El Rapto de Dalilah (EPÍLOGO)

La vida de Dalilah y de Jesús ha dado un cambio vertiginoso, después de que ella pasara un fin de semana con un narco. Ahora, de forma breve, toca a ella decir su verdad.

EPÍLOGO

DALILAH

Mis piernas yacen extendidas sobre su peludo pecho, juntas, de forma vertical, y mis gruesas y abultadas nalgas están pegadas a sus muslos. Su gorda verga, firme, dura, aplastada entre mis dos piernas que lo masturban; y reposa y se agita sobre mi rajita hinchada, impregnándola de mis fluidos, que escapan ardientes a voluntad a través mis labios mayores, que ya deben estar enrojecidos y brotados como una flor en primavera después de un largo vaivén de acometidas.

—¡Hummm! —jadeo sin querer, poniendo mi antebrazo sobre mi boca a fin de evitar nuevos esbozos de placer.

Su lengua juega con mis pulcros dedos, primero los de un pie, y luego los del otro, ya que están a la altura de su boca; y los remoja, los adora, los muerde, sobre todo las puntas de mis uñas rojas, en tanto sus ásperas manos acarician mis empeines.

—¡Hmmmm! —lucho por tragarme ese nuevo gemido, producto de un ardiente cosquilleo que me asciende desde mi vulva y se desliza hasta mi espalda, pechos y pezones.

Quiero quedarme quieta, allí extendida sobre esa mesa de villar, pero la vibración que siento dentro de mi vagina es tal que estoy segura que voy a explotar… por enésima vez.

—¡Ya… por favor…! —suplico casi llorando, pero la irradiación de la pelota de villar que yace insertada dentro de mi coño, (con un mecanismo vibratorio que me hace estremecer cada vez que suspiro) me incapacitan y me vuelven vulnerable.

Siento las finas puntas de sus vellos testiculares cosquillándome el periné cada vez que impulsa su pelvis hacia mi culo: y cada vez que roza mi piel mis caderas vibran, y al vibrar se activa el mecanismo de la pelota de billar que se ha tragado mi cavidad acuosa. Una hebra de hilo muy delgado cuelga de mi rajita, pues es el medio por el cual, al tirar de él, esa esfera vibrante saldrá expulsada antes de que se vaya hasta mi útero y me salga por la boca.

—¡AAAAHHH! —bramo, como lo hiciera una loba en brama.

Y mi aullido procaz lo distrae y el semental deja de usar la lengua para lengüetear mis dedos. Se queda quieto, acaricia su copiosa barba con mis talones y espera ver mi reacción.

—Tu puchita se abre sola cada vez que deslizo mi rabo por encima —me dice orgulloso, con esa voz tan imposiblemente ronca y varonil; y al desplazar su enormidad entre mis piernas y mi rajita, no puedo evitar gemir «Hmgmhhm»—. Cada vez que mi verga se desliza sobre tus labios mayores, tu conchita se dilata a voluntad.

Odio que tenga razón.

—Estoy sintiendo tus caldos otra vez… ¿los sientes? —me pregunta, mientras su pene se desliza por encima de mi vagina, sin llegar a penetrarla—. Están brotando de tu almeja… bien calientes, y salen lentamente entre tus dos deliciosos gajos. —Y con sus dos manos me levanta de los tobillos, con el propósito de que «mis caldos» se escurran en mi vientre.

—¡Por dios… por diooos! —grito cuando me eleva más, provocando que la bola se active, acalambrándome el coño, vulva, pelvis y hasta mi recto—. ¡Mierdaaaaa! ¡Ahhhh!

—Tus piecitos tiemblan —me reconstruye los hechos, ya que yo he cerrado los ojos mientras me estremezco sobre la mesa—. Eres bien caliente… me encantas…

Y me extraña oír su voz, esta noche… después de tanto, pues Nerón apenas si habla conmigo, solo lo necesario cuando cogemos. De momento sólo se dirigía a mí para hacerme preguntas concretas, ya que la mayor parte del tiempo se la ha pasado hablando por teléfono, que tiene varios, uno diferente para cada fin. Y se la pasa dando órdenes, cambiando estrategias y esperando resultados.

Sin embargo, he notado algo que me llama la atención desde el día de ayer, ya que previo a que Lisardo, que hace las veces de su mano derecha, se marchara a otro sitio con Odett, por órdenes del capo, ocurrió un pequeño imprevisto que me tuvo de protagonista.

La forma en que Lisardo sirvió los elementos de la mesa durante la noche me provocó ansiedad, sumado a todo el estrés que ya llevaba acumulado y de los que me había propuesto desconectar a fin de no volverme loca. Y se lo hice saber, con voz firme, como cuando lideraba mi compañía de organización de eventos sociales:

—El vino no se sirve tan frío, porque pierde su sabor, y la copa de agua va antes que la del tinto, porque el vino, con esta clase de comida, se toma hasta el final; y los caldos no deben de ser tan calientes cuando se les pone encima un trozo de carne de este tipo cuya temperatura es inferior, porque al enfriarse se pone seboso. Además… ¿a quién carajos se le ocurrió que es de buen gusto comer carne en caldo caliente en la playa?

Mi hermosa Odett lanzó un suspiro de angustia desde el sitio donde se encontraba en aquella mesa al aire libre, que era de forma rectangular, temiendo que mi imprudencia me acaeciera inconvenientes.

Los ocho hombres armados que nos rodeaban a metros de distancia, «monitoreando la zona», también se volvieron hasta mí, que me hallaba sentada en la esquina opuesta de donde se aposentaba Nerón; pero esta vez me dedicaban miradas incrédulas, no morbosas, burlonas y lascivas como la que solían echarme cada vez que me los cruzaba por esa casa de seguridad tras haber estado a cuatro patas con su «patrón». Sé que, desde algún punto de esa casa, me han escuchado bramar, porque, con gran vergüenza lo digo, algunas veces los he llegado a murmurar palabras como:

«Qué culeada le está dando el patrón a esa pinche puta», «qué suerte tiene el patrón para chingarse a mujeres tan buenas como esa, ¿le vieron el señor culo que se carga la zorrita?» «Jajajaja, ahí tienen a la abnegada esposa, seguramente abierta de patas, disfrutando al patrón, mientras su marido llora en su casa», «Ufff… esa perra chilla cual vil puta.»

Por eso, con mi naturaleza innata de adalid que suelo emplear cuando tengo la razón, y con el único propósito de restregarle al capo y a los otros imbéciles que, pese a todo, yo no estaba intimidada aunque estuviese en sus dominios, le ordené a Lisardo, aun sabiendo que era el segundo al mando, de manera desafiante:

—Quítalo todo y vuélvelo a poner, porque así de desastroso como está hasta el hambre se me quitó.

Todo el mundo se quedó helado con aquella actuación tan simple de mi parte; los sicarios de nuestro alrededor parecieron burlarse de Lisardo, mientras Odett ocultaba su cara con los mechones rubios que le caían por los lados. Yo, por el contrario, me mostré orgullosa, y fingí acomodarme los pezones que había debajo de mi blusón transparente, (pues entre la ropa que nos han mandado traer, después de que una señora nos tomara las tallas, no hay ninguna sola prenda de ropa interior).

Nerón, en cambio, sólo me observó en silencio, no sé si dubitativo o airado (es difícil de interpretar la inexpresividad habitual de su semblante), con esa mirada ruda y pendenciera que ha logrado amedrentarme cada vez que lo he visto actuar con rabia, sadismo e inhumanidad, cuando ordena cosas atroces a su gente por teléfono, sin importar que yo esté presente.

Y, para mi sorpresa, aunque creí que Lisardo me increparía, se dispuso a rehacer lo que yo le mandé, como un perro regañado.

Desde entonces Nerón me observa distinto; no sé si con curiosidad o con alguna otra clase de interés, ya no solo lo hace con lascivia y acritud: y es hora que no he podido ser capaz de descifrar porqué. Sólo sé que cuando me contempla de esa manera, también analiza algo de mí y reflexiona.

Por otro lado, yo también lo desafío, pues mientras me observa, jamás le he bajado la mirada, por más terror que sienta por dentro. Y no sé si mi vanidosa actitud «el patrón» la valore o la deteste, pues como digo, es muy inexpresivo, un libro cerrado, misterioso. Un hombre de pocas palabras, incluso durante el sexo.

Pero todo comenzó a cambiar después de aquél episodio, y él se ha vuelto más… dinámico, (no sé si la palabra correcta sea condescendiente y… apasionado) y ha dejado de mirarme sólo como ese pedazo de carne que le quitó a otro hombre para comérselo él cuando se le dé la puta gana.

Y abro los ojos cuando los hilos calientes de mis flujos vaginales me traen al presente y remojan mis pechos. Y veo su mirada animalesca, ideando, probablemente, nuevas perversiones; y me enredo en esos ojos negros tan espesos, astutos, tan ávidos y tan penetrantes. Y antes de lo que me espero, vuelve a sentar mi culo sobre la superficie de la mesa. Sus dedos rasposos recorren mis brillantes pantorrillas hasta apropiarse de mis piernas, y luego de mis nalgas. Juega con ellas, las bambolea con las manos y luego las aprieta, como quien empuña arena, acariciándome hambriento y con ansiedad.

En eso también se parece a Jesús, mi Jesús… y cierro los ojos… para no contaminar mis recuerdos con la imagen de mi marido.

—Ya no más… por favor —le imploro… sintiendo el cosquilleo de pelvis.

No quiero sentir sensaciones, pero las siento. Es inevitable, y me maldigo constantemente, hasta que otro cosquilleo pélvico me hace gemir con la boca cerrada «Mghhmm.»

Pronto aleja su miembro de mi vagina y se inclina hasta mí, y aprieto los ojos, luchando de nuevo para no sentir, pero lo siento… infortunadamente lo siento, y él se encarga de hacer posible de que lo sienta, lo hace apropósito. Entre los dos hay un extraño desafío de egos; el mío para hacerle creer que no logra estimularme y él suyo para demostrarme que es todo lo contrario.

Él gana cada vez que me hace gemir. Y yo gano cuando me quedo inmóvil y en silencio. El problema es que últimamente él gana más seguido, y para yo ganar tengo que pensar en Jesús y en mi hija, empresa que me resulta tan difícil porque me he obligado a desconectar con mi mundo, para que todo sea más fluido y sencillo mientras esté en ese lugar, procurando no tenerlos en la mente para evitar manchar con mi deshonra nuestra institución familiar.

Sus manos se deslizan por mis anchas caderas, en tanto mis nalgas yacen desbordadas sobre la mesa. Cuando menos acuerdo lo siento echándose encima de mí, él enorme, siempre pesado, de tal manera que su abundante barba pica en mi vientre.

Tiemblo otra vez, «Ahhh», y la cabeza me da vueltas, justo a tiempo para advertir su lengua recogiendo mis fluidos vaginales, que ya se han estacionado sobre el preludio de mis pechos.

«Ya» «¡Ya!» «¡Ya… por Dios Yaaaa!» imploro cuando una de sus manos baja hasta mis gajos, y con cautela, parsimonia y adoración, mete sus adustos dedos para tirar del hilo de la bola y sacármela por fin, propiciándome un nuevo arqueo.

—¡Cabrón! —grito, y escucho sus resuellos demoniacos cuando acerca sus dientes al contorno de mis redondas areolas, raspándolas suavemente, de una en una, para luego dar el turno a los pezones, que parecen explotar de la dureza sobre su boca—. ¡Ohhh!¡Diooos!

Casi al tiempo en que su boca asciende, su cuerpo va invadiendo lentamente el espacio que hay entre mis piernas, las cuales abro para que se acomode. Y entonces la vuelvo a sentir, y mi sucio sexo lo reconoce cuando me lo restriega.

—Te la voy a meter de nuevo —me avisa con infalibilidad, cuando tengo su boca cerca de la mía, tragándome su aliento—. Te la voy a meter toda, hasta el fondo, con todo y huevos, para hacerte berrear como antes…

Y no quiero besarlo: me resisto, intento moverme, sacudir mi cabeza, pero entre más resisto más caliente se pone. Lo noto en su verga cuando surca mi vagina; y la siento más dura y febril que antes. Él cede, no sé por qué, y aparta su boca de la mía. Tácitamente le he dicho que jamás lo voy a besar.

—¡Huummm! —emito algo parecido a un gruñido mientras su falo empotra mi vagina, y por inercia echo mis tobillos en sus nalgas y lo impulso hacia mi centro.

—Estás ardiendo, loba…  —me dice, y no sé por qué me dice «loba», antes nunca me lo dijo.

De hecho… antes nunca me habló… casi nada, durante el acto.

Y vuelve su ansiedad por mi boca. Su lengua acaricia mis gruesos labios, que permanecen celosamente cerrados, pero su sabor a menta logra impregnarse en mi paladar. De pronto su poblada barba pica por mi cara, hormigueándome, y vuelvo a jadear. Su polla ya me invade, me rellena, me exalta y me abre «¡Aaaah!», y me parece una locura poder sentir el relieve de sus venas fálicas acariciando mis paredes, hundiéndose entre las carnes interiores, en tanto advierto cómo se adhiere toda su circunferencia a la secreción que expulsa mi gruta.

—¡Aúlla, loba… aúlla como sabes! —me exige con su voz roca, y el morbo que me provoca saberme abierta de piernas, y él echado encima de mí, mientras mi nariz aspira su aroma a macho, a hombre caliente, con su pecho aplastando mis tetas, su lengua jugando sobre mi boca, que sigo resistiendo a abrir, sus manos agarrándome de las nalgas fuertemente, y con toda su verga incrustada dentro de mi chorreante vagina, percibiendo sus huevos pegados en mi culo, rozándome con su vellosidad, me estremece… y grito fuerte, muy fuerte, al ritmo de sus renovados vaivenes.

—¡Aahh! ¡Ufff! ¡Ahhh!

—¡¿Te gusta?!

Yo no le contesto, solo «aúllo» «aúllo» y «aúllo»

—¡Brama, loba caliente, brama para mí!

—¡Aaah! ¡Aaaah! ¡Agghmm!

No jadeo porque me lo ordene, sino por la reacción natural de los estímulos involuntarios. Mi cuerpo me lo exige, mi cuerpo me lo demanda, no lo puedo dominar; y , por lo tanto, no hay nada que pueda hacer al respecto.

—Me fascina tu entrega… me vuelves loco… ¡me tienes como un perro en brama!

—¡Aaaaay! ¡Ufff! ¡Ahhh!

Los chasquidos de las embestidas hacen eco con mis bramidos. No quiero agarrarlo, ¡no quiero posar mis manos sobre sí, pues lo último que deseo es robustecer su orgullo! Pero cedo, por la puta calentura cedo, y mis brazos lo rodean por su enorme espalda, y mis uñas se clavan sobre su piel, con el placer de hacerle daño. Pero él sólo jadea, ásperamente jadea; de hecho, en lugar de tormento, parece que loexcito más, y acelera sus embestidas.

—¡Cómo me la tragaaaas! ¡Cómo me la traaagaaaas! ¡Ohhhh, mierdaaaa! ¡Qué rico me la traagaaas! —dice con aroma a prepotencia y orgullo.

Y yo quiero restablecerme, hacerle sentir un poco hombre, un inútil que ni siquiera sirve para follar… aunque sea mentira.

—¿Es todo lo que das, cabrón?¿Es todo lo que puedes ofrecerme? ¿Para eso querías apartarme de mi marido? ¿En verdad crees que eres mejor cogiendo que él? ¡Pues no! —En eso sí le digo de verdad. Y para rematarlo, le suelto—: ¡Inútil… eres un capo inútil!

Cuando menos acuerdo, Nerón gruñe, y yo me río de él. Entonces me desafía, rodea con sus manos la parte posterior de mi cuello y me arrastra con violencia hasta el filo de la mesa. Me levanta, lo circundo con mis piernas sobre la cintura para no caerme y, todavía con su polla clavada en mi vagina que no deja de chorrear y palpitar, me dejo conducir cargando, desplazándonos por toda la habitación, hasta que siento mi espalda pegada a una cálida pared de cristal que da hacia aquella playa privada de Lázaro Cárdenas Michoacán, a algunos 300 kilómetros de distancia de donde me aguarda mi desdichado marido: una playa que por la oscuridad de la noche sólo se refleja a través de una luna en cuarto menguante.

—¡Aúlla, loba, aúlla! —me conmina, y mi pelo se despeina y se pega sudoroso al cristal transparente, y el procaz sonido de mi cuerpo deslizándose de arriba abajo sobre el vidrio hace eco con los chapoteos de mi sexo, que devora incesantemente un rabo que no es el de mi marido… después de tantos años sin libertinaje… de tantas experiencias… de tanta locura.

Y ahí estoy yo, siendo follada entre una ventana de cristal y ese inmundo semental, que me domina, que me complace, que me intimida… y al que yo no quiero dar un rostro de verdad.

Y mis gritos se oyen por toda la habitación, y él jadea, y yo lo araño por el lomo, y me sigo deslizando sobre el maldito cristal, arriba y abajo, arriba y abajo, en tanto mi espalda emite los sonidos de un gigante limpia-vidrios.

Y aprieto su verga fuerte, para que el imbécil sepa lo que es una hembra de verdad, y que después de mí me añore, me recuerde, y sepa que nunca más me volverá a tener.

Pero entonces lo vuelve hacer… Y me lame el cuello, escalofriándome, y su lengua chasquea mi clavícula… y sus penetraciones se vuelven más lentas, con su pecho restregándose candorosamente sobre mis senos, cuyos pezones duros se doblan. Y aborrezco que lo haga, que jadee en mi lóbulo, que su lengua me ensalive mi perfil, que sus manos amasen mis nalgas, y que su pecho friccione mies tetas, porque me recuerda a Jesús… a mi Jesús… y de pronto me acuerdo que ese hombre no es mi esposo, y en plena calentura, mientras jadeo de placer…

…todo se apaga, como una lumbre que se extingue de pronto. Y él lo nota, aunque me sigue penetrando, porque lo he dejado de sujetar. Suspira hondo y separa su cara de la mía. Me observa, y no sé si me lo dice en serio o sólo para romper la reciente tensión que se ha generado en la atmósfera:

—Te haré tatuar un tribal en tu nalga derecha, como el de mi cuello… para que me recuerdes…

—No…

Sigo colgada a su cuello, más que otra cosa, para evitar caerme, y él me bombea, mientras continúo pegada a esa pared de cristal, pero permanezco fría, y él lo sabe.

—Te pondré un piercing en el obligo… —me dice, cerrando los ojos, acelerando las penetraciones—, y es posible, que con el tiempo, también te ponga implantes más grandes en las tetas.

—Se vale soñar —le digo.

Y él, que siempre es una roca facial, parece sonreír, y eso me cala… me sorprende. Y yo entiendo que sólo lo dice por decir. Lo nuestro se termina pronto, según lo pactado. Y nunca más.

—Déjame hablarle… que sepa que estoy bien… —le vuelvo a suplicar por enésima vez desde el día uno, cuando las embestidas han disminuido.

Busca mi boca. Lo rechazo. Mis labios, mi lengua y mi boca solo son para mi hombre.

Y siento sus ojos en mi cara, que me queman, y sólo así lo vuelvo a mirar.

—Por favor… al menos un mensaje… que sepa que estoy bien…

Su pene sigue endurecido, y ahora está en la entrada de mi coñito, y comienza a empujar, y mis piernas se estremecen.

—Tienes algo —susurra, estudiándome la cara, como si yo fuese una transfiguración—, eres tan her… tan delic… tan her… Y es que yo… siempre tuve debilidad por las mujeres tapatías… sus ojos… ¿qué mierdas tendrán tus ojos?

Me estremece oírle decir aquello; me sorprende que se descubra ante mí, aunque solo sea de forma transitoria, de manera sutil, para luego volver a cerrar la puerta que abre.

Y ahora observa mis ojos grandes, de mil colores, según la luz que los refleje, de pestañas inmensas, naturales…; y está allí esa misma cantaleta… que los hombres nos dicen a todas las oriundas de Guadalajara. ¿Qué mierdas tienen nuestros ojos? Y vuelvo a recordar a Jesús, esa noche… la primera vez que me habló:

«Discúlpeme por haberme sorprendido mirándola, señorita… pero no he podido rendirme a la tentación de… contemplar sus ojos… sus hermosos ojos… De seguro usted es tapatía.»

Y mientras lo traigo a mi mente, me parece obsceno y vergonzoso que Nerón tenga la mitad de su polla encajada en mi coño.

—Por favor… sólo un mensaje…

He cedido a sus cortesías, porque el capo es un hombre galante que ha cuidado hasta el mínimo detalle de mi rapto. Como dije… a pesar de lo intimidante y el terror que me ha causado desde el principio, sé que no me hará daño… sé que me seguirá cuidando. Y todo en él, en Nerón, en su poderosa fuerza sexual, su extraña apostura que a mí atrae… estaría bien, de hecho estaría muy bien, porque es la clase de hombre viril que me atrae, sin músculos ni flacuchos; simplemente corpulento, grande, velludos… macho… En definitiva todo estaría bien, excepto porque él es un delincuente y, la mayor razón de todas… a pesar de su parecido… él no es Jesús.

¿O es que tal vez no se parecen en nada, pero yo he intentado asociarlos a los dos para mermar mis putos remordimientos?

—Por favor…

—No —responde lo de siempre.

—Eres aborrecible… —digo… y ya no quiero sentir.

—Por eso estás tan encharcada, entonces —me dice, y yo detesto su ironía.

—Nunca dije que no lo estuviera disfrutando —admito con pesar.

Él abre los ojos, pero es lo único que expresa, seguramente sintiéndose satisfecho.

Pero no me doy por vencida. Es importante para mí que acceda a lo que le pido. Por eso insisto:

—Cuando acabemos… me dejas enviar un mensaje de voz… por favor. Aunque sea un mensaje.

Y esta vez entrecierra los ojos.

Estoy como me quiere tener, con mis piernas abiertas y él hundido dentro de mí. Ahora yo quiero eso… simplemente eso… dejarle un mensaje a Jesús.

—¿Y qué me darás a cambio? —intenta negociar.

—Lo que tú quieras —me arriesgo.

Y de nuevo, me lleva cargando, pero ahora de forma menos violenta, hasta un sofá blanco que está muy cerca de allí. Allí me acuesta, me saca su gordo falo y, poniéndose de rodillas, agarra con sus dos manos mi culo, y me lo levanta a la altura de su cara. Mis piernas flotan en el viento, mi cabeza se hunde entre el cojín, mi espalda se arquea y de pronto siento su lengua chasqueando los bordes de mi ano.

—¿Lo que quiera? —me dice interesado, y su voz es más ronca que antes.

Y yo lo entiendo… y acepto.

—Es una promesa —respondo.

Suspiro hondo.

He pactado entregar mi culo por un mensaje de voz a mi marido, y el líder de Los Romano ha accedido no sólo porque está ansioso por insertarme su falo en mi recto, que por fortuna ya ha sido amoldado muchas veces por Jesús, sino porque es consciente de que una vez que envíe ese audio, yo estaré más tranquila, menos angustiada, con menos pesadumbre y arrepentimiento, y él se aprovechará de eso.

—Trato hecho —me dice, y se pone de rodillas, junto a mí—. ¿Se lo dirás, cuando regreses con él?

Es muy raro que me hable, que me pregunte cosas. No estaba preparado para ello.

—¿A quién?

—A tu marido…

—¿El qué?

—Todo lo que hemos hecho…

Suspiro, recojo mis piernas, él me observa, severo, jadeando.

—Si me lo pregunta lo haré.

Él pestañea, y hace una mueca de desconcierto.

—¿Neta?

—Siempre le dije la verdad… de todo.

«Aunque algunas cosas se las oculte me digo», recordando el asunto de Eva.

Allí, a mi lado, usa su dedo índice para trazar figuras invisibles sobre mis pezones. Luego dice, de repente:

—Se ve que es buena persona, lo estuve observando… y te estaba protegiendo.

Sus palabras me parecen una burla, y me molesto. No quiero hablar de Jesús, no allí, delante de él, en esa situación.

—¿Y ni siquiera por eso tuviste consideración?

—La tuve —evito su mirada. Me siento humillada de nuevo, incómoda.

—¿Cuándo? —le reprocho, mirando a la ventana, donde antes me tuvo atiborrada con su verga clava en mi coño. Y siento una punzada de culpabilidad en el pecho, y vacío muy frío en las entrañas—. ¿En qué momento? ¿Dime en qué instante tuviste consideraciones con mi esposo si él está allá… y yo aquí… contigo…?

No duda en responder, con seguridad y destreza:

—Está vivo… ¿quieres más consideración que esa?

Extiendo los ojos, lo miro, me horrorizo, mi cuerpo se tensa y el resto de la libido que me quedaba en mi cuerpo se me va de golpe. Intentar pensar que esto es solo una fantasía, que Nerón es Jesús… que estamos jugando en nuestra habitación… y que todo iba ser así durante esos días iba funcionando… pero de pronto Nerón se vuelve Nerón… y todo se va a la mierda.

Y vuelvo a caer… muy hondo.

—No te asustes —me dice cuando advierte que me he quedado inmóvil, agitada. Y me extraña que se preocupe por haberme asustado—. Yo no mato hombres justos, y a él, como te digo, lo estuve observando, y te protegía. Y tienes que saber que en mi mundo yo valoro demasiado a un cabrón cuando cuida de su hembra.

—No ha sido una contienda justa —le vuelvo a reprochar, y siento que mis ojos se ponen llorosos, pero me obligo a controlarme. No tengo la intención de mostrarme débil ante mi secuestrador—. Sin tus perros, sin tus armas, así… a manos libres, como los hombres de verdad, en una contienda así… Jesús te habría hecho mierda. —Mi seguridad para escupirle este manifiesto me hace sentir orgullosa de mi marido.

Porque sé que tengo razón; si yo no se lo hubiese pedido, Jesús me habría defendido hasta la muerte. Y no… eso no iba a ocurrir.

—Creo que me subestimas demasiado, bella tapatía —me dice ofendido—, con armas y sin armas, con hombres y sin hombres, yo doy batalla, siempre.

Lo miro… y él me observa. Sus ojos negros penetran en mi mirada y consigue que mi boca se temple.

—¿Me tienes aquí por el morbo que te produce cogerte a una mujer casa —quiero saber la realidad—, o por el orgullo que te supone estarte cogiendo a una mujer procedente de tierras de tu cartel enemigo?

Frunce las cejas, cuando me responde:

—Con un culo como el tuyo, unas caderas como las tuyas, una carita tan chula como la que tienes, unas tetas gloriosas como las que te cargas, y unos ojos tan… como los tuyos, sin siquiera mencionar tu… extraña y poderosa personalidad, no hubiera hecho falta que estuvieras casada o que vinieras de Jalisco (que yo ni siquiera lo sabía) para sentir morbo mientras te cojo. Para sentir orgullo y humillar a esos perros de tus tierras, loba, sólo me hace falta cortar sus cabezas y hacer pozole con el resto de sus cuerpos.

Su comentario me hace estremecer de nuevo. Y jadeo… con terror. Pero él es hábil, y prono me hace expulsar esos pensamientos de mi cabeza, cuando me dice:

—Se lo tendrás que decir…

—¿El qué? —me aclaro la garganta.

—Que serás mi buchona —lo suelta, y recuerdo con pánico lo que me contó Odett. Recuerdo el miedo que tuve cuando supe que ese bar pertenecía a un sicario de Nerón. Recuerdo el riesgo que supe que correríamos Jesús y yo si alguno de esos se le ocurría mirarme y decidir que le gustaba.

Pero, sobre todo, recuerdo lo que esto supondría para Eva… en caso de que fuera verdad lo que me había contado Odett respecto a los alicientes que recibían las mujeres a quienes los narcos se llevaban como «damas de compañía.»

Quizá por eso mi inconsciente me obligó a insistir a Jesús a que fuésemos a ese lugar; quizás, por esa misma razón, y de manera casi inconsciente, bebí de más, para poder sobrevivir a esos riesgos sin quebrarme. Quizá por eso comencé a provocar a los comensales de ese bar (pensando que alguno podría ser uno de ellos) restregándome a Odett a través de aquellos bailes eróticos, como los que solíamos hacer en nuestra juventud cuando queríamos seducir a algunos chicos que nos gustaban, sabedoras de que terminaríamos las dos con ellos entre las sábanas de un motel de paso.

Lo que nunca me esperé fue que Nerón y sus sicarios aparecieran. Y cuando lo vi… sin haberlo conocido antes, supe que era él. Y noté en sus ojos al pasar a mi lado, la clase de deseo e interés que ya había visto antes en otros hombres cuando me querían en la cama.

Y me horroricé al caer en la cuenta de lo que esto podría significar hablando en frío, entendiendo que pensar en el riesgo no era lo mismo que si se materializaba de verdad. Que podría poner en riesgo no sólo mi vida, sino la vida de la persona más importante de mi existencia, además de mi hija, a Jesús, mi Jesús.

Lo que ocurrió después sólo fue resignación, y un conjunto de casualidades que, con la cabeza fría, tenía que aprovechar.

—Debes de tener muchas… —le dijo, quitándole hierro al asunto—, seguro todas ellas más hermosas que yo… no necesitas una buchona más en tu lista.

—No me entendiste; no quiero que seas una más de mis mujeres ni de mis amantes, sino mi hembra principal, la más distinguida, la que presentaré ante mi gente y mis colegas como mi mujer. Te estoy eligiendo ahora, Dalilah; tú serás una Romano, y toda mi gente va rendirse ante ti.

En ese instante me incorporo, y un frío muy helado atenaza mi cuerpo. Esto no estaba sucediendo de verdad.

—Nuestra manera de operar hace imposible que yo te retenga conmigo permanentemente, por los riesgos que podrías acaecer a mi lado. Así que, por esa razón, tú podrás continuar tu vida como la llevas hasta ahora. En este jale, mi reina —se refiere a su trabajo como capo—, se necesita compromiso, respeto por la vida y por quienes te son leales, por eso te digo que yo voy a respetarte a ti y a tu familia, quedándome al margen de tu intimidad con tu marido y tu hija; así como del resto de tu entorno y cotidianidad. Voy a proveerte de protección, y cumpliré cada uno de tus caprichos, todo cuando me solicites: y cuando digo todo me refiero todo: lujos, dinero y cabezas… la que quieras tener en tu mano.

Vuelvo a temblar. Nada de esto tiene sentido. El corazón se me acelera cuando pienso en Jesús y en Eva.

—A cambio de esto —continúa con una seriedad aterrorizante—, tú estarás a mi disposición, presta a ser mi hembra y venir conmigo a coger, a cenar, a viajar, o simplemente hacerme compañía al sitio donde yo me encuentre cuando te necesite. Y cuando estés conmigo serás mi mujer, y cuando regreses a casa volverás con tu rutina. Te garantizo que no te atosigaré, porque en este mundo, mis prioridades tienen que ser otras. Tu única obligación, además de atender a tu hija y a tu esposo…, será la de mantenerte hermosa para mí. Y precisamente para evitar conflictos o malos entendidos, tu marido tendrá que estar de acuerdo con lo que hemos acordado.

—Yo no he acordado nada contigo —le digo con terror, cuando comienzo a poner todo esto en perspectiva.

Pero él me ignora, y continúa con su negociación:

—Si es necesario, yo mismo hablaré con él…

El capo ignora que cuando vuelva a casa yo estaré en territorio enemigo, y que por tal motivo no podrá acceder a mí como son sus pretensiones. Lo que dice ahora lo hace por la calentura del momento, por el deseo que le provoca mi cuerpo, mi sexo, mi erotismo. El líder de Los Romano no va a poner en riesgo un imperio que tiene generaciones, rompiendo tratados y declarando una guerra sin sentido por alguien que acaba de conocer, aun si le haya gustado en demasía.

—¡No voy a consentir que lo humilles! —exclamo.

Y me parece mentira que yo le hable sobre no humillar a mi marido mientras estoy desnuda junto a él.

—Nadie humillará a nadie —me dice con severidad, y yo no le creo, y me asusta, me aterroriza imaginarlo hablando sobre esto delante de Jesús, con una pistola en la mano, con varios de sus hombres detrás de él, y que si Jesús hace o dice algo que él considere ofensivo, termine despedazado frente a mí—. Lo haré sin fanfarronerías ni malos rollos, loba. Y hablaremos hombre a hombre, y te garantizo que yo le daré el lugar que le corresponde.

—¿Y por qué debo de creerte que no le harás daño? —dudo, sacudiendo la cabeza—. ¡Yo ya tengo una familia… y la amo! ¡No quiero que me la destruyas… porque ahora mismo yo no sé siquiera si a mi regreso… mi matrimonio seguirá vigente… y todo por tu culpa! ¿Cómo puedes pedirme que sea tu amante… si tú no sabes nada de mi vida? ¿Cómo mierdas crees que tienes derecho a que yo acceda a ser la puta de un asesino como tú?

Al no medir mis palabras, no soy consciente de su reacción. Pero él solo me mira, igual que antes.

—Ya habrá tiempo de que me conozcas más, Dalilah —pronuncia mi nombre por primera vez, aun sin yo habérselo dicho nunca; y de nuevo me pregunto si en esta maldita treta no ha intervenido Hugo… porque todo fue tan raro—, y te darás cuenta de que yo soy más que un hombre con poder, más que un asesino… más que un ser inhumano… que sí, que lo soy, y nunca lo negaré.

—Este no es el acuerdo que acordé con tu lugarteniente cuando nos interceptó en los baños —le recuerdo—… él me dijo que…

—Sé bien lo que Lisardo te dijo. Sin embargo, en estas cosas todo varía. A decir verdad creí que tú serías una de tantas: si te soy sincero, no pensé que… sentiría esta conexión tan fuerte hacia ti. Me gustas y quiero que vuelvas.

Mi pecho se sacude cuando noto su autoridad. Su tono vuelve a ser el del jefe de los Romano. El perverso Nerón. Y, aun así, nada tiene sentido… ¡Es inverosímil! No puede haberse encaprichado conmigo así tan de repente. Y no puedo evitar sentirme como en un callejón sin salida. Y miro la playa oscura, y luego la negrura de sus ojos, que brillan con la misma intensidad.

—¿Por qué yo, Nerón?

—Ya habrá tiempo para explicarlo… —susurra sin mirarme—, no lo entenderías…

—Pero…

—Y para ti soy Dimitrio —me vuelve a mirar—, llámame así como prueba de que me has aceptado.

—Pero no te he aceptado…

Y se pone de pie, y me sorprende la longitud de su miembro flácido, que cae entre sus pesados huevos. Y yo me recuesto, cuando noto que Dimitrio se sube al sofá donde yo me encuentro. Y me mira, y ya no solo con deseo… sino con adoración. Y me asusta su manera de observarme, y esas formas… de trazar sus dedos sobre mi piel.

—¿Y si… y si elijo no aceptarte? —le pregunto, en tanto su verga parece recuperar su dureza tan solo con haberme tocado y mirado de cerca—, ¿tengo elección?

Y me abre de piernas, recoge mi cuello con delicada de manera que mi boca se acerque a la suya, pero lo vuelvo a rechazar.

—¿Vas a amenazarme con hacerle daño a mi marido… a mi hija…?

Mis labios no son suyos, nunca lo serán. Se los niego. Él insiste.

—¿Qué harás si no te acepto… si no digo nada… si me quedo callada ante tu propuesta y decido no hablar? —le pregunto con pánico, sintiendo su dureza, mientras él se acomoda en medio de mí.

El líder del cartel de Los Romano me sonríe explícitamente por primera vez, y contesta:

—Tus gemidos me responderán por ti…

—¡Ahhh! —gimo, cuando su incandescente verga me vuelve a atiborrar.

II

He pensado muchas veces en desaparecer de la vida de Eva y de Jesús, no porque sienta que no los merezco, ya que mi amor por ellos siempre ha sido real, sino porque no sé bien qué me deparará.

Jesús sigue siendo el mismo ser hermoso, atento, caballeroso, y trabajador de siempre. Me ha demostrado con hechos que es un hombre de verdad, aunque nunca hubiera tenido una sola razón para dudarlo.

No sé dónde ni cómo lo hizo para pagar la operación de nuestra hija, pero lo hizo, y aunque estoy satisfecha… a veces prefiero no pensar en ello para evitar pensar cosas… cosas horribles.

Durante estos tres meses Eva ha evolucionado de maravilla, y, como repito, Jesús se ha volcado en amarla como sólo un padre amoroso y responsable como él puede hacerlo. Jesús también ha sido mejor esposo, aún más de lo que ya era, preocupándose por las labores de la casa, por redoblar trabajos fuera de sus horarios en la preparatoria, que por cierto, en un mes más de nuevo volverá a lo presencial, recuperando su sueldo anterior, y, desde luego, por intentar darnos una mejor vida, aunque las deudas continúen allí.

No obstante, a pesar sus cambios, de su lucha para ser mejor en todo, él ya no es mi Jesús. No es el Jesús que un jueves en la madrugada, horas antes de nuestro viaje a Michoacán, me despertó comiéndome mi sexo, empapándolo de su saliva, devorandome con ardentía, haciéndome morder los labios para no gritar como puta y despertar a Eva…, provocándome un orgasmo que continuó cuando se puso encima de mí y me penetró.

Jesús no es el mismo que me decía «Te amo» constantemente, que me abrazaba cuando me veía triste, el que me decía palabras bonitas cuando me veía decaída, el que me hacía bromas cuando menos lo esperaba… el que durante las noches me hacía el amor con pasión.

Después de la primera vez que lo intentamos, después de ese horrible fin de semana que nos cambió la vida, previo a la operación de Eva, él no pudo responderme como hombre, y yo lo atribuí a la mortificación que teníamos por nuestra hija. Yo estaba igual, y tampoco tenía ganas de hacer el amor.

Después, cuando Eva fue dada de alta, lo volvimos a intentar, pero tampoco pudo… y yo atribuí al cansancio y desvelos que habíamos pasado durante esos días de cuidados paliativos.

Pero entonces me doy cuenta que han pasado más de tres meses y que no me ha vuelto a tocar ni siquiera por equivocación. Me doy cuenta que la de la iniciativa soy siempre yo, vistiéndome con ropa provocativa, tangas que me parten las nalgas por mitad, zapatos altos, lencería sexy… y que él se enciende, me besa, siento cómo se le pode dura, y como se excita cuando le acaricio su enorme falo pero… de pronto algo pasa por su cabeza, como si se acordara de algo… y todo se desvanece. Me dice que irá al baño pero ya no vuelve, o simplemente espera a que yo me duerma para retornar.

Y su rechazo me duele en el alma.

Y aunque estamos en la misma cama… lo siento ausente, y me siento sola. Y no sé cómo mierdas hacer para que todo vuelva a ser como antes.

Cuando Eva está presente, Jesús es más cariñoso conmigo de lo normal. Y quisiera que esos besos, esas caricias, esos mimos… ese esposo que pierdo cada vez que Eva se va… nunca se fuera, que estuviera allí.

Y yo sabía que no sería fácil recuperarnos… pero es que ya no soporto esta situación. Jesús no es malo conmigo; en realidad me trata bien, pero ya no lo siento. Ya no es él. Ya no es mi Jesús, y cuando él no está me pongo a llorar por la nostalgia.

Y no sé si quiero estar allí, sabiendo que Eva un día simplemente ya no despertará… Que un día Jesús se volverá loco y me reprochará otra vez lo que ocurrió ese fin de semana con Nerón.

Y aunque nunca me lo dice, sé que no lo ha superado, que no lo va a superar, y por más que intento darlo todo no consigo nada. Nada, en absoluto.

Desde entonces él ya no ha tenido pesadillas, esas horrendas que no lo dejaban dormir, y aunque eso me hace feliz, también entiendo que Jesús ya no tiene miedo de perderme, y me duele saber que si no hago algo pronto… lo habré perdido para siempre.

Y es que no hay nada más tormentoso, punzante y cruel que sentir tan lejos a quien tienes a tu lado.

Y yo no sé qué tanto le habrá contado a su familia, porque de un tiempo para acá, ya no me miran igual. Ni siquiera mi suegra Evangelina, que era mi aliada con lo de Eva. El que peor me trata es Iván, su hermano menor. De pronto sus padrinos ya no volvieron a llamarme para limpiarles su casa y perdimos contacto.

La buena noticia es que ya he podido organizar dos fiestas, sencillas, pero que me han dejado dinero. Sin embargo, cada vez que salgo noto a Jesús inseguro... y aunque no me dice nada lo advierto en su semblante.  Me duele horrible que ya no confíe en mí... y me indigna más creer que en el fondo él sigue creyendo que yo orquesté un «auto secuestro», cuando mi único pecado fue haberme dejado llevar durante los últimos días y no haberle contado lo de Eva.

Encima, al no saber cómo evolucionará nuestra hija, al cura de la familia de mi esposo ha considerado que la niña tiene que hacer su primera comunión, y yo he accedido aun si no profeso ninguna religión.

Pero otra vez me siento desplazada; han elegido a los padrinos de mi hija sin consultármelo, de manera unilateral. Han sacado a Eva del centro de rehabilitación que yo había elegido y la han ingresado a otro sin siquiera pedirme una opinión.

Y me frustra pensar que esto sea como un castigo por haberle ocultado, por su bien, la enfermedad de nuestra hija. Yo he salido perjudicada y su madre no… ella ha salido de rositas. Considero, por lo tanto, que todos son injustos conmigo. Yo no me esperaba esto en absoluto.  En las fiestas  casi nadie me habla, y me vuelve loca no saber qué diablos pensar, ¿qué saben de mí?, ¿qué les he hecho yo? Y me pregunto si conocen algo de lo que pasó. Y ojalá que no, porque las cosas de narcos se guardan en silencio.

Y pasan los días y no hay cambios con Jesús. Su rechazo hacia mí se acentúa.

Lo peor es que me parece humillante que tenga que tocarlo mientras duerme... que tenga que darle de beber para que se deje acariciar o soltarme uno que otro beso.  Yo no sé si ya no lo excito o si simplemente le causo repulsión. Ambas cosas me matan. Y solo... esa veces... cuando más lo necesito,  me acuerdo de Dimitrio... y es algo visceral.

Y me causa rabia, tristeza y decepción porque yo no lo merezco. Nunca le fallé… o al menos no de la forma en que él, sin decírmelo, me acusa.

Y entonces siguen pasando los días, y de pronto, en mi Facebook, leo un mensaje privado que me ha dejado Hugo, al que no he visto desde que Odett lo abandonó:

«Hola, ¿cómo estás, Pinche cornuda?  Mira si el hijo de puta soy yo, cuando primo ha agarrado el gusto por quedarse por quienes fueron mis dos mujeres. Primero fuiste tú, y ahora la cerda de Odett, porque ya lo sabes, ¿no?, que tu maridito ejemplar se revuelva con la puta de tu amiga»

Y me estremezco, y yo no lo creo. ¡Y sé que es una vil mentira para hacerme daño! Pero entonces recuerdo a Odett, que se ha convertido en la nueva confidente de mi marido: de pronto recuerdo todas las veces que he llegado a casa y ella está aquí con él, sin hacer nada raro, pero conversando. Y me angustio, porque ambos son importantes en mi vida.

Y quisiera poder leer su mente para saber qué mierdas hacer para recuperarlo, y quisiera que él pudiera leer la mía para que descubra cuánto lo amo, cuánto estoy sufriendo por él, cuánto lo necesito, cuándo lo extraño, cuánto deseo que me haga suya, que me toque, que me haga el amor hasta el amanecer, como antes, cuando no había ningún problema ni de Eva ni de… ese fin de semana.

Pero continúan pasando las semanas y las visitas de Odett son más frecuentes en nuestra casa, y aunque sé que ella sería incapaz de traicionarme… pienso mal… y los celos me atormentan, y por eso le digo:

—¡Si quieres vengarte de mí por algo que yo no he hecho, lo mejor sería que te buscarás una mujer menos puta qué yo!

Y Jesús, mi guapo Jesús, me mira desconcertado, y sólo atina a decirme, mientras prepara un té:

—¿Perdona?

—¡Se lo qué estás haciendo, Jesús —le digo, y me contengo para no llorar. Así hago siempre, lloro por dentro, pues no pretendo victimizarme ante él. Nunca he sido así, y no será ahora, aunque me esté muriendo por dentro, cuando me falle a mí misma—. ¡Y no me lo merezco! ¡Odett es mi amiga desde siempre, y me parece perverso que la estés… enamorando para hacerme daño. Y ella tampoco se lo merece, no ahora que está conociendo a alguien más para rehacer su vida.  Eso no se hace... Jesús, mucho menos a la pareja que dices amar. Si ya no me soportas, si ya no me quieres, al menos ten los putos huevos de decírmelo a la cara, así como yo tuve el valor de decirte lo que hice aquél maldito fin de semana que, por lo que veo, nunca serás capaz de superar. ¡Pídeme el divorcio, Jesús —Me fallo… y comienzo a llorar, y me estremezco, porque sé que lo he perdido, que ya no me ama, y que solo está conmigo por Eva… para que ella sea feliz—. ¡Pídeme el divorcio y vete con otra si quieres, pero no seas ridículo y búscate alguien mejor que yo!

—Dalilah…

—¡Pero no me hagas esto… por Dios…, no me lo hagas porque yo nunca te fui infiel…! ¡No quiero que por odiarme tanto te envilezcas! ¡No lo voy a soportar, Jesús… te lo juro que no lo voy a soportar!

Las fuerzas se me van y caigo de rodillas, y Jesús, horrorizado, corre hasta mí y me levanta, luego me toma por las piernas y me carga hasta nuestra cama, donde me recuesta.

—No quiero —me dice—, ni por un solo momento, que pienses que no te amo. Y perdóname si… algo pasa conmigo… pero es que…

—Pero es que ya no confías en mí, eso es —le digo—. Tuve muchos hombres antes que tú, Jesús, de diversas formas y tamaños. Tuve lujos y vidas de mierda. Tuve muchas formas de vivir y, sin embargo, te elegí a ti, porque siempre fuiste especial y diferente a todos.  Tú magia no la posee nadie más.  Contigo hice exactamente lo que siempre juré que no haría: amar, casarme y tener hijos. Nunca estuvo en mis planes tener una vida de pareja… de casada, atender a un marido y vivir a expensas de él, porque yo no soy así, Jesús, porque siempre trabajé para comprar lo que necesitaba… yo nunca precisé de un hombre para escalar y ser lo que soy.

»Como madre me horrorizaba la idea de no saber cómo mierdas iba a cuidar de otro ser humano que no sabe hablar, caminar... y que sólo balbucea, cuando apenas podía cuidarme a mí misma. Pero entonces… apareciste tú, y te amé, y nos amamos… y me diste a través de Eva el regalo más hermoso que una mujer puede tener.

Jesús estaba cabizbajo, sosteniéndome de la mano.  Y yo no sé si siente mal por ya no amarme, o porque en verdad es consciente de su distanciamiento conmigo.

—Nos hemos perdido… vida —me dice, y limpio sus lágrimas—, y no sé cómo hacer para encontrarnos.

Sus palabras calan mucho. Él sabe que estamos lejos el uno del otro.

—Aquí estamos, amor mío —le digo, besándolo mucho, por toda su cara—. ¡Pero si quieres busquémonos en otros lados… y no nos dejemos vencer…! Pero sé sincero, Jesús… dime si vas a poder. ¡No sé exactamente cuál de todos fue mi error más grande, pero te pido perdón!

Nos abrazamos y nos fundimos en un fuerte beso, y me susurra:

—No voy a mentirte, Dalilah... yo me siento diferente, aunque sé que te amo y que daría mi vida por ti, de todo corazón te digo que me siento cambiado. No será fácil, pero por Eva… por ti, por mí, por nuestra historia... intentémoslo otra vez.

Y mi corazón vuelve a encenderse, y la ilusión vuelve a nacer. Pero en el fondo reconozco que hay una gran fisura dentro de mi esposo... y ahora soy yo quien se pregunta si podrá vivir así.

—¿Y cómo… vida… cómo vamos a intentarlo otra vez? —quiero saber, necesito que mi esperanza se concretice… pronto…

—Yéndonos lejos… y comenzando de nuevo —me propone, y sé que se está cuestionando todo, que está luchando con su orgullo y sus propios principios. Y, a pesar de todo, me lo pide—: Vuelve a confiar a mí…

Pestañeo. Todo es agridulce, porque a pesar de esta nueva oportunidad... Jesús me ha dicho que no es el mismo. Y lo entiendo, aunque me duela. Pero no sé si podré... por eso negocio:

—Solo si tú vuelves a confiar en mí —le sonrío, limpiándome los ojos.

—Gracias, Dalilah... por demostrarme ... que te interesa rescatarnos. Quizá era lo que me hacía falta, ver ese interés y sincero arrepentimiento en ti, para dar este paso. Hagamoslo, entonces, y que sea lo que Dios quiera.

III

Mañana partimos a Ciudad de México, donde las oportunidades se agarran a montones. Tengo la esperanza de iniciar una nueva vida y grandes expectativas profesionales. Jesús ha pedido su cambio, y se lo han dado, allá en la alcaldía de Álvaro Obregón.

Odett no ha venido a despedirse, y temo, con toda el alma, haber perdido a mi gran amiga… mi hermana de leche. Después de tantas locuras. Ella es una mujer que ha sufrido bastamente, y merece a un hombre que la ame de verdad… ojalá consiga amar a ese argentino que conoció en el café… que fue lo último que me confió cuando todavía no había estas tenciones.

Jesús se ha marchado a una cena de despedida que le tienen preparada sus compañeros. Y Eva, mi dulce ángel celestial, ya ha caído rendida después de haberme sometido la tortura de ver el horrorozo programa infatil de una cerdita rosa amorfa que habla. Lo que hace uno por los hijos.

Beso su frente y la dejo dormir, pues me tengo que arreglar para cuando vuelva mi marido.

Y estoy desnuda, frente al espejo, azotando mis grandes y carnosas nalgas, sintiendome mojada y agitando mis tetas, cuyos pezones ya estan duros y dispuestos para su boca.  Elijo unas medias negras de red, una tanguita que apenas cubre mi coñito depilado, y un sostén transparente que enseña mis areolas y pezones.

Hago poses procaces y me siento caliente y perversa. Estoy ardiendo. Estoy chorreando y mi piel permanece erizada. Necesito a mi macho entre mis piernas. Necesito que me lo atiborre de verga. Necesito sus grandes huevos chocando contra mí culo y que su leche me escurra por bien boca, mis pechos o mi pubis.

Saco de mi bolso un plug anal plateado que encargué por internet, y un vibrador con el que pretendo estimularme en cuanto él aparezca. Quiero que al llegar me vea allí, recostada en nuestra cama, vestida como una puta, con mis piernas abiertas, con un plug insertado en mi ano, y un vibrador blanco clavado en mi vagina, incentivandolo a comerme.

Tengo mucha ilusión de comenzar de nuevo con mi Jesús, y aunque nunca es fácil recomenzar, una buena sesión de sexo es un buen inicio. Quiero recordarle por qué me eligió a mí.

Le pedí que me avisara cuando estuviera a punto de llegar, pues le tenía una sorpresa. Y, por fortuna, el mensaje ha llegado, aunque me extraña que me lo envíe por Messenger en lugar de por mensaje de WhatsApp.

Alargo mi brazo hacia el buró, abro el inbox y veo un mensaje cuyo remitente procede de un perfil que no recuerdo haber agregado nunca. Y al leerlo, me da un vuelco el corazón, los ojos se me crispan y mi piel se tensa, sobre todo cuando descubro que no todo en esta vida está pactado:

«El patrón ha vuelto del gabacho, terminó los negocios que le dijo que haría en estos meses y quiere verla. Se pregunta por qué nunca respondió al número del teléfono que le regaló; pero bueno, supongo que eso ya lo hablarán con calma cuando se reúnan, porque usted vendrá, ya que sabe que con nosotros siempre se cumple lo pactado. El patrón enviará un convoy por usted y por su marido, (pues con este último pretende negociar los terminos de esta relación), en los límites de una carretera entre Jalisco y Michoacán, para evitar romper nuestros tratados. Se le hará llegar la ubicación por este medio. Saludos, Lisardo.»

Me levanto abruptamente y por poco me resbalo con mis grandes tacones. Tiemblo de miedo y sé que esto es serio... ¡Esto no me puede estar pasando ahora...! No ahora que vamos a recomenzar. No ahora, cuando pensé... que jamás volvería a tener contacto con Dimitrio.

—¿Jesús? —le digo por teléfono en cuanto me siento capaz de reaccionar.

—¿Qué pasa, vida? Ya voy para allá.

—Cambio de planes…

—¿Cómo?

Y es momento de decidir si arriesgo a mi familia nuevamente intentando esconderme del líder de Los Romano y sus sicarios (yéndonos a la capital esta misma noche o quedándonos en Guadalajara, solicitando protección del cártel de Jalisco) o si, por el contrario… aprovechando que las cosas con mi esposo aún están muy frías… debo de abandonarlo, por el bien de Eva y de él… porque si de algo estoy segura es que no voy a someter a Jesús a una nueva humillación... hacerlo que se presente ante Dimitrio para acordar los terminos de él como cornudo y yo como su puta.

Si la experiencia anterior aún no la supera, es imposible que supere una más; así que sólo tengo dos opciones, decirle que aún no vuelva, para tener tiempo de hacer las maletas, dejar encargada a mi hija con doña Mago, mi vecina… e irme con Nerón...o decirle a Jesús que se apresure, porque nos tenemos que marchar.

—Dalilah… ¿pasa algo con Eva?

Y todo se vuelve vertiginoso. Mi presente vuelve a cambiar. Mis cimientos se vuelven a tambalear y sólo hay una respuesta… una decisión, elegir el egoísmo… o lo que es correcto.

—No… con Eva todo está bien —le digo con calma.

—¿Entonces?

Y es aquí cuando elijo el egoísmo… y se lo hago saber…

—Jesús… yo… tú…

—¡¿Qué pasa, Dalilah?!

—¡Ven pronto, nos tenemos que marchar esta misma noche!

Y ahí vamos, vida… a comenzar de nuevo.

Y esta vez. Vamos a ganar.

_____________________

D.R. © 2022, C. Velarde

Todos los derechos reservados

Prohibida su reproducción o publicación en otro sitio sin autorización del autor