El que escribe
Confesión del que escribe (respuestas).
El que escribe.
Tanto me preguntan que he de contarles que el que escribe tiene poco menos de 30 años. Vive en la ciudad de México, aunque no nació ahí. Le gusta la ciudad, le gusta caminarla y ver a sus mujeres pues de pronto aparecen joyas, y no solamente en donde suelen reunirse las niñas bien, en los patios de la Ibero, o en plaza Loreto, pongo por caso...
El que escribe trabaja de burócrata en una oficina de gobierno, un trabajo que no tiene que ver con lo que estudió ni con lo que le gusta, pero relativamente bien pagado y verdaderamente fácil, aunque sus compañeros sufran y se empeloten. Eso explica que el que escribe, escriba: las tediosas horas muertas frente al ordenador se llenan de cuerpos de mujer, de fantasías, y escribe entonces.
Además, el que escribe trabaja ahí mientras termina su doctorado y se larga con viento fresco, lo que esperamos sea muy pronto.
El que escribe, lo hace como entrenamiento. Un día va a dejar de escribir esto para dar salida a la novela que tiene pensada.
El que escribe ama el placer. El placer de un buen libro y una buena película. De una buena comida, larga, larga, sazonada por una dilatada sobremesa, abundantemente regada y rematada con un buen puro dominicano o cubano. El placer que proporcionan las drogas suaves ingeridas muy eventualmente y el placer de haber conocido algunas otras cosas. El placer de nadar y correr. El de apostar a las patas de un caballo. El de un buen partido de futbol (y que ganen los Pumas) o una buena corrida de toros. El de la mistad y la plática pero, sobre todo, el del cuerpo de una mujer amada.
El que escribe es flaco y de mediana estatura (1.77 y 65 kilos, más o menos) y tiene menos experiencia de la que sus cuentos relatos: sólo media docena están basados en hechos que le ocurrieron directamente, unos diez, en situaciones vividas por amigos suyos y el resto son pura y absolutamente fantásticos. Os reto a que adivinéis cuáles son cuáles.
El que escribe se toca la polla cuando escribe, encerrado en su oficina. Nunca se la ha medido pero, como dice la canción de Sabina y Krahe, "y su hubo reproches/ fueron en resumen/por su rendimiento/ no por su volumen/Y las alabanzas que también hubo un montón/deben atribuirse a una cuarta dimensión".
El que escribe se toca y recuerda. Recuerda a "Elia" en su cama de hotel, recuerda a "Telma", su fugaz amante, recuerda a su chica, que anoche lo esperaba, al llegar a casa, apneas vestida y más que dispuesta.
El que escribe fantasea. Imagina que hay dulces abuelitas y precoces adolescentes que se masturban frente al ordenador leyéndolo. Le gusta pensarlas, a las bonitas y a las feas ("que tanto vale una fea de noche como una bonita de día", decía don Francisco Gómez de Quevedo y Villegas, el mayor poeta de lengua española, aunque el que escribe no está muy convencido de que eso sea cierto). El que escribe supone que también hay tíos que se cazcan la tranca cuando lo leen: pues salud amigos, pero prefiere no imaginarlos.
El que escribe contesta así a quienes le han escrito, y quiere que le escriban más: le gusta leer mails de gente a la que no va a conocer nunca. Le gusta imaginar qué clase de personas le escriben y le gusta imaginar
El que escribe a veces se cansa de escribir: ayer tuvo una deliciosa y cansada sesión con una hermosa mujer y hoy, por estar leyendo los últimos relatos de ésta página, por estar pensando en continuaciones y variantes de las historias de Ariadna, Mini o Elia (no de la Condesa: esa historia llegó a un callejón sin salida, porque lo que sigue es la violación de la condesa por los alemanes y la fantasía del que escribe no alcanza ni gusta para recrear eso), por estar pensando en alguna de sus compañeras de oficina (sexo en el baño de la oficina, debería llamarse mi próxima historia verídica, pero no la veo fácil...), ya tuvo que dar una vuelta al baño en cuestión (no os preocupéis: tengo baño privado y ni corro riesgo alguno ni invado áreas que otros usarán para menesteres más pedestres).
El que escribe se despide y espera que le escriban al lugar de siempre:
promete contestar y os pide que, si no contesta, insistáis, porque últimamente a esa cuenta le ha dado por saturarse, así que ofrece una alterna: pablotas72@yahoo.com.mx
El que escribe aclara que no se llama Sandokan ni se llama Pablo: ambos son seudónimos para sus cuentos.