El rapto
Hay una fina línea que separa el pánico del deseo y los sueños de la realidad.
La cabeza me da vueltas. Es el frío el que me despierta. Tengo los pies congelados y la humedad me está calando hasta los huesos. Estoy completamente desnuda y temblando. Intento abrir los ojos, pero me pesan los párpados, aun así consigo entreabrirlos con denodado esfuerzo. No sé donde estoy. Lo que sí sé es que estoy retenida aquí en contra de mi voluntad. Deben haberme drogado. La oscuridad envuelve la estancia. Sólo dos pilotos de emergencia alumbran el lugar con una luz exigua que me permite comprobar lo siniestro del lugar. Creo que se trata de un sótano. Compruebo que estoy retenida cuando intento levantarme y dos argollas en las muñecas me lo impiden. Empiezo a valorar la situación y entro en pánico. Pruebo a deshacerme de los grilletes con movimientos bruscos y con ello advierto que también mis tobillos están sujetos. No sé si gritar o si eso empeorará la situación todavía más.
¿Qué ha pasado? ¿Cómo he llegado hasta aquí? Es evidente que me han secuestrado, pero no recuerdo nada. De lo último que me acuerdo es de que iba a coger un taxi, le hice el alto y se detuvo, pero ahora que lo pienso, alguien me empujó al interior y entró detrás de mí. ¿Eso es todo?... No. también recuerdo una fragancia femenina, pero a partir de ahí todo se desvanece.
Cuando mi vista se acostumbra a la penumbra, echo un vistazo a mi alrededor y observo la estancia. Hay una gran cama redonda de agua e innumerables juguetes sexuales: consoladores de todo tipo, máquinas sexuales a las que se le acopla el dildo deseado. Parece ser que cualquier práctica sexual imaginada puede ser satisfecha en ésta sala, desde el sadomasoquismo hasta la autosatisfacción con artilugios de todo tipo. Látigos, argollas, esposas, cadenas, potros e incluso varios robots japoneses de última generación parecen encontrarse aquí para satisfacer los más exquisitos gustos, pero también los más depravados caprichos. Todo ello se une para aumentar mi desasosiego porque puedo imaginarme cual es mi cometido aquí. Algunos sofisticados aparatos contrastan con lo sombrío y tétrico que es el lugar, de tal modo que todo parece estar en discordancia.
Ahora que lo pienso, no sé realmente cuanto tiempo he dormido, ni tampoco el tiempo que ha pasado desde que me secuestraron. Supongo que serán horas, siendo así, mi esposo estará preocupado porque ya me dirigía a casa cuando intentaba coger el taxi. A lo mejor ya ha llamado a la policía y están buscándome. Espero estar en lo cierto y que todo esto pase como si hubiese sido un mal sueño.
Oigo pasos. La puerta se abre y un chirrido rasga el silencio de la estancia. A continuación una silueta avanza desde la puerta. No puedo ver quien es. El contraluz me impide reconocer sus rasgos. Viene hacia mí. Estoy muy asustada y me pongo tensa. Alguien más entra y cierra la puerta detrás. Ambos se aproximan y se colocan junto a mí, uno a cada lado. Una luz se enciende y ahora puedo verlos, aunque la iluminación sea tenue. Los dos llevan un antifaz. El hombre tiene un aspecto muy varonil, debe rondar los cincuenta y cinco. Su rostro es anguloso y luce una perilla perfectamente arreglada con unos picos que suben por el contorno de sus mejillas. Si no fuera por la situación en la que me encuentro pensaría incluso que es atractivo. La mujer desde luego lo es. Es una mujer madura, no me cabe duda, pero se conserva estupendamente. Por su aspecto estoy segura de que pertenecen a la alta alcurnia. Tiene una melena rubia y reluciente como el oro. No puedo saber si es peluca o es su pelo natural. A pesar del antifaz, reparo en que lleva unas pestañas postizas que realzan sus ojos verdes. Va toda encuerada. Parece la protagonista de una película de catwoman.
La mujer posa una mano en mi pierna y me dice que no tenga miedo, pero pese a la frase de aliento, no me consuela.
—¿Cómo te llamas?, —me pregunta.
—Ana, —balbuceo.
—No tienes nada que temer Ana, —me dice. No sé por qué no acabo de creerla. ¿Me habla ella en vez de su pareja (si es que lo es) para que me sienta más tranquila? Es verdad que estoy un poco menos asustada. Su voz me resulta reconfortante, aunque sigo inquieta. Tiene acento, creo que inglés americano, pero no puedo asegurarlo.
—¿Qué queréis de mí?, —pregunto mirándolos a ambos.
—A ti, —responde él con voz profunda.
La pregunta era retórica. A estas alturas, visto el entorno y mi situación actual, resulta obvio cuales son las intenciones de estos dos degenerados. Debo ser para ellos un juguete más que añadir a su variopinta colección.
La mano femenina recorre mi pierna y yo me remuevo en la camilla intentando eludir sus osadas caricias, no obstante, es evidente que resulta inútil resistirse. Su mano avanza hacia mi sexo y yo me quedo paralizada, no sé si del pánico o por el estremecimiento de sentirla presionando mi vulva. Puedo afirmar con rotundidad que estoy aterrada, ahora bien, algo me dice que confíe en ella, de modo que intento relajarme. Sin apartar la mano de mi entrepierna, se acerca y me susurra algo al oído, pero no logro entender qué ha dicho porque sus dedos recorriendo mi raja me provocan sensaciones contradictorias, y mi cerebro está más pendiente de procesar esas sensaciones que de atender sus palabras.
El hombre se ha colocado detrás de mí y me aparta el cabello para deslizar sus grandes manos por mi cuello. Pienso en un primer momento que va a estrangularme, en cambio siento las yemas de los dedos recorriendo mi cuello en forma de caricias provocando que mis terminaciones nerviosas se agiten. Los vellos se me erizan y los pezones se endurecen. Noto como dos dedos femeninos incursionan en mi coño, mientras un tercero presiona mi clítoris trazando movimientos circulares. De repente la seductora mujer se detiene.
—¿Quieres que pare o que siga?, —me pregunta, y yo no sé que responder. Estoy hecha un mar de dudas. Ahora no tengo claro si quiero marcharme de allí a la mayor celeridad posible o deseo quedarme y seguir disfrutando de sus caricias. Sólo sé que ya no tengo frío y que el miedo está cediendo el paso al deseo. La mujer rubia debe haber visto mi cara y adivinado mis pensamientos y sus dedos vuelven a incursionar en mi sexo.
—¿Te gusta?, —me dice mientras vislumbra mi cara de placer, y yo asiento con timidez y con remordimientos por estar disfrutando ante una situación completamente surrealista.
Mientras las manos del hombre masajean mis tetas, percibo la dureza de su polla restregándose en mi cráneo. Noto como la mujer abre mis piernas y pasea su lengua por mis muslos subiendo progresivamente hasta que llega a mi raja. Se detiene un momento, no mucho, inmediatamente advierto como su lengua recorre la abertura arriba y abajo. Es la primera lengua femenina que lo hace, no sólo eso, sino también es mejor que el más experimentado de los hombres.
Su compañero ha dejado de masajearme los pechos y entiendo por qué. Una enorme polla curvada cruza a lo largo de mi cara y me pongo bizca contemplando su magnitud. Me doy cuenta de que tengo las manos libres, de hecho, no sé en qué momento me han liberado de los grilletes, lo cierto es que ahora tengo libertad de movimientos, puedo incorporarme y evaluar la situación, en su lugar, decido repasar con mi lengua dos enormes pelotas que cuelgan en mi boca y con la mano me apodero del enhiesto falo. Por un momento pienso en mi marido y la pesadumbre vuelve a azotarme. Tan sólo llevamos unos meses casados y no se merece esta putada. Quiero pensar que estoy siendo forzada a hacer esto, pero en realidad estoy deseando abrazar esa polla con mis labios. La lengua que sigue trabajando mis bajos apacigua momentáneamente mi desazón. Abro la boca para exhalar un gemido de placer y la verga se adentra buscando el calor de mi garganta. Es un pollón de buen tamaño, el más grande que ha visitado mis dominios en mi corta trayectoria sexual, y la verdad es que la situación ha dado un vuelco mayúsculo, de modo que lo que más deseo ahora es que me la meta hasta los higadillos, pero el extraño me coge la cabeza y me folla la boca durante un buen rato. Mientras voy engullendo el falo, la lengua de su compañera desencadena mi orgasmo y me corro con movimientos espasmódicos en mis ingles. Noto como los caldos se desparraman y la mujer se afana libando mi almeja. Intento zafarme de la polla que arremete en mi garganta y tener libertad para gemir, pero me es imposible. Él me agarra con fuerza la cabeza y mueve sus caderas con ímpetu hasta que estalla dentro. La leche se me desparrama a borbotones por las comisuras de mis labios. No me gusta tragarme el semen. Siempre me ha dado cierto reparo hacerlo y es algo que mi esposo ha respetado, por el contrario, el extraño sigue expulsando su simiente y me obliga a tragarla. Su sabor amargo no me resulta desagradable, pero con la polla incrustada en el gaznate tengo dificultades para respirar. En cualquier caso, me ha dado mucho morbo que disparara su corrida en mi boca al mismo tiempo que yo gozaba de mi orgasmo.
Después de la contienda me incorporo en la camilla sin saber exactamente lo que se espera de mí. La verdad es que yo estoy lista para marcharme. Mentiría si digo que no he disfrutado, cuando pensaba que podía ser mucho peor, pero ahora quiero irme, sea como fuere, parece ser que no son esos los planes de la pareja de excéntricos. No sé en qué momento se han desnudado, pero los dos están como Dios los trajo al mundo (igual que yo) a excepción de sus máscaras. Ahora puedo ver que ella posee un cuerpo verdaderamente atractivo. Los zancos realzan su figura. Sus pechos son de proporciones perfectas, ni grandes ni pequeños, apuntan hacia arriba como si fuesen dos peras. Su sexo está adornado por una fina tira de pelillos en tonos claros y en su parte inferior está perfectamente depilado. La anatomía de su compañero es más común, pero exhibe una polla que sobresale como una espada, aunque hablando de armas, más bien parece un arco. Una gruesa vena recorre la parte superior ramificándose en otros capilares más pequeños. No la tiene totalmente tiesa, pero es imponente igualmente.
Él me coloca a cuatro patas sobre la cama de agua y yo no opongo resistencia, sino que me dejo hacer. Apoyo mis codos en el lecho e imagino lo que viene a continuación, de modo que no tengo que esperar mucho para sentir la cabeza de su polla pasearse por mi raja, y con ello mi excitación va en aumento. Empiezo a mover mi culo exhortándole a que me la meta y de un golpe seco me la incrusta hasta el tuétano. Me ha hecho un poco de daño, pero es soportable. Ahora empieza a percutir en mi interior y percibo como va ganando firmeza al tiempo que embiste con contundentes golpes de riñón.
La mujer se recuesta delante de mí abriéndose de piernas y empieza a masturbarse al mismo tiempo que su compañero arremete como un energúmeno. Reconozco que estoy gozando como una puta pese a mis reticencias iniciales. El hombre me fornica con brío, se aferra a mis ancas y me hace gozar como nadie. No sólo es dueño de un buen cipote, sino que sabe muy bien cómo usarlo. Su polla me llena por completo y con cada embate me acerca un poco más hasta donde está la mujer rubia, con lo cual, ahora tengo un primerísimo plano de su raja a veinte centímetros de mi cara y, mientras recibo la ración de pollazos del hombre enmascarado, catwoman me coge la cabeza y la acerca a su gruta. No sé muy bien qué hacer. Tengo la nariz en su sexo, estoy oliendo su aroma de mujer y la verdad es que no me desagrada, sino que me embriaga. Está moviendo su pelvis sobre mi boca espoleándome a que se lo coma y sólo lo pienso unos segundos hasta que meto la lengua allí, repasando la raja, igual que me gusta que me lo hagan a mí. Notó como sus flujos resbalan por el canal y mi boca los atrapa con voraz apetito. Percibo que se excita cada vez más con la actividad que mi lengua le dispensa, lo cual es un indicativo de que lo estoy haciendo bien. Tengo que parar un momento porque el puntal que amartilla dentro mis entrañas empuja con mucha violencia, hasta que unos fuertes gemidos del atacante de mi retaguardia revelan su orgasmo. Se ha corrido dentro. Supongo que en algún recóndito rincón de mi ignorancia pensaba que pediría permiso para eso, pero si no lo ha hecho para otras cosas peores, mucho menos lo haría por eso. Después de su corrida saca la polla chorreante y desparece de mi vista. Tampoco lo busco porque estoy absorta aplicándole el cunnilingus a su compañera y sé que lo está disfrutando enormemente. Por mi parte, me deleito ahora con la esencia salada de la sofisticada mujer. Ella aferra mi cabeza presionándola e intentando conducirme en mi nueva e inexperta habilidad, mientras sus movimientos pélvicos se hacen notar cada vez más hasta que obtiene su clímax entre espasmos. Saboreo por primera vez el néctar de mujer, y no dudo en beberme todo el extracto.
La rubia yace en el lecho, —por lo que veo— plenamente satisfecha, sin embargo yo estoy ahora muy excitada. Mi semental se ha corrido sin contemplar mis necesidades, pero me doy cuenta de que ha vuelto y me coge del brazo, no sé exactamente para qué. Me incorporo y no se adónde me lleva. La hermosa mujer también nos acompaña. Al parecer los dos conocen mi destino, soy yo la única que lo ignora. Para mí es un intrigante y morboso misterio. El hombre me suelta y parece dirigirse a un determinado lugar. Ahora es ella la que me coge de la mano (como si fuésemos dos amantes) y me acompaña hasta mi destino, y creo saber ya cual es.
Ambos me ayudan a acostarme en una especie de potro ginecológico, pero más sofisticado. Siento curiosidad, pero me da la impresión de que me encuentro en la consulta del tocólogo para hacerme una exploración vaginal. La mujer rubia me ata las piernas con unas cintas de cuero diseñadas para tal fin y me aplica una considerable cantidad de gel lubricante en mi raja. Su compañero acerca una de las máquinas y la regula de tal manera que el pistón esté a la altura deseada. Posteriormente elige uno de los consoladores de notable tamaño, —tanto es así que me asusta— y lo ensambla al pistón, luego acerca el artilugio para que el falo pueda penetrar completamente en mi coño. Lo embadurna con gel lubricante y lo posiciona a la altura de mi abertura y, a una orden del excéntrico hombre enmascarado, catwoman acciona el artilugio poniéndolo en marcha y, ayudado por él, penetra en mi vagina, marcando un movimiento lento y repetitivo con el que empiezo a sentir el pene artificial incursionando en mi interior, de tal modo que empiezo a gozar del artificio mecánico. Yo miro a la mujer rubia mientras disfruto del juguete, y ésta sube un nivel la velocidad del artefacto, y con ello se incrementa también mi goce, por consiguiente, empiezo a jadear y a gemir con el placer que aquella máquina me dispensa. Las expresiones de mi cara se desencajan y mis pupilas desaparecen detrás de los párpados.
La mujer intensifica la velocidad de forma gradual hasta que el el regulador llega a su tope y, llegado a ese punto, grito como si me fuera la vida en ello. Jamás he sentido nada semejante. El enorme e incansable falo artificial se mueve a una velocidad vertiginosa golpeando incesantemente en mi cuello uterino, y yo sigo bramando de placer, pero, paralelamente, es una sensación casi intolerable. Al mismo tiempo que gozo, deseo que termine pronto, y después de innumerables berridos me viene un potentísimo clímax en el que tengo que retroceder para sacarme completamente el pene mecánico, expulsando un potente chorro de pis que desparramo por la máquina, salpicando también a mis anfitriones. El pistón continua accionado y mi cuerpo se convulsiona una y otra vez con el potente orgasmo recibido, pero retrocedo de los golpes que la polla de plástico me está asestando en el coño.
Mi anfitriona apaga el artefacto y el pistón deja de increpar mis bajos, sin embargo, aun tengo unas últimas convulsiones derivadas del placer, acompañadas de unos últimos chorros de pis de menor intensidad. A continuación, desabrocha las correas que mantienen sujetas mis piernas.
— ¿Qué te ha parecido? —me pregunta la mujer gato.
Todavía estoy sin resuello y tengo que recomponerme para responder.
— Ha sido muy… salvaje, —respondo todavía jadeante, después de buscar calificativos para describir las sensaciones.
Tengo mucha sed y le pido al misterioso amante un vaso de agua. Me lo bebo de un trago y quiero agradecerles la experiencia, pero también quiero decirles que debo marcharme, entonces un profundo sueño me atrapa y necesito echarme en la cama porque no me aguanto en pie.
Oigo voces. Alguien intenta despertarme, pero de nuevo mis párpados se resisten a abrirse, aun así la voz persiste y noto que alguien me sacude el hombro para despertarme.
—Señora… señora. Despierte. Hemos llegado.
—¿Qué?, —respondo sin saber lo que dice, ni donde me encuentro. Abro los ojos de par en par y compruebo que estoy en la puerta de mi casa y no logro entender nada de lo ocurrido. El taxista espera a que le pague y yo tardo en reaccionar, pero cuando lo hago le doy diez euros más de lo que marca el taxímetro. Le pregunto al taxista si sabe quien me ha dejado en el taxi y me mira como si estuviera ida.
Cuando entro en casa mi marido me recrimina por haber tardado, pero ahí queda la cosa. Mi cabeza intentar procesar información, pero por más que lo intento todo me parece cada vez más confuso y no sé si todo ha sido real o tan sólo fruto del sueño.
Subo a mi habitación y me desvisto para darme una ducha intentando convencerme a mí misma de que debo de haberme quedado dormida en el taxi y que todo ha sido un micro sueño en el que el concepto del tiempo opera de forma diferente. Cuando me quito las bragas reparo en que flujos y semen se deslizan en cantidades importantes por mi pierna.