El punto débil de mamá.

En verano todos mostramos nuestros cuerpos en la playa, pero descubrí además cual era el punto débil de mi madre para obtener el placer. ¿Quieres descubrilo? ¡Pues sígueme!

El punto débil de mamá.

Me llamo Ramón. Vivo con mi madre solo desde que nací. Ella es una mujer preciosa con un cuerpo espectacular, y ese físico es el que le truncó la vida y le dio lo que ella a adorado más en el mundo, a mí. Con dieciséis años quedó embarazada, aquello causó un trauma familiar, sobre todo por que mi padre… bueno, mi progenitor, pues de padre nunca hizo, la dejó en cuanto se enteró que yo venía en camino.

Para ella fueron tiempos muy difíciles, pero es una gran mujer y se dedicó a estudiar y criarme, con lo que a los veinticuatro años acabó su carrera de enfermería y con veinticinco consiguió una plaza fija en el hospital. Una de las cosas que aprendió de su embarazo fue a aprovecharse de los hombres gracias a su físico, y si bien lo conseguía todo, nunca más se acostó o tuvo relación amorosa con ninguno.

Ya con veintiséis años tenía casi todo lo necesario para poder vivir tranquila, un trabajo bien remunerado, un hijo de diez años que la quería y al que quería. Y después de esos años de esfuerzo, mis abuelos aceptaron su forma de vivir y le perdonaron su fallo de juventud. Durante los diez años siguientes, yo me dedicaba a estudiar y ella me ayudaba. Con veinte años estaba en el último curso de enfermería para dedicarme a la misma profesión que mi madre. Y aquí comienza mi historia, cuando acabados todos los exámenes a principio de julio, los dos nos marchamos de viaje a una playa donde nunca habíamos estado.

-          ¡Qué, qué te parece! – dijo Marta tirando la maleta sobre el sillón del salón. - ¡A qué tu madre es buena buscando apartamento para el verano! – ella miraba por el balcón hacia la inmensidad del mar que teníamos delante.

-          ¡Siempre he dicho que eres la mejor madre del mundo! – Le susurré al oído mientras la abrazaba por la espalda para mostrarle el cariño que le tenía. - ¡Necesito relajarme después de tantos exámenes!

Ella tenía ya los treinta y seis años y yo veinte, siempre nos habían dicho que parecíamos más hermanos que madre e hijo, y la verdad es que nos comportábamos como lo primero. Ella, además, cuidaba su cuerpo y era un poco más bajita que yo, pareciendo más joven aún, a mí me ocurría lo contrario, mi cuerpo estaba desarrollado y parecía un hombre hecho y derecho. Los dos abrazados en el balcón mirábamos aquella playa y aquel mar.

-          ¡Hola, soy Fátima! – Escuchamos la voz de una chica que venía del balcón próximo. - ¿Ustedes también estáis recién casados? – Nuestra vecina de verano estaba asomada y nos miraba sin haber escuchado nuestra conversación.

-          ¡Oh no! – Intentó explicarle mi madre.

-          ¡Pues deberían casarse, hacen una bonita pareja! – Sonó la voz de un hombre desde dentro de su apartamento que la llamaba. - ¡Perdonad, tengo que irme, después hablaremos más tranquilos!

Vimos como desapareció del balcón y los dos entramos en el nuestro. Nos reímos al ver la confusión de nuestra vecina.

-          ¡Esposa mía! – Bromeé a mi madre. - ¿Quieres que deshagamos las maletas o vamos a comer primero? – Ella pasó por mi lado dándome una bofetada en el hombro y con un “vámonos” se dirigió a la puerta. - ¡La verdad es que estás impresionante para intentar “casarme” contigo!

-          ¡Enrique, eres tonto! – Dijo cogiendo las llaves y saliendo de aquel apartamento.

Caminamos por aquel pueblo y me fijé en el cuerpo de mi madre. Realmente estaba buena… muy buena, y su cara hermosa. Descuidadamente la agarré de la mano para caminar juntos. Ella la aceptó, como si aún fuera su hijo de seis años que teme perderse entre la gente, pero para los ojos de todos los que nos rodeaban, seguro que seríamos una pareja de enamorados.

Serían las cinco de la tarde cuando regresamos al apartamento. Nos pusimos a ordenar el equipaje para pasar allí esos veinte días. Ella había alquilado un pequeño apartamento de un solo dormitorio, por lo cual compartiríamos cama, aquella cama de matrimonio que ya se le notaba un poco los años. Después nos sentamos a ver un rato la televisión, hasta que dieron las siete, momento en el que a mi madre le gustaba ir a la playa para bañarse y pasear por la orilla.

-          ¡Venga perezoso! – Me dio una bofetada en la pierna. - ¡Pongámonos los bañadores y vamos un rato a la playa!

-          ¡Pero mamá…! – Protesté. - ¡Ya me iba a quedar dormido!

No me hizo ni caso, ni me escuchó. Apareció con mi bañador y me lo tiró a la cara ordenándome que me lo pusiera. Veinte minutos después bajábamos por la caliente arena hasta llegar a la orilla. Mi madre se quitó la camiseta ancha que llevaba y mostró su cuerpo con aquel diminuto bikini. La miré, vaya si la miré. Todas las veces que habíamos ido a bañarnos, bien en la playa, piscina o lago, ella usaba un bañador que le cubría todo el cuerpo, del tipo de las nadadoras, que le hacía una bonita figura. Pero aquel día, por no sé que motivo, llevaba un bikini de dos piezas, bastantes pequeñas por cierto.

-          ¡Estoy horrorosa! – Me dijo ella intentando ver que parte de su cuerpo era feo. - ¡Debí ponerme un bañador!

-          ¡Sí mamá! – Le dije. - ¡Los bañadores son lo tuyo!

-          ¡Si es que nunca me entero que me estoy haciendo vieja…!

-          ¡Para, el problema no es que te estés haciendo vieja! – Me acerqué a ella para hablarle al oído. – ¿No has visto el montón de tíos salidos que hay en esta playa?

-          ¡Pero, pero…! – Ella miró alrededor contando las personas que allí había. - ¡Si la mayoría de la gente está lejos y los dos que están allí parecen homosexuales! ¡La mayoría están a doscientos o trescientos metros! ¡Prácticamente estamos solos!

-          ¡Por eso, por eso! – La miré a la cara y le sonreí burlándome de ella. - ¡Estoy yo que soy muy salido y ahora que eres mi “novia”…!

-          ¡Anda idiota! – Me llevé otro bofetón en el hombro. - ¡Úntame crema!

-          ¡No mamá! ¡Sabes que me da coraje y además el sol ya no quema tanto!

-          ¡Está bien, pero como esta noche me duela algo vas a pagarlo caro!

Marchamos al agua y estuvimos un buen rato. Después caminamos por la orilla viendo cómo el sol se hundía en el agua hasta que desapareció y volvimos al apartamento para cenar. Comimos algo ligero y nos duchamos. Ella primero y después entré yo a quitarme el salitre del cuerpo.

Y en eso estaba cuando recordé el cuerpo de mi madre en la playa, con aquel pequeño bikini que dejaba poco a la imaginación. En mis veinte años con ella me había interesado o excitado con ella, pero el hecho de que nos confundieran con novios y el cuerpo de ella, provocaron una erección y la necesidad de que mi mano jugara con ella. Así, excitado y culpable de desear a mi madre, empecé a hacerme una paja. Me imaginé que tocaba su delicado y hermoso cuerpo, que ella me tocaba mi erecta polla. Cerré los ojos y podía sentirla, mi mente dibujaba una lujuriosa y caliente madre que deseaba mi endurecido falo tanto como su hermoso y caliente cuerpo. ¡Ya voy a llegar! Pensé como si lo dijera a ella. ¡Ya me voy a correr! Estaba a punto de lanzar mi semen.

-          ¡Vamos Ramón, acaba ya con eso y salimos a dar una vuelta! – La voz de mi madre rompió la magia del momento y me giré asustado. - ¡Venga, no seas tonto, acaba y vamos!

-          ¡Pero mamá…! – Protesté.

-          ¡Venga hijo…! – Me habló como una madre. – Sé que muchas veces entras en el servicio para desahogarte… Si aquí sólo hay un servicio, no puedo ir a otro lado para acabar de arreglarme.

-          ¡Ya me has cortado el rollo! – Acabé de ducharme.

Eran ya las doce y media de la noche, caminamos por el paseo marítimo hasta que llegamos a la zona de los bares. Buscamos uno que nos pareciera tranquilo y bueno, y allí nos sentamos en una mesa. Pedimos unas bebidas.

-          ¡Hay bastantes chicas por aquí! – Dijo mi madre.

-          ¡Ya lo veo!

-          ¿Quieres que me vaya e intentas buscar amigos?

-          ¡Mamá!

-          ¡Bueno hijo, antes no te he dejado desahogarte en condiciones! ¡Sólo dímelo y te ayudo en lo que pueda!

-          ¡Eso suena malamente! – Le dije riendo y sintiendo otra vez esa extraña excitación.

-          ¡Asqueroso! – Y me gané otro guantazo en el hombro. Cruzó sus piernas y miró a un lado enfadada.

Pensaba en que tal vez mi broma no había sido adecuada para una madre, pero tampoco había sido adecuada aquella forma de interrumpirme en aquel momento en que iba a correrme. La miraba y la veía hermosa, aquel gesto de enfado no hacía más que convertirla en una mujer inalcanzable. ¡Ya me gustaría que fuera una chica a la que no conociera! Aquello fue más un sentimiento que una idea. Había tenido varias novias y no funcioné con ninguna, llegué a hacer el amor con ellas, pero no me satisficieron y menos sentí la excitación que sentía con mi madre. No encontraba el motivo, pero la verdad que era un nuevo y extraño sentimiento que me iba invadiendo y me encantaba sentirlo. Me acerqué a ella para pedirle perdón por la broma.

-          ¡Hola! – Escuchamos la voz de una mujer que nos saludaba. - ¡Mira Juan, son nuestros vecinos!

-          ¡Hola…! ¿Fátima? – Contestó mi madre.

-          Sí, Fátima… Este es mi marido Juan. – Nos presentó a su chico que me dio la mano y dos besos a mi madre.

-          ¡Soy Marta y este es… Ramón! – Mi madre dudó al presentarme. - ¡Sentaros, si queréis!

-          ¡Oh, gracias! – Dijo Fátima.

Entonces ellos tomaron asiento y se pusieron a hablar con nosotros. Nos contaron media vida de ellos y mi madre no los sacó en ningún momento de su error, en todo momento contaba las cosas como si de verdad fuéramos novios. Parecía que aquello la divertía. Después de no sé cuanto tiempo charlando, mi madre comentó que nosotros ya nos retirábamos a nuestro apartamento. Ellos decidieron hacer lo mismo y juntos caminamos en dirección al bloque. Juan y yo íbamos delante y ellas caminaban, charlando, varios metros detrás. Cuando llegamos a la planta donde estaban nuestros apartamentos, nos despedimos.

-          ¡Vaya, te has hecho muy amiga de Fátima! – Le dije bromeando a mi madre.

-          Es bastante agradable, pero la pobre es que tiene un problema…

-          ¿Problema…?

-          Resulta que es huérfana, no tiene una madre con la que hablar de temas sexuales y la pobre está en la luna de miel…

-          ¿Es virgen?

-          Sí, y está muy apurada. Por lo que me ha dicho los dos lo son.

-          Pues eso es raro a su edad…

-          ¡Bueno, que tú seas un pervertido no quiere decir que la gente no pueda ser buena!

-          ¡Ah, yo pervertido! – Le dije haciendo como que me enfadaba. - ¿Quién ha sido la que ha entrado en el baño sin avisar mientras estaba a punto de co… a punto?

-          ¡Soy tu madre y puedo hacer lo que quiera…!

-          ¡Ya, claro, por eso no has dicho nada de que eres mi madre!

-          ¡Eso ha sido para darles más confianza! – Noté que se sonrojó un poco y agachó la cabeza. - ¡La verdad es que me sentía joven al estar con ustedes!

-          ¡Mamá! – Me acerqué a ella y la abracé cariñosamente. - ¡No sólo eres joven, si no la madre más bella del mundo!

Ella me rodeo con sus brazos por la cintura y se pegó a mí, podía sentir su cuerpo y aquella inmoral excitación apareció de nuevo. Me miró directamente a los ojos y sentí  un pellizco en mi corazón. Sin pensar bajé mi cabeza para besar sus labios.

-          ¡Anda, vamos a dormir! – Me puso un dedo en los labios y me besó en la mejilla.

Me aseé un poco y a los cinco minutos ya estaba en la cama, en calzoncillos, cómo solía dormir siempre. Ella llegó más tarde, como era habitual se había echado sus cremas y potingues para cuidar su piel. La miré desde la cama y la débil luz de la lamparilla que había en la mesita de noche le hacía más preciosa aún. Aquel camisón de fina tela no podía ocultar que sus pechos estaban libres, sus pezones se marcaban descaradamente en la tela. Se sentó en la cama.

-          ¡Déjame sitio! – Me miró de arriba a bajo. - ¿No tienes otra ropa para dormir?

-          ¡Es que con esto es con lo que estoy más cómodo!

-          ¡Espera! – Se levantó y buscó un pantalón corto y amplio de pijama que me había traído de casa. - ¡Ponte esto que será más cómodo!

Ella se echó en la cama y me puse en pie dándole la espalda. Sin decir palabra me bajé los calzoncillos para colocarme el pantalón, mostrándole el culo sin ningún pudor.

-          ¡No tienes respeto por tu madre! – Protestó ella.

-          ¡Antes has entrado en el baño mientras yo jugaba solo! – Me giré sin taparme, mostrando mi miembro que tenía una leve erección. - ¿No me dirás que te avergüenzas de ver a tu hijo desnudo?

-          Una cosa es que necesite entrar en el baño cuando tú estás dentro y otra es que te desnudes delante de mí…

-          ¡Pues tú eres la que has insistido en que me ponga esto! – Cogí el pantalón y me lo coloqué. Mi polla quedó empujando levemente la tela y sus ojos me miraba admirándola.

Nos echamos a dormir y se hizo el silencio en la habitación. Unos minutos después empezamos a escuchar ruidos que provenían del apartamento de los recién casados. Hablaban y reían. Parecía que aquella noche tendríamos función amorosa.

-          ¡Vaya que hacen finas las paredes! – Dijo mi madre.

-          Nuestros vecinos van a buscar hoy el niño ¿no?

-          Eso parece…

-          Y tú la animaste a que lo hicieran.

-          ¡Bueno, animarla no! – Ella se puso boca arriba y me miró. – Me pidió consejo pues sería la primera vez… Sólo le comenté algunas cosas que tenía que tener en cuenta…

-          ¡Mamá! – Me coloqué boca abajo apoyado en mis codos, cerca de ella, mirándola directamente a la cara. - ¿No has necesitado nunca un hombre que estuviera contigo?

-          ¿A qué te refieres con “que estuviera conmigo”?

-          ¡A tema sexual, claro!

-          Bueno hijo, verás… - Una de sus manos acarició mi cara. – Tu padre me preñó y se marchó, con lo que mucho no me quería… No necesito hacer el amor con un tío por el mero hecho de hacerlo… Es verdad que siento necesidad fisiológica de sexo, pero no hay hombre en el mundo que me haya demostrado que me quiere tanto como para merecer estar en mi cama…

-          ¡Me siento el tío más afortunado del mundo! – Le dije sonriendo y besando la mano que me acariciaba.

-          ¿Por qué? – Me preguntó algo extrañada.

-          Tengo una madre cariñosa, que me da todo lo que necesito. – Alargué mi mano y acaricié su cara. – La más bonita del mundo. – Mi mano bajó más y acaricié su cintura, caderas y parte de sus muslos. – Con un cuerpo que hace que la gente piense que es mi novia más que mi madre. – Agarré el filo de su camisón disimuladamente. - ¡Y que no me deja acabar con mis trabajos manuales! – Le subí el camisón hasta que su barriga estuvo descubierta, puse mis labios en su suave vientre y comencé una pedorreta. - ¡Toma, como castigo por portarte mal con tu hijo!

-          ¡Estate quieto que eso no lo puedo soportar! – Ella empujaba con sus manos en mi cabeza queriendo apartarme de ella. - ¡Eres un niño malo!

Paré mi tortura sobre mi madre en el momento que escuché a los vecinos. Hablaban en un tono normal y podíamos entenderlos casi por completo.

- ¡Oh Juan! – Decía Fátima. - ¿Qué me estás haciendo?

- ¡Te estoy acariciando tu rajita! ¿Te gusta?

- ¡Oh Juan, eso me está encantando! ¡Sigue, sigue!

-          ¡Vaya, están empezando! – Le dije a mi madre. Mi polla empezó a empujar contra el colchón de la cama.

-          ¡Pues creo que lo escucharemos todo! ¡Le dije que le hablara para indicarle lo que a ella le gustaba, que no se cortara en gritar si así lo deseaba!

- ¡Nunca te la había visto tan grande! – Exclamó Fátima. - ¡Creo que no entrará!

- ¡Le echaré ese aceite, cómo te dijo Marta!

- ¡Vale, inténtalo, pero si te digo que pares…!

-          ¡Frótale el cabezón por el clítoris! – Dije en voz baja.

-          ¡Oye asqueroso! ¿Qué estás diciendo? – Me dijo mi madre.

-          ¡Le doy un consejo, aunque no me pueda escuchar! – Puse un brazo a cada lado de su cuerpo y subí un poco mi pecho encima. - ¡Dime qué no te estás excitando al escuchar a nuestros vecinos!

-          ¡Niño, eres un pervertido! – Me empujó y no pudo retirarme. - ¡Soy tu madre y esas cosas no se hablan!

-          ¡Mamá, somos lo que somos, pero tenemos confianza para hablar de esto y mucho más! – Con la tenue luz que entraba por la ventana podía ver que sus pezones se marcaban aún más en su fino camisón. - ¡No lo tomes a mal, pero tal vez nos podamos ayudar! – Besé una de sus manos. - ¡No voy hacerte nada malo, de verdad!

-          ¡Pero me estás asustando! – Me separé de ella al escuchar estas palabras.

- ¡Huf, despacio cariño! – Fátima se quejaba, seguramente Juan metía su polla en su inexperto coño. - ¿Ya la has metido entera?

- No cariño, sólo ha entrado mi glande…

- ¡Empuja un poco más! – Un segundo de silencio. - ¡Aaah, ya está dentro!

- ¿Te he hecho daño? – Preguntó él.

- ¡Un poco, pero es más placer que dolor!

-          ¡Esto es demasiado! – Dijo mi madre. - ¡Los vecinos follando y mi hijo con calentura!

-          ¿Es que acaso tú no te excitas con el espectáculo que tenemos?

-          ¡Sí, pero me controlo!

-          ¡Si no te parece mal…! – Paré de hablar dudando si mi idea sería buena. - ¡Quieres que te cuente lo que le haría a Fátima si yo fuera Juan! ¡Así no los escuchas a ellos y podemos desahogarnos!

-          ¡Qué dices! – Ella se incorporó sentándose en la cama. Me miró, yo estaba de lado y en mi pantalón se evidenciaba mi tremenda erección. - ¿Crees que es correcto que un hijo le proponga a su madre que se masturben juntos?

-          ¡No mamá, no es correcto! – Le dije y me coloqué boca arriba para que pudiera apreciar mejor mi erección. - ¡Eso lo hace más excitante!

- ¡Huf, sí, sigue, no pares! – Gritaba Fátima mientras era penetrada por su marido. - ¡Sí, déjame preñada! – Mientras ella hablaba, Juan sólo gruñía y bufaba como un animal que penetra a su hembra en celo.

-          ¡Pero Ramón, eso sería incesto! ¡Sabes que eso no está bien!

-          ¡No mamá! – Le sonreí para intentar mitigar su preocupación. – No te propongo tener relaciones sexuales, sólo te propongo que nos ayudemos a evacuar nuestro “calor interior”. Mientras yo te cuento lo que haría, tú te masturbas hasta que quedes satisfecha.

-          ¡No digas más tonterías! – Se tumbó dándome la espalda y su culo quedó al descubierto, mostrándome su redondez. - ¡Vamos a dormir ya! – Cogió la sábana y se la echó por encima tapándose.

Escuchamos los gemidos de los amantes, que en la habitación de al lado hacían el amor. No tardó mucho Juan en vaciarse dentro de su amada Fátima que gritaba enloquecida. Mi madre, de lado en la cama aguantaba la música lasciva que nos ofrecían los dos amantes. ¡Por fin acabaron! Pensé cuando dejamos de escucharlos.

- ¡Tu pene sigue igual de grande y duro! – Dijo Fátima. - ¡Déjame que ahora me suba yo!

-          ¡Dios, otra vez van a empezar! – Se quejó mi madre.

-          ¡Déjame que te ayude! – Le susurré al oído. - ¡Te contaré algo picante y tú, si quieres, “desahógate”! – Se giró y nuestras bocas quedaron muy cerca, tanto que podía sentir su cálido aliento.

Aguanté la tentación de besarla. Me coloqué junto a ella y la abracé por la cintura, manteniendo mi polla lejos de su cuerpo. Acerqué mi cara a la suya. Ella miraba al techo y sentía que estaba tensa. Muy suave comencé a hablarle al oído.

-          ¡Mamá, relájate, sólo quiero que disfrute como te mereces! – Quité mi brazo de su cintura y cogí una de sus manos para llevarla a mi boca y besarla.

Empecé a hablarle: “ Hoy te he visto en la playa, con ese bikini tan pequeño. – Acerqué más mi boca a su oído hasta rozarlo suavemente con mis labios mientras hablaba. – De verdad te digo que si no fueras mi madre, hubiera intentado ligarte. No sabía que tuvieras un cuerpo tan maravilloso. Me fijé en tus pechos, redondos, firmes… Un poco pequeños para mi gusto, pero con unos pezones demasiados excitantes… Por un momento me hubiera gustado que no fueras mi madre, deseé que nos confundiéramos como los vecinos y tenerte como mi novia. – Sentí como su cuerpo se estremecía. – Cuando salimos por la calle esta noche, me imaginé que eras de verdad mi novia. Tenerte allí sentada, preciosa, hablando sólo conmigo, sola para mí. Y antes cuando has entrado en la habitación con ese camisón… ¡Oh Dios, no puedo explicar la sensación que he tenido! ¡De verdad que tu cuerpo ha conseguido que mi sexo despertara! ¡Dime mamá! ¿Qué te pareció cuando me vistes desnudo? – Le pregunté y sus piernas se agitaron como si sintiera ganas de orinar.

- ¡Cállate! ¡Eso no se le pregunta a una madre!

- ¡No, eso no se  le pregunta a una madre, ya lo sé! Pero no quiero que me conteste mi madre. ¡Quiero que me lo diga la ardiente mujer que eres!

- ¡Uf, no sé! – Se giró dándome la espalda y sus piernas se cerraron por completo aprisionando una de sus manos en medio. - ¡No lo puedo decir!

- ¡Vamos mami! – Me acerqué a ella y le volvía a susurrar al oído. - ¡Déjate llevar y cuéntame que es lo que sentiste!

- Hacía tiempo que no te veía desnudo y al girarte… - Calló por un momento.

- ¡Qué, cuéntame! ¡Necesito escucharlo de tu boca!

- ¡Me di cuenta que habías crecido!

- ¿Por qué lo notaste? ¡Dime! – Podía oler su delicado aroma, ella no quería mirarme por vergüenza, pero yo seguía acosando su oído con mis palabras. - ¿Qué fue lo que viste para notar que había crecido?

- ¡Tu… Tu polla! – Sabía que se avergonzaba de hablar así con su hijo.

- ¡Sí, eso, cuéntame cómo te has sentido esta noche!

- ¡No puedo… me avergüenza decirlo!

- ¡Pues prepárate, yo no me avergüenzo de decir lo que me provoca mi madre! ¿Quieres oírlo?

- ¡Sí! – Dijo en un susurro, aquello no le gustaba, pero la excitación que estaba sintiendo no le dejaba parar. - ¡Sigue, sé que esto está mal, pero sigue!

- Cuando estaba aquí en la cama, esperando a que llegaras para dormir, en el momento en que entraste por la puerta, mi corazón dio un vuelco. He visto chicas guapas, incluso he salido con algunas que han acabado siendo modelos… pero esta noche he visto a toda una mujer, con un cuerpo bonito, pero sobre todo que radiaba deseo, un deseo de que la amaran. Siempre me gustaron los pechos grandes, y mi madre no destaca por el tamaño, pero la erección que me provocaste al ver como tus pezones se marcaban en la tela de tu camisón… ¡Ahora mismo mi polla crece al recordarlo! ¿Te gusta que tu hijo sienta esto?

- ¡No, no me gusta, eso es de pervertido!

- ¡Lo sé! ¿Qué harías esta noche con un pervertido por hijo? ¿Lo ayudarías con su “enfermedad”? – No dijo nada. – Pues te voy a decir lo que sería capaz de hacerte yo… - Pegué mi cuerpo al suyo, sentí como temblaba por la excitación y el temor de que le pudiera hacer algo de lo que arrepentirnos, pero la lujuria ardía en su interior y no podía parar, no quería. Mi endurecida polla se apoyó en su redondo culo. – Para empezar pegaría mi cuerpo al tuyo para que pudieras sentir lo excitado que estoy. Te daría besos y caricias por tu cuello. – Posé ligeramente mis labios en su cuello y le di un delicado beso, ella se estremeció y se puso boca arriba. Sus ojos mostraban placer, pero su rostro imploraba que la dejara. Podíamos escuchar los gemidos de los amantes de la otra habitación. La miré a los ojos y seguí hablándole suave. – Mis manos recorrerían todo tu cuerpo, acariciándote, deleitándome en sentir tu piel… - Ella no dejaba de mirarme deseando a la vez que continuara y que la dejara en paz. Pasaba mi mano sobre su cuerpo sin rozarla, como si realmente la acariciara. Ella estaba en tensión. – Y besaría tus tiernos y suculentos labios… - Inconscientemente pasó su lengua por los encendidos labios y al verme descender, cerró los ojos sin poder frenar el amargo deseo de que la besara. – Pondría mis labios sobre los tuyos y mi lengua te acariciaría para mostrarte mi amor… - Besé su mejilla y pegué mi cara a la suya. Una de sus manos agarró la mía y la acariciaba cariñosamente, como si quisiera agradecerme el placer que sentía. – Mientras nos besamos, mis manos recorrerían todo tu cuerpo. Me detendría sobre tu sexo y lo tocaría por encima de tus delicadas bragas, sintiendo tus labios vaginales, sintiendo el calor que brota del interior de tu vagina. – Su mano se aferró a la mía con fuerza. Aquello le estaba excitando y disfrutaba de mis virtuales caricias. Desde el apartamento de al lado nos daban un concierto de gemidos de placer. Podía sentir el aliento entrecortado de mi madre en mi cuello. Agarré su mano y la llevé hasta su pubis para que ella se tocara y se masturbara. – Metería mi mano por debajo de tus bragas y acariciaría la raja de tu caliente coño… ¡Huf, qué caliente y húmeda está mi madre! ¡No puedo creer que sea una mujer tan ardiente! – Su mano se movía por encima de las bragas, se empezaba a masturbar tímidamente mientras yo le hablaba al oído. - ¡Apartaré estos pelos y separaré tus labios vaginales para explorar tu cueva!

-          ¡No tengo! dijo con una voz casi apagada, me separé un poco y la miré. Ella me miró con una sonrisa. -¡Estoy depilada, no tengo pelos en mi coño!

- ¡Oh, esto es maravilloso! He metido la mano bajo las bragas y descubro que mi madre se lo depila por completo. Puedo sentir sus carnosos labios que muestran la humedad que brota de esa impaciente vagina… Tengo que buscar su clítoris… Tengo que prepararla para hacerla mía esta noche… - Ella se tocaba su coño por encima de las bragas y yo acompañaba su movimiento dejando mi mano sobre la suya, como si fuera yo el que realmente la tocaba. Todo su cuerpo vibraba de placer. - ¡Oh, mi dedo empieza a separar sus labios y entra en ella, en su coño!

- ¡Oh, sí, puedo sentirlo sobre mi clítoris! – Su voz mostraba lo que estaba disfrutando. - ¡Y yo meto mi mano bajo tu pantalón y agarro tu polla! ¡Oh, qué gorda y dura! ¡Quiero masturbarte!

- ¡Sí, mientras tu mano acariciaba mi verga, mi dedo castigaba tu erecto clítoris!

- ¡Sí, sí, no pares, sigue dándole placer a tu mamita! – Se retorcía mientras su mano la acariciaba. Podía sentir los pequeños gemidos que daba en mi cuello. - ¡Uf, esa polla está para comérsela! ¿Quieres que mami te la coma?

- ¡Por favor mamá! – Los dos estábamos excitados y mientras ella se masturbaba tocándose su sexo por encima de las bragas, yo frotaba mi erecto pene contra su costado. - ¡Hagamos un sesenta y nueve! ¡Necesito comerte ese maravilloso coño! – Ella se había metido en la historia, y aunque ya el roce y las obscenidades que nos decíamos eran bastante impropias de una madre y su hijo, su excitación le empujaba a seguir jugando.

- ¡Por Dios, esta polla erecta me apunta directamente a la cara y me pide que me la trague!

- ¡Sí, por favor… trágatela y dame placer! – Escucharla me ponía demasiado caliente y sentía que mi polla iba a estallar contra su cadera, hacía un gran esfuerzo para aguantar, por lo menos hasta que ella consiguiera su orgasmo. - ¡Esos maravillosos labios vaginales guardan el néctar para que yo lo libe! Mi lengua está tocando tus labios y siento el sabor salado de tus flujos. ¡Qué coño tan bueno! ¡No deja de caer líquido en mi lengua!

- ¡Te puedo sentir! ¡Siento tu lengua acariciando mi coño mientras tu polla llena toda mi boca! ¡Qué gordo es tu glande! Lo lamo por todas partes, alrededor, en tu agujerito, siento el sabor de los líquidos que empiezan a salir de tu interior… ¡Quiero más! ¡Quiero tu semen!

- ¡Sigue así y lo tendrás dentro de poco! ¡Qué buena mamada me estás dando! – El esfuerzo que estaba haciendo para conseguir no correrme era tremendo, sus palabras y el roce de mi polla en sus caderas conseguirían que me corriera antes que ella. -­ ¡Puedo sentir en mi lengua tu clítoris excitado y erecto! ¡Le daré el castigo que se merece! Mi lengua juega con él y lo recorre hasta que se pierde en el interior de tu vagina. ¿Puedes sentir como mi lengua entra entre tus labios?

- ¡Sí hijo, siento tu lengua, entrar todo lo posi…! – Se convulsionó y sus caderas empezaron a moverse de forma descontrolada, su mano se agitaba sobre su coño, se estaba corriendo. Apreté mi mano sobre la suya y las dos le dieron todo el placer que necesitaba. - ¡Me corro, cariño, me estoy corriendo! – Me dijo, ahora no era parte de la historia que estábamos montando, se corría de verdad, masturbada por su mano y la mía que se movían a lo unísono sobre su coño. - ¡Dios, cuánto tiempo sin sentir esto!

-          ¡Lo siento mamá! – Le dije y froté mi polla contra sus caderas hasta que sentí vaciarme, empapando mis pantalones y su piel. - ¡Arg, me estoy corriendo!

-          ¡Sigue cariño! – Su voz se entrecortaba por el placer que ella misma sentía. - ¡Suéltalo todo sobre mamá!

Nos quedamos unos minutos juntos. Podía sentir mi semen caliente extenderse entre nuestros cuerpos. Ella quitó su mano de su sexo y la mía cayó encima. Pude sentir la caliente humedad de su tela. Inconscientemente la acaricié y pude notar sus dilatados labios bajo la tela. Su mano me apartó la mía de ella.

-          Ha sido perversa la historia que hemos “imaginado” entre los dos, he sentido un placer especial, pero eso no te da derecho a tocar a tu madre… - Me dio un beso en la frente.

-          ¡Perdona! – Correspondiéndole con un beso en la mejilla. – Y perdona que te haya manchado con mi… ya sabes…

-          ¡Anda pervertido, ve a ducharte! Después iré yo.

Me levanté de la cama y ella encendió la luz de la mesita. Mi pantalón estaba totalmente empapado en mi semen, me miró y sonrió. Su camisón y sus caderas también tenían mucho semen. Se puso en pie y se quitó el camisón. Quedé de piedra. Sé que muchas veces, siendo un niño, me duché con ella, pero no recordaba ni por asomo lo excitantes que me parecían aquellas dos tetas. No muy grandes, pero firmes, erguidas y con aquellos pezones erectos, grandes y bien oscuros. Mi polla volvió a reaccionar y se ponía dura por momentos.

-          ¡Vamos Ramón, ya basta! – Me dijo al darse cuenta que yo aún quería más. - ¡Esto ha sido estupendo, pero ya no más! – Se puso en pie tapándose los pechos con un brazo. Entonces le vi aquellas bragas blancas que mostraban el cerco de humedad que su vagina había provocado. - ¡Vete al baño ya!

-          ¡Mami! – Le dije y mi polla casi volvía a estar totalmente erecta. - ¿Por qué no me duchas cómo cuando era un niño?

-          ¡Eres un pervertido, vete a ducharte! – Parecía enfadada pero no podía gritar ya qué sabía que se escucharía todo en el apartamento de al lado.

Me marché con mi polla erecta por el pasillo, dejando atrás a mi madre desnuda y de fondo los alaridos y gemidos de Juan y Fátima que volvían a tener otro orgasmo. Entré en la ducha y abrí el agua fría, solamente fría, para intentar aplacar la calentura que me había producido ver a mi madre con aquellas hermosas tetas. Era casi imposible, aquella noche había demasiado deseo y lujuria en los dos apartamentos como para dejar de pensar en mi madre y en lo que habíamos hecho unos minutos antes. Ya sabía que el punto débil de mi madre era escuchar historias de sexo y lujuria, si ella me dejaba, seguiría contándole historias todos los días de aquel verano.