El punto de rescate
La noche, el joven, el rescate de una ruptura. Sucumbir al impulso, la pasión que restaura la confianza. Una agradable noche.
Salí a mi pesar ante la insistencia reiterada y constante de mis amigas que se empecinaban en que esa actitud no era la adecuada, que no podía continuar anclado en una desidia voluntaria cuyo efecto era más perjudicial de lo que yo entendía o pudiera beneficiarme. Agradecía esa preocupación, ese esfuerzo en cada palabra que escogían para contagiarme sus ánimos y ese sigilo que escondían todas ellas dándome a entender que no era la solución adecuada. “¡Todos hemos pasado por ahí…!” me decían. Porque todos mis amigos, antes que yo, era verdad, habían pasado… Pero claro, como se suele decir: cada uno ve su enfermedad o su problema mucho mas grave.
Desde hacia algunos meses me había incorporado a una rutina cautelosa, miedosa y gradual de una desbordante desgana, una inapetencia que llevaba a todo mi cuerpo a postrarse en el sofá delante del televisor o, a una entrega frenética de labores de la casa cuya argucia era cansarme física y mentalmente con el único fin que dejara de pensar. Existía una relación entre ansiedad y cansancio. Una formula cuyo resultado en algunas ocasiones resultaba poco satisfactorio. Un ejercicio extenuante y por completo improductivo.
Hacía algo más de tres meses que había roto con mi pareja, bueno con mi primera pareja, cuya relación había durado siete años. Los motivos y las particularidades permitidme que os lo cuente en otra ocasión o en otro relato. Pues como dijo el poeta: “A quien todo el amor pierde, toda la muerte la queda.” Todo mi ser albergaba un sentimiento de devastación intima. No era exactamente congoja lo que sentía, sino una especie de desfibrinación del cuerpo, de inutilidad o desanimo, como si todo hubiese llegado a un punto de caída en el derrotismo. Me enfrentaba a ello pensando solo en el día a día. Se que suena hueco, pero yo me levanta por la mañana y me decía a mí mismo que solo tenía que ser fuerte ese día. Solo un día. Lo hacía una y otra vez. Cuando estas en este trance es cuando te das cuenta de que la tristeza es más bien algo sucio, como un grumo gris, espeso, una pelota de barro dentro de los pulmones, que pesa.
Siempre que amas a alguien, amas su recuerdo. Escribir es como hablar. Es un dialogo sin respuesta. Cuando escribes no esperas respuesta, o sabes que la respuesta te llegara, pero no te llegara a ti.
El domingo por la noche me deje convencer por un par de amigas para cenar en casa de una de ellas. No me acicalé mucho, lo justo para que notasen la mejoría gradual en el aspecto anímico y físico de mi persona ante la primera salida de ocio. Y al ver el resultado en el espejo una estela gradual de bienestar me atravesó todo mi cuerpo.
La casa de una de mis amigas estaba situada en una urbanización a las afuera de la ciudad, yo vivía en el centro y por fuerza tuve que coger el coche. Éramos cuatro comensales contando conmigo. La cena fue distendida; la comida excelente, ya que era buena cocinera; la sobremesa acompañada del café divertida y anecdótica.
Yo fui el primero que me marche con la excusa bien intencionada de que tenía que madrugar, sin antes alabar el buen gusto de la anfitriona como ya nos tenía acostumbrados.
En el trayecto de regreso a casa ya dentro del coche me sentía molesto y un tanto irritado, no por el echo de la inesperada cena ni por volver a reencontrarme con esa soledad que hacía que mis pensamientos volviesen a centrarse; sino porque a esas horas de la noche el encontrar aparcamiento sería imposible por la zona donde vivía. La búsqueda comenzó, llegue a mi calle por si la casualidad y la fortuna estaban de mi parte, pero la alianza estaba rota, así que empecé a expandir el radio con la intención de encontrar un hueco donde aparcar. Me arme de paciencia. No había ni un alma por la calle y de vez en cuando mi circulación se veía alterada, por algún que otro coche, viéndome obligado a cederle el paso.
Presagiaba que estas rondas nocturnas iban para largo. Di un par de vueltas por las calles circundantes a la mía, el semáforo en verde me facilito una circulación mas fluida.
Para la época en que estábamos hacia una noche bastante fresca. Llevaba la ventanilla medio bajada, ese aire fresco me sentaba bien, me reconfortaba. Me hacia subsistir convirtiéndome en un elemento mas de la noche; la oscuridad caía como copos azules y el rastro ceniciento de la luna circundaba el umbral, aun no había amanecido, aun la noche era larga.
Al llegar al final de la calle detuve el coche en el paso de peatones. Él bajaba, con una precaución mas que excedida aminorando sus pasos hasta llegar a la altura de mi coche.
Nuestras miradas se sostuvieron, tal vez un par de segundos o tal vez más, que importa. El tiempo fue suficiente. ¿Pero realmente seria suficiente para ambos? Paso por delante de mi coche, el deseo hacia aquel chico me sorprendió, me aturdió. Un pequeño revuelo en la boca del estomago me hizo sentirme nervioso.
Sonreí ante mi proceder y girando una vez más hacia la izquierda de nuevo aparecí en mi calle deteniendo el coche en el semáforo. Casi al instante, a través de la negrura de la calle, apareció el chico. Su semáforo también permanecía en rojo. Nuestras miradas se volvieron a encontrar con un disimulo mucho mas apagado e intermitentemente; nos rehuíamos atenazados por la insistencia, la premura, la imperiosidad. Miradas inquietantes y rápidas. De repente aquella distancia me pareció insalvable. Ambos nos olvidamos del semáforo. Ya que toda la intensidad de su anhelo resonó en su mirada. Un pequeño escalofrió de placer y triunfo que no logre reprimir envolvió todo mi cuerpo.
Hacia muchos años que no sucumbía tan desesperadamente a un impulso. Hacia muchos años que mi impulso no era tan desesperadamente frenético, tan desesperadamente infantil como la repentina necesidad, más instantánea que un deseo, más honda que un recuerdo, más grave que una razón de volver a estar dentro de… Había despertado singulares apetitos.
Uno de los verdaderos objetivos de la vida en su búsqueda de sensaciones se había convertido al mismo tiempo en nuevo y delicioso. Deseo, es pura sensualidad y la pasión se satisface con la pasión. Mi sangre se hacia hielo, se hacia fuego; mi garganta enmudecía por la distancia que marcaban nuestros cuerpos; pues solo podía dejar hablar a mis ojos palabras que solo ellos conocen y entienden; visiones de revelaciones recibidas; sustrato de un ávido aprendizaje con huellas de voluntad moldeándose hacia una ilusión más. Reveló una pálida claridad, un pálido placer instantáneo, fugaz pero que me proporcioba una voladura más intensa y transitoria.
Todo es puro, es perfecto, cuando todo se dice por lo que no se dice. Por la elocuencia inigualable de la mirada, cuando solo existe el silencio para expresar lo que se siente. Pues las palabras, demasiadas abruptas, demasiadas vulgares, desmarcan lo que anuncian: ese discurso infinitamente frágil y delicado de los primeros amantes.
Sentado dentro de mi coche, me preguntaba que estaría pensando aquel chico de pie delante del semáforo de peatones. ¿Equivaldría a la magnitud de mi propio deseo?
Estrenaba una soledad nueva, más estricta, más abrumadora, más desolada que ninguna. En cambio esta noche no cabía ninguna sospecha de donde había ido a parar mi voluntad.
Nuestras miradas palpitaban: sus ojos pálidos, apagados, de un verde gatuno, se clavaron en mí con alarmante intensidad, intuía una mirada perpleja, asombrada, como si hubiesen quedado abiertos para siempre después de presenciar un hecho terrible. Un flequillo irregular le caía sobre la frente resaltando su aspecto juvenil. De su cara delgada y las mejillas un tanto hundidas. Su piel era oscura, pero mate. Una piel dibujada, delicada, imposible, envidiable. Sus piernas como látigos de seda. Su sola presencia había difuminado todo el contorno que nos rodeaba. El tipo de rostro que suelen tener los jóvenes en los cuadros medievales. Era de una especial belleza. “¡Belleza!”, me dije, era solo una de las palabras posibles; pero solo una de ellas.
Atendí al semáforo ya en verde, pase delante de él, a su altura sonreí de una manera franca, ilimitada. Él me devolvió una sonrisa privada, escondida, floreciente. La suerte me bendijo, al principio de la calle me esperaba un aparcamiento libre. Salí del coche con la única intención de averiguar si lo ocurrido apenas unos instantes era el presagio de una señal, la certeza de que existió de verdad en ese lugar exacto y verdadero; como símbolo de un destino personal y no todo lo contrario, quedando en una actitud ridícula y patética.
Lo vi cruzar la calle, voltear varias veces la cabeza dirigiendo la mirada donde me encontraba, con una parsimonia de quien pretende alargar un acto cuyo resultado le es del todo incierto. Situados a ambos lados de la calle nos encontramos a la misma altura. Ninguno de los dos avanzábamos, estáticos, cada uno tenía que tomar una decisión, un primer paso. Fui yo quien atravesé la calle. Él me esperaba.
Sus ojos estaban tan cerca que pude ver mis facciones atrapadas en su verdor. Estaba cambiado, bello, atractivo, un ángel al que un artista envidioso hubiese plasmado o petrificado detrás del cristal. Estaba sobrecogido.
Experimente un irrefrenable deseo, una inamovible certeza. Tenia que ser mió. No es que estuviera enamorado, era un capricho, una querencia más que un querer, pero yo en ese momento por alguna extraña fuerza me sentía como un dios y a los dioses todos los deseos les son concedidos. Desee doblegar al joven, gobernar su voluntad, su cuerpo, hacerlo mió, penétralo, poseerlo por completo, un pequeño y caprichoso obsequio para mi joven y agitado cuerpo. Un ser completo, perfecto, subyugante. La misma expresión, la misma desbocada pasión, el mismo irracional deseo, la misma deslumbrante luz, todas las miradas en una sola.
Una sonrisa, un saludo, unos nombres, palabras de preámbulo para llenar un hueco en el tiempo cuyo contenido vació nos conduciría al acto inevitable. Un par de ironías por su parte que me arrancaron algunas risas tal vez por el nerviosismo. Se dio cuenta que estaba tenso, una actitud en desuso. Nos miramos por un par de latidos. Casi al instante como si adivinase todo mi estado me propuso ir a su casa. Aquella invitación esperada pareció restaurar todo el encanto de la noche. Un desconocido con determinación y con secretos y peculiares gustos… Su voz y su conducta eran imperiosas.
En un primer momento me llegué a sobrecoger y aturrullar reaccionando con la reticencia de un alma desengañada; su mano se poso en mi hombro resbalando hacia mi codo en un gesto de confianza que agradecí y de inmediato me despeje de la impuesta mascara para convertirme en el alma libre que mi cuerpo atesoraba.
Se divisaba la luna: más alta y más pequeña. Como avergonzada de gravitar sobre el mundo malvado al que no tenia más remedio que alumbrar con su luz. Todo sucedió con la naturalidad de lo previsible.
El ascensor nos subía hasta la planta donde tenía su piso. En aquel pequeño cubículo nuestros besos fueron imperfectos, como los de todos amantes nuevos, su propia rareza los tornó emocionantes. Se interrumpieron el tiempo justo de salir al rellano y abrir el portón de su piso que se cerro detrás nuestro con un suave chasquido. Nos encontrábamos en el recibidor y se volvieron a reanudar los besos esta vez bajo mi cuello recorriéndolo varias veces a intermitencias con la punta de su lengua y sus labios. Alcanzó mi oreja jugueteando con el lóbulo a su antojo. La camisa medio abrochada la tenía tirada hacia atrás sobre los hombros dejando entrever un ángulo bien abierto de mi pecho.
El dedo pulgar de su mano izquierda estaba acariciando mi mejilla, a la vez, con la otra mano iba dibujando círculos sobre la piel bronceada de mi pecho. Nuestros cuerpos los separaban escasos centímetros, mis brazos tendidos a cada lado de mi cuerpo habían perdido toda autoridad, se sentían desfallecer. Hubo una tregua, me rehice, mi mano emprendió el trayecto hacia su rostro, lo recorrí con la yema de mis dedos, con un ensimismamiento de quien da a entender que la prisa estaba fuera de su alcance y la generosidad será total. Me detuve en sus labios, los volví a recorrer una y otra vez y otra, otra. No eran demasiados grandes, tal vez el labio superior ligeramente más pronunciado que el inferior. Unos labios llenos que en otro tiempo, supuse lo habrían sido más. El contacto de su lengua detuvo mis dedos humedecidos. Era otro tacto de humedad el que revestía mis yemas: desconocida, hirviente. Los capturo con sus labios para inmovilizarlos con sus dientes, apretó demasiado y un gesto de dolor apareció en mi rostro, su lengua jugueteo con ellos a su libre antojo. Preso de un lazo que me abocaba a un sentimiento que no sabia como corresponder me estremecí. Su mano aun en mi pecho fue testigo de mi reacción provocándole una sonrisa que me llevo a estregarme a sus labios. Mi única pretensión era hacerla mía, absorberla. Lo bese. Lo bese ávidamente, con ímpetu para acabar con besos suaves, cortos, que le devolvían una y otra vez su sonrisa renovada.
Me pregunte cuanto tiempo tardaríamos en ir a su habitación o tal vez iríamos al sofá, sería esa clase de chicos que pretenden salvaguardar una parte de su intimidad. -Me pareció una observación tan absurda para ese momento.- ahora sin embargo tiene su gracia. Me daba igual, sabía a que me enfrentaba, sabía que aquello no iba a durar más de lo que durase el polvo, todo estaba preestablecido.
Me tome unos segundos para recrearme en su rostro: era guapo. En esta noche aquellos rasgos que distaban centímetros de mis ojos expedían la belleza que necesitaba para obrar el milagro: cariño solicito y ansioso. No necesitaba atenciones; sino algo de pasión entremezclado con una tentativa lujuria.
Mi camisa fue desabrochada por completo, retirada hacia atrás por dos simples dedos que resbalo por mis brazos hasta chocar con el suelo.
Su boca volvió otra vez a mi piel, cada centímetro, cada poro, cada trocito era conquistado y se rendía ante el placer que me proporcionaba su lengua que iba trazando pequeñas líneas de un rastro paralelo que iban consiguiendo su propósito: excitarme. Yo ardía en deseo, sentía esa sensación irrefrenable de satisfacer mi apetencia: de acabar cuanto antes, de follármelo allí mismo sin llegar a la habitación. Mi pene estaba incontenible en mi pantalón. Dentro de este, sumergido o ahogado en su propio éxtasis palpitaba con cada estremecimiento de mi cuerpo. Su lengua humedeciendo mi pecho y mi ombligo, recorrió ambos costados provocándome ligeras cosquillas que me hicieron estremecer y aumentar un arrebato de deseo. Note mi pene todavía más duro, más erguido, más sumido a las provocaciones. Un latigazo de impetuosidad. Un gemido de placer afloro desde el interior de mi vientre estallando en mi garganta en un ridículo sonido entrecortado. Volvía una y otra vez a insistir en aquella parte de mi torso, perseveraba en su empeño por atender un placer que yo le iba dictando con cada jadeo, con cada estremecimiento, con cada infinito estanque de pecado corporal. Me complacía aquel muchacho con un hambre de complacer que yo creyera haber perdido quizás para siempre, dándome cuenta que en estos instantes los iba recuperando a borbotones. Baje la cabeza y lo mire, una sonrisa involuntariamente ausente se sostuvo en mis labios. Me los mordí y volví a gemir. Me di cuenta que mis pechos aun no habían sido poseídos. Preguntándome porque los rehúya. No sospechaba que esto era solo el principio de toda una maquinación que escondía revelaciones de placer en una escala gradual de excitación cuya misión era alargar todo lo posible nuestro propio disfrute.
Exhausto ante esa primera andanada de placer en mi cuerpo quise corresponderle, no quería ser egoísta, mi excitación vendría transmutada por la suya y para eso tenia claro que yo tenia que ser su conductor. Mis dos manos fueron a posarse a sus mejillas separando su boca algunos centímetros de mi piel. Alce su cara, nuestras bocas quedaron, una vez mas, a la misma altura.
Le quite el jersey, al sacárselo un mechón de su pelo le resbalo hasta la frente dándole un aire de frescura a su rostro; aquel pedazo de tela cayo a un lado de nosotros con un ruido sordo.
Su complexión no era del todo delgada, un torso fibroso cultivado, tal vez sin ir al gimnasio, le otorgaba ese don que da la naturaleza a la juventud, marcando ligeramente los músculos de los brazos y el pecho.
Los pectorales ligeramente sobresalían de esa perpendicular línea imaginaria trazada desde el esternón al pubis. Coronados por dos pezones de un color marrón mas intenso que el resto de su piel, sin un solo resto de pelo, eran de un diámetro mayor que los míos. Mis manos rozaron su piel, acariciaron su espalda denuda y sensible lograron que súbitamente su cuerpo y su voz convergieran simultáneamente, que fueran un acorde de un solo gemido en su boca. Le correspondí con cada una de mis caricias en su cuerpo; mis labios atropelladamente se aventuraron a su cuello ávidos de su piel, querían forrar cada trocito de ese cuerpo que tenia abrazado del mismo placer que instantes previos me había echo sentir. Intercale besos y suaves recorridos con la punta de mi lengua inyectando excitación a su cuerpo, a la vez sus manos iban acariciándome la espalda. Recorrí su esternón sin cambiar de táctica, pero esta vez mi lengua iba recalando en su piel hasta humedecerla por completo. Me tope con uno de sus pechos, lo bese e hice lo mismo con el otro. Los reservaba para el final. Aquel recorrido me llevo hasta su ombligo, empecé con un movimiento acelerado a lamer su vientre y recorrerlo en pequeños círculos que iba agrandando alrededor de su vientre. Mis dientes iban arañando aquella piel suave, tersa, fresca. Acabe coordinando todos mis movimientos en uno a la vez. Arranque su furia, su desesperación, los sonidos regresaron a escena pues se antojaban una invitación terrible a la calentura.
Llegue al limite de la carne, la frontera de su pantalón tejano, otorgaba una prominente erección, ante mis ojos tenia expuesta toda su virilidad. Más sensible el chico se dejo acariciar por mis manos.
Adivine sus pezones erguidos en su desnudez. Me lamí los labios, quería tocar esos pezones que ansiaban el contacto humano. Acto seguido los fui besando lentamente, de fuera hacia dentro. Lamiéndolos con una sonrisa cómplice y una mirada lasciva hacia su rostro henchido de placer. Iba tanteando cada uno con mi lengua. Los lamía y los besaba. Ardía en deseo. Consumía cada pezón primero con suavidad, después lo presionaba con mis labios para volver a chuparlos. Indistintamente. Soplaba a su alrededor en pequeños círculos. Los mordía, mordía el pequeño mugrón entre mis dientes para soltarlo y volverlo acariciar con la punta de la lengua. Les concedí un respiro, un descanso que anticipaba un nuevo asalto de mi boca para anular su voluntad y devoradlo con una nueva ráfaga de placer.
Volvía a morderlo para metérmelo en la boca succionándolo con tal fuerza que me pidió que parase. Le obedecí por un par de segundos, pero mi voluntad era insistir. Inmovilice sus brazos por las muñecas, me resistí a obedecer. Reanude mis caricias en sus pechos, volvía morder una y otra vez sus pezones a succionarlos, acariciarlos con la punta de mi lengua para tranquilizarlos, para calmar su dureza, besarlos para reanudar con otra andanada de mordiscos.
Mis febriles labios, lengua y dientes devoraron por completo, llego a ponerse de puntillas en un desgarro incontenible de gozo junto con un gran gemido de placer. Intento zafarse de mis ataduras con una voz entrecortada pidiéndome que me detuviese, que parase…
Desgarre su negra jaula de excitación. Su cuerpo temblaba ligeramente, creí que sus piernas le fallarían, me abrazo y nos besamos con ternura y pausadamente. Por primera vez nuestros pantalones se rozaron y advertí su pene incontenible dentro de su pantalón expuesto a la merced de los deseos.
Me cogió de la mano encaminándonos hacia la habitación, encendió una pequeña lámpara situada encima de la mesilla de noche. De pie en su dormitorio, sentí por primera vez una vaga sensación de ansiosa expectación: nos miramos con ambas sonrisas en los labios, más propia de un nerviosismo que ninguno de los dos podíamos disimular. Extendió su brazo para cogerme la mano atrayéndome hacia él. Volvimos a reanudar los besos con una dulzura liquida, imprevisible e impasible. Los labios húmedos, doloridos y desnudos como si nuestros besos los hubiesen despellejado. Nos impusimos otras renovadas caricias por el pecho.
Sus manos resbalaron por el costado de mi pecho deteniéndose en mi cintura circundada por el pantalón. Un par de dedos se aventuraron a entrar por la cintura sin llegar a desabrocharlo, su alcance llego hasta mi pubis, acto seguido fueron dos más. El tacto suave de la yema de los cuatro dedos sobre mi cintura, ligeramente mas abajo del vientre, me devolvieron estremecidas cosquillas.
Un simple avance para desabrocharme los botones del pantalón. Mi verga quedaba un poco más liberada de la opresión. La obertura de mi pantalón dejaba entrever un triangulo del color de mi bóxer, en medio de ese triangulo en contorno abultado de mi pene desvelaba la satisfacción de su imaginación.
De repente le di la vuelta abrazándolo por la espalda. Aun no se porque lo hice. No me exigía nada. Mis brazos lo rodearon y mis dedos los tenía en su esternón presionándolo un poco. Él, en un acto instintivo elevo levemente sus hombros. Hundí mi nariz en su piel, quería apoderarme de su aroma, saber a que olía el cuerpo que tenía abrazado, descifrar el encanto, la argucia de la persona que esta noche me estaba haciendo disfrutar con un nuevo placer intenso y expectante. Olía a piel limpia, fresca, sin ningún producto que disfrazase una inocencia como la de un niño recién bañado antes de darle de cenar y acostarlo.
Le bese la nuca rasurada. De un trazo me llevo hasta sus hombros jugueteando con la punta de mi lengua aderezados con ligeros besos hasta llegar a sus omoplatos.
Su cabeza se recostó sobre mi hombro izquierdo, le mordisquee el lóbulo derecho de su oreja mientras mis manos escapaban hacia su cintura para desabrocharle el pantalón. Se voltea quedándonos cara a cara, con una leve presión de su mano sobre mi pecho me empuja acostándome sobre la cama deshaciéndose de mis pantalones. Transcurrieron varios segundos mientras contemplaba mi cuerpo casi desnudo. Bajo mi bóxer mi pene sigue durísimo, impetuoso y ardiente. Una intuición arremolina todo mi cuerpo intuyendo que a partir de ahora el placer y la excitación se convertirá en algo más brutal, más frenético.
Con dos dedos de cada mano prendió la parte inferior de mí bóxer tirando de él haciendo que se deslice ligeramente a través de mis piernas hasta perderse en la oscuridad del suelo. Y yo quedándome por fin desnudo.
Se arrodillo delante de mí, yo envarado sobre la cama dejaba que la sorpresa tomara su iniciativa lubricada desde la imaginación de mi compañero. Empezó a acariciarme las piernas con la yema de sus ocho dedos, comenzó por los tobillos ascendiendo por la pantorrilla en movimientos aleatorios y adversos cuya coherencia era ofrecerme una imagen de entrega total al deleite y disfrute. Me deje llevar por sus dedos recorriendo mi piel, relaje cada músculo para poder absorber e intensificar el resultado del contacto de las dos pieles. Sus dedos subían por la parte delantera de mis piernas hasta alargar su recorrido a la parte inferior. Intensificando levemente el movimiento. Me excitaba todos los nervios, me sentía arder en el interior de mis piernas. Un balanceo suave de mi vientre hacia que mi respiración fuese arrítmica. Me mordí los labios y pensé que aquel chico sabía como hacer elevar todos los sentidos a un éxtasis celestial. Yo me sentía excitadísimo. Mi polla durísima y empalmada ya no podía albergar más cantidad de sangre. Notaba las palpitaciones de mi verga caliente y a punto de explotar en una impetuosa corrida que intente retrasar con todas mis fuerzas. Fue cuando me incorpore sentándome sobre la cama. Aun permanecía de rodillas delante de mí, hice que se levantara, le baje los pantalones y con un movimiento rápido y brusco se deshizo a la vez de los zapatos y los pantalones. Ante mis ojos, su bóxer blanco a rayillas negras escondía lo soberbio, en esos exiguos limites la codicia de la brillantez se adivinaba en todos sus formas. Le quite el bóxer, ahora a la par, la desnudez nos pertenecía. Ante mi, enormemente erguido se exhibía su pene, no era descomunal como los que había visto en algunas películas porno pero si puedo decir que uno de los mas bonitos.
Su vello recortado adornaba su pubis, su miembro masculino, mi única reacción fue enterrar mi nariz en él, su pene rozo mi mejilla e inhale todo su aroma hasta hinchar mis pulmones. Ligeramente voltee mi cara y mis labios toparon con la base de su verga que aun rozaba mi cara, empecé a besarla hasta que llegue a la punta del glande. No me dejo avanzar más.
Me volvió a tumbar de nuevo sobre la cama, esta vez flexiona mis piernas apoyando la planta de mis pies sobre la sabana. Volvió a arrodillarse delante de mí, separo a su criterio mis piernas. Ofreciendo una imagen conjunta de mi polla y mis nalgas que al abrirlas le ofrecí mi ojete del todo y para siempre virginal. Esta vez sus caricias iban destinadas a mi polla y a mis testículos, la cogió por delante levantándola levemente como si estuviese examinándola, con la otra mano circunvalaba acariciando mis testículos que se habían puesto duros y redondos.
Comenzó a besarla por la base hasta llegar a la base del glande, se demoraba en el tronco, como si su único cometido fuese alargar aquel estado de lucido entusiasmo, un atractivo innato y magnético. Como si presintiera mi amargura y la sensación de cercado hacia un territorio hostil y peligroso desterrado de todos los deseos en que me había encontrado hasta ese momento y cuya única misión, la suya era, restaurar mí autentica confianza. Me arrebato de mis pensamientos arrojándome de nuevo a un tumulto de ensimismada complacencia.
Hacia un camino templado y oscilante, de runrún de murmullos y susurros provocados por su boca que aun se demoraba en el tronco de mi pene, actuaba la caricia de sus labios que se iban humedeciendo con la saliva que dejaba la punta de su lengua haciendo que el roce de las dos pieles cosquillee para que fueran más suaves, más lubricadas. Mis dos brazos se extendieron hacia delante, mis dos manos buscan algo o alguien a tientas en un movimiento involuntario, espontaneo; se encuentran con su cabeza y mis dedos se enredan en su cabello que empiezo a desordenar, de repente tengo una urgencia irrefrenable de tocarlo, de saber que esta, que es él: el chico del semáforo quien redescubre que dentro de mí aun hay todavía vida.
Jugueteando aun con su pelo, de repente noto como el tronco de mi pene queda prisionero entre sus dientes y la punta de su lengua actúa como un molinillo que se restriega sobre ese estimulante trocito de piel; con una maña va desplazando sus dientes a lo largo del trocó de mi polla y de vez en cuando noto como se ensaña apretándolos levemente, una presión justa que provoca un soportable y excitante dolor a la vez que iba en aumento el jugueteo de su lengua.
Apretaba mis dientes y mordía mis labios con una respiración acelerada, excitada por los millones de nervios de mi miembro, sujetado entre sus dientes, un rebullir de placer.
Estaba disfrutando al máximo.
Sentía toda mi polla humedecida, salivada por el flujo de su boca, que era distintivo de una sensación novedosa que provocaba una estimulación más creciente. En ese momento me hubiese gustado correrme, tranquilizarme, apaciguar todo mi caliente y excitado cuerpo.
No me dejo incorporarme, hubo algunos segundos de calma. Autoridad, un privilegio anticipado de que aun no había terminado conmigo; era únicamente una precoz recompensa de lo que me aguardaba hasta el final. Su mano fue a parar al tronco de mi polla, la tomo apretándomela suavemente con una fruición templada moviéndola de arriba abajo, de arriba abajo, deteniéndose siempre en la base del glande, la recorría impregnando su mano de su propia saliva que había depositado en abundancia previamente con la punta de su lengua: la acariciaba, la apretaba y la aflojaba en un movimiento ascendente y descendente. Mi pene estaba incontenible; y un gozoso placer me atravesaba el cuerpo desde mi polla hasta mi cerebro y en mi garganta estallaba un inconfundible gemido de satisfacción.
Dejo de mover su mano, notando como me levantaba ligeramente la polla, mi glande quedo mojado y húmedo, al instante me di cuenta que se lo había introducido en la boca; si con todo lo anterior había experimentado un placer glorioso a partir de ahora me regalaría un placer celestial. Incorpore levemente mi cabeza pudiendo ver como mi capullo se introducía en su boca, como sus labios invocaban a través de su roce la complacencia y el deleite en la cabeza dura de mi polla. La tomaba como un chupachup. –como aquellos que nos comprábamos cuando éramos pequeños-, e iba rodando sobre ella en pequeños círculos estremecedores para sacarle un mayor sabor, una mayor embocadura de su posesión. Percibía y veía como mi pene salía y entraba de su boca, primero únicamente participaba el glande: lo lamía, lo succionaba, lo lubricaba con su renovada saliva, lo besaba, aprisionaba con los labios para una fruición mas intensa, ofrecía un pequeño agujero para que mi glande pudiese penetrar a través de él, para dilatarlo para poder follarme su boca. Acto seguido participo toda mi polla a veces rápido y a veces lento, se la metía toda hasta la garganta, volvía a repetir cada movimiento rápido y lento, rápido y lento, entraba y salía de su boca. Era una follada felación. El resto de mi cuerpo estaba cubierto por una fina capa de sudor. Retiro mi polla de su boca y acarició mis testículos: primero uno se lo metió en la boca, luego el otro, al final los dos, los succionaba repitiendo los mismos movimientos que con la polla, mientras que con la punta de su lengua iba acariciándolos suavemente, haciéndome cosquillas. Volvía a lamer mi polla, a tragársela varias veces recorriéndola con su lengua. Sus manos recorrieron mi pecho apretando mis pezones, todo mi cuerpo. De repente cambio de estrategia agarrándose a mis nalgas, las apretó con fuerza, las masajeo, las separo, y en los apretones sentía como sus dedos rozaban mi ano. Su boca se deslizaba hacia mi ojete; soplo en la entrada de mi culo, me estremeció, su lengua va moviéndose de dentro a fuera en pequeños círculos, una espiral que humedece con su saliva, impregna ese espacio de carne excitada, ese rincón ínfimo de mi intimidad que va descubriendo unos sobresaltados regocijos. A intervalos vuelve a soplar y a humedecer, voy sintiendo como su lengua se encuentra cada vez más a gusto, más complaciente en mí estimulado ojete, siento una humedad gratificante, personal, primitiva y primeriza. De repente su dedo conjuga una armonía con su lengua rápidamente imagino sus intenciones: su dedo quería entrar en mi culo yo aprieto mis nalgas para evitar ser penetrado. Ya que eso no entra dentro de mis planes.
Lo sospechó y no cejó en su intento, sabia que aquello me crearía un desgarrado disfrute. Seguía humedeciendo el pequeño rincón de intimidad, y con el dedo acariciaba la abertura de mi esfínter. Con la otra mano tomo mi polla masturbándola. Convulsiones se apoderaron de mi cuerpo, incontenible arrebato de sofocar mis gemidos, el culo me provocaba ligeras convulsiones placenteras. Fue en ese instante cuando su dedo penetró dentro de mi ojete con un movimiento certero y calculado. Aquellas dos vías de placer: su mano masturbándome la polla y su dedo fallándome el culo me provocaron tal invasión de latigazos de deleite: el deseo era un abismo subyugante que se abría dentro de mí invitándome a dar un salto y perderme en sus profundidades. Sin poder evítalo me corrí. Mi pecho y mi vientre estaban repletos de semen, fue una eyaculación espectacular. Se levanto y se acostó junto a mí. Yo aun jadeaba recuperándome con una respiración entrecortada por el estupendo orgasmo que me había provocado. Mi regalo para él aun estaba por venir.
Voltee mi cuerpo sobre el suyo. Me gire entre sus piernas boca arriba, nuestros sexos confrontados. Regueantes huellas de semen en mi pecho y en mi sexo flácido anteponían al ímpetu vibrante y a la codicia de su sexo expuesta toda virilidad ante mis ojos.
Empecé a masajear el glande de su pene delicadamente, raspaba la cabecita con la yema de mis pulgares pasándola una y otra vez y otra y otra mas por el mismo lugar donde su pene expulsaba liquido pre-seminal. Me moría de ganas de comerme aquel pene jugoso e inquieto, terriblemente envidiable, no quería ser impetuoso. Mi mano se aferro a ella subiendo y bajando el prepucio varias veces, a intervalos en ocasiones con lentitud o con rapidez. Sabia como hacerlo: chupaba el glande con delectación, daba pequeños mordisquitos, lamía especialmente en el ojete, y debajo de este, donde el hombre siente mayor placer. Metía la lengua en los pliegues del prepucio. Me la metía entera en la boca, succionaba el miembro como si quisiera arrancárselo poseyéndolo; otras la dejaba suelta para juguetear con mi lengua acciones espontáneas provocándole emociones fervientes, goce, placer. Un altercado de gemidos y jadeos de bienestar y disfrute. La poseía, entraba y salía de mi boca, a un ritmo caprichoso, endiablado. Arriba y abajo, arriba y abajo cada músculo de mi boca jugaba un papel importante. Mis manos se deleitaban acariciando su cuerpo. Rebrincaba llegándole inexorablemente una oleada de placer intimísimo con cada lengüetazo. Era verdaderamente envidiable. Sus testículos eran redondos, colgantes con un escaso vello que daba entender que se depilaba. Los acune en mi mano para sobarlos, acariciarlos, para satisfacer una delicadeza que venia imperada por la precaución de no hacerle daño y acompañada de un ofrecimiento al disfrute. Volví a metérmela en la boca, salivándola de nuevo, mis labios ejercían una fruición sobre su miembro, acariciaba su piel húmeda, caliente, desgarradoramente viciosa de su polla.
Jadeaba y se arqueaba de placer. Se encabronaba más y más. Delirio portentoso le hacia echar la cabeza hacia atrás bruscamente. Entre mis manos pude sentir las palpitaciones de su verga caliente, lubricada de excitación y actividad. Sentí el estallido de su semen saliendo de su interior, una eyaculación que fue a estrellarse contrayendo los músculos de su abdomen en un éxtasis absoluto y brutal, se vino de inmediato arrojando cuatro o cinco potentes trazos de semen sobre su pecho que llegaron alcanzar su cara.
Aquella escena me había excitado de nuevo, volvía a tener mi pene erecto, comenzó agitarse, a calentarse, acompañada de la agitada respiración en su pecho. Me devolvió otra vez esa sonrisa de perversidad. Mi polla fue estrangulada por su mano y me susurro al oído: “follame”.
Sin moverse, sus piernas subieron a mis hombros. Con dos dedos iba extendiendo gel lubricante sobre su ojete a la vez que iba metiendo suavemente la punta de un dedo por su esfínter dilatándose con facilidad. Un par de mis dedos hábiles entraron para follarlo. Sus ojos permanecían cerrados, su boca entreabierta se entreveían unos dientes apretados y un candor de entusiasmo. De repente me advirtió que no continuase, quería mi polla dentro de su cuerpo. Los susurros ordenaron sus palabras: “Follame”.
Aprieto la punta mi pene contra el agujero de su culo, esta lo suficiente dilatado para poder penetrarlo suave y delicadamente y sin esfuerzo, sin provocarle el menor daño. Poco a poco lo voy penetrando pendiente de su rostro y del gesto que describe cada una de las sensaciones que experimenta. Me doy cuenta que mi pelvis esta pegada a sus nalgas. Me detengo, de repente la saco por completo, y vuelvo a metérsela ansioso hasta que mis testículos choquen con sus nalgas. Esta segunda vez con menor esfuerzo. La tiene toda dentro, siento cada milímetro de su culo presionándome mi polla. Prodigioso la serie de sensaciones que recorre mi espina dorsal. Le acaricio el torso aun bañado de semen, le acaricio los brazos hasta que nuestras manos se entrelazan, dejo transcurrir algunos segundos: quieto, pasivo. Mi polla penetrada dentro de su cuerpo, una aclimatación de nuestros cuerpos. Del ensimismamiento pase a bombear con mi pene. Los movimientos de caderas son lentos, parsimoniosos, controlados. Despacio la voy sacando sin llegar a extraerla del todo, y con la misma pulcritud y lentitud la voy ensartando de nuevo una y otra vez repitiendo la misma maniobra hasta que mi cuerpo exigió una medida prioritaria, una dosis de placer más urgente para los dos. De un conjunto perceptible de embestidas acompasadas, pase a un improvisado ritmo acelerado enervándose delante de mí de pura satisfacción. Por una vez me hubiese gustado verme desde otro ángulo. La sensación fue tan placentera que todo a mí alrededor dejó de existir, se evaporo por completo. Oía gemidos, soplidos, monosílabos, palabras que incitaban no al descanso, ni a la interrupción, sino todo lo contrario a una evanescencia de trasiegos placenteros, rebullir de goces, agitación de deleites. Le penetre con furia, a mi me hacia temblar las piernas. Le poseo, lo gozo, lo embisto, veo mi polla centímetro a centímetro entrar y salir en el cual iba alternando ritmo y velocidad acentuando más el pacer. No pude aguantar más, mis ojos se desorbitaron, mi respiración se corto por décimas de segundo y mi pecho se tenso; intente retardar la corrida, mi polla dura bombeaba el semen que me quedaba hacia mi glande que lo retenía todavía más duro. Por fin estallo en un intenso y desbordante orgasmo en su interior. Nos desplomamos exhaustos.
Tras permanecer un tiempo relajados, nos duchamos juntos frotándonos el uno al otro. Cuando salió del cuarto de baño y entró en la habitación yo ya estaba casi vestido. Daba por hecho que me quedaría a pasar la noche, su extrañeza hizo que sugiriese la invitación. Invente una excusa. En la puerta la despedida fue colmada de besos y palabras agradables, sonrisas de complacencia y una atildada desilusión y desagrado por rechazar la invitación.
Al cruzar el umbral de la puerta, no pude evitar sentir que acababa de darle la espalda a una felicidad que hacia mucho tiempo que no disfrutaba.
Lo que no me imaginaba era que al llegar a casa, en mi móvil, me aguardaba una sorpresa.
Al salir a la calle para dirigirme a casa, todo estaba húmedo, amarillo y plano, como la mirada del tiempo. Estaba fatigado.
La luna se tambaleaba entre las nubes como una borracha en busca de amantes.