilísimo conectar con tu yo más interior y ser inmensamente feliz.
La conocí el verano pasado, el último de mi yo anterior, ¿Recordáis? El verano pasado necesitaba encontrarme y, como disponía de todo mi tiempo para mí, tuve la oportunidad de dedicármelo y de hacerme regalos como, por ejemplo, ir a conocer Cabo de Gata.
Este verano, el primero de mi nuevo yo, vuelvo a tenerla cerca pero porque resulta que estoy trabajando en el turno de noche de un pequeño hostal de San José al que, por si acaso, no vamos a ponerle nombre. Y, para quien no termine de conocer esto, de San José a la playa de Barronal hay apenas diez minutos en coche, ya aparcado y todo.
Tengo que contaros de mí, además, que soy ave nocturna: no me resulta difícil trabajar de noche porque, como nos pasa a los soñadores, es nuestro mejor momento. Una jornada laboral que termina a las siete de la mañana es algo ideal: sobre todo si, además, te ofrece tantas posibilidades de aprovechar ese tiempo como me pasa a mí.
¿Os lo imagináis? Soy, para empezar, un afortunado trabajador. Pero, no solo eso, sino que, además, soy un afortunado trabajador cuyo trabajo engorda su cuenta corriente por hacer muchas cosas que le gustan y que, cuando sale de trabajar a las siete de la mañana, está tan solo a diez minutos en coche de la playa de sus sueños. Un afortunado trabajador que, además, también es mar y que está en el primer verano del resto de su vida.
Y ya empieza a haber ganas de recuperar ciertas cosas que, por causas de fuerza mayor, se quedaron aparcadas temporalmente: el sexo, por poner un ejemplo.
Y, ahora que ya me entendéis cuando digo que todo se ha puesto en movimiento de manera perfecta, es cuando toca contaros la anécdota del recepcionista de hostal del turno de noche...
Estoy una noche detrás de mi mostrador. Suele ser lo habitual desde que entro hasta, más o menos, las dos de la mañana; Que es la hora a la que, habitualmente, ya están de vuelta todos los clientes. Los sábados llegan a cualquier hora pero, el resto de la semana, para las dos. Sí...
De esa hora en adelante mi trabajo, básicamente, consiste en ser un centinela: estar disponible para actuar ante cualquier contingencia prevista en este tipo de trabajo: atender la necesidad de cualquier cliente, vigilar el edificio y alguna que otra tarea de mantenimiento. Son casi cinco horas a las que se le pueden sacar mucho provecho.
Pues eso, que estaba en el mostrador y entran un par de chicas, treintañeras, monas y simpáticas que estaban alojadas en el hostal y, una de ellas, se me acercó.
Perdona, ¿Podrías decirme si mañana va a hacer viento? Es que queremos ir a la playa de los Muertos y nos han dicho que, mañana, no va a ser buen día porque va a soplar levante.
Ahora mismo lo vemos.
Giré un poco la pantalla del ordenador para que lo viera y abrí una pestaña del navegador con una web con ese tipo de información que tenemos marcada como favorita. Es una pregunta habitual en esta zona: aquí suele soplar el levante y, cuando lo hace, hay que tenerle respeto porque es muy porculero.
Por el acento me pareció madrileña, también es muy habitual por aquí. Y me gustó el caracter que le intuí. Me pareció una chica extrovertida. Era una candidata apta con la que soñar fantasías.
Me parece que mañana no va a ser buen día para ir a Los Muertos -empecé a responder tras ver la información que me facilitaba la web-. Va a soplar con un poco más de mala leche que ha soplado hoy. Así que, aunque el mar no esté muy revuelto, si que lo va a estar lo suficiente como para no poder bucear y para que la arena de la playa te haga un pelling de los que pican.
¡Vaya! ¿Y qué podemos hacer? -dijo sonriendo primero para, poner cara de total desconcierto a continuación.
Para estos casos, si lo que queréis es solo tomar el sol y daros un baño, yo suelo recomendar la cala de los amarillos. Mira...
Abrí una nueva pestaña con una web en la que se enumeran todas las calas del parque. Las describen, te indican cómo llegar y contienen fotografías del lugar.
Está justo detrás del morrón de Genoveses. Es una playa chica, apenas sesenta metros de orilla cóncava ¿Lo ves? Pero lo bueno que tiene son estas dos escolleras naturales de roca que la cierran y que la dejan casi como una piscina. Ese cerro os protege del viento y la arena no se levanta y, con las rocas, las olas se rompen y, dentro de la playa, el agua está más tranquila.
Oye, qué buena pinta tiene. ¿Y cómo se llega?
Desde el aparcamiento de Genoveses salen estos caminos -le dije enseñándole la imagen satélite de google maps- Solo hay que seguir este. Es pura intuición. Queréis ir detrás del morrón (un cerro), el camino se adivina perfectamente. Lo veréis: es el que rodea ese sembrao que reconoceréis conforme lo veáis.
Genial. Pues mañana probaremos los Amarillos, a ver qué tal. Muchas gracias.
Ya os digo. Para estar de tranquileo es una buena playa. El acceso es un poco escarpado, eso sí. Calzado cerrado, no os la juguéis con unas sandalias.
¿Es mucho camino?
¡Qué va! No creo que llegue a los quinientos metros. Y es un camino cómodo. Lo del calzado es, sobre todo, para bajar a la playa.
Vale, muchas gracias de nuevo. Buenas noches.
Buenas noches.
Al fondo del hall del hostal hay una puerta de doble hoja que da a una terraza interior desde la que se accede a otra parte del edificio en el que están las habitaciones que dan a la piscina. Se fueron en esa dirección y, tras cruzar la terraza, dejé de verlas.
Definitivamente era una chica deseable. Una de las cosas que he descubierto en este renacimiento es el tipo de miradas que busco en una mujer, no me vale cualquiera. Busco una mirada en la que pueda ver la tristeza de una historia pasada y, a la vez, el brillo de la vida. Son miradas que han pasado por lo mismo que yo, miradas que han crecido como persona y que, en el mejor de los casos, son el reflejo de mi propio interior.
Esta chica tenía esa mirada y me quedé pensando en ella durante un rato. ¡Anda que si fuera el reflejo de mi propio interior! Si fuera como yo... Si fuera mar...
Yo soy transparente. He decidido que no tengo por qué esconder ninguna de las cosas que me definen y, claro, eso tiene consecuencias. Por ejemplo: Yo necesito la playa como me la da Barronal. Las playas urbanas, que vendrían a ser lo opuesto, no tienen cabida en mi imaginación. De hecho, cualquier playa que se considere textil y en la que el naturismo no sea, como mínimo, aceptado, se queda fuera de mis apetencias de playeo. Así que, ir acompañado a la playa, es algo en lo que tengo que trabajar porque ninguna de mis amistades, de las que encajan en mis preferencias, también lo digo, encaja para venir conmigo a la playa.
Así que paso muchas horas solo en la playa, conectado con mi yo más interno y, por tanto, conociéndome y dibujándome con mayor definición. Y, otra cosa que he decidido, es que quiero poder hablar con mis amigos de todas mis cosas: desde las más buenas hasta las peores. Me he dado cuenta de que tengo muchísimos conocidos, con los que compartir sectorialmente cualquiera de mis aficiones, pero que no tengo amigos con los que pueda ser transparente. Bueno, en realidad sí que los tengo, soy afortunado, pero no son tan como yo como para venirse de playa nudista conmigo.
- Me hace falta una amiga con la que ir a Barronal -pensé en voz alta en más de una ocasión aquella noche.
Soy fumador, es una de mis cosas malas. La cuestión es que, en la terraza que os he comentado antes, se puede fumar y, por otro lado, hace más fresquito que detrás del mostrador de recepción. Así que, cuando el hostal duerme, es cuando yo suelo ponerme mi buen vaso de agua con hielo, me salgo a la terraza y me fumo mi cigarro, o mis cigarros.
De un tiempo a esta parte me he dado cuenta que, lo mismo que Barronal me conecta con mi yo más positivo, con el más evolucionado, la terraza me tiene sujeto al pasado: no hace más que provocarme recuerdos de los que retuercen el corazón.
Otra de las cosas que he decidido es que quiero pasar por todos y cada uno de los recuerdos que vengan porque sé que, detrás de ellos, hay una lección y quiero aprenderlas todas para seguir creciendo. Es un ejercicio durísimo, imagino que ya lo sabéis, pero a mí me compensa. Da igual lo que haya que llorar y el tiempo que haya que hacerlo porque también he aprendido que, a mayor lección, mayor su precio. Así que, cuanto más cueste, mejor me va a venir.
Estaba en la terraza, con una de mis peleas con el pasado cuando, la madrileña, apareció de nuevo. Se había cambiado de ropa. De hecho, me dio la sensación de que venía vestida solo con un pareo que se había cruzado en el pecho y anudado en la espalda. Que no llevaba sujetador estaba claro. No pude evitar buscar las evidencias de una braguita. No las encontré.
¿Se puede fumar aquí? -me preguntó.
Sí, claro. Elige mesa.
¿Me puedo sentar en la tuya?
-Faltaría más. ¿Qué, que no llega el sueño? -le pregunté cuando la vi encenderse un pitillo.
Sí, básicamente. ¿No se te hace pesado tantas horas, de noche, y solo?
¡Qué va! Ahora porque me has pillado en un rato reflexión pero, también traigo algo para leer lo mismo que para escribir.
¿Escribes? ¿Qué escribes?
Se supone que son rumbas, pero no hay ni una terminada.
¡Ah! ¿Qué también te gusta la música? Vamos bien. Tocas la guitarra, entonces...
La aporreo, estoy aprendiendo ahora.
¿Eres de aquí? Tienes acento de más pallá.
¡¿De más pallá?! -me eché a reír-. Alejandro, de aquí, de Almería. Y tú, hasta ese “más pallá” tenías todas las papeletas para ser de Madrid pero, ahora, tengo mis dudas...
Leticia, de Madrid -respondió sonriendo-. Pero mi abuelo materno era de por aquí también: de la Isleta. Tengo mis dejes... Acabas de decir que estabas en tu rato reflexión... Que, si molesto...
No, mujer, no te preocupes. Un ratico de charla siempre viene bien. Y, con un abuelo de la Isleta, ¿Tú no sabías lo del levante?
No fue un abuelo fácil, digamos. Tuvo su historia y me perdí muchas cosas.
¿Habías venido ya por aquí?
Si, el año pasado. Vine a la Isleta un fin de semana. Y me enganchó...
Es que engancha -afirmé.
El Parque es que tiene algo, es así de sencillo.
- Este año me he venido diez días con mi amiga. Me gusta todo lo que me ofrece el parque. No solo las playas, sino su ambiente, o lo fascinante de su origen y formación. Estar sentada en la terraza de la casilla esa jipilona de Las Negras con tu rollo guay, tu copilla y aquella pedazo de montaña que es una inmensa mole de material volcánico negro.
Las Negras está de moda ahora, como lo estuvo el propio San José en su día. Son ambientes distintos, desde luego y, el de Las Negras, es el que predomina en la sociedad de nuestra edad de manera más visible.
Bueno, yo soy cuarentañero. Pero es que también he descubierto que vivimos una época en la que, esta edad, son los nuevos treinta. Y, ¡Oye! Que es verdad...
He tenido una década para aprender a ser adulto y suspendí. Tuve un año para recuperar y, tras aprobar con nota, aquí estoy: con poco más de cuarenta tacos y en una oportunidad propicia para hacer bien lo que, antes, hice mal. ¡Y con la misma juventud y oportunidades!
Estábamos en el comentario sobre la montaña característica de Las Negras, que me desvío...
- Yo tengo pendiente, antes de que acabe el verano -comencé a decirle-, pasar uno de mis descansos en Cala San Pedro ¿La conoces?
Asintió. Cala San Pedro es una playa a la que se llega andando después de recorrer un sendero de varios kilómetros o en barco. No hay otra manera. Es famosa porque allí vive una comuna hippie naturista todo el año y, como es un lugar tan evocador con su castillo en ruinas y su fuente de agua dulce y todo, pues ofrece una experiencia jipilona acomodada de chiringuito, que es muy atractiva.
Pero tú no tienes pinta de querer ir porque se haya puesto de moda. A ti de verdad te va ese rollillo...
Pues la verdad es que sí. Este año estoy disfrutando mucho del parque y me está sentando muy bien. Lo de Cala San Pedro igual luego no es lo que pensaba, pero no quiero quedarme sin vivir la experiencia. Yo es que soy muy así... ¿Tirando a bohemio?
Estabas en un momento reflexión cuando he llegado. Así que sí... Te pega lo de Cala San Pedro. Esta mañana en Barronal ya me lo ha parecido.
Esperaba mi reacción. ¡¿Barronal?! ¿Habían estado en la playa y nos las había reconocido después? ¡¿Y qué he hecho en Barronal para que te haya parecido que soy como soy?!
Gozabas la playa -me dijo sin titubear-. Te hemos visto sonreír cuando la paseabas por la orilla, también cuando la has recorrido por el agua haciendo ejercicio de piernas. Sonreías cuando, sentado en la orilla, mirabas al horizonte o cerrabas los ojos...
¿Tanto te has fijado en mí? -le pregunté completamente desacostumbrado a ese tipo de atenciones.
Llamas mucho la atención -contestó-. No como yo, que ni te has dado cuenta de que estaba allí.
“¡¿Pero cómo piensas eso con lo buena que estás?!”, pensé.
Ni darme cuenta, de verdad -dije a modo de disculpa-. Pero, cuando voy a la playa, es que estoy muy desconectado de todo y muy conectado conmigo.
Pero no como te conectas aquí. Ahora estabas más serio.
¡Un momento! ¿Qué estaba pasando aquí? Leticia era demasiado perfecta y eso me puso en alerta. No podía ser real así que, por tanto, se estaba yendo la cabeza.
Reponerse, pasar de una vida a una nueva vida, te dispara todos los sensores. Si sonríes, sonríes mucho, si lloras, lloras mucho y, si te encoñas, te encoñas mucho. Pero, lo peor de todo, es lo que cuesta manejar esas emociones. Se puede, porque se puede, pero hay que pasar mucho.
Me pasó estas Navidades por primera vez. Conocí a una chavala que roneó conmigo y pasé la mejor noche que había pasado en mucho tiempo. No hubo ni un solo beso, solo juego, y me desarboló. Me costó pasarme de baboso y sincero con ella para darme cuenta de que tenía las emociones descontroladas. Así que, cada vez que me vengo arriba con una chica, al final siempre me toca templarme. Y, no sé, hay veces que creo que me templo de más: que me estoy perdiendo cosas...
¿Tan transparente soy?
Muy transparente...
En cierto modo me sentí halagado. Al fin y al cabo ser transparente es lo que he decidido hacer con mi vida. La miré a los ojos, tenía que estar seguro. Y su mirada inspiraba confianza y, tal vez, complicidad.
- ¿Puedo preguntar en qué estabas pensando? -terminó de decirme.
Otra de las cosas que he aprendido es que, hablar de tu anterior pareja, no es buena idea. Y no lo es por dos razones: primero, porque si la chica con la que charlas quería tema, le estarás cortando el rollo de todas, todas. Y, segundo, porque es un freno para ti mismo que te impide avanzar. Si tu ex era el motivo de la reflexión, cuenta directamente la moraleja. Y yo, afortunadamente, la tenía.
- Pues fíjate que andaba pensando en la falta que me hace tener una amiga con la que ir a Barronal. Y, ya puestos a pedir, a San Pedro. Aunque la disfrute tanto, ir a la playa solo es, a veces, un poquito triste...
Me miró la mano, me dio la sensación de que buscaba la marca del anillo. No tengo.
- ¿Vas todos los días? Porque negro estás como para no poder disimular que te estás hartando de playa.
Sonreí.
- No. Mañana toca dormir. Cuando salga del turno cojo el coche, me voy a casa y a llevarme el día durmiendo. Ya, a Barronal. iré el domingo... Y, sí, me estoy hartando de playa...
Acompañé la sonrisa con la que le dije la última frase con una mirada que encerraba algo de nostalgia. Decía algo así como “agradezco todo lo que he pasado porque me ha ofrecido a cambio, entre otras cosas, la paz que me da el mar”.
Te estás reconstruyendo, ¿No? -me había entendido perfectamente. No dejaba de sorprenderme cómo habíamos conectado-. ¿Cuánto hace?
En abril del año pasado.
No llega a año y medio. Dos años me costó a mí -contestó.
Cruzamos de nuevo las miradas. Y Leticia me enseñó la tristeza de su mirada y el brillo que, a la vez, tenía porque estaba llena de vida.
Quedan cosillas -le dije-. Me han dicho que me prepare porque esta fase puede durar mucho. Tu has tardado dos años, una amiga se llevó cuatro largos... Por eso me viene tan bien Barronal, porque allí soy yo: el yo feliz y sano. Aquí, por el contrario, sigo siendo yo pero me toca enfrentarme a fantasmas.
Un fantasma que te lleve a la conclusión de que necesitas una amiga que te vaya contigo a la playa es un fantasma bien gordo. ¿Ella...?
No era mar como soy yo -le respondí-. Ni por asomo. Era otra cosa...
Me preguntó con la mirada.
-Rock´n´roll -le contesté.
La charla sobre mi ex fue el preámbulo de la despedida. Pero no porque le aburriera el tema. De hecho hizo aportaciones muy interesantes a mi visión de la historia que, dicho sea de paso, le pareció totalmente acertada. Se despidió porque quería tratar de dormir algo si, por la mañana, quería ir a la playa. Así que, tras darme un par de besos y finalizar con el frecuente “encantada”, volvió a salir de la terraza para perderse tras la puerta que daba al pasillo de su habitación.
Estaba sentado de espaldas a la puerta de su pasillo. Me fumé un cigarro y me levanté para ir a rellenarme el vaso de agua. Salí de la terraza y crucé el hall en busca de la cocina, que estaba en el extremo opuesto.
Al volver de la cocina fue cuando me di cuenta. Al fondo, en la puerta al otro lado de la terraza, parecía estar atado al picaporte el pareo de Leticia.
“¡Venga ya!”, pensé.
Soy transparente, y tengo que deciros que soy de imaginación perversa, picarona. Vale que esta situación del pareo es propicia para pensar picardías, pero por eso lo digo: porque me gusta ser de imaginación perversa. Es otra cualidad de mi forma ser que me saca a relucir la playa de Barronal y que también tiene que ver en que, esa playa, me guste como me gusta.
Pero, bueno, ¡Al pareo!
Que estuviera allí era una señal, sin lugar a dudas: Una señal que me decía que Leticia estaba desnuda en alguna parte al otro lado de aquella puerta y que quería hacérmelo saber.
¡Gran dilema!
¿Qué haces? ¿Te lías la manta a la cabeza o te quedas en tu sitio? Estás en el trabajo, es un asunto delicado.
Me quedé a la altura del mostrador repasando los pocos pros y los muchos contras de la situación. Por un lado, vivir aquel disparate me apetecía mucho: era una aventura, algo que me haría sonreír. Y tenía muchas ganas de sonreír así. Pero, por otro, me estoy reconstruyendo y, el trabajo, es un pilar bastante serio como para tomárselo a la ligera.
He decidido que hay que vivir la vida. Que hay que subirse a todos los trenes porque siempre habrá tiempo de bajarse de ellos si es lo que pide el cuerpo. Tengo mi vocación profesional orientada hacia otro sitio. Si mi relación con la hostelería terminara aquí y mal, tampoco me preocuparía más de lo necesario. Y, las explicaciones a mis jefes... Soy transparente. Les contaría lo que os estoy contando.
No sabía cuál era su habitación. Es una de las cosas malas del turno de noche. Que, como los clientes hacen la entrada (o “check in”) antes de que llegues, desde recepción les ves entrar, pero no sabes a dónde van. Solo te enteras de algunas por conversaciones o situaciones fortuitas. Con Leticia no se había dado el caso.
Era ir a ver que me encontraba, o no ir y punto. Con las ganas que tenía yo de ir...
No hizo falta. Apareció ella saliendo a la terraza desde la oscuridad de su pasillo.
Me hizo un gesto con la cabeza para que la acompañara. Venía con un par de latas de cerveza en la mano y un pequeño bolsito que llevaba cruzado, con una correa fina que iba del hombro a la correa y que apenas tenía el tamaño de una tabaquera, y que bajaba del hombro a la cadera. Se sentó en la misma mesa, pero en mi silla: de espaldas a su pasillo y de frente a mí.
- Vamos -insistió haciéndome también el correspondiente gesto con la mano.
Tenía que salir.
¿Pero qué haces? No debes...
Sigo sin pillar el sueño y, puesto que no me puede ser mañana, me ha apetecido hacerme ahora un ratico de Barronal contigo.
Me hizo gracia, me ilusionó, me hizo sonreír y también llorar... Ya os he dicho antes que, en esta fase de la reconstrucción, los sentimientos están desbocados. Me sentía tan afortunado como nostálgico. Era un momento delicado.
Me abandoné al destino. Era lo que tocaba. Ya me sentía suficientemente afortunado con el verano que llevaba de playa, paz y vida, el trabajo que había hecho y el dinero que había ahorrado como para no darme cuenta de que, en realidad, me estaban llegando mis recompensas. Leticia también lo era y, si aparecía, tal vez era porque me lo merecía.
Me puse cachondo, pero se controla. Afortunadamente se controla. Así que, después de asumir que, aún siendo posible, era poco probable que apareciera el único cliente que haría falta para arruinarme el trabajo, me desnudé y me senté con ella a la mesa, de espaldas a la puerta del hostal. Puerta que, desde hacía un buen rato, estaba echada con llave. El único peligro que podía acecharnos, estaba de puertas para adentro.
Abrió el bolsito y sacó, curiosamente, una tabaquera. Dentro llevaba lo necesario para liarse un canuto. Me miró y le di permiso. Total, con que nos pillaran desnudos era suficiente para tener problemas: sumarle un porro ya era lo de menos.
- Barronal a mí también me pone cachonda -me dijo.
Y era lo último que me esperaba escuchar.
- No solo te hemos observado cuando mirabas al horizonte -dijo a continuación-. Las mellizas te han traído loco todo el santo día...
¡Ay! ¡Las mellizas! ¡Qué mellizas! Dos adolescentes de melena larga y rubia, guapas y con el cuerpo delgadito y preparado para adoptar su morfología adulta. Lindísimas, felices... Sí, aquellas dos chiquillas me provocaron muy buenas sensaciones: una prolongada erección en un momento dado, incluso.
Erección como la que tenía en ese momento.
¿Cuánto hace que no echas un polvo? -preguntó a bocajarro y con total impunidad.
Desde abril del año pasado -respondí con total naturalidad. Sabía que tenía esa conexión con Leticia.
Yo sí que eché algún que otro polvo desafortunado durante mi periodo de recuperación. El tercero fue el bueno. Haces bien en no perder la cabeza. ¡Era tan difícil controlar las emociones!
Es lo que peor llevo -contesté-. Me cuesta distinguir la fantasía de la realidad y, como encima estás tan encendido, no te das cuenta de lo que estás haciendo realmente. Hay cosas que no deberías hacer pero que te parecen normales.
Como, ¿Por ejemplo?
Hablar más de la cuenta -respondí sin titubear-. Exponer sentimientos demasiado exagerados como si lo normal fuera hacerlo. Y no es así, la gente no está preparada para una sinceridad tan pura.
Como, ¿por ejemplo? -volvió a repetir con una gracia que me animó a soltar la lengua del modo que acababa de decir que no debía hacerlo.
La sinceridad de decirte que me gusta tu mirada muchísimo, me decía que éramos muy parecidos, ¡Pero no esperaba que tanto! Y, ya puestos, la sinceridad de decirte que me mola tu rollo y que me atraes tanto como el miedo que me das.
Pues ya lo has dicho. ¿Follaríamos? Sí, ¿No?
Me asustas mucho... -sonreí-. No podemos ser tan iguales.
¿Eres piscis?
Aquello ya sí que no podía ser verdad. Asentí.
Sonreímos porque nos reconocimos por completo. Le pasó la lengua a la pega del papel, se echó el canuto a la boca y lo encendió. A continuación se levantó de la silla, se colocó abierta de piernas sobre mí y se fue dejando caer para sentarse y penetrarse. Se encajó bien, era alta, las piernas le seguían llegando al suelo, y, tras darle una calada más al porro sin moverse de la postura en la que estaba, me lo pasó.
- Seguramente te doy miedo por más cosas -me dijo-. Tienes que conocerme. No busques comparar el tacto de mi piel con el de nadie, pero conóceme.
Me costó varios segundos dominar la presión que solo me dejaba concentrarme en el placer que sentía en la polla al tenerla envuelta de nuevo por un coño. Al final tuve que cogerle los cachetes del culo desde las caderas, apretarlos y clavarme contra ella para liberar toda la tensión que se me acababa de acumular.
Luego fui relajando la musculatura poco a poco y la miré a los ojos. Eran el complemento perfecto de aquella sonrisa. Había tanta complicidad en aquellos ojos. Podría ser mi reflejo, de momento lo era.
Tenía razón. Enfrentarse al primer encuentro sexual, a la primera nueva persona de tu nueva vida es un momento crucial, Porque, lo recurrente, es que quieras encontrar recuerdos, ¡O que quieras enterrarlos! Pero, si no te das cuenta, le estás dando prioridad a los recuerdos en realidad de estar haciendo lo que tienes que estar haciendo: Conocer un cuerpo nuevo.
Otra de las cosas que he decidido es que, aunque me dé permiso para acordarme de mi ex cuando quiera, también puedo dejar de hacerlo a voluntad. Hay momentos que son míos y en los que no tiene que estar: ni siquiera en el recuerdo. Yo decido qué momentos son esos. Y, este, evidentemente, lo era.
Cerré los ojos y abrí las manos para abarcar, sin apretar, todo el cachete del culo que fuera posible con cada una. Empecé a mover las manos con tanta suavidad que las yemas de los dedos no se movían de su sitio y, conforme identifiqué el tacto de su piel, empecé a recorrer su cuerpo con detenimiento para conocerla.
Primero le recorrí los muslos: hacia las rodillas y, posteriormente, de nuevo hacia la cintura. Abrí las manos al pasar por ella, sosteniéndola por cada lado, y estirando los dedos para sentir su contorno. Era un vientre espectacular y una espalda tan firme como suave.
Continué ascendiendo lentamente las manos y, al hacerlo, Leticia se cruzó los brazos en la nuca y sacó el pecho al frente. Los rodeé con las palmas y volví a bajar hacia el vientre por el contorno de su espalda para repetir de nuevo el movimiento ascendente. Le acaricié las tetas con un par de movimientos circulares de manos y, acto seguido, las manos continuaron subiendo para llegarle hasta el cuello. La sujeté por la nuca y Leticia bajó sus brazos dejándolos caer hacia atrás y separando su tronco del mío. Comenzó a mover las caderas y me cabalgó cuatro o cinco veces mirándome a los ojos. Finalmente, con la mano que tenía en la nuca, le cogí la base del cráneo, metiendo los dedos entre su pelo, y la fui acercando para besarnos en la boca.
La intensidad del muerdo que comenzamos a darnos en ese momento se extendió pronto al resto de nuestros cuerpos.
La trinqué del culo con la otra mano y empecé a darle pollazos mientras que ella comenzaba a cabalgarme de nuevo. Comenzamos con frenesí, como locos. Y así estuvimos no más de treinta segundos. Aquello era un desfiladero con orgasmo al fondo y no queríamos caernos. Así que nos detuvimos y volvimos a buscar la calma con una profunda clavada.
Sentada encima mía, con su frente contra mi frente y su melena cayendo y tapando nuestras caras y nuestras bocas jadeantes, me dijo:
- Seguro que, a poco que pienses, se te ocurre algún del hotel en el que seguir... Llévame.
No me preguntéis por qué pero, lo primero que se me vino a la cabeza, fue sentarla y abrirla de piernas sobre el escurridor de aluminio de los fregaderos de la cocina. Tenía la altura perfecta para ensartarla de pie. Así que, conforme hice el gesto de querer levantarme de la silla, Leticia me descabalgo y, al echar a seguirme, me cogió de la mano. Me encantó ese detalle.
Salimos desnudos de la terraza y dejé allí mir ropa. Cruzamos el hall y, desde el comedor, accedimos a la cocina. Encendí las luces, la senté y, justo después de morderse el labio por la impresión al sentir contra el culo el frío del aluminio, volvió a mordérselo cuando, poquito a poco, volví a envainarla.
Follábamos divertido. Nos manteníamos la mirada, jugábamos con las manos, con los cuerpos, la piel... No había prisa por llegar al orgasmo sino que, por el contrario, la excitación nacía, simplemente, del placer de follar divertido. Divertido y sin prisa.
Probamos el suelo, contra la cafetera, metió la cabeza en un congelador...
- Ahora elijo yo...
Echó a andar por delante mía y, de nuevo, tuvo el gesto de alargar el brazo hacia atrás esperando que le cogiera la mano. Cuando lo hice, la detuve, la giré y, apretándola contra mí, la besé con toda la ilusión con la que se puede besar en un momento como ese.
He decidido ser feliz.
- Has sido todo un acierto -me dijo ella al terminar de besarnos.
Reemprendimos la marcha y, al volver al hall, se detuvo a la altura del mostrador de recepción.
- Tu silla tenemos que probarla; Aunque sea un poquito. Siéntate...
Y luego se sentó ella de nuevo encima mía. Primero pecho contra pecho y, luego, dándome la espalda: de frente al hall.
- Lamento no poder ayudarle -empezó a decir como si hablara con alguien que estuviera al otro lado del mostrador-, pero yo soy una clienta, no trabajo aquí. Lo de follarse a la plantilla, por otro lado, es uno de los servicios del hostal, por si eso le anima a hospedarse aquí. Pero este ya está ocupado...
Después de batir el culo varias veces oprimiéndose sobre mí, volvió a descabalgarme y a cogerme de la mano para que le siguiera. ¿Dónde quería que fuéramos ahora?
Volvimos a pasar por la terraza y aprovechamos para recoger nuestras cosas. Entonces imaginé a dónde íbamos y la excitación me se disparó más aún: íbamos a su habitación. Y, allí, no íbamos a estar solos. Os recuerdo que Leticia había venido de vacaciones con una amiga...
- Conozco el nivel del umbral de sueño de Macarena -me dijo cuando leyó en mi cara que me había dado cuenta de la sorpresa-. Va a estar frita cuando entremos y sabremos si se va a despertar. Algo que a mí, personalmente, tampoco me importa mucho...
La sonrisa con que terminó de decirme aquellas palabras, justo cuando iba a posar la tarjeta sobre la cerradura electrónica dela puerta, me contó que no era la primera vez que hacía esto. Pero lo que no sabía que también me estaba contando fue lo que me encontré al cruzar la puerta.
- ¿No me digas que no pone?
¡Macarena se masturba dormida!
- Desde que se duerme hasta que se despierta... -terminó de decirme.
Desnuda y con las piernas levemente flexionadas, Macarena duerme recostada sobre su izquierda. Con la mano izquierda caída sobre el colchón y, la derecha, sacándole brillo a la perla clitoriana. La tenue pero suficiente luz que entraba desde la cristalera, que daba a la terraza de la habitación, la iluminaba de frente. Solo nuestras sombras cuando, sobre la cama de Leticia, empezamos a jugar de nuevo, la oscurecían. Y según la postura, claro, porque unas tapaban menos que otras. De hecho, ese fue uno de nuestros juegos sobre la cama: buscar la postura para follar que menos sombra le hiciera y más pudiéramos verle.
Después de probar unas cuantas y de reírnos mientras las gozábamos, decidimos que solo había dos formas de follar sin hacerle sombra a Macarena: o poniéndonos detrás de ella o saliéndonos a la terraza. Evidentemente, salir a la terraza fue la decisión que nos pareció más interesante.
Continuamos en una de las dos tumbonas, en la parte en que las terrazas de las habitaciones aun están separadas unas de otras por tabiques de pared y no existe visibilidad de unas a otras. Pero, de las tumbonas, nos fuimos hacia la barandilla, y ahí sí que se ve lo que pasa de una terraza a otra. La pared va cayendo en altura desde el fondo de la terraza hasta alcanzar el nivel de la barandilla. La terraza de al lado tenía la luz encendida.
Una pareja de adolescentes follaban en una de sus tumbonas. No se dieron cuenta del vistazo que les echamos antes de que pusiera a Leticia con las manos en la barandilla y el culo en pompa para seguir con lo nuestro. Y, luego, debieron ser ellos quienes nos vieron porque, al cabo de unos minutos, se colocaron en la misma posición que estábamos nosotros, en su terraza y siguieron follando.
Entonces se produjo una situación que me puso a mil. Solo con la mirada, Leticia dijo e hizo todo esto: “Hola (a ella), qué agustico se está así, follando. ¿A que sí? (ella que sonríe y asiente) Con tu permiso.. // Shh!! (a él) Enséñame el rabo (él, que se la saca a su chica y se la enseña a Leticia para que le vea) Buena polla, venga, aprovecha y vuelve a darle a tu chica // ¡Buena polla! (a ella) ¿Quieres ver la de este? (ella que asiente y Leticia que me echa una mirada de saber que estoy al loro y que ya sé lo que me toca. Yo que paro, le saco la polla y se la enseño a la chica. La chica que se relame y que vuelve a mirar a Leticia) Sí... Y folla de puta madre”.
Era, sobre todo, la expresividad de su mirada. Leticia era transparente y era tan sencillo entenderla... Y, luego, claro, era su caracter. Era, sencillamente, cautivadora y estaba llena de energía. De buena energía...
Juguetona, fue echando las manos poco a poco hacia la izquierda sobre la barandilla para ir acercándonos a los vecinos. La otra chica hizo el mismo juego y, al cabo de un par de minutos, la chicas ya estaban lo suficientemente juntas como para poder tocarse a poco que soltaran una mano de la barandilla.
- ¿Quieres ver cómo se corre el conserje?
No lo escuché, pero Leticia me contó luego que fue lo que le dijo a la chica antes de que pasara lo que pasó: que hizo que me corriera como un loco. ¡Dos veces seguidas!
- ¿Te animas a metérmela por el culo? -me preguntó.
¡Esas cosas ni se preguntan! Me clavé contra ella antes de desenvainarla y a punto estuve de correrme de la intensidad. Menos mal que lo controlé porque me habría perdido lo siguiente.
Le lubriqué el ojete con el dedo gordo después de chupármelo un par de veces y Leticia relajó su musculatura con rapidez. Así que, una vez que me pareció oportuno, salí de un agujero para meterme en el otro. Y, conforme el glande superó la presión inicial del ano y sintió las paredes rectales, la hija de puta empezó a hacer ejercicios musculares de succión y, no solo fue ella la que se autopenetró sino que, además, lo hizo provocándome tal placer con la presión que no pude evitar correrme.
Le agarré los cachetes hundiendo mis dedos en ellos hasta casi arañar con las uñas y gemí apretando los labios. ¡Madre del amor hermoso! ¿Pero qué había sido aquello?
Continuó moviendo los músculos del recto, pero con bastante más suavidad. Aún así, la presión que ejercían sobre mi miembro seguía siendo fabulosa. No se me venía abajo después de la corrida. Así que empecé a darle, que antes no me había dado tiempo, pequeños pollazos rítmicos y suaves. Aquel culo estaba perfectamente lubricado.
- ¿Quién quieres que se corra ahora? ¿Tú? ¿tu chico? ¿los dos?
También me lo contó Leticia luego, que le había dicho eso. Yo todo lo que supe fue que, de repente, la muchacha dejó de mirarme y que, tras decir algo, Leticia la cogió de la mandíbula con la punta de los dedos en forma de garras y que con la otra mano, le cogió un pecho en la misma postura.
- Tú, seguro. Tu chico, puede que también... -me dijo que le respondió.
Y ahí tienes a Leticia que empieza a acariciar con la yema de los dedos la teta de la chica mientras que va acercando lentamente boca contra boca. El primer contacto es un par de pasadas efímeras de unos labios sobre otros y, luego, conforme los dedos de una mano comienzan a pellizcarle el pezón, sin soltarla de la mandíbula empieza a darle seductores lengüetazos acompasados. Breves ambos gestos, pero cargados de lascivia.
Y a la muchacha le gustó...
Leticia llevó entonces las dos manos a la base del cráneo de la chica y volvió a cogerla con los dedos en garra desde debajo de las orejas. Empezó a comerle la boca con pasión y, por lo que me contó, sin dejar de mirarla a los ojos y la muchacha se volvió loca.
Se corrió, ¡Vaya si se corrió! ¡Nos corrimos los cuatro!
Volvió a ser otro de esos momentos de química pura. Las bocas de las chicas estaban a merced de nuestros pollazos. Así que, el otro muchacho y yo teníamos que sincronizarnos para que las chicas no se rompieran los dientes. Lo logramos y, ¡Qué queréis que os diga! Esos dos cuerpos desnudos de mujer bamboleándose a compás y con el movimiento tan hermoso que ofrecían sus generosas, pero no exageradas, hechuras eran un auténtico disparate. ¡Qué ganas de dar azotes, de acelerar el ritmo, de dar clavadas!...
Gimió más fuerte la muchacha cuando, el novio, le dio un cachete después de ver como se lo daba yo a Leticia. Ella también gimió, de hecho.
Me faltó haber soltado alguna barbaridad, pero tampoco hizo falta. La escena nos fue acelerando a los cuatro, tratamos de sincronizar el remate y, salvo por algunos segundos de diferencia entre uno y otro, el orgasmo comunitario nos salió bastante bien.
- Bueno, ya está bien. Que, con este, llevo tres y tampoco queremos robaros más tiempo. Supongo que mañana nos veremos. ¡O ahora después! Pero, con vuestro permiso, yo tengo que entrar a la habitación necesariamente.
Oye, ¡Y tan normal! No hizo falta que nadie dijera nada. Nos sonreímos y, luego, cada uno a lo suyo. Los chicos se quedaron en su terraza, Leticia entró al baño y yo... Yo me encontré de frente tras la cristalera con Macarena que, en la misma posición, seguía masturbándose y emitiendo pequeños gemidos de vez en cuando. ¡Qué maravilla de sueños tenía que tener! ¡Qué buena estaba también la hija de puta!
De pronto, en el reflejo de la cristalera, reconocí a dos clientes que, por el aparcamiento, se dirigían a la puerta del hotel. Así que entré disparado en la habitación, me vestí y, tras gritar un “clientes” para que Leticia lo escuchara al otro lado de la puerta del baño, salí de la habitación con el cinturón sin abrochar, pero disimulado por el polo, y con las zapatillas de deporte también desabrochadas.
Crucé la terraza por enésima vez esa noche, me acerqué a la puerta, quité la cerradura y la abrí antes de que llegaran. ¡Bendita sea la costumbre que tienen los clientes de detenerse a ver las luces de la piscina!
Buenas noches.
Buenas noches -respondieron. Y siguieron de largo en dirección a su habitación.
Aproveché para abrocharme zapatillas y cinturón y, luego, entré al aseo que tenemos en el hall. Me terminé de recomponer frente al espejo y, cuando me pareció que volvía a ser un recepcionista normal del turno de noche de un pequeño hostal, regresé a mi mostrador.
Apenas un minuto después, desde el pasillo de al otro lado de la terraza, aparecía Leticia de nuevo con el pareo, el bolsito y un par de cervezas en la mano haciéndome un gesto para que me sentara de nuevo con ella.
¡Faltaría más!
Puede no haber sido y, aún así, es un puto cuento de hadas que me viene “rodao”...